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 El franquismo
  De Franquito a ¡Franco, Franco, Franco!, por Manuel Vázquez Montalbán
  Así éramos en los años Cuarenta, por Eduardo Haro Tecglen
  Franco en el AZOR, por Eduardo Haro Tecglen
  . Economía española durante el franquismo, por José Luis García Delgado
  . Economía española, del franquismo al euro, por Joaquín Estefanía
  Memoria de la oposición antifranquista, por Manuel Vázquez Montalbán

De 'Franquito' a ¡Franco, Franco, Franco!

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN*

EL PAÍS Semanal, 29 / 11 / 1992

"Mandamos a todos los sacerdotes que desde el día de la ratificación del Concordato, en el curso de la santa misa, rezada o cantada, exceptuando las misas de difuntos, en las primeras oraciones, en las secretas y en las poscomuniones añadan a la oración Et formulas las palabras Ducem nostrum Franciscum". (El cardenal primado Plà y Daniel, 1953).

De pequeño le llamaban Paquito o Paco, diminutivo lógico si recordamos que fue bautizado el 17 de diciembre de 1892 en la parroquia castrense de San Francisco, en El Ferrol, como Francisco Hermenegildo Paulino Teódulo más un montón de apellidos paternos y maternos, según la costumbre de la época y de la gente de posibles. Los Franco no tenían demasiado dinero, pero en El Ferrol los oficiales de Marina eran como una casta aristocrática y endogámica. Paquito, para los niños de su edad, para su familia, diminutivo con el que nunca se sentiría a gusto, sobre todo porque a su primo Francisco Franco Salgado Araujo, más alto, le llamaban Pacón, a pesar de que era huérfano y tenía en la familia Franco Bahamonde el trato de ahijado del padre, don Nicolás. Paquito y Pacón. Así se relacionaron durante años, hasta que, compañeros de carrera militar, el huérfano Pacón se convirtió en el perpetuo actor secundario en el reparto, el amigo del chico, el hombre que ya a punto de morir dejaría escrita su amargura por lo mucho que le había dado a su primo y lo poco que había recibido.
Se le empezó a llamar Franquito en la Academia de Infantería de Toledo, donde ingresó en 1907, tras un viaje desde El Ferrol acompañado por su padre, del que hay testimonio directo redactado por el propio Franco, según consta en el libro de su último médico de cabecera, el doctor Pozuelo, que le incitó a recordar y redactar unas memorias para reactivar al alicaído Franco posterior a la crisis de la flebitis. Una página interesante por lo que revela de constantes de su vida: relación con el padre, retórica en los ojos y en la comprensión de la historia.

"He de confesar que este primer viaje con mi padre, rígido y adusto, no resultara divertido, pues le faltaba la confianza y la solicitud que le hicieran cordial. ¡Qué diferencia con los futuros viajes con los compañeros! Entrando en la dilatada llanura de Castilla, el tren parece precipitarse, con propósito, sin duda, de ganarse el retraso acumulado en la parte montañosa del recorrido. Bajo ese traqueteo del tren, necesitábamos pasar la noche, para amanecer en el cruce de la sierra. Allí quedaba Ávila, recoleta tras sus viejas murallas. Y más abajo, El Escorial, desde donde Felipe II gobernaba el mundo. Y enseguida, el llano Madrid, con sus modestos pueblos y diminutas colonias veraniegas. Y tras una dilatada parada, para conceder la entrada, la llegada a la estación del Norte, donde esperaba la algarabía de los mozos de cuerda y la salida a la espera de los coches de punto y los ómnibus de los hoteles. Ya estamos en el Madrid feliz de los 500.000 habitantes. El paso por Madrid no pudo ser más rápido. Unas horas para asearse, visitar a unos parientes y recoger una carta de recomendación, para volver, a la tarde, a tomar el tren para Toledo. Así, salvo el paso a través de las avenidas y calles principales, quedaba para mí, inestimable, la capital de España. Esto de la carta de recomendación era cosa que yo no alcanzaba a entender. Me parecía un vicio que arrastraba la sociedad, que no podría tener influencia en el ingreso en un establecimiento militar y que podría alcanzar efectos contrarios a los pretendidos. Así se lo expresé a mi padre, que acabó por comprenderlo. Por otra parte, las cartas en sí carecían de valor. ¡Quién iba a decirme entonces que, 21 años después, me iba a corresponder, como director de la Academia General Militar, el corregir estos abusos!... Mediada la tarde, en un viaje en tren de dos horas, salimos para Toledo. Próximos a la llegada, al cruzar la vega, se nos presentó la vista magnífica de la ciudad, coronada sobre la cumbre por su alcázar y, más abajo, la catedral y los principales monumentos asomándose sobre las casas de la vieja urbe. Frente a la estación, nos esperaban las típicas galeras tiradas por seis caballos que, cruzando el Tajo por el viejo puente de Alcántara, iban a enfrentarse con la dura faena de remontar la cuesta del Miradero, que da acceso a la típica plaza de Zocodover, mentidero y centro comercial de la población, y en donde se dislocaba el tráfico, para tomar por el laberinto de las estrechas y sombreadas callejuelas, que imprimieron su carácter a esta antigua población dormida en el tiempo. Allí nos esperaba el que había de ser mi apoderado durante mi futura estancia en la academia, quien nos pilotó hasta la calle del Horno de Bizcochos, en la que estaba el alojamiento que nos había buscado para nuestra estancia en la ciudad. El día siguiente había sido señalado para mi presentación en el alcázar. La impresión que me produjo la entrada, la grandeza de su patio de armas, presidida por la estatua de Carlos V con aquella leyenda de su base: 'Quedaré muerto en África o entraré vencedor en Túnez', fue inenarrable. La emoción que me producían esos lugares gloriosos, con sus piedras seculares, embargaba mi ánimo y desbordaba mis ilusiones"

Es curioso que en Raza, el personaje positivo, José, él mismo, también lance un canto a lo que se puede aprender en las piedras frente al conocimiento frío de los libros. También aprovechó Raza para hacer un ajuste de cuentas a los primeros de la clase. Él nunca lo fue. Al contrario, un estudiante del montón, situado en el escalafón de notas muy por detrás de don Camilo Alonso Vega, amigo de infancia y futuro ministro de la Gobernación. Y es que Franco, Franquito, lo pasó muy mal en sus primeros meses de estancia en aquella academia. Casi un niño, frágil, con una voz retenida por el frenillo, le llamaban Franquito y le ofrecían los mosquetones más pequeñitos, a la medida del diminutivo. Hasta que un día, harto de aguantar novatadas, cogió una lámpara y se la tiró a la cabeza al cabecilla de los provocadores... Dejaron de importunarle, pero siguieron llamándole Franquito.

Sus compañeros de promoción le recordaron años después según sus afinidades ideológicas, pero poco hablaban sobre el periodo de la academia y empezaban a agigantarle la estatura a partir de su primera misión en África. Del Franquito de la academia, Vicente Guarner, militar republicano que vivió un largo exilio, lo recuerda como un gallego poco culto, tímido, receloso, y se compromete a decir que de haber hecho una encuesta en la Academia de Toledo sobre cuál de aquellos aspirantes a oficial podría llegar a caudillo, Franco no hubiera estado en las listas. ¿Despecho del vencido? Es posible; pero no deja de ser cierto que la biografía gloriosa de los franquistas suele vitaminizarse y cargarse de proteínas a partir de la primera misión en África, y sobre todo tras la gravísima herida que recibió en El Biutz en junio de 1916. Pero a pesar de su buen comportamiento durante las batallas, demostrando un desprecio de vida propia y ajena que sorprendía por su frialdad calculada, siguió siendo Franquito para los altos oficiales, y todavía Sanjurjo en 1936, cada vez que dudaba si Franco se decidía o no a intervenir en el Alzamiento, preguntaba: "¿Qué va a hacer Franquito?".

El estudiante tímido, ordenancista, mirón de piedras, receptor de una historia y una filosofía de la vida filtrada por la endogamia cultural de la academia, callejeante por un Toledo que sólo le ofrecía barberos callejeros, mentideros y poca cosa más para su asignación de dos pesetas para gastos, cambió de psicología cuando se hizo soldado en guerra, pero en función de ese escenario y de los reflejos que le despertaban la convivencia con gente militar. En la vida privada seguía siendo un muchacho inseguro en los ambientes donde no podía aplicar las ordenanzas de Carlos III o los reglamentos militares particulares. En Melilla se enamoró de una muchacha, Sofía Subirán, hija de un coronel, y ya muerto Franco, la anciana ex cortejada de Franquito se confesaba a Vicente Gracia: "¿Que cómo era Franco? Fino, muy fino. Atento, todo un caballero. Si se enfadaba tenía un poco de genio, pero en plan fino. Tenía mucho carácter y era muy amable. Entonces era delgadísimo. Parece mentira como cambió luego. Conmigo era exageradamente atento. A veces te fatigaba. Me trataba como a una persona mayor y eso que yo era casi una niña... Estaba en la plaza de Melilla casi todos los días, el paseo por las tardes o por las mañanas en el parque de Hernández... No, no me contaba chistes, no tenía ocurrencias... Tal vez creo que era demasiado serio para lo joven que era. Tal vez por eso no me gustaba, me aburría un poco"... Y más adelante, doña Sofía sanciona: "Debió ser un buen marido, sí. Aburridito el pobre, sí, pero bueno...".

Toda la inseguridad de Franco en la vida privada, entre civiles, se convertía en su contrario cuando entraba en el cuartel o en campaña. Tenía fama de reglamentista, duro, implacable, exageradamente implacable hasta la crueldad, pero también exigente consigo mismo y concienzudo en sus movimientos de liturgia militar o de guerra. Y allí se construyó la base de su pedestal, de oficial africanista, muy diferente a los otros militares echaos palante, puteros, jugadores de la soldada, de valor caliente. Él antes de atacar ponía los prismáticos entre él y el enemigo. Los otros oficiales solían echarle muchos testículos al asunto... Franco examinaba, calculaba y luego sacaba de su frenillo toda la voz que podía para anunciar la carga. Esta diferencia de talante le creó admiradores entre sus compañeros de mando más cabestros y entre la alta oficialidad (Berenguer o Sanjurjo), que enseguida reconocieron en él a un oficial con porvenir. Los indígenas decían que tenía baraka, algo así como buena suerte y que sabía manera, es decir, que sabía mandar. La oficialidad africanista era muy dada al autobombo propiciador de ascensos, hasta el punto de que los oficiales de la Península se sintieron molestos y acusaban a sus compañeros en campaña africana de exagerar hazañas para acumular méritos y ascensos. Pero aquella oficialidad africana joven, respaldada por veteranos como Millán Astray o Sanjurjo o los mismísimos Berenguer, Queipo de Llano, Silvestre, ya empezaba a ser un grupo de presión dentro del Ejército, un lobby como diríamos ahora, que tenía acceso directo al rey. Y el propio rey bien pronto preguntaría por Franquito, y le llamaba Franquito años después, cuando ya era general, y no por la estatura, sino porque le hacía gracia lo grave que se ponía aunque hablara de las plagas del cerezo, y el tonillo de gallego con las palabras justas y la prudencia en el gatillo.

Abc fue un diario muy importante en la historia de España, lo sigue siendo, y en la de Franco. De hecho el futuro generalísimo era seguidor de Abc porque era el diario de su madre y porque le emocionó aquella carta de Luca de Tena protestando contra la conjura internacional antiespañola, a raíz del ajusticiamiento de Ferrer Guardia, tras la Semana Trágica de 1909. Pero también debería a Abc buena parte de su prestigio militar en la Península, cimentado por los corresponsales del diario en la guerra de África y muy especialmente por Tebib Arrumi, seudónimo de Ruiz Gallardón, abuelo del actual antagonista de Leguina en el Gobierno de la comunidad autónoma de Madrid. Entre los biógrafos más laudatorios de Franco aparece otro abuelo de un nieto hoy importante, don Manuel Aznar, pretérita semilla del actual José María Aznar, cabeza joven del PP. También fue Abc quien utilizara por primera vez la calificación de caudilloaplicada a Franco. A raíz de su boda con doña Carmen Polo Meléndez Valdés, le llamaba el joven caudillo y con razón, porque era joven y había llegado a jefe de la Legión y a emparentar con una rica familia de Oviedo, muy por encima de los niveles de pequeñísima burguesía militar ferrolana de los Franco

Dos testimonios complementarios señalan ese salto de mando y estado de los años veinte como la clave del progresivo acercamiento de Franquito a ¡Franco, Franco, Franco! Otra vez Guarner señala ese tiempo de glorioso herido de guerra, destinado a Oviedo y prometido a doña Carmen, como el arranque de su definitivo complejo de excelencia: "Desde entonces se despertaron en él ambiciones ilimitadas y un inmenso complejo señoritil de vanidad y presunción, rayando el narcisismo. Incluso había cambiado su aspecto, adelgazando y ostentando fino bigotito. Medía prudentemente todos sus pasos y acciones, y en Oviedo, en un destino poco militar, como era la zona de reclutamiento, podía aguardar tranquilamente ascensos sucesivos y el acceso al generalato, figurando en la sociedad local, tan admirablemente retratada por Clarín en La Regenta, con aspiraciones a la mano de una señorita adinerada (con disminuida fortuna, de origen indiano), sin mucho éxito inicial. Cuando el inconmensurable histrión que era Millán Astray organizó, bajo el patrocinio regio, la Legión Extranjera, imitada de Francia, escribió a los tres comandantes de Infanteria más jóvenes para mandar banderas, pequeños batallones, y Franco mandó la primera de ellas, con imposición de una disciplina que rayaba en la crueldad. El pelotón de castigotrabajaba duramente, con las mochilas rellenas de piedras, y eran fusilados sistemáticamente los legionarios indisciplinados. Franco no tuvo nunca prejuicios humanitarios. La compasión y la piedad ante los sufrimientos de sus semejantes no entraban en su mentalidad. Se cubrió, desde entonces, con una falsa máscara impasible y severa". La boda de una Polo Meléndez Valdés no era un trueque desigual. Ella portaba posibles y apellidos sonoros, pero Franco ya era gentilhombre del rey. A la boda asiste la familia del novio, menos el padre, desde 1907 residente en Madrid, donde hacía vida marital con una buena mujer que tenía estudios de maestra de escuela, aunque los Franco, menos Pilar Jaraiz, siempre dijeron de ella que era una "chacha" que se había aprovechado del viejo. La sobrina de Francisco Franco, Pilar Jaraiz, era una niña que formó parte del cortejo de la novia y años después comentaría que, a partir de aquel enlace, Franco se había ido distanciando de su familia ferrolana, paulatinamente, entre 1923 y 1939; distanciamiento acentuado cuando los Franco Polo emparentaron con los Martínez Bordiú, altos, bronceados, con título nobiliario, frente a la gordura y la escasa estatura y la drogadicción por el lacón con grelos de los Franco. A Francisco Franco le gustaba el lacón, pero a doña Carmen le ponía nerviosa. En Historia de una disidencia, la sobrina socialista de Franco, Pilar Jaraiz, hija de doña Pilar y reinstauradora del PSOE en Barcelona en los años del tardofranquismo, escribe: "Nostalgia del tiempo pasado, sí, y desencanto del tiempo que había de venir. Porque, recordando ahora todo lo que allí pasó, pienso en los cambios que experimentan las personas. ¿Por qué los protagonistas de aquellos acontecimientos llegaron a convertirse en unos seres extraños a mí?, ajenos. Y no lo digo como es natural por mi abuela, que siguió siendo la misma hasta su muerte. Pero ¿y los demás? ¿Qué se hizo del cariño, de la intimidad que nos unía? ¿Qué de la confianza y de la llaneza en el trato? ¿A qué vino más tarde tanta sequedad y dureza? Porque es lo cierto que hasta a mi madre se la recibía a veces a regañadientes. A mi madre, la única hermana del jefe del Estado y en cuya casa habían pasado tantas temporadas e incluso durante una de sus estancias se había operado mi tía Carmen de las amígdalas y mis padres les habían cedido su propio cuarto. Dígase lo que se diga, la actitud de despego no partió de mí cuando empecé a concienciarme. Tampoco yo entonces era la misma. Pero el cambio de posición hizo de aquella familia unos seres llenos de despego, inamistosos, altaneros. ¿Por qué? ¿Les parecíamos poco? ¿Ambicionaban alternar con personas de mayor alcurnia? ¿Tanto había cambiado Franco desde que asumió la jefatura del Estado? ¿Y la familia Polo? ¿Qué se hizo de su trato cortés y amable? ¿Dónde quedaba su cariño? Y mirándolo desde otro punto de vista, ¿cuál había sido nuestro delito?, ¿les habíamos hecho algún daño? o ¿es que nuestra posición social les parecía poco?".

Complementa la impresión de Guarner o la de Pilar Jaraiz el testimonio de Hidalgo de Cisneros, oficial aviador, piloto de hidroaviones durante la guerra de África: "También hice varios viajes con Francisco Franco, que había ascendido aquellos días a teniente coronel, y por el cual nunca sentí la menor simpatía. En la base de Mar Chica lo detestábamos, empezando por su hermano Ramón, con el que casi no se hablaba. Cuando pedían un hidro para el teniente coronel Francisco Franco, todos procurábamos eludir el servicio, pues nos molestaba su actitud. Llegaba a la base siempre puntualísimo y siempre serio. Muy estirado, para parecer más alto y disimular su tripita ya incipiente. Según nos decía su hermano, siempre tuvo el complejo de su pequeña estatura y de su tendencia a engordar. Nos saludaba muy reglamentario, ponía mala cara o decía algo desagradable si el hidro no estaba listo. Montaba al lado del piloto y no soltaba palabra hasta llegar al sitio de destino. Allí se despedía también muy militarmente, sin haber abandonado un solo instante su aspecto antipático de persona perfecta. No recuerdo nunca haberlo visto sonreír ni tener un gesto amable o humano. Con sus compañeros del Tercio era igual o quizá más seco; se veía que lo respetaban y temían, pues como militar tenía mucho prestigio, pero sin la menor muestra de amistad o de afecto. Franco es antipático desde que era célula"

Pero la hagiografía franquista opone a estas apariencias, posiblemente interesadas, comentarios como el de Petain,que conoció a Franco en las campañas africanas y que, después de la batalla de Alhucemas, dijo de él: "Es la espada más limpia de Europa".

Tras la batalla de Alhucemas, que compensaba el desastre de El Annual e iniciaba el principio del fin de las guerras africanas, Franco asciende a general. Ya es el general más joven de Europa y, con Goded, el militar joven más valorado por los entendidos. De ahí que no sorprendiera a nadie que, mientras Goded se llevaba con el general Primo de Rivera las glorias de ultimar la pacificación en Marruecos, a Franco se le encargara la Academia Militar de Zaragoza. Ya pocos le llamaban Franquito. Los más viejos de la milicia. El personaje ha cambiado. En Madrid se codea con la oligarquía asturiana (su mujer), la Casa Real, la alta oficialidad y hasta asiste a una tertulia política en casa del ex ministro Natalio Rivas. Allí aparece por primera vez un Franco locuaz, que no siempre calla ante lo que no entiende. Es el mismo Franco locuaz que tratará de dar una lección de economía a Calvo Sotelo, dejándole perplejo ante una exhibición de nacionalismo económico autárquico que desbordaba el talante no excesivamente abierto del señor ministro. También salió de actor de cine en una sobremesa de casa de Natalio Rivas y presumía de ser un buen filmador de escenas de lo cotidiano, coincidente con Lenin en la importancia propagandística que iba a adquirir el aún llamado séptimo arte. Como director de la academia persiguió las novatadas y la sífilis, dos de sus cuatro obsesiones persecutorias. Las otras dos, el comunismo y la masonería. Las novatadas, porque las había padecido; la sífilis, porque la temía como una consecuencia de los desórdenes de la sexualidad. El comunismo, porque leía una revista francesa dedicada a impedir que la Tercera Internacional penetrara en los ejércitos de Europa, revista a la que le había suscrito Primo de Rivera. Su odio a la masonería es consecuencia de lo que aprendió en los libros de devoción y desinformación histórica de su infancia y del espectáculo de la masonería influyendo en carreras militares y en la ruina del imperio español. Pero la masonería siempre le siguió como una sombra. Su hermano Ramón fue masón. Su padre admiraba a los masones y despreciaba a Paquito como político. Uno de los más importantes jefes sindicales fraguados en la Cruzada, Salvador Merino, resultó ser masón. Su fotógrafo particular, Campúa, había sido masón, y tanto doña Carmen como su hija siempre desconfiaron de que hubiera dejado de serlo. En cuanto a la sífilis también se burló alguna vez de sus terrores. Paul Preston, del que está anunciada una inmediata biografia de Franco, me contaba que altísimos cargos del franquismo de después de la guerra fueron contagiados por la misma espía del Intelligence Service.

Durante su etapa al frente de la Academia Militar de Zaragoza se convierte en un punto de referencia social en la ciudad. Se codea con lo mejorcito, aunque de vez en cuando vaya en coche hasta Valencia a ver a Nicolás, que trabaja como ingeniero naval en una empresa de Juan March, o a Madrid, a comerse el lacón con grelos que tan excelentemente hacía su hermana Pilar. Su sobrina Pilar Jaraiz Franco sigue haciéndolo estupéndamente. En Zaragoza, Franco es una figura social y militar, consultado mediante los rudimentarios teléfonos de la época por los altos oficiales que desde Madrid asistían nerviosos a la caída de la dictadura, el desgaste del rey: "¿Tú que harías si se provoca la caída del rey?", le preguntan Berenguer y Millán Astray. Y él contesta con otra pregunta: "¿Qué haría Sanjurjo?". Le contestan: "Nada". Pues si Sanjurjo, que es el jefe de la Guardia Civil, no haría nada, Franquito tampoco.

Y cae el rey y llega la República, y Azaña le cierra la academia. Pobre Azaña, Franco no le cazó nunca para hacerle pagar esta agresión a su ilusión y su soberbia, pero sí cazó a su cuñado Rivas Cheriff, en el mismo lote de Companys, Juan Peiró y Julián Zugazagoitia, devueltos por la Gestapo alemana a lagestapo franquista. Los tres políticos fueron fusilados. Rivas Cheriff, sin otras responsabilidades que haber sido hombre de teatro y secretario de su cuñado Azaña, pasó largos, larguísimos años en el penal del Dueso. Azaña y Prieto sabían que Franco era el militar más peligroso, mal compensado por el republicanismo de su hermano Ramón, autor de una de las exposiciones más insultantes que jamás nadie se atreviera a hacer a ¡Franco, Franco, Franco!: "Si desciendes de tu tronito de general y te das un paseo por el Estado llano de capitanes y tenientes, verás que pocos piensan como tú y cuán cerca estamos de la República", y tras este toque lo deja para el arrastre: "Como estoy profundamente convencido de que los males de España no se curan con la monarquía, por eso soy republicano, ¿está bien claro? Creo sería una gran desdicha para España que perdurase la monarquía. Hoy se es más patriota siendo republicano que siendo monárquico, pero claro es, esto es incomprensible cuando la vida que se ha creado uno le lleva a tratarse con las clases aristocráticas y más acomodadas del país, como te pasa a ti"

"Todavía es tiempo de que rectifiques tu conducta y no pierdas el tuyo en vanos consejos de burgués. Tu figura, al lado de la República, se agigantaría; al lado de la monarquía, pierdes los laureles tan bien ganados en Marruecos. Si te gusta una postura más cómoda, más de cuco, siéntete constitucionalista como han hecho muchos políticos viejos y conviértete en censor de la pureza de las nuevas elecciones, y no olvides que se puede ser amigo de la persona del rey —aunque el monarca no lo sea tuyo— y ser un buen republicano. A la República no debe irse por odios, solamente por ideales, y cuanto más amigo se fuere del rey y más favores se hayan alcanzado de él, más mérito tiene ser republicano".

Ni caso. Pero por si acaso, cuando Ramón tuvo que exilarse, Paquito le mandó 2.000 pesetas porque un Franco no debe hacer el ridículo en el extranjero, aunque sea republicano, masón y anarquista, futuro diputado de Esquerra Republicana y colaborador de Blas Infante en el renacimiento de Al Andalus. Tampoco se subleva Franco con Sanjurjo en 1932, pero ayuda a reprimir salvajemente la revuelta asturiana de 1934, la Legión por delante, la misma Legión a la que había permitido cortar orejas y cabezas de los moros muertos o acuchillarlos in situ si se ponían plañideramente pesados (lean, si quieren comprobarlo, la primera edición de Diario de una bandera).

Así como Kindelán, Mola, Orgaz, Galera, Barba... estuvieron conspirando contra la República desde que fue proclamada, Franco se dejaba querer y ayudaba indirectamente, devolviendo posiciones claves a militares antirrepublicanos durante su etapa de jefe de Estado Mayor a las órdenes del ministro Gil-Robles. Se dejaba querer y tardó en subirse a la conspiración del 36, hasta el punto de que sus compañeros de conjura llegaron a llamarle Miss Canarias por lo mucho que se dejaba cortejar, y Queipo, cuando supo que Franco se había cortado el bigote para subir al Dragon Rapide y así poder encabezar la Cruzada desde África, comentó: "Ese bigote es lo único que Franco ha sacrificado por el Alzamiento". No era cierto. Se jugaba una carrera militar, aunque don Juan March ya le había prometido cubrirle las espaldas en caso de fracaso y exilio. Se suma al alzamiento a las órdenes de Sanjurjo, porque Goded no hubiera tolerado que lo encabezara Franco, y las simpatías de Franco por Goded eran equivalentes. "No hay mal que por bien no venga", es una frase constante en boca y pluma de Franco y la pronuncia cuando se le mueren Sanjurjo, Mola, o le matan, muchos años después, a su mano derecha, Carrero Blanco. Tiene algo de síndrome de viuda, desconsolada en un primer momento, pero consciente de que la desaparición del marido le va a dejar un espacio libre que podrá recuperar.

La muerte de Sanjurjo, el fracaso y fusilamiento de Goded en Barcelona y la poca ambición de Mola le convierten en el jefe in péctore del bando rebelde, por más que, necesitado siempre de poseer la razón jurídica, llamara rebeldes a los otros, a los que defendían el Gobierno legítimo de la República. Esta curiosa contradicción la observó el mismísimo Serrano Súñer, su cuñado, quien junto a Nicolás Franco y Matilde Fuset componen la tríada de pigmaliones que hicieron de aquel caudillo militar un caudillo político. Al recibir el mando único de los ejércitos y posteriormente del conglomerado político que respaldaba la Cruzada, Franco deja de ser responsable ante los hombres y ya sólo lo será ante Dios y ante la historia. La jerarquía católica española le pone bajo palio, cerrando los ojos a los horrores que está causando la Cruzada y a los que causará en una de las posguerras más largas de la historia de la humanidad. Franco ya ha dejado de ser, para siempre, Franquito, y cuando él lo olvide, momentáneamente, la señora, es decir, doña Carmen Polo, se lo recordará. Es un rey sin corona que juega con el aspirante a rey, don Juan, entre 1939 y 1946: Franco de ratón y don Juan de gato; pero a partir del encuentro en el Azor de 1948 y del respaldo norteamericano y vaticanista de los primeros años cincuenta, Franco será el gato y don Juan el ratón. Por eso alguna vez Franco dijo: "yo no seré nunca una reina madre".

¿Cómo iba a ser una reina madre un hombre cuya estatura personal, militar, providencial sería jaleada como si se tratara de un dios o a lo sumo la estatua de Dios en una perpetua procesión de Semana Santa? "Oh, ruina del Alcázar./ Yo mirarte no puedo, / convulsa flor de otoño, sin asombro / Vivero de esforzados capitanes. / Nido de gavilanes. / Huevo de águila: Franco es el que nombro".

De momento Gerardo Diego ya le ha confesado su amor. Pero atiendan al rosario de declaraciones: "El Caudillo es como la encarnación de la patria y tiene el poder recibido por Dios para gobernarnos..." (del Catecismo patriótico español, publicado en Salamanca en 1939). Ridruejo tampoco se había quedado corto: "Padre de paz en armas, tu bravura / ya en Occidente extrema la sorpresa, / en Levante dilata la hermosura...". La Estafeta Literaria lo compara con Cervantes, sin duda tras haber leído Diario de una bandera o Raza. Manuel Aznar, un galápago de mucho cuidado, proclama que Franco era arquitecto de capitanes de la historia y que su espada estaba por encima de la que había vencido a los sarracenos en las Navas de Tolosa. Cunqueiro, Álvaro, tuvo un orgasmo y, tras sostener que Franco era el Sol, añadía que la mirada del Señor le escogió entre los soldados: "De ella está ungido. El Señor bruñó su espada y el santo Uriel arcángel le enseñó a pasearse entre las llamas...". Laín Entralgo afirma que al burgués y al empresario hay que oponerle el modelo de jefe, "... más acorde con nuestro concepto militar de la vida". Pero quizá nadie como Pemán y Ernesto Jiménez Caballero para poner las cosas en su sitio. Empecemos por Jiménez Caballero, el partidario de casar a Pilar Primo de Rivera con Hitler y de masculinizar la Falange hasta el punto de llamarla Falanjo: "Nosotros hemos visto caer lágrimas de Franco sobre el cuerpo de esta madre, de esta mujer, de esta hija suya que es España, mientras en las manos le corría la sangre y el dolor del sacro cuerpo en estertores. ¿Quién se ha metido en las entrañas de España como Franco, hasta el punto de no saber ya si Franco es España o España es Franco? ¡Oh, Franco, caudillo nuestro, padre de España! ¡Adelante! ¡Atrás, canallas y sabandijas del mundo!".

En cuanto a Pemán, a él se debe uno de los botafumeiros más impresionantes que perfumaron de incienso la efigie del Caudillo y avalaron aquel ¡Franco, Franco, Franco! con que las notas de prensa resumían la aclamación popular, en recuerdo de la eufonía del Sanctus, sanctus, sanctus: "Sabe marchar bajo palio con ese paso natural y exacto que parece que va sometiéndose por España y disculpándose por él. Se le transparenta en el gesto paternal la clara conciencia de lo que tiene de ancha totalidad nacional la obra que él resume y preside. Parece que lleva consigo a todas las ceremonias y liturgias protocolarias el honor de los caídos

Parece que lleva, sobre su pecho, la laureada como ofreciéndosela, un poco, a todos. Éste era el caudillo que necesitaba esta hora de España, difícil, delicada y de frágil tratamiento, como toda contienda civil. Todo, la guerra o la integración, el avance cotidiano o el cotidiano gobierno, había que manipularlo con mano firme y suave. Se necesitaba un hombre cuya imparcialidad fuera absoluta, cuya energía fuese serena, cuya paciencia fuese total. Había que tener un pulso exacto para combatir sin odio y atraer sin remordimiento. Había que escuchar a todos y no transigir con nadie. Había que llevar hacia allí, en dosis exactas, el perdón, el castigo y la catequesis; como hacia aquí, en exactas paridades, la camisa azul, la boina roja y la estrella de capitán general. Conquistó la zona roja como si la acariciara: ahorrando vidas, limitando bombardeos. No se dejó arrebatar nunca porque estaba seguro de España y de sí mismo. Éste es Francisco Franco, Caudillo de España. Concedámosle, españoles, el ancho y silencioso crédito que se tiene ganado. En Viñuelas hay un hombre que sabe dónde va. Que lo supo siempre. Y que, gracias a su paso inalterable sobre toda impaciencia, nos devolvió a España a su tiempo y nos rescató intactas muchas cosas que estuvieron en gran peligro. Lo que hizo en la guerra, lo hará en la paz".

Enriquecido por la aportación política de su cuñado Serrano, Franco a medida que crecía bajo el palio buscaba colaboradores aduladores, militantes en aquella cruzada de la adulación a la que se refirió su propio cuñado. Pacón, el teniente general Francisco Franco Salgado Araujo, en sus memorias póstumas, se hace cruces sobre la insensibilidad de su primo para darse cuenta de tanto pelotilleo. No hay que olvidar que a lo largo de su caudillaje, ya no Franquito, ya definitivamente ¡Franco, Franco, Franco!, fue comparado con Napoleón, Fernando el Católico, el Gran Capitán, Agamenón (difícil de entender), César, Almanzor, Federico II de Prusia, Recaredo... El cardenal Plà y Daniel aprovechó el sermón de bodas dirigido a Carmen Franco y el marqués de Villaverde para equiparar la pareja de la Virgen María y san José con la de Franco y doña Carmen, y entre las metáforas la lista da que pensar sobre la poesía como laboratorio del lenguaje: "... desde 'padre adoptivo de la provincia' hasta 'la figura más importante del siglo XX', pasando por 'espiga de la paz', 'vencedor del dragón de siete colas', 'el cirujano necesario', 'el gran arquitecto', 'el redentor de los presos', 'guerrero elegido por la gracia de Dios', 'vencedor de la muerte', '... el que sube las cuestas que es un contento', 'clínicamente: genial', 'enviado de Dios', 'padre que ama y vigila', 'voz de hierro', 'centinela de Occidente', cientos, miles de imágenes de esplendor y gloria".

Pero yo me quedo con aquella perla que le dedicara Joaquín Arrarás cuando lo imaginaba conduciendo la nave de la nueva España, la nave de la muerte, la tortura, la expatriación, la desidentificación para tantos de sus compatriotas: "Timonel de la dulce sonrisa".


 

Así éramos en los años Cuarenta

EDUARDO HARO TECGLEN*

EL PAÍS Semanal, 5 / 6 / 1994


Al comenzar la guerra mundial, España tenía 26.187.899 habitantes (censo de 1940), y había crecido en 2.343.103 en los últimos 10 años, pese a los tres años de guerra civil y al exilio. Diez años después (1950) habría crecido, contra todas las previsiones, solamente en 2.180.743 personas. Sobre estas cifras hay abundantes discusiones. La más extraordinaria es la que supone que en la posguerra / guerra mundial murieron (por hambre, por enfermedades adquiridas en la guerra) o dejaron de estar presentes en el censo por el exilio más españoles que durante la guerra. El número de personas asesinadas por cualquiera de los medios conocidos (desde el tiro en la carretera al consejo de guerra sumarísimo de urgencia) es desconocido, pese a las muy diferentes interpretaciones de cada historiador. Como el número de muertos en la guerra. Unos se aferran a la mítica cifra del millón (título de la también mitica novela de Gironella, 1961) y otros la rebajan a menos de la mitad. Es curioso que también estos cálculos, hechos de todas las maneras posibles, sea por informes policiales y judiciales o por cálculos sobre actas de defunción, hayan seguido estando divididos en dos bandos: los republicanos mantienen la cifra alta; los militares y los franquistas, la reducida.

En las esquelas de los periódicos fue corriente ver durante dos o más años después del último parte de guerra la anotación: "Murió víctima de los padecimientos sufridos en la zona roja", o las alusiones directas al asesinato. Las otras muertes aparecían muy pocas veces: en casos señalados, en los periódicos se publicaba una noticia de redacción y título obligatorio: "Sentencia cumplida". Se refería solamente a las consideradas legales por los consejos militares. Gran parte de los asesinatos dejaban constancia en los registros (los que la dejaban) con la mención de "fallo cardiaco".

Una frase de Gaetano Mosca, escritor italiano:"Todo régimen que persiga adecuadamente a sus adversarios puede mantenerse en el poder indefinidamente".

Franco recibe a la Junta Técnica de Acción Católica y dice: "Es nuestra tarea, ahora, recristianizar nuestra nación".

Entre el parte de guerra final del 1 de abril de 1939 y el principio de la guerra mundial (invasión de Polonia por Hitler, 1 de septiembre) sólo habían transcurrido cinco meses. Ninguna nación, en vísperas de crisis mundial, podía ayudar a España, y la reconstrucción no había comenzado (se creó una dirección general: de "Regiones Devastadas"). Sin embargo, todos querían que esta pieza clave de la geopolítica les fuese amistosa. El Reino Unido y Francia habían reconocido el régimen franquista antes de terminar la guerra civil, y Franco elevaba sus amistades y valedores a la categoría de pactos: amistad y no agresión con Portugal hispano-germano (más tarde, Bloque Ibérico) y, sobre todo, el Anti Komintern (27-III), para el que tuvo una gran sorpresa: el pacto germano-soviético del mes de agosto. Ante la invasión de Polonia, España se declaró neutral.

"Si alguien, por ahí, se figura que nuestra neutralidad quiere decir constitución de una especie de Suiza mental, oficial y oficiosa, en el Estado y la Falange, o una conciencia híbrida y eunucoide enturbiada por la impotencia, de niebla y lágrimas, no conoce al Estado que ha nacido como Estado heroico y militar" (Arriba, 24 de mayo de 1940).

El hambre se hizo larga, muy larga. No es preciso explicar que venía de antes de la guerra, que era endémica en el país que inventó la novela picaresca, pero la guerra había devastado lo poco que había mejorado durante la II República. La España urbana estuvo con la República: la de los obreros, los intelectuales, los empleados y una buena parte de militares. La rural se alzó con Franco: quedó con las dos terceras partes del trigo, la mitad de las patatas y las hortalizas, las nueve décimas partes del azúcar. La industria, en zona republicana, perdió su base al caer el Norte. La República tuvo que empeñarlo todo para recibir alimentos y armas: los distribuía mal. Al terminar la guerra, la España que comía recibió a la que no comía: ni trabajaba ya (depuraciones). Se estableció el régimen de abastecimientos: la cartilla para la comida y el tabaco. Pero se mantuvieron las diferencias entre zonas.

La palabra estraperlo apareció en la República para señalar la corrupción de la clase política. Lerroux, presidente del Gobierno (radical), fue acusado de recibir dinero (directamente o por su sobrino Aurelio) a cambio de la concesión de un nuevo juego, una nueva ruleta, inventada por el austriaco Strauss. La palabra, sin embargo, tomó todo su esplendor en la larga posguerra: significaba lo que después se llamó mercado negro, o la compra-venta de artículos de primera necesidad fuera del abastecimiento legal. Estaba tolerado: se sabía que con la distribución oficial no se podía comer.

"¡Lo tengo negro, lo tengo picao!", gritaban las vendedoras a la puerta del metro. Una broma de lenguaje para referirse al tabaco de picadura. Loscuarterones.

Un cóctel de moda en las boîtes (oscuras, sombrías, tristes: imperaba el bolero) era el porto flip. En su composición, con el oporto, yema de huevo y avellanas: alimentaba.

Las medicinas, en Chicote: un centro nacional del estraperlo caro. Cuando aparecieron las sulfamidas, sólo se encontraban allí; pasaría después con la penicilina. Pedro, Perico Chicote, había sido barman del Congreso de los Diputados (en el Senado se tomaban caramelos: de La Pajarita, que todavía existe).

Paladeando su porto flip, la dama enlutada iba contando su desgracia con alguna lágrima: "Si Pepe levantara la cabeza y me viera así... Pero se llevó la llave de la despensa. Y el bastón". Algunos sentían solidaridad. Otros llevaban encima el orgullo de acostarse con la viuda o la hija del vencido encarcelado o asesinado. Va en temperamentos.

Por la noche, cuatro golpes de timbal con la Quinta de Beethoven señalaban la sintonía de la BBC. ¡Cuidado con los vecinos!

Siempre dos Españas. La del exilio: con el título de España peregrina, Bergamín, Carner y Larrea fundaron en México una revista de la intelectualidad republicana. En Madrid, Dionisio Ridruejo fundaba la revista Escorial. Un nombre que significaba una arquitectura característica que se extendió durante gran parte del régimen, una manía por la piedra berroqueña (Sonetos de la piedra creo que se llamó un libro del mismo Ridruejo), la rectitud, la geometría. Así empezó el Valle de los Caídos. (Y el Ministerio del Aire, en la Moncloa, donde estuvo la cárcel modelo: le llamaron Monasterio del Aire).

Picasso no solamente era comunista, había sido director del Museo del Prado y contribuido con su Guernica a la propaganda roja: es que era un mal pintor. Cundía la idea de que era un engañabobos: no sabía dibujar, y se refugiaba en el disparate para medrar, amparado por el partido. El gran maestro era Marceliano Santamaría: fue el profesor de pintura de Franco. Los intelectuales falangistas estaban ya en Solana, incluso en Zuloaga.

"Queremos una España faldicorta", había dicho José Antonio Primo de Rivera: su hermana le puso pololos. La Sección Femenina hizo una labor social importante: llevó bibliotecas a los pueblos, máquinas de coser y músicos que recogieran el viejo folclore perdido. Pero todo bajo el pensamiento de santa Teresa, Isabel la Católica y Pilar Primo. En una tribuna de la calle de Alcalá, las gentes de teatro que habían quedado en Madrid vieron desfilar a las tropas vencedoras: Benavente, Miguel de Molina, levantaban el brazo. No les sirvió. A Miguel de Molina le apalearon unos señoritos falangistas con cargo oficial y se fue al exilio; a Benavente le prohibieron el nombre, pero no estrenar. Esto se debía a que las autoridades teatrales decidieron no castigarle, pero las de la censura de prensa (Juan Aparicio), sí. En las carteleras, en las puertas de los teatros, se anunciaban sus estrenos y se decía: "Por el autor de La Malquerida", o "por nuestro premio Nobel". Pero el teatro lo empezaron a dominar Pemán, los Quintero (uno murió en la guerra; el otro firmaba por los dos), los Machado (la misma cuestión: Antonio murió en el exilio, y Manuel ponía los dos nombres), y surgieron valores zafios, o resucitaron: Adolfo Torrado, Leandro Navarro, José de Lucio... Después vendría la llamada generación del 27 del teatro: López Rubio, Joaquín Calvo Sotelo, Ruiz Iriarte: como seguidores de Mihura, de Casona, y algo benaventinos. Teatro de evasión.

Y las folclóricas. Algunas venían de antes (¡Pastora Imperio!), otras comenzaron entonces su carrera: Lola Flores y Carmen Sevilla, y Paquita Rico... La del régimen: Concha Piquer, para quien se había medio matado, echado de España, a Miguel de Molina. Sin embargo, una de sus canciones se convirtió en el lema de nostalgia y libertad de un par de generaciones jóvenes: Tatuaje.

Un éxodo comenzó por la frontera de Irún: gente que huía de Francia, después de la dróle de guerre (la espera ante las líneas Sigfrido y Maginot) y escapaba de la invasión alemana. Muchos judíos, algunos que habían pasado ya de Alemania, Checoslovaquia y Polonia, a Francia. No todos eran admitidos: Walter Benjamin, rechazado, se suicidó. Uno de los más grandes intelectuales de su tiempo.

En París, el cronista César González Ruano vendía por dinero (o joyas, o pieles) contraseñas a hebreos para que alguien les pasase a España por los Pirineos. Eran falsas y, cuando llegaban al punto convenido no había nadie. Los alemanes se confundieron con él, creyeron que era un protector de la raza y le encerraron en la prisión de Cherche-Midi. Al fin se convencieron de que era solamente un estafador y le dejaron en libertad.

Frase de Francisco Casares, secretario general de la Asociación de la Prensa de Madrid: "Porque, salvo el caso de algunos pusilánimes que sin verdadera causa justificada, por un impulso alocado, por una simple fuerza de sugestión, salieron corriendo, los demás, la gran mayoría de los que llegan, son los culpables". Dos frases de Manuel Aznar: "Las colonias de judíos y sus compadres. Esa clase de sujetos son perfectamente despreciables"; "Los judíos que instigan a la lucha, pero que no participan de ella".

Se podía llegar a un acuerdo con la dama o damita enlutada de los boleros (cuando vino a cantarlos Elvira Ríos, quizá la mejor del mundo —¿o sería mejor Toña la Negra?—, sólo podían acudir los ricos), pero ¿dónde ir? No a su casa, con familia, o con huéspedes (la otra fuente de los vencidos en Madrid: alojar a los vencedores en pensiones improvisadas); no a un hotel, donde era absolutamente imposible: al casarse, el cura extendía un certificado de matrimonio de urgencia para que los hoteleros admitiesen a la pareja; pero la censura impedía, en las notas de sociedad, la mención antes clásica de "...los recién casados salieron en viaje de bodas a...", porque el lector, inmediatamente, se imaginaba "qué estarían haciendo": pornografia (la palabra piernas estuvo prohibida, por sicalíptica, durante mucho tiempo: hasta en las crónicas de fútbol se hablaba de lasextremidades). Había algunos lugares semiclandestinos. Caros. Doña Fermina, en la calle de Luchana, tenía una habitación barata, pero con un inconveniente: por el centro de ella pasaba el ascensor de la casa.

Bueno, había chicas libres: lo habían sido antes, tenían la educación que daba el feminismo de Hildegard, o de Federica Montseny y los anarquistas, pero su situación era bastante complicada. Naturalmente, no podían ir a esas casas: quedarían marcadas. Ni a los reservados de algunos restaurantes. Los palcos de los cines comenzaron a estar vigilados. Había los grandes besos, las grandes manipulaciones, en las últimas filas de los cines: pero podía aparecer el acomodador, enfocar la linterna y mostrar al señor que le acompañaba: policía (en cada local solía haber un agente de servicio). Sólo costaba una multa. Y, lo peor: una nota en los periódicos con el título de Multados por cometer actos inmorales en los cines, y los nombres del chico y la chica. A alguna le costó ser expulsada de su casa. Al chico le felicitaban sus compañeros: pero en los colegios de frailes o monjas se podía llegar a la expulsión.

"Guapo, di que soy tu novia", decía de pronto, en la noche, una chica que se agarraba al brazo de un hombre que pasaba por la Gran Vía: para burlar la redada de la policía. A las prostitutas las pelaban, las llevaban a un campo de concentración y, según ellas, no dejaban de violarlas. También dependía de quién saliera valedor por ellas o por ellos: para los homosexuales había un campo; creo recordar que el de Nanclares de la Oca estaba dividido para hombres y mujeres. Por la moral. Muchos, generalmente intelectuales, huyeron de España por este motivo. Incluso un biógrafo de José Antonio Primo; quizá enamorado de él en silencio.

Estaban la Casa de Campo, la carretera de Castilla, más montaraces que ahora (cuidado con la de El Pardo: el camino hacia Franco estaba vigilado), se podía llevar a la novia, aunque ella, como el cordero hacia el altar del sacrificio. La policía tenía perros adiestrados al olor sexual: olfateaban, corrían silenciosos y sólo ladraban cuando tenían bajo sus patas a la pareja horrorosa, pecadora: inmovilizados, eran fotografiados por el flash de los guardias, que avisaban a los familiares con la foto ya revelada y se la mostraban: no había más delito que la multa y el deshonor. Para los casados, tenían preparada una denuncia escrita y, cuando llegaba el cónyuge que no sabía por qué su pareja estaba detenida, le mostraban la foto y le ponían delante la denuncia para que firmase: el adulterio era sólo perseguible a petición de parte (en algunas épocas, comportaba pena de siete años de prisión. El adulterio entró en el Código Penal en mayo de 1942).

La guerra sigue siendo un relámpago, y Hitler es Júpiter: invasión de Yugoslavia y Grecia, ataque a la URSS, sitio de Leningrado, ataque a Moscú, asalto japonés a Pearl Harbor, ocupación de la Francia de Pétain...

"Rusia es culpable", grita Serrano Suñer desde el balcón de Alcalá, 43, ornado con unas enormes flechas de Falange: es el principio de la División Azul.

Y cuando se denunciaba al cónyuge, aunque no se le denunciase o se retirase la acusación, ¿qué hacer? El divorcio había sido derogado en toda España (25 de noviembre de 1939), al mismo tiempo que el matrimonio civil: con efecto retroactivo. En la zona franquista ya habían purgado o arreglado su situación los que estaban en esas condiciones: al invadir la zona republicana, todos los matrimonios de guerra, los civiles de la República y todos los divorcios quedaban, simplemente, como no existentes (igual que el dinero y las cuentas corrientes bancarias de la guerra civil, igual que los títulos académicos: habían dejado de existir). Habían tenido hijos: de repente se convertían, de legítimos, en naturales o adulterinos, o de padres desconocidos.

Este afán de borrar registros llegó hasta a partidas de nacimiento (por ejemplo, la de Casares Quiroga en La Coruña, padre de María Casares). Se arrancaban del libro. Nadie estaba en condiciones de protestar, excepto algunos ajenos a la cuestión: los inscritos en la otra cara de la hoja, que se veían así privados de existencia sin tener relación ninguna con el suceso.

Aparece el NO-DO. Se nutre del Luce italiano, del UFA alemán; los cámaras españoles empiezan a hacer reportajes. Aparece, también, la costumbre de llegar un cuarto de hora más tarde al cine para evitarlo.

El régimen, en busca de una legitimidad: fundación del Consejo de Estado, reapertura de las bolsas, Comisión de Regulación de la Producción, reforma tributaria (Larraz), Consejo de Economía Nacional. Lo inverso: Tribunal de la Masonería y el Comunismo, del Frente de Juventudes, ley para la devolución de las expropiaciones de la reforma agraria de la República.

Y asalto a Gibraltar. Explicaba Serrano Suñer: "Después de 200 años de mansedumbre y tristeza, nuestro único discurso es ¡Arriba España, arriba España, arriba España!". Y Franco cambiaba la neutralidad (que ya se vio cómo era) por la no beligerancia (que era lo mismo: pero que fue el primer estatuto de Italia antes de entrar en guerra junto a Hitler).

La entrevista de Franco con Hitler en Hendaya, prolongada por la de Serrano en Berlín. Todas las versiones que se deseen. Una gran parte de los historiadores imparciales mantenían que el deseo de Franco y el de Serrano era el de entrar en la guerra, vencida ya Francia, a punto (creían) el desembarco en Inglaterra, para recoger los frutos imperiales (expuestos en un libro de José María Areilza y Fernando Castiella, Entre Hendaya y Gibraltar, que fue famoso: 1941). Después de la caida del III Reich, el régimen mantuvo que la "astucia de Franco" evitó que Hitler arrastrase a España a la guerra: creo que ésa es la tesis actual de Serrano Suñer. En la última biografía de Franco, la de Paul Preston, se dan detalles de cómo fue Hitler el que se negó a la petición de Franco y Serrano: con España no beligerante obtenía numerosos beneficios (materias primas, espionaje, dominio del régimen, relaciones con los nacionalismos árabes y con la política contra Estados Unidos de los países de América española, que finalmente acogieron a los nazis refugiados), mientras que, combatiente, estaría expuesta a un segundo frente, y habría que alimentar su pueblo y rearmar su ejército. Un mal negocio: además de tener que repartir algo del mundo compartido. Se ha dicho también que Hitler, no quiso la entrada de Italia en guerra, pero le desbordó la ambición de Mussolini.

Y, sin embargo... Habían sucedido algunas cosas. Churchill se había hecho cargo del Reino Unido y su guerra, y Churchill era franquista, como había sido mussoliniano hasta la entrada de Italia en la guerra. Hubo una correspondencia. La hubo con Roosevelt cuando Estados Unidos estuvo en el conflicto, tras el ataque de Pearl Harbor. Y Franco comenzó a arrojar algún lastre. Ridruejo y Tovar, falangistas y germanófilos (Ridruejo, en la División Azul; Tovar, intérprete de Franco y Serrano con Hitler), despedidos. Y el propio Serrano Suñer. Alfonso XIII abdicó; luego murió, y su hijo, don Juan, comenzó una correspondencia con Franco desde Italia, donde expresaba su admiración a Mussolini, y su adhesión.

En el cine se empezó a hablar de teléfonos blancos; las películas donde aparecían estos instrumentos significaban una decoración de lujo, un ambienteselecto. Generalmente venían de Italia (¿quién no amó a Alida Valli?) o de Alemania (¿quién no se reía con Heinz Rühman, quién no admiraba a Zarah Leander, la Marlene menor que se quedó con Hitler?). Muchas de las películas españolas se rodaban en Italia y en Alemania. En Berlín hizo Florián Rey una Carmen (yLa canción de Aixa, 1937) con su pareja Imperio Argentína (Morena Clara estuvo en el Rialto de Madrid hasta ese año; la quitaron por esa razón, y losnacionales la repusieron al entrar); les invitó Hitler a una recepción y tuvo una conversación animada con Imperio. Se dijo que algo más; ella lo negó siempre, pero tuvo un sabotaje cuando, años después, fue a cantar a Estados Unidos. Los productores grandes, en España, fueron Cifesa y Cesáreo González. Los guionistas o directores de mejor calidad fueron Edgar Neville, Enrique Llovet, José López Rubio. Pero nadie quería ir a ver películas españolas.

Quizá los cuatro nombres más populares de España fueron los de Chicote, Jacinto Guerrero, Cesáreo González y ¡Celia Gámez! "La Celia", decía el pueblo (había entrado en Madrid cantando el chotis Ya hemos pasao, respuesta al "No pasarán" de Pasionaria). Doña Carmen iba a verla al camerino. Y a Nini Montián (Elena de Ampudia, hija del general).

Las recibía en El Pardo. Otras visitas: doña Ramona, esposa del general Alonso Vega, ministro de Gobernación; la viuda de Pradera. Los amigos del general eran Pedrolo (el almirante Nieto Antúnez, ministro en la transición, dimitió por no admitir la legalidad del partido comunista); para las cacerías, Luis Miguel Dominguín. (A Dominguín no le contrataron en los sanfermines, y Franco se rio de él: "No puedes ni ir a Pamplona", le dijo. "Ni usted tampoco, mi general", contestó él, aludiendo a los disturbios de los requetés descontentos).

Los maquis, nombre francés para los guerrilleros españoles que mantenían la resistencia armada contra Franco, atacaban en el valle de Arán. Hubo movilizaciones para acudir, si era preciso, a la frontera.

Literatura de las dos Españas: Juan Ramón Jiménez, España de tres mundos; Sénder, Crónica del alba; Alberti, La arboleda perdida; Alberti, Entre el clavel y la espada; Cela, La familia de Pascual Duarte; Ridruejo, Sonetos a la piedra; García Nieto funda Garcilaso, revista de una generación elitista, sonetista, pétrea.

Nadie iba al cine a ver Raza. Guión de Franco, dirección de José Luis Sáenz de Heredia (luego hizo Franco, ese hombre). Sin embargo, este favorito del régimen (uno de los Primo de Rivera) hizo algunas de las mejores películas cuando se le pasó el primer furor; él y Rafael Gil, además de los citados antes.

La guerra: la están perdiendo... ¿Había tenido suerte Franco, había sido extraordinariamente hábil, o capaz de jugar a dos barajas? Los aliados desembarcan en África del Norte (¿consiguió Franco que no fuera en España? ¿Lo consiguió Oliveira Salazar?). Montgomery avanza hacia Egipto, liberación de Leningrado, desembarco en Sicilia, incapacitación y detención de Mussolini (creación del fascismo republicano).

Y Franco cambia de estatuto: volvemos a la neutralidad, después de haber pasado por la no beligerancia. Mientras negocia secretamente con los aliados, pronuncia en Sevilla el discurso del millón de bayonetas que enviaría para defender Berlín (en el momento oportuno se las enfundó). Siempre trata de favorecer a sus aliados: trata de negociar la paz y comienza ardorosamente a explicar la diferencia entre el comunismo y las democracias: si hubiera una alianza con Hitler, contra Rusia... Es lo último que intentará, después, Rudolf Hess, volando a Inglaterra. Hitler en la Cancillería, sus militares de carrera contra el propio Hitler... Nadie va a caer en esa trampa; pero Franco puede ser útil para el anticomunismo de después. Le felicitan Churchill y Roosevelt. Aun así, hay que retirar los últimos de la División Azul en 1945... Se acabó la guerra...

Todo cambia, el escenario es otro: ya se percibe el saludo fascista, ya se rompen relaciones con Japón, ya se abandona Francia. Se acabaron aquellos amigos. Pierre Laval, presidente del Consejo francés, colaboracionista, se refugia en España, y Franco le entrega al tribunal, que le condenará a muerte y le fusilará. Y a Maurrás, que pasará años en la cárcel.

El hecho de que termine la guerra mundial no significa que termine la posguerra en España: dura ya seis años. Durará mucho más. Únicamente, que se empieza a contar un poco lo que sucede. Lo cuenta Carmen Laforet en Nada, la novela que inaugura la gran serie del Premio Nadal, y Buero Vallejo conHistoria de una escalera: era un pintor comunista condenado a muerte, indultado, y de pronto escritor de teatro (cuando le dieron el Premio Lope de Vega no sabían quién era; me explicó un jurado, Alfredo Marqueríe, que cuando se enteraron quisieron quitárselo, pero ya era imposible). Y una película, Surcos, de Nieves Conde. Todas relataban el hambre, el desamor, la desesperanza.

Aún había de llegar la desesperanza definitiva. Al principio de esta guerra civil, Malraux, aviador de la República Española (durante la guerra mundial, combatiente de la Resistencia francesa), había escrito L'Espoir; España, alzada contra el fascismo, significaba la gran esperanza de Europa. Ahora, terminada ya la guerra, cambiada la escenografia y los figurines de Franco, algunos de sus hombres, se publicaba un libro anónimo en París (con seudónimo Juan Hermanos) que se titulaba La fin de l'espoir. El final de todo: la guerra mundial había fallado, empezaba la guerra fría, y todo seguía igual en la Península. Llevaba prólogo de Jean-Paul Sartre


 

Franco en el AZOR

EDUARDO HARO TECGLEN*

EL PAÍS Domingo, 4 / 2 / 1990


El horizonte era cárdeno y los rayos del sol iluminaban, desde abajo, unas nubes que se volvían sonrosadas, violeta, y se deshacían con el viento. Acodado en la borda, Franco dijo: "¡Quién fuera pintor!". De niño quiso serlo; y también marino. Ahora que lo tenía todo era pintor de domingo y marino de su yate. Quizá el nombre del barco, Azor, correspondía al ave de presa que pintaba con minuciosidad y cuidado; como si estuviera junto a ella y, abajo, un pueblo castellano. Brotaba sin duda algún subconsciente de esas imágenes. Franco hablaba de esto con su médico, Vicente Gil. Blanco y discreto, al fondo, el horizonte del Ferrol. El Ferrol del Caudillo.

El Caudillo había oído a un capitán de fragata, Nieto Antúnez, que sugirió que el Estado —el Estado era él— tuviese un yate de recreo. Nieto Antúnez le fue siempre fiel; llegó a ser almirante y ministro del Gobierno de transición, para sujetar las ataduras de Franco, y dimitió porque no quiso aceptar el reconocimiento de los partidos políticos. Fue uno de sus mejores compañeros de barco: con Max Borrell, que le enseñó a pescar, y con un Andrés Zala, que algunos suponían húngaro, otro palestino; quizá aristócrata, quizá diplomático. Los demás se mareaban. El médico, Vicente Gil, sufría como todos: pero cumplía con su obligación y con su devoción (se la pagaron al despedirle durante la última enfermedad de Franco con un televisor en color que le regaló doña Carmen). El Azor era un barco duro, lento, cabezón.

En 1949 había sido botado en los astilleros Bazán: su madrina, la señorita María del Carmen Franco Polo. Hacía poco tiempo que los periódicos la llamaban todavía "Carmencita Franco", hasta que recibieron la orden escrita, en papel sellado, de la autoridad de prensa: había que llamarla señorita, y por su nombre completo; más tarde sería obligatorio, junto al nombre, el título de marquesa de Villaverde.

Franco se reía de sus invitados en el barco: no lo resistían. A veces, les gastaba bromas: hacía falsos "avisos a los navegantes" anunciando fuertes temporales inmediatos, se los hacía llevar al comedor y los leía en voz alta: se reía a carcajadas cuando los demás comenzaban ya a ponerse verdes. Los que le acompañaban entonces dicen que era feliz y que se sentía libre: conseguía salir de su propio régimen.

Sobre todo le entusiasmaba la pesca. Un día pescó un enorme calamar que conservó vivo para donarlo a un acuario (le llamó siempre "el monstruo marino"), pero algún tiempo después desapareció. Franco imaginaba que tenía algunas facultades que le habían permitido escaparse y saltar al mar, pero se averiguó que se lo había comido el señor Zala (el cocinero de a bordo era excelente pero la comida diaria era frugal, como lo fue siempre en la mesa del dictador). Los atunes eran su mejor presa. Su primo y secretario, el general Franco Salgado, decía fríamente que, con el coste del petróleo del Azor y el del buque de escolta, el sostenimiento de la tripulación —comandante, segundo, maquinista, tres suboficiales, tres cabos, 32 hombres; a los marineros Franco les reunía a veces en el sollado y les contaba leyendas gallegas de aparecidos— se conseguían los atunes más caros del mundo.

Pero la gran pesca fue la del enorme animal en la fecha del 1 de septiembre de 1958, conservada en las crónicas del barco. Fue difícil de definir; los primeros telegramas de prensa hablaron de una ballena de 20 toneladas: poco para una ballena. Las fotos mostraban al hombrecillo, con su gorra de yatchman y traje gris, riendo junto a la bestia; el público era poco sensible a la emoción del pescador y dio un cariz ridículo a todo ello. Algún periódico llamó a lo pescado cachalote, pero el Ministerio de Información —Arias Salgado— intervino rápidamente para que se le volviera a llamar ballena. Por fin se llegó a un acuerdo: tendría el nombre genérico de cetáceo.
 

La censura era muy especial con las pescas milagrosas del jefe de Estado. En un concurso de salmón se quiso decir que uno de los capturados era el más grande de España y la censura lo prohibió.

Un director general llegó una vez de Nueva York con noticias importantes para una industria española, y con una caña que había comprado para Franco; el jefe del Estado no le dejó explicarse, y le aterró haciendo volar el anzuelo por el despacho en que le recibía.

La iniciación a la pesca se la debió a Max Borrell, cuando éste era gobernador civil de La Coruña y Franco veraneaba en el pazo de Meirás. Le llevó un día en un bote de pescar y vio su entusiasmo: al día siguiente Franco le llamó para que fueran otra vez: "Yo le diré a Carmen que nos prepare unas tortillas y unos filetes: así podremos estar más tiempo en la mar".

La tranquila aventura del Azor duró 26 años de la vida de Franco. Después quedó anclado y fue usado con timidez. Una vez, por la familia real (el Rey embarcó en él para pasar revista a la flota). Otra histórica vez, por Felipe González, en sus vacaciones de verano de 1985. Un pálido y leve crucero: de Lisboa a Rota. Alguien debió aconsejarle mal, o quizá fue su deseo de asumir el pasado. La derecha criticó a González con sarcasmo y le acusó de querer meterse en la piel del sagrado antecesor. La izquierda, de ostentación y lujo. Muchos, sólo por rememorar el nombre del barco fantasma. Bajó en Rota y no volvió nunca más; ni nadie lo ha utilizado.

Quienes lo han visitado ahora dicen que el yate está como se construyó, con la añadidura final de Franco: dos camarotes de lujo para él y doña Carmen, la señora por antonomasia, que luego fue sólo de Meirás. Sus paredes son de madera de fresno y de raíz de sicomoro egipcio. Y su plata vieja, y la fina porcelana de sus vajillas y los camarotes de invitados donde los ministros y los embajadores lloraban del más simple de los miedos que habían tenido: el de la mar, como decían a bordo.

Las condiciones de navegación son perfectas: la tripulación lo ha mantenido sacándole por el Cantábrico. Y el cañoncillo que Franco mandó comprar en Noruega, con el que pescó el cachalote —perdón, el cetáceo— sigue a popa.

El miércoles navegó hasta El Ferrol para ser subastado. Se calcula que el precio de salida puede estar en 100 millones de pesetas, pero los posibles compradores se mantienen en secreto. Lo que se dice es que va a ser desguazado, y que con ello se ganará dinero. Pero hay quien cree que puede adquirirse para seguir paseando por el mar. Quien tenga dinero para pagar ese precio puede sin duda comprar fácilmente un yate moderno, con condiciones de navegación infinitamente mejores, más estable, menos doloroso para la diversión y para la pesca.

Pero sin recuerdos. Todo el fasto de un régimen, las horas libres de quien nunca consideró la libertad de los demás como necesaria, las sombras de almirantes, ministros, jefes de Estado extranjeros y nacionales, fraques, condecoraciones, gorras de comodoro, blazers con buenos y legítimos escudos bordados; brindis con agua, charlas sin cigarrillos, ensueños de imperio, de marino sin escuela, de pintor sin colores para el cielo gallego —pero con una Leika alemana de los viejos tiempos—: todo un trozo de la historia desdichada y fastuosa de la España reciente; son cosas que se pueden comprar. Quizá haya alguien que lo quiera precisamente así.


NOTA Desde el 21 de abril de 1949 Franco utilizó el Azor, construido en su Ferrol natal, como base de operaciones para la pesca del atún, a la que era tan aficionado. La nave albergó asimismo diversas reuniones políticas y en ella discutieron el dictador y Don Juan de Borbón, padre del actual Rey de España, el problema de la sucesión al franquismo. A estos encuentros se los recuerda con el nombre de Conversaciones del Azor.

Franco había contado antes con un yate menor, de igual nombre aunque él lo llamara Azorín, y que fue construido en 1925 en Kiel (Alemania) con madera de roble. El Azorín fue adquirido por un chatarrero que lo pagó 500.000 pesetas en una subasta celebrada en el puerto de Marín en septiembre de 1983.

El Azor en cambio fue subastado en 1990 y lo adquirió un empresario español, siendo su historia posterior difícil de reconstruir


 

La economía española durante el franquismo

JOSÉ LUIS GARCÍA DELGADO*

TEMAS para el debate, noviembre 1995


La economía española durante el franquismo tiene tres etapas bien diferenciadas. La primera es la etapa de la autarquía (1939-1950), caracterizada por la depresión, la dramática escasez de todo tipo de bienes y la interrupción drástica del proceso de modernización y crecimiento iniciado por el Gobierno de la República. En la segunda etapa (1950-1960) se produce una vacilante liberación y apertura al exterior que genera un incipiente despegue económico, aunque muy alejado del ciclo de expansión que disfruta el resto de Europa debido a las políticas keynesianas. Por último, entre los años 1960 y 1974 la economía española se ve favorecida por el desarrollo económico internacional, gracias al bajo precio de la energía, a la mano de obra barata, y a las divisas que proporcionan emigrantes y turistas.

La mejor perspectiva que hoy es posible adquirir al estudiar la economía española durante el franquismo —y no sólo por el mero paso del tiempo: también por los sucesivos y aleccionadores cambios de decorado que se han producido en la escena de la economía internacional en los últimos lustros—, invita a ahondar en los distintos planos y períodos que en España presenta la evolución económica de los decenios centrales del siglo XX, revisando eventualmente algún tópico antes sustentado en la excesiva inmediatez de los acontecimientos analizados. Es el reclamo al que responden estas breves páginas, cuya premisa básica es la identificación de los años cincuenta como una etapa bien diferenciada en la evolución de la economía española contemporánea, y tanto por lo que se refiere a los años inmeditamente anteriores —la lóbrega década de los cuarenta— como a los posteriores, pues la operación estabilizadora y liberalizadora de 1959 es inequívoca señal fronteriza. Singularización del decenio de 1950 que trata, pues, de combatir el excesivo simplismo en que muy reiteradamente se ha incurrido al distinguir tan sólo dos grandes períodos en la economia franquista —autarquía, primero, apertura económica y desarrollo, después—, divididas por el año crucial de 1959; y que facilita de paso establecer comparaciones significativas a escala internacional, dado que también en la mayor parte de las economías europeas occidentales los años cincuenta —los de la apertura, la cooperación y el crecimiento económicos— componen un período con señas específicas de identidad, situadas entre la etapa de reconstrucción de la inmediata postguerra y la década de 1960, que registrará mantenidos avances en la integración y el desarrollo de los países industriales pero a la vez crecientes síntomas de agotamiento del largo ciclo de expansión precedente.

A efectos expositivos convendrá, de cualquier modo, dedicar un apartado a cada uno de los tres tramos temporales que así resultan delimitados: primero, el que se extiende desde 1939 hasta el comienzo del decenio de los cincuenta; después, el que arranca de la crisis de gobierno de mediados de 1951 y llega hasta el verano de 1959, y, en tercer lugar, el que abarca los años sesenta, prolongándose hasta 1973, cuando la muerte de Carrero Blanco se yuxtapone a los primeros impactos de la crisis de la economía internacional. Luego, 1974 y 1975, con la agonía del régimen superpuesta a la del propio dictador, no hará sino introducir el período de la economía española que presencia, en la política, la transición a la democracia.

Los malogrados años cuarenta


Tanto las más fiables estimaciones del indice anual de la producción industrial española (IPI), como los mejores estudios comparativos a escala europea confirman, con abrumadora coincidencia, el largo y negativo paréntesis que en la historia de la industrialización forman los años que transcurren entre 1935 y 1950. En concreto, el estancamiento postbélico que conoce la economía española en los años cuarenta no tendrá parangón en la Europa contemporánea, donde el periodo de reconstrucción es mucho más rápido, sobre todo a partir de 1948, con la puesta en práctica del Plan Marshall. En España, tanto la primera como la segunda mitad de los cuarenta arrojan resultados muy pobres. De 1941 a 1945 el promedio quinquenal de la tasa de crecimiento del IPI es negativo; y en la segunda mitad del decenio de 1940, cuando la retirada de embajadores renueve las pretensiones autárquicas de la política económica del régimen de Franco, aunque la tasa de crecimiento del indicador mencionado ya registre valores positivos, lo más destacable es la cuantía mucho menor de éstos en comparación con los de la inmensa mayor parte de los países europeos, incluidos los mediterráneos. Así, considerados en conjunto los quince años que van desde 1935 a 1950, ambos incluidos, se puede hablar de una auténtica depresión.

El significado último de esa pobreza de resultados durante la etapa inicial del franquismo tiene una doble dimensión: por una parte, supone el final del proceso de crecimiento moderado pero mantenido que se prolonga en España durante el último tercio del XIX y el primero del XX; por otra parte, ocasiona el ensanchamiento de la brecha que separa la trayectoria de España respecto a la de otros países europeos; una diferencia que, en ritmos de crecimiento y de producto real por habitante, se amplía enormemente durante esos años. No se exagera, por consiguiente, cuando se sitúa en ese decenio de los años cuarenta el pasaje más negativo de nuestra historia económica y contemporánea, con la cruenta eliminación de los partidos políticos y organizaciones de clase, con rígida disciplina laboral y drástica fijación de salarios, con cercenamiento de las libertades individuales y la pérdida, en unos casos, y marginación, en otros, de un capital humano irrecuperable. En suma, el fracaso económico corrió entonces paralelo a la regresión política y social.

Los años cincuenta: el decenio bisagra

En el marco de las políticas keynesianas que durante más de veinte años van a presidir el largo ciclo de expansión de las economías occidentales iniciado con los cincuenta, el comportamiento de la economía española también es ya sensiblemente distinto. Los cálculos y estimaciones antes citados vuelven a ser coincidentemente expresivos del indudable empuje de la economía española en el decenio de 1950. Así, en promedios quinquenales, el índice de la producción industrial arroja una tasa de crecimiento del 6,6% para 1951-1955 sobre la media de 1946-1950, y otra de nada menos que del 7,4% para 1956-1960 sobre la media del quinquenio 1951-1955. Con todo, lo que más me importa señalar es que, a diferencia de lo que se ha evidenciado en los años precedentes, el ritmo de crecimiento español sigue de manera muy uniforme la pauta de otros países europeos, muy particularmente los del Sur de Europa, en los que, por encima de diferencias institucionales, juega un papel semejante, ya en los años cincuenta, el conjunto de las relaciones exteriores (transacciones comerciales, remesas de emigrantes, flujos de capital y divisas por turismo).

Esa acentuada sensibilidad con respecto al mercado internacional es tanto más llamativa cuanto que los pasos aperturistas de la política económica española durante los cincuenta, en la línea de aproximación de una liberalización de intercambios y a una situación de pagos multilaterales, son siempre pasos cortos, repletos de temores y reservas. Conviene, por eso mismo, insistir en dos aspectos de la política paulatinamente liberalizadora de ese decenio bisagra que dentro de la historia del franquismo es el de 1950. El primero es el carácter de atenuación que tiene respecto a la rigidez anterior de la opción autárquica y de intervencionismo económico, eliminando así impedimentos y obstáculos al crecimiento. Es, pues, el desbloqueo de las potencialidades de la economía española donde reside la afortunada clave —tan poco misteriosa como decisiva— de las medidas liberalizadoras del decenio de 1950: un compromiso, en suma, entre los deseos de industrialización y las exigencias de esta industrialización, por emplear una conocida fórmula, coloquial pero muy certera.

El segundo aspecto que conviene destacar de esa política es su carácter gradual, resultado, bien es cierto, no de estrategia alguna a medio y largo plazo, sino de los frenos y cautelas que mediatizan los sucesivos intentos de apertura económica. Hasta tal punto que la mantenida tensión entre medidas a favor y en contra de la liberalización, entre amagos aperturistas y reacciones en sentido contrario, acaba constituyendo un rasgo característico de toda la década. Una tensión que alcanza sus momentos culminantes en torno a 1951-1957 y 1959, cuando se adoptan las medidas que, en su conjunto, consiguen un mayor enlace o ensamblaje de España con el mercado internacional y, con ello, el aprovechamiento de los impactos positivos de la onda de prosperidad atlántica desde el comienzo mismo, nótese bien, de los años cincuenta.

La expansión de los sesenta

El Plan de estabilización y liberalización de 1959 abre, en todo caso, la tercera gran etapa de la economía española durante el franquismo: la que abarca todo el decenio de los años sesenta y se prolonga hasta 1973.
 

Por lo que se refiere a los factores impulsores de los prósperos sesenta, nada nuevo cabe señalar. Como en 1951, la economía española va a mostrar, tras las medidas del verano de 1959 y de los meses posteriores, una extraordinaria capacidad de asimilación de las favorables condiciones del mercado internacional, con ganancia de importantísimos márgenes de productividad antes desaprovechados. Y el proceso de acumulación y crecimiento se va a ajustar, hasta el comienzo de los años setenta, al esquema dominante en la escena de los países de la OCDE, cien veces repetido: energía barata en términos absolutos y crecientemente barata en términos relativos; favorables precios relativos también de las materias primas y de los alimentos; ampliadas posibilidades de financiación exterior; adquisición en un mercado internacional expansivo de la tecnología y de los productos necesarios para asimilar los cambios que el propio crecimiento impone en los patrones dominantes de la demanda, y abundantes disponibilidades de una mano de obra (las dos grandes reservas son la población agraria y la población femenina potencialmente activa), con la válvula de seguridad adicional de la fácil exportación de la mayor parte de la fuerza de trabajo excedente.

En lo que concierne a los resultados de esa feliz suma de efectos derivados de la política de liberalización española y del desarrollo económico internacional, interesa subrayar, por un lado, las profundas transformaciones estructurales que acompañan a la muy fuerte expansión entonces registrada; por otro lado, en fin, lo que debe destacarse es que ese gran crecimiento no es excepcional en el marco de una buena parte de las economías occidentales, para las que también la prolongada e intensa expansión que se inicia tras la reconstrucción de la postguerra es un fenómeno hasta cierto punto inédito y probablemente irrepetible. Es más: si la comparación se efectúa exclusivamente con los países mediterráneos y en términos de crecimiento de la producción industrial durante el decenio de 1960, el ritmo de avance español, con ser muy fuerte, resulta similar al de Italia, Grecia y Yugoslavia.

Epílogo: un legado ambivalente

Lo que acaba de indicarse facilita un apunte final sobre el legado del franquismo desde la perspectiva de la evolución económica. Un legado ambivalente en más de un sentido. Durante los dos últimos largos decenios del franquismo, el crecimiento económico fue importante tanto en términos absolutos como en términos comparados con cualquier período precedente del proceso de industrialización; y sin embargo, no fue en absoluto excepcional en el mapa de las economías occidentales de postguerra y, particularmente, en el marco de las economías del Sur de Europa. Además, de no haberse prolongado tanto tiempo aquí la situación de autarquía y generalizado intervencionismo, la recuperación de la economía española hubiera podido iniciarse antes, y antes haberse acompasado el pulso interno del proceso productivo al ritmo y las condiciones de la economía internacional (véase el recuadro). Tal vez así las transformaciones en la estructura productiva se hubieran realizado con menos costes sociales y también más consistentemente, sin dejar tantas junturas mal soldadas, como el impacto de la crisis de mediados de los años setenta pondrá de manifiesto. Sin olvidar, en todo caso, que el régimen franquista acababa imponiendo por su propia naturaleza y entidad límites insuperables para determinados cambios económicos institucionales (en el campo del sector público, en el de las relacioncs laborales, en el del sector exterior, entre otros); cambios institucionales sin cuya plena consecución se frenaba el alcance de aquellas transformaciones en la estructura productiva y el impulso del proceso de crecimiento.

Legado, pues, ambivalente, por más que, contempladas las cosas desde nuestro presente, desde el presente que supone la afirmación del régimen de libertades en la España actual, lo que más resalte sea el cambio social, en su sentido más amplio, que trajo consigo el conjunto de hechos y movimientos que hemos mencionado en el dominio de la economía: cambio social que contribuyó a renovar muchos de los patrones de comportamiento de una mayoría de españoles que acabaron apostando por aquello a lo que siempre mas temió el franquismo: la libertad.


 

La economía española durante el franquismo

En colaboración con Juan Carlos Jiménez


  1
1946
2
1950
3
2/1
4
1960
5
4/2
6
1973
7
6/4
8
6/1
Alemania (RFA) 63 (1948) 114 1,8 283 2,5 556 2,0 8,8
Austria 92 (1948) 145 1,6 293 2,0 602 2,1 6,5
Bélgica 73 102 1,4 140 1,4 252 1,8 3,5
España 102 111 1,1 202 1,8 696 3,4 6,8
Francia 76 111 1,5 208 1,8 438 2,1 5,8
Grecia 62 127 2,0 301 2,4 1.021 3,4 16,5
Holanda 77 144 1,9 266 1,8 634 2,4 8,2
Italia 66 115 1,7 274 2,4 634 2,3 9,6
Reino Unido 100 131 1,3 177 1,4 256 1,4 2,6
Suecia 137 162 1,2 234 1,4 450 1,9 3,3
Yugoslavia 90 196 2,2 510 2,6 1.418 2,8 15,8

Precisar el pormenor del fracaso industrial de los años cuarenta es una tarea ardua, dados los defectos e insuficiencias de la información estadística de la época. Sólo algunas expresiones del desolador balance están aceptablemente documentadas: así, por ejemplo el marcado retroceso del consumo privado (el del consumo de carne fue dramático) y el mantenimiento hasta 1945, del índice de inversión por debajo de los niveles alcanzados en los años treinta, y siempre muy lejos, durante toda la década, de los conseguidos entre 1928 y 1930.

Las tres primeras columnas del cuadro son bien elocuentes de la cruda especificidad del caso español en la inmediata postguerra. Merece ser retenido, en concreto, el punto de comparación que aportan los otros países mediterráneos: mientras Italia, Grecia y Yugoslavia duplican o casi duplican sus respectivos índices de producción industrial entre 1946 y 1950 (Italia lo multiplica por 1,7, Grecia por 2 y Yugoslavia por 2,2), España apenas consigue multiplicarlo por l,l, la cifra más reducida entre los once países muestrales. De igual modo que merece destacarse el contraste de ese cociente con el de las dos décadas siguientes (columnas 5 y 7 del cuadro).

¿Cuál fue el coste económico, y, sobre todo, industrial del franquismo primigenio, esto es, de la política que retrasó el engarce de España con la prosperidad occidental? Albert Carreras desde la perspectiva del sector industrial ha tratado de medir el coste del franquismo en terminos de producto perdido comparando los índices de producción industrial de España e Italia entre 1947, cuando ya no puede hablarse, al menos en la Europa democrática, de economía de guerra, y comienza una fase de auge productivo favorecida por los fondos del Plan Marshall, y l974, en que la crisis quiebra las tendencias anteriores en ambos países. De la diferencia entre esas series homogéneas —y ambas con base 100 en 1947— de producción industrial per cápita de España e Italia en proporción de la producción industrial per cápita española en este período, resulta un desfase, en perjuicio de España, del 25%.
Adviértase, por lo demás, que una producción industrial inferior en un 25% en un período de veintisiete años viene a equivaler, en términos temporales, a un retraso medio de unos siete años, retraso que se fraguó en los primeros años de esta trayectoria comparada. Se puede concluir, por tanto, que el coste industrial (y, por extensión, económico) del franquismo es, ante todo, un coste imputable al primer franquismo y a la política que continuó hasta entrados los cincuenta: la diferencia acumulada en esos primeros años sólo pudo enjugarse en dos décadas, y con una sustancial pérdida, como se ha comprobado, en términos de producto industrial.


 

La larga marcha

JOAQUÍN ESTEFANÍA*

EL PAÍS Domingo, 3 / 5 / 1998


La economía española del Plan de Estabilización (1959) al euro (1998)

La llegada de España al euro en el pelotón de cabeza no es un hecho único, sino el final de una larga marcha de casi cuarenta años, que se inicia con el Plan de Estabilización, en 1959. Veinte años después de la conclusión de la guerra civil, un pequeño grupo de técnicos, provenientes en su mayoría de las recién creadas facultades de Ciencias Económicas, se percata de la imposibilidad de un modelo permanente de desarrollo basado en la introspección y consigue dar un giro espectacular a una España pobre, atrasada y rural, que mira tímidamente al exterior. Lo hacen casi engañando al jefe del Estado, el general Franco, analfabeto en estas cuestiones y cuya única ideología era el nacionalcatolicismo y la autarquía.

Estas cuatro décadas no han sido un camino lineal, sino un encefalograma con picos de sierra, con pasos adelante y depresivos retrocesos hacia un horizonte que se llamaba Europa. Los estabilizadores conectan con Ortega y Gasset, que ya en 1910 escribió la repetida frase: "España es el problema; Europa, la solución". En este trecho —compulsivo, más rápido que el de la mayoría de los países de nuestro entorno— se ha obtenido el sistema político de la Comunidad Económica Europea (la democracia), la economía de mercado (a través de la liberalización de los mecanismos de asignación de recursos) y un acercamiento a su protección social. Los ciudadanos españoles ambicionaban ese corpuseuropeo. Todavía falta otra aproximación material: en 1959, el producto interior bruto (PIB) por habitante era el 58,3% de la media europea; hoy es aún del 77,5%.

En este periodo se ha pasado de la convertibilidad de la peseta respecto a las demás monedas a su desaparición como símbolo de la soberanía nacional; del milagro económico del desarrollismo, en la década de los sesenta, al milagro del euro como procedimiento único de pago; de la autarquía y el aislamiento a la era de la globalización. Y lo más importante, de la dictadura a la sociedad de las libertades.

Los protagonistas directos de estas transformaciones, algunas de ellas revolucionarias, pertenecen a las distintas formaciones ideológicas que han gobernado España, y actuaron por diferentes motivaciones; unos sólo pretendían la supervivencia del franquismo a través de la eficacia, pero los más querían el futuro de Europa como lugar del consenso y el bienestar. Algunos han muerto, otros están jubilados, los más siguen activos, pero su actividad profesional o política ya no está vinculada a la experiencia europea. Hay un nombre que recorre todas las etapas, desde finales de los cincuenta hasta hoy mismo: el de Luis Ángel Rojo. Un jovencísimo Rojo (25 años) participó, desde el Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio, en el Plan de Estabilización, y este fin de semana ha tenido un papel central en la creación del euro como gobernador del Banco de España. A punto de cumplir los 64 años, su influencia se ha extendido desde la cátedra (en la que ha tenido numerosísimos alumnos europeístas) hasta la Administración; desde los libros, artículos y conferencias hasta la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Si hubiera que representar el conjunto del proceso europeo, la persona sería el gobernador del Banco de España.

Otro protagonista, Enrique Fuentes Quintana, ha dividido esta transición, con su habitual didactismo, en cuatro grandes etapas. La primera, desde 1959 hasta 1975, año en que murió el dictador; en ella, la expansión de la economía mundial, que se había iniciado con la década de los cincuenta, llega tarde a España, pero se aprovecha merced al Plan de Estabilización: en estos tres lustros de impulso desarrollista, España gana más de 20 puntos en el PIB por habitante respecto a la media europea y pasa al 79,2% de la misma.

La segunda etapa dura una década (desde 1975 hasta 1985), al final de la cual España se normalizará políticamente y se adherirá como socio de pleno derecho a la Comunidad Económica Europea (CEE). Marcada por las crisis energéticas, se caracteriza por los sucesivos planes de ajuste (Pactos de la Moncloa y programa a medio plazo del Gobierno socialista) con el objetivo de normalizar también la economía. Se trata de acabar con una maldición histórica: la coincidencia de un cambio de régimen con una crisis económica. "La experiencia de 1931-1936", escribe Fuentes Quintana, "demuestra cómo una crisis económica grave y no resuelta es un pasivo que complica, hasta hacerla imposible, la construcción de la democracia. Un político español dijo en 1932: o los demócratas acaban con la crisis económica o la crisis acaba con la democracia. Hay que asumir la historia española para no estar condenados a repetirla". En l931, la Gran Depresión acompañó a la oportunidad democrática de la II Repúiblica; ésta era la mayor diferencia entre la crisis económica española y la que afectaba a otros países. E1 socialista Indalecio Prieto, en sus Convulsiones en España, dice: "No entender políticamente el mundo de la crisis económica constituyó una de las causas del fracaso de la II República".
 

La tercera etapa (1985-1991) es la del eurooptimismo. El viento apoya la reactivación; iniciada en Estados Unidos en 1983, llega a Europa pocos meses más tarde, y a España, en 1985. Los efectos estimulantes de la economía internacional se unen a los de la entrada de España en la CEE y, sobre todo, a los datos favorables de las políticas de ajuste tomadas por los Gobiernos de Unión de Centro Democrático, primero, y del partido socialista, después. Se crea empleo de forma intensiva, como en pocos momentos de la historia contemporánea.

La última etapa, que llega casi hasta hoy, coincide con la parte baja del ciclo económico. Hay una desaceleración del crecimiento, que España acusa casi de repente desde ei verano de 1992, pasados los fastos del quinto centenario del descubrimiento de América y de la celebración de la Exposición Universal en Sevilla. Esta etapa, que arranca de la firma del Tratado de Maastricht, en el que se fijan los criterios para llegar al euro, parte de una contradicción: la convergencia nominal de los países europeos (baja inflación, déficit y deuda pública, reducción de los tipos de interés y estabilidad de las monedas), que se tenía que lograr en una coyuntura de bonanza, ha de ser aplicada en condiciones dificiles y a veces de recesión. A pesar de ello, 14 de los 15 países de la Unión Europea (la excepción es Grecia) han aprobado el examen.

A partir de este fin de semana comienza un desafío cuyos objetivos genéricos —la instrumentación de una sola moneda y la convergencia real para los ciudadanos, definida en términos de bienestar— están claros, pero sobre cuya graduación concreta casi ninguno de los expertos se atreve a pronosticar. Es la paradoja europea. Europa ha de reinventarse a sí misma, pensarse de nuevo, establecer nuevos códigos de identidad. Conseguida la unión monetaria como elemento federalizante, hay que franquear con urgencia el resto del proyecto que soñaron los padres arquitectos de la Europa unida (Schuman, Monnet, Adenauer, Spaak, Hallstein, Segni...): la unión económica y la unión política, que están muy atrasadas. Se dice que Europa sólo sabe pensar en un asunto al mismo tiempo. El filósofo irlandés Richard Kearney ha escrito: "Europa es como un nuevo Jano: tiene una cara buena y otra mala. La cara mala se debe a sus tentativas, a veces arrogantes, de configurar a su propia imagen el resto del mundo [el eurocentrismo], mientras que la buena lo es por su disposición, puesta una vez más a prueba en este decisivo periodo de su historia, a configurarse a sí misma a imagen de un mundo más amplio".

1. La prehistoria

El Plan Nacional de Estabilización Económica, en 1959, es la puerta de cierre de una época —la de la autarquía de los vencedores de la guerra civil— y el umbral de otra —la integración de España en la CEE—. En este sentido, es la prehistoria. Para que el régimen franquista no tuviese más remedio que pasar página fue necesario que la economía se estrangulase. A finales de los años cincuenta, España se encontraba al borde de la suspensión de pagos, con números rojos en la balanza de pagos; era imposible renovar la maquinaria productiva sin hacer importaciones; los alimentos estaban racionados y el aparato productivo estaba a punto de colapsarse.

El sentido de supervivencia del franquismo y la aportación técnica de un grupo de economistas llevaron al Plan de Estabilización. Los primeros síntomas se originaron en febrero de 1957, cuando Franco cambió al Gobierno y entraron en él dos miembros del Opus Dei (que sustituía a la Falange como familia dominante): Alberto Ullastres, ministro de Comercio, y Mariano Navarro Rubio, ministro de Hacienda. Ullastres y Navarro Rubio, apoyados por el secretario general técnico de la vicepresidencia del Gobierno, Laureano López Rodó, también del Opus Dei, iniciaron la preestabilización. Alrededor de ellos, economistas como Joan Sardà, José Luis Sampedro, Fuentes Quintana, Rojo, Félix Varela, Manuel Varela, Fabián Estapé, José Luis Ugarte, Sánchez Pedreño, Ortiz García, José Carlos Colmeiro, etcétera.

El mismo año que Franco cambia de Consejo de Ministros se firma el Tratado de Roma, que consagra el Mercado Común de los seis países pioneros: Italia, Francia, Alemania, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Pocos meses después, y con el aval del embajador de Estados Unidos en Madrid, John David Lodge —que deseaba incorporar a España al escenario internacional, como aliado en la guerra fría—, nuestro país ingresa en el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organizacidn Europea de Cooperación Económica (OECE, antecedente de la OCDE). En 1959, la OECE daba a luz su primer informe sobre la economía española, en el que se pedía una estabilización. Según cuenta el historiador Ángel Viñas, al mismo tiempo, "encerrado en una habitación del hotel Palace madrileño, el director del Departamento Europeo del FMI, Gabriel Ferré, había perfilado la filosofia económica del cambio de rumbo; esta parte de su borrador, con pequeñas variantes de estilo y complementos indispensables, fue asumida enteramente por el Gobierno español en el memorándum que, con fecha 30 de junio, dirigió oficialmente a los organismos económicos internacionales y, previamente, a las autoridades norteamericanas".
 

El Plan de Estabilización fue publicado en julio de 1959 en la revista Información Comercial Española. Sus objetivos, según Ullastres, eran cuatro: "Convertibilidad, estabilización, liberalización, integración". El plan pretendía reducir la inflación, liberalizar el comercio exterior, conseguir la convertibilidad de la peseta para facilitar los intercambios y liberalizar también la actividad interna. En definitiva, lograr un mayor desarrollo aprovechando la coyuntura mundial y facilitar la integración de la economía española en la internacional, comenzando por la CEE. Luis Ángel Rojo ha advertido de la tentación de creer que el Plan de Estabilización fue tan sólo una simple operación técnica, "dejando escapar así su verdadero significado. El plan implicó el reconocimiento de que las posibilidades de desarrollo del país, dentro de los esquemas característicos de la etapa de autarquía, estaban agotadas y abrió las puertas de una fase de incorporación de nuevas formas de producción y de vida, cuyo resultado habría de ser un cambio social acelerado en los años siguientes";

El Plan de Estabilizición inició la transforfnación de una economía havia adentro, y con muchos de los mecanismos dirigistas copiados del fascismo italiano, hacia una economía de mercado homologable a la de los países que habían ganado la II Guerra Mundial. Sus resultados se vieron de inmediato: en el haber, la década de los sesenta, con tasas de crecimiento anuales de alrededor del 7%; en el debe, el olvido de la liberalización política y los elevados costes sociales, como la caida de salarios y el aumento del paro, transformado en emigración.

2. Una dictadura que repugna

El Plan de Estabilización fue un paso necesario para el Mercado Común, pero no suficiente. Faltaba lo más importante: las libertades políticas. A partir de los sesenta se inicia una etapa de tres lustros en los que cada vez que el Gobierno se acerca a Europa, ésta reverbera la misma respuesta: la España de Franco no tiene legitimidad para ser socio de la Europa demócrata.

En 1962, el Gobierno español manda una carta solicitando "la apertura de negociaciones con objeto de examinar la posible vinculación de España a la CEE en la forma que resulte más conveniente para los recíprocos intereses". Gélida acogida, que se reiterará en tantas ocasiones. Sólo ocho años después, en junio de 1970, se firma el Acuerdo Preferencial entre España y la CEE; continúa el repudio político al tardofranquismo, pero se inicia una reducción escalonada de los aranceles comunes. La ampliación de la CEE a nueve miembros no variará las relaciones en lo fundamental hasta que, en los estertores del régimen, la ejecución a garrote vil del militante anarquista Puig Antich (marzo de l974) y los fusilamientos de septiembre de 1975 repugnaron tanto a Europa que la CEE decidió bloquear las negociaciones y no reanudarlas hasta que no se adoptara una política que respetase "los derechos del hombre, como patrimonio común de los pueblos de Europa". Las secuelas del franquismo, con Arias Navarro como presidente del Gobierno, no eliminaron el problema. Arias envía a su ministro de Asuntos Exteriores, José María de Areilza, a una gira por las capitales europeas; en Copenhague recibe la respuesta más contundente cuando la prensa danesa titula: "La reina recibe a un fascista".

3. Una democracia que apasiona

La frontera es Adolfo Suárez. Cuando es designado presidente del Gobierno por el Rey, el semanario Cuadernos para el Diálogo —cauce de la oposición y de la obsesión europeísta— titula su número "El apagón", con una portada en negro en la que incluye una pequena fotografía, tamaño carné, de Suárez. Los analistas se equivocaron, y Suárez trajo las libertades y enderezó el camino hacia Europa. En su primer viaje continental se palpa la euforia: la democracia española, todavía frágil, apasiona. Un mes después de ganar las primeras elecciones democráticas, en julio de 1977, el presidente de la transición abre un maratón negociador con las Comunidades Europeas, que durará todavía ocho años. En el paquete están todas las Europas. Su ministro de Asuntos Exteriores (hoy comisario europeo), Marcelino Oreja, lo define: "Europa son las tres instituciones, económica, defensiva y política, el Mercado Común, la OTAN y el Consejo de Europa". Primero se ingresa en el Consejo de Europa, símbolo de los derechos humanos; su continuador, Leopoldo Calvo Sotelo, integrará a España en la OTAN (mayo de 1982), y el socialista Felipe González, sucesor de ambos, firmará el Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Europea (junio de 1985).

E1 escenario con el que se llega a este último acontecimiento cambió de repente; si las libertades habían sido hasta entonces la hipoteca, a partir de la segunda mitad de los años setenta las dificultades fueron económicas. Europa atravesaba una recesión causada por la guerra del Yon Kipur y el encarecimiento del petróleo, y la economía española, aunque desequilibrada, tenía un potencial más grande que las de Portugal y Grecia, los otros dos países, arrasados por dictaduras, que aspiraban a protagonizar, junto a España, la ampliación de la CE.
 

Durante esta larga negociación de ocho años, España tuvo que superar, además de la crisis económica, dos escollos importantes: la enemiga del presidente francés Giscard d'Estaing, que no solamente no facilitó la presencia de España en la Comunidad, sino que manifestó un comportamiento alérgico a la colaboración para superar el terrorismo etarra, y el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que hizo emerger el fantasma del tradicional militarismo español. Superados éstos, Felipe González, al frente del primer Gobierno socialista químicamente puro de la historia de España, pudo afirmar, en su discurso de investidura: "Trabajaré con tesón para allanar los obstáculos que aún se oponen a nuestra plena integración en la CEE".

Lo consiguió. En la madrugada del 25 de marzo de 1985, muchos ciudadanos de una generación marcada por la dictadura pudieron unirse mentalmente al brindis con el que los periodistas recibieron a Fernando Morán y Manuel Marín, cantando Asturias, patria querida en honor del primero, ministro de Asuntos Exteriores. El 12 de junio, en el Palacio Real de Madrid, usurpado tantas veces a la legalidad, España entraba en la CE. El sueño de la razón se hizo realidad.

4.La cohesión y el euro

España entró en la CE, hoy Unión Europea (UE), con un retraso motivado por la acción política de un general golpista que duró casi cuatro décadas. Tardó en integrarse, por ejemplo, el doble de tiempo que el Reino Unido. Desde 1986 —quizá por ese complejo europeísta—, su influencia en Bruselas ha sido, en general, superior al que le correspondería por el potencial económico. Hoy se repite que, con el euro, nuestro país participa por primera vez a la cabeza de un hito de la UE. No es cierto. La CE a la que se adhirió España no es la misma que aquélla con la que empezó a negociar; tiene más socios y otras características. España estuvo desde el principio en la Europa del mercado interior (años ochenta) y en la Europa de la cohesión social (que Jacques Delors no hubiera podido sacar adelante sin el apoyo del presidente español, Felipe González).

A la hora de hacer balance de las cuatro décadas de larga marcha hacia Europa hay que rememorar desde Alberto Ullastres hasta José María Aznar y Rodrigo Rato, y desde la estabilización hasta el euro. Europa ha sido un proyecto común que nadie puede reivindicar como exclusivo.


 

Sobre la memoria de la oposición antifranquista

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN*

EL PAÍS, 26 / 10 / 1988


Hasta que los historiadores no descubran el elixir de la historia total, habida cuenta de que no han dado con su metodología, una reunión de 200 profesionales de la historia dedicados a inventariar la oposición al franquismo resulta tan necesaria como digna de toda clase de recelos. La oposición al franquismo está llena de datos y de aromas; los historiadores pueden llegar a los datos, pero no a los aromas. ¿A qué olía el eco del último grito de Julián Grimau, resonando de cárcel en cárccl en aquella primavera de 1963? Hace mal el ministro de Cultura en atribuir sólo a los comunistas un orwellianismo que les lleva a destruir su propia memoria. Tal vez los comunistas que trató Semprún fueran de este tipo; en cambio, los que crecieron a la sombra del franquismo, convocados casi exclusivamente por el asalto a la contradicción de primer plano —es decir, la lucha contra el fascismo y por las libertades democráticas—, hicieron de la reivindicación de la memoria un instrumento de combate, y la literatura española a partir de la generación de los cincuenta no sería comprensible sin la estrategia de la memoria, la estrategia de la araña que quería retener en la tela de la memoria prohibida todas las falsificaciones de vida e historia perpetradas por el franquismo.

La lucha contra el franquismo desde el estamento intelectual fue un empeño por la reconstrucción de la razón frente a todos los irracionalismos que sostenían la quimera de la cultura autárquica. Recuperar la memoria heterodoxa y vencida; reconstruir una vanguardia crítica asesinada, exiliada o atemorizada como consecuencia de la guerra; todo eso se hizo tozuda y precariamente, primero en el contexto de un país aterrorizado y luego en el marco de un país voluntariamente desmemoriado. Los principales enemigos para la fijación de esa parte de la memoria resistente no han sido los comunistas que trató Semprún, y mucho menos los comunistas que crecieron después. Los principales enemigos han sido los palanganeros de la transición que barrieron bajo las alfombras las memorias más conflictivas y han reducido una película casi épica a un filme de Manolo Summers, posiblemente titulado To el mundo es güeno. Aquí los únicos que se han tirado piedras sobre su propio tejado han sido las izquierdas más inocentes, las que no tenían pecados de guerra ni posguerra y se han autoexigido una transparencia que les ha hecho casi invisibles. Los más beneficiados por esta operación han sido una extraña alianza de ex franquistas lúcidos y ex izquierdistas pragmáticos que han pasado de puntillas sobre los cráneos perplejos de una izquierda entre cuyos sueños no figuraba el del poder.

Desde una óptica conductista, tal vez más afin al proceso que nos ocupa que una óptica dialéctica, la historia de la lucha contra el franquismo fue la de una serie de movimientos hacia el éxito, como educa la conducta el niño que de manotazo en manotazo llega a hacerse con el chupón de menta. Se intentaba publicar un libro con el mínimo de cortes posibles, recoger firmas en favor de un derecho humano, aunque fuera pequeñito, publicar un artículo clandestino con nombre supuesto, crear una aliada alianza de intelectuales aliados, agrupar a los nuevos profesionales afranquistas o antifranquistas que la Universidad española empezó a producir en cantidades apreciables a partir de los años sesenta y conectar con una sociedad civil que cada vez se sentía menos identificada con la liturgia del régimen.

A cambio de eso casi no existías, pero recibías dividendos importantes de satisfacciones morales y estéticas y una inmensa capacidad de sueño, nunca concreto; nunca fue un sueño en el que apareciera una sociedad definitivamente apellidada, pero sí una sociedad caracterizada por ser la negación a todo lo oprobioso.

Aquella oposición, con todos los matices ideológicos, tenía una cultura porque tenía una conciencia del cambio caracterizada por la negación de todas las miserias de un poder miserable.

Tuvo la suficiente fuerza como para generalizar la cultura del no, la conciencia del no, cuando la identificación de la vanguardia con la sociedad civil fue cualitativamente completa a comienzos de los años setenta. Pero no tuvo un proyecto cultural que fuera más allá, sobre todo porque el banderín de enganche opositor había sido algo tan general y abstracto como la conquista de las libertades fundamentales. Muchos de los que ejercieron como intelectuales orgánicos y permitieron conquistar espacios de superficie a los que no podían llegar los políticos vieron cómo en plena transición se les decía: "Se acabó la hora de hacer ideología, ahora hay que hacer política". Sólo eran dueños, como el personaje del poema de Eliot, de un puñado de imágenes rotas sobre las que se ponía el sol del franquismo y empezaba a remontar el sol de la tercera, cuarta o quinta revolución industrial. Ésa fue la cultura desde entonces dominante y gozó de un cuerpo intelectual nuevo, de neopositivistas originales o conversos que tenían los mecanismos de aprehensión de la realidad hechos a la medida de la realidad. Y todo lo que había sido crítico se consideró obsoleto, y así como el franquismo mutiló la memoria heterodoxa con las tijeras podadoras, el palanganerismo de la transición ha mutilado la memoria crítica con el frío cálculo de lo que es innecesario para conservar una determinada inflación. EI resistencialismo no era una virtud, la virtud de la crítica metódica, sino un vicio heredado del pasado antifranquista.

Por eso, cuando aparecen congresos de historiadores convocados para hacer inventario de la oposición al franquismo, hay que reconocerles su derecho y el derecho a la sospecha de que entre los datos que manejan está el de su propio interés en la recalificación de la memoria. Por ejemplo, estos días el frente neoliberal universal ha lanzado al mercado un nuevo producto ideológico: tal vez ha llegado el momento de considerar que los buenos en la guerra de Vietnam no fueron los vietnamitas

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