Atentados del 11 de septiembre de 2001


 
 
   

Los atentados del 11 de septiembre de 2001, fueron una serie de atentados terroristas suicidas cometidos en los Estados Unidos por miembros de la red yihadista Al Qaeda, mediante el secuestro de aviones de línea para ser impactados contra varios objetivos, causando la muerte a cerca de 3000 personas, produciendo más de 6000 heridos, así como la destrucción del entorno del World Trade Center en Nueva York y graves daños en el Pentágono, en el Estado de Virginia, siendo el episodio que precedería a la guerra de Afganistán y a la adopción por el Gobierno estadounidense y sus aliados de la política denominada Guerra contra el terrorismo.

Los atentados fueron cometidos por diecinueve miembros de la red yihadista Al-Qaeda, divididos en cuatro grupos de secuestradores, cada uno de ellos con un terrorista piloto que se encargaría de pilotar el avión una vez ya reducida la tripulación de la cabina. Los aviones de los vuelos 11 de American Airlines y 175 de United Airlines fueron los primeros en ser secuestrados, siendo ambos estrellados contra las dos torres gemelas del World Trade Center, el primero contra la torre Norte y el segundo poco después contra la Sur, provocando que ambos rascacielos se derrumbaran en las dos horas siguientes.

El tercer avión secuestrado pertenecía al vuelo 77 de American Airlines y fue empleado para ser impactado contra una de las fachadas del Pentágono, en Virginia. El cuarto avión, perteneciente al vuelo 93 de United Airlines, no alcanzó ningún objetivo al resultar estrellado en campo abierto, cerca de Shanksville, en Pensilvania, tras perder el control en cabina como consecuencia del enfrentamiento de los pasajeros y tripulantes con el comando terrorista. Tendría como eventual objetivo el Capitolio de los Estados Unidos, ubicado en la ciudad de Washington.

Los atentados causaron más de 6000 heridos, la muerte de 2.973 personas y la desaparición de otras 24, resultando muertos igualmente los 19 terroristas.

Los atentados, que fueron condenados inmediatamente como horrendos ataques terroristas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se caracterizaron por el empleo de aviones comerciales como armamento, provocando una reacción de temor generalizado en todo el mundo y particularmente en los países occidentales, que alteró desde entonces las políticas internacionales de seguridad aérea.

 

 
 
 

 

Planificación de los atentados

La idea de los ataques con aviones suicidas vino de Khalid Sheikh Mohammed, quien se la presentó por primera vez a Osama Bin Laden en 1996, tras fracasar un gran proyecto similar abortado por la policía filipina en 1995 denominado "Operación Bojinka". En 1999 un grupo de musulmanes radicalizados que vivían en Hamburgo (Alemania) y a los que se apodó posteriormente como "Célula de Hamburgo" viajaron a Afganistán a recibir formación para luchar contra los rusos en la Segunda Guerra Chechena. En ese momento Bin Laden les captó, financió y formó en los siguientes meses para realizar operaciones suicidas con aviones contra edificios emblemáticos de EEUU.

El plan original era secuestrar 12 aviones de los cuales 11 serían estrellados contra los siguientes edificios: dos aviones contra las torres gemelas del World Trade Center, otro contra el Empire State Building (ambos ataques en Nueva York); otro contra el Pentágono (en Arlington); otro contra la Prudential Tower (en Boston); otros 2 contra la Casa Blanca y el Capitolio de los Estados Unidos en (Washington, DC); otro contra la Torre Sears (en Chicago); otro contra la U.S. Bank Tower (en Los Ángeles); otro contra la Pirámide Transamerica (en San Francisco); y por último otro avión contra el Columbia Center (en Seattle).

Posteriormente, debido a la cantidad de objetivos señalados se consideró una operación inabarcable y se redujeron los objetivos de 11 edificios a 5: las dos torres gemelas (que representaban la economía capitalista estadounidense y ya habían sufrido un atentado en 1993); el Pentágono (que representaba el poder militar); el Capitolio (que representaba el poder político) y la Casa Blanca (que representa el poder presidencial). Sin embargo, el quinto avión nunca fue secuestrado porque el piloto suicida que lo iba a dirigir (Zacarias Moussaoui) fue detenido por el FBI el 16 de agosto del 2001 por cargos de inmigración.

Alrededor de tres semanas antes de los ataques, los objetivos fueron asignados a cuatro equipos. El Capitolio tuvo como nombre en clave "La Facultad de Derecho". El Pentágono se denominó "La Facultad de Bellas Artes". El código del World Trade Center fue "La Facultad de Urbanismo".

 

 

Víctimas

Las muertes se contaron por miles, pereciendo exactamente 2992 personas, incluyendo 246 muertos en los cuatro aviones estrellados (ninguno de los ocupantes de los aviones secuestrados sobrevivió), 2602, en Nueva York, muertos tanto dentro de las torres gemelas como en la base de las mismas, y 125 muertos dentro del edificio del Péntagono. Entre las víctimas se contaban 343 bomberos del departamento de bomberos de Nueva York, 23 policías del departamento de policía de la ciudad y 37 policías de la autoridad portuaria de Nueva York y Nueva Jersey. A fecha de hoy, aún permanecen 24 personas más entre la lista de desaparecidos.

 

 

 

Los secuestradores

19 hombres árabes embarcaron en los cuatro aviones, cinco en cada uno, excepto el Vuelo 93 de United Airlines, que tuvo cuatro secuestradores. De los atacantes, 15 eran de Arabia Saudita, dos eran de los Emiratos Árabes Unidos, uno era de Egipto, y uno del Líbano. En general, eran gente con estudios y de familias acomodadas.

27 miembros de la organización terrorista Al-Qaeda, trataron de entrar en los Estados Unidos para tomar parte en el atentado. Finalmente, solo 19 participaron. Los otros ocho son llamados a menudo "el vigésimo secuestrador"

La implicación de AlQaeda

El FBI, trabajando junto el Departamento de Justicia de los Estados Unidos, identificó a 19 secuestradores fallecidos en apenas 72 horas. Pocos habían tratado de ocultar sus nombres o tarjetas de crédito, y eran casi los únicos pasajeros de origen árabe en los vuelos. Así, el FBI pudo determinar sus nombres y en muchos casos detalles, como la fecha de nacimiento, las residencias conocidas o posibles, el estado del visado, y la identidad específica de los sospechosos pilotos. El FBI publicó fotos de los 19 secuestradores, junto con la información sobre las posibles nacionalidades y sus apodos.

Las pesquisas del Gobierno de los Estados Unidos incluyeron la operación del FBI PENTTBOM, la mayor de la historia con más de 7000 agentes involucrados. Los resultados de esta determinaron que al-Qaeda y Osama bin Laden tenían la responsabilidad de los atentados. A idéntica conclusión llegaron los estudios encargados por el gobierno británico. Su declaración de una guerra santa contra los Estados Unidos, y una fatwa firmada por Bin Laden y otros llamando a matar a civiles estadounidenses en 1998 desde Afganistán, son consideradas por muchos como evidencia de su motivación para cometer estos actos.

El 16 de septiembre de 2001, Bin Laden negó cualquier participación en los atentados leyendo un comunicado que fue emitido por el canal de satélite catarí Al Jazeera y posteriormente emitido en numerosas cadenas estadounidenses:

"Insisto que no llevé a cabo este acto, que parece haber sido ejecutado por individuos con sus propios motivos." Osama bin Laden

Sin embargo, en noviembre de 2001, las fuerzas de los Estados Unidos encontraron una cinta de video casera de una casa destruida en Jalalabad, Afganistán, en donde Osama bin Laden habla con Khaled al-Harbi. En varias secciones de la cinta, como en el párrafo citado a continuación, Bin Laden reconoce haber planeado los ataques:

Nosotros calculamos por adelantado la cantidad de bajas del enemigo, que morirían debido a su ubicación en la torre. Nosotros calculamos que los pisos que debían ser embestidos eran tres o cuatro pisos. Yo era el más optimista de todos (inaudible) debido a mi experiencia en este campo. Yo pensaba que el fuego de la gasolina en el avión derretiría la estructura de hierro del edificio y solamente haría derrumbarse el área donde el avión chocara y los pisos por encima. Eso era todo lo que esperábamos.

El 27 de diciembre de 2001, se difundió otro vídeo de Bin Laden en el que afirma:

Occidente en general, y EEUU en particular, tienen un odio indecible por el islam... El terrorismo contra EEUU es benéfico y está justificado.

Poco antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2004, en un comunicado por video, Bin Laden reconoció públicamente la responsabilidad de al-Qaeda en los atentados de Estados Unidos, y admitió su implicación directa en los ataques. Dijo que los atentados se llevaron a cabo porque:...somos gente libre que no acepta injusticias, y queremos recuperar la libertad de nuestra nación.

En una cinta de audio transmitida en Al Jazeera el 21 de mayo de 2006, Bin Laden dijo que él dirigió personalmente a los 19 secuestradores.Otro video obtenido por Al Jazeera en septiembre de 2006 muestra Osama bin Laden con Ramzi Binalshibh, así como a dos secuestradores, Hamza al-Ghamdi y Wail al-Shehri, haciendo preparaciones para los atentados.

La Comisión Nacional sobre los Ataques Terroristas contra Estados Unidos fue formada por el gobierno de los Estados Unidos y es habitualmente conocida como Comisión 11-S. Publicó su informe el 22 de julio de 2004, concluyendo que los atentados estuvieron concebidos y llevados a cabo por miembros de al-Qaeda. En el informe de la Comisión se señala que:

Los conspiradores del 11-S gastaron finalmente entre $400.000 y $500.000 USD para planificar y conducir su ataque, pero que los orígenes específicos del dinero usado para ejecutar los ataques permanece desconocido.

El 11 de septiembre de 2007 Bin Laden emitió otro comunicado en el que decía: "Califico de héroes a los pilotos de los aviones"

 

Los grupos de apoyo dentro de Estados Unidos

Alrededor de 1.200 extranjeros han sido arrestados y encarcelados en secreto en relación con la investigación de los ataques del 11 de septiembre, aunque el gobierno no ha divulgado el número exacto.

Los métodos utilizados por el Estado para investigar y detener sospechosos han sido severamente criticados por organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch y jefes de gobierno como la canciller alemana Angela Merkel.

Hasta el momento el gobierno de Estados Unidos no ha hallado a ninguno de los partícipes de la conspiración que realizaron las operaciones en tierra.

 

Una célula de apoyo en España

El 26 de septiembre de 2005, la Audiencia Nacional de España dirigida por el juez Baltasar Garzón condenó a Abu Dahdah a 27 años de prisión por conspiración en los atentados del 11-S y por ser parte de la organización terrorista Al Qaeda. Al mismo tiempo, otros 17 miembros de Al Qaeda fueron condenados a penas de entre 6 y 12 años. El 16 de febrero de 2006, el Tribunal Supremo rebajó la pena a Abu Dahdah a 12 años porque consideró que su participación en la conspiración no estaba probada.

 

 

 

Sus motivos

Según las conclusiones de las investigaciones oficiales del gobierno estadounidenses, los ataques cumplían con la intención declarada de Al-Qaeda, expresada en la fatwa de 1998 de Osama bin Laden, Ayman al-Zawahiri, Abu-Yasir Rifa'i Ahmad Taha, Shaykh Mir Hamzah, y Fazlur Rahman (emir del Movimiento Yihadista de Bangladés, Fazlur Rahman).

La fatwa en la que se listan los tres "crímenes y pecados" cometidos por los estadounidenses en opinión de sus autores contenía los siguientes motivos de los ataques:

  • Apoyo militar de EE.UU. a Israel.

  • Ocupación militar de la península arábiga por EE.UU.

  • Agresión estadounidense contra el pueblo de Irak.

 

En la misma fatwa se estableció que los Estados Unidos:

  • Saquea los recursos de la Península arábiga.

  • Dicta la política a seguir a los gobernantes de dichos países.

  • Apoya a regímenes y monarquías abusivos que oprimen a su propia gente.

  • Tiene bases e instalaciones militares en la península arábiga, violando así su Tierra Santa, con el fin de atemorizar a los estados vecinos.

  • Intenta dividir a los estados árabes con la finalidad de debilitarlos como fuerza política.

  • Apoya a Israel, y desea distraer a la opinión mundial de la ocupación de los Territorios Palestinos.

La Primera Guerra del Golfo, el posterior embargo sobre Irak, y el bombardeo de este país por Estados Unidos son citadas en la fatwa de 1998 como prueba de esas alegaciones. Para desaprobación de musulmanes moderados, la fatwa cita textos islámicos como exhortación de la acción violenta contra militares y ciudadanos estadounidenses hasta que los agravios alegados se solucionen: estableciendo que "los ulemas" a lo largo de la historia han estado de acuerdo en que la Yihad es un deber individual si los enemigos destruyen los países musulmanes."

Declaraciones de Al Qaeda grabadas tras el 11 de septiembre confirmaron las suposiciones estadounidenses sobre la autoría. En un vídeo de 2004, aparentemente reconociendo la responsabilidad de los ataques, Bin Laden afirma que la Guerra del Líbano de 1982, de la que considera responsable a los Estados Unidos, le impulsó a desarrollar los atentados. En el vídeo, bin Laden también afirma que con ellos quería "restaurar la libertad de nuestra nación," para "castigar al agresor" e infligir daños en la economía estadounidense. Declaró que uno de los objetivos de su guerra santa era "desangrar Estados Unidos hasta la bancarrota". Bin Laden dijo también:

"Juramos que los estadounidenses no vivirán seguros hasta que vivamos en Palestina. Esto ha mostrado la realidad de los Estados Unidos, que pone los intereses de Israel por encima de los de su propia gente. Estados Unidos no obtendrá nada de esta crisis hasta que abandone la Península Arábiga y cese en su apoyo a Israel."

El informe de la Comisión del 11S determina que la animosidad contra los Estados Unidos de Khalid Shaikh Mohammed, principal arquitecto de los ataques, procedía "no de sus experiencias como estudiante, sino de su violento desacuerdo con la política exterior estadounidense en favor de Israel". Los mismos motivos se han imputado a los dos pilotos que se estrellaron en el WTC: Mohamed Atta, quien fue descrito por Ralph Bodenstein (compañero suyo de trabajo y viajes) como "principalmente imbuido por la protección de los Estados Unidos a las políticas israelís en la región". Marwan al-Shehhi se dice que explico su estado de ánimo con las palabras "¿cómo puede la gente reír cuando hay personas muriendo en Palestina?"

En contraste con estas conclusiones, la administración Bush redujo los motivos del ataque al "odio a la libertad y la democracia, ejemplificados por los Estados Unidos".

Según el experto antiterrorista Richard A. Clarke, los conflictos internos en el mundo musulmán son la causa de los atentados del 11 de septiembre. Específicamente, Bin Laden y otros residentes de y Egipto, creen que la mayoría de los gobiernos de Oriente Medio son apóstatas, que no siguen su modelo de piedad islámica, dado que ninguno es un califato. Inspirados por el teólogo egipcio Sayyid Qutb, Bin Laden y sus seguidores creen que es un deber para los musulmanes el establecer un califato en Oriente Medio.

Partiendo de esas creencias, Bin Laden diseñó un plan para establecer este califato, comenzando por un ataque a los Estados Unidos. Esto les provocaría a aumentar la presión militar y económica sobre Oriente Medio, uniendo así a todos los musulmanes. La oleada religiosa popular llevaría a los musulmanes conservadores a tomar el control.

De acuerdo con Michale Doran, esta meta queda demostrada por el frecuente uso de "espectacular" por Bin Laden en sus declaraciones. De acuerdo a su hipótesis, Bin Laden esperaba provocar una reacción visceral y emotiva de los Estados Unidos, con el fin de asegurarse una contrarrespuesta por los ciudadanos árabes.

 

 

Las teorías conspirativas

Muchas personas creen en fabulaciones, hipótesis descabelladas o interpretaciones sin pruebas para explicarse diferentes acontecimientos históricos. José María Martínez Selva, catedrático de Psicobiología, estudia algunas de ellas en 'La gran mentira', del que se reproduce un fragmento

Las teorías conspirativas han florecido sobre los tristes sucesos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Ambos atentados terroristas han sido actos de guerra en tiempo de paz que han sobrecogido a la mayoría de la humanidad. Han acentuado la eterna sensación de desamparo del ser humano, de falta de control sobre lo que ocurre a su alrededor.

Alrededor de los atentados la cosecha conspirativa es fecunda. Casi la mitad de los habitantes de la ciudad de Nueva York cree que altos cargos de la Administración de Bush conocían los ataques terroristas con antelación y que deliberadamente no reaccionaron ante ellos. Para estudiar lo que ocurrió y evitar posibles atentados se constituyó una comisión independiente, formada por republicanos y demócratas, por decisión del Congreso de Estados Unidos. Su informe se hizo público en julio de 2004. Sin embargo, sólo un tercio de los estadounidenses considera que la comisión oficial respondió adecuadamente a todas las cuestiones relevantes acerca de los trágicos sucesos. Una encuesta de agosto de 2004 reveló que el 66% de los neoyorquinos quería una investigación independiente, a cargo del Congreso y del fiscal general de Nueva York, sobre las preguntas sin responder acerca del atentado. La desconfianza hacia el trabajo de la comisión oficial que investigó los atentados es notoria.

Los principales argumentos que defienden las teorías conspirativas (11-S) son que el terrorismo musulmán no fue el culpable y que, si fue realmente así, la actuación del Gobierno estadounidense facilitó la ejecución de los atentados. Entre otras cosas (consúltese por ejemplo www.911truth.org) se asegura lo siguiente:

-No está explicado el hundimiento de las Torres Gemelas del World Trade Center. Se asegura, sin pruebas, que se debió a una demolición controlada. (...)

-El edificio número 7 del complejo del World Trade Center se derrumbó sin que ningún avión hubiera impactado en él. El hecho de que algunas agencias federales (incluyendo al parecer al FBI, la CIA y la agencia de la recaudación de impuestos) tuvieran oficinas en él, acentúa el carácter sospechoso del derrumbe. (...)

-El avión que impactó en el Pentágono parecía más bien un misil. La teoría dice que el Pentágono se disparó a sí mismo. La verdad es que el vídeo oficial emitido en televisión no ayuda mucho a entender qué pasó. (...)

-Existencia de fallos de seguridad, ya que ningún caza salió a interceptar los aviones secuestrados. En realidad, sí salieron pero no sabían adónde dirigirse ni recibieron órdenes concretas de interceptación. (...)

(...) Una creencia muy extendida en Estados Unidos y en el resto del mundo, principalmente entre personas de ideología izquierdista, es que el presidente Bush conocía de antemano los ataques del 11-S. (...) Otro de los argumentos relaciona a Bush con un hermano de Osama Bin Laden. La relación procede de los negocios petroleros de G. W Bush, propietario de la empresa Arbusto Energía, que fue absorbida por Harten Energy, que contaba entre sus socios a Saled Bin Laden, uno de los numerosos hermanos de Osama.

(...) Se produjeron transacciones financieras sospechosas días antes de los atentados que afectaban a compañías aéreas implicadas o a empresas con sede en las torres. La comisión oficial concluyó que estas transacciones no eran relevantes.

Es llamativa la teoría antisemita que defiende, por supuesto sin pruebas, que el servicio secreto israelí, el Mosad, fue el autor de los atentados. Se asegura que miles de trabajadores judíos de las torres se ausentaron ese día del trabajo. El hecho es que no menos de cuatrocientos judíos perecieron en el atentado y la proporción de israelitas fallecidos era la que corresponde a la de la ciudad de Nueva York. Otra versión es que el Mosad investigó a los terroristas y pasó la información a los estadounidenses, pero éstos no hicieron nada. La comisión oficial afirmó que el Gobierno no había recibido buena información ni asesoramiento adecuado por parte de la CIA y del FBI, lo que se añade a la ya larga lista de fracasos de la CIA.

Uno de los aspectos que la comisión dejó claro, y el que más debería avergonzar al Gobierno estadounidense y a sus servicios de seguridad, es que sí hubo numerosos avisos previos de la posibilidad de atentados, haciendo referencia específica al uso de aviones, así como al entrenamiento de terroristas como pilotos. Las explicaciones no parecen suficientes ni políticamente aceptables. Por ejemplo, el argumento de la existencia de miles de alarmas semejantes y la descoordinación entre los servicios de seguridad e inteligencia. La falta de respuesta facilitó la comisión de los atentados. No es menos cierto que es difícil responder a múltiples alarmas. La respuesta exagerada molesta a la población, como se vio después cuando en los años siguientes a los atentados el Gobierno estadounidense lanzó una serie de alarmas sobre posibles ataques terroristas inminentes, que terminaron en nada y causaron muchas molestias a la población. Estas alertas, afortunadamente fallidas, fueron seguidas de una buena cantidad de chistes y burlas hacia las autoridades antiterroristas por parte delestablishment liberal. Es fácil hablar a posteriori sobre las decisiones de otros. El rechazo a las medidas preventivas (por supuesto, cuando no pasa nada) puede deberse a lo impreciso de la amenaza. A las personas no les gusta que las avisen de un peligro, del que desconocen su naturaleza. No estamos preparados ni biológica ni psicológicamente para amenazas desconocidas. (...)

Una refutación punto por punto, hecha por reconocidos especialistas, de los principales argumentos defendidos por las teorías de la conspiración del 11-S puede consultarse en www.popularmechanics.com.

(...) El trágico atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid fue un mazazo a toda la sociedad española y tuvo como repercusión la derrota del Partido Popular (PP) en las elecciones que se celebraron varios días después. Algunos medios de comunicación, en particular el diario El Mundo, y parte del PP alimentaron durante años la existencia de una conspiración que incluía como participantes en los hechos a la banda terrorista vasca ETA y, posiblemente, a los servicios secretos marroquíes. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), principal beneficiario político, habría actuado para encubrir estos hechos en connivencia con algunos policías.

Esta teoría conspirativa se ha alimentado, como muchas otras, de datos reales pero insuficientes: errores, coincidencias, aspectos no aclarados y la aparente incompatibilidad de todo ello con la explicación y versión oficiales. Los elementos principales de la teoría conspirativa del 11-M eran los siguientes:

-La organización terrorista ETA, los servicios secretos marroquíes o ambos estaban detrás de los atentados. Se trataría de una confluencia de intereses entre terroristas y servicios secretos. (...)

-El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que ganó las elecciones en buena medida por el atentado y la actuación del Gobierno del Partido Popular, sabía lo que ocurría de verdad y obstaculizó la investigación, que podía haber ido más allá indagando "otras" vías. (...)

-Miembros de la policía colaboraron en el encubrimiento de los verdaderos culpables, destruyeron u ocultaron pruebas importantes e incluso fabricaron pruebas falsas (como una mochila o la aparición extemporánea de un coche presuntamente utilizado por los terroristas). (...)

-La policía y los servicios de información sabían que se estaba preparando algo. La mayor parte de los imputados eran confidentes policiales, al menos en asuntos de drogas. (...)

-No se sabe quién planificó y organizó los atentados. No parece que fueran los autores ni los procesados ni quienes se inmolaron semanas después del atentado, cuando fueron descubiertos y cercados por la policía. (...)

La investigación policial, más que mejorable, no pudo responder a todas las preguntas. Los autores materiales estaban relacionados con Al Qaeda, pero sin que pudiera establecerse un nexo contundente con dicha organización. Ningún dato implicaba o apuntaba al terrorismo nacionalista vasco.

La sentencia judicial redujo prácticamente a la nada la teoría conspirativa. A lo más, arrojó dudas sobre las actuaciones policiales. Los indicios, algunos de ellos circunstanciales, simples coincidencias, incongruencias menores entre las declaraciones policiales, explicables por el ajetreo del momento. La sentencia destaca la ausencia de una prueba contundente, el llamado smoking gun o cañón humeante, que pudiera llevar a otra avenida de investigación. La coincidencia más importante entre la sentencia y la teoría conspirativa era que no se sabe a ciencia cierta quién planificó y organizó los atentados. (...)

(...) Puede establecerse un paralelismo estructural entre las teorías conspirativas de ambos atentados a partir de su tratamiento por la prensa. Por una parte, tenemos las hipótesis de los periodistas del Proyecto Censurado, conocidos por su profesionalidad, sus ideas izquierdistas y su oposición tanto al Gobierno de Bush como a los grandes grupos de comunicación que defienden la versión oficial. Por otra, los periodistas del diario El Mundo, conocidos por su desconfianza hacia la versión oficial y sus posiciones más cerca de la derecha y opuestas al Gobierno socialista.

En ambos casos se rechaza la versión oficial. En el caso del 11-S se asegura que posiblemente se trata de una tapadera del fracaso en prevenir los atentados: "La existencia de todas estas advertencias sugiere, por lo menos, que las autoridades del Gobierno de Estados Unidos sabían que los atentados se iban a producir y permitieron deliberadamente que sucedieran" (Philips y Project Censored, 2005, página 146).

En la versión estadounidense, los periodistas de Censurado no llevan a cabo ninguna indagación propia sino que reclaman una investigación independiente. En España, los periodistas investigaron, pero no pidieron ninguna comisión independiente, posiblemente por falta de confianza en las instituciones.

En ambos casos se asegura que el Gobierno conocía los atentados con anterioridad, incluso que podría haberlos facilitado y que no se actuó. Debe apuntarse que en el caso español el ataque no va contra el Gobierno, sino contra el partido socialista, entonces en la oposición, que habría tapado los hechos cuando llegó al poder.

En ambos casos había anuncios previos de que algo podía ocurrir. En el atentado contra las Torres Gemelas existe abundante documentación de los avisos previos procedentes de los propios servicios de inteligencia y de otros países acerca de la posibilidad de atentados terroristas. En España existían previamente amenazas directas y explícitas por parte de Osama Bin Laden, incluyendo los atentados previos de Casablanca. (...)

En ambos casos se quejan de la destrucción precipitada de pruebas que habría impedido avanzar más en la investigación. Lo que tampoco es prueba directa de nada y acusa, en cambio, a los técnicos policiales.

(...) El aspecto instrumental hermana las dos teorías: atacar al Gobierno y a las poderosas agencias de seguridad (11-S), lo que atrae la simpatía hacia la mentira del débil, y atacar a la oposición ideológica y política (11-M) que alcanzó el poder, en parte gracias al atentado y a la gestión de la comunicación del Gobierno en ese momento. En ambos casos, la fuerza motriz de la teoría conspirativa era tanto descubrir la verdad como utilizarla para atacar al Gobierno. (...)

En general, los periodistas coinciden en que el Gobierno estaba al tanto y no lo impidió y ocultan la verdad sobre lo que pasó. Pero, pruebas, lo que se dice pruebas, muy pocas o más bien ninguna. Viene al caso señalar la distinción entre "indicio" y "prueba". El indicio señala una posible línea de investigación, apunta a un posible autor o descarta la participación de alguien. Se deben explorar hasta donde sea razonable. La prueba, por su parte, es clara, inequívoca y señala sin duda al autor, cómplice, o aspecto relevante del crimen sin la más mínima duda. Un juez, y hasta cierto punto un periodista, es un arqueólogo de la verdad que debe establecer, a partir de las pruebas disponibles, qué sucedió. La sentencia judicial es siempre razonada y se basa en lo probado, en la legislación y la jurisprudencia. (...)

El periodista que defiende una teoría conspirativa actúa contra natura: está enfrentado consigo mismo. Los avances en su investigación, en el mejor de los casos, proporcionan datos, hechos o información relevante que destruyen la ocultación y el misterio encerrado en la teoría conspirativa. La analogía del mito revela que el papel natural del periodista es más bien otro: descubrir y divulgar la verdad. Por ello, al tiempo que destruye el mito, se convierte en actor o protagonista de otro: la gesta de desvelar lo oculto, lo misterioso y lejano, y de su difusión. (...) La labor del periodista avezado es en sí misma un mitema. En cambio, el periodista creador o propalador de conspiraciones se acerca al fabulador, al mal literato que vende la ficción como realidad, con la salvedad expuesta antes de que lo haga en el empeño de descubrir la verdad. Pero la tentación es muy grande. ¿Quién querrá escribir una noticia efímera, que se olvida en días, meses (raramente) o años (como mucho), cuando existe la posibilidad de crear un mito que acompañará a generaciones tras generaciones, que se convertirá en tradición oral y que a todos les gusta narrar o escenificar?

José María Martínez Selva

 

 

 

“El 11-S es un regalo. Vamos a sacar todo el dinero que podamos”

‘A Good American’, del director austriaco Friedrich Moser, revela la siniestra historia de cómo la codicia de los mandatarios americanos impidió que se abortaran los atentados del 11-S y los posteriores ataques terroristas sucedidos en el mundo.

BEGOÑA PIÑA

 

Cerca de 3.000 muertos y 6.000 heridos en los atentados del 11-S en 2001 en Nueva York. 190 personas perdieron la vida el 11-M en 2004 en Madrid. 56 fallecidos y 700 heridos fue el resultado de los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres. Y muchísimas más víctimas por atentados en Bali, Bagdad, Rusia, Egipto, Jordania, Bombay, Karachi, Nairobi, Peshawar, Yemen, Túnez, Ankara, Beirut, París… Prácticamente todas ellas hubieran salvado sus vidas si la codicia y la arrogancia americanas no se hubieran interpuesto. “El 11-S se podía haber evitado”, asegura Diane Roark, supervisora de la Agencia Nacional de Seguridad de EE.UU. para la Comisión de Seguridad hasta 2002. Es una devastadora declaración, una de muchas otras también desoladoras que se escuchan en la película documental ‘A Good American’, dirigida por el austriaco Friedrich Moser.

 

Ganadora de premios en festivales de todo el planeta, desde Nueva York, pasando por Rotterdam y Bélgica hasta Dinamarca, la película cuenta una de las historias más siniestras de los últimos tiempos. Un equipo de científicos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE.UU. tenía en sus manos el sistema para obtener información de las personas o grupos sospechosos de terrorismo en el mundo entero, en el que se incorporaba además la herramienta para proteger la privacidad del resto de ciudadanos. Fue desestimado. Era demasiado barato. Con otro método encargado a una agencia privada, el Congreso ‘soltaría’ mucho más dinero y habría para repartir entre todos. Cuando se produjeron los atetados del 11-S y se miraron los datos recogidos en el primero, Thin Thread, se descubrió que todo estaba allí. El plan terrorista se podía haber impedido.

 

"Todos están implicados"

 

“Todos están implicados. Habría que incluir a Bush, a Obama y a sus vicepresidentes, a los comités de inteligencia y directivos de la NSA, la CIA y el FBI de ambas administraciones. Se encubren unos a otros", dijo recientemente en un festival de cine documental William Binney, ex director técnico de la NSA hasta su renuncia en octubre de 2001. Este hombre, uno de los mejores matemáticos del mundo, es el principal personaje de esta película, en la que se denuncia con detalle lo ocurrido junto a la mencionada Diane Roark, Thomas Andrews Drake, ex director ejecutivo de la NSA; Ed Loomis, científico de la computación, y Kirk Wiebe, analista jefe de la Agencia.

 

La grabación sobre fondo negro de un mensaje de despedida enviado por una mujer a su marido desde el avión secuestrado arranca un relato espeluznante, en el que lo siguiente es escuchar a Bill Binney diciendo: “Es asqueroso que dejáramos que aquello pasara” y a la abogada de todo el caso explicando que lo primero que éste le dijo fue que quería dejar claro que no se iba a suicidar, “de modo que si pasaba algo…”

 

El pasado de Binney como descifrador de códigos y descubridor de patrones de las comunicaciones –se equivocó solo en una hora en la invasión de Checoslovaquia por parte de las tropas de la URSS- es apabullante. Lo mismo que el resto de su carrera en la Agencia de Seguridad Nacional, a la que él llegó en plena revolución digital. “Estábamos muy mal preparados para la era digital. Pero la dirección pensaba que eran los mejores”, recuerda Diane Roark, que da paso al propio Binney recordando cómo en la NSA le boicoteaban los agentes pensando que perderían sus trabajos si sus sistemas informáticos funcionaban.

 

"Era como la Stasi o la KGB con esteroides"

 

Un día, en 1983, por fin llegó un ordenador a su mesa, antiguo y de escasa capacidad, pero suficiente para que el matemático solucionara los escollos que quedaban por resolver. Destinado en 1997 con su equipo de confianza al Centro de Análisis de Señales de Inteligencia (SARC), comenzó la labor. “En la NSA estaban atrasadísimos, se planteaban no dejar internet a los empleados”, dice. Mientras, ellos ya habían localizado el teléfono de Bin Laden y controlaban sus movimientos. “Nos dimos cuenta de que con lo que teníamos, el acceso a las conexiones entre millones de puntos de información invadíamos la privacidad de la gente. Simplemente no era compatible con la democracia. Era como la Stasi o la KGB con esteroides”. Así que inventaron la herramienta para salvaguardar la privacidad de los no sospechosos.

 

"Desmantelad todo el programa"

 

Entonces nombraron director de la NSA al general Michael Hayden que al enterarse de estos avances preguntó a Binney ¿qué haría con 1.200 millones de dólares? y él contestó que solo necesitaba 300. Demasiado barato. Encargaron a una privada formada por ex agentes de la NSA otro sistema de información, el Traiblazer, que nunca pasó de ser una presentación de Power Point y que costó entre 4.000 y 7.000 millones de dólares. Hayden, que se hizo multimillonario, se preocupó de mantener la información de ThinThread lejos del Congreso y amonestó al equipo.

 

En agosto de 2001, tras muchos esfuerzos inútiles, la tercera en la cadena de mando de la Agencia, Maureen Baginski, les comunicó que se cerraba Thinthread. Tres semanas después sucedió el ataque a las Torres Gemelas. Sam Visner, segundo de la NSA, dijo al presidente de la empresa que trabajaba con el equipo de Binney: “No avergüences a grandes empresas. Haz tu parte y tendrás tu parte. Hay para todos”.

 

“El 11-S es un regalo para la NSA. Vamos a sacar todo el dinero que podamos”, soltó ante muchas personas Maure en Baginski. “Era repugnante”, asegura Binney, que supo que debía abandonar cuando se enteró de que la agencia utilizaba su software eliminado los algoritmos para proteger la privacidad de la población. Pero entonces vieron también que en esa base de datos había información absolutamente esencial sobre Al Qaeda, con teléfonos, horarios, viajes, información sobre parte del plan del 11-S que no les funcionó. La reacción fue tajante:

 

“Desmantelad todo el programa”.

 

Después vino el famoso “debemos ir al lado oscuro” de Chenney, la ampliación de los sistemas de vigilancia en todo el mundo… y ni un solo ataque terrorista abortado. Hoy los parlamentos de medio planeta se dividen entre la codicia y los que pretenden seguridad sin violación de privacidad. Hubiera sido posible lo segundo si el ThinThread no hubiera sido tan barato. “El sistema era perfecto, solamente tenía un problema: era demasiado barato. ¿A qué precio debemos pagar nuestro derecho como ciudadanos para ser protegidos?”

Fuente: Publico.es

 

 
 

15 años del 11-S


 
 

 

 

Aniversario del 11S de 2001″ Violencia estadounidense en Oriente Próximo”

 

En la mañana del 11 de septiembre de 2001, Al Qaeda lanzó su fuerza área de cuatro naves contra los EEUU. A bordo se encontraban sus armas de precisión: 19 secuestradores suicidas. Una de esas naves, gracias a la resistencia de sus pasajeros, se estrelló contra un campo de Pensilvania. Las otras tres alcanzaron sus objetivos –las dos torres del World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington— con el tipo de “precisión” que ahora solemos atribuir a los armamentos guiados por láser de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.

 

En otras palabras: desde su salva de apertura, este conflicto ha sido una guerra aérea. Con su tasa de un 75% de éxitos, la misión del 11S de Al Quaeda fue un triunfo histórico, alcanzando con precisión tres de los cuatro objetivos presuntamente elegidos. (Aunque nadie sabe a ciencia cierta a qué apuntaba la nave que se estrelló en Pensilvania, no hay duda de que se trataba o del Capitolio o de la Casa Blanca, a fin de completar la destrucción de los iconos del poder financiero, militar y político de Norteamérica.) En el episodio murieron casi 3.000 personas, sin tener la menor idea de que se hallaban en el punto de mira de bombas carniceras manejadas por un oscuro movimiento situado en el otro lado del planeta.

Fue un acto bárbaro, bien que osado, y una atrocidad de primer orden. Casi 15 años después, siguen lanzándose esos actos suicidas, con similar armamento de “precisión” aunque sin el componente de fuerza aérea, por todo el Gran Oriente Próximo, por África y, a veces, en otras partes, cobrándose siempre un terrible peaje: desde un partido de fútbol en Irak a la celebración de una boda en el sureste de Turquía (en donde el “arma” fue tal vez un muchacho).

El efecto de los ataques del 11 de septiembre fue asombroso. Aunque la afirmación no tendría resonancia o significado (salvo en los círculos miltares) si no hubiera empezado la invasión estadounidense del Irak un año y medio después, se puede decir que el 11S vale tal vez como el ejemplo más exitoso imaginable de “shock y pavor”. No tardó en enlatarse el ataque en titulares de pantalla como “el Pearl Harbor del siglo XXI”, o como un “Nuevo Día de la Infamia”. Y las imágenes de esas Torres Gemelas desplomándose en Nueva York sobre lo que casi al instante se llamó la “Zona Cero” (como si la ciudad hubiera experimentado un ataque nuclear) fueron exhibidas una y otra vez ante un mundo estupefacto. Fue una experiencia que nadie que la sobreviviera podría olvidar jamás.

En Washington, el vicepresidente se dirigió hacia un bunker enterrado en las profundidades; el secretario de defensa, dirigiéndose a su equipo en el dañado Pentágono, urgió a “replicar masivamente. Arrasadlo todo. Tenga o no tenga que ver” (la primera señal de la venidera decisión de invadir Irak y liquidar a Saddam Hussein); y el presidente, que se encontraba leyendo el cuento infantil The Pet Hoat para una clase de alumnos de primaria en Sarasota, Florida, cuando se desarrollaron los ataques, se subió al Air Force One y se apresuró a alejarse de Washington. Pero no tardó en aparecer por la Zona Cero para jurar, megáfono en mano, que “las gentes que tumbaron estos edificios muy pronto oirán de nosotros”.

En pocos días anunciabala “guerra al terror”. Y el 7 de octubre de 2001, menos de un mes después de los ataques, la administración Bush lanzaba su propia guerra aérea, enviando desde los EEUU sigilosos bombarderos B-2 con armamento de precisión guiado por satélite, así como bombarderos B-1 y B-52 de largo alcance desde la isla británica de Diego García, ubicada en el Océano Índico, complementados con una flotilla aérea de cazas ubicados en dos portaviones  estadounidenses y cerca de 50 misiles de crucero Tomahawk disparables desde barcos. Y eso fue solo la respuesta aéra inicial a Al Quaeda (aun cuando lo más significativo del ataque buscaba, de hecho, liquidar al régimen Talibán que entonces controlaba el grueso de Afganistán). Para fines de diciembre de 2001, 17,500 bombas y otras municiones llovieron sobre Afganistán, el 57% de las cuales eran, según los informes, armas inteligentes con “guía de precisión”. Sin embargo, también se lanzaron bombas perfectamente bobas y munición de racimo rellena de minibombas tipo lata de soda que se desparraman por una vasta área sin estallar todos en el momento del contacto, durmientes a la espera de que algún inadvertido civil los toque.

Si ustedes quieren hacerse realmente a la idea de lo que es shock y pavor, sin embargo, piensen en esto: han pasado casi 15 años y la guerra aérea no ha terminado. En Afganistán, por ejemplo, sólo en los cuatro primeros años de la administración Obama (2009-12), se arrojaron sobre el país más de 18.000 municiones. Y este año, aeronaves B-52, esos viejos caballos de batalla de la guerra del Vietnam, retiradas por una década de Afgnaistán, volvieron a volar multiplicando sus acciones contra militantes insurgentes de los talibanes y del Estado Islámico.

Y esto sólo para empezar a describir la inaturaleza interminable de la guerra aérea norteamericana que se ha abatido sobre el Gran Oriente Próximo y partes de África en estos últimos años. En respuesta al acotadísimo conjunto de ataques aéreos contra objetivos estadounidenses, Washington lanzó una campaña aérea todavía por terminar que ha traído consigo el uso de centenares de miles de bombas y de misiles, muchos de “precisión” pero otros tan bobos como cupiera imaginar, sobre una variedad creciente de enemigos. Casi 15 años después, las bombas y los misiles norteamericanos siguen cayendo sobre objetivos situados, no en uno, sino en siete países musulmanes (Afganistán, Irak, Libia, Paquistán, Somalia, Siria, y el Yemen).

¿Qué decir de la “precisión” de las campañas aéreas de Al Quaeda y de Washinton? He aquí algunas ideas:

1. Éxito y fracaso.—Sin un ápice de exageración, se puede decir que, con un coste de entre $ 400,000 y $ 500,000, el asalto de Al Qaeda el 11S creó la multibillonaria Guerra Global al Terror lanzada por Washington. Con una fuerza aérea microscópica de secuestradores y una única campaña de una sola mañana, ese grupo provocó que una administración que soñaba ya con dominar el globo lanzara una guerra aérea a escala planetaria (con un componente terrestre significativo) que terminaría por convertir el Gran Oriente Próximo –entonces una región relativamente tranquila (aun cuando ampliamente autocrática)— en un avispero de conflictos, con estados o fallidos o quebrados, ciudades literalmente arruinadas y millones de refugiados, en un lugar en donde los más extremistas grupos terroristas islámicos parecen ahora proliferar como hongos. Todo eso, podría decirse, salió de la brillante mente de Osama bin Laden. Raramente ha ocurrido que una fuerza aérea (o de cualquier otro tipo) tan ínfima haya conseguido apalancarse de manera harto premeditada para conseguir efectos de tan devastadoras consecuencias. Podría tratarse del más exitoso registrado por la historia del uso del bombardeo estratégico, es decir, de fuerza aérea dirigida contra la población civil y la moral de un país enemigo.

 

Por otro lado, y exagerando tal vez un poquitín, también podría concluirse que rara vez una campaña aérea sin fin a la vista (casi 15 años, y todavía sigue aumentando con costes sin cuento de miles de millones de dólares) se ha revelado tan poco exitosa. Dicho de otra manera: se podría acaso concluir que, durante estos años de lanzamiento de bombas y de misiles, Washington ha engendrado un mundo de grupos de terror islamista.

 

El 11 de septiembre de 2001, Al Quaeda era la más modesta de las fuerzas, con unos pocos miles de militantes en Afganistán y escasos seguidores dispersos por el planeta. Ahora hay hechuras de Al Qaeda y de grupos aspirantes, a menudo florecientes, desde Paquistán hasta el Yemen, desde Siria hasta el África septentrional, y por supuesto, el ISIS, ese autoproclamado “califato” de Abu Bakr al-Baghdadi, que todavía mantiene una considerable porción de territorio en Irak y en Siria, mientras se propaga su “marca” entre grupos que van de Afganistán a Libia.

 

Lo menos que puede decirse es que la campaña aéra estadounidense, que desde luego ha matado a un si número de líderes terroristas, “lugartenientes”, “militantes” y demás durante estos años, lejos de revelarse capaz de detener el proceso, lo que verosímilmente ha hecho es fertilizar su terreno. Sin embargo, la respuesta a cada nueva atrocidad terrorista (como en Libia recientemente), es arrojar más bombas. Es un curioso registro en los generalmente deprimentes anales de las fuerzas aéreas, y vale la pena considerarlo con mayor detalle.

 

2. ¡Bombas van!.— Cuando terminó 2015, la tasa de uso de bombas y misiles estadounidenses sobre Irak y Siria era tan elevada, que los arsenales de ambos tipos de munición se habían vaciado. El Jefe del Estado Mayor Aéreo, general Mark Welsh, dejó esto dicho: “Estamos gastando municiones más rápidamente de lo que podemos reponerlas. Los B-1 han lanzado bombas en números récord…

 

Necesitamos financiación en plaza para asegurarmos de que estamos preparados para el combate a largo plazo. Es una necesidad crítica”. Y esta situación se ha arrastrado hasta 2016, cuando las rondas de bombardeos sobre Siria e Irak no parecen sino arreciar. Aun cuando tanto Boeing, que fabrica la munición para el ataque directo conjunto, como Lockheed Hellfire, que produce el misil Hellfire –crucial para las campañas de Washington de asesinato con drones en todo el Gran Oriente Próximo y en África—, incrementaron signifcativamente la producción de esas armas, sigue habiendo escasez.

 

Crecen los temores de que llegue un momento en que no habrá munición suficiente para las guerras libradas, en parte a causa de lo onerosa que resulta la producción de varios tipos de armamento de precisión.

 

Los números ofrecidos a propósito de la campaña aérea estadounidense, que es el alma y el núcleo esencial de la Operation Inherent Resolve, la guerra contra el Estado Islámico en Irak  y Siria comenzada en Agosto de 2014, son estupefacientes. Al terminar 2015, el estudioso Micah Zenko estimó –fundándose en informaciones remitidas por el Comando Xantral de la Fuerza Aérea de los EEUU— que la Fuerza Aérea de los EEUU había lanzado un total de 23.144 bombas y misiles sobre ambos países ese año (y otros 5.500 los aliados de la coalición) en una estrategia que él llama “mátalos-a-todos-con-ataques-aéreos”: una estrategia que, según él, “no está funcionando”. (De hecho, los estudios realizados sobre la llamada “kingpin strategy” de “decapitación” –el intento de destruir grupos terroristas empezando por eliminar sus cabezas— indican que ha logrado cualquier cosa menos el efecto deseado.)

 

En 2016, las cifras de armamento empleado mensualmente mantienen como poco el ritmo de 2015 –casi 13.400 para los EEUU y casi 4.000 para el resto de su coalición aérea hasta el mes de julio—. De acuerdo con informaciones del propio Pentágono, hasta agosto los EEUU habrían lanzado 11.339 ataques sobre Irak y Siria desde 2014 con un costo de $ 8.4 mil millones para el contribuyente estadounidense.

 

No voy a aburrirles con las más modestas cifras de bombas y misiles lanzados durante tantos años sobre Pakistán, Yemen, Somalia y Libia. Les bastará con saber esto: la guerra aérea de Norteamérica en el Gran Oriente Próximo y en África ha entrado profundamente en el flujo sanguíneo de nuestra capital nacional. Todo candidato importante a la carrera presidencial de este año –¡hasta Bernie Sanders!— se manifestó a favor de la guerra aérea contra el ISIS, y ningún presidente futuro podría dejar en tierra los drones que siguen llevando a cabo campañas de asesinatos supervisadas desde la Casa Blanca a lo largo y ancho de regiones significativas del planeta. Tanto Hillary Clinton como Donald Trump están esencialmente comprometidos con la continuación futura a largo plazo de la guerra aérea de los EEUU.

Piénsese en eso como en una forma de triunfo: no en ultramar, sino en casa. Lanzar bombas por ahí es un modo triunfalista de vida en Washington, y apenas impota qué consiguen o dejan de conseguir esas bombas arojadas sobre países lejanos.

3. Barbarie y civilización (o su precisión y la nuestra.Al Qaeda fue bastante precisa en su asalto al “hogar patrio” norteamericano. Claramente, su objetivo consistió en destruir estructuras económicas y a quienquiera que en ellas se encontrara. En el curso de lo cual, claramente también, buscó horrorizar y provocar. En ambos propósitos fue más exitosa de lo que quienes los concibieron pudieron llegar jamás a imaginar. Con perfecta exactitud, el mundo consideró eso como barbarie de primer orden.

 

La táctica de “precisión” de Al Qaeda, y la de sus organizaciones sucesoras, desde Al Qaeda en la Península Arábiga hasta el Estado Islámico, no han cambiado tanto con el curso de los años. Sus armas de precisión se envían a los núcleos de la vida civil, como en el caso de la reciente ceremonia de boda en Tuquía, en donde un suicida, posiblemente un muchacho pertrechado con explosivos, mató a 54, incluidos 22 niños menores de 14 años, para crear miedo e indignación. Lo que la barbarie de esta forma de guerra se propone, como dice el propio ISIS, es destruir la “zona gris” de nuestro mundo y crear un planeta cada vez más dividido entre ellos y nosotros. Al propio tiempo, esos ataques buscan propovocar a los poderes establecidos para que reaccionen con represalias que generarán simpatías al ISIS en su propio mundo, así como las clases de conflicto y de caos en los que ese tipo de oganizaciones suelen ganar impulso a largo plazo. Osama bin Laden intuyó eso muy pronto. Otros han entendido luego su premonitoria intuición.

 

Tal es, pues, su versión de los bombardeos de precisión, y si eso no es la definición misma de barbarie, ya me dirán ustedes qué es. Pero ¿qué decir de nuestra versión –por usar un término que raramente se nos aplica— de barbarie? Tomemos la campaña aérea oficial de “shock y pavor” con que la administración Bush comenzó la invasión de Irak el 19-20 de marzo de 2003. Se trataba de desplegar una abrumadora fuerza aérea, incluidos 50 ataques de “decapitación” para eliminar a los principales dirigentes iraquíes. Lo cierto es que ni uno solo de esos dirigentes fue alcanzado. En cambio, según Human Rights Watch, esos ataques mataron a “docenas de civiles”. En menos de dos semanas, al menos 8.000 bombas y misiles guiados con precisión fueron lanzados sobre Irak. Algunos, obvio es decirlo, marraron en sus objetivos precisos, pero mataron a civiles; algunos dieron en blancos situados en áreas urbanas densamente pobladas o en pueblos, con el mismo resultado. Un puñado de misiles Tomahawk –a 75.000 dólares la pieza—, entre los más de 700 disparados en esas primeras semanas de guerra, ni siquiera impactaron en Irak, y terminaron aterrizando en Irán, Arabia Saudita y Turquía.

 

En esas primeras semanas de guerra en las que se tomó Bagdad y la invasión fue declarada un éxito, 863 aviones estadounidenses participaron en la operación, se llevaron a cabo más de 24.000 “salidas” aéreas y, según una estimación, murieron más de 2.700 civiles, es decir, sobre poco más o menos el equivalente en no combatientes iraquíes de las muertes registradas en las Torres Gemelas. En los seis primeros años de lo que terminaría siendo una guerra aérea en curso en Irak, un estudio descubrió que “el 46% de las víctimas de los ataques aéreos estadounidenses cuyo sexo pudo determinarse fueron mujeres y un 39%, niños”.

Análogamente, en diciembre de 2003, un estudio de Human Rights Watch informaba de que aviones norteamericanos y británicos habían arrojado (y la artillería había disparado) “casi 13.000 municiones de racimo que mataron o hirieron a más de 1.000 civiles”. Y es muy probable que más murieran en meses o años posteriores a causa de las minibombas de racimos dispersas que no llegaron a estallar cuando alguien las pisara o algún niño curioso las removiera. De hecho, los EEUU lanzaron también bombas de racimo en Afganistán (sin duda con similares resultados), y últimamente las ha vendido a los sauditas para su dispendiosa campaña de masacres en el Yemen.

Para hacerse una idea de las dimensiones de este asalto aéreo de 2003, piénsese en el Abraham Lincoln, el portaaviones estadounidense situado frente a la costa de San Diego para que el presidente George W. Bush pudiera realizar en él un vistoso aterrizaje aquel 1 de mayo bajo una bandera con la leyenda de Misión cumplida y declarar que “las operaciones mayores de combate en Irak han concluido” y que los EEUU y sus aliados habían “prevalecido”. (Pero no, resultó que no.)  Ello es que este portaaviones acababa de regresar de un despliegue de 10 meses en el Golfo Pérsico, durante el cual sus aviones habían llevado a cabo 16.500 misiones y arrojado aproximadamente 1,6 millones de libras de bombas. Y eso, huelga decirlo, fue sólo una parte del total de la campaña aérea contra las fuerzas de Saddam Hussein.

Que los ataques de shock y pavor y la consiguiente guerra aérea de invasión de la administración Bush no fueron ni precisos ni efectivos ni a corto ni a largo plazo, resulta ahora suficientemente obvio. Después de todo, la fuerza aérea norteamericana sigue bombardeando Irak hasta el día de hoy. La cuestión es: ¿no debería resultar evidente la naturaleza bárbara de una guerra aérea que se desarrolló al menos hasta 2010, que fue reemprendida en 2014, que ha contribuido a convertir en ruinas las ciudades iraquíes sitiadas y que, aun así, no muestra signos de terminar en un plazo previsible?

 

Es claro que, aun cuando no hay forma de computar adecuadamente todas las bajas civiles producidas por las guerras aéreas norteamericanas del siglo XXI, se han apilado una encima de la otra “Torres” enteras de muertos no combatientes en Irak, Afganistán y otros países. Esta versión casi eterna de la guerra, con toda su destructividad y todos sus “daños colaterales” (que unas cuantas organizaciones han tratado por todos los medios de documentar bajo las circunstancias más difíciles), debería ser la definición misma de un estado de barbarie y de terror en un mundo sin piedad. Que nada de todo eso se haya revelado efectivo en los términos mismos en que lo plantearon quienes organizaron los bombardeos, parece contar más bien poco.

 

Planteado de manera más gráfica: ¿es que alguien duda de que la masacre en la boda kurda (presuntamente a manos de un suicida cargado con bombas del Estado Islámico) fue un acto bárbaro? Y entonces, ¿qué decir de los ocho casos perfectamente documentados –aunque totalmente ignorados en este país— en los que la fuerza aérea de los EEUU hizo saltar por los aires similares ceremonias de boda en tres países (Afganistán, Irak y Yemen) entre diciembre de 2001 y diciembre de 2013 matando a casi 300 circunstantes?

 

Ustedes ya saben la respuesta a estas cuestiones, claro es. Pero en nuestro mundo sólo hay un tipo de barbarie: la suya.

4. Las raíces religiosas de las guerras aéreas del (y contra) el terror.—Huelga decir que, aun cuando la guerra aérea de Al Qaeda en Norteamérica tenía un aspecto político, había en ella también un componente profundamente religioso. De ahí la capacidad para convencer a 19 hombres de que la autoinmolación era una vía justa. Llámese a eso fanatismo o jihad, lo cierto es que en los ataques de Al Qaeda el 11S había un núcleo de profunda religiosidad.

 

¿Y cómo categorizarían ustedes una actividad que repetidamente conduce a resultados negativos sin que los gobiernos que la emprenden varíen un ápice de la misma y, tras 15 años, siga sin vérsele un final? Se me permitirá añadir que, en seis de los siete países en que los EEUU han arrojado bombas o disparado misiles, sus aviones tenían pleno control del espacio aéreo desde el primer momento, y en el séptimo (Irak), se consiguió en cuestión de horas o, a lo sumo, días. En otras palabras, durante casi cada segundo de esta década y media de guerra, los pilotos norteamericanos prácticamente no han corrido peligro de ser alcanzados por cohetería enemiga (y en el caso de los drones, con pilotos situados a miles de kilómetros de distancia de sus blancos, ningún peligro en absoluto). Se hallaban, así pues, en una posición poco menos que de dioses por encima de aquellos a los que tenían por misión matar, los bug splat, esos “bichos que salpican” (en palabras literales de los pilotos que teledirigen los drones).

 

¿Cómo no había de cobrar una intensidad casi religiosa ese sentido de endiosada dominación durante esta larga década y media, ya se trate de deidades imperiales? Y eso, la cosa no ofrece duda, vale no sólo para las pilotos que libran la guerra, sino también para los generales que la planifican y la supervisan, así como para los dirigentes políticos que la ordenan o la aceptan. Esa sensación de hallarse en posesión de tamaño poder incontestable tiene que generar por fuerza un sentimiento esencialmente religioso de omnisciencia y omnipotencia muy difícil de resistir incluso cuando los resultados son repetidamente insatisfactorios.

Lo que indudablemente tenemos en la guerra aérea norteamericana, como en la de Al Qaeda, es un sistema hondamente arraigado de creencias que ninguna prueba empírica procedente del mundo real parece capaz de alterar. Se trata, en otras palabras, de una forma norteamericana de jihad: por eso no muestra el menor signo de terminar en algún tiempo venidero próximo.

 

La Guerra de los Treinta Años de Washington

Un niño nacido el 11 de septiembre de 2001 está ahora a pocos años ya de distancia de poder firmar un contrato como piloto para enrolarse en las guerras aéreas que empezaron inmediatamente después de su nacimiento. Y hay posibilidades razonables de que su hijo, nacido dentro de unos cuantos años, ingrese en la enseñanza secundaria cuando esos conflictos entren oficialmente en la Historia como la Guerra Norteamericana de los Treinta Años.

 

Yo todavía recuerdo cuando dí por vez primera con ese sobrenombre que cubre un sinfín de olvidadas guerras religiosas europeas del siglo XVII. La sóla idea de una guerra tan larga me resultaba casi inimaginable, por no decir antediluviana, dada la potencia del armamento contemporáneo. Bueno, pues, como dice la frase hecha, vivir para ver.

Tal vez este 11 de septiembre de 2016 ha llegado la hora de que los norteamericanos comencemos a replantearnos nuestra guerra sin fin en el Gran Oriente Próximo, nuestra propia y catastrófica Guerra de los Quince Años. Si no, las primeras explosiones de la versión en Treinta Años de la misma ingresarán inopinadamente en nuestro horizonte en un mundo posiblemente más desestabilizado y aterrorizado de lo que en el presente podemos imaginar.

Tom Engelhardt

Fuente: Alternativa Socialista

Traducción: Miguel de Puñoenrostro

 

 

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