A la hora de estudiar la historia
de España, es preciso tener en cuenta algunas de las
características orográficas y climáticas que han influido en
el desarrollo histórico español.
El carácter peninsular explica una historia condicionada por
el mar, del que han llegado grandes influencias e intercambios
culturales. Por otro lado, el aislamiento respecto al Norte de
Europa causado por
la frontera natural de los Pirineos,
en ocasiones ha contribuido a originar una relativa separación
entre la evolución en la península
ibérica y la del
resto de Europa.
Además, su situación geográfica ha constituido el eslabón que
une Europa y el Norte de África,
formando un nexo de interconexión entre los factores
histórico-culturales procedentes de los continentes africano y
europeo. Otro condicionante es la doble influencia atlántica y
mediterránea, que en distintas ocasiones hizo partícipe a la Península en
los fenómenos hegemónicos procedentes del este y del oeste.
En cuanto a la geografía interior, estuvo determinada por un
relieve complejo y un clima muy variable. La acción de los
ríos, más caudalosos que en la actualidad, produjo la creación
de terrazas fluviales que
propiciarían la habitabilidad del hombre. Además, se ha
demostrado que existió una actividad volcánica manifiesta,
especialmente en dos zonas: en la actual provincia de Ciudad
Real y en la de Gerona (La
Garrotxa), en las cuales todavía quedan restos.

Reconstrucción
de un mamut
En lo que a clima se
refiere, debió de cambiar al tiempo que se desarrollaban
alternativamente los cuatro periodos
glaciales y los
tres interglaciares. Aunque las glaciaciones fueron diferentes
entre sí, en general podría decirse que en la Meseta tendría
un clima más extremo y lluvioso que ahora, comparable al
existente en la Polonia o
la Rusia europea de nuestros días. La costa cantábrica era
mucho más fría y húmeda, similar al actual norte de Escocia,
y los pobladores de la zona andaluza gozarían de un clima algo
más frío que el presente sur de Francia. En los periodos
interglaciares, este último sería el clima de la costa
cantábrica, al tanto que en Andalucía sería
muy soleada y la zona levantina padecería un clima
subdesértico.
Si además tenemos en cuenta que la mayor actividad de los
habitantes de Iberia consistía en la caza, cabe mencionar los
cambios en la fauna ibérica en relación con los cambios
climatológicos. En los periodos glaciales los animales
característicos fueron el mamut,
el rinoceronte lanudo y
el reno, especies
procedentes del centro y norte de Europa y que buscaban la
relativa calidez de la Península y
cobijarse del frío. Durante los periodos interglaciares, el
elefante meridional, el elefante antiguo
y el rinoceronte de Merk fueron los animales más abundantes.
También existían otros animales que se mantuvieron
indiferentemente de los cambios climáticos como: osos, lobos, caballos,
bisontes, jabalíes, perros, ciervos y cabras.
Todos estos fenómenos han generado una variedad cultural,
formas de vida y mentalidades que explican la diferenciación
permanente de los distintos rincones del territorio.
La hominización es
el proceso evolutivo de la especie humana. Desde que
Darwin publicó El
origen de las especies en
1859, se han formulado diversas hipótesis, aunque hoy se sabe
que la evolución no ha seguido un desarrollo lineal, sino que
hubo variaciones continentales. La historia de la presencia
humana en la península
ibérica se remonta
a unos 800.000 años, tras el descubrimiento de uno de los
primeros antepasados de los seres humanos en el yacimiento de
la Gran Dolina en Atapuerca (Burgos)
y al que se le ha bautizado como Homo
antecessor. Además de en Atapuerca, se han encontrado
restos en Cúllar (Granada),
en la provincia de
Jaén y en la zona
del río
Manzanaresen Madrid.
Mucho más reciente es la presencia del hombre
de Neanderthal. Sus primeros restos, encontrados en Gibraltar,
han sido datados en unos 60.000 años atrás. Hace 40.000 años
aparecen los primeros restos en la península del Homo
sapiens.
El Paleolítico se
divide en tres etapas:
-
Paleolítico Inferior, del 1.500.000 al 100.000 a. C.
- Paleolítico Medio,
del 100.000 al 35.000 a. C.
- Paleolítico Superior,
del 35.000 al 10.000 a. C.
Paleolítico Inferior
Hasta hace poco, los arqueólogos databan la aparición del
hombre en Europa
en
torno a los 500.000 y 600.000 años. Pensaban que se agrupaba
en pequeñas hordas de cazadores pertenecientes a una variedad
del Homo
erectus. Los restos del Paleolítico
Inferior en la
península ibérica eran muy escasos, aunque se habían
encontrado piedras talladas de unos 500.000 años de
antigüedad. Sin embargo, los últimos descubrimientos
realizados en la Sierra
de Atapuerca, cercana a Burgos,
han cambiado totalmente los esquemas establecidos. En el año 1994,
en una prospección en la
sima llamada Gran
Dolina, aparecieron los restos de uno de los homínidos más
antiguos hallados en Europa,
cuya datación se sitúa en torno a los 780.000 años.
Los componentes del equipo de investigación de Atapuerca,
una vez analizadas las características de los restos
encontrados, llegaron a la conclusión de que era una especie
de homínido distinta
a la del Homo
erectus, más avanzada y con una capacidad
craneal cercana a
los 1.000 centímetros cúbicos. Gracias a ellos han propuesto
una nueva hipótesis de la evolución de la especie. Los
pobladores de Atapuerca corresponderían al denominado
Homo
antecessor, un eslabón intermedio entre el Homo
erectus y las
dos especies que, a partir del Pleistoceno Medio,
se expandieron por Asia y Europa, el Homo
neandertalensis y
el Homo sapiens.
La cultura de estos homínidos del Paleolítico Inferior sería
la característica de los cazadores-depredadores, agrupados en
pequeñas hordas, sin hábitat permanente, que acampaban en
lugares al aire libre en zonas cercanas a los ríos. Se han
hallado en toda la Península hachas bifaces correspondientes
a esta cultura, junto a restos de huesos de mamíferos de gran
tamaño. Los expertos creen que probablemente aprovechaban los
grandes animales muertos o bien los cazaban en grupo, mediante
acoso. Algunas evidencias en los huesos hallados en Atapuerca,
demuestran incluso que pudieron haber practicado el canibalismo.
Paleolítico Medio
Esta etapa, también llamada Musteriense,
está asociada en toda Europa al Homo
neanderthalensis o
simplemente neandertal.
Son homínidos que desarrollan su cultura desde hace 100.000
años hasta aproximadamente 35.000, coincidiendo en gran parte
con la glaciación
de Würn. Sin embargo no existe un límite concreto entre el
Paleolítico Inferior y el Paleolítico Medio ya que la especie
neandertal aparece en Europa por evolución autóctona. De
hecho, se han localizado en España diversos yacimientos con
una cultura Musteriense plenamente desarrollada ya en la glaciación
de Riss, esto es, hace unos 200.000 años (por ejemplo, la Cueva
de Las Grajas, en Archidona, Málaga).

Raedera, utilizada para
curtir pieles
Aunque hasta hace poco se ha considerado
esta especie como una evolución del Homo
erectus, según la hipótesis que plantea el equipo de
Atapuerca podrían constituir una evolución directa del Homo
heidelbergensis. De esta manera parecen mostrarlo los
restos de treinta y dos individuos encontrados en la Sima
de los Huesos, de la Sierra
de Atapuerca (datados
aproximadamente en 300.000 años), que presentan algunos rasgos
semejantes a los de los neandertales.
Está demostrada la presencia del Homo
neanderthal en
la península ibérica. Se han encontrado dos cráneos completos
en la zona de Gibraltar, numerosos restos óseos e incluso
algún diente en yacimientos situados en toda la Península. En
la Cueva de Nerja situada
en la localidad de Maro, municipio de Nerja (Málaga)
han sido datadas unas pinturas de focas que podrían ser la
primera obra de arte conocida de la historia de la humanidad,
con 42.000 años de antigüedad.1
Los neanderthales eran
cazadores y recolectores. Tenían una gran fuerza física y una
capacidad craneal similar a la del hombre actual. Se
caracterizaron por desarrollar una mayor variedad cultural que
sus antecesores, condicionada además por un clima más variable
cuyas oscilaciones térmicas les hicieron buscar refugio en
cuevas. Perfeccionaron algunas técnicas, como la caza de
animales mayores (caballos, renos, bisontes) y el
aprovechamiento de las pieles. Los utensilios de la cultura Musteriense eran
muy diversos y especializados. El interés por objetos
pintorescos y la práctica de enterramientos (Cueva
Morín) nos indica también la
existencia de las primeras creencias a algún culto espiritual.
Paleolítico Superior
Esta última
fase del Paleolítico se
desarrolla paralelamente en toda Europa desde
el 35.000 hasta el 8.000 a. C. Está asociada al Homo
sapiens u hombre
de Cromagnon, la especie homínida que sustituyó a los neanderthales,
con los que compartiría un antepasado común. Su cultura era la
más evolucionada: vivían al aire libre en cabañas o en cuevas,
sobre todo en las zonas frías. Seguramente fueron grupos
nómadas que ocupaban alternativamente zonas de caza. La gran
abundancia de yacimientos indica, por otra parte, un aumento
exponencial de la población, unido a una dieta más
diversificada y nutritiva, que incluía la pesca, la
recolección de frutos y marisqueo.
 |
Gran techo de la Cueva de Altamira |
La industria
lítica, de refinamiento y diversidad
de utensilios, se complementa con instrumentos de hueso, cuerno o marfil decorados
y bastante sofisticados, como los propulsores o los arpones.
También se percibe un importante avance en aspectos culturales
(objetos artísticos, adornos, pinturas, etc.) y espirituales
(enterramientos, ajuares funerarios, pequeñas esculturas,
etc.).
Los restos del Paleolítico
Superior se
concentran en dos grandes zonas en la Península. En la zona de
levante hay asentamientos que presentan unos rasgos muy
diferentes a los de otras regiones europeas. Entre los objetos
más originales encontrados están un tipo de puntas de flecha
con aletas y un pedúnculo para insertarlas en los mangos, y
unas extrañas placas pintadas.
En la zona de Cantabria se
encuentran los yacimientos más antiguos (unos 35.000 años de
antigüedad), aunque los restos más abundantes son los situados
al final del periodo, con el importante arte rupestre de las
grandes cuevas, paralelo al fenómeno francés. Entre este tipo
de manifestaciones artísticas destacan las pinturas de las
cuevas de El
Castillo, Altamira y Tito
Bustillo. Generalmente están
situadas en lugares poco accesibles y presentan a animales en
posiciones muy distintas, con mezcla de especies muy diversas
(bisontes, ciervos y caballos mayoritariamente), a muchas
veces superpuestas y con muestras de haber sido golpeadas.
Todas estas pruebas nos conducen, como hipótesis más
verosímil, a interpretarlas como pinturas mágicas, quizá de
aspecto religioso y espiritual, propiciatorias de la caza. En
muy pocas ocasiones se observan figuras humanas. Las
diferencias entre las pinturas
rupestres del
norte y de levante vienen marcadas por la influencia climática
y el régimen de vida de cada zona.
Entre el 9.000 y el 6.000 a. C., entre
el Paleolítico y el Neolítico, surge un periodo denominado Epipaleolítico,
fase de transición cuyas características son el calentamiento
climático, la diversificación económica (recolección de
frutos, caza menor, pesca, marisqueo, etc.) y una industria
lítica de pequeño tamaño (microlitos) adaptados a
mangos de madera y hueso, que demuestran una mentalidad más
práctica y una mayor especialización respecto sus antecesores.
Las zonas de poblamiento coinciden con las del Magdaleniense:
la zona cantábrica (cultura
asturiense), la zona
mediterránea y la zona costera portuguesa.
A partir del 6.000 a. C. comienza el Neolítico en
la Península. Al igual que en el resto de Europa, es sobre
todo un desarrollo procedente del exterior, principalmente de Oriente
Próximo, que irá penetrando hacia el
interior a través del mar Mediterráneo, entre el VI y IV
milenios, fusionándose con los rasgos autóctonos de cada
región. Durante el Neolítico surge la agricultura y la
ganadería, y con esta nueva economía la población comienza a
establecerse permanentemente en un lugar, se sedentarizan. En
la Península la ganadería fue la actividad predominante en la
mayor parte de las zonas, dadas las propicias condiciones del
terreno. Las diferentes tareas agrícolas y ganaderas
provocaron una mayor especialización y la división del
trabajo, y con ello las diferencias sociales. Se desarrollaron
útiles agrícolas, como las azadas, hoces y molinos de mano, y
adquirieron un gran desarrollo de los instrumentos de madera,
asta y hueso, pero sobre todo se extendió la cerámica, que fue
primordial para la conservación de los alimentos y su cocción.
En la primera fase del Neolítico, desde
el VI milenio adC, se desarrolla en la península la cultura
de la cerámica
cardial, caracterizada por
su decoración impresa mediante conchas de berberecho (cardium
edule). Se han encontrado yacimientos en Cataluña, Levante
y Andalucía. En ellos hay muestras de prácticas agrícolas,
aunque todavía predominaba la economía ganadera.
A partir del 4000 a. C. comienza una
segunda fase neolítica. Esta etapa fue la de la expansión por
el resto de la Península, con asentamientos en las dos
mesetas, en el valle
del Ebro y
el País
Vasco. Se desarrolla la cultura
de los sepulcros de fosa en Cataluña hasta
el sur de Francia, y se caracteriza por las tumbas
individuales con ajuar, cubiertas por enormes losas. También
poseían una técnica cerámica muy avanzada. En esta cultura
predominaba la agricultura, y los restos funerarios demuestran
que se trataba de una sociedad dividida en grupos sociales,
posiblemente a través del trabajo.
Más al sur, en torno al 3700 a. C.
aparece la cultura megalítica,
con presencia desde lo que sería hoy la zona de Almería,
haciendo un semicírculo hasta el norte de España en el sentido
de las agujas del reloj. Aparece la agricultura y
se reduce la actividad errante de las tribus.
La pintura
levantina es
característica del Neolítico peninsular. Está localizada en
abrigos rocosos de las sierras interiores, normalmente al
descubierto, y que representa escenas de grupos, con mucho
dinamismo y con figuras humanas estilizadas, reflejo de un
mayor grado de esquematización y abstracción que la pintura
cantábrica del Magdaleniense.
El
Calcolítico
El empleo de los metales supone un gran
avance en el marco cultural, en el ocaso de la época
neolítica. La utilización del cobre da nombre a la primera
fase de la llamada Edad
de los Metales: el Calcolítico o
la Edad del
Cobre.
Al Calcolítico se asocian dos culturas
en la Península. Entre los años 2.500 y el 1.800 a. C. surge
en la zona murciana y almeriense la Cultura
de los Millares, nombre del
principal yacimiento. Pertenecía a una sociedad densamente
poblada, con una agricultura de regadío más desarrollada. En
el poblado se pueden observar inmensas murallas y otras obras
de fortificación.
Otra cultura dentro de la Edad
del Cobre es
la Cultura
del vaso
campaniforme, desarrollada
entre el 2.200 y el 1.700 a. C., cuya principal característica
es su distribución por toda Europa. Hay una gran presencia de
cuencos y vasijas cerámicas con la forma de campana invertida
y una serie de objetos de ajuar de cobre en tumbas que
evidencian la existencia de élites sociales diferenciadas por
su nivel de riquezas. Se han encontrado restos en la
desembocadura del río Tajo,
en Portugal, Cataluña, Madrid (Ciempozuelos)
y el Guadalquivir.
En el centro peninsular hallamos también
la cultura de Las
Motillas, elevaciones defensivas
situadas en el entorno del Guadiana.
Sin embargo, el fenómeno cultural de más
importancia es el de los
monumentos
megalíticos. Son grandes
enterramientos colectivos, también comunes en el resto de
Europa y que aparecieron en la zona atlántica, relacionados
con el desarrollo de las creencias religiosas. Los monumentos
son muy diversos, desde el dolmen hasta
las tumbas de
corredor, construidas con enormes piedras y techadas
posteriormente con una gran losa plana, aunque a veces
preferían elementos más pequeños. Se encuentran por todo el
territorio peninsular, pero los más significativos se sitúan
en Andalucía oriental. Tienen su origen en el Neolítico, a
comienzos del cuarto milenio y se prolonga hasta mediados del
tercero, ya en la Edad del Bronce.
También comenzó el desarrollo de la cultura
talayótica hacia
el año 2.000 a. C. en las Islas
Baleares. Su nombre deriva de las
grandes torres defensivas, troncocónicas y construidas con
enormes piedras en torno las cuales se establecían los
poblados. Además, había otro tipo de monumentos llamados taulas,
que al parecer eran altares de sacrificio situados al aire
libre, de tres o cuatro metros de altura, de las que se
conservan una treintena en Menorca.
El tercer tipo de monumento caracterizado por su vastedad era
la naveta,
edificio rectangular terminado en ábside y
construido con grandes bloques de piedra, que servía como
lugar de enterramiento colectivo.
La Edad del
Bronce
Los intercambios en el mediterráneo
aproximan los descubrimientos desde oriente a occidente y a la
inversa. En Almería, Granada y Murcia se
desarrolla la cultura
de El
Argar. La ciudades
fortificadas son de planta rectangular, más grandes, y a su
alrededor se desarrolla una importante agricultura y
ganadería
junto
a la industria metalúrgica donde desempeñan un papel
fundamental el estaño,
el cobre,
la plata,
el oro y
las distintas aleaciones a las que dan lugar, por ejemplo, el bronce.
Aparece el poder político superior a los clanes y familias, y
cambia de manera brusca la organización social. Aquí se fija
la aparición de una vida urbana en un sentido más próximo a
nuestros días. El control de las materias primas es elemento
constitutivo de castas.
La Cultura del Argar tiene intensos
contactos, hacia el Guadiana,
con otras vecinas y coetáneas como la Cultura
del Bronce
Manchego, en Albacete y Ciudad
Real. En un principio se creyó que
no era más que una expresión diferente de la cultura argárica,
resultante de su expansión hacia el interior; pero actualmente
se tiende a caracterizarla como horizonte cultural
diferenciado aunque con fuertes relaciones con el Argar y el Bronce
Valenciano. Los asentamientos de
esta cultura suelen ser numerosos y, aunque dispersos y
extensivos dentro de un territorio, mantienen relaciones entre
sí creando agrupaciones de asentamientos. Los caracterizados
comomorras (en
Albacete) y motillas (en
Ciudad Real), fortalezas circulares dispuestas en anillos
concéntricos en torno a una gran torre central, constituyen
lugares de habitación sin parangón en el resto de la
Península. Son propios de esta cultura otros tipos de
asentamientos como los castellones,
los asentamientos en cuevas o
los llamados de fondos
de cabaña. Incluso existen algunos muy singulares, como el crannóg (especie
de palafito)
de El Acequión, que sugieren una gran versatilidad de esta
Cultura para adaptarse a las condiciones de habitabilidad más
dispares desarrollando diferentes soluciones. Constituye uno
de los substratos culturales indígenas sobre los que,
posteriormente, se desarrolló la Cultura
Ibera. La red de relaciones
y comunicaciones, creada por estos pueblos entre sí, se va a
mantener casi intacta hasta época romana.
Los contactos de la cultura Argárica
también se extienden hacia el
Guadalquivir, dando lugar más tarde a Tartessos.
Las penetraciones a través del Pirineo de otras culturas es
constante y durará centenares de años. El impacto de estas
migraciones es mayor en el interior y norte de la península
que todavía no tiene el desarrollo de la zona meridional. Los
nuevos pobladores son diestros en la explotación y fabricación
de instrumentos de hierro.
Las oleadas de inmigrantes se acercan por dos puntos: por las
actuales Navarra
y País
Vasco por
un lado, y por la zona oriental hasta Cataluña por otro. Traen
mejores técnicas agrícolas y ocupan los espacios de la Meseta
que son los que menos población tienen en esos momentos.
Usaron los yacimientos de hierro del norte de España, y
aplicaron la cultura cerealista y una ganadería extensiva.
Siendo dominantes en el centro y parte noroccidental de
España, lograron finalmente ser la clase dirigente en la zona
de norte del Mediterráneo español, mientras que las culturas
del sur y del sureste permanecieron más ajenas.
Hacia el final de este periodo
(1200-1000 a. C.) se extienden desde el otro lado de los Pirineos los
primeros asentamientos de la Cultura
de los Campos de Urnas.
La Edad del
Hierro
La Edad
del Hierro transcurre
desde el año 800 a. C. hasta
aproximadamente el comienzo de la conquista romana de Hispania,
en el 218 a. C. Esta
es la última etapa prehistórica que, en el territorio
peninsular, coincide con la colonización de los pueblos
mediterráneos (fenicios, griegos y cartagineses) y de los
pueblos del norte de Europa (los celtas,
aunque recientes estudios de Oxforddesvelan que
este pueblo podría ser autóctono de la Península2 ).
En el transcurso de esta etapa, se
mezclan los rasgos autóctonos de las culturas indígenas con la
influencia cultural llegada del exterior. Generalmente, no
existe una gran discontinuidad entre las culturas del Bronce y
las del Hierro; los restos arqueológicos nos hacen pensar en
una paulatina evolución, y solamente las aportaciones
tecnológicas y culturales externas provocaron una progresiva
diferenciación entre los pueblos mediterráneos, mucho más
avanzados, y las culturas del interior.
Los orígenes de la metalurgia del
hierro no son claros. Como en el caso del bronce, hubo una
elaboración rudimentaria de hierro meteórico, a la que
posteriormente siguió la del mineral de hierro propiamente
dicho, que debió de aparecer a mediados del II milenio ad C en
Asia Anterior, aunque otros estudiosos se decantan más por África.
De una manera práctica, el hierro no comenzó a trabajarse
hasta el año 1.200 a. C., y durante siglos todavía compartió
con el bronce (a veces más estimado) la primacía de material
para la fabricación de armas,
útiles y adornos.
La metalurgia del hierro tardó mucho
tiempo en descubrirse, pues aunque la materia abundaba en
muchas zonas, la elevada temperatura a la que se funde (unos
800ºC) determinó que sólo la casualidad hiciera posible el
hallazgo. Primeramente se tostaba en fuego de carbón y
luego se fundía en un pozo en el que habían colocado capas
alternas de carbón
vegetal y
hierro a las que se prendía fuego avivado mediante fuelles. Se
conseguían así lingotes de hierro puro que, tras un nuevo
calentamiento, eran golpeados con martillo para
separar la escoria y darles la forma deseada. Lamentablemente,
este método no podía proporcionar armas ni objetos tan
eficaces como los de bronce. Solo una verdadera
especialización hizo factible la mejora de la metalurgia del
hierro y su predominio sobre los antiguos artículos de bronce.
En la Península es prácticamente
imposible precisar la entrada del nuevo metal, principalmente
porque durante algunos siglos coexistió con el bronce. Es
posible que lo trajesen los fenicios al establecerse en la
península hacia el año 1.000 a. C., o bien los griegos, que
fundaron su primera colonia en este país, probablemente Rhodes
(Rosas, Gerona),
en el siglo
VIII a. C. Tampoco
hay que olvidar que a partir del 900 a. C. comenzaron
las oleadas célticas en la península, cuyo metal ya conocían,
además de ir armados con espadas, lanzas, escudos y cascos del
mismo.

Idiomas en la península ibérica alrededor del 300
a. C.
La protohistoria es
el periodo del que no hay fuentes
escritas directas
(es decir, producidas directamente por la sociedad
protohistórica), sino indirectas (es decir, producidas por
otra sociedad, una sociedad que ya ha llegado a una fase histórica,
en la que se producen documentos escritos). Tal fase
protohistórica, para la Península ibérica, se da en los
últimos siglos del II
milenio a. C. y
la mayor parte del I
milenio a. C.. La relación de los
denominados pueblos
colonizadores del Mediterráneo
oriental (griegos y
púnicos -fenicios y cartagineses)
fue muy intensa con el Mediterráneo
occidental, y en concreto con el "extremo
occidente" (la costa mediterránea
peninsular y las islas cercanas a esa costa; e incluso, en
mucha menor medida, las zonas exteriores al estrecho
de Gibraltar -costa
atlántica de la península ibérica y rutas atlánticas hacia el
sur, incluyendo las islas
Canarias, y el norte-).
Entre los textos protohistóricos más
importantes están, en hebreo, la
Biblia
(que
tiene algunas enigmáticas menciones que pueden localizarse en
España),4
y
en griego documentos como el Periplo
massaliota o
el Periplo
de Piteas. Los documentos de época
romana (en
latín o en griego) fueron ya mucho más abundantes.
Dado que fue la romanización el
proceso decisivo, se denominan pueblos
prerromanos a
los que se identifican como pueblos
indígenas de
la Península Ibérica anteriores a ese proceso. Los de la
denominada área
ibérica (sur y este peninsular)
fueron los que más intensamente habían recibido el impacto de
las colonizaciones griega y púnica, y son calificados como "preindoeuropeos".5
En
la zona suroccidental se produjo incluso el surgimiento (y
desaparición) de una entidad política de dimensión estatal: Tartessos.
Los pueblos de la denominada área
indoeuropea (centro,
oeste y norte peninsular) estaban más bien vinculados al
ámbito cultural centroeuropeo conocido como celta,
aunque entre ellos había un notable caso de pueblo
preindoeuropeo: losvascones
Tartessos
Tartessos es la cultura más antigua del
primer milenio adC. Sus límites geográficos se situaban entre
el sur de Portugal y
la desembocadura del Río
Segura. Parece que tenía dos centros
de irradiación política y cultural diferentes, uno al Oeste
situado en el valle del Guadalquivir, y otro al este, en la
ciudad de Mastia
Tarseion, presumiblemente Cartagena.
Lo poco que se conoce con certeza es debido a las fuentes
griegas y romanas, así como algunos hallazgos arqueológicos
que no guardan apenas relación con los testimonios escritos.
Alcanzaron cierta importancia, en un principio a través de una
economía ganadera y agraria y más adelante mediante la
explotación de las minas de la región. El auge de esta cultura
tuvo lugar entre los siglos IX y VII a. C., coincidiendo con
la etapa en que los fenicios se asentaron en factorías costeras para la adquisición de metales a cambio de productos
elaborados que eran adquiridos por la élite tartésica.
Estos intercambios contribuyeron al desarrollo de la sociedad
autóctona. Modificaron los ritos funerarios tartésicos y,
probablemente, acentuaron la estratificación social. Hay
pruebas que indican que la aristocracia tartésica explotó a la
población que trabajaba en las minas y en los campos en su
propio beneficio.
A partir del siglo VI a. C., Tartessos entra en una etapa de
decadencia. El motivo más plausible, aunque aún muy
controvertido, es el agotamiento de las vetas de mineral
aprovechables, que habría acabado con el comercio colonial
fenicio y habría llevado a las culturas nativas de nuevo a una
economía exclusivamente agrícola y ganadera.
Iberos

La Dama
de Elche
Los iberos se extendieron por toda el
área levantina, desde los
Pirineos
hasta Gades
(Cádiz),
aunque su zona de influencia abarcaba una importante franja
interior, desde el valle del Ebro hasta
el valle del Guadalquivir.
Fue una cultura homogénea, con influencias de los griegos y
cartagineses. Sus rasgos básicos, sin embargo, proceden de una
evolución autóctona de los pueblos del Bronce: poblados
fortificados de tamaño variable, desde ciudades a aldeas, a
menudo en colinas y elevaciones de terreno, vivían de una
economía agrícola y ganadera, aunque también del comercio con
productos artesanales y minerales que intercambiaban con los
comerciantes extranjeros.
Entre los siglos V y III a. C., los
distintos pueblos iberos adquirieron grados de desarrollo
social y político diversos. La mayor parte estaban dirigidos
por una aristocracia que controlaba la producción del
campesinado e imponía su dominio mediante la fuerza militar:
los ajuares funerarios, cargados de armas (la famosa falcata
ibérica) y de imágenes que
enardecían los valores guerreros, así nos lo demuestran. En
ciertos pueblos hubo líderes, quizá cercanos a la figura de un
rey. La conquista de cartagineses y romanos impidió su
desarrollo y sometió a todos ellos al dominio externo.
En el ámbito cultural, eran pueblos
avanzados, con una lengua propia aún sin descifrar, ritos
religiosos y funerarios característicos y, en determinadas
ciudades, un cierto desarrollo de la planificación urbana. De
las muestras artísticas que se conservan, destacan una serie
de esculturas, entre las que destacan la Dama
de Elche, la de Baza,
la del cerro de los Santos o la llamada Bicha
de Balazote, así como la célebre
falcata ibérica.
Celtíberos

Castro celta en
Galicia
Los celtíberos son, en realidad, un conjunto de pueblos que
habitaban ambas mesetas cuando se produjo la conquista romana.
Sus orígenes son inciertos, con restos arqueológicos muy
dispares y en ocasiones confusos. Eran pueblos con una
economía agraria, más bien pobre, que se agrupaban en
confederaciones de tipo tribal y con grupos aristocráticos. Se
establecían en poblados pequeños pero muy bien fortificados,
poseían una metalurgia del hierro avanzada y una artesanía
textil muy apreciada por los antiguos romanos.
A pesar de la apariencia defensiva que
presentaban sus asentamientos (por ejemplo, los castros gallegos),
no hay ninguna prueba concluyente que apoye la idea de que
hayan sido pueblos organizadamente beligerantes. Desde los lusitanos,
en el centro del actual Portugal, a los vascones,
en Navarra,
pasando por los galaicos, astures y cántabros,
que personifican la influencia del mundo atlántico del Hierro
en la Península.

Las colonizaciones en la península ibérica se limitaron,
fundamentalmente, a pequeños asentamientos muy escasos y
breves. Fenicios, griegos y cartagineses dieron mayor
importancia a comerciar y asegurarse el control de las
riquezas mineras para sus metrópolis, que de establecerse de
una forma estable en el territorio peninsular.
Fenicios
La aparición de las culturas del
occidente peninsular coincide hacia el siglo XII a. C. con la
expansión fenicia por todo el Mediterráneo. La presencia
fenicia está limitada a la costa de
Andalucía y
a una limitada zona de influencia interior y estuvo asociada
al pueblo de Tartessos.
A los fenicios se les atribuye la fundación de Gádes (actual Cádiz),
en una fecha un tanto controvertida que las fuentes griegas y
romanas remontan hacia el año 1100 a. C. Dicha ciudad habría
sido la principal fuente del comercio fenicio con Tartessos.
Aunque hay objetos más antiguos, sólo se
han encontrado asentamientos fenicios a partir del siglo
VIII a. C. en
las costas de Málaga, como la propia
Malaka
o
el Cerro
del Villar, y Granada. Eran
asentamientos comerciales que se empleaban para traficar con
los centros de producción de metales del interior de la
Península, aunque también es probable que también hayan
mantenido una economía agraria autosuficiente. Probablemente
fueron ellos quienes introdujeron la metalurgia del hierro,
bastante compleja, y el torno de alfarero.
Griegos
Respecto a los griegos, se han
encontrado bastantes objetos, principalmente vasijas cerámicas,
en el territorio de Tartessos, pero sólo a partir del siglo
VI a. C. son
lo suficientemente abundantes como para pensar que fueron los
propios griegos quienes los introdujeron, fundamentalmente a
través del puerto de Huelva.
Es posible que reemplazasen a los fenicios en esa tarea,
aprovechándose de su creciente decadencia.

Basílica paleocristiana en Ampurias
Se citan numerosas colonias griegas en
los textos, pero de la mayoría de ellas no se conserva resto
alguno. Es probable que se tratasen de enclaves iberos o
fenicios utilizados por los navegantes griegos para pernoctar,
aprovisionarse y comerciar con los pueblos indígenas del
interior, y a los que acabaron por dar sus propios nombres
griegos.
Los arqueólogos sitúan
la mayor parte de los enclaves en la costa de Alicante.
El único asentamiento seguro es el de Emporion (Ampurias),
en la costa de Gerona, fundada por los colonos procedentes de
la ciudad griega de Massalia (actual Marsella)
hacia el año 600 a. C. Muy
pronto se convirtió en una colonia rica y próspera, que
realizaba intercambios con el interior: los griegos
proporcionaban cerámicas, vino y aceite a cambio de sal,
esparto y telas de lino. Entre los siglos V y IV a. C. la
colonia aumentó de tamaño, se amuralló y se dotó de una zona
sagrada. Su convivencia con los iberos fue, hasta la época
romana, bastante pacífica.
La influencia del pueblo griego sobre las tribus iberas con
las que comerciaba es evidente, dados las muestras en el arte,
la lengua y los signos culturales que los iberos suministran.
Su situación de entendimiento entre ambos pueblos y el reino
de Tartessos favoreció una época dorada en la que se produjo
un proceso que se ha llamado de "mediterranización" de las
culturas indígenas peninsulares.
Cartagineses
La época de mayor presencia púnica en la península
ibérica transcurre
durante los siglos IX y III a. C. El pueblo cartaginés
sustituyó a los comerciantes fenicios y se instalaron en las
factorías comerciales costeras mediterráneas desde las que
controlaban los productos del interior, principalmente las
minas de Castuló (Linares),
mientras que dejaban su influencia sobre las culturas
ibéricas. Existen abundantes cerámicas, objetos funerarios y
restos de la influencia cultural cartaginesa, como el culto a
la diosa Tanit y
a otras divinidades púnicas en los antiguos asentamientos
fenicios, sobre todo en Baria (Almería)
y en Gades.
Según las fuentes clásicas, el general
cartaginés Asdrúbal
el Bello en
el año 227 a. C. fundó
la ciudad de Qart
Hadasht, actual Cartagena,
posiblemente sobre un anterior asentamiento tartésico
denominado Mastia
Tarseion. Cartagena fue amurallada y
reurbanizada y se convirtió en la principal base púnica de la
península ibérica.
Además cabe destacar la colonia de Ebusus (Ibiza),
enclave estratégico para el dominio naval de Cartago en
el Mediterráneo occidental.
La influencia cultural que pudo ejercer Cartago en
la Península parece escasa. Es posible que interviniesen en
los alfabetos tartesio e ibero, y ciertas mejoras en la
industria o en el cultivo.

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