|
|
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN*
EL PAÍS Semanal, 29 /
11 / 1992
"Mandamos a todos los
sacerdotes que desde el día de la ratificación del
Concordato, en el curso de la santa misa, rezada o
cantada, exceptuando las misas de difuntos, en las
primeras oraciones, en las secretas y en las
poscomuniones añadan a la oración Et
formulas las
palabras Ducem
nostrum Franciscum". (El cardenal primado Plà y
Daniel, 1953).
De pequeño le llamaban
Paquito o Paco, diminutivo lógico si recordamos que
fue bautizado el 17 de diciembre de 1892 en la
parroquia castrense de San Francisco, en El Ferrol,
como Francisco Hermenegildo Paulino Teódulo más un
montón de apellidos paternos y maternos, según la
costumbre de la época y de la gente de posibles. Los
Franco no tenían demasiado dinero, pero en El Ferrol
los oficiales de Marina eran como una casta
aristocrática y endogámica. Paquito, para los niños de
su edad, para su familia, diminutivo con el que nunca
se sentiría a gusto, sobre todo porque a su primo
Francisco Franco Salgado Araujo, más alto, le llamaban
Pacón, a pesar de que era huérfano y tenía en la
familia Franco Bahamonde el trato de ahijado del
padre, don Nicolás. Paquito y Pacón. Así se
relacionaron durante años, hasta que, compañeros de
carrera militar, el huérfano Pacón se convirtió en el
perpetuo actor secundario en el reparto, el amigo del
chico, el hombre que ya a punto de morir dejaría
escrita su amargura por lo mucho que le había dado a
su primo y lo poco que había recibido.
Se le empezó a llamar Franquito en la Academia de
Infantería de Toledo, donde ingresó en 1907, tras un
viaje desde El Ferrol acompañado por su padre, del que
hay testimonio directo redactado por el propio Franco,
según consta en el libro de su último médico de
cabecera, el doctor Pozuelo, que le incitó a recordar
y redactar unas memorias para reactivar al alicaído
Franco posterior a la crisis de la flebitis. Una
página interesante por lo que revela de constantes de
su vida: relación con el padre, retórica en los ojos y
en la comprensión de la historia.
"He de confesar que este
primer viaje con mi padre, rígido y adusto, no
resultara divertido, pues le faltaba la confianza y la
solicitud que le hicieran cordial. ¡Qué diferencia con
los futuros viajes con los compañeros! Entrando en la
dilatada llanura de Castilla, el tren parece
precipitarse, con propósito, sin duda, de ganarse el
retraso acumulado en la parte montañosa del recorrido.
Bajo ese traqueteo del tren, necesitábamos pasar la
noche, para amanecer en el cruce de la sierra. Allí
quedaba Ávila, recoleta tras sus viejas murallas. Y
más abajo, El Escorial, desde donde Felipe II
gobernaba el mundo. Y enseguida, el llano Madrid, con
sus modestos pueblos y diminutas colonias veraniegas.
Y tras una dilatada parada, para conceder la entrada,
la llegada a la estación del Norte, donde esperaba la
algarabía de los mozos de cuerda y la salida a la
espera de los coches de punto y los ómnibus de los
hoteles. Ya estamos en el Madrid feliz de los 500.000
habitantes. El paso por Madrid no pudo ser más rápido.
Unas horas para asearse, visitar a unos parientes y
recoger una carta de recomendación, para volver, a la
tarde, a tomar el tren para Toledo. Así, salvo el paso
a través de las avenidas y calles principales, quedaba
para mí, inestimable, la capital de España. Esto de la
carta de recomendación era cosa que yo no alcanzaba a
entender. Me parecía un vicio que arrastraba la
sociedad, que no podría tener influencia en el ingreso
en un establecimiento militar y que podría alcanzar
efectos contrarios a los pretendidos. Así se lo
expresé a mi padre, que acabó por comprenderlo. Por
otra parte, las cartas en sí carecían de valor. ¡Quién
iba a decirme entonces que, 21 años después, me iba a
corresponder, como director de la Academia General
Militar, el corregir estos abusos!... Mediada la
tarde, en un viaje en tren de dos horas, salimos para
Toledo. Próximos a la llegada, al cruzar la vega, se
nos presentó la vista magnífica de la ciudad, coronada
sobre la cumbre por su alcázar y, más abajo, la
catedral y los principales monumentos asomándose sobre
las casas de la vieja urbe. Frente a la estación, nos
esperaban las típicas galeras tiradas por seis
caballos que, cruzando el Tajo por el viejo puente de
Alcántara, iban a enfrentarse con la dura faena de
remontar la cuesta del Miradero, que da acceso a la
típica plaza de Zocodover, mentidero y centro
comercial de la población, y en donde se dislocaba el
tráfico, para tomar por el laberinto de las estrechas
y sombreadas callejuelas, que imprimieron su carácter
a esta antigua población dormida en el tiempo. Allí
nos esperaba el que había de ser mi apoderado durante
mi futura estancia en la academia, quien nos pilotó
hasta la calle del Horno de Bizcochos, en la que
estaba el alojamiento que nos había buscado para
nuestra estancia en la ciudad. El día siguiente había
sido señalado para mi presentación en el alcázar. La
impresión que me produjo la entrada, la grandeza de su
patio de armas, presidida por la estatua de Carlos V
con aquella leyenda de su base: 'Quedaré muerto en
África o entraré vencedor en Túnez', fue inenarrable.
La emoción que me producían esos lugares gloriosos,
con sus piedras seculares, embargaba mi ánimo y
desbordaba mis ilusiones"
Es curioso que en Raza,
el personaje positivo, José, él mismo, también lance
un canto a lo que se puede aprender en las piedras
frente al conocimiento frío de los libros. También
aprovechó Raza para
hacer un ajuste de cuentas a los primeros
de la clase. Él nunca lo fue. Al contrario, un
estudiante del montón, situado en el escalafón de
notas muy por detrás de don Camilo Alonso Vega, amigo
de infancia y futuro ministro de la Gobernación. Y es
que Franco, Franquito, lo pasó muy mal en sus primeros
meses de estancia en aquella academia. Casi un niño,
frágil, con una voz retenida por el frenillo, le
llamaban Franquito y le ofrecían los mosquetones más
pequeñitos, a la medida del diminutivo. Hasta que un
día, harto de aguantar novatadas, cogió una lámpara y
se la tiró a la cabeza al cabecilla de los
provocadores... Dejaron de importunarle, pero
siguieron llamándole Franquito.
Sus compañeros de promoción
le recordaron años después según sus afinidades
ideológicas, pero poco hablaban sobre el periodo de la
academia y empezaban a agigantarle la estatura a
partir de su primera misión en África. Del Franquito
de la academia, Vicente Guarner, militar republicano
que vivió un largo exilio, lo recuerda como un gallego
poco culto, tímido, receloso, y se compromete a decir
que de haber hecho una encuesta en la Academia de
Toledo sobre cuál de aquellos aspirantes a oficial
podría llegar a caudillo, Franco no hubiera estado en
las listas. ¿Despecho del vencido? Es posible; pero no
deja de ser cierto que la biografía gloriosa de los
franquistas suele vitaminizarse y cargarse de
proteínas a partir de la primera misión en África, y
sobre todo tras la gravísima herida que recibió en El
Biutz en junio de 1916. Pero a pesar de su buen
comportamiento durante las batallas, demostrando un
desprecio de vida propia y ajena que sorprendía por su
frialdad calculada, siguió siendo Franquito para los
altos oficiales, y todavía Sanjurjo en 1936, cada vez
que dudaba si Franco se decidía o no a intervenir en
el Alzamiento, preguntaba: "¿Qué va a hacer
Franquito?".
El estudiante tímido,
ordenancista, mirón de piedras, receptor de una
historia y una filosofía de la vida filtrada por la
endogamia cultural de la academia, callejeante por un
Toledo que sólo le ofrecía barberos callejeros,
mentideros y poca cosa más para su asignación de dos
pesetas para gastos, cambió de psicología cuando se
hizo soldado en guerra, pero en función de ese
escenario y de los reflejos que le despertaban la
convivencia con gente militar. En la vida privada
seguía siendo un muchacho inseguro en los ambientes
donde no podía aplicar las ordenanzas de Carlos III o
los reglamentos militares particulares. En Melilla se
enamoró de una muchacha, Sofía Subirán, hija de un
coronel, y ya muerto Franco, la anciana ex cortejada
de Franquito se confesaba a Vicente Gracia: "¿Que cómo
era Franco? Fino, muy fino. Atento, todo un caballero.
Si se enfadaba tenía un poco de genio, pero en plan
fino. Tenía mucho carácter y era muy amable. Entonces
era delgadísimo. Parece mentira como cambió luego.
Conmigo era exageradamente atento. A veces te
fatigaba. Me trataba como a una persona mayor y eso
que yo era casi una niña... Estaba en la plaza de
Melilla casi todos los días, el paseo por las tardes o
por las mañanas en el parque de Hernández... No, no me
contaba chistes, no tenía ocurrencias... Tal vez creo
que era demasiado serio para lo joven que era. Tal vez
por eso no me gustaba, me aburría un poco"... Y más
adelante, doña Sofía sanciona: "Debió ser un buen
marido, sí. Aburridito el pobre, sí, pero bueno...".
Toda la inseguridad de Franco
en la vida privada, entre civiles, se convertía en su
contrario cuando entraba en el cuartel o en campaña.
Tenía fama de reglamentista, duro, implacable,
exageradamente implacable hasta la crueldad, pero
también exigente consigo mismo y concienzudo en sus
movimientos de liturgia militar o de guerra. Y allí se
construyó la base de su pedestal, de oficial
africanista, muy diferente a los otros militares echaos
palante, puteros, jugadores de la soldada, de
valor caliente. Él antes de atacar ponía los
prismáticos entre él y el enemigo. Los otros oficiales
solían echarle muchos testículos al asunto... Franco
examinaba, calculaba y luego sacaba de su frenillo
toda la voz que podía para anunciar la carga. Esta
diferencia de talante le creó admiradores entre sus
compañeros de mando más cabestros y entre la alta
oficialidad (Berenguer o Sanjurjo), que enseguida
reconocieron en él a un oficial con porvenir. Los
indígenas decían que tenía baraka,
algo así como buena suerte y que sabía
manera, es decir, que sabía mandar. La oficialidad
africanista era muy dada al autobombo propiciador de
ascensos, hasta el punto de que los oficiales de la
Península se sintieron molestos y acusaban a sus
compañeros en campaña africana de exagerar hazañas
para acumular méritos y ascensos. Pero aquella
oficialidad africana joven, respaldada por veteranos
como Millán Astray o Sanjurjo o los mismísimos
Berenguer, Queipo de Llano, Silvestre, ya empezaba a
ser un grupo de presión dentro del Ejército, un lobby como
diríamos ahora, que tenía acceso directo al rey. Y el
propio rey bien pronto preguntaría por Franquito, y le
llamaba Franquito años después, cuando ya era general,
y no por la estatura, sino porque le hacía gracia lo
grave que se ponía aunque hablara de las plagas del
cerezo, y el tonillo de gallego con las palabras
justas y la prudencia en el gatillo.
Abc fue
un diario muy importante en la historia de España, lo
sigue siendo, y en la de Franco. De hecho el futuro
generalísimo era seguidor de Abc porque
era el diario de su madre y porque le emocionó aquella
carta de Luca de Tena protestando contra la conjura
internacional antiespañola, a raíz del ajusticiamiento
de Ferrer Guardia, tras la Semana Trágica de 1909.
Pero también debería a Abc buena
parte de su prestigio militar en la Península,
cimentado por los corresponsales del diario en la
guerra de África y muy especialmente por Tebib
Arrumi, seudónimo de Ruiz Gallardón, abuelo del
actual antagonista de Leguina en el Gobierno de la
comunidad autónoma de Madrid. Entre los biógrafos más
laudatorios de Franco aparece otro abuelo de un nieto
hoy importante, don Manuel Aznar, pretérita semilla
del actual José María Aznar, cabeza joven del PP.
También fue Abc quien
utilizara por primera vez la calificación de caudilloaplicada
a Franco. A raíz de su boda con doña Carmen Polo
Meléndez Valdés, le llamaba el
joven caudillo y
con razón, porque era joven y había llegado a jefe de
la Legión y a emparentar con una rica familia de
Oviedo, muy por encima de los niveles de pequeñísima
burguesía militar ferrolana de los Franco
Dos testimonios
complementarios señalan ese salto de mando y estado de
los años veinte como la clave del progresivo
acercamiento de Franquito a ¡Franco, Franco, Franco!
Otra vez Guarner señala ese tiempo de glorioso herido
de guerra, destinado a Oviedo y prometido a doña
Carmen, como el arranque de su definitivo complejo de
excelencia: "Desde entonces se despertaron en él
ambiciones ilimitadas y un inmenso complejo señoritil de
vanidad y presunción, rayando el narcisismo. Incluso
había cambiado su aspecto, adelgazando y ostentando
fino bigotito. Medía prudentemente todos sus pasos y
acciones, y en Oviedo, en un destino poco militar,
como era la zona de reclutamiento, podía aguardar
tranquilamente ascensos sucesivos y el acceso al
generalato, figurando en la sociedad local,
tan admirablemente retratada por Clarín en La
Regenta, con aspiraciones a la mano de una
señorita adinerada (con disminuida fortuna, de origen
indiano), sin mucho éxito inicial. Cuando el
inconmensurable histrión que era Millán Astray
organizó, bajo el patrocinio regio, la Legión
Extranjera, imitada de Francia, escribió a los tres
comandantes de Infanteria más jóvenes para mandar banderas,
pequeños batallones, y Franco mandó la primera de
ellas, con imposición de una disciplina que rayaba en
la crueldad. El pelotón
de castigotrabajaba duramente, con las mochilas
rellenas de piedras, y eran fusilados sistemáticamente
los legionarios indisciplinados. Franco no tuvo nunca
prejuicios humanitarios. La compasión y la piedad ante
los sufrimientos de sus semejantes no entraban en su
mentalidad. Se cubrió, desde entonces, con una falsa
máscara impasible y severa". La boda de una Polo
Meléndez Valdés no era un trueque desigual. Ella
portaba posibles y apellidos sonoros, pero Franco ya
era gentilhombre del rey. A la boda asiste la familia
del novio, menos el padre, desde 1907 residente en
Madrid, donde hacía vida marital con una buena mujer
que tenía estudios de maestra de escuela, aunque los
Franco, menos Pilar Jaraiz, siempre dijeron de ella
que era una "chacha" que se había aprovechado del
viejo. La sobrina de Francisco Franco, Pilar Jaraiz,
era una niña que formó parte del cortejo de la novia y
años después comentaría que, a partir de aquel enlace,
Franco se había ido distanciando de su familia
ferrolana, paulatinamente, entre 1923 y 1939;
distanciamiento acentuado cuando los Franco Polo
emparentaron con los Martínez Bordiú, altos,
bronceados, con título nobiliario, frente a la gordura
y la escasa estatura y la drogadicción por el lacón
con grelos de los Franco. A Francisco Franco le
gustaba el lacón, pero a doña Carmen le ponía
nerviosa. En Historia
de una disidencia, la sobrina socialista de
Franco, Pilar Jaraiz, hija de doña Pilar y
reinstauradora del PSOE en Barcelona en los años del
tardofranquismo, escribe: "Nostalgia del tiempo
pasado, sí, y desencanto del tiempo que había de
venir. Porque, recordando ahora todo lo que allí pasó,
pienso en los cambios que experimentan las personas.
¿Por qué los protagonistas de aquellos acontecimientos
llegaron a convertirse en unos seres extraños a mí?,
ajenos. Y no lo digo como es natural por mi abuela,
que siguió siendo la misma hasta su muerte. Pero ¿y
los demás? ¿Qué se hizo del cariño, de la intimidad
que nos unía? ¿Qué de la confianza y de la llaneza en
el trato? ¿A qué vino más tarde tanta sequedad y
dureza? Porque es lo cierto que hasta a mi madre se la
recibía a veces a regañadientes. A mi madre, la única
hermana del jefe del Estado y en cuya casa habían
pasado tantas temporadas e incluso durante una de sus
estancias se había operado mi tía Carmen de las
amígdalas y mis padres les habían cedido su propio
cuarto. Dígase lo que se diga, la actitud de despego
no partió de mí cuando empecé a concienciarme. Tampoco
yo entonces era la misma. Pero el cambio de posición
hizo de aquella familia unos seres llenos de despego,
inamistosos, altaneros. ¿Por qué? ¿Les parecíamos
poco? ¿Ambicionaban alternar con personas de mayor
alcurnia? ¿Tanto había cambiado Franco desde que
asumió la jefatura del Estado? ¿Y la familia Polo?
¿Qué se hizo de su trato cortés y amable? ¿Dónde
quedaba su cariño? Y mirándolo desde otro punto de
vista, ¿cuál había sido nuestro delito?, ¿les habíamos
hecho algún daño? o ¿es que nuestra posición social
les parecía poco?".
Complementa la impresión de
Guarner o la de Pilar Jaraiz el testimonio de Hidalgo
de Cisneros, oficial aviador, piloto de hidroaviones
durante la guerra de África: "También hice varios
viajes con Francisco Franco, que había ascendido
aquellos días a teniente coronel, y por el cual nunca
sentí la menor simpatía. En la base de Mar Chica lo
detestábamos, empezando por su hermano Ramón, con el
que casi no se hablaba. Cuando pedían un hidro para el
teniente coronel Francisco Franco, todos procurábamos
eludir el servicio, pues nos molestaba su actitud.
Llegaba a la base siempre puntualísimo y siempre
serio. Muy estirado, para parecer más alto y disimular
su tripita ya incipiente. Según nos decía su hermano,
siempre tuvo el complejo de su pequeña estatura y de
su tendencia a engordar. Nos saludaba muy
reglamentario, ponía mala cara o decía algo
desagradable si el hidro no estaba listo. Montaba al
lado del piloto y no soltaba palabra hasta llegar al
sitio de destino. Allí se despedía también muy
militarmente, sin haber abandonado un solo instante su
aspecto antipático de persona perfecta. No recuerdo
nunca haberlo visto sonreír ni tener un gesto amable o
humano. Con sus compañeros del Tercio era igual o
quizá más seco; se veía que lo respetaban y temían,
pues como militar tenía mucho prestigio, pero sin la
menor muestra de amistad o de afecto. Franco es
antipático desde que era célula"
Pero la hagiografía
franquista opone a estas apariencias,
posiblemente interesadas, comentarios como el de
Petain,que conoció a Franco en las campañas africanas
y que, después de la batalla de Alhucemas, dijo de él:
"Es la espada más limpia de Europa".
Tras la batalla de Alhucemas,
que compensaba el desastre de El Annual e iniciaba el
principio del fin de las guerras africanas, Franco
asciende a general. Ya es el general más joven de
Europa y, con Goded, el militar joven más valorado por
los entendidos. De ahí que no sorprendiera a nadie
que, mientras Goded se llevaba con el general Primo de
Rivera las glorias de ultimar la pacificación en
Marruecos, a Franco se le encargara la Academia
Militar de Zaragoza. Ya pocos le llamaban Franquito.
Los más viejos de la milicia. El personaje ha
cambiado. En Madrid se codea con la oligarquía
asturiana (su mujer), la Casa Real, la alta
oficialidad y hasta asiste a una tertulia política en
casa del ex ministro Natalio Rivas. Allí aparece por
primera vez un Franco locuaz, que no siempre calla
ante lo que no entiende. Es el mismo Franco locuaz que
tratará de dar una lección de economía a Calvo Sotelo,
dejándole perplejo ante una exhibición de nacionalismo
económico autárquico que desbordaba el talante no
excesivamente abierto del señor ministro. También
salió de actor de cine en una sobremesa de casa de
Natalio Rivas y presumía de ser un buen filmador de
escenas de lo cotidiano, coincidente con Lenin en la
importancia propagandística que iba a adquirir el aún
llamado séptimo arte. Como director de la academia
persiguió las novatadas y la sífilis, dos de sus
cuatro obsesiones persecutorias. Las otras dos, el
comunismo y la masonería. Las novatadas, porque las
había padecido; la sífilis, porque la temía como una
consecuencia de los desórdenes de la sexualidad. El
comunismo, porque leía una revista francesa dedicada a
impedir que la Tercera Internacional penetrara en los
ejércitos de Europa, revista a la que le había
suscrito Primo de Rivera. Su odio a la masonería es
consecuencia de lo que aprendió en los libros de
devoción y desinformación histórica de su infancia y
del espectáculo de la masonería influyendo en carreras
militares y en la ruina del imperio español. Pero la
masonería siempre le siguió como una sombra. Su
hermano Ramón fue masón. Su padre admiraba a los
masones y despreciaba a Paquito como político. Uno de
los más importantes jefes sindicales fraguados en la
Cruzada, Salvador Merino, resultó ser masón. Su
fotógrafo particular, Campúa, había sido masón, y
tanto doña Carmen como su hija siempre desconfiaron de
que hubiera dejado de serlo. En cuanto a la sífilis
también se burló alguna vez de sus terrores. Paul
Preston, del que está anunciada una inmediata
biografia de Franco, me contaba que altísimos cargos
del franquismo de después de la guerra fueron
contagiados por la misma espía del Intelligence
Service.
Durante su etapa al frente de
la Academia Militar de Zaragoza se convierte en un
punto de referencia social en la ciudad. Se codea con
lo mejorcito, aunque de vez en cuando vaya en coche
hasta Valencia a ver a Nicolás, que trabaja como
ingeniero naval en una empresa de Juan March, o a
Madrid, a comerse el lacón con grelos que tan
excelentemente hacía su hermana Pilar. Su sobrina
Pilar Jaraiz Franco sigue haciéndolo estupéndamente.
En Zaragoza, Franco es una figura social y militar,
consultado mediante los rudimentarios teléfonos de la
época por los altos oficiales que desde Madrid
asistían nerviosos a la caída de la dictadura, el
desgaste del rey: "¿Tú que harías si se provoca la
caída del rey?", le preguntan Berenguer y Millán
Astray. Y él contesta con otra pregunta: "¿Qué haría
Sanjurjo?". Le contestan: "Nada". Pues si Sanjurjo,
que es el jefe de la Guardia Civil, no haría nada,
Franquito tampoco.
Y cae el rey y llega la
República, y Azaña le cierra la academia. Pobre Azaña,
Franco no le cazó nunca para hacerle pagar esta
agresión a su ilusión y su soberbia, pero sí cazó a su
cuñado Rivas Cheriff, en el mismo lote de Companys,
Juan Peiró y Julián Zugazagoitia, devueltos por la
Gestapo alemana a lagestapo franquista.
Los tres políticos fueron fusilados. Rivas Cheriff,
sin otras responsabilidades que haber sido hombre de
teatro y secretario de su cuñado Azaña, pasó largos,
larguísimos años en el penal del Dueso. Azaña y Prieto
sabían que Franco era el militar más peligroso, mal
compensado por el republicanismo de su hermano Ramón,
autor de una de las exposiciones más insultantes que
jamás nadie se atreviera a hacer a ¡Franco, Franco,
Franco!: "Si desciendes de tu tronito de general y te
das un paseo por el Estado llano de capitanes y
tenientes, verás que pocos piensan como tú y cuán
cerca estamos de la República", y tras este toque lo
deja para el arrastre: "Como estoy profundamente
convencido de que los males de España no se curan con
la monarquía, por eso soy republicano, ¿está bien
claro? Creo sería una gran desdicha para España que
perdurase la monarquía. Hoy se es más patriota siendo
republicano que siendo monárquico, pero claro es, esto
es incomprensible cuando la vida que se ha creado uno
le lleva a tratarse con las clases aristocráticas y
más acomodadas del país, como te pasa a ti"
"Todavía es tiempo de que
rectifiques tu conducta y no pierdas el tuyo en vanos
consejos de burgués. Tu figura, al lado de la
República, se agigantaría; al lado de la monarquía,
pierdes los laureles tan bien ganados en Marruecos. Si
te gusta una postura más cómoda, más de cuco, siéntete
constitucionalista como han hecho muchos políticos
viejos y conviértete en censor de la pureza de las
nuevas elecciones, y no olvides que se puede ser amigo
de la persona del rey —aunque el monarca no lo sea
tuyo— y ser un buen republicano. A la República no
debe irse por odios, solamente por ideales, y cuanto
más amigo se fuere del rey y más favores se hayan
alcanzado de él, más mérito tiene ser republicano".
Ni caso. Pero por si acaso,
cuando Ramón tuvo que exilarse, Paquito le mandó 2.000
pesetas porque un Franco no debe hacer el ridículo en
el extranjero, aunque sea republicano, masón y
anarquista, futuro diputado de Esquerra Republicana y
colaborador de Blas Infante en el renacimiento de Al
Andalus. Tampoco se subleva Franco con Sanjurjo en
1932, pero ayuda a reprimir salvajemente la revuelta
asturiana de 1934, la Legión por delante, la misma
Legión a la que había permitido cortar orejas y
cabezas de los moros muertos o acuchillarlos in
situ si
se ponían plañideramente pesados (lean, si quieren
comprobarlo, la primera edición de Diario
de una bandera).
Así como Kindelán, Mola,
Orgaz, Galera, Barba... estuvieron conspirando contra
la República desde que fue proclamada, Franco se
dejaba querer y ayudaba indirectamente, devolviendo
posiciones claves a militares antirrepublicanos
durante su etapa de jefe de Estado Mayor a las órdenes
del ministro Gil-Robles. Se dejaba querer y tardó en
subirse a la conspiración del 36, hasta el punto de
que sus compañeros de conjura llegaron a llamarle Miss
Canarias por lo mucho que se dejaba cortejar, y Queipo,
cuando supo que Franco se había cortado el bigote para
subir al Dragon
Rapide y
así poder encabezar la Cruzada desde África, comentó:
"Ese bigote es lo único que Franco ha sacrificado por
el Alzamiento". No era cierto. Se jugaba una carrera
militar, aunque don Juan March ya le había prometido
cubrirle las espaldas en caso de fracaso y exilio. Se
suma al alzamiento a las órdenes de Sanjurjo, porque
Goded no hubiera tolerado que lo encabezara Franco, y
las simpatías de Franco por Goded eran equivalentes.
"No hay mal que por bien no venga", es una frase
constante en boca y pluma de Franco y la pronuncia
cuando se le mueren Sanjurjo, Mola, o le matan, muchos
años después, a su mano derecha, Carrero Blanco. Tiene
algo de síndrome de viuda, desconsolada en un primer
momento, pero consciente de que la desaparición del
marido le va a dejar un espacio libre que podrá
recuperar.
La muerte de Sanjurjo, el
fracaso y fusilamiento de Goded en Barcelona y la poca
ambición de Mola le convierten en el jefe in
péctore del
bando rebelde, por más que, necesitado siempre de
poseer la razón jurídica, llamara rebeldes a los
otros, a los que defendían el Gobierno legítimo de la
República. Esta curiosa contradicción la observó el
mismísimo Serrano Súñer, su cuñado, quien junto a
Nicolás Franco y Matilde Fuset componen la tríada de
pigmaliones que hicieron de aquel caudillo militar un
caudillo político. Al recibir el mando único de los
ejércitos y posteriormente del conglomerado político
que respaldaba la Cruzada, Franco deja de ser
responsable ante los hombres y ya sólo lo será ante
Dios y ante la historia. La jerarquía católica
española le pone bajo palio, cerrando los ojos a los
horrores que está causando la Cruzada y a los que
causará en una de las posguerras más largas de la
historia de la humanidad. Franco ya ha dejado de ser,
para siempre, Franquito, y cuando él lo olvide,
momentáneamente, la señora, es decir, doña Carmen
Polo, se lo recordará. Es un rey sin corona que juega
con el aspirante a rey, don Juan, entre 1939 y 1946:
Franco de ratón y don Juan de gato; pero a partir del
encuentro en el Azor de
1948 y del respaldo norteamericano y vaticanista de
los primeros años cincuenta, Franco será el gato y don
Juan el ratón. Por eso alguna vez Franco dijo: "yo no
seré nunca una reina madre".
¿Cómo iba a ser una reina
madre un hombre cuya estatura personal, militar,
providencial sería jaleada como si se tratara de un
dios o a lo sumo la estatua de Dios en una perpetua
procesión de Semana Santa? "Oh, ruina del Alcázar./ Yo
mirarte no puedo, / convulsa flor de otoño, sin
asombro / Vivero de esforzados capitanes. / Nido de
gavilanes. / Huevo de águila: Franco es el que
nombro".
De momento Gerardo Diego ya
le ha confesado su amor. Pero atiendan al rosario de
declaraciones: "El Caudillo es como la encarnación de
la patria y tiene el poder recibido por Dios para
gobernarnos..." (del Catecismo
patriótico español, publicado en Salamanca en
1939). Ridruejo tampoco se había quedado corto: "Padre
de paz en armas, tu bravura / ya en Occidente extrema
la sorpresa, / en Levante dilata la hermosura...". La Estafeta
Literaria lo
compara con Cervantes, sin duda tras haber leído Diario
de una bandera o Raza.
Manuel Aznar, un galápago de mucho cuidado, proclama
que Franco era arquitecto de capitanes de la historia
y que su espada estaba por encima de la que había
vencido a los sarracenos en las Navas de Tolosa.
Cunqueiro, Álvaro, tuvo un orgasmo y, tras sostener
que Franco era el Sol, añadía que la mirada del Señor
le escogió entre los soldados: "De ella está ungido.
El Señor bruñó su espada y el santo Uriel arcángel le
enseñó a pasearse entre las llamas...". Laín Entralgo
afirma que al burgués y al empresario hay que oponerle
el modelo de jefe, "... más acorde con nuestro
concepto militar de la vida". Pero quizá nadie como
Pemán y Ernesto Jiménez Caballero para poner las cosas
en su sitio. Empecemos por Jiménez Caballero, el
partidario de casar a Pilar Primo de Rivera con Hitler
y de masculinizar la Falange hasta el punto de
llamarla Falanjo: "Nosotros hemos visto caer lágrimas
de Franco sobre el cuerpo de esta madre, de esta
mujer, de esta hija suya que es España, mientras en
las manos le corría la sangre y el dolor del sacro
cuerpo en estertores. ¿Quién se ha metido en las
entrañas de España como Franco, hasta el punto de no
saber ya si Franco es España o España es Franco? ¡Oh,
Franco, caudillo nuestro, padre de España! ¡Adelante!
¡Atrás, canallas y sabandijas del mundo!".
En cuanto a Pemán, a él se
debe uno de los botafumeiros más impresionantes que
perfumaron de incienso la efigie del Caudillo y
avalaron aquel ¡Franco, Franco, Franco! con que las
notas de prensa resumían la aclamación popular, en
recuerdo de la eufonía del Sanctus,
sanctus, sanctus: "Sabe marchar bajo palio con ese
paso natural y exacto que parece que va sometiéndose
por España y disculpándose por él. Se le transparenta
en el gesto paternal la clara conciencia de lo que
tiene de ancha totalidad nacional la obra que él
resume y preside. Parece que lleva consigo a todas las
ceremonias y liturgias protocolarias el honor de los
caídos
Parece que lleva, sobre su
pecho, la laureada como ofreciéndosela, un poco, a
todos. Éste era el caudillo que necesitaba esta hora
de España, difícil, delicada y de frágil tratamiento,
como toda contienda civil. Todo, la guerra o la
integración, el avance cotidiano o el cotidiano
gobierno, había que manipularlo con mano firme y
suave. Se necesitaba un hombre cuya imparcialidad
fuera absoluta, cuya energía fuese serena, cuya
paciencia fuese total. Había que tener un pulso exacto
para combatir sin odio y atraer sin remordimiento.
Había que escuchar a todos y no transigir con nadie.
Había que llevar hacia allí, en dosis exactas, el
perdón, el castigo y la catequesis; como hacia aquí,
en exactas paridades, la camisa azul, la boina roja y
la estrella de capitán general. Conquistó la zona roja
como si la acariciara: ahorrando vidas, limitando
bombardeos. No se dejó arrebatar nunca porque estaba
seguro de España y de sí mismo. Éste es Francisco
Franco, Caudillo de España. Concedámosle, españoles,
el ancho y silencioso crédito que se tiene ganado. En
Viñuelas hay un hombre que sabe dónde va. Que lo supo
siempre. Y que, gracias a su paso inalterable sobre
toda impaciencia, nos devolvió a España a su tiempo y
nos rescató intactas muchas cosas que estuvieron en
gran peligro. Lo que hizo en la guerra, lo hará en la
paz".
Enriquecido por la aportación
política de su cuñado Serrano, Franco a medida que
crecía bajo el palio buscaba colaboradores aduladores,
militantes en aquella cruzada
de la adulación a
la que se refirió su propio cuñado. Pacón, el teniente
general Francisco Franco Salgado Araujo, en sus
memorias póstumas, se hace cruces sobre la
insensibilidad de su primo para darse cuenta de tanto
pelotilleo. No hay que olvidar que a lo largo de su
caudillaje, ya no Franquito, ya definitivamente
¡Franco, Franco, Franco!, fue comparado con Napoleón,
Fernando el Católico, el Gran Capitán, Agamenón
(difícil de entender), César, Almanzor, Federico II de
Prusia, Recaredo... El cardenal Plà y Daniel aprovechó
el sermón de bodas dirigido a Carmen Franco y el
marqués de Villaverde para equiparar la pareja de la
Virgen María y san José con la de Franco y doña
Carmen, y entre las metáforas la lista da que pensar
sobre la poesía como laboratorio del lenguaje: "...
desde 'padre adoptivo de la provincia' hasta 'la
figura más importante del siglo XX', pasando por
'espiga de la paz', 'vencedor del dragón de siete
colas', 'el cirujano necesario', 'el gran arquitecto',
'el redentor de los presos', 'guerrero elegido por la
gracia de Dios', 'vencedor de la muerte', '... el que
sube las cuestas que es un contento', 'clínicamente:
genial', 'enviado de Dios', 'padre que ama y vigila',
'voz de hierro', 'centinela de Occidente', cientos,
miles de imágenes de esplendor y gloria".
Pero yo me quedo con aquella
perla que le dedicara Joaquín Arrarás cuando lo
imaginaba conduciendo la nave de la nueva España, la
nave de la muerte, la tortura, la expatriación, la
desidentificación para tantos de sus compatriotas:
"Timonel de la dulce sonrisa". |
|
EDUARDO HARO TECGLEN*
EL PAÍS
Semanal, 5 / 6 / 1994
Al
comenzar la guerra mundial, España tenía 26.187.899
habitantes (censo de 1940), y había crecido en
2.343.103 en los últimos 10 años, pese a los tres años
de guerra civil y al exilio. Diez años después (1950)
habría crecido, contra todas las previsiones,
solamente en 2.180.743 personas. Sobre estas cifras
hay abundantes discusiones. La más extraordinaria es
la que supone que en la posguerra / guerra mundial
murieron (por hambre, por enfermedades adquiridas en
la guerra) o dejaron de estar presentes en el censo
por el exilio más españoles que durante la guerra. El
número de personas asesinadas por cualquiera de los
medios conocidos (desde el tiro en la carretera al
consejo de guerra sumarísimo de urgencia) es
desconocido, pese a las muy diferentes
interpretaciones de cada historiador. Como el número
de muertos en la guerra. Unos se aferran a la mítica
cifra del millón (título de la también mitica novela
de Gironella, 1961) y otros la rebajan a menos de la
mitad. Es curioso que también estos cálculos, hechos
de todas las maneras posibles, sea por informes
policiales y judiciales o por cálculos sobre actas de
defunción, hayan seguido estando divididos en dos
bandos: los republicanos mantienen la cifra alta; los
militares y los franquistas, la reducida.
En las esquelas de los
periódicos fue corriente ver durante dos o más años
después del último parte de guerra la anotación:
"Murió víctima de los padecimientos sufridos en la
zona roja", o las alusiones directas al asesinato. Las
otras muertes aparecían muy pocas veces: en casos
señalados, en los periódicos se publicaba una noticia
de redacción y título obligatorio: "Sentencia
cumplida". Se refería solamente a las consideradas
legales por los consejos militares. Gran parte de los
asesinatos dejaban constancia en los registros (los
que la dejaban) con la mención de "fallo cardiaco".
Una frase de Gaetano Mosca,
escritor italiano:"Todo régimen que persiga
adecuadamente a sus adversarios puede mantenerse en el
poder indefinidamente".
Franco recibe a la Junta
Técnica de Acción Católica y dice: "Es nuestra tarea,
ahora, recristianizar nuestra nación".
Entre el parte de guerra
final del 1 de abril de 1939 y el principio de la
guerra mundial (invasión de Polonia por Hitler, 1 de
septiembre) sólo habían transcurrido cinco meses.
Ninguna nación, en vísperas de crisis mundial, podía
ayudar a España, y la reconstrucción no había
comenzado (se creó una dirección general: de "Regiones
Devastadas"). Sin embargo, todos querían que esta
pieza clave de la geopolítica les fuese amistosa. El
Reino Unido y Francia habían reconocido el régimen
franquista antes de terminar la guerra civil, y Franco
elevaba sus amistades y valedores a la categoría de
pactos: amistad y no agresión con Portugal
hispano-germano (más tarde, Bloque Ibérico) y, sobre
todo, el Anti Komintern (27-III), para el que tuvo una
gran sorpresa: el pacto germano-soviético del mes de
agosto. Ante la invasión de Polonia, España se declaró
neutral.
"Si alguien, por ahí, se
figura que nuestra neutralidad quiere
decir constitución de una especie de Suiza mental,
oficial y oficiosa, en el Estado y la Falange, o una
conciencia híbrida y eunucoide enturbiada por la
impotencia, de niebla y lágrimas, no conoce al Estado
que ha nacido como Estado heroico y militar" (Arriba,
24 de mayo de 1940).
El hambre se hizo larga, muy
larga. No es preciso explicar que venía de antes de la
guerra, que era endémica en el país que inventó la
novela picaresca, pero la guerra había devastado lo
poco que había mejorado durante la II República. La
España urbana estuvo con la República: la de los
obreros, los intelectuales, los empleados y una buena
parte de militares. La rural se alzó con Franco: quedó
con las dos terceras partes del trigo, la mitad de las
patatas y las hortalizas, las nueve décimas partes del
azúcar. La industria, en zona republicana, perdió su
base al caer el Norte. La República tuvo que empeñarlo
todo para recibir alimentos y armas: los distribuía
mal. Al terminar la guerra, la España que comía
recibió a la que no comía: ni trabajaba ya
(depuraciones). Se estableció el régimen de
abastecimientos: la cartilla para la comida y el
tabaco. Pero se mantuvieron las diferencias entre
zonas.
La palabra estraperlo apareció
en la República para señalar la corrupción de la clase
política. Lerroux, presidente del Gobierno (radical),
fue acusado de recibir dinero (directamente o por su
sobrino Aurelio) a cambio de la concesión de un nuevo
juego, una nueva ruleta, inventada por el austriaco
Strauss. La palabra, sin embargo, tomó todo su
esplendor en la larga posguerra: significaba lo que
después se llamó mercado
negro, o la compra-venta de artículos de primera
necesidad fuera del abastecimiento legal. Estaba
tolerado: se sabía que con la distribución oficial no
se podía comer.
"¡Lo tengo negro, lo tengo picao!",
gritaban las vendedoras a la puerta del metro. Una
broma de lenguaje para referirse al tabaco de
picadura. Loscuarterones.
Un cóctel de moda en las boîtes (oscuras,
sombrías, tristes: imperaba el bolero) era el porto
flip. En su composición, con el oporto, yema de
huevo y avellanas: alimentaba.
Las medicinas, en Chicote: un
centro nacional del estraperlo caro. Cuando
aparecieron las sulfamidas, sólo se encontraban allí;
pasaría después con la penicilina. Pedro, Perico
Chicote, había sido barman del
Congreso de los Diputados (en el Senado se tomaban
caramelos: de La Pajarita, que todavía existe).
Paladeando su porto
flip, la dama enlutada iba contando su desgracia
con alguna lágrima: "Si Pepe levantara la cabeza y me
viera así... Pero se llevó la llave de la despensa. Y
el bastón". Algunos sentían solidaridad. Otros
llevaban encima el orgullo de acostarse con la viuda o
la hija del vencido encarcelado o asesinado. Va en
temperamentos.
Por la noche, cuatro golpes
de timbal con la Quinta de
Beethoven señalaban la sintonía de la BBC. ¡Cuidado
con los vecinos!
Siempre dos Españas. La del
exilio: con el título de España
peregrina, Bergamín, Carner y Larrea fundaron en
México una revista de la intelectualidad republicana.
En Madrid, Dionisio Ridruejo fundaba la revista Escorial.
Un nombre que significaba una arquitectura
característica que se extendió durante gran parte del
régimen, una manía por la piedra berroqueña (Sonetos
de la piedra creo
que se llamó un libro del mismo Ridruejo), la
rectitud, la geometría. Así empezó el Valle de los
Caídos. (Y el Ministerio del Aire, en la Moncloa,
donde estuvo la cárcel modelo: le llamaron Monasterio
del Aire).
Picasso no solamente era
comunista, había sido director del Museo del Prado y
contribuido con su Guernica a
la propaganda roja: es que era un mal pintor. Cundía
la idea de que era un engañabobos: no sabía dibujar, y
se refugiaba en el disparate para medrar, amparado por
el partido. El gran maestro era Marceliano Santamaría:
fue el profesor de pintura de Franco. Los
intelectuales falangistas estaban ya en Solana,
incluso en Zuloaga.
"Queremos una España
faldicorta", había dicho José Antonio Primo de Rivera:
su hermana le puso pololos. La Sección Femenina hizo
una labor social importante: llevó bibliotecas a los
pueblos, máquinas de coser y músicos que recogieran el
viejo folclore perdido. Pero todo bajo el pensamiento
de santa Teresa, Isabel la Católica y Pilar Primo. En
una tribuna de la calle de Alcalá, las gentes de
teatro que habían quedado en Madrid vieron desfilar a
las tropas vencedoras: Benavente, Miguel de Molina,
levantaban el brazo. No les sirvió. A Miguel de Molina
le apalearon unos señoritos falangistas con cargo
oficial y se fue al exilio; a Benavente le prohibieron
el nombre, pero no estrenar. Esto se debía a que las
autoridades teatrales decidieron no castigarle, pero
las de la censura de prensa (Juan Aparicio), sí. En
las carteleras, en las puertas de los teatros, se
anunciaban sus estrenos y se decía: "Por el autor de La
Malquerida", o "por nuestro premio Nobel". Pero el
teatro lo empezaron a dominar Pemán, los Quintero (uno
murió en la guerra; el otro firmaba por los dos), los
Machado (la misma cuestión: Antonio murió en el
exilio, y Manuel ponía los dos nombres), y surgieron
valores zafios, o resucitaron: Adolfo Torrado, Leandro
Navarro, José de Lucio... Después vendría la llamada
generación del 27 del teatro: López Rubio, Joaquín
Calvo Sotelo, Ruiz Iriarte: como seguidores de Mihura,
de Casona, y algo benaventinos. Teatro de evasión.
Y las folclóricas. Algunas
venían de antes (¡Pastora Imperio!), otras comenzaron
entonces su carrera: Lola Flores y Carmen Sevilla, y
Paquita Rico... La del régimen: Concha Piquer, para
quien se había medio matado, echado de España, a
Miguel de Molina. Sin embargo, una de sus canciones se
convirtió en el lema de nostalgia y libertad de un par
de generaciones jóvenes: Tatuaje.
Un éxodo comenzó por la
frontera de Irún: gente que huía de Francia, después
de la dróle
de guerre (la
espera ante las líneas Sigfrido y Maginot) y escapaba
de la invasión alemana. Muchos judíos, algunos que
habían pasado ya de Alemania, Checoslovaquia y
Polonia, a Francia. No todos eran admitidos: Walter
Benjamin, rechazado, se suicidó. Uno de los más
grandes intelectuales de su tiempo.
En París, el cronista César
González Ruano vendía por dinero (o joyas, o pieles)
contraseñas a hebreos para que alguien les pasase a
España por los Pirineos. Eran falsas y, cuando
llegaban al punto convenido no había nadie. Los
alemanes se confundieron con él, creyeron que era un
protector de la raza y le encerraron en la prisión de
Cherche-Midi. Al fin se convencieron de que era
solamente un estafador y le dejaron en libertad.
Frase de Francisco Casares,
secretario general de la Asociación de la Prensa de
Madrid: "Porque, salvo el caso de algunos pusilánimes
que sin verdadera causa justificada, por un impulso
alocado, por una simple fuerza de sugestión, salieron
corriendo, los demás, la gran mayoría de los que
llegan, son los culpables". Dos frases de Manuel
Aznar: "Las colonias de judíos y sus compadres. Esa
clase de sujetos son perfectamente despreciables";
"Los judíos que instigan a la lucha, pero que no
participan de ella".
Se podía llegar a un acuerdo
con la dama o damita enlutada de los boleros (cuando
vino a cantarlos Elvira Ríos, quizá la mejor del mundo
—¿o sería mejor Toña la Negra?—, sólo podían acudir
los ricos), pero ¿dónde ir? No a su casa, con familia,
o con huéspedes (la otra fuente de los vencidos en
Madrid: alojar a los vencedores en pensiones
improvisadas); no a un hotel, donde era absolutamente
imposible: al casarse, el cura extendía un certificado
de matrimonio de urgencia para que los hoteleros
admitiesen a la pareja; pero la censura impedía, en
las notas de sociedad, la mención antes clásica de
"...los recién casados salieron en viaje de bodas
a...", porque el lector, inmediatamente, se imaginaba
"qué estarían haciendo": pornografia (la palabra piernas estuvo
prohibida, por sicalíptica, durante mucho tiempo:
hasta en las crónicas de fútbol se hablaba de lasextremidades).
Había algunos lugares semiclandestinos. Caros. Doña
Fermina, en la calle de Luchana, tenía una habitación
barata, pero con un inconveniente: por el centro de
ella pasaba el ascensor de la casa.
Bueno, había chicas libres:
lo habían sido antes, tenían la educación que daba el
feminismo de Hildegard, o de Federica Montseny y los
anarquistas, pero su situación era bastante
complicada. Naturalmente, no podían ir a esas casas:
quedarían marcadas. Ni a los reservados de algunos
restaurantes. Los palcos de los cines comenzaron a
estar vigilados. Había los grandes besos, las grandes
manipulaciones, en las últimas filas de los cines:
pero podía aparecer el acomodador, enfocar la linterna
y mostrar al señor que le acompañaba: policía (en cada
local solía haber un agente de servicio). Sólo costaba
una multa. Y, lo peor: una nota en los periódicos con
el título de Multados por cometer actos inmorales en
los cines, y los nombres del chico y la chica. A
alguna le costó ser expulsada de su casa. Al chico le
felicitaban sus compañeros: pero en los colegios de
frailes o monjas se podía llegar a la expulsión.
"Guapo, di que soy tu novia",
decía de pronto, en la noche, una chica que se
agarraba al brazo de un hombre que pasaba por la Gran
Vía: para burlar la redada de la policía. A las
prostitutas las pelaban, las llevaban a un campo de
concentración y, según ellas, no dejaban de violarlas.
También dependía de quién saliera valedor por ellas o
por ellos: para los homosexuales había un campo; creo
recordar que el de Nanclares de la Oca estaba dividido
para hombres y mujeres. Por la moral. Muchos,
generalmente intelectuales, huyeron de España por este
motivo. Incluso un biógrafo de José Antonio Primo;
quizá enamorado de él en silencio.
Estaban la Casa de Campo, la
carretera de Castilla, más montaraces que ahora
(cuidado con la de El Pardo: el camino hacia Franco
estaba vigilado), se podía llevar a la novia, aunque
ella, como el cordero hacia el altar del sacrificio.
La policía tenía perros adiestrados al olor sexual:
olfateaban, corrían silenciosos y sólo ladraban cuando
tenían bajo sus patas a la pareja horrorosa, pecadora:
inmovilizados, eran fotografiados por el flash de
los guardias, que avisaban a los familiares con la
foto ya revelada y se la mostraban: no había más
delito que la multa y el deshonor. Para los casados,
tenían preparada una denuncia escrita y, cuando
llegaba el cónyuge que no sabía por qué su pareja
estaba detenida, le mostraban la foto y le ponían
delante la denuncia para que firmase: el adulterio era
sólo perseguible a petición de parte (en algunas
épocas, comportaba pena de siete años de prisión. El
adulterio entró en el Código Penal en mayo de 1942).
La guerra sigue siendo un
relámpago, y Hitler es Júpiter: invasión de Yugoslavia
y Grecia, ataque a la URSS, sitio de Leningrado,
ataque a Moscú, asalto japonés a Pearl Harbor,
ocupación de la Francia de Pétain...
"Rusia es culpable", grita
Serrano Suñer desde el balcón de Alcalá, 43, ornado
con unas enormes flechas de Falange: es el principio
de la División Azul.
Y cuando se denunciaba al
cónyuge, aunque no se le denunciase o se retirase la
acusación, ¿qué hacer? El divorcio había sido derogado
en toda España (25 de noviembre de 1939), al mismo
tiempo que el matrimonio civil: con efecto
retroactivo. En la zona franquista ya habían purgado o
arreglado su situación los que estaban en esas
condiciones: al invadir la zona republicana, todos los
matrimonios de guerra, los civiles de la República y
todos los divorcios quedaban, simplemente, como no
existentes (igual que el dinero y las cuentas
corrientes bancarias de la guerra civil, igual que los
títulos académicos: habían dejado de existir). Habían
tenido hijos: de repente se convertían, de legítimos,
en naturales o adulterinos, o de padres desconocidos.
Este afán de borrar registros
llegó hasta a partidas de nacimiento (por ejemplo, la
de Casares Quiroga en La Coruña, padre de María
Casares). Se arrancaban del libro. Nadie estaba en
condiciones de protestar, excepto algunos ajenos a la
cuestión: los inscritos en la otra cara de la hoja,
que se veían así privados de existencia sin tener
relación ninguna con el suceso.
Aparece el NO-DO. Se nutre
del Luce italiano, del UFA alemán; los cámaras
españoles empiezan a hacer reportajes. Aparece,
también, la costumbre de llegar un cuarto de hora más
tarde al cine para evitarlo.
El régimen, en busca de una
legitimidad: fundación del Consejo de Estado,
reapertura de las bolsas, Comisión de Regulación de la
Producción, reforma tributaria (Larraz), Consejo de
Economía Nacional. Lo inverso: Tribunal de la
Masonería y el Comunismo, del Frente de Juventudes,
ley para la devolución de las expropiaciones de la
reforma agraria de la República.
Y asalto a Gibraltar.
Explicaba Serrano Suñer: "Después de 200 años de
mansedumbre y tristeza, nuestro único discurso es
¡Arriba España, arriba España, arriba España!". Y
Franco cambiaba la neutralidad (que
ya se vio cómo era) por la no
beligerancia (que
era lo mismo: pero que fue el primer estatuto de
Italia antes de entrar en guerra junto a Hitler).
La entrevista de Franco con
Hitler en Hendaya, prolongada por la de Serrano en
Berlín. Todas las versiones que se deseen. Una gran
parte de los historiadores imparciales mantenían que
el deseo de Franco y el de Serrano era el de entrar en
la guerra, vencida ya Francia, a punto (creían) el
desembarco en Inglaterra, para recoger los frutos
imperiales (expuestos en un libro de José María
Areilza y Fernando Castiella, Entre
Hendaya y Gibraltar, que fue famoso: 1941).
Después de la caida del III Reich, el régimen mantuvo
que la "astucia de Franco" evitó que Hitler arrastrase
a España a la guerra: creo que ésa es la tesis actual
de Serrano Suñer. En la última biografía de Franco, la
de Paul Preston, se dan detalles de cómo fue Hitler el
que se negó a la petición de Franco y Serrano: con
España no beligerante obtenía numerosos beneficios
(materias primas, espionaje, dominio del régimen,
relaciones con los nacionalismos árabes y con la
política contra Estados Unidos de los países de
América española, que finalmente acogieron a los nazis
refugiados), mientras que, combatiente, estaría
expuesta a un segundo frente, y habría que alimentar
su pueblo y rearmar su ejército. Un mal negocio:
además de tener que repartir algo del mundo
compartido. Se ha dicho también que Hitler, no quiso
la entrada de Italia en guerra, pero le desbordó la
ambición de Mussolini.
Y, sin embargo... Habían
sucedido algunas cosas. Churchill se había hecho cargo
del Reino Unido y su guerra, y Churchill era
franquista, como había sido mussoliniano hasta la
entrada de Italia en la guerra. Hubo una
correspondencia. La hubo con Roosevelt cuando Estados
Unidos estuvo en el conflicto, tras el ataque de Pearl
Harbor. Y Franco comenzó a arrojar algún lastre.
Ridruejo y Tovar, falangistas y germanófilos (Ridruejo,
en la División Azul; Tovar, intérprete de Franco y
Serrano con Hitler), despedidos. Y el propio Serrano
Suñer. Alfonso XIII abdicó; luego murió, y su hijo,
don Juan, comenzó una correspondencia con Franco desde
Italia, donde expresaba su admiración a Mussolini, y
su adhesión.
En el cine se empezó a hablar
de teléfonos
blancos; las películas donde aparecían estos
instrumentos significaban una decoración de lujo, un
ambienteselecto. Generalmente venían de Italia
(¿quién no amó a Alida Valli?) o de Alemania (¿quién
no se reía con Heinz Rühman, quién no admiraba a Zarah
Leander, la Marlene menor que se quedó con Hitler?).
Muchas de las películas españolas se rodaban en Italia
y en Alemania. En Berlín hizo Florián Rey una Carmen (yLa
canción de Aixa, 1937) con su pareja Imperio
Argentína (Morena Clara estuvo
en el Rialto de Madrid hasta ese año; la quitaron por
esa razón, y losnacionales la
repusieron al entrar); les invitó Hitler a una
recepción y tuvo una conversación animada con Imperio.
Se dijo que algo más; ella lo negó siempre, pero tuvo
un sabotaje cuando, años después, fue a cantar a
Estados Unidos. Los productores grandes, en España,
fueron Cifesa y Cesáreo González. Los guionistas o
directores de mejor calidad fueron Edgar Neville,
Enrique Llovet, José López Rubio. Pero nadie quería ir
a ver películas españolas.
Quizá los cuatro nombres más
populares de España fueron los de Chicote, Jacinto
Guerrero, Cesáreo González y ¡Celia Gámez! "La Celia",
decía el pueblo (había entrado en Madrid cantando el
chotis Ya
hemos pasao, respuesta al "No pasarán" de
Pasionaria). Doña Carmen iba a verla al camerino. Y a
Nini Montián (Elena de Ampudia, hija del general).
Las recibía en El Pardo.
Otras visitas: doña Ramona, esposa del general Alonso
Vega, ministro de Gobernación; la viuda de Pradera.
Los amigos del general eran Pedrolo (el almirante
Nieto Antúnez, ministro en la transición, dimitió por
no admitir la legalidad del partido comunista); para
las cacerías, Luis Miguel Dominguín. (A Dominguín no
le contrataron en los sanfermines,
y Franco se rio de él: "No puedes ni ir a Pamplona",
le dijo. "Ni usted tampoco, mi general", contestó él,
aludiendo a los disturbios de los requetés
descontentos).
Los maquis,
nombre francés para los guerrilleros españoles que
mantenían la resistencia armada contra Franco,
atacaban en el valle de Arán. Hubo movilizaciones para
acudir, si era preciso, a la frontera.
Literatura de las dos Españas:
Juan Ramón Jiménez, España
de tres mundos; Sénder, Crónica
del alba; Alberti, La
arboleda perdida; Alberti, Entre
el clavel y la espada; Cela, La
familia de Pascual Duarte; Ridruejo, Sonetos
a la piedra; García Nieto funda Garcilaso,
revista de una generación elitista, sonetista, pétrea.
Nadie iba al cine a ver Raza.
Guión de Franco, dirección de José Luis Sáenz de
Heredia (luego hizo Franco,
ese hombre). Sin embargo, este favorito del
régimen (uno de los Primo de Rivera) hizo algunas de
las mejores películas cuando se le pasó el primer
furor; él y Rafael Gil, además de los citados antes.
La guerra: la están
perdiendo... ¿Había tenido suerte Franco, había sido
extraordinariamente hábil, o capaz de jugar a dos
barajas? Los aliados desembarcan en África del Norte
(¿consiguió Franco que no fuera en España? ¿Lo
consiguió Oliveira Salazar?). Montgomery avanza hacia
Egipto, liberación de Leningrado, desembarco en
Sicilia, incapacitación y detención de Mussolini
(creación del fascismo
republicano).
Y Franco cambia de estatuto:
volvemos a la neutralidad, después de haber pasado por
la no beligerancia. Mientras negocia secretamente con
los aliados, pronuncia en Sevilla el discurso del millón
de bayonetas que
enviaría para defender Berlín (en el momento oportuno
se las enfundó). Siempre trata de favorecer a sus
aliados: trata de negociar la paz y comienza
ardorosamente a explicar la diferencia entre el
comunismo y las democracias: si hubiera una alianza
con Hitler, contra Rusia... Es lo último que
intentará, después, Rudolf Hess, volando a Inglaterra.
Hitler en la Cancillería, sus militares de carrera
contra el propio Hitler... Nadie va a caer en esa
trampa; pero Franco puede ser útil para el
anticomunismo de después. Le felicitan Churchill y
Roosevelt. Aun así, hay que retirar los últimos de la
División Azul en 1945... Se acabó la guerra...
Todo cambia, el escenario es
otro: ya se percibe el saludo fascista, ya se rompen
relaciones con Japón, ya se abandona Francia. Se
acabaron aquellos amigos. Pierre Laval, presidente del
Consejo francés, colaboracionista, se refugia en
España, y Franco le entrega al tribunal, que le
condenará a muerte y le fusilará. Y a Maurrás, que
pasará años en la cárcel.
El hecho de que termine la
guerra mundial no significa que termine la posguerra
en España: dura ya seis años. Durará mucho más.
Únicamente, que se empieza a contar un poco lo que
sucede. Lo cuenta Carmen Laforet en Nada,
la novela que inaugura la gran serie del Premio Nadal,
y Buero Vallejo conHistoria de una escalera:
era un pintor comunista condenado a muerte, indultado,
y de pronto escritor de teatro (cuando le dieron el
Premio Lope de Vega no sabían quién era; me explicó un
jurado, Alfredo Marqueríe, que cuando se enteraron
quisieron quitárselo, pero ya era imposible). Y una
película, Surcos,
de Nieves Conde. Todas relataban el hambre, el
desamor, la desesperanza.
Aún había de llegar la
desesperanza definitiva. Al principio de esta guerra
civil, Malraux, aviador de la República Española
(durante la guerra mundial, combatiente de la
Resistencia francesa), había escrito L'Espoir;
España, alzada contra el fascismo, significaba la gran
esperanza de Europa. Ahora, terminada ya la guerra,
cambiada la escenografia y los figurines de Franco,
algunos de sus hombres, se publicaba un libro anónimo
en París (con seudónimo Juan Hermanos) que se titulaba La
fin de l'espoir. El final de todo: la guerra
mundial había fallado, empezaba la guerra fría, y todo
seguía igual en la Península. Llevaba prólogo de Jean-Paul
Sartre |
|
EDUARDO HARO TECGLEN*
EL
PAÍS Domingo, 4 / 2 / 1990
El
horizonte era cárdeno y los rayos del sol
iluminaban, desde abajo, unas nubes que se volvían
sonrosadas, violeta, y se deshacían con el viento.
Acodado en la borda, Franco dijo: "¡Quién fuera
pintor!". De niño quiso serlo; y también marino.
Ahora que lo tenía todo era pintor de domingo y
marino de su yate. Quizá el nombre del barco, Azor,
correspondía al ave de presa que pintaba con
minuciosidad y cuidado; como si estuviera junto a
ella y, abajo, un pueblo castellano. Brotaba sin
duda algún subconsciente de esas imágenes. Franco
hablaba de esto con su médico, Vicente Gil. Blanco
y discreto, al fondo, el horizonte del Ferrol. El
Ferrol del Caudillo.
El Caudillo había oído a
un capitán de fragata, Nieto Antúnez, que sugirió
que el Estado —el Estado era él— tuviese un yate
de recreo. Nieto Antúnez le fue siempre fiel;
llegó a ser almirante y ministro del Gobierno de
transición, para sujetar las ataduras de Franco, y
dimitió porque no quiso aceptar el reconocimiento
de los partidos políticos. Fue uno de sus mejores
compañeros de barco: con Max Borrell, que le
enseñó a pescar, y con un Andrés Zala, que algunos
suponían húngaro, otro palestino; quizá
aristócrata, quizá diplomático. Los demás se
mareaban. El médico, Vicente Gil, sufría como
todos: pero cumplía con su obligación y con su
devoción (se la pagaron al despedirle durante la
última enfermedad de Franco con un televisor en
color que le regaló doña Carmen). El Azor era
un barco duro, lento, cabezón.
En 1949 había sido botado
en los astilleros Bazán: su madrina, la señorita
María del Carmen Franco Polo. Hacía poco tiempo
que los periódicos la llamaban todavía "Carmencita
Franco", hasta que recibieron la orden escrita, en
papel sellado, de la autoridad de prensa: había
que llamarla señorita, y por su nombre completo;
más tarde sería obligatorio, junto al nombre, el
título de marquesa de Villaverde.
Franco se reía de sus
invitados en el barco: no lo resistían. A veces,
les gastaba bromas: hacía falsos "avisos a los
navegantes" anunciando fuertes temporales
inmediatos, se los hacía llevar al comedor y los
leía en voz alta: se reía a carcajadas cuando los
demás comenzaban ya a ponerse verdes. Los que le
acompañaban entonces dicen que era feliz y que se
sentía libre: conseguía salir de su propio
régimen.
Sobre todo le
entusiasmaba la pesca. Un día pescó un enorme
calamar que conservó vivo para donarlo a un
acuario (le llamó siempre "el monstruo marino"),
pero algún tiempo después desapareció. Franco
imaginaba que tenía algunas facultades que le
habían permitido escaparse y saltar al mar, pero
se averiguó que se lo había comido el señor Zala
(el cocinero de a bordo era excelente pero la
comida diaria era frugal, como lo fue siempre en
la mesa del dictador). Los atunes eran su mejor
presa. Su primo y secretario, el general Franco
Salgado, decía fríamente que, con el coste del
petróleo del Azor y
el del buque de escolta, el sostenimiento de la
tripulación —comandante, segundo, maquinista, tres
suboficiales, tres cabos, 32 hombres; a los
marineros Franco les reunía a veces en el sollado
y les contaba leyendas gallegas de aparecidos— se
conseguían los atunes más caros del mundo.
Pero la gran pesca fue la
del enorme animal en la fecha del 1 de septiembre
de 1958, conservada en las crónicas del barco. Fue
difícil de definir; los primeros telegramas de
prensa hablaron de una ballena de 20 toneladas:
poco para una ballena. Las fotos mostraban al
hombrecillo, con su gorra de yatchman y
traje gris, riendo junto a la bestia; el público
era poco sensible a la emoción del pescador y dio
un cariz ridículo a todo ello. Algún periódico
llamó a lo pescado cachalote, pero el Ministerio
de Información —Arias Salgado— intervino
rápidamente para que se le volviera a llamar
ballena. Por fin se llegó a un acuerdo: tendría el
nombre genérico de cetáceo.
|
La censura era muy especial
con las pescas milagrosas del jefe de Estado. En
un concurso de salmón se quiso decir que uno de
los capturados era el más grande de España y la
censura lo prohibió.
Un director general llegó
una vez de Nueva York con noticias importantes
para una industria española, y con una caña que
había comprado para Franco; el jefe del Estado no
le dejó explicarse, y le aterró haciendo volar el
anzuelo por el despacho en que le recibía.
La iniciación a la pesca
se la debió a Max Borrell, cuando éste era
gobernador civil de La Coruña y Franco veraneaba
en el pazo de Meirás. Le llevó un día en un bote
de pescar y vio su entusiasmo: al día siguiente
Franco le llamó para que fueran otra vez: "Yo le
diré a Carmen que nos prepare unas tortillas y
unos filetes: así podremos estar más tiempo en la
mar".
La tranquila aventura del Azor duró
26 años de la vida de Franco. Después quedó
anclado y fue usado con timidez. Una vez, por la
familia real (el Rey embarcó en él para pasar
revista a la flota). Otra histórica vez, por
Felipe González, en sus vacaciones de verano de
1985. Un pálido y leve crucero: de Lisboa a Rota.
Alguien debió aconsejarle mal, o quizá fue su
deseo de asumir el pasado. La derecha criticó a
González con sarcasmo y le acusó de querer meterse
en la piel del sagrado antecesor. La izquierda, de
ostentación y lujo. Muchos, sólo por rememorar el
nombre del barco fantasma. Bajó en Rota y no
volvió nunca más; ni nadie lo ha utilizado.
Quienes lo han visitado
ahora dicen que el yate está como se construyó,
con la añadidura final de Franco: dos camarotes de
lujo para él y doña Carmen, la señora por
antonomasia, que luego fue sólo de Meirás. Sus
paredes son de madera de fresno y de raíz de
sicomoro egipcio. Y su plata vieja, y la fina
porcelana de sus vajillas y los camarotes de
invitados donde los ministros y los embajadores
lloraban del más simple de los miedos que habían
tenido: el de la mar, como decían a bordo.
Las condiciones de
navegación son perfectas: la tripulación lo ha
mantenido sacándole por el Cantábrico. Y el
cañoncillo que Franco mandó comprar en Noruega,
con el que pescó el cachalote —perdón, el cetáceo—
sigue a popa.
El miércoles navegó hasta
El Ferrol para ser subastado. Se calcula que el
precio de salida puede estar en 100 millones de
pesetas, pero los posibles compradores se
mantienen en secreto. Lo que se dice es que va a
ser desguazado, y que con ello se ganará dinero.
Pero hay quien cree que puede adquirirse para
seguir paseando por el mar. Quien tenga dinero
para pagar ese precio puede sin duda comprar
fácilmente un yate moderno, con condiciones de
navegación infinitamente mejores, más estable,
menos doloroso para la diversión y para la pesca.
Pero sin recuerdos. Todo
el fasto de un régimen, las horas libres de quien
nunca consideró la libertad de los demás como
necesaria, las sombras de almirantes, ministros,
jefes de Estado extranjeros y nacionales, fraques,
condecoraciones, gorras de comodoro, blazers con
buenos y legítimos escudos bordados; brindis con
agua, charlas sin cigarrillos, ensueños de
imperio, de marino sin escuela, de pintor sin
colores para el cielo gallego —pero con una Leika
alemana de los viejos tiempos—: todo un trozo de
la historia desdichada y fastuosa de la España
reciente; son cosas que se pueden comprar. Quizá
haya alguien que lo quiera precisamente así.
NOTA Desde
el 21 de abril de 1949 Franco utilizó el Azor,
construido en su Ferrol natal, como base
de operaciones para
la pesca del atún, a la que era tan aficionado. La
nave albergó asimismo diversas reuniones políticas
y en ella discutieron el dictador y Don Juan de
Borbón, padre del actual Rey de España, el
problema de la sucesión al franquismo. A estos
encuentros se los recuerda con el nombre de Conversaciones
del Azor.
Franco había contado
antes con un yate menor, de igual nombre aunque él
lo llamara Azorín,
y que fue construido en 1925 en Kiel (Alemania)
con madera de roble. El Azorín fue
adquirido por un chatarrero que lo pagó 500.000
pesetas en una subasta celebrada en el puerto de
Marín en septiembre de 1983.
El Azor en
cambio fue subastado en 1990 y lo adquirió un
empresario español, siendo su historia posterior
difícil de reconstruir |
|
|
La economía
española durante el franquismo
JOSÉ LUIS GARCÍA DELGADO*
TEMAS para el debate,
noviembre 1995
La
economía española durante el franquismo tiene tres
etapas bien diferenciadas. La primera es la etapa
de la autarquía (1939-1950), caracterizada por la
depresión, la dramática escasez de todo tipo de
bienes y la interrupción drástica del proceso de
modernización y crecimiento iniciado por el
Gobierno de la República. En la segunda etapa
(1950-1960) se produce una vacilante liberación y
apertura al exterior que genera un incipiente
despegue económico, aunque muy alejado del ciclo
de expansión que disfruta el resto de Europa
debido a las políticas keynesianas. Por último,
entre los años 1960 y 1974 la economía española se
ve favorecida por el desarrollo económico
internacional, gracias al bajo precio de la
energía, a la mano de obra barata, y a las divisas
que proporcionan emigrantes y turistas.
La mejor perspectiva que
hoy es posible adquirir al estudiar la economía
española durante el franquismo —y no sólo por el
mero paso del tiempo: también por los sucesivos y
aleccionadores cambios de decorado que se han
producido en la escena de la economía
internacional en los últimos lustros—, invita a
ahondar en los distintos planos y períodos que en
España presenta la evolución económica de los
decenios centrales del siglo XX, revisando
eventualmente algún tópico antes sustentado en la
excesiva inmediatez de los acontecimientos
analizados. Es el reclamo al que responden estas
breves páginas, cuya premisa básica es la
identificación de los años cincuenta como una
etapa bien diferenciada en la evolución de la
economía española contemporánea, y tanto por lo
que se refiere a los años inmeditamente anteriores
—la lóbrega década de los cuarenta— como a los
posteriores, pues la operación estabilizadora y
liberalizadora de 1959 es inequívoca señal
fronteriza. Singularización del decenio de 1950
que trata, pues, de combatir el excesivo simplismo
en que muy reiteradamente se ha incurrido al
distinguir tan sólo dos grandes períodos en la
economia franquista —autarquía, primero, apertura
económica y desarrollo, después—, divididas por el
año crucial de 1959; y que facilita de paso
establecer comparaciones significativas a escala
internacional, dado que también en la mayor parte
de las economías europeas occidentales los años
cincuenta —los de la apertura, la cooperación y el
crecimiento económicos— componen un período con
señas específicas de identidad, situadas entre la
etapa de reconstrucción de la inmediata postguerra
y la década de 1960, que registrará mantenidos
avances en la integración y el desarrollo de los
países industriales pero a la vez crecientes
síntomas de agotamiento del largo ciclo de
expansión precedente.
A efectos expositivos
convendrá, de cualquier modo, dedicar un apartado
a cada uno de los tres tramos temporales que así
resultan delimitados: primero, el que se extiende
desde 1939 hasta el comienzo del decenio de los
cincuenta; después, el que arranca de la crisis de
gobierno de mediados de 1951 y llega hasta el
verano de 1959, y, en tercer lugar, el que abarca
los años sesenta, prolongándose hasta 1973, cuando
la muerte de Carrero Blanco se yuxtapone a los
primeros impactos de la crisis de la economía
internacional. Luego, 1974 y 1975, con la agonía
del régimen superpuesta a la del propio dictador,
no hará sino introducir el período de la economía
española que presencia, en la política, la
transición a la democracia.
Los malogrados años
cuarenta |
Tanto las más fiables estimaciones del indice
anual de la producción industrial española (IPI),
como los mejores estudios comparativos a escala
europea confirman, con abrumadora coincidencia, el
largo y negativo paréntesis que en la historia de
la industrialización forman los años que
transcurren entre 1935 y 1950. En concreto, el
estancamiento postbélico que conoce la economía
española en los años cuarenta no tendrá parangón
en la Europa contemporánea, donde el periodo de
reconstrucción es mucho más rápido, sobre todo a
partir de 1948, con la puesta en práctica del Plan
Marshall. En España, tanto la primera como la
segunda mitad de los cuarenta arrojan resultados
muy pobres. De 1941 a 1945 el promedio quinquenal
de la tasa de crecimiento del IPI es negativo; y
en la segunda mitad del decenio de 1940, cuando la
retirada de embajadores renueve las pretensiones
autárquicas de la política económica del régimen
de Franco, aunque la tasa de crecimiento del
indicador mencionado ya registre valores
positivos, lo más destacable es la cuantía mucho
menor de éstos en comparación con los de la
inmensa mayor parte de los países europeos,
incluidos los mediterráneos. Así, considerados en
conjunto los quince años que van desde 1935 a
1950, ambos incluidos, se puede hablar de una
auténtica depresión.
El significado último de esa
pobreza de resultados durante la etapa inicial del
franquismo tiene una doble dimensión: por una
parte, supone el final del proceso de crecimiento
moderado pero mantenido que se prolonga en España
durante el último tercio del XIX y el primero del
XX; por otra parte, ocasiona el ensanchamiento de
la brecha que separa la trayectoria de España
respecto a la de otros países europeos; una
diferencia que, en ritmos de crecimiento y de
producto real por habitante, se amplía enormemente
durante esos años. No se exagera, por
consiguiente, cuando se sitúa en ese decenio de
los años cuarenta el pasaje más negativo de
nuestra historia económica y contemporánea, con la
cruenta eliminación de los partidos políticos y
organizaciones de clase, con rígida disciplina
laboral y drástica fijación de salarios, con
cercenamiento de las libertades individuales y la
pérdida, en unos casos, y marginación, en otros,
de un capital humano irrecuperable. En suma, el
fracaso económico corrió entonces paralelo a la
regresión política y social.
Los años cincuenta: el
decenio bisagra
En el marco de las
políticas keynesianas que durante más de veinte
años van a presidir el largo ciclo de expansión de
las economías occidentales iniciado con los
cincuenta, el comportamiento de la economía
española también es ya sensiblemente distinto. Los
cálculos y estimaciones antes citados vuelven a
ser coincidentemente expresivos del indudable
empuje de la economía española en el decenio de
1950. Así, en promedios quinquenales, el índice de
la producción industrial arroja una tasa de
crecimiento del 6,6% para 1951-1955 sobre la media
de 1946-1950, y otra de nada menos que del 7,4%
para 1956-1960 sobre la media del quinquenio
1951-1955. Con todo, lo que más me importa señalar
es que, a diferencia de lo que se ha evidenciado
en los años precedentes, el ritmo de crecimiento
español sigue de manera muy uniforme la pauta de
otros países europeos, muy particularmente los del
Sur de Europa, en los que, por encima de
diferencias institucionales, juega un papel
semejante, ya en los años cincuenta, el conjunto
de las relaciones exteriores (transacciones
comerciales, remesas de emigrantes, flujos de
capital y divisas por turismo).
Esa acentuada
sensibilidad con respecto al mercado internacional
es tanto más llamativa cuanto que los pasos
aperturistas de la política económica española
durante los cincuenta, en la línea de aproximación
de una liberalización de intercambios y a una
situación de pagos multilaterales, son siempre
pasos cortos, repletos de temores y reservas.
Conviene, por eso mismo, insistir en dos aspectos
de la política paulatinamente liberalizadora de
ese decenio bisagra que dentro de la historia del
franquismo es el de 1950. El primero es el
carácter de atenuación que tiene respecto a la
rigidez anterior de la opción autárquica y de
intervencionismo económico, eliminando así
impedimentos y obstáculos al crecimiento. Es,
pues, el desbloqueo de las potencialidades de la
economía española donde reside la afortunada clave
—tan poco misteriosa como decisiva— de las medidas
liberalizadoras del decenio de 1950: un
compromiso, en suma, entre los deseos de
industrialización y las exigencias de esta
industrialización, por emplear una conocida
fórmula, coloquial pero muy certera.
El segundo aspecto que
conviene destacar de esa política es su carácter
gradual, resultado, bien es cierto, no de
estrategia alguna a medio y largo plazo, sino de
los frenos y cautelas que mediatizan los sucesivos
intentos de apertura económica. Hasta tal punto
que la mantenida tensión entre medidas a favor y
en contra de la liberalización, entre amagos
aperturistas y reacciones en sentido contrario,
acaba constituyendo un rasgo característico de
toda la década. Una tensión que alcanza sus
momentos culminantes en torno a 1951-1957 y 1959,
cuando se adoptan las medidas que, en su conjunto,
consiguen un mayor enlace o ensamblaje de España
con el mercado internacional y, con ello, el
aprovechamiento de los impactos positivos de la
onda de prosperidad atlántica desde el comienzo
mismo, nótese bien, de los años cincuenta.
La expansión de los
sesenta
El Plan de estabilización
y liberalización de 1959 abre, en todo caso, la
tercera gran etapa de la economía española durante
el franquismo: la que abarca todo el decenio de
los años sesenta y se prolonga hasta 1973.
|
Por lo que se refiere a los
factores impulsores de los prósperos sesenta, nada
nuevo cabe señalar. Como en 1951, la economía
española va a mostrar, tras las medidas del verano
de 1959 y de los meses posteriores, una
extraordinaria capacidad de asimilación de las
favorables condiciones del mercado internacional,
con ganancia de importantísimos márgenes de
productividad antes desaprovechados. Y el proceso
de acumulación y crecimiento se va a ajustar,
hasta el comienzo de los años setenta, al esquema
dominante en la escena de los países de la OCDE,
cien veces repetido: energía barata en términos
absolutos y crecientemente barata en términos
relativos; favorables precios relativos también de
las materias primas y de los alimentos; ampliadas
posibilidades de financiación exterior;
adquisición en un mercado internacional expansivo
de la tecnología y de los productos necesarios
para asimilar los cambios que el propio
crecimiento impone en los patrones dominantes de
la demanda, y abundantes disponibilidades de una
mano de obra (las dos grandes reservas son la
población agraria y la población femenina
potencialmente activa), con la válvula de
seguridad adicional de la fácil exportación de la
mayor parte de la fuerza de trabajo excedente.
En lo que concierne a los
resultados de esa feliz suma de efectos derivados
de la política de liberalización española y del
desarrollo económico internacional, interesa
subrayar, por un lado, las profundas
transformaciones estructurales que acompañan a la
muy fuerte expansión entonces registrada; por otro
lado, en fin, lo que debe destacarse es que ese
gran crecimiento no es excepcional en el marco de
una buena parte de las economías occidentales,
para las que también la prolongada e intensa
expansión que se inicia tras la reconstrucción de
la postguerra es un fenómeno hasta cierto punto
inédito y probablemente irrepetible. Es más: si la
comparación se efectúa exclusivamente con los
países mediterráneos y en términos de crecimiento
de la producción industrial durante el decenio de
1960, el ritmo de avance español, con ser muy
fuerte, resulta similar al de Italia, Grecia y
Yugoslavia.
Epílogo: un legado
ambivalente
Lo que acaba de indicarse
facilita un apunte final sobre el legado del
franquismo desde la perspectiva de la evolución
económica. Un legado ambivalente en más de un
sentido. Durante los dos últimos largos decenios
del franquismo, el crecimiento económico fue
importante tanto en términos absolutos como en
términos comparados con cualquier período
precedente del proceso de industrialización; y sin
embargo, no fue en absoluto excepcional en el mapa
de las economías occidentales de postguerra y,
particularmente, en el marco de las economías del
Sur de Europa. Además, de no haberse prolongado
tanto tiempo aquí la situación de autarquía y
generalizado intervencionismo, la recuperación de
la economía española hubiera podido iniciarse
antes, y antes haberse acompasado el pulso interno
del proceso productivo al ritmo y las condiciones
de la economía internacional (véase el recuadro).
Tal vez así las transformaciones en la estructura
productiva se hubieran realizado con menos costes
sociales y también más consistentemente, sin dejar
tantas junturas mal soldadas, como el impacto de
la crisis de mediados de los años setenta pondrá
de manifiesto. Sin olvidar, en todo caso, que el
régimen franquista acababa imponiendo por su
propia naturaleza y entidad límites insuperables
para determinados cambios económicos
institucionales (en el campo del sector público,
en el de las relacioncs laborales, en el del
sector exterior, entre otros); cambios
institucionales sin cuya plena consecución se
frenaba el alcance de aquellas transformaciones en
la estructura productiva y el impulso del proceso
de crecimiento.
Legado, pues,
ambivalente, por más que, contempladas las cosas
desde nuestro presente, desde el presente que
supone la afirmación del régimen de libertades en
la España actual, lo que más resalte sea el cambio
social, en su sentido más amplio, que trajo
consigo el conjunto de hechos y movimientos que
hemos mencionado en el dominio de la economía:
cambio social que contribuyó a renovar muchos de
los patrones de comportamiento de una mayoría de
españoles que acabaron apostando por aquello a lo
que siempre mas temió el franquismo: la libertad.
|
En colaboración con Juan Carlos Jiménez
|
1
1946 |
2
1950 |
3
2/1 |
4
1960 |
5
4/2 |
6
1973 |
7
6/4 |
8
6/1 |
Alemania (RFA) |
63 (1948) |
114 |
1,8 |
283 |
2,5 |
556 |
2,0 |
8,8 |
Austria |
92 (1948) |
145 |
1,6 |
293 |
2,0 |
602 |
2,1 |
6,5 |
Bélgica |
73 |
102 |
1,4 |
140 |
1,4 |
252 |
1,8 |
3,5 |
España |
102 |
111 |
1,1 |
202 |
1,8 |
696 |
3,4 |
6,8 |
Francia |
76 |
111 |
1,5 |
208 |
1,8 |
438 |
2,1 |
5,8 |
Grecia |
62 |
127 |
2,0 |
301 |
2,4 |
1.021 |
3,4 |
16,5 |
Holanda |
77 |
144 |
1,9 |
266 |
1,8 |
634 |
2,4 |
8,2 |
Italia |
66 |
115 |
1,7 |
274 |
2,4 |
634 |
2,3 |
9,6 |
Reino Unido |
100 |
131 |
1,3 |
177 |
1,4 |
256 |
1,4 |
2,6 |
Suecia |
137 |
162 |
1,2 |
234 |
1,4 |
450 |
1,9 |
3,3 |
Yugoslavia |
90 |
196 |
2,2 |
510 |
2,6 |
1.418 |
2,8 |
15,8 |
Precisar el pormenor del
fracaso industrial de los años cuarenta es una
tarea ardua, dados los defectos e insuficiencias
de la información estadística de la época. Sólo
algunas expresiones del desolador balance están
aceptablemente documentadas: así, por ejemplo el
marcado retroceso del consumo privado (el del
consumo de carne fue dramático) y el mantenimiento
hasta 1945, del índice de inversión por debajo de
los niveles alcanzados en los años treinta, y
siempre muy lejos, durante toda la década, de los
conseguidos entre 1928 y 1930.
Las tres primeras
columnas del cuadro son bien elocuentes de la
cruda especificidad del caso español en la
inmediata postguerra. Merece ser retenido, en
concreto, el punto de comparación que aportan los
otros países mediterráneos: mientras Italia,
Grecia y Yugoslavia duplican o casi duplican sus
respectivos índices de producción industrial entre
1946 y 1950 (Italia lo multiplica por 1,7, Grecia
por 2 y Yugoslavia por 2,2), España apenas
consigue multiplicarlo por l,l, la cifra más
reducida entre los once países muestrales. De
igual modo que merece destacarse el contraste de
ese cociente con el de las dos décadas siguientes
(columnas 5 y 7 del cuadro).
¿Cuál fue el coste
económico, y, sobre todo, industrial del
franquismo primigenio, esto es, de la política que
retrasó el engarce de España con la prosperidad
occidental? Albert Carreras desde la perspectiva
del sector industrial ha tratado de medir el coste
del franquismo en terminos de producto perdido comparando
los índices de producción industrial de España e
Italia entre 1947, cuando ya no puede hablarse, al
menos en la Europa democrática, de economía de
guerra, y comienza una fase de auge productivo
favorecida por los fondos del Plan Marshall, y
l974, en que la crisis quiebra las tendencias
anteriores en ambos países. De la diferencia entre
esas series homogéneas —y ambas con base 100 en
1947— de producción industrial per cápita de
España e Italia en proporción de la producción
industrial per cápita española en este período,
resulta un desfase, en perjuicio de España, del
25%.
Adviértase, por lo demás, que una producción
industrial inferior en un 25% en un período de
veintisiete años viene a equivaler, en términos
temporales, a un retraso medio de unos siete años,
retraso que se fraguó en los primeros años de esta
trayectoria comparada. Se puede concluir, por
tanto, que el coste industrial (y, por extensión,
económico) del franquismo es, ante todo, un coste
imputable al primer
franquismo y
a la política que continuó hasta entrados los
cincuenta: la diferencia acumulada en esos
primeros años sólo pudo enjugarse en dos décadas,
y con una sustancial pérdida, como se ha
comprobado, en términos de producto industrial. |
|
JOAQUÍN ESTEFANÍA*
EL
PAÍS Domingo, 3 / 5 / 1998
La
economía española del Plan de Estabilización
(1959) al euro (1998)
La llegada de España al
euro en el pelotón de cabeza no es un hecho único,
sino el final de una larga marcha de casi cuarenta
años, que se inicia con el Plan de Estabilización,
en 1959. Veinte años después de la conclusión de
la guerra civil, un pequeño grupo de técnicos,
provenientes en su mayoría de las recién creadas
facultades de Ciencias Económicas, se percata de
la imposibilidad de un modelo permanente de
desarrollo basado en la introspección y consigue
dar un giro espectacular a una España pobre,
atrasada y rural, que mira tímidamente al
exterior. Lo hacen casi engañando al jefe del
Estado, el general Franco, analfabeto en estas
cuestiones y cuya única ideología era el
nacionalcatolicismo y la autarquía.
Estas cuatro décadas no
han sido un camino lineal, sino un encefalograma
con picos de sierra, con pasos adelante y
depresivos retrocesos hacia un horizonte que se
llamaba Europa. Los estabilizadores conectan con
Ortega y Gasset, que ya en 1910 escribió la
repetida frase: "España es el problema; Europa, la
solución". En este trecho —compulsivo, más rápido
que el de la mayoría de los países de nuestro
entorno— se ha obtenido el sistema político de la
Comunidad Económica Europea (la democracia), la
economía de mercado (a través de la liberalización
de los mecanismos de asignación de recursos) y un
acercamiento a su protección social. Los
ciudadanos españoles ambicionaban ese corpuseuropeo.
Todavía falta otra aproximación material: en 1959,
el producto interior bruto (PIB) por habitante era
el 58,3% de la media europea; hoy es aún del
77,5%.
En este periodo se ha
pasado de la convertibilidad de la peseta respecto
a las demás monedas a su desaparición como símbolo
de la soberanía nacional; del milagro económico
del desarrollismo, en la década de los sesenta, al
milagro del euro como procedimiento único de pago;
de la autarquía y el aislamiento a la era de la
globalización. Y lo más importante, de la
dictadura a la sociedad de las libertades.
Los protagonistas
directos de estas transformaciones, algunas de
ellas revolucionarias, pertenecen a las distintas
formaciones ideológicas que han gobernado España,
y actuaron por diferentes motivaciones; unos sólo
pretendían la supervivencia del franquismo a
través de la eficacia, pero los más querían el
futuro de Europa como lugar del consenso y el
bienestar. Algunos han muerto, otros están
jubilados, los más siguen activos, pero su
actividad profesional o política ya no está
vinculada a la experiencia europea. Hay un nombre
que recorre todas las etapas, desde finales de los
cincuenta hasta hoy mismo: el de Luis Ángel Rojo.
Un jovencísimo Rojo (25 años) participó, desde el
Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio,
en el Plan de Estabilización, y este fin de semana
ha tenido un papel central en la creación del euro
como gobernador del Banco de España. A punto de
cumplir los 64 años, su influencia se ha extendido
desde la cátedra (en la que ha tenido
numerosísimos alumnos europeístas) hasta la
Administración; desde los libros, artículos y
conferencias hasta la Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas. Si hubiera que representar el
conjunto del proceso europeo, la persona sería el
gobernador del Banco de España.
Otro protagonista,
Enrique Fuentes Quintana, ha dividido esta
transición, con su habitual didactismo, en cuatro
grandes etapas. La primera, desde 1959 hasta 1975,
año en que murió el dictador; en ella, la
expansión de la economía mundial, que se había
iniciado con la década de los cincuenta, llega
tarde a España, pero se aprovecha merced al Plan
de Estabilización: en estos tres lustros de
impulso desarrollista, España gana más de 20
puntos en el PIB por habitante respecto a la media
europea y pasa al 79,2% de la misma.
La segunda etapa dura una
década (desde 1975 hasta 1985), al final de la
cual España se normalizará políticamente y se
adherirá como socio de pleno derecho a la
Comunidad Económica Europea (CEE). Marcada por las
crisis energéticas, se caracteriza por los
sucesivos planes de ajuste (Pactos de la Moncloa y
programa a medio plazo del Gobierno socialista)
con el objetivo de normalizar también la economía.
Se trata de acabar con una maldición histórica: la
coincidencia de un cambio de régimen con una
crisis económica. "La experiencia de 1931-1936",
escribe Fuentes Quintana, "demuestra cómo una
crisis económica grave y no resuelta es un pasivo
que complica, hasta hacerla imposible, la
construcción de la democracia. Un político español
dijo en 1932: o los demócratas acaban con la
crisis económica o la crisis acaba con la
democracia. Hay que asumir la historia española
para no estar condenados a repetirla". En l931, la
Gran Depresión acompañó a la oportunidad
democrática de la II Repúiblica; ésta era la mayor
diferencia entre la crisis económica española y la
que afectaba a otros países. E1 socialista
Indalecio Prieto, en sus Convulsiones
en España, dice: "No entender políticamente el
mundo de la crisis económica constituyó una de las
causas del fracaso de la II República".
|
La tercera etapa (1985-1991)
es la del eurooptimismo. El viento apoya la
reactivación; iniciada en Estados Unidos en 1983,
llega a Europa pocos meses más tarde, y a España,
en 1985. Los efectos estimulantes de la economía
internacional se unen a los de la entrada de
España en la CEE y, sobre todo, a los datos
favorables de las políticas de ajuste tomadas por
los Gobiernos de Unión de Centro Democrático,
primero, y del partido socialista, después. Se
crea empleo de forma intensiva, como en pocos
momentos de la historia contemporánea.
La última etapa, que llega
casi hasta hoy, coincide con la parte baja del
ciclo económico. Hay una desaceleración del
crecimiento, que España acusa casi de repente
desde ei verano de 1992, pasados los fastos del
quinto centenario del descubrimiento de América y
de la celebración de la Exposición Universal en
Sevilla. Esta etapa, que arranca de la firma del
Tratado de Maastricht, en el que se fijan los
criterios para llegar al euro, parte de una
contradicción: la convergencia nominal de los
países europeos (baja inflación, déficit y deuda
pública, reducción de los tipos de interés y
estabilidad de las monedas), que se tenía que
lograr en una coyuntura de bonanza, ha de ser
aplicada en condiciones dificiles y a veces de
recesión. A pesar de ello, 14 de los 15 países de
la Unión Europea (la excepción es Grecia) han
aprobado el examen.
A partir de este fin de
semana comienza un desafío cuyos objetivos
genéricos —la instrumentación de una sola moneda y
la convergencia real para los ciudadanos, definida
en términos de bienestar— están claros, pero sobre
cuya graduación concreta casi ninguno de los
expertos se atreve a pronosticar. Es la paradoja
europea. Europa ha de reinventarse a sí misma,
pensarse de nuevo, establecer nuevos códigos de
identidad. Conseguida la unión monetaria como
elemento federalizante, hay que franquear con
urgencia el resto del proyecto que soñaron los
padres arquitectos de la Europa unida (Schuman,
Monnet, Adenauer, Spaak, Hallstein, Segni...): la
unión económica y la unión política, que están muy
atrasadas. Se dice que Europa sólo sabe pensar en
un asunto al mismo tiempo. El filósofo irlandés
Richard Kearney ha escrito: "Europa es como un
nuevo Jano: tiene una cara buena y otra mala. La
cara mala se debe a sus tentativas, a veces
arrogantes, de configurar a su propia imagen el
resto del mundo [el eurocentrismo], mientras que
la buena lo es por su disposición, puesta una vez
más a prueba en este decisivo periodo de su
historia, a configurarse a sí misma a imagen de un
mundo más amplio".
1. La
prehistoria
El Plan Nacional de
Estabilización Económica, en 1959, es la puerta de
cierre de una época —la de la autarquía de los
vencedores de la guerra civil— y el umbral de otra
—la integración de España en la CEE—. En este
sentido, es la prehistoria. Para que el régimen
franquista no tuviese más remedio que pasar página
fue necesario que la economía se estrangulase. A
finales de los años cincuenta, España se
encontraba al borde de la suspensión de pagos, con
números rojos en la balanza de pagos; era
imposible renovar la maquinaria productiva sin
hacer importaciones; los alimentos estaban
racionados y el aparato productivo estaba a punto
de colapsarse.
El sentido de
supervivencia del franquismo y la aportación
técnica de un grupo de economistas llevaron al
Plan de Estabilización. Los primeros síntomas se
originaron en febrero de 1957, cuando Franco
cambió al Gobierno y entraron en él dos miembros
del Opus Dei (que sustituía a la Falange como
familia dominante): Alberto Ullastres, ministro de
Comercio, y Mariano Navarro Rubio, ministro de
Hacienda. Ullastres y Navarro Rubio, apoyados por
el secretario general técnico de la
vicepresidencia del Gobierno, Laureano López Rodó,
también del Opus Dei, iniciaron la
preestabilización. Alrededor de ellos, economistas
como Joan Sardà, José Luis Sampedro, Fuentes
Quintana, Rojo, Félix Varela, Manuel Varela,
Fabián Estapé, José Luis Ugarte, Sánchez Pedreño,
Ortiz García, José Carlos Colmeiro, etcétera.
El mismo año que Franco
cambia de Consejo de Ministros se firma el Tratado
de Roma, que consagra el Mercado Común de los seis
países pioneros: Italia, Francia, Alemania,
Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Pocos meses
después, y con el aval del embajador de Estados
Unidos en Madrid, John David Lodge —que deseaba
incorporar a España al escenario internacional,
como aliado en la guerra fría—, nuestro país
ingresa en el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial y la Organizacidn Europea de
Cooperación Económica (OECE, antecedente de la
OCDE). En 1959, la OECE daba a luz su primer
informe sobre la economía española, en el que se
pedía una estabilización. Según cuenta el
historiador Ángel Viñas, al mismo tiempo,
"encerrado en una habitación del hotel Palace
madrileño, el director del Departamento Europeo
del FMI, Gabriel Ferré, había perfilado la
filosofia económica del cambio de rumbo; esta
parte de su borrador, con pequeñas variantes de
estilo y complementos indispensables, fue asumida
enteramente por el Gobierno español en el
memorándum que, con fecha 30 de junio, dirigió
oficialmente a los organismos económicos
internacionales y, previamente, a las autoridades
norteamericanas".
|
El
Plan de Estabilización fue publicado en julio de
1959 en la revista Información
Comercial Española. Sus objetivos, según
Ullastres, eran cuatro: "Convertibilidad,
estabilización, liberalización, integración". El
plan pretendía reducir la inflación, liberalizar
el comercio exterior, conseguir la convertibilidad
de la peseta para facilitar los intercambios y
liberalizar también la actividad interna. En
definitiva, lograr un mayor desarrollo
aprovechando la coyuntura mundial y facilitar la
integración de la economía española en la
internacional, comenzando por la CEE. Luis Ángel
Rojo ha advertido de la tentación de creer que el
Plan de Estabilización fue tan sólo una simple
operación técnica, "dejando escapar así su
verdadero significado. El plan implicó el
reconocimiento de que las posibilidades de
desarrollo del país, dentro de los esquemas
característicos de la etapa de autarquía, estaban
agotadas y abrió las puertas de una fase de
incorporación de nuevas formas de producción y de
vida, cuyo resultado habría de ser un cambio
social acelerado en los años siguientes";
El Plan de Estabilizición
inició la transforfnación de una economía havia
adentro, y con muchos de los mecanismos
dirigistas copiados del fascismo italiano, hacia
una economía de mercado homologable a la de los
países que habían ganado la II Guerra Mundial. Sus
resultados se vieron de inmediato: en el haber, la
década de los sesenta, con tasas de crecimiento
anuales de alrededor del 7%; en el debe, el olvido
de la liberalización política y los elevados
costes sociales, como la caida de salarios y el
aumento del paro, transformado en emigración.
2. Una dictadura
que repugna
El Plan de Estabilización
fue un paso necesario para el Mercado Común, pero
no suficiente. Faltaba lo más importante: las
libertades políticas. A partir de los sesenta se
inicia una etapa de tres lustros en los que cada
vez que el Gobierno se acerca a Europa, ésta
reverbera la misma respuesta: la España de Franco
no tiene legitimidad para ser socio de la Europa
demócrata.
En 1962, el Gobierno
español manda una carta solicitando "la apertura
de negociaciones con objeto de examinar la posible
vinculación de España a la CEE en la forma que
resulte más conveniente para los recíprocos
intereses". Gélida acogida, que se reiterará en
tantas ocasiones. Sólo ocho años después, en junio
de 1970, se firma el Acuerdo Preferencial entre
España y la CEE; continúa el repudio político al
tardofranquismo, pero se inicia una reducción
escalonada de los aranceles comunes. La ampliación
de la CEE a nueve miembros no variará las
relaciones en lo fundamental hasta que, en los
estertores del régimen, la ejecución a garrote vil
del militante anarquista Puig Antich (marzo de
l974) y los fusilamientos de septiembre de 1975
repugnaron tanto a Europa que la CEE decidió
bloquear las negociaciones y no reanudarlas hasta
que no se adoptara una política que respetase "los
derechos del hombre, como patrimonio común de los
pueblos de Europa". Las secuelas del franquismo,
con Arias Navarro como presidente del Gobierno, no
eliminaron el problema. Arias envía a su ministro
de Asuntos Exteriores, José María de Areilza, a
una gira por las capitales europeas; en Copenhague
recibe la respuesta más contundente cuando la
prensa danesa titula: "La reina recibe a un
fascista".
3. Una
democracia que apasiona
La frontera es Adolfo
Suárez. Cuando es designado presidente del
Gobierno por el Rey, el semanario Cuadernos
para el Diálogo —cauce
de la oposición y de la obsesión europeísta—
titula su número "El apagón", con una portada en
negro en la que incluye una pequena fotografía,
tamaño carné, de Suárez. Los analistas se
equivocaron, y Suárez trajo las libertades y
enderezó el camino hacia Europa. En su primer
viaje continental se palpa la euforia: la
democracia española, todavía frágil, apasiona. Un
mes después de ganar las primeras elecciones
democráticas, en julio de 1977, el presidente de
la transición abre un maratón negociador con las
Comunidades Europeas, que durará todavía ocho
años. En el paquete están todas las Europas. Su
ministro de Asuntos Exteriores (hoy comisario
europeo), Marcelino Oreja, lo define: "Europa son
las tres instituciones, económica, defensiva y
política, el Mercado Común, la OTAN y el Consejo
de Europa". Primero se ingresa en el Consejo de
Europa, símbolo de los derechos humanos; su
continuador, Leopoldo Calvo Sotelo, integrará a
España en la OTAN (mayo de 1982), y el socialista
Felipe González, sucesor de ambos, firmará el
Tratado de Adhesión de España a la Comunidad
Europea (junio de 1985).
E1 escenario con el que
se llega a este último acontecimiento cambió de
repente; si las libertades habían sido hasta
entonces la hipoteca, a partir de la segunda mitad
de los años setenta las dificultades fueron
económicas. Europa atravesaba una recesión causada
por la guerra del Yon Kipur y el encarecimiento
del petróleo, y la economía española, aunque
desequilibrada, tenía un potencial más grande que
las de Portugal y Grecia, los otros dos países,
arrasados por dictaduras, que aspiraban a
protagonizar, junto a España, la ampliación de la
CE.
|
Durante esta larga
negociación de ocho años, España tuvo que superar,
además de la crisis económica, dos escollos
importantes: la enemiga del presidente francés
Giscard d'Estaing, que no solamente no facilitó la
presencia de España en la Comunidad, sino que
manifestó un comportamiento alérgico a la
colaboración para superar el terrorismo etarra, y
el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de
1981, que hizo emerger el fantasma del tradicional
militarismo español. Superados éstos, Felipe
González, al frente del primer Gobierno socialista
químicamente puro de la historia de España, pudo
afirmar, en su discurso de investidura: "Trabajaré
con tesón para allanar los obstáculos que aún se
oponen a nuestra plena integración en la CEE".
Lo consiguió. En la
madrugada del 25 de marzo de 1985, muchos
ciudadanos de una generación marcada por la
dictadura pudieron unirse mentalmente al brindis
con el que los periodistas recibieron a Fernando
Morán y Manuel Marín, cantando Asturias,
patria querida en
honor del primero, ministro de Asuntos Exteriores.
El 12 de junio, en el Palacio Real de Madrid,
usurpado tantas veces a la legalidad, España
entraba en la CE. El sueño de la razón se hizo
realidad.
4.La cohesión y
el euro
España entró en la CE,
hoy Unión Europea (UE), con un retraso motivado
por la acción política de un general golpista que
duró casi cuatro décadas. Tardó en integrarse, por
ejemplo, el doble de tiempo que el Reino Unido.
Desde 1986 —quizá por ese complejo europeísta—, su
influencia en Bruselas ha sido, en general,
superior al que le correspondería por el potencial
económico. Hoy se repite que, con el euro, nuestro
país participa por primera vez a la cabeza de un
hito de la UE. No es cierto. La CE a la que se
adhirió España no es la misma que aquélla con la
que empezó a negociar; tiene más socios y otras
características. España estuvo desde el principio
en la Europa del mercado interior (años ochenta) y
en la Europa de la cohesión social (que Jacques
Delors no hubiera podido sacar adelante sin el
apoyo del presidente español, Felipe González).
A la hora de hacer
balance de las cuatro décadas de larga marcha
hacia Europa hay que rememorar desde Alberto
Ullastres hasta José María Aznar y Rodrigo Rato, y
desde la estabilización hasta el euro. Europa ha
sido un proyecto común que nadie puede reivindicar
como exclusivo. |
|
|
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN*
EL PAÍS,
26 / 10 / 1988
Hasta que
los historiadores no descubran el elixir de la historia
total, habida cuenta de que no han dado con su
metodología, una reunión de 200 profesionales de la
historia dedicados a inventariar la oposición al
franquismo resulta tan necesaria como digna de toda
clase de recelos. La oposición al franquismo está
llena de datos y de aromas; los historiadores pueden
llegar a los datos, pero no a los aromas. ¿A qué olía
el eco del último grito de Julián Grimau, resonando de
cárcel en cárccl en aquella primavera de 1963? Hace
mal el ministro de Cultura en atribuir sólo a los comunistas un
orwellianismo que les lleva a destruir su propia
memoria. Tal vez los comunistas que trató Semprún
fueran de este tipo; en cambio, los que crecieron a la
sombra del franquismo, convocados casi exclusivamente
por el asalto a la contradicción
de primer plano —es
decir, la lucha contra el fascismo y por las
libertades democráticas—, hicieron de la
reivindicación de la memoria un instrumento de
combate, y la literatura española a partir de la
generación de los cincuenta no sería comprensible sin
la estrategia de la memoria, la estrategia de la araña
que quería retener en la tela de la memoria prohibida
todas las falsificaciones de vida e historia
perpetradas por el franquismo.
La lucha contra el franquismo
desde el estamento intelectual fue un empeño por la
reconstrucción de la razón frente a todos los
irracionalismos que sostenían la quimera de la cultura
autárquica. Recuperar la memoria heterodoxa y vencida;
reconstruir una vanguardia crítica asesinada, exiliada
o atemorizada como consecuencia de la guerra; todo eso
se hizo tozuda y precariamente, primero en el contexto
de un país aterrorizado y luego en el marco de un país
voluntariamente desmemoriado. Los principales enemigos
para la fijación de esa parte de la memoria resistente
no han sido los comunistas que trató Semprún, y mucho
menos los comunistas que crecieron después. Los
principales enemigos han sido los palanganeros de la
transición que barrieron bajo las alfombras las
memorias más conflictivas y han reducido una película
casi épica a un filme de Manolo Summers, posiblemente
titulado To
el mundo es güeno. Aquí los únicos que se han
tirado piedras sobre su propio tejado han sido las
izquierdas más inocentes, las que no tenían pecados de
guerra ni posguerra y se han autoexigido una
transparencia que les ha hecho casi invisibles. Los
más beneficiados por esta operación han sido una
extraña alianza de ex franquistas lúcidos y ex
izquierdistas pragmáticos que han pasado de puntillas
sobre los cráneos perplejos de una izquierda entre
cuyos sueños no figuraba el del poder.
Desde una óptica conductista,
tal vez más afin al proceso que nos ocupa que una
óptica dialéctica, la historia de la lucha contra el
franquismo fue la de una serie de movimientos hacia el
éxito, como educa la conducta el niño que de manotazo
en manotazo llega a hacerse con el chupón de menta. Se
intentaba publicar un libro con el mínimo de cortes
posibles, recoger firmas en favor de un derecho
humano, aunque fuera pequeñito, publicar un artículo
clandestino con nombre supuesto, crear una aliada
alianza de intelectuales aliados, agrupar a los nuevos
profesionales afranquistas o antifranquistas que la
Universidad española empezó a producir en cantidades
apreciables a partir de los años sesenta y conectar
con una sociedad civil que cada vez se sentía menos
identificada con la liturgia del régimen.
A cambio de eso casi no
existías, pero recibías dividendos importantes de
satisfacciones morales y estéticas y una inmensa
capacidad de sueño, nunca concreto; nunca fue un sueño
en el que apareciera una sociedad definitivamente
apellidada, pero sí una sociedad caracterizada por ser
la negación a todo lo oprobioso.
Aquella oposición, con todos
los matices ideológicos, tenía una cultura porque
tenía una conciencia del cambio caracterizada por la
negación de todas las miserias de un poder miserable.
Tuvo la suficiente fuerza
como para generalizar la cultura del no, la conciencia
del no, cuando la identificación de la vanguardia con
la sociedad civil fue cualitativamente completa a
comienzos de los años setenta. Pero no tuvo un
proyecto cultural que fuera más allá, sobre todo
porque el banderín de enganche opositor había sido
algo tan general y abstracto como la conquista de las
libertades fundamentales. Muchos de los que ejercieron
como intelectuales orgánicos y permitieron conquistar
espacios de superficie a los que no podían llegar los políticos vieron
cómo en plena transición se les decía: "Se acabó la
hora de hacer ideología, ahora hay que hacer
política". Sólo eran dueños, como el personaje del
poema de Eliot, de un puñado de imágenes rotas sobre
las que se ponía el sol del franquismo y empezaba a
remontar el sol de la tercera, cuarta o quinta
revolución industrial. Ésa fue la cultura desde
entonces dominante y gozó de un cuerpo intelectual
nuevo, de neopositivistas originales o conversos que
tenían los mecanismos de aprehensión de la realidad
hechos a la medida de la realidad. Y todo lo que había
sido crítico se consideró obsoleto, y así como el
franquismo mutiló la memoria heterodoxa con las
tijeras podadoras, el palanganerismo de la transición
ha mutilado la memoria crítica con el frío cálculo de
lo que es innecesario para conservar una determinada
inflación. EI resistencialismo no era una virtud, la
virtud de la crítica metódica, sino un vicio heredado
del pasado antifranquista.
Por eso, cuando aparecen
congresos de historiadores convocados para hacer
inventario de la oposición
al franquismo, hay que reconocerles su derecho y
el derecho a la sospecha de que entre los datos que
manejan está el de su propio interés en la
recalificación de la memoria. Por ejemplo, estos días
el frente neoliberal universal ha lanzado al mercado
un nuevo producto ideológico: tal vez ha llegado el
momento de considerar que los buenos en la guerra de
Vietnam no fueron los vietnamitas |
|
|
|
|