Los últimos fusilados del franquismo

José Luis Sánchez-Bravo Solla, José Humberto Baena Alonso, Ramón García Sanz, Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui.

 
 

La Historia

A finales del verano del año 1975, había pendientes diversos Consejos de Guerra y varias condenas a muerte en ciernes. Garmendia y Otaegui por un lado, además del sumario militar por el atentado de la calle Correo de Madrid, que involucraba a los procesados Eva Forest, Durán y María Luz Fernández. Otros procesos seguían su marcha como el del atentado contra Carrero Blanco, y otros casos contra miembros del FRAP por la manifestación del 1 de mayo del 73 en la que murió un policía.

Por la Jefatura del Estado se dictó el Decreto-Ley 10/1975, de 26 de agosto, sobre prevención del terrorismo, que contenía diversos preceptos procesales y penales en relación con el terrorismo. Sin embargo, la pena de muerte por diversos delitos de terrorismo ya estaba en la legislación penal, por ejemplo en el art. 294 bis del Código de Justicia Militar. También el Código Penal establecía la pena de muerte en varios de sus artículos, por ejemplo, los artículos 260, 405, 406, 501 y otros.

Las disposiciones de dicho Decreto-Ley 10/1975 eran de aplicación en los delitos de terrorismo de los art. 260 a 264 del Código Penal y 294 bis del Código de Justicia Militar. El enjuiciamiento de algunos delitos se atribuía a la jurisdicción militar que se sustanciarían por el procedimiento sumarísimo. También establecía una prórroga en el plazo legalmente establecido para poner a un detenido a disposición de la autoridad judicial. Según su artículo 13: «El plazo legalmente establecido para poner a disposición de la autoridad judicial a un detenido podrá prorrogarse, si lo requieren las exigencias de la investigación, hasta transcurrido el quinto día después de la detención y hasta los diez días si, en este último caso, lo autoriza el Juez a quien deba hacerse la entrega. La petición de esta autorización deberá formularse por escrito y expresará los motivos en que se funde».

Los Consejos de Guerra y las condenas

Un Consejo de Guerra ordinario se celebró en el Regimiento de Artillería de Campaña 63 de Burgos el 28 de agosto. En él fueron juzgados José Antonio Garmendia Artola y Ángel Otaegui Etxebarria, ambos de ETA político-militar, que fueron condenados a muerte por el delito de terrorismo con resultado de muerte del cabo del Servicio de Información de la Guardia Civil Gregorio Posadas Zurrón, en Azpeitia, el 3 de abril de 1974. Se les aplicó el artículo 294 bis b) 1º del Código de Justicia Militar. Garmendia fue condenado por ser autor material de dicho atentado y Otaegui fue condenado por cooperación necesaria, por la preparación minuciosa y detallada de dicho atentado. A Garmendia se le conmutaría la pena de muerte por la de reclusión y Otaegui sería ejecutado por fusilamiento en Burgos.

Un Consejo de Guerra sumarísimo se celebró el 19 de septiembre en el Gobierno Militar de Barcelona. En él fue juzgado Juan Paredes Manot, Txiki, de ETA político-militar, por un atraco en la sucursal del Banco de Santander de la calle Caspe de Barcelona el 6 de junio, atraco en el que, a causa de un tiroteo, murió el cabo primero de la Policía Armada Ovidio Díaz López. Se le aplicó el art. 294 bis c) 1º del Código de Justicia Militar. Fue condenado a muerte y sería ejecutado por fusilamiento en Barcelona.

En las dependencias militares de El Goloso, cerca de Madrid, se celebró los días 11 y 12 de septiembre un Consejo de Guerra sumarísimo contra militantes del FRAP para juzgar el atentado con resultado de muerte contra el policía armado Lucio Rodríguez, en la madrileña calle de Alenza, el 14 de julio de 1975. Por dicho atentado se condenó como autores de un delito de insulto a fuerza armada con resultado de muerte del artículo 308, número 1º del Código de Justicia Militar a cinco procesados. De éstos, tres fueron condenados a muerte; a Manuel Blanco Chivite y a Vladimiro Fernández Tovar se les conmutaría la pena de muerte por reclusión, y José Humberto Baena Alonso sería ejecutado por fusilamiento en Hoyo de Manzanares (Madrid). Otros dos procesados fueron condenados a penas de reclusión mayor; Pablo Mayoral Rueda, a treinta años, y Fernando Sierra Marco, a veinticinco. Además, Mayoral, Baena y Sierra fueron condenados a cinco meses de arresto mayor por uso ilegítimo de vehículo ajeno de motor.

Igualmente, en dichas dependencias militares de El Goloso, se celebró el día 18 de septiembre otro Consejo de Guerra sumarísimo contra otros militantes del FRAP por el atentado con resultado de muerte contra el teniente de la Guardia Civil Antonio Pose Rodríguez, en Carabanchel, el 16 de agosto. Se aplicó el artículo 294 bis b) 1º del Código de Justicia Militar y fue condenado José Fonfrías Díaz a veinte años de reclusión y otros cinco procesados fueron condenados a muerte, aunque a tres de ellos se les conmutaría la pena de muerte por reclusión: Concepción Tristán López y María Jesús Dasca Pénelas (por estar ambas embarazadas) y Manuel Cañaveras de Gracia. Los otros dos, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez-Bravo Solla, serían ejecutados por fusilamiento en Hoyo de Manzanares.

Fueron, por tanto, en total, once condenados a muerte. El Consejo de Ministros del viernes 26 de septiembre indultó a seis de los condenados a muerte, conmutando sus penas por la de reclusión y dio el "enterado" para los otros cinco condenados a muerte. El "enterado" era la denegación del indulto y, por tanto, suponía la ejecución de la pena de muerte. Dichas penas de muerte se ejecutaron por fusilamiento al día siguiente, el sábado 27 de septiembre.

Intentos para evitar los fusilamientos.

Se hicieron varios intentos para evitar las ejecuciones. Hubo varias protestas de abogados en el Colegio de Abogados de Barcelona y se realizaron gestiones con la Santa Sede. Pablo VI envió un mensaje solicitando clemencia. El primer ministro de Suecia Olof Palme salió por las calles de Estocolmo pidiendo con una hucha en favor de las familias de los condenados. Nicolás Franco, hermano del dictador, le escribió pidiéndole que reconsiderara su decisión. La madre de Otaegui visitó al cardenal Jubany, al obispo Iniesta y al cardenal Vicente Enrique y Tarancón.

Las ejecuciones

Las ejecuciones de las penas de muerte no indultadas se realizaron por fusilamiento el sábado 27 de septiembre. En Barcelona, fue ejecutado Juan Paredes Manot, Txiki, de 21 años, y en Burgos, Ángel Otaegui, de 33 años, ambos militantes de ETA político-militar. En Hoyo de Manzanares Madrid), José Luis Sánchez Bravo, de 22 años, Ramón García Sanz, de 27, y José Humberto Baena Alonso, de 24, miembros de lFrente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP).

En Hoyo de Manzanares los fusilamientos lo hicieron tres pelotones compuestos cada uno por diez guardias civiles o policías, un sargento y un teniente, todos voluntarios. A la 9.10, los policías fusilaron a Ramón García Sanz. A los 20 minutos, a José Luis Sánchez Bravo y poco después a Humberto Baena. A las 10.05 todo había concluido. No pudo asistir ningún familiar de los condenados, pese a ser «ejecución pública», según marcaba la ley. El único paisano que pudo asistir fue el párroco de la localidad, que relato después la ejecución:

Además de los policías y guardias civiles que participaron en los piquetes, había otros que llegaron en autobuses para jalear las ejecuciones. Muchos estaban borrachos. Cuando fui a dar la extremaunción a uno de los fusilados, aún respiraba. Se acercó el teniente que mandaba el pelotón y le dio el tiro de gracia, sin darme tiempo a separarme del cuerpo caído. La sangre me salpicó.

Los cadáveres de los tres miembros del FRAP fueron enterrados la misma mañana de su ejecución en Hoyo de Manzanares. Los restos de Sánchez Bravo serían trasladados, posteriormente, a Murcia, y los de Ramón García Sanz, al cementerio civil de Madrid.

Reacciones y protestas

Cuando el viernes 26 de septiembre el Consejo de Ministros por unanimidad y siguiendo las directrices de Francisco Franco aprueba el fusilamiento de cinco de los once condenados a pena de muerte se produce una inmensa conmoción. Los titulares de la prensa española proclamaban la generosidad del régimen por haber indultado a seis de los once condenados. Bajo el título Hubo clemencia la prensa se plegaba a las consignas del régimen sin que se oyera una palabra disonante.

En el País Vasco se decretaba una Huelga General en pleno Estado de Excepción que era seguida mayoritariamente, por las diferentes ciudades españolas se multiplicaban los paros y las protestas y en el mundo el clamor contra las ejecuciones no cesaba.

Las irregularidades de los procesos realizados ya habían sido denunciadas por el abogado suizo Chistian Grobet que había asistido como observador judicial al consejo de guerra de Txiki en nombre de la Federación Internacional de Derechos del Hombre y de la Liga Suiza de Derechos del Hombre en cuyo informe del 12 de septiembre dice:

Jamás el abajo firmante, desde que sigue los procesos políticos en España, ha tenido una impresión tan clara de asistir a un tal simulacro de proceso, en definitiva a una siniestra farsa, si pensamos un momento en el provenir que les aguarda a los acusados.

El presidente mexicano Luis Echeverría pide la expulsión de España de las Naciones Unidas, doce países occidentales retiran sus embajadores en Madrid. Las embajadas españolas de diversas ciudades son atacadas por los manifestantes quemándose la de Lisboa.

La respuesta del régimen es la convocatoria de una manifestación de adhesión en la madrileña plaza de Oriente, manifestación preparada por el teniente coronel José Ignacio San Martín, en la que Francisco Franco, físicamente muy debilitado, acompañado del entonces príncipe de España Juan Carlos de Borbón en la que sería la última aparición pública del dictador, proclama:

Todo lo que en España y Europa se ha armado obedece a una conspiración masónico-izquierdista, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece.

En el País Vasco y Navarra

El sábado día 27 de septiembre se comienza una huelga general de tres días de duración, hasta el 30, que fue mayoritariamente seguida, se estima que pararon más de 200.000 trabajadores. Era la tercera huelga general que se convocaba ese septiembre y ya había habido otras protestas en agosto. Aún estando declarado el estado de excepción en Vizcaya y Guipúzcoa, los talleres y fábricas se paran, se cierran los comercios y bares y hasta los barcos de pesca se quedan en puerto. Se realizan manifestaciones en todas las poblaciones importantes que son reprimidas con violencia por la Policía Armada y la Guardia Civil llegándose a utilizar fuego real. Se realizan funerales en casi todas las poblaciones vascas. En San Sebastián se convoca un funeral para el día 30 a las 19:00 en la Catedral del Buen Pastor oficiado por el obispo monseñor Setién y otros 30 sacerdotes, no se puede celebrar por estar tomado por la policía la plaza y el templo. Aun así se concentra una gran cantidad de personas y los disturbios duran hasta bien entrada la noche. Durante los disturbios se producen disparos de bala y un niño es herido. Los disparos de fuego real son comunes en la represión de las manifestaciones.

Los tres días de huelga general se convierten en tres días de protestas generalizadas en las calles de los pueblos y ciudades del País Vasco. La respuesta del gobierno fue el tomar las poblaciones con Policía Armada y Guardia Civil, pero aun así los disturbios son generalizados en las tres provincias vascas y en Navarra.

En el resto de España

En otras zonas de España las protestas son mucho menores. En Barcelona se hicieron diferentes manifestaciones que fueron reprimidas por la policía. Hay protestas en algunas ciudades pero se logra mantener el orden.

Reacción internacional

 
   

La reacción internacional es fuerte, tanto a nivel gubernamental como popular. Los países de la Comunidad Económica Europea piden el indulto de los condenados (expresado en Londres por el embajador italiano), lo mismo que la Santa Sede y las Naciones Unidas. Hay protestas populares casi todas las ciudades importantes y capitales. Se llega a asaltar o intentar asaltar las embajadas y consulados españoles y se boicotean los intereses de España en algunos lugares como en Francia.

Algunos gobiernos, como el de Noruega, Reino Unido u Holanda, llaman a su embajador en Madrid, en Copenhague la Alianza Atlántica aprueba una moción de protesta contra las condenas y exhorta a los países miembros que no hagan nada que pueda favorecer el ingreso de España en ese organismo.

El presidente de México pide que España sea expulsada de la ONU, expulsa al embajador español y suspende contacto con España, las protestas se extienden por todos los países tanto «occidentales» como «orientales». Las manifestaciones y actos de protesta, donde hay fuertes disturbios, son numerosos.

 

27 de Septiembre de 1975
La noche más larga

Por Manuel Cañada

 

El 27 de septiembre de 1975, José Luis Sanchez-Bravo, Xosé Humberto Baena, Ramón García, Ángel Otaegui y Juan Paredes Manot “Txiki”, fueron asesinados por el gobierno de Franco. Se trataba de cinco jóvenes militantes, los tres primeros formaban parte del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) y los dos últimos, de ETA.

“Presiento que tras la noche

vendrá la noche más larga,

quiero que no me abandones

amor mío, al alba”.

Como casi todo el mundo sabe, “Al alba” es una hermosa y popular canción de Luis Eduardo Aute. Lo que sin embargo desconoce la gran mayoría es que esta composición no es originalmente una balada romántica, sino una canción de rabia y de esperanza, escrita en los días previos a las cinco últimas ejecuciones del franquismo. Pero, desde entonces, la amnesia de la transición nos ha ido arrullando y, en este caso, ha transformado el grito de fraternidad colectiva en un cántico privado de amor en pareja.

El 27 de septiembre de 1975, José Luis Sanchez-Bravo, Xosé Humberto Baena, Ramón García, Ángel Otaegui y Juan Paredes Manot “Txiki”, fueron asesinados por el gobierno de Franco. Se trataba de cinco jóvenes militantes, los tres primeros formaban parte del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) y los dos últimos, de ETA.

Por esas fechas, el franquismo da sus últimas boqueadas. La creciente movilización obrera y estudiantil, el aislamiento internacional del régimen o la revolución de los claveles en Portugal, todo parece remar a favor de una salida democrática. Pero el búnker y las élites son muy conscientes de lo que se juegan. Lo había dicho Carrero Blanco con precisión: “el Caudillo ha considerado conveniente y oportuno dejarlo todo atado y bien atado”. Y el General Iniesta Cano, director de la Guardia Civil, lo remachó con fervor cuasi-religioso: “¡El franquismo no podrá nunca desaparecer porque Dios no quiere que termine en España, y después de Franco el franquismo seguirá por los siglos, porque España, que es eterna y tiene eterno destino en lo universal, necesita del franquismo!”.

Las condenas a pena de muerte para los cinco jóvenes antifascistas levantan una oleada de indignación y solidaridad. Las peticiones de indulto y clemencia llegan desde todos los rincones del mundo. Las manifestaciones se extienden por las principales capitales de Europa, Olof Palme recoge dinero para las familias de los condenados, el Papa Pablo VI solicita por tres veces la conmutación de la pena, hasta Nicolás Franco, hermano del dictador, se dirige a su excelencia para implorar piedad: “Tú eres un buen cristiano, después te arrepentirás”. Pero, para los buitres del régimen, para quienes han alzado sus posiciones de poder económico, político o social al amparo de la dictadura, el futuro viene con hambre atrasada. Hambre de miedo, hambre de crimen. El poder quiere dar un escarmiento, quiere demostrar que no le temblará la mano, que está presto a reprimir las ansias de libertad y justicia con la ferocidad que sea necesaria.

Como nos recuerda el historiador Juan Andrade, “el miedo fue el éter de la transición”. En los últimos años, la dictadura ya ha ido regando de sangre todo el país, respondiendo a una movilización social ascendente. Los albañiles de Granada o de Madrid, los trabajadores de la Seat en Barcelona o los de la Bazán en El Ferrol han sido testigos de la naturaleza asesina del régimen. Los nombres de Pedro Patiño, Manuel Fernández Márquez o Salvador Puig Antich evocan la alevosía de aquellos años, la esencia criminal del franquismo.

Hijo, abrígate bien.

Y ponte la bufanda.

No vayas a coger alguna bala en los pulmones.

Que no está el tiempo bueno todavía.

Esto escribe Jesús López Pacheco, retratando con sarcasmo la brutalidad de ese tiempo. No, la transición no fue la comedia que Imanol Arias y Ana Duato representan en Cuéntame. Los fascistas de aquí y los de fuera, los reaccionarios locales y los de la red Gladio, mataron, urdieron y reprimieron mucho, aunque los pusilánimes y aprovechados Alcántara no quieran recordarlo.

 

Txiki, un vasco de Extremadura

Uno de aquellos cinco jóvenes era Juan Paredes Manot. Era conocido como Txiki (pequeño) por su baja estatura, 1´52 metros. Había nacido en Zalamea de la Serena, provincia de Badajoz;  allí vivió hasta los diez años, cuando se fue junto a sus padres y sus cinco hermanos a Euskadi. Con posterioridad, ya en el País Vasco, nacerían otros dos hermanos. Sus padres eran pastores y emigraron, como otros 800.000 extremeños, harto de hambre, de miseria y de caciques. El padre, primero fue a Cataluña y dos años después se trasladaría a Zarautz, donde comenzó a trabajar en una fábrica de muebles; moriría muy joven, a los 43 años y eso dificultó todavía más que la familia saliera adelante. La madre trabajaba sirviendo en el comedor de los franciscanos y además lavando ropa; entre los destinatarios de su trabajo de lavandería se encontraba la reina Fabiola, que tenía en Zarautz una de sus residencias de verano. Por su parte, Txiki empezó a trabajar muy pronto, primero en Plásticos Eizaguirre y después en una empresa de muebles.

Zalamea de la Serena, el pueblo de la familia de Txiki, fue el más castigado por la emigración de entre todos los que componen la comarca de Castuera, zona de la que, entre 1960 y 1975, se fue el 45% de la población. Sólo en ese periodo, 1414 vecinos de Zalamea, emigraron al extranjero, especialmente a Alemania. Y dentro de España, el destino preferente para una parte de la emigración extremeña fue Euskadi. En concreto a Zarautz llegaron cerca de 700 personas de la región. Al día de hoy, el 10% de la población es de origen extremeño, constituyendo  la comunidad más numerosa de cuantas han llegado a esta localidad vasca.

Paro, penuria y humillación, ese es el panorama para centenares de miles de campesinos sin tierra de Extremadura. “En la plaza, alguien entra a caballo, y un jornal como un hueso va y les tira una mano”. Luis Álvarez Lencero lo retrata extraordinariamente en su poema “Los parados”, escrito a finales de los años 60 y profetiza:

En la plaza del pueblo

Sólo hay hombres parados.

El día que revienten

Nadie podrá contarlo.

Txiki se integra en el trabajo y en la sociedad de acogida. Por ejemplo, forma parte del club de montaña en Zarautz y vive el proceso de concienciación como un integrante más de la juventud vasca. Es en ese contexto de represión y de politización en el que se incorpora a ETA. Son los tiempos del proceso de Burgos: la movilización social ha logrado la conmutación de las penas de muerte y la victoria política hace que muchos jóvenes se incorporen a esa organización armada en expansión. La ETA de aquellos años poco tiene que ver con su evolución posterior, con el despojo de locura y barbarie en el que acabará convirtiéndose en muy poco tiempo. Txiki pertenece a ETA político-militar, la rama que aboga por desvincularse del salvaje atentado de la calle Correos y que defiende una solución política al conflicto vasco.

Txiki abraza la causa abertzale pero sin olvidarse nunca de los “pueblos oprimidos de España”. Su compañero de militancia en la clandestinidad, José Manuel Bujanda, Bixar, lo recordará años más tarde. “Él se sentía más revolucionario, quizá sus referencias estaban en el Ché Guevara, en la revolución cubana, argelina. Yo era más de casa”. “Probablemente, palabras como lehendakari, jaurlaritza, Aguirre… las escuchó por primera vez de mí”. Txiki lo sabe bien, para los señoritos invocar la patria es la forma más rentable de defender los privilegios. Uno es de donde vive, ama y lucha.

 

El 30 de julio de 1975, Txiki es detenido en Barcelona. Se le relaciona con la muerte del cabo de la policía nacional Ovidio López, durante un atraco en una oficina del Banco de Santander. Txiki niega en todo momento su participación en esa acción. En 58 días será detenido, torturado, juzgado, sentenciado y fusilado. Ante el Tribunal Militar, afirma en el turno de última palabra: “En este consejo de guerra no sólo se me ha juzgado a mí, se ha juzgado también al País Vasco y a todos los pueblos de España”.

A Antonia María, su madre, sólo le permiten verle un momento tras el consejo de guerra sumarísimo. La madre le pregunta, ante las señales visibles de tortura:

 

-“Jon, ¿cómo tienes el cuerpo, mi niño, qué te han hecho?

Ama, venía uno a torturarme y ¿sabes lo que me decía? Vasco extremeño, qué duro eres, que no has dicho ni un nombre. ¿Yo, cómo iba a dar un nombre? Por mí no cayó ni uno. Pero no te apures porque tenga el cuerpo negro. Vas a perder un hijo, pero vas a ganar muchos en Euskadi”

 

Aquella noche Txiki no durmió. Ni lo hicieron tampoco el hermano y los abogados, que le acompañaron durante esas últimas horas y testimonian que el condenado mantuvo una enorme entereza. Lo relata Carlos Fonseca en “Mañana cuando me maten”, un libro que trata sobre las últimas ejecuciones del franquismo. A medianoche escribió su testamento dirigido “al pueblo vasco y a todos los pueblos de España”. En él abogaba por continuar la lucha hasta alcanzar el objetivo de una Euskadi libre y socialista, “único medio de terminar con la explotación del hombre por el hombre”. Opresión, explotación y pueblo son las palabras que palpitan en ese último aliento, ya ante los vertiginosos ojos de la muerte. El escrito termina con un “Viva la solidaridad de los pueblos oprimidos”.

El fallo es comunicado a los abogados a las cinco de la madrugada. A partir de ese momento tienen dos horas para alegar. Según Magda Oranich, una de las abogadas, dos de los cinco militares integrantes del consejo de guerra habrían votado en contra de la pena de muerte. Pero el crimen estaba temblando en un papel desde hacía ya más de un mes. Las alegaciones se presentan a las siete de la mañana, pero no sirve de nada. El pelotón de ejecución espera a Txiki, que ha reclamado no ser ajusticiado mediante garrote vil. Atado de pies y manos será fusilado delante de su hermano y de los abogados. En el anverso de una fotografía suya dedicada a sus hermanos pequeños ha dejado escrito. “Mañana, cuando yo muera, no me vengáis a llorar. Nunca estaré bajo tierra, soy viento de libertad”.

 

Que no nos cuenten más cuentos

 

Hasta aquí el recuerdo del crimen, de los crímenes. Aquellas condenas  ilegítimas no han sido revisadas ni anuladas, ni quienes las firmaron han respondido por ello. La amnesia inducida desde el poder se apresuraría a echar zahorra para esconder éste y otros muchos episodios sangrientos. Tocaba poner en pie el mito de la transición. “Todo proyecto político de país necesita de un mito fundacional que lo legitime”, afirma Juan Andrade. En los 80 se levantó una “identidad nacional renovada sobre dos bases: modernización económica y una identificación colectiva con la Transición”.

 

Tocaba amnesia y tocaba anestesia, el consenso, los padres de la patria, la movida. Rafael Chirbes lo expresaba con ironía: “Yo recuerdo irme a Marruecos en el 77 a trabajar y volver en el 79. Había dejado a mis amigos con la velita cantando La Estaca de Lluís Llach y cuando volví estaban metidos en La Movida cantando lo de mi chica en el hipermercado y el hombre lobo en París”. Y después, vino todo lo demás: el pacto entre los arribistas de ambos bandos, el rey bonachón que nos salva del golpe de Tejero, la OTAN de permanencia sí, el ingreso en la Unión Europea, el neoliberalismo como política intocable.

 

En los últimos años, otra vez se oye hablar de transición, de nueva transición. Y otra vez vuelve el miedo, aunque ahora lo que se agita no son los cuarteles sino la Bolsa y las agencias de calificación financieras. Y a ratos, parece que otra vez quisieran mecernos con cuentos, taponar el futuro con cuentos, sellarnos la boca y los ojos, otra vez, con cuentos.

¡Maldito baile de muertos, pólvora de la mañana! Hay que rescatar la memoria, que esta vez no venza el miedo.

Fuente: Kaosenlared

 

 

Así fueron los últimos fusilamientos de Franco dos meses antes de morir

 Por Luis Díez

Como si quisieran borrar de la faz de la tierra el escenario de los últimos fusilamientos ordenados por el dictador generalísimo Francisco Franco, echaron cemento y construyeron una alberca. Me asomé a verla una de las muchas veces que me tocó informar de los actos de interés público en la actual Academia de Ingenieros del Ejército y el Centro Internacional de Desminado, en ese paraje predregoso de Hoyo de Manzanares (Madrid). Contemplé las verdosas aguas del estanque, pobladas de renacuajos, y recordé la voz de José Antonio Nováis, entonces corresponsal de Le Monde en España: “Los trajeron sobre las nueve de la mañana en un furgón custodiado por una caravana de diez o quince coches de la Guardia Civil y los fusilaron a las diez. Desde la entrada, junto a la valla, oímos la descarga como si fuera un trallazo y, poco después, dos tiros más”. De aquellos fusilamientos del 27 de septiembre de 1975 −los últimos perpetrados por la dictadura franquista− se cumplen ahora 40 años.

A los miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) Ramón García Sanz, José Baena Alonso y José Luis Sánchez-Bravo los ejecutaron en la finca militar de Hoyo de Manzanares. Es un monte pedregoso, tupido de arbustos y matorrales, en cuya cima ordenó el dictador que le construyeran una residencia de fin de semana para cazar sin alejarse mucho del Pardo. Le construyeron una mansión digna del sanguinario conde Drácula; parecía inspirada en el relato de Bram Stoker y trasplantada de Transilvania. Desde hace décadas está abandonada y en ruinas.

Poco antes habían ejecutado a los miembros de ETA, también condenados por terrorismo por la justicia militar, Juan Paredes Txiki y Ángel Otaegui Echevarría. A Txiki no lo mataron a garrote vil, como disponía la sentencia, sino con armas de fuego. Lo fusilaron a las 8:30 junto al cementerio barcelonés de Sardanyola del Vallés. Su última voluntad fue pasar la noche con su hermano Mikel y su abogada Magda Oranich. A la misma hora mataron a Otaegi en el penal de Burgos.

Los jueces militares encomendaron a la Policía y la Guardia Civil la ejecución de las sentencias. El general José Vega Rodríguez, que había presidido el Consejo de Justicia Militar y dirigía la Guardia Civil, encargó los preparativos a su subordinado y responsable de combatir a los terroristas, José Antonio Sáenz de Santamaría, que se había significado en círculos militares por su opinión contraria a la pena de muerte.

Santamaría pidió voluntarios en la Compañía de Destinos, pero no se presentó ninguno. Según sus recuerdos, recogidos por Diego Carcedo en el libro El General que cambió de bando, se vio obligado a echar mano del orden regular de servicios para formar el pelotón de fusilamiento. Temía que se negaran, pero ninguno lo hizo. Para evitar cualquier parecido con la venganza, los mandos acordaron que la Policía Nacional ejecutase a los acusados de matar guardias y la Guardia Civil a los condenados por matar policía.

El curioso acuerdo hizo que a los condenados del FRAP los fusilaran los guardias civiles. Uno de los reos murió en el acto, pero los otros dos siguieron vivos tras la descarga de fusilería. Eso obligó al teniente que mandaba el pelotón de ejecución a ultimarlos con dos tiros de gracia en la cabeza. Unos días después, aquel teniente sufrió una crisis nerviosa que le mantuvo largo tiempo apartado del servicio.

Ni los tres mensajes del Papa, implorando clemencia al dictador, ni las protestas de cientos de intelectuales y de varios mandatarios extranjeros contra las ejecuciones sumarísimas consiguieron torcer la decisión del tirano, que se mantuvo fiel a sus métodos hasta el último momento y quiso proyectar su fuerza contra los ‘elementos subversivos’ con aquellos fusilamientos (los últimos de la dictadura). ¿Quién podía asegurar que el tirano no iba a emplear el Ejército contra el pueblo si proseguían las protestas y las demandas de democracia? Dicen que el miedo no cambia a la gente, pero acojona.

Los titulares de los periódicos −“Fusilados esta mañana”− causaron una profunda impresión y gran silencio interior. Se registraron algunos ‘saltos’ o conatos de manifestaciones en Madrid, Barcelona y el País Vasco. Como si algunos gobernantes de los países llamados civilizados hubieran recordado de repente el origen criminal del régimen español y la catadura moral del dictador, manifestaron su condena y repugnancia, y algunos retiraron a sus embajadores en Madrid. Luis Echevarría, presidente de México −el país que mantuvo su dignidad y no tuvo relaciones diplomáticas con la dictadura española−, reclamó la expulsión de la España franquista de la ONU. Algunas personalidades de la cultura viajaron a Madrid antes de las ejecuciones para pedir el indulto. Llegaron desde París Ives Montand, Regis Debray, Claud Jean Mauriac, Costa Gavras…, pero fueron expulsados nada más bajar del avión en el aeropuerto de Barajas.

La indignación por los fusilamientos estalló entre los miles de exiliados y emigrantes españoles. Con la solidaridad de muchos ciudadanos de los países de residencia, celebraron manifestaciones y concentraciones en las principales capitales de Europa y de América. En Lisboa asaltaron la Embajada española y pusieron en fuga al embajador franquista. En Holanda prendieron fuego a la sede diplomática. En París y en Utrech apedrearon las delegaciones. Las manifestaciones de repulsa se sucedieron en Roma, Bruselas, Berlín… En Nueva York, exiliados, inmigrantes y simpatizantes de la causa de la libertad en España organizaron una marcha por la Quinta Avenida en la que participaron varios miles de personas. La prensa española, aunque amordazada, recogía los ecos de las protestas.

Lo que más preocupaba al dictador y sus secuaces era la amenaza de la Comisión Europea de suspender la negociación sobre la rebaja de los aranceles, pues perjudicaba a los mercaderes de bienes y productos semielaborados. Éstos se enriquecían comprando a terceros y vendiendo al Mercado Común y a algunos industriales autóctonos que se forraban asimismo a costa de los míseros salarios que pagaban a los trabajadores y del trato preferente que recibían de los gobiernos comunitarios en materia arancelaria. Algunos dirigentes de las Cámaras de Comercio se atrevieron a pedir evolución y no involución. Pero quien más valor le echó y con mayor fundamento y credibilidad habló fue el presidente del Círculo de Economía, Joan Más Cantí. Aquel grupo formado por personas como Carlos Ferrer Salat, Carlos Güell, Arturo Suqué o Enrique Corominas y en el que el socialista Ernest Lluch con poco más de 20 años preparaba los comunicados, exigía nada más y nada menos que el fin de la dictadura y “un cambio democrático”.

Pero el régimen tenía sus armas y sus legiones de paniaguados, y respondió a las condenas de la comunidad internacional con una campaña de afirmación patriótica. “Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos DOS”, era el lema más imaginativo de apoyo al dictador. Los alcaldes emitieron bandos convocando una gran manifestación nacional contra “el enemigo exterior”. Gobernadores civiles y militares, ministros y subsecretarios sacaban pecho. Con el lema “consume nacional”, los sectores más reaccionarios del Movimiento Nacional (partido único) proponían la vuelta a la autarquía (y al hambre). La manifestación patriótica de apoyo al dictador llenó la Plaza de Oriente. Abundaban militares y funcionarios, gente con bigote reglamentario. Para propiciar la masiva demostración se decretó media jornada festiva. Cerraron los colegios, las oficinas, los comercios, los bancos… La multitud cantaba himnos patrióticos, coreaba marchas militares y voceaba consignas imperiales.

El dictador apareció a la hora convenida en el balcón principal del Palacio de Oriente, acompañado del entonces príncipe heredero Juan Carlos de Borbón. Unos tambores y cornetas impusieron silencio. “Españoles, españoles todos, gracias por vuestra inquebrantable adhesión y por la serena y viril manifestación pública que me ofrecéis en desagravio a las agresiones de que han sido objeto varias de nuestras representaciones y establecimientos en Europa, que nos demuestran una vez más lo que podemos esperar de determinados países corrompidos y aclara perfectamente su política constante contra nuestros intereses”. Se refirió a Portugal, “la nación hermana que se debate entre la anarquía y el caos”, y no olvidó la famosa “conspiración judeomasónica”. “Todo obedece −dijo− a una conspiración masónica izquierdista en la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social que a nosotros nos honra y a ellos les envilece”. Permaneció medio minuto escuchando a la masa que, brazo al frente, atronaba la atmósfera, y se retiró.

“Es una calavera con gafas”, dijo Nováis, lo cual era terrible, pues las calaveras nunca mueren. Mes y medio después, con la Marcha Verde de marroquíes avanzando para ocupar la provincia española del Sahara, el dictador la diñó.

Fuente: CuartoPoder

 

 

La verdadera historia de Al alba
de Luis Eduardo Aute

 

Al alba, pese al mito, en realidad es una canción de amor. El momento político y la evocación de la letra -que iba como anillo al dedo a los fusilamientos del franquismo- la terminaron convirtiendo "en un alegato contra la pena de muerte", pero no era eso lo que inicialmente pretendía su autor. Luis Eduardo Aute lo ha explicado en estos días de aniversario al programa La Ventana, de la Cadena Ser.

 

Al parecer, llevaba tiempo tratando de escribir una canción sobre los fusilamientos, "un poco a la manera de las pinturas de Juan Genovés, de masas huyendo", pero reconoce que no le salía, "me salía un panfleto o una descripción que no era lo que yo quería", confiesa. Aute pretendía cuajar una letra que pasase la censura, para que la gente pudiera cantarla, pero ante el fracaso, se puso a componer más canciones de amor. Al alba fue una de ellas, un tema "que en principio no tiene relación con los fusilamientos pero que parecía que ya estaba escrita" para ello, "que la canción que yo quería escribir salió sin yo buscarla".

 

Cuenta que, entonces, sus creaciones las cantaba Rosa León y que, cuando le presentó este tema, fue ella la que le dijo que parecía que relataba la historia de un fusilamiento al amanecer. Unas semanas más tarde, en un concierto, la cantautora dedicó la canción a los fusilados, "arriesgando la vida", en un momento en el que la dictadura moría pero sin languidecer. Este fue el resultado:

 

"La canción quedó vinculada a esos hechos y se ha convertido en un alegato contra la pena de muerte, que es lo que yo pretendía hacer con esa canción que no me salía", concluye Aute.

Al alba

 

Si te dijera, amor mío, 
que temo a la madrugada, 
no sé qué estrellas son estas 
que hieren como amenazas, 
ni sé qué sangra la luna 
al filo de su guadaña. 
Presiento que tras la noche 
vendrá la noche más larga, 
quiero que no me abandones 
amor mío, al alba.

Los hijos que no tuvimos 
se esconden en las cloacas, 
comen las últimas flores, 
parece que adivinaran 
que el día que se avecina 
viene con hambre atrasada. 
Presiento que tras la noche...

Miles de buitres callados 
van extendiendo sus alas, 
no te destroza, amor mío, 
esta silenciosa danza, 
maldito baile de muertos, 
pólvora de la mañana. 
Presiento que tras la noche...

 

 

 

 

Mañana cuando me maten

Rafael Guerrero

“Mañana cuando me maten” es la frase que da título al libro del periodista Carlos Fonseca sobre las últimas ejecuciones del franquismo (editado por La esfera de los libros), que se produjeron apenas dos meses antes de que el dictador muriera en la cama. El 27 de septiembre de 1975 eran fusilados simultáneamente a primera hora de la mañana en acuartelamientos militares de Madrid, Barcelona y Burgos cinco militantes antifranquistas del FRAP y de ETA que había sido condenados a muerte en consejos de guerra carentes de las más elementales garantías jurídicas, a quienes se arrancó la declaración de culpabilidad tras haber sido sometidos a torturas.

Cubierta del libro "Mañana cuando me maten" de Carlos Fonseca,
con la foto de Xosé Humberto Baena y su hermana Flor

Ahora se cumplen 40 años de aquellos últimos fusilamientos del franquismo, que levantaron una fuerte oleada de protestas por todo el mundo. Aquel 27 de septiembre pelotones de voluntarios formados por policías y guardias civiles fusilaron a Xosé Humberto Baena, José Luis Sánchez-Bravo, Ramón García Sanz (militantes del FRAP), Jon Paredes, Txiki, y Ángel Otaegui (de ETA).

 

Pese a generalizadas peticiones de clemencia llegadas de todo el mundo, incluida la del Papa Pablo VI, Franco no tuvo piedad de aquellos jóvenes para indultarlos, algo que sí había hecho con los 6 condenados a muerte del sonado proceso de Burgos contra ETA cinco años antes. Carlos Fonseca recupera este episodio histórico del tardofranquismo con el testimonio de protagonistas, familiares, amigos, abogados y compañeros de militancia, apoyándose asimismo documentación inédita que arroja luz sobre los pormenores que rodearon aquellas últimas penas de muerte en España. El autor del libro sostiene que “la decisión final sobre las penas de muerte fue arbitraria” tras haber buscado en la documentación alguna prueba demostrara lo contrario.

 

Los testimonios de familiares y testigos en las horas previas y posteriores a las ejecuciones constituyen unas de las aportaciones de mayor dramatismo del libro, como la de Victoria, hermana de José Luis Sánchez-Bravo -de 21 años que tenía a su mujer embarazada de tres meses- quien, tras escuchar las primeras descargas en el cuartel madrileño de Hoyo de Manzanares, vio aparecer riéndose a los integrantes de los pelotones de fusilamiento "como si vinieran de celebrar algo". O como la del fotógrafo catalán Gustavo Catalán Deus que vio congregados a un buen número de miembros de la Brigada Político Social "desde el famoso comisario Saturnino Yagüe a Billy el Niño, que se habían puesto corbatas de colores chillones para la ocasión".

 

Las cartas manuscritas por los condenados a muerte reproducidas en el libro resultan especialmente estremecedoras, como la del joven gallego Xosé Humberto Baena firmada horas antes de su fusilamiento y cuando aún no sabía si su padre llegaría a tiempo de abrazarlo aquella terrible madrugada y que da título al libro "Mañana cuando me maten".

 

Tan sólo cuatro días después de los fusilamientos, el régimen organizó un acto multitudinario en la Plaza de Oriente en un intento desesperado por reivindicar la plena vigencia de la dictadura en la que fue la última aparición pública de Franco, donde un jefe del Estado ya muy enfermo y deteriorado rechazó las protestas internacionales culpando de ellas a sus enemigos de siempre: el contubernio judeo-masónico y el comunismo internacional. Horas antes de su última arenga de Franco, aquel 1º de octubre de 1975, se dio a conocer un nuevo grupo terrorista, los GRAPO (Grupos Antifascistas Primero de Octubre), con el asesinato en Madrid de cuatro miembros de la Policía Armada. No obstante, las dos únicas dos mujeres que había entre los once condenados a muerte lograron salvar la vida porque estaban embarazadas, aunque posteriormente se supo que una de ellas solo tenía un retraso en la regla, circunstancia que le pudo salvar la vida. El testimonio de la que sí estaba realmente embarazada Concepción Tristán demuestra la plena vigencia de la tortura entonces como medio policial para extraer confesiones y apunta a uno de los agentes más conocido por esas prácticas, Billy el Niño, uno de los imputados por la jueza argentina María Servini en la única causa que se sigue en el mundo contra los crímenes del franquismo.

"Billy El Niño se puso como loco a golpearme"

Tras su atención en la calle, Tristán fue llevada a la Dirección General de Seguridad (DGS) en la Puerta del Sol y así relata su experiencia: “Me pasaron a una habitación y entre seis o siete me golpeaban en la espalda, en el cuello, la cara, los oídos (…), me hacían andar en cuclillas, me tumbaron en el suelo y con un palo me golpearon en la planta de los pies. Durante toda aquella noche se turnaron para pegarme y al amanecer me dejaron descansar allí mismo. Durante cinco días me torturaron casi de continuo. En una ocasión, Billy el Niño se puso como loco a golpearme con las manos, los pies, las rodillas y un social tuvo que sujetarlo y calmarlo porque me iba a matar (…) Estuve una semana sin poder andar y los mismos guardias tenían que llevarme en brazos al cuarto de baño. Al sexto día de estar en la DGS vino por primera vez el juez militar, a quien hice constar las torturas. Luego, ya en Yeserías, estuve nueve días incomunicada”.

"Me pasaron a una habitación y entre seis o siete me golpeaban en la espalda, en el cuello, la cara, los oídos..".

Tras las confesiones forzadas a base de violencia física y psicológica, los detenidos se retractaban ante los jueces y denunciaban las torturas y los prolongados procesos de incomunicación en celdas de castigo que padecían por parte de los funcionarios policiales, unas denuncian que caían sistemáticamente en saco roto. Máxime en unos juicios como estos últimos consejos de guerra de la dictadura que pretendían ser ejemplarizantes en un contexto en el que los sectores más recalcitrantes del búnker franquista impusieron su ley forzando condenas predeterminadas.

 

La suerte estaba echada para los acusados cuyos familiares y allegados políticos tuvieron problemas para encontrar abogados que ejercieran la defensa, ya que los letrados más habituados a defender a los opositores al régimen relacionados con los dos principales partidos de la izquierda aún clandestina no pudieron hacerse cargo del asunto. "PSOE y PCE prohibieron a sus abogados asumir la defensa, ya que eran contrarios a la lucha armada y temían que aquellos atentados podían provocar una involución del régimen que perpetuara el franquismo sin Franco", precisa Fonseca, aclarando que fueron letrados relacionados con partidos más a la izquierda como la ORT e independientes los que finalmente asumieron esa responsabilidad.

Las sentencias estaban decididas de antemano

 

Misión imposible era para aquellos letrados la tarea de contrarrestar los argumentos de los fiscales militares. Todos los intentos por demorar el desarrollo del juicio, desde el rechazo a la legitimidad del tribunal militar hasta cuestionar la veracidad de las confesiones arrancadas a golpes se vieron abocados al fracaso y en algunos casos tuvo que ser un defensor militar de oficio el que se hiciera cargo de su representación legal.

 

Según Carlos Fonseca en juicios como estos que se habían declarado sumarísimos, reduciendo a la mínima expresión las posibilidades de ejercer una defensa, lo de menos es profundizar en si aquellos militantes antifranquistas habían sido realmente autores de los hechos -atentados contra agentes del orden público- de los que se les acusaba, ya que desde una perspectiva democrática eran tribunales y procedimientos ilegítimos, como finalmente vendría a reconocer la Ley de Memoria Histórica de 2007. Pero hay más, ya que Fonseca aporta en su libro testimonios de abogados y familiares a los que al menos dos acusados confesaron que nada habían tenido que ver con los hechos.

 

El letrado Juan Aguirre se refiere a su defendido Ramón García Sanz, Pito, diciendo: "Tras las formalidades pudimos entrevistarnos por segunda vez con Pito. Estaba machacado a golpes y tenía el convencimiento de que los iban a matar, que la sentencia estaba decidida de antemano. Me aseguró que él no había participado en el atentado y que había firmado lo que la policía le puso delante". Por su parte, Mikel Paredes, hermano del etarra Txiki recuerda que un día antes del fusilamiento, este le confesó que no había participado en el atraco a un banco en el que fue abatido un policía. De nada sirvieron las alegaciones del abogado recordando que ningún testigo había visto a un joven muy bajito participando en aquel atraco. Al final, Juan Paredes Manot, Txiki, fue fusilado ante la horrorizada mirada de su hermano Mikel aquella mañana en Barcelona.

Policías riéndose con corbatas de colores para la ocasión

 

 

Franco y Juan Carlos
Plaza de Oriente
1º de octubre de 1975

 

Los testimonios de familiares y testigos en las horas previas y posteriores a las ejecuciones constituyen unas de las aportaciones de mayor dramatismo del libro, como la de Victoria, hermana de José Luis Sánchez-Bravo -de 21 años que tenía a su mujer embarazada de tres meses- quien, tras escuchar las primeras descargas en el cuartel madrileño de Hoyo de Manzanares, vio aparecer riéndose a los integrantes de los pelotones de fusilamiento "como si vinieran de celebrar algo". O como la del fotógrafo catalán Gustavo Catalán Deus que vio congregados a un buen número de miembros de la Brigada Político Social "desde el famoso comisario Saturnino Yagüe a Billy el Niño, que se habían puesto corbatas de colores chillones para la ocasión".

Las cartas manuscritas por los condenados a muerte reproducidas en el libro resultan especialmente estremecedoras, como la del joven gallego Xosé Humberto Baena firmada horas antes de su fusilamiento y cuando aún no sabía si su padre llegaría a tiempo de abrazarlo aquella terrible madrugada y que da título al libro "Mañana cuando me maten".

Tan sólo cuatro días después de los fusilamientos, el régimen organizó un acto multitudinario en la Plaza de Oriente en un intento desesperado por reivindicar la plena vigencia de la dictadura en la que fue la última aparición pública de Franco, donde un jefe del Estado ya muy enfermo y deteriorado rechazó las protestas internacionales culpando de ellas a sus enemigos de siempre: el contubernio judeo-masónico y el comunismo internacional. Horas antes de su última arenga de Franco, aquel 1º de octubre de 1975, se dio a conocer un nuevo grupo terrorista, los GRAPO (Grupos Antifascistas Primero de Octubre), con el asesinato en Madrid de cuatro miembros de la Policía Armada.

Fuente: Público

 

 

Septiembre de 75. Documental
Fusilamientos del franquismo.

 

 

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