El 12 de abril de 1931,
hace ahora 82 años, se celebraron en España elecciones municipales, que,
pese a los resultados globales, provocaron la caída de la monarquía y la
proclamación de la Segunda República española.
Las elecciones municipales
que se convocaron, con el objetivo de consolidar el sistema y conseguir
mayor apoyo popular, resultaron ser la perdición real. Se eligieron cerca
de ochenta mil concejales, estos eligieron a los alcaldes en 8.943
distritos. La monarquía era un símbolo de decadencia, y republicanos y
socialistas, decidieron convertir las elecciones municipales, en un
verdadero plebiscito, sobre la continuidad de la monarquía en España.
Previamente el 17 de
agosto de 1930, con el «El Pacto de San Sebastián», se había acordado la
estrategia de poner fin a la Monarquía representada por Alfonso XIII y
proclamar la Segunda República. En la reunión de San Sebastián estuvieron
presentes las siguientes organizaciones: Alianza Republicana, Partido
Radical Socialista, Derecha Liberal Republicana, Acción Catalana, Acción
Republicana de Cataluña, Estat Catalá, y la Federación Republicana
Gallega. Meses después el Partido Socialista Obrero Español y la Unión
General de Trabajadores, se sumaron al Pacto, con el propósito de
organizar una huelga general, que fuera acompañada de una insurrección
militar, que metiera a «la monarquía en los archivos de la historia» y
establecer «la República sobre la base de la soberanía nacional
representada en una Asamblea Constituyente».
La huelga general no llegó
a declararse y el pronunciamiento militar, la «Sublevación de Jaca»,
fracasó; siendo fusilados los capitanes sublevados: Galán y García
Hernández. Buena parte de los miembros del «Comité Revolucionario» fueron
encarcelados y otros huyeron del país. Pese a la represión ejercida, el
general Berenguer, para suavizar la situación y fortalecer la soberanía
que recaía conjuntamente en el rey y las Cortes, aplicó la Constitución de
1876 que reconocía las libertades de expresión, reunión y asociación.
Además pretendió convocar elecciones generales para el 1 de marzo de 1931.
Este plan no contó con el apoyo de los monárquicos del Partido Liberal y
Partido Conservador, partidos que se habían turnado en el poder durante
los últimos años.
El rey Alfonso XIII, cesa
al general Berenguer, al no contar con el mínimo apoyo y nombra nuevo
presidente del consejo de ministros al almirante Juan Bautista
Aznar-Cabañas, quién forma gobierno con viejos liberales y conservadores.
Una de sus primeras decisiones fue proponer un nuevo calendario electoral:
elecciones municipales el 12 de abril y posteriormente elecciones a Cortes
Constituyentes. Las elecciones del 12 de abril, suponían para la
monarquía, volver a la normalidad de antes de la dictadura de Primo de
Rivera. Para las fuerzas republicanas, significó una prueba de fuerza, una
consulta sobre la forma de Estado. Los resultados fueron un mazazo para
los monárquicos, que poco hicieron para evitar que Alfonso XIII perdiera
el trono.
Las candidaturas
«republicano-socialistas» obtuvieron el triunfo en 41 de las 50 capitales
de provincia. Los partidos monárquicos ganaron en 9: Cádiz, Palma de
Mallorca, Las Palmas, Burgos, Ávila, Soria, Lugo y Orense. La
participación ciudadana representó el 70% del electorado. Los monárquicos
consiguieron 40.324 concejales, frente a los 36.282 que obtuvieron los
republicanos y socialistas. Los comunistas consiguieron 67 concejales; los
diferentes partidos nacionalistas catalanes más de 4.000 y los
nacionalistas vascos 267.
Los partidos monárquicos
habían sido derrotados en los núcleos urbanos, y conseguido una victoria
clara en las zonas rurales. Pero todo fue en su contra. En definitiva, las
elecciones municipales, que se habían convocado para conocer el apoyo que
podría recibir la monarquía, resultaron ser un amplio plebiscito contra la
propia monarquía que las había convocado.
La ciudad de Éibar, el día
13, izó la bandera tricolor y al día siguiente en las principales
capitales españolas, donde las candidaturas republicanas habían conseguido
la mayoría. El 14 de abril, en la Puerta del Sol de Madrid, se proclamó la
Segunda República española. Desde ese mismo día, la derecha monárquica,
católica, cacique y terrateniente, se confabularon para derrocarla y no
pararon hasta que lo consiguieron; llevando a España a una de las mayores
tragedias de su historia.
Se adoptó como bandera la
tricolor; el Himno de Riego como himno oficial y como Presidente Niceto
Alcalá Zamora. Antonio Machado, poéticamente, daba así la bienvenida: «Con
las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la
primavera traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la
historia parecen fundirse en una clara leyenda anticipada o en un romance
infantil». Un proceso rápido, limpio, incruento e imprevisto, puso fin a
la llamada «Restauración Borbónica».
El diario monárquico ABC
publicó en su portada del día 17 de abril la declaración del rey: «Las
elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el
amor de mi pueblo... Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de
la conciencia colectiva, y mientras habla la nación, suspendo
deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España,
reconociéndola así como única señora de sus destinos…».
Con los resultados
municipales, vino el desconcierto para la clase política dirigente. El
almirante Aznar, entonces jefe del gobierno, declaraba ante la prensa:
«Qué quieren que les diga de un país que se acuesta monárquico y se
levanta republicano», mientras el ministro Romanones, proponían la
renuncia del rey y la calle vitoreaba a la República. Por su parte, el
comité revolucionario republicano, reunido en casa de Miguel Maura,
instaba al Gobierno a someterse a la «voluntad nacional» y convocar unas
elecciones a Cortes Constituyentes. Pero, como dijo el propio Maura: «fue
la calle la que se encargó, por si sola, de aclarar las cosas, marcando el
rumbo a los acontecimientos», y con ellos llegó la República.
Tras la renuncia del
gobierno, los miembros del Comité Revolucionario redactaron las actas del
nacimiento de la Segunda República, eligiendo a Niceto Alcalá Zamora como
Presidente del Gobierno provisional. En el Preámbulo del decreto de
nombramiento del presidente se dice: «El Gobierno provisional de la
República ha tomado el poder, sin tramitación y sin resistencia, ni
oposición protocolaria alguna; es el pueblo quien le ha elevado a la
posición en que se halla y es él quien en toda España rinde acatamiento e
inviste de autoridad». En virtud de este primer decreto, el presidente del
Gobierno asume la Jefatura del Estado «con el asentimiento expreso de que
las fuerzas políticas triunfantes y de la voluntad popular, conocedora,
antes de emitir su voto en las urnas, de la composición del Gobierno
provisional».
Los resultados habían
supuesto una estocada de muerte en todo lo alto de la monarquía y la
puntilla se la dio la guardia civil, al adherirse a la República su
director, el general Sanjurjo. Después todo se resolvió en un cuarto de
hora: el rey, en Cartagena, sale de España hacia el exilio (sin haber
abdicado formalmente) y en la Puerta del Sol, Alcalá Zamora, Lerroux,
Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Casares Quiroga, Miguel Maura, Álvaro
de Albornoz y Francisco Largo Caballero (algunos habían salido de la
cárcel ese mismo día), entran en el ministerio de la Gobernación y asumen
el poder, como nuevos ministros del gobierno provisional. Había nacido la
Segunda República.