Los efectos del 18 de julio, la guerra y la
dictadura siguen presentes en España en muchas
formas: en símbolos (el Valle de los Caídos), en
el clamoroso olvido de quienes murieron, en la
forma de hacer política de los partidos españoles,
en algunos apellidos que siguen presentes en las
esferas más cercanas al poder, en la visión
uniforme de España alérgica a la pluralidad. El
olvido del 18 de julio y de lo que sucedió después
es un lujo que la sociedad española no puede ni
debe permitirse. El fracaso colectivo que supone
no haber logrado consensuar una ley de la memoria
histórica y la incapacidad para otorgar a las
víctimas y a sus descendientes reconocimiento y
reparaciones es uno de los legados más evidentes
de la guerra y del régimen franquista. No es
difícil encontrar restos de la manera de actuar y
de pensar del franquismo en la vida pública
española. El espectro de las dos Españas resucita
en el discurso político con facilidad, y la
tendencia a los liderazgos fuertes, caudillistas,
es una señal de identidad del sistema político
español. El objetivo de vencer por encima de
cualquier otra consideración y considerar el pacto
como una derrota, sonticsprofundamente
enraizados que perviven hoy, como demuestra el
bloqueo político que vive el país desde el 20-D.
Pese a todo, el país ha cubierto en los 40 años de
democracia un gran camino desde un punto de vista
político y social.
EL PERIÓDICO 16. Editorial
18 de julio, cambio del curso de la historia(Ángel Viñas. EL PAÍS 23)El estallido de la guerra cambió no solo la faz de España.
También el curso histórico español. Demolió un
sistema democrático frágil pero que funcionaba.
Memoria del 18 de julio de 1936(Stanley G. Payne. EL MUNDO 6)Los generales Mola y Sanjurjo dirigieron la acción militar,
no Franco, quien se comprometió firmemente con la
revuelta sólo cinco días antes. No fue concebido
como un golpe de Estado, sino como una
insurrección general militar.
El muro de Tamerlán(Jorge Bustos. EL MUNDO 50)Hoy hace 80 años los españoles entregamos a la Historia la
más coqueta realización de una especialidad de la
casa: la contienda fratricida.
18 de julio: Huir de la discordia(Fernando Suárez González. ABC 3)España sabía que la guerra civil iba a estallar, y han sido
muchos los políticos arrepentidos de no haber
sabido evitarla. Ochenta años después, sería bueno
huir de todo cuanto reaviva la discordia, para
buscar soluciones a los problemas.
La guerra reinventada(Ignacio Camacho. ABC 13)
España aún no dispone de un consenso social
saludable sobre la Guerra Civil, sin sesgos, ni
mitos ni revisionismos.
Hoy, San Federico(Santiago González. EL MUNDO 4)Hoy, festividad de San Federico, se cumplen 80 años de la
sublevación militar que dio origen a la guerra
civil española. No habían pasado 20 años de la
insurrección franquista cuando el PCE aprobó elManifiesto
por la Reconciliación Nacional.
Guerra Civil Española
Aunque en los últimos siglos España ha sufrido varias
guerras civiles, se conoce como
Guerra Civil Española a la que estalló tras un fallido
golpe de estado contra el gobierno legítimo de la Segunda
República Española y que asoló el país entre el 17 de julio
de 1936 y el 1 de abril de 1939.
La Guerra Civil Española
ha sido considerada en muchas ocasiones como el preámbulo de la
Segunda Guerra Mundial puesto que sirvió de campo de pruebas
para las potencias del Eje y la Unión Soviética, además de que
supuso una confrontación entre las principales ideologías
políticas que entonces convivían en Europa y que entrarían en
conflicto poco después: el fascismo, la democracia
representativa de tradición liberal y los diversos movimientos
revolucionarios (socialistas, comunistas, estalinistas y
trotskistas, y anarquistas). Los partidos republicanos
defendieron el funcionamiento democrático parlamentario del
Estado por medio de la Constitución vigente, la Constitución de
la República Española de 1931. Los anarquistas defendían la
implantación de un modelo libertario. Los nacionalistas
defendieron su autonomía. Algunos revolucionarios buscaban
implantar la dictadura del proletariado, otros eliminar la
coerción de cualquier estructura jerárquica. Muchos militares
sublevados y los falangistas defendieron, en palabras del propio
Franco, la implantación de un Estado totalitario. Los
monárquicos pretendían la vuelta de Alfonso XIII. Los carlistas
la implantación de la dinastía carlista, etc. En ambos bandos
hubo intereses encontrados.
De hecho, al estallar la
Guerra Civil, estas divisiones ideológicas quedaron claramente
marcadas: los regímenes fascistas europeos (Alemania e Italia),
Portugal e Irlanda apoyaron desde el principio a los militares
sublevados.
El gobierno
republicano recibió el apoyo de la
URSS,
único país comunista de Europa, quien en un primer momento
movilizó las Brigadas Internacionales y posteriormente
suministró equipo bélico a la República. También recibió ayuda
de
México,
donde hacía poco había triunfado la revolución.
Las democracias
occidentales, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos
decidieron mantenerse al margen, según unos en línea con su
política de no-confrontación con Alemania, según otros porque
parecían preferir la victoria de los sublevados. No obstante, el
caso de Francia fue especial, ya que estaba gobernada, al igual
que España, por un Frente Popular. Al principio intentó
tímidamente ayudar a la República, a la que cobró unos 150
millones de dólares en ayuda militar (aviones, pilotos, etc.),
pero tuvo que someterse a las directrices del Reino Unido y
suspender esta ayuda.
En cualquier caso, esta
alineación de los diferentes países no hacía más que reflejar
las divisiones internas que también existían en la España de los
años 1930 y que sólo pueden explicarse dentro de la evolución de
la política y la sociedad española en las primeras décadas del
siglo XX.
Soldado
republicano busca cobertura
plaza de toros de Teruel.
Algunos ven en estas
profundas diferencias político-culturales lo que Antonio Machado
denominó
las dos españas. En el bando republicano, el apoyo estaba
dividido entre los demócratas constitucionales, los
nacionalistas periféricos y los revolucionarios. Éste era un
apoyo fundamentalmente urbano y secular aunque también rural en
regiones como Cataluña, Valencia, País Vasco, Asturias y
Andalucía. Por el contrario en el bando nacional, el apoyo era
básicamente rural y burgués, más conservador y religioso. Sobre
todo fueron aquellas clases más o menos privilegiadas hasta
entonces, (burgueses, aristócratas, muchos militares, parte de
la jerarquía eclesiástica, terratenientes o pequeños labradores
propietarios...) que tras la victoria del Frente Popular veían
peligrar su posición o consideraban que la unidad de España
estaba en peligro.
El número de
víctimas civiles aún se discute pero son muchos los que
convienen en afirmar que la cifra se situaría entre 500.000 y
1.000.000 de personas. Muchas de estas muertes no fueron debidas
a los combates sino a las ejecuciones sumarias, paseos,
que ambos bandos llevaron a cabo, en la retaguardia, de forma
más o menos sistemática o descontrolada. Los abusos se centraron
en todos aquellos sospechosos de simpatizar con el bando
contrario; en el bando
nacional se persiguió principalmente a sindicalistas y
políticos republicanos (tanto de izquierdas como de derechas),
mientras en el bando republicano esta represión se dirigió
preferentemente hacia los falangistas, burgueses, aristócratas,
militares, simpatizantes de la derecha o sospechosos de serlo,
católicos y miembros de la Iglesia Católica, llegando a quemar
conventos e iglesias y asesinando a trece
obispos,
4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos, 263 monjas y millares de
personas vinculadas a asociaciones confesionales o meramente
católicas practicantes.
Tras la guerra, la
represión franquista se cebó con el bando perdedor iniciándose
una limpieza de toda esa España Roja y de cualquier
elemento relacionado con la República lo que condujo a muchos al
exilio o a la muerte. La economía española tardaría décadas en
recuperarse.
Juan Negrín
iniciando la decimoctava sesión plenaria
de la Asamblea General de la Sociedad
de las Naciones
Ginebra 1937
Los simpatizantes
republicanos vieron la guerra como un enfrentamiento entre
"tiranía y democracia", o "fascismo y libertad", y muchos
jóvenes idealistas de otros países participaron en las Brigadas
Internacionales pensando que salvar a la República Española era
la causa idealista del momento. Sin embargo, los partidarios de
Franco la vieron como una lucha entre las "hordas rojas"
(comunistas y anarquistas) y la "civilización cristiana".
Pero estas dicotomías son, inevitablemente, simplificaciones: en
los dos bandos había ideologías variadas, y muchas veces
enfrentadas (por ejemplo anarquistas contra comunistas en uno,
falangistas contra monárquicos y carlistas en el otro).
Al abandonar Alfonso
XIII España, vista la falta de apoyo popular en las elecciones
municipales de 1931, se proclama la República y se convocan
elecciones que ganan las izquierdas republicanas y obreras (el
PSOE se convierte en el partido con más diputados en las
Cortes). Comienza el llamado Bienio Progresista, durante el que
el gobierno de la República, formado por distintas formaciones
republicanas de izquierda (Acción Republicana,
radicales-socialistas...) y el Partido Socialista, trata de
poner en marcha una serie de leyes de alto contenido social. El
fracaso y la lentitud en la aplicación de las mismas llevan a un
descontento popular que culmina en una serie de levantamientos
anarquistas (en
enero y
diciembre de 1933), reprimidos con dureza y que provocan un
fuerte escándalo político, la caída del gobierno y la
celebración de elecciones anticipadas en 1933.
La CEDA, partido
derechista, gana estas elecciones, pero el Presidente de la
República no les permite formar gobierno, por lo que lo acaban
formando los radicales de
Lerroux
con el imprescindible apoyo de la CEDA. Comienza el gobierno de
centro derecha llamado por la izquierda Bienio Negro ya que
anuló muchos de los derechos sociales y reformas progresistas
aprobadas durante el gobierno anterior, bienio progresista,
oponiéndose especialmente a la reforma agraria. Gran parte del
pueblo llano había esperado grandes cambios de la Segunda
República. Pero la victoria de los conservadores truncó las
esperanzas de muchos y reverdeció la agitación y las protestas
al ver el rumbo de marcha atrás que tomaba su política.
Ante lo que consideran mal
gobierno de Lerroux, la CEDA exige su participación en el
gobierno. Se nombran tres ministros de la CEDA, pero este
nombramiento (constitucional) no es aceptado ni por la izquierda
ni por los nacionalistas. ERC (Esquerra Republicana de
Catalunya) proclama desde Barcelona el Estado Catalán
dentro de la República Federal Española y UGT declara una
huelga general revolucionaria, lo que provoca la Revolución de
1934 y la proclamación desde Oviedo de la
República Socialista Española. La situación queda
rápidamente dominada por el gobierno, salvo en Asturias, único
lugar en el que los anarquistas se unen a los partidos y
sindicatos de izquierdas. El gobierno reprime la sublevación de
Asturias con dureza, trayendo de África a la Legión, y, una vez
finalizada, se produce una fuerte represión.
Los escándalos financieros
y políticos hacen caer al gobierno radical-cedista, y se
convocan nuevas elecciones, en las que, por primera vez en mucho
tiempo la izquierda une fuerzas formando el Frente Popular y los
anarquistas, tradicionalmente abstencionistas, a pesar de no
formar parte de la coalición, le dan su apoyo.
Gana las elecciones el
Frente Popular, que destituye al Presidente de la República,
Alcalá-Zamora, y destina fuera de Madrid a los generales que
considera
desafectos a la república.
Durante la Segunda
República la polarización de la política española que se inició
a finales del
siglo XIX
alcanza su cenit. Conviven una izquierda revolucionaria y una
derecha
fascista
importantes, con una izquierda moderada y una derecha
republicana; un centro anticlerical y una derecha de fuerte
componente católico y monárquico, una sociedad secular muy
anticlerical y un catolicismo ultraconservador.
Desde 1808, la sociedad
española intentaba salir de una tradición absolutista que, a
diferencia del resto de países de Europa, lastraba aún al país
manteniendo fuertes diferencias económicas entre privilegiados y
no privilegiados, derivados del moderantismo decimonónico. Los
conservadores, muchos militares, terratenientes y parte de la
jerarquía católica ven peligrar su posición privilegiada y su
concepto de la unidad de España. Los nacionalistas presionan a
la República para conseguir su autonomía. Los revolucionarios
buscan la dictadura del proletariado o la implantación de una
sociedad anarquista.
Una población rural
dividida entre los jornaleros anarquistas y los pequeños
propietarios aferrados a (y dominados por) los caciques y la
iglesia; unos burócratas conformistas y una clase obrera con
salarios muy bajos y, por lo tanto, con tendencias
revolucionarias propias del nuevo siglo, hacen que también entre
las clases pobres la división fuese muy acusada. Y una tradición
de más de un siglo (desde los tiempos de Fernando VII) según la
cual los problemas no se arreglan más que con los
levantamientos.
Este conjunto de
circunstancias hace que, durante la Segunda República el clima
social sea muy tenso, la inseguridad ciudadana muy alta y los
atentados de carácter político o anticlerical una lacra para el
país.
No es extraño pues
que en una España marcada por la reciente dictadura de Primo de
Rivera e intentonas fallidas como las de
Sanjurjo
volviese a haber ruido de sables y se temiese un plan para
derribar al nuevo gobierno establecido. Los acontecimientos
darían la razón a los pesimistas.
El 12 de julio muere
asesinado (probablemente por falangistas, que le acusaban ser el
culpable de la muerte de uno de ellos), el
teniente
de la Guardia de Asalto José Castillo. Castillo era conocido por
su activismo izquierdista y por negarse a intervenir contra los
manifestantes de Asturias, yo no tiro sobre el pueblo,
fueron sus palabras, y este acto de rebeldía le costaría un año
de cárcel. La conmoción por el asesinato no tardó en extenderse
entre la propia Guardia de Asalto a la que él pertenecía. Y al
día siguiente, en represalia, un grupo de guardias, al no
encontrar en su casa a Gil-Robles, secuestran y matan a José
Calvo Sotelo miembro del parlamento y líder de la oposición al
Frente Popular, quien fue ministro de finanzas durante la
dictadura de Miguel Primo de Rivera. Este crimen convenció de la
necesidad de dar el Golpe de Estado a los militares que aún
estaban indecisos, entre ellos y según Preston, a Franco. Este
Golpe de Estado estaba preparado por Mola (el Director)
para mediados o finales de Julio desde hacía tiempo (el
Dragon Rapide
ya estaba en camino), y contaba con el apoyo de la Falange y de
los movimientos conservadores y católicos. El levantamiento
acababa de comenzar.
Mapa de España a los
dos meses de la rebelión militar
El golpe de estado fue
cuidadosamente planeado, entre otros militares, por los
generales José Sanjurjo, Emilio Mola (el Director del
alzamiento) y secundada por Francisco Franco, con el que
contaban desde el principio, pero que no confirmó su
participación hasta el asesinato de Calvo Sotelo.
El general José Sanjurjo
debería haber sido el futuro Jefe de Estado pero murió en
accidente de aviación al trasladarse a España desde Portugal,
donde estaba exiliado por su intento de golpe de estado el 10 de
agosto de 1932.
Los últimos detalles
de la sublevación se concretaron durante unas maniobras
realizadas el 12 de julio en Llano Amarillo
Marruecos,
estando previsto dar el golpe de estado escalonadamente, el 18
en Marruecos y el 19 en el resto de España.
El 17 de Julio por la
mañana, en Melilla, los tres coroneles que estaban al tanto del
alzamiento militar, se reúnen en el departamento cartográfico y
trazan los planes para ocupar el 18 los edificios públicos,
planes que comunican a los dirigentes falangistas. Uno de los
dirigentes locales de la Falange informa al dirigente local de
Unión Republicana, llegando esta información al General
Romerales, Comandante Militar de Melilla, que a su vez informa a
Casares Quiroga. Romerales envía por la tarde una patrulla de
soldados y guardias de asalto a registrar el departamento
cartográfico. El coronel al mando del mismo retrasa el registro
y llama al cuartel de la legión, desde donde le envían un grupo
de legionarios. Ante estos, la patrulla se rinde y los
sublevados proceden a arrestar a Romerales, proclaman el estado
de guerra e inician anticipadamente el levantamiento, informando
a sus compañeros del resto de Marruecos que habían sido
descubiertos. Esto hizo que en Marruecos se adelantase la fecha
prevista.
Mola decide adelantar las
fechas previstas, por lo que al día siguiente, 18 de Julio, la
sublevación se generaliza en casi toda España, y el 19 de Julio
ya es general.
Así, el 21 de julio
los rebeldes han tomado el control de la zona de Marruecos bajo
protectorado español, las islas Canarias (excepto La Palma), las
islas Baleares (excepto
Menorca)
y la parte de la España peninsular situada al norte de la
sierra de Guadarrama
y del río
Ebro,
excepto
Asturias,
Cantabria
y el País Vasco en la costa norte, y la región de Cataluña en el
nordeste. El 27 de julio de 1936, llegó a España el primer
escuadrón de aviones italianos enviado por Benito Mussolini.
Las fuerzas republicanas,
por su parte, consiguen sofocar el alzamiento en la mayor parte
de España, incluyendo todas las zonas industrializadas, gracias
en parte a la participación de las milicias recién armadas de
socialistas, comunistas y anarquistas, así como a la lealtad de
la mayor parte de la Guardia de Asalto y, en el caso de
Barcelona, de la Guardia Civil. El gobernador militar de
Cartagena, Toribio Martínez Cabrera, era simpatizante del Frente
Popular y la marinería también era contraria al golpe militar,
lo que unido a los tumultos populares de los días 19 y 20
hicieron fracasar el movimiento golpista en Murcia.
Por otra parte, caen en
manos de los sublevados algunas de las ciudades andaluzas más
grandes, incluyendo Sevilla (donde el general Gonzalo Queipo de
Llano se hace con el mando de la 2ª División Orgánica), Cádiz,
Granada y Córdoba.
En este contexto, los
nacionalistas y los republicanos proceden a organizar sus
respectivos territorios y a reprimir cualquier oposición o
sospecha de oposición. Una estimación mínima señala que más de
50.000 personas fueron ejecutadas, muertas o asesinadas en cada
bando, lo que nos da una indicación de la gran dureza de las
pasiones que la guerra civil había desatado.
El mapa resultante tras la
sublevación es una reproducción casi exacta de los resultados de
los anteriores comicios. En aquellas zonas donde vencieron los
conservadores triunfa el alzamiento y allí donde la mayoría era
de izquierdas o liberal la insurrección militar es aplastada sin
miramientos como es el caso de Madrid y Barcelona.
El resultado del
levantamiento es incierto. Aproximadamente un tercio del
territorio español ha pasado a manos rebeldes con lo que ninguno
de los dos bandos tiene absoluta supremacía sobre el otro. La
intentona de derrocar de un golpe a la República había fracasado
estrepitosamente. Ambos bandos se preparan para lo inevitable.
Un enfrentamiento que iba a desangrar España durante tres largos
años. La Guerra Civil Española acababa de empezar.
El asalto al Cuartel de la Montaña - julio de 1936
Toda esperanza de un
rápido desenlace desaparece el
21 de julio,
el quinto día de rebelión cuando los sublevados conquistaron el
puerto naval de
Ferrol.
El triunfo parcial de la sublevación militar anima a las
potencias fascistas a apoyar a los rebeldes. En los primeros
días muere el general Sanjurjo en un accidente de aviación por
lo que el mando de los rebeldes queda entonces repartido entre
Mola y Franco.
Sin embargo, el mando de
los nacionalistas fue asumido gradualmente por el general Franco
que lideraba las fuerzas que había traído de Marruecos. El 1 de
octubre de 1936, fue nombrado Jefe del Estado y formó gobierno
en Burgos. El 3 de junio de 1937 muere en otro accidente de
avión el general Mola quedando definitivamente Franco solo al
frente de la rebelión militar.
El presidente de la
República Española hasta casi el fin de la guerra fue Manuel
Azaña, un liberal anticlerical, procedente del partido Izquierda
Republicana. En tanto que el gobierno republicano estaba
encabezado, a comienzos de septiembre de 1936, por el líder del
partido socialista Francisco Largo Caballero, seguido en mayo de
1937 por Juan Negrín, también socialista, quien permaneció como
jefe del gobierno durante el resto de la guerra y continuó como
jefe del gobierno republicano en el exilio hasta 1945.
Al fracasar el golpe de
estado y preverse una guerra de larga duración, el primer
problema con el que se enfrentan los sublevados es un problema
logístico. El Ejército de África está en Marruecos, y debe pasar
a la península, la flota republicana bloquea el estrecho de
Gibraltar impidiendo su paso y el ejército de Mola está escaso
de municiones. Se pone en marcha inmediatamente un puente aéreo,
al principio solo con medios propios, y luego apoyado por
aviones italianos y alemanes, entre Marruecos y Sevilla. Con los
pocos aviones de ataque y bombardeo disponibles, se hostiga a la
escuadra republicana en el estrecho, permitiendo el paso de un
primer convoy naval prácticamente desprotegido entre Ceuta y
Algeciras, y se inicia la Campaña de Extremadura para tratar de
unir las dos zonas en poder de los sublevados, lo que se
consigue con la toma de Badajoz a mediados de agosto de 1936,
menos de un mes después del alzamiento militar.
Una vez unidas las dos fuerzas, se inicia el avance sobre
Madrid, tomándose Toledo el 28 de septiembre. El 8 de noviembre
empieza la Batalla de Madrid, estabilizándose el frente el día
23.
En paralelo, en el
Norte, las tropas nacionales toman
Irún el 5
de septiembre y San Sebastián el 13 de septiembre, quedando el
norte republicano rodeado por tierra por los nacionalistas. El
17 de octubre se rompe el cerco de Oviedo.
1937
En torno a Madrid se
producen diferentes ofensivas y batallas, tratando un bando
aislar Madrid y el otro aliviar la presión sobre la capital. Son
la batalla del Jarama, del
6 al 24
de febrero, la batalla de Guadalajara, del
8 al 18
de marzo, y la batalla de Brunete del
6 al 26
de julio, las dos primeras son iniciativas de los sublevados y
la tercera de los republicanos. Ninguna consigue su objetivo.
En el frente de
Aragón, la República inicia a finales de agosto una ofensiva en
Belchite,
para intentar aliviar la presión en el frente del norte. Casi al
mismo tiempo, en el norte, los nacionalistas ocupan Bilbao,
Santander y finalmente, el 20 de octubre, Gijón, poniendo fin al
frente norte.
En el Sur, toman Málaga el
8 de febrero, estabilizándose el frente en la provincia de
Almería. Al finalizar el año, la República toma la iniciativa
comenzando la batalla de Teruel.
1938
Continua la batalla de
Teruel, que es tomado el 8 de enero por los republicanos y
vuelto a tomar el 20 de febrero por los nacionales.
Las tropas de Franco
toman Vinaroz el 15 de abril, partiendo en dos la zona
republicana. La República contraataca iniciándose el 24 de julio
la batalla del Ebro, que se convierte en una guerra de desgaste
para ambos bandos terminando el 16 de noviembre con la retirada
republicana. A partir de este momento, la República queda herida
de muerte. El 23 de diciembre se inicia la batalla por
Barcelona.
Situación
aproximada en 1939:
en gris, bajo control de los sublevados
en blanco II República.
Parte Oficial
de Guerra del 1 de Abril de 1939
1939
Se precipitan los
acontecimientos, cayendo Barcelona el 26 de enero y Gerona el 5
de febrero.
En Madrid, el
Coronel Casado da un golpe de estado anticomunista en marzo
mientras Juan Negrín y buena parte del gobierno se refugian en
Elda y
Petrer,
en la llamada Posición Yuste.
El 26 de marzo cae Madrid,
la última ciudad en caer en manos de Franco es Alicante, el 30
de marzo.
El primero de abril Franco
emite el famoso parte “En el día de hoy....”
Al principio de la Guerra
Civil, el reparto de la flota era el siguiente:
En el lado republicano:
el acorazado Jaime I,
los cruceros ligeros
Libertad, Miguel de Cervantes y Méndez Núñez,
catorce destructores
en servicio o a punto de entregar,
siete torpederos,
doce submarinos
la casi totalidad de
la Aeronáutica Naval.
En el bando nacional,
el acorazado España,
los cruceros pesados
Canarias y Baleares en muy avanzada fase de construcción en
Ferrol,
los cruceros ligeros
Almirante Cervera y República,
el destructor
Velasco,
cinco torpederos
y varios cañoneros y
guardacostas.
El bloqueo del
estrecho
La escuadra republicana,
consciente de que debe impedir el paso del Ejército de África a
la península, bloquea el estrecho de Gibraltar, siendo hostigada
por unos pocos aviones nacionales. Solo consigue pasar un
pequeño convoy con unos mil hombres, lo que se interpreta desde
el bando franquista como un gran éxito. Pero ante el avance de
los nacionales en el Norte de España, la República decide enviar
la Escuadra (salvo dos destructores que quedan a cargo del
bloqueo del estrecho) al frente Norte, consiguiendo así ayudar a
las operaciones terrestres, retrasando el avance de los
sublevados, al impedirles avanzar por la costa. Pero este alivio
en el frente norte es fatal para la República, ya que los
cruceros Canarias y Cervera acuden al estrecho, y el 29 de
septiembre de 1936 hunden a uno de los destructores (el
Almirante Ferrandiz) después de inutilizar una de las calderas
con un tiro casi imposible (la tercera salva a 20 km) y hacen
huir al otro, el Gravina, que se refugia en Casablanca, dejando
libre el paso al Ejército de África.
La Campaña del
Cantábrico
En Septiembre, la
República decide enviar al Cantábrico al acorazado Jaime I, dos
cruceros, seis destructores y cinco submarinos dejando en el
Estrecho sólo dos destructores y un submarino.
El 24 de Septiembre la
Escuadra republicana llega al Cantábrico y paraliza o retrasa
las operaciones en tierra de los sublevados. Impide las
operaciones en Guipúzcoa y retrasa el avance de las columnas
gallegas hacia Oviedo, obligándoles a ir por el interior.
Su superioridad es
absoluta, y durante la estancia de la flota republicana en el
Cantábrico, no hay actividad en el mismo de la marina rebelde.
Pero este triunfo relativo permite, al tener abandonado el
bloqueo del Estrecho de Gibraltar, el paso del grueso de las
tropas de África a la península.
El 13 de octubre de 1936,
el grueso de la escuadra republicana vuelve al Mediterráneo.
Las acciones navales
en el bando nacional el resto del año 1936 se limitan a las
protagonizadas por el “España”, el “Velasco”, los
bous y
algunos mercantes armados por el bando nacional, dedicándose al
bloqueo, a minar los puertos republicanos y al bombardeo de
costa. La República solo había dejado en el Cantábrico al
destructor José Luis Díez (conocido en Bilbao por “Pepe el del
puerto”, por su poca agresividad) y dos submarinos.
El Gobierno vasco, nacionalistas aliados al bando republicano,
crea la Marina Auxiliar de Euskadi, al mando de Joaquín Eguía,
con algunos bous armados (cuatro bacaladeros con cañones de
101,6 mm), nueve bous en misión de dragaminas y hasta 24
pesqueros pequeños más como dragaminas costeros o de puerto.
Estas unidades del gobierno nacionalista vasco, a diferencia de
las unidades aliadas republicanas, demuestran un alto grado de
preparación y espíritu combativo, interceptando mercantes
alemanes con cargamento para los franquistas y llegando a
enfrentarse al «Velasco» el 15 de noviembre de 1936. Se cierra
el año con la desaparición del submarino C-5.
El año 1937, la
misión de la flota rebelde es apoyar las operaciones de tierra
encaminadas a terminar con el frente Norte, bloqueando y minando
los puertos del Cantábrico para evitar el aprovisionamiento de
las fuerzas republicanas y apoyar con fuego naval el avance de
las tropas de tierra. Intervinieron con base principal en
Ferrol,
apoyándose en Pasajes, Bilbao y Santander, a medida que iban
siendo conquistadas.
Participaron el España, el
Velasco, los minadores gemelos Vulcano y Júpiter, tres mercantes
armados y unas flotillas de bous. Esporádicamente se
incorporaron los cruceros Canarias y Almirante Cervera.
La República reforzó sus
fuerzas con el destructor Ciscar y de los submarinos C-6 y C-4.
Pero se enfrenta con el problema de falta de mando único. Los
nacionalistas vascos no aceptan que sus buques sean mandados por
la República. Esto unido a la baja moral de las dotaciones
republicanas, hace que los nacionales tengan prácticamente el
dominio del mar.
Las operaciones de
bloqueo impuesto se vieron dificultadas por la Marina británica,
que tenía en estas aguas al crucero de batalla Hood, a los
acorazados
Royal Oak
y
Resolution,
y varios cruceros y destructores que protegían a los mercantes
británicos hasta aguas territoriales españolas, con lo que
llegaban con facilidad (solo quedaban tres millas) a los puertos
republicanos víveres y suministros militares. Esto permitió la
resistencia republicana al avance nacional, pese al relativo
dominio del mar.
El 5 de marzo de 1937, el
Canarias llega al Cantábrico y apresa al mercante Galdames, a la
altura del cabo Machichaco. Para ello tuvo que enfrentarse a los
bous nacionalistas que, pese su inferioridad manifiesta, le
hicieron frente con gran valor y arrojo, siendo hundido uno de
ellos (el Navarra) y averiados los otros dos.
El 8 de marzo, el Canarias
captura al mercante Mar Cantábrico con una importante carga de
material de guerra para la República.
El 30 de abril, frente a
Santander, el acorazado España se hunde tras tocar con una mina
propia. La tripulación es rescatada por el Velasco
Al finalizar la campaña
del norte, la República había perdido al destructor Ciscar,
hundido por la aviación en el puerto de Gijón y al submarino
C-6. Los submarinos C-4 y C-2 se refugiaron en Francia desde
donde volvieron a manos republicanas a mediados de 1938, y el
José Luis Diez se refugió en Inglaterra, después en Francia, y
en Agosto de 1938 intentó pasar al Mediterráneo, siendo
interceptado por el Canarias. Se refugió en Gibraltar, y en
Diciembre de 1938, al intentar unirse a la flota republicana,
fue inutilizado por el minador Vulcano.
Guerra Naval en
el Mediterráneo
En el Mediterráneo, la
guerra naval se centró en el bloqueo de los puertos enemigos, la
protección de convoyes, el bombardeo de costa y el apoyo a
operaciones terrestres.
El 20 de julio de 1936, el
Libertad y varios destructores bombardean Ceuta, y el día 22 con
el Cervantes, Algeciras y La Línea
El 5 de agosto los
nacionales hacen pasar un convoy con éxito a través del
estrecho. El día 7 de agosto de 1936, los Libertad y Jaime I
bombardean Algeciras (donde hundieron al cañonero Dato) y Cádiz.
En agosto de 1936 la
Generalidad de Cataluña y el Comité Central de Milicias
Antifascistas intenta recuperar Mallorca enviando a un
conglomerado de fuerzas de milicias, al mando del capitán de
aviación Alberto Bayo, con el apoyo de unidades de submarinos y
de la Escuadra republicana basada en Tánger. El intento de
toma de Mallorca,
mal organizado y peor dirigido, fue un rotundo fracaso teniendo
que retirarse después del fallido intento de desembarco en la
isla por la costa este.
El 12 de diciembre de 1936
el Canarias hundió al vapor soviético Konsomol frente a Orán, el
hundimiento tuvo repercusión internacional, e hizo a los
soviéticos más reticentes a utilizar sus mercantes en apoyo de
los republicanos.
La flota franquista apoya
el avance sobre Málaga, con bombardeos en la costa.
El 7 de septiembre de
1937, el crucero Baleares se encuentra con los cruceros
republicanos Libertad, Méndez Núñez y varios destructores
escoltando un convoy frente al cabo Cherchel. Entabla combate y,
pese a sufrir averías, obliga a los buques de guerra
republicanos a retirarse y a los mercantes del convoy a
refugiarse en el puerto de Cherchel.
El 23 de abril de 1938 el
"Libertad" y los "Jaime I", "Méndez Núñez" y algunos
destructores republicanos bombardearon Málaga. El 25 de abril de
1937 el "Canarias" y el "Baleares" acosan a la escuadra
republicana cuando entra en Cartagena tras bombardear Málaga.
Tras un corto intercambio de disparos los cruceros nacionales se
alejan para evitar a las baterías de costa (380 mm).
El 6 de marzo de
1938 es torpedeado y hundido el crucero "Baleares", tras un
encuentro nocturno de las dos escuadras en la
Batalla de Cabo Palos.
Las escuadras se separan y los destructores ingleses "Boreas" y
"Kempenfelt" acuden a ayudar al salvamento de los náufragos.
Rescatan a 435 hombres, y desaparecen 786. Durante el
salvamento, aviones republicanos bombardean a los destructores
ingleses, causándoles bajas (un muerto y cuatro heridos en el
Boreas).
En enero de 1938 el
Canarias bombardea Barcelona, y en febrero los cruceros
nacionales bombardean diversos puertos de la costa republicana y
escoltan varios convoyes.
Participación
Extranjera en la Guerra Naval
Hasta febrero del 38, la
marina franquista tuvo un fuerte apoyo de la Armada Italiana,
que participa con cruceros auxiliares y submarinos en el bloqueo
de los envíos de armamento ruso. El escándalo producido al
hundir por error un submarino italiano a un destructor
británico, hace que los italianos dejen de participar
directamente, cediendo cuatro “submarinos legionarios” y
vendiendo cuatro destructores y dos submarinos a Franco.
Los alemanes enviaron dos
submarinos al Mediterráneo, hundiendo uno de ellos al submarino
republicano C-3 frente a Málaga.
También aportaron
cruceros, pero estos no intervinieron, salvo en el bombardeo de
Almería por el "Admiral Scheer" el 31 de Mayo de 1937, efectuado
en represalia por el ataque aéreo que había sufrido el 28 de
mayo de 1.937 el crucero "Deutschland"
en Ibiza. Este ataque fue probablemente efectuado por
tripulaciones rusas, sin conocimiento por parte del mando
republicano. Pero el escándalo internacional que provocó hizo
que la República dijese que era un error y que eran aviones
republicanos que creían atacar al Canarias.
La aportación de la URSS
fue mínima. Aportaron unos pocos mandos y especialistas a los
submarinos y a algún buque de superficie.
Francia y Gran Bretaña
participaron con varias unidades para evitar el apresamiento de
buques propios por la flota nacional, siendo la participación
francesa prácticamente testimonial.
Durante la guerra civil
española se utiliza masivamente la aviación de combate, de forma
que algunas de sus acciones llegan a ser hitos en la historia de
la aviación militar.
Se efectúa el primer
puente aéreo de la historia.
En el caso del bloqueo
del Estrecho, la superioridad aérea local de los sublevados
compensó su inferioridad naval.
En la utilización de la
aviación de caza, hay un cambio importante, primando sobre las
capacidades maniobreras de aviones y pilotos, el techo y la
velocidad. Esto significa el fin de los biplanos como aviones
de caza.
Por parte de ambos
bandos se bombardean poblaciones indefensas. Los primeros
fueron los aviones de la República, al bombardear la mezquita
de Tetuán el mismo 18 de Julio. Pero estos ataques fueron muy
poco efectivos. El más famoso fue el de Guernica, y los que
produjeron más daños y bajas fueron probablemente los de
Madrid y Barcelona. Otras ciudades bombardeadas fueron
Alicante, Bilbao, Valencia.
Ambos bandos efectuaron
ataques aéreos a unidades navales, en puerto y en la mar.
Casi todas las
operaciones terrestres fueron previamente preparadas por
bombardeos aéreos y ametrallamientos de las unidades enemigas.
Se demostró la
importancia de la aviación de caza para el dominio del aire.
Una aviación de caza eficaz evitaba los bombardeos enemigos.
Se empezó a utilizar la caza nocturna.
Aunque anecdótico, se
utilizaron aviones de bombardeo en picado para lanzar víveres
y mensajes de ánimo a posiciones sitiadas, como el alcázar de
Toledo o el Santuario de Santa María de la Cabeza.
Y, otra anécdota fueron
los bombardeos ideológicos, mediante octavillas y soflamas a
las ciudades que estaban en la retaguardia, como el bombardeo
del pan sobre Alicante
Los medios
aéreos en el Estrecho de Gibraltar
El 19 de Julio, una vez
que las tropas de Queipo de Llano dominan el aeropuerto de
Tablada, Kindelán organiza con tres aviones Breguet el
primer puente aéreo de la historia, llevando a pequeños
grupos de legionarios (10 a 15 por vuelo) de Tetuán a Tablada.
Este puente aéreo se prolonga, ya con más medios, al haberse
recibido aviones de transporte italianos y alemanes, hasta
finales de septiembre. Efectuó un total de 677 vuelos y
transportó 12.000 hombres con su material.
El 29 de Julio
llegan a Marruecos los primeros aviones alemanes e italianos.
El envío inicial es de 12 Savoia 81 italianos, de los que
llegan 9, ya que tres se pierden en el viaje desde Italia, y
de 20
Junker 52
(transporte y bombardeo) y 6 Heinkel 51 (cazas) por parte
alemana. Hitler manifiesta que presta esta ayuda a Franco, no
a los sublevados.
El 5 de Agosto, cinco
bombarderos Savoia 81 consiguen alejar del Estrecho a la
escuadra republicana, permitiendo el paso de un convoy con
unos 1000 hombres y sus pertrechos.
Participan en la
campaña aérea para impedir el bloqueo del Estrecho por la
Flota Republicana 8 Savoia 81 y 9 Junker.
Las operaciones aéreas
en el Estrecho se pueden considerar terminadas en octubre de
1936, cuando la flota de Franco consigue el dominio del
Estrecho.
La Campaña de
Extremadura
Con los aviones que
la República compró a Francia, André Malraux forma la
Escuadrilla España, y pasa a actuar en Extremadura Al principio
obtiene éxitos relativos, retrasando a las tropas nacionalistas
en su avance para unir las dos zonas sublevadas. A mediados de
Agosto de 1936, al recibirse en el bando nacional los cazas
italianos
Fiat,
estos empiezan a apoyar el avance en Extremadura, proporcionando
a las tropas sublevadas el dominio del aire, e impidiendo la
actuación de la aviación republicana.
La guerra aérea
en la batalla de Madrid
El 23 y 25 de Agosto de
1936, los nacionalistas bombardean los aeropuertos de Getafe y
Cuatro Vientos, y a partir del 27, empiezan a bombardear
Madrid. Este es el primer bombardeo de este tipo, en el que se
fuerza a la población civil a vivir pendiente de las alarmas
aéreas, no encender luces de noche, etc. situación que después
sufrirían muchas ciudades europeas en la Segunda Guerra
Mundial. Madrid tiene el triste privilegio de haber sido la
primera.
Aviones republicanos
bombardean el alcázar de Toledo, y un avión Junkers alemán
lanza sobre el alcázar alimentos y dos cartas de ánimo, una de
Mola y otra de Franco.
En Octubre de
1936 llegan a Cartagena los primeros aviones rusos, y dan un
vuelco a la situación. Los
Chatos
y los Moscas proporcionan a la República la superioridad aérea
y hacen que Franco se replantee sus planes del asalto
definitivo a la capital.
Del 23 al 30 de
Octubre, aumenta el ritmo de los bombardeos por Junker 52. El
4 de Noviembre empieza a actuar los Chatos y dispersan a los
Fiat que escoltaban a los Ju52 que iban a bombardear Madrid.
En los primeros días derriban seis aviones.
El 13 de noviembre se
enfrentan 14 Fiat contra 13 Chatos sobre el cielo de Madrid.
Combaten sobre el paseo de Rosales, y, pese a su mayor
velocidad, los aviones rusos no consiguen eliminar del cielo a
los aviones rebeldes.
Los aviones de la
Legión Cóndor, en su primera intervención, apoyan el avance de
Varela y Asensio, consiguiendo así Asensio pasar el Manzanares
y ocupar parte de la Ciudad Universitaria.
El 20 de Noviembre de 1936
se da por terminada la primera ofensiva sobre Madrid, aunque
continúan los bombardeos aéreos y artilleros sobre la capital.
En febrero de
1937, en la
batalla del Jarama,
los Chatos rusos impiden los ataques de los Ju52 alemanes. La
República tiene el dominio del aire. Pero el 18 de febrero,
tras un combate aéreo dirigido por
Joaquín García-Morato,al
frente de la
Patrulla Azul
los nacionales recuperan el dominio del aire. En un combate
entre Fiat y Chatos, pese a su menor velocidad, los Fiat
derriban a ocho Chatos. A partir de este momento, los rusos,
por precaución, deciden no enviar más Chatos a la batalla del
Jarama.
El 8 de marzo, en
la
batalla de Guadalajara,
debido a las fuertes lluvias los aeropuertos de fortuna de los
nacionales están embarrados y no permiten que despegue la
aviación. Loa republicanos tienen el dominio del aire y
hostigan a las fuerzas italianas, empleando los aviones
incluso para guerra psicológica, bombardeando a las tropas con
pasquines que les invitan a desertar. El día 12, la aviación
apoya el avance de las tropas republicanas.
La Campaña del
Norte
En Agosto de 1936,
Junkers alemanes bombardean Irún y San Sebastián.
El 22 de marzo de 1937
los nacionales concentran su aviación en el frente norte. Se
reúnen en Vitoria 80 aviones alemanes y 70 italianos.
El 31 de marzo los
alemanes bombardean Durango, causando 127 muertos (según Hugh
Thomas. 258 o 500 según otras fuentes). Este es, en el
frente norte, el primer bombardeo aéreo a una ciudad indefensa.
Hasta el 4 de abril, de
40 a 50 aviones bombardean diariamente Ochandiano.
El 20 de abril empieza
el avance nacionalista en Vizcaya, precedido por bombardeo
aéreo y artillero.
El 26 de abril la
Legión Cóndor bombardea
Guernica
. El resultado es de unos 1.000 muertos (150 a 1.600 según
fuentes), el 70% de las casas destruidas y el 20% dañadas. Se
estima que se lanzaron unos 50.000 kilos de bombas desde 43
aviones. Los cazas Messerschmitt-109, en vuelo rasante,
ametrallaron a los que huían del pueblo.
En Mayo la Legión
Cóndor bombardea los bosques con bombas incendiarias, para
obligar a retirarse a los nacionalistas.
A partir del 22 de
mayo, la República envía a los aeropuertos vascos, atravesando
el territorio en poder de Franco, unos 50 Moscas, Chatos y
Katiuskas, de los que se pierden 5.
El 11 y 12 de
junio se producen bombardeos masivos sobre el
Cinturón de Hierro
de
Bilbao,
previos al ataque artillero y al avance de las tropas.
El 14 de junio la caza
efectúa ataques rasantes sobre la carretera de Bilbao a
Santander, atacando al personal nacionalista y republicano que
huye de Bilbao.
La Legión Cóndor deja
el frente norte para apoyar a las tropas en Brunete.
Continua el avance
nacionalista por Santander hacia Asturias, con el apoyo de
unos 250 aviones, pese a la ausencia de la Legión Cóndor.
Ya en Asturias,
reincorporados los alemanes, estos estrenan tácticas de
bombardeo masivo sobre las tropas asturianas (Asturias se
había proclamado independiente el 28 de agosto). No hay
indicios de aviación asturiana.
El 21 de octubre,
aviones franquistas hunden al Destructor Ciscar en el puerto
de Gijón.
Batalla de
Brunete
El 18 de Julio de 1937,
la Legión Cóndor derriba 21 aparatos republicanos, volviendo a
dar a los nacionales el dominio del aire.
Ente el 19 y el 22 de
julio, la República pierde unos 100 aviones, y los nacionales
23.
La guerra aérea
en Andalucía
En agosto de 1936,
Savoia italianos hostigan a las tropas republicanas que
pretenden recuperar Córdoba.
El 29 de octubre de
1936, una escuadrilla de Katiuska rusos bombardea Sevilla.
El 8 de febrero de 1937
aviones nacionalistas atacan a las tropas que se retiran de
Málaga. En su última actuación, la escuadrilla de Malraux
protege esa retirada.
A primeros de abril de
1937 cae en manos republicanas el Santuario de Santa María de
la Cabeza, en la provincia de Jaén. Durante su asedio fue
aprovisionado por aire habiendo recibido unas 70 toneladas de
alimentos desde Córdoba y unas 80 desde Sevilla. Los
nacionales empleaban para el aprovisionamiento técnicas de
bombardeo en picado, y, para el material delicado (como
medicinas), la “técnica del pavo”, que consistía en lanzar en
la vertical del santuario un pavo vivo al que se le ataba el
material delicado.
Bombardeos sobre
poblaciones fuera de las campañas terrestres
El 18 de julio de 1936
los republicanos bombardean el barrio moro y la Mezquita de
Tetuán, provocando una manifestación de marroquíes contra los
españoles, que se disuelve al presentarse el Gran Visir y
explicarles que los culpables no han sido los sublevados, sino
sus enemigos. Franco concedió al Gran Visir la Cruz Laureada
de San Fernando por esta intervención.
El 23 de agosto de
1936, despega del aeródromo del Prat de Llobregat un Fokker, y
después de dar varias pasadas, lanza cuatro bombas en las
proximidades de la Basílica del Pilar de Zaragoza. Dos
impactan en el templo, pero ninguna hace explosión. Los
zaragozanos se lo atribuyen a un milagro de la Virgen del
Pilar.
El 25 de noviembre de
1936 aviones alemanes de la Legión Cóndor efectúan un
bombardeo nocturno sobre Cartagena.
El 4 de enero de 1937
Ju52 de la Legión Cóndor bombardean Bilbao. Dos son
derribados, y uno de los pilotos, linchado. Se produce una
revuelta popular que asalta las cárceles, asesinando a más de
200 prisioneros políticos. La revuelta, apoyada por un
batallón de milicias de UGT, es reprimida por la fuerza de las
armas de los gudaris, que consiguen así salvar la vida de
parte de los prisioneros políticos.
A finales de enero de
1938, aviones republicanos bombardean Sevilla y Valladolid.
Como represalia, nueve
Savoia 79 de la Aviación Legionaria basados en Palma de
Mallorca bombardean Barcelona, en un ataque masivo de unos
pocos minutos de duración, que produce 150 muertos y 500
heridos, todos civiles.
Desde el 16 hasta el 18
de marzo de 1938, durante la ofensiva sobre Cataluña y
Levante, Heinkel «Zapatones» bombardean a baja altura y baja
velocidad el casco urbano de Barcelona en diecisiete misiones
separadas unas tres horas, dejando caer las bombas
deliberadamente espaciadas. La población civil empieza a huir
de Barcelona. Según Hugh Thomas, hubo unos 1.300 muertos y
2.000 heridos. Desde el primer día, García Lacalle, jefe de la
caza, solicita el envío de I-16, y cuando consiguió que le
enviasen tan sólo cuatro «Chatos», los bombardeos cesaron.
En mayo de 1938
se reanudan los bombardeos sobre Barcelona y su provincia,
Valencia
y
Alicante.
Especialmente duros fueron los bombardeos de Alicante y
Granollers.
En Alicante, el 25 de mayo, a las 11:05, 9 aviones dejaron
caer 90 bombas sobre el Mercado Central, matando a 313
personas en lo que fue calificado como «Ataque deliberado a
una zona civil». En Granollers fue el 31 de mayo cuando, a las
9:05, y sin alarma previa 5 Savoia-S 79 italianos lanzan en un
minuto 30 bombas explosivas y al menos 10 incendiarias en el
centro de la ciudad. Hubo un mínimo de 224 muertos, unos 200
en el acto, casi todos mujeres y niños. (Datos web
Ayuntamiento de Granollers).
Las principales
potencias democráticas de Europa,
Francia
(salvo un período inicial en el que vendió aviones y proporcionó
pilotos a la República) y Gran Bretaña se mantuvieron
oficialmente neutrales, pero dicha neutralidad era engañosa, ya
que impusieron un embargo de armas y un bloqueo naval (poco
efectivo, ya que los dos bandos recibieron armamento y
municiones por vía marítima) a
España
además de intentar desalentar a la participación anti-fascista
de sus ciudadanos en apoyo de la causa republicana, pero pese a
estos intentos, muchos franceses e ingleses (Malraux,
Orwell,etc..)
participaron individualmente como voluntarios en la lucha. Dos
temores alimentaban esta política: el triunfo de la revolución
en España y una confrontación total en el ámbito europeo.
La neutralidad de las
democracias occidentales tuvo su justificación oficial a través
de su participación en el denominado Comité de No Intervención,
del cual formaban parte, además de Francia e Inglaterra, Italia,
Alemania, la URSS y otros países menores. Si la misión del
comité era impedir el suministro de armas a cualquiera de los
dos bandos enfrentados es fácil suponer, viendo su composición,
que su gestión necesariamente habría de ser un completo fracaso,
como así ocurrió.
Pero, a pesar de todo, el
hecho cierto es que mientras los nacionalistas recibieron
armamento, equipo y efectivos de las potencias fascistas, la
República solo recibió ayuda importante desde la lejana URSS y,
en mucha menor medida, de México. Las principales democracias
occidentales (Gran Bretaña, Francia o los Estados Unidos) no le
prestaron ayuda, temerosas de su carácter revolucionario y de un
enfrentamiento abierto con Alemania e Italia.
Las potencias
democráticas, concentradas en su política de apaciguamiento de
los regímenes fascistas, no miraban con buenos ojos la oposición
frontal de las izquierdas revolucionarias, en las que veían una
cierta amenaza de que se extendiera el mal ejemplo soviético.
Por ello la República era vista por esos países como un régimen
inclinado a un comunismo al que no tenían gran simpatía.
La Guerra Civil Española
fue una guerra total en la que ambos bandos se volcaron con
todos los recursos disponibles e hicieron uso hasta del último
hombre. Por ello cualquier ayuda era poca, siendo ésta
significativamente mayor para el bando sublevado, lo que
resultaría decisivo en el transcurso de la guerra.
Alemania
Ayudó a Franco
enviando a España la
Legión Cóndor,
técnicos y asesores militares.
Aprovechó la guerra
para probar sus nuevos modelos de armas y tácticas. Se probaron
los cazas
Messerschmitt Bf 109
Junkers Ju 87 A/B y los bombarderos Junkers Ju 52 y Heinkel He
111.
Estrenó en España
sus tácticas de bombardeo sobre ciudades. Aunque no fue el
único, el más famoso fue el
bombardeo de Guernica
representado por
Picasso
en su cuadro
Guernica,
expuesto en el pabellón español de la Exposición Universal de
París de 1937.
Ayudó al bloqueo del
armamento enviado desde la URSS a España con acciones puntuales
de su propia Armada.
Aportó cuatro «submarinos
legionarios» a la flota de Franco y le vendió cuatro
destructores y dos submarinos.
URSS
Probaron tácticas y
comportamiento en combate de los I-15 («Moscas») e I-16
(«Chatos»), así como tácticas de carros y bombardeos a objetivos
navales. Aportaron asesores militares, e incluso oficiales de
marina para mandar algunos submarinos republicanos.
La Unión Soviética vendió
a la República armas, vehículos y material. Fueron 680 aviones,
331 carros de combate, 1.699 piezas de artillería, 60 coches
blindados, 450.000 fusiles, 20.486 ametralladoras y fusiles
ametralladores y 30.000 toneladas de munición. La República lo
pagó con las reservas de oro del Banco de España, gastando unos
500 millones de dólares americanos. Hay que tener en cuenta que,
entonces, España poseía la cuarta reserva de oro más grande del
mundo, con un valor aproximado de 750 millones de dólares.
Algunos han condenado, posiblemente con razón, a la URSS de
abusar de la precaria situación republicana para venderles armas
a precios excesivos, pero lo cierto es que los soviéticos
también enviaron muchos asesores militares, los cuales
participaron activamente, incluso en los combates. Desde el
bando Nacional se criticó la salida de reservas de oro, como si
hubiera sido un expolio, y se acuñó el término “el oro de
Moscú”, considerando que era una especie de cuenta del gobierno
republicano, depositada en Moscú y no un pago por el material
bélico adquirido.
COMINTERN
El Comintern a
través del
NKVD
organizó y dirigió una tropa de voluntarios para que fueran a
luchar en favor de la República, las popularmente conocidas como
Brigadas Internacionales.
Los voluntarios americanos formaron el Batallón Lincoln y los
canadienses el Batallón Mackenzie-Papineau (los Mac-Paps).
También hubo un pequeño grupo de pilotos estadounidenses que
formaron el Escuadrón Yankee, liderado por
Bert Acosta.
Hubo brigadistas famosos, escritores y poetas como Ralph Fox,
Charles Donelly,
John Cornford
y Christopher Caudwell que describirían sus experiencias en el
frente. Lucharon alrededor de 40.000 brigadistas y otros 20.000
sirvieron en unidades médicas o auxiliares. El 23 de septiembre
de 1938 se ordenó su retirada total con el fin de modificar la
posición de no-intervención mantenida por el Reino Unido
y Francia.
Otros Países
Ayudaron a los
sublevados Irlanda con la brigada del general
Eoin O'Duffy
y Portugal con tropas de voluntarios y permitiendo el paso de
suministros alemanes por sus puertos.
México apoyó la causa
republicana proveyendo a las fuerzas leales de rifles y
comida.
Francia facilitó a la
República al principio de la guerra aviones y pilotos, por los
que cobró unos 150 millones de dólares.
EE.UU.
vendió aviones a la República, y gasolina a Franco.
Durante los primeros días
unas 50.000 personas que quedaron atrapadas en el bando
contrario fueron ejecutadas mediante los llamados paseos.
Estos eran realizados por grupos armados que iban a buscar a la
gente a sus casas o las cárceles donde se hallaban presos y bajo
el eufemismo de vamos a dar un paseo los llevaban a
cualquier carretera o a las tapias del cementerio y los
ejecutaban.
Posiblemente el más
divulgado, por la personalidad del ejecutado, de tales
ajusticiamientos, entre los llevados a cabo por el bando
nacionalista, sea el del poeta y dramaturgo Federico García
Lorca en el barranco de
Viznar en
Granada. Por parte del bando republicano se puede citar el caso
de los presos sacados de las cárceles de Madrid (entre los que
se encontraba el dramaturgo Pedro Muñoz Seca) y ejecutados en la
localidad de
Paracuellos,
hecho que se asocia con la figura de Santiago Carrillo,
responsable de Orden Público en aquellos días.
En el contexto de la
guerra fueron muchos los que se aprovecharon para realizar tan
macabros actos, a veces por venganza sin relación con la propia
contienda, y cuando una zona caía en manos de uno u otro bando
no tardaban en llegar los paseos. Especialmente cruel
para la población fue el caso de las localidades que fueron
intermitentemente ocupadas por ambos bandos, con las
consiguientes y repetidas ejecuciones y venganzas.
En la zona bajo control de
la República, los enfrentamientos entre milicias y facciones
opuestas también sirvieron de coartada a episodios de represión
sangrientos, como en el caso de los levantamientos populares de
Barcelona en mayo de 1937.
En las áreas
controladas por los anarquistas, Aragón y Cataluña, en suma a
las temporales victorias militares, existió un gran cambio
social en el cual los trabajadores y los campesinos
colectivizaron la tierra y la industria, y establecieron
consejos paralelos al ya entonces paralizado gobierno. Esta
revolución se opuso a los republicanos y comunistas apoyados por
la Unión Soviética. La colectivización agraria había tenido un
considerable éxito a pesar de carecer de los recursos
necesarios, cuando Franco ya había capturado las tierras con
mejores condiciones para el cultivo. Este éxito sobrevivió en
las mentes de los revolucionarios libertarios como un ejemplo de
que una sociedad
anarquista
puede florecer bajo ciertas condiciones como las que se vivieron
durante la Guerra Civil Española.
Cuando la guerra
progresó, el gobierno y los comunistas fueron capaces de acceder
a las armas soviéticas para restaurar el control del gobierno y
esforzarse en ganar la guerra, a través de la diplomacia y la
fuerza. Los anarquistas y los miembros del POUM fueron
integrados al ejército regular, aunque con resistencia; el POUM
fue declarado ilegal, denunciado falsamente de ser un
instrumento de los fascistas. En las
Jornadas de Mayo de 1937,
muchos cientos de miles de soldados antifascistas se mataron
unos a otros por el control de los puntos estratégicos de
Barcelona, tal como George Orwell lo relata en Homenaje a
Cataluña.
El número de muertos en la
guerra civil española sólo puede ser estimado de manera
aproximada. Las fuerzas nacionalistas pusieron la cifra de
500.000, incluyendo no sólo a los muertos en combate sino
también a las víctimas de bombardeos, ejecuciones y asesinatos.
Estimaciones recientes dan también la cifra de 500.000 o menos.
Esto no incluye a todos aquellos que murieron de malnutrición,
hambre y enfermedades engendradas por la guerra. La cifra de
1.000.000, a veces citada, procede de una novela de Gironella,
que la justifica entre los 500.000 reconocidos y otros tantos
cuya vida resultó irremediablemente destrozada.
Las repercusiones
políticas y emocionales de la guerra trascendieron de lo que es
un conflicto nacional ya que, por muchos otros países, la guerra
civil española fue vista como parte de un conflicto
internacional que se libraba entre la religión y el
ateísmo,
la revolución y el fascismo. Para la URSS, Alemania e Italia,
España fue terreno de prueba de nuevos métodos de guerra aérea y
de carros de combate. Para Gran Bretaña y Francia, el conflicto
representó una nueva amenaza al equilibrio internacional que
trataban dificultosamente de preservar, el cual se derrumbó en
1939 (pocos meses después del fin de la guerra española) con la
Segunda Guerra Mundial. El pacto de Alemania con la Unión
Soviética supuso el fin del interés de ésta en mantener su
presión revolucionaria en el sur de Europa.
Sin duda, la consecuencia
más funesta fue el terror, la represión y el empobrecimiento
material e intelectual del país. Hubo ejecuciones sumarias,
miles de represaliados y un sentimiento de resentimiento entre
los perdedores y de impunidad para con los vencedores que aún
dura hasta nuestros días.
En cuanto a la política
exterior, la GCE supuso el aislamiento de España y la retirada
de embajadores de casi todo el mundo. Solo unos pocos países
mantuvieron relaciones diplomáticas con España desde el final de
la II Guerra Mundial hasta el inicio de la Guerra Fría. A partir
de los años 50, las relaciones internacionales españolas pasan a
ser casi normales, salvo con los países del Bloque Soviético.
Con la llegada, a
partir de la muerte de Franco, de la democracia, el bando
perdedor se sintió reivindicado, ya que el programa de reformas
emprendido por el nuevo régimen democrático asumía gran parte
del proyecto reformador de la II República y, de forma
implícita, suponía una negación de los ideales que habían
defendido los vencedores de la guerra civil. Esta nueva
situación ha llevado a una continua reescritura de la historia
por los simpatizantes de ambos bandos, unos reinterpretando la
actuación de los partidos y movimientos de izquierdas y
revolucionarios antes de y durante la guerra y para recuperar la
memoria de las víctimas de la represión franquista y, otros
reinterpretando el levantamiento
nacional desde una óptica más acorde con la ideología hoy
imperante, minimizando el componente fascista y relativizando el
componente católico en favor del componente
nacionalista
y de orden.
Desgraciadamente, las diversas interpretaciones de la guerra
civil se siguen utilizando en la lucha política a principios del
siglo XXI,
desvirtuando en gran medida la labor de historiadores serios en
favor de propagandistas partidarios.
Con la llegada de la
democracia se fueron promulgando una serie de decretos y leyes
específicas para tratar de compensar las penalidades y
sufrimientos de aquellos que padecieron los avatares de la
guerra en el bando republicano o prisión en la época franquista.
Algunas de ellas fueron:
Decreto 670/1976, de 5
de marzo, por el que se regulan pensiones a favor de los
españoles que habiendo sufrido mutilación a causa de la pasada
contienda no puedan integrarse en el cuerpo de caballeros
mutilados de guerra por la patria
Ley 46/1977, de 15 de
octubre, de Amnistía.
Ley 5/1979, de 18 de
septiembre, sobre reconocimiento de pensiones, asistencia
médico-farmacéutica y asistencia social favor de las viudas,
hijos y demás familiares de los españoles fallecidos como
consecuencia o con ocasión de la pasada guerra civil
Ley 35/1980, de 26 de
junio, sobre pensiones a los mutilados excombatientes de la
zona republicana
Ley 6/1982, de 29 de
marzo, de pensiones a los mutilados civiles de guerra
Ley 37/1984, de 22 de
octubre, de reconocimiento de derechos y servicios prestados a
quienes durante la guerra civil formaron parte de las fuerzas
armadas, fuerzas de orden público y cuerpo de carabineros de
la república
Disposición adicional
decimoctava de la ley 4/1990, de 29 de junio, de Presupuesto
Generales del Estado para 1990 que determina las
indemnizaciones a favor de quienes sufrieron prisión como
consecuencia de los supuestos contemplados en la ley 46/1977,
de 15 de octubre, de amnistía
El 28 de julio de 2006
el gobierno español da luz verde al "Proyecto de Ley por la
que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a
favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la
Guerra Civil y la dictadura".
Estas leyes, decretos y
disposiciones han sido mejorados y ampliados por algunas
autonomías.
Realmente Franco nunca fue
un verdadero
fascista. Simplemente utilizó un pequeño partido
fascista, la Falange, para sus fines; dejó que lo descabezasen
permitiendo la ejecución de su fundador, y dejó fuera a los
elementos más "puros" del partido, aprovechando la colaboración
de otros más acordes con su conservadurismo, al más puro estilo
del siglo XIX. En ambos bandos hubo un excesivo protagonismo de
dos partidos como Falange Española y el Partido Comunista, los
cuales apenas tenían representación parlamentaria antes del
golpe militar. Posiblemente la radicalización de las posiciones
en los dos lados del conflicto hiciera que los dos partidos
crecieran rápida y simultáneamente a ambos lados del frente.
Durante la Guerra Civil
Española de 1936 a 1939, muchos pueblos y ciudades, a lo
largo de la geografía española fueron total o parcialmente
destruídos. Una vez finalizada la guerra, la Dirección
General de Regiones Devastadas asumió la función de
reconstruirlos.
Entre muchas, regiones
devastadas, se encontraron las siguientes:
Asturias: La Foz,
Oviedo, Pendones, Tarna, Villamanin.
Se cumplen
siete décadas desde el día que los sectores
más conservadores de la sociedad española
vieron hecho realidad su deseo: un golpe de
estado contra el intento democrático que
significó la Segunda República. Las fuerzas
políticas de la actual democracia española
rechazan y condenan explícitamente aquella
operación inspirada políticamente por el
fascismo de Falange Española y ejecutada por
un grupo de altos mandos militares que
vulneraron la ley. Todas, menos el Partido
Popular, que no ha condenado ni el golpe, ni
los años de guerra y de represión que vinieron
después. Aquí están resumidos los hechos más
relevantes de aquellos días de verano de 1936.
La conspiración, a punto
Al llegar el verano del 36, algunos
generales como Emilio Mola (a la
derecha de la foto, junto a Franco)
y José Sanjurjo, éste último
exiliado en Portugal por su
intentona golpista de 1932, llevaban
tiempo ideando una sublevación
militar contra la República.
Especialmente tras la clara victoria
de la izquierda, agrupada en el
Frente Popular, en las elecciones
del mes de febrero. Entre los
conspiradores también figura el
general Francisco Franco pero éste
se mantiene cauto sobre cuando y
cómo actuar. El nuevo gobierno del
Frente Popular había destituido a
Franco como Jefe del Estado Mayor.
Las autoridades de la República lo
destinaron a Santa Cruz de Tenerife
como Comandante General de las Islas
Canarias. Estaba bajo sospecha y él
lo sabía.
23 de junio Una carta desde Canarias
Antes de implicarse abiertamente en
la sublevación, Franco toma sus
medidas. Aplica su propia estrategia
y, envía una carta al presidente del
Gobierno republicano, Casares
Quiroga, alertándole sobre el
malestar del Ejército, en un gesto
de supuesta lealtad. El franquismo
siempre ha sostenido que con aquella
carta Franco intentó in extremis
evitar la guerra civil. La teoría de
varios historiadores es que, en
realidad, Franco quiso dejar una
coartada escrita por si la operación
fracasaba.
13 de julio Franco dice "sí"
Tras conocer el asesinato del
político derechista José Calvo
Sotelo, el 13 de julio en
Madrid, Franco decide que ha
llegado el momento destapar sus
cartas y sumarse al golpe.
14 de julio Los últimos detalles
El general recibe al diplomático
José Antonio Sangróniz, falangista,
uno de los primeros conspiradores y
llamado a ser jefe del gabinete
diplomático de Franco. Sangróniz
informa al general de los detalles
de la operación. Un avión estará
dispuesto en Las Palmas para
trasladarle a Tetuán, desde donde
encabezará la sublevación del
Ejército en las posesiones de
África. Al día siguiente, Franco
reúne a jefes militares y oficiales
para darles las últimas
instrucciones.
17 de julio A Las Palmas, de entierro
Franco se traslada a Las Palmas y
tiene una perfecta coartada para
hacerlo. Dispone de autorización
oficial de Madrid para representar
al Gobierno en el entierro del
general Amado Balmes, que acababa de
morir en un accidente de tiro. En el
hotel donde se hospeda con su esposa
y su hija, Franco recibe por
telegrama la noticia de que la
sublevación ya se ha producido en
Melilla. Se adelantó porque hubo una
filtración hacia las autoridades
republicanas. Franco manda respuesta
en otro telegrama: “Recibid el
saludo entusiasta de estas
guarniciones que se unen a
vosotros”.
18 de julio
Se extiende la rebelión
Las noticias de la sublevación
en África han llegado a toda España.
En Madrid, la prensa republicana lo
cuenta como un hecho aislado.
ABC no dice nada al respecto
pero, al explicar el accidente
mortal del general Balmes, sí que
subraya el viaje de Franco a Las
Palmas.
Lo que no cuenta el periódico es que
el avión Dragon Rapide que
llevará al general hasta Tetuán ha
sido contratado por su corresponsal
en Londres, Luis Antonio Bolín. Era
un encargo del propio director y
propietario de ABC, Juan
Ignacio Luca de Tena, otro de los
grandes conspiradores del golpe que
derivó en guerra civil. El
financiero -antes contrabandista-
Juan March apoya económicamente esa
operación como otras de la
sublevación y la guerra civil.
Dragon Rapide
Franco deja la comandancia de
Canarias en manos del general
Luis Orgaz y vuela en el Dragón
Rapide hacia África. Primero,
una parada técnica en Agadir.
Después, Casablanca, donde pasa
la noche. A primera hora de la
mañana del domingo, 19 de julio,
el avión aterriza en el
aeródromo de Tetuán. En aquella
ciudad, Franco toma el mando de
las fuerzas sublevadas en
África, pendiente de las
noticias sobre los golpistas en
la península. (En la foto, el
momento en el que Franco asume
el mando en Tetuán)
El golpe en Andalucía
El 18 de julio, la sublevación se
había extendido sobre todo en
Andalucía. El general Gonzalo Queipo
de Llano, que por su cargo de
Inspector General de Carabineros
podía viajar por toda España sin
levantar sospechas, se había
trasladado a Sevilla. Se hizo
rápidamente con el control de puntos
estratégicos de la ciudad y aplastó
la resistencia obrera. Cádiz,
Córdoba y fueron también controladas
por los golpistas. Granada estaba
dividida. En Jaén, Málaga, Almería y
Huelva, las tropas leales a la
república consiguieron -en
principio- controlar la situación.
Los voceros de la sublevación
El director de ABC, Luca de
Tena se incorporó como oficial al
Ejército sublevado. Desde Sevilla,
puso su periódico al servicio de la
sublevación, como ya había hecho en
Madrid en una intensísima campaña
contra la República. ABC de Sevilla
y Queipo de Llano con sus arengas
radiofónicas a través de Radio
Sevilla (foto), fueron potentes
elementos de propaganda de los
rebeldes durante toda la guerra.
Armas para la población
Desde el primer momento, los
partidos de izquierda y sindicatos
pidieron al Gobierno que repartiera
armas entre la población. El
presidente, Casares Quiroga, no era
partidario de ello y dimitió. Fue
nombrado en su lugar Diego Martínez
Barrios, pero al verse superado por
los acontecimientos duró sólo tres
horas en el cargo. Al final, quien
se hizo cargo de la situación fue
José Giral. Él sí accedió a armar a
la población civil.
19 de julio Barcelona reduce a los golpistas
La capital de Cataluña tuvo
normalidad hasta el domingo, 19. El
general Fernández Burriel había
planeado hacerse con el control del
centro de la ciudad preparando la
llegada, desde Mallorca, de su jefe
el general Manuel Goded. Pero la
Guardia Civil y la Guardia de Asalto
no le respondieron suficientemente.
El capitán Frederic Escofet,
comisario de Orden Público al
servicio del Gobierno de la
Generalitat, había conseguido
mantener fieles a la República a la
mayor parte de fuerzas de seguridad.
Cuando el general Goded llegó de
Mallorca, fue detenido.
20 de julio La sublevación fracasa en Madrid
En Madrid, la sublevación fue un
fracaso. Sólo el general Fanjul, se
levantó en armas contra la República
en el Cuartel de la Montaña.
Efectivos de la Guardia de Asalto y
civiles armados consiguieron abortar
la rebelión. Hubo enfrentamientos en
la sierra de Madrid, pero la capital
no empezó a ser hostigada seriamente
por los sublevados hasta el otoño.
La buena suerte de Franco
La guerra acabó muy pronto para uno
de los mandos de la sublevación, el
general José Sanjurjo (foto). El
avión que debe trasladarle desde
Lisboa hasta Burgos se estrella nada
más despegar. El hombre que ya
intentó acabar con la República en
1932 no volvió a pisar nunca suelo
“nacional” y dejó un hueco
importante en la dirección militar
golpista. Se suponía que Sanjurjo
debía ser la cabeza visible del
nuevo régimen que los sublevados
querían implantar. El camino de
Franco hacia el liderazgo absoluto
se iba despejando.
El otro gran responsable de la
rebelión, el general Mola, moriría
también en accidente de aviación,
casi un año después. En aquellos
momentos, Franco ya era reconocido
por los responsables de la
sublevación como Jefe del Estado,
pero se ha dicho que sintió alivio
por la muerte de Mola. Lo afirmó
incluso Wilhelm von Faupel, el
primer embajador que los nazis
alemanes destacaron en Burgos.
Resulta muy reveladora una anécdota,
recogida por el profesor de Historia
Contemporánea Gabriel Cardona en su
libro Franco y sus generales. La
manicura del tigre. Franco trabajaba
en su despacho, cuando un ayudante
abrió la puerta y dijo muy alterado:
"¡Mi general! Acaba de ocurrir una
terrible desgracia: el general Mola
ha muerto en un accidente de
aviación". Franco, fríamente,
respondió: "Qué susto me ha dado
usted, creí que nos habían hundido
el Canarias".
23 de julio Burgos, Junta de Defensa Nacional
Los sublevados crean en Burgos, la
Junta de Defensa Nacional, el
organismo supremo de los sublevados.
La preside Miguel Cabanellas (un
militar de avanzada edad que se sumó
en el último momento al golpe de
Estado. (En la foto, de izquierda a
derecha, los generales Cabanellas,
Franco y Queipo de Llano)
España, partida en dos
Los rebeldes tienen ya el
control del protectorado de
Marruecos, las islas Canarias
(excepto La Palma), las Baleares
(excepto Menorca e Ibiza), la
mitad de Andalucía, el noroeste
de la península a partir de la
sierra de Guadarrama y del Ebro,
excepto Asturias, Cantabria. En
el País Vasco, el fascismo se
había impuesto en Álava, pero no
en Vizcaya ni en Guipúzcoa. Las
fuerzas republicanas mantenían
Cataluña, Valencia, Murcia, la
parte oriental de Andalucía,
Madrid, y toda La Mancha.
Antes de acabar el mes de julio,
llegarán los primeros aviones
alemanes e italianos en apoyo de
la sublevación fascista en
España. La pesadilla de las
bombas duró tres años. La de la
represión y la falta de
libertad, casi cuarenta.
.oOo.
Pocos
acontecimientos en el sigloXXdespertaron
tantas pasiones y tan violentas parcialidades como la
Guerra Civil española (1936-39). A ella acudieron los
más grandes escritores y periodistas del mundo entero.
Esta exposición recoge, en las crónicas originales, su
mirada fresca y directa hacia los sucesos de España.
De Hemingway a Ehrenburg, de Saint-Exupéry a Dos
Passos, de Langston Hughes a Orwell, de Martha
Gellhorn a Indro Montanelli, todos ellos estuvieron en
España para reflejar, cada cual a su modo, el drama de
la lucha fratricida.
El Instituto Cervantes, presente ya en medio centenar
de países, quiere recuperar también la mirada de los
extranjeros hacia España, sobre todo en uno de los
momentos decisivos de su historia reciente, la Guerra
Civil, de cuyo inicio se cumplen 70 años. Esta
exposición, realizada con la colaboración de la
Fundación Pablo Iglesias, ha sido posible gracias a la
aportación de muchos centros del Instituto Cervantes
de todo el mundo, que han investigado y rastreado
archivos y hemerotecas hasta lograr esta
representativa muestra del mejor reporterismo de la
llamada «edad de oro» de los corresponsales en el
extranjero.
Hoy en día son muy pocos los historiadores que no
recurren a la prensa como fuente directa, esencial
para el estudio y el análisis de los acontecimientos.
Los que, como yo mismo, hemos dedicado buena parte de
nuestra vida al ejercicio del periodismo, seguimos
opinando que no hay nada comparable al relato del
testigo presente en los hechos, aunque el noble oficio
de la prensa lleve a veces en el tuétano la maldición
del olvido. Es injusto. Y esta exposición, que
recuerda las crónicas de grandes maestros, lo prueba
La guerra española
(1936-39) tuvo como campo de batalla la geografía de
España, pero la participación de tropas y armamentos
italianos y alemanes en apoyo del bando rebelde, y de
soviéticos en socorro del Gobierno de la República,
permite considerarla como una guerra internacional, y
hasta se podría hablar de una guerra mundial o, si se
quiere, de preámbulo de la Segunda Guerra Mundial.
Porque no sólo la participación militar de otros
países le da un carácter internacional sino, sobre
todo, el hecho de que el teatro de operaciones
ideológicas abarcase el mundo entero. No quedó un solo
rincón en el que no se discutiese acerca de los bandos
en litigio. Nadie resultó indiferente al levantamiento
militar apoyado por el fascismo europeo, que ya
amenazaba al continente. Cada persona se situaba bien
del lado del Gobierno democráticamente elegido en las
elecciones de 1936 o bien del bando militar sublevado.
Esta razón explica que miles de jóvenes de todo el
mundo se alistaran en las Brigadas Internacionales y
acudieran a luchar en España por lo que entendían era
la defensa de la libertad y de la democracia, y el
freno al ascenso de los regímenes autoritarios que
amenazaban a Europa.
Estaba en juego
mucho más que el resultado del enfrentamiento militar
de dos bandos en España. La libertad del mundo se
estaba decidiendo en un pequeño país del sur de
Europa; a él acudían jóvenes desde los cinco
continentes a luchar por sus ideales.
Contar lo que
sucedía en España se convirtió en una exigencia para
los periódicos de todos los países y allí enviaron a
sus mejores cronistas.
Aquellos años fueron el tiempo de los corresponsales
de guerra. En Madrid, ciudad sitiada y bombardeada, se
reunieron figuras fundamentales del periodismo, la
literatura y la intelectualidad: Ernest Hemingway,
André Malraux, John Dos Passos, Antoine de Saint-Exupéry,
Herbert L. Matthews, Gerda Taro, Robert Capa, Arthur
Koestler, Ilya Ehrenburg, George Orwell, Martha
Gellhorn, W. H. Auden, Willy Brandt, J. B. Priestley,
Sean O’Casey, Indro Montanelli… Una constelación de
artistas e intelectuales hondamente preocupados por lo
que sucedía en España y con el compromiso moral de
contárselo al mundo.
El Instituto
Cervantes y la Fundación Pablo Iglesias organizan la
exposición «Corresponsales en la Guerra de España» al
cumplirse los setenta años del comienzo de aquella
guerra para que se conozca, especialmente entre los
jóvenes, el reflejo que de aquella tragedia española
difundían por el mundo los corresponsales extranjeros.
Al finalizar la Guerra Civil
española, Frank Hanighen, que
durante un tiempo había sido
corresponsal en España, editó los
relatos de las vivencias de algunos
de sus compañeros de profesión.
Según Hanighen «la Guerra Civil
española supuso el inicio de una
nueva etapa, con mucho la más
peligrosa de todas, en la historia
del reportaje periodístico»1.
Años más tarde, Herbert Southworth,
que en aquel momento escribía para
elWashington
Posty
se convirtió en un renombrado
experto en periodismo y propaganda
durante la guerra, subrayó el
singular papel que jugaron los
corresponsales en España: «La Guerra
Civil española afectó de forma
directa solamente a una pequeña
parte del globo, pero atrajo hacia
España la atención del mundo entero.
De hecho, la prensa que cubrió la
guerra española fue, tanto en lo que
se refiere a los actores como a sus
interpretaciones, más variada que la
prensa que cubrió la Segunda Guerra
Mundial. Por ello, durante la Guerra
Civil el campo abierto a los
propagandistas era amplio y diverso»
Hanighen destacó las dificultades a
las que se enfrentaban los
corresponsales: cinco de ellos
murieron durante la guerra, otros
resultaron heridos. En ambos bandos
los corresponsales estaban expuestos
al peligro de los francotiradores y
a los ataques y bombardeos de las
fuerzas aéreas. También en ambos
bandos, era difícil sortear el
control del aparato censor, aunque
si esto podía ser un problema en la
zona republicana, en la zona rebelde
suponía directamente peligro de
muerte. En la zona franquista,
algunos corresponsales, como Edmond
Taylor, jefe del departamento para
Europa delChicago
Daily Tribune,Bertrand
de Jouvenal delParis-soir,Webb
Miller de la United Press, Arthur
Koestler y Dennis Weaver, ambos
delNews Chronicle,se
contaron entre los que fueron
encarcelados y amenazados con ser
ejecutados
En comparación, el aparato de prensa
de la República facilitaba más que
impedía el trabajo de los
corresponsales. Constituía una
sección del Ministerio de Estado, y
algunos días después del golpe
militar se estableció en el edificio
de trece plantas de la Telefónica,
donde se ubicaba el cuartel general
de la American International
Telephone and Teleghraph Company (ITT).
Al ser el edificio más alto de
Madrid, fue con frecuencia blanco
del fuego de la artillería y era
alcanzado con regularidad. Desde
allí, los periodistas enviaban sus
crónicas a los censores antes de que
se les permitiera comunicarlas por
vía telefónica a sus periódicos. En
medio de un ensordecedor caos
idiomático, los empleados de la ITT
tenían que escuchar con gran
atención para asegurarse de que lo
leído no difería del texto
censurado. A pesar de los
bombardeos, los censores, las
telefonistas y los corresponsales
simplemente seguían trabajando.
Algunos periodistas vivían en el
Hotel Gran Vía, que estaba justo al
otro lado de la calle. Mucho más
popular era el Hotel Florida, en la
esquina de la plaza de Callao, un
poco más abajo, en la misma Gran
Vía,
En la zona republicana las mayores
dificultades se debían a las
carencias materiales. Al avanzar
la guerra, los periodistas, como
el resto de la población, se veían
obligados a gorronear para
conseguir comida y cigarrillos.
Ernest Hemingway incrementó su
popularidad gracias a la enorme
reserva de alimentos (tocino,
huevos, café, mermelada) y bebidas
(whiskyy
ginebra) que almacenaba en su
habitación en el Florida. Sus
existencias las reponía y
distribuía su fiel amigo Sydney
Franklin, un torero
estadounidense. SeftonTomDelmer
tenía en su cuarto de baño un bar
repleto de botellas, que había
comprado a los anarquistas que
habían saqueado las bodegas del
Palacio Real. El Hotel Florida, al
igual que el edificio de la
Telefónica, se encontraba en la
línea de fuego y con frecuencia
recibía el impacto de la
artillería rebelde. Ante la
imposibilidad de dormir durante
los bombardeos de la artillería,
cada noche se convertía en una
fiesta en el patio del hotel5.
A través de un comunista llamado
Velilla, que trabajaba en el
Ministerio, se ofreció al socialista
Arturo Barea un puesto en la oficina
de prensa en octubre de 1936. Allí
tuvo que trabajar con el Censor Jefe
en la Oficina de Prensa Extranjera y
Propaganda del Ministerio, el afable
y astuto arribista Luis Rubio
Hidalgo. Barea trabajaba de noche en
el edificio de la Telefónica
censurando despachos de prensa. Al
principio, la censura era estricta y
procuraba eliminar todo lo que
pudiera sugerir cualquier cosa que
no fuera una victoria de la
República. Barea consideraba esta
forma de proceder «torpe e inútil» y
el estricto control pudo ser burlado
con relativa facilidad por los
periodistas británicos,
norteamericanos y franceses mediante
la utilización creativa del argot.
Cuando las columnas franquistas se
aproximaban ya al Madrid hambriento
y atestado de refugiados, el trabajo
en la Telefónica se convirtió en una
pesadilla. Finalmente, cuando Barea
acudió a su trabajo en la tarde del
6 de noviembre, Rubio Hidalgo le
comunicó con una cortesía rayana en
satisfacción que el Gobierno se
trasladaba a Valencia. Afirmando que
la caída de la capital era ya
inevitable, Rubio, con la cara
pálida, ordenó a Barea que
clausurara la oficina de censura y
salvara su propio pellejo6.
Rubio Hidalgo se
alegró de poder marcharse y parece
que le dijo a William Forrest, delNews
Chronicle: «Si me acompañas,
serás el único corresponsal
británico que salga de Madrid con
toda la información. No tengas miedo
de perderte nada. Los demás quedarán
atrapados aquí por los fascistas y
no dispondrán de medios de
transporte ni de comunicación. En
cualquier caso, después de que esta
noche se marche el Gobierno, no
habrá más llamadas telefónicas a
Londres o París». Al llegar a
Valencia, según Sefton Delmer,
Rubio, que tenía talento para estas
cosas, encontró un precioso palacio
del sigloXVIIIy
allí, rodeado de tapices y brocados,
se instaló en su nueva e imponente
Oficina de Prensa y Relaciones
Públicas7.
Barea desobedeció las órdenes de
Hidalgo. Pensaba que era necesario
algún tipo de control sobre la
prensa extranjera mientras Madrid
resistiera y sencillamente mantuvo
el servicio en funcionamiento. Más
tarde, se aseguró el permiso de la
recién constituida Junta de Defensa
para continuar trabajando como parte
del Comisariado General de Guerra,
donde ejercía una considerable
influencia el corresponsal dePravda,Mijail
Koltsov, los «ojos y oídos» de
Stalin en Madrid. Rubio Hidalgo
nunca le perdonaría a Barea su
iniciativa, pensando que su
disposición a seguir trabajando bajo
el fuego enemigo implicaba que él,
al igual que otros que habían huido
a Valencia, eran unos desertores.
Rápidamente hizo valer la autoridad
de su propio Departamento de Prensa
y Censura del Ministerio de Asuntos
Exteriores sobre la actividad que se
llevaba a cabo en Madrid8.
Cuando
Barea se hizo cargo de la censura en
el Madrid asediado, las actividades
se transfirieron por un breve
espacio de tiempo al edificio
histórico situado en la plaza de
Santa Cruz, cerca de la plaza Mayor.
Esto supuso que los corresponsales
tuvieran que realizar un arriesgado
trayecto por calles oscurecidas,
desde la Gran Vía, donde vivían o
tenían sus oficinas, hasta el
Ministerio, para que sus originales
fueran censurados, y luego regresar
al edificio de la Telefónica para
enviar sus crónicas. Las operaciones
fueron trasladadas de nuevo al
edificio de la Telefónica. Allí,
cada noche los censores, las
telefonistas y los periodistas
trabajaban en condiciones penosas, a
la luz de las velas, esperando el
silbido de los proyectiles de
artillería o el estruendo de los
bombarderos alemanes e italianos de
Franco, hasta que finalmente los
bombardeos obligaron al regreso
definitivo al Ministerio
El profundo compromiso de Barea con
la causa de la República se vio
minado por su salud, afectada por el
exceso de trabajo, las
preocupaciones y la precariedad de
su posición frente a Rubio Hidalgo.
Tenía que compaginar las
instrucciones del Comisariado de
Guerra en Madrid con las
provenientes de Rubio Hidalgo en
Valencia. Barea dormía durante unas
pocas horas en un camastro en su
oficina y se mantenía activo a base
de café, coñac y cigarrillos. Delmer
describió a Barea como «un español
cadavérico con profundos surcos de
amargura alrededor de la boca,
acentuados por la luz de la velas.
Parecía la personificación de la
españolidad: tenso y desconfiado,
siempre dispuesto a sentirse
ofendido». Las condiciones en que
Barea desempeñaba su trabajo sólo
mejoraron cuando se unió a él
voluntariamente Ilsa Kulcsar, una
bajita y rolliza socialista
austriaca con una melena de pelo
rizado, de la que terminó
enamorándose. Ella no sólo le
ayudaba con su dominio del francés,
alemán, húngaro, inglés y otros
idiomas, sino que también convenció
a Barea de que la censura debía ser
más flexible. Ilsa argumentaba que
el convencional triunfalismo que
imponía la mentalidad militar
convertía en inexplicables las
derrotas y a la vez en irrelevantes
las dificultades económicas y las
victorias de los republicanos. Sin
mucha dificultad convenció a Barea
de que transmitir la verdad sobre
las dificultades el Gobierno en las
crónicas, sería beneficioso a la
larga para la causa republicana.
Por iniciativa propia, Arturo e Ilsa
relajaron la censura y
establecieron, así, unas buenas
relaciones con los corresponsales.
Les ayudaron a conseguir
habitaciones de hotel y bonos para
gasolina y, a cambio, a menudo les
solicitaban ayuda. Arriesgándose a
sufrir la cólera de Koltsov y Rubio
Hidalgo, permitieron a los
corresponsales informar sobre la
redada policial en la abandonada
embajada alemana que puso en
evidencia la connivencia de Alemania
con la quinta columna franquista.
Barea y Kulcsar hicieron posibles
las entrevistas con miembros de la
Brigadas Internacionales, que dieron
lugar a artículos como el publicado
por Louis Delaprée delParis-soiry
por Herbert Matthews deThe
New York Times10.
En abril de 1937 recibieron la
visita del gran novelista
estadounidense John Dos Passos,
quien les ayudó durante una tarde y
escribió después sobre «un español
cadavérico y una mujer austriaca
pequeña y rolliza de voz agradable»11.
Los esfuerzos de Arturo y de Ilsa
obtuvieron un importante éxito, pero
no lograron que disminuyera la
hostilidad de Rubio Hidalgo, que en
varias ocasiones intentó apartarlos
de sus puestos12.
La efectividad de los esfuerzos de
Barea y Kulcsar queda ilustrada por
los envidiosos comentarios de Sir
Percival Phillips, corresponsal delDaily
Telegraphen
la zona rebelde. Molesto por la
agresiva rigidez de la censura
franquista, Phillips informó sobre
las experiencias de sus colegas que
habían trabajado con los
republicanos: «No es necesario
esperar durante tres horas para ser
recibido, para que después te
informen de que debes volver al día
siguiente: puedes entrar al despacho
por la puerta abierta y servirte tú
mismo una bebida o un cigarro si el
censor está ocupado. A veces incluso
te pregunta si puedes echarle una
mano o darle algún consejo».
Phillips estaba convencido de que
«la humildad y la camaradería de
aquellos censores rojos» era tan
irresistible que favoreció la causa
republicana entre los periodistas13.
Muchos de los corresponsales que
experimentaron los horrores del
sitio de Madrid y el inspirador
espíritu popular de resistencia, se
convencieron de la justicia de la
causa republicana. En algunos casos,
como Ernest Hemingway, Jay Allen,
Martha Gellhorn y Louis Fisher, eran
firmes partidarios de la causa
republicana de forma activa, lo que
no necesariamente fue en detrimento
de la veracidad de sus crónicas14.
Esta actitud llevó a ciertos
comentaristas a poner en duda la
validez de estas, pero fueron
algunos de estos periodistas tan
comprometidos los que produjeron
varios de los reportajes sobre la
guerra más veraces y perdurables15.
Hanighen comentó que «prácticamente
todos los periodistas destacados en
España se convirtieron en hombres
distintos en algún momento después
de haber cruzado los Pirineos».
«Tras haber estado allí durante un
tiempo, las dudas de sus directores
en las lejanas Nueva York o Londres
les parecían interrupciones carentes
de importancia. Porque se habían
convertido en participantes, más que
en observadores, del horror, la
tragedia y la aventura que supone la
guerra»16.
Hubo muchos corresponsales que se
convirtieron a la causa de la
República pero informaban de manera
veraz: William Forrest, Lawrence
Fernsworth y el neozelandés Geoffrey
Cox, cuyas crónicas desde la capital
asediada se siguen citando hoy en
día. Quizá el mejor ejemplo sea el
alto, delgado, tímido y melancólico
Herbert Matthews deThe
New York Times. Matthews
consideraba los meses que pasó en la
capital sitiada los más gloriosos de
su vida. En 1938 escribió: «De todos
los lugares en los que se puede
estar en este mundo, Madrid es el
que da más satisfacciones. Tuve esa
impresión desde el primer momento
que llegué y ahora, siempre que no
estoy allí, no puedo evitar el ansia
de volver. Todos nosotros sentimos
igual, así que es algo más que un
sentimiento personal mío. El drama,
las emociones, el optimismo
electrizante, el espíritu de lucha,
el valor y la paciencia de esta
gente frenética y maravillosa son
cosas por las que vale la pena
vivir, y dignas de ser vistas con
los propios ojos». Después de la
Segunda Guerra Mundial escribió: «En
aquellos años vivimos lo mejor de
nuestras vidas, y lo que vino
después y aún vendrá, jamás volverá
a transportarnos a aquella cumbre».
Como otros muchos corresponsales,
Matthews nunca dejó de estar
orgulloso de haber apoyado a la
República: «Aquellos de nosotros que
defendimos la causa del Gobierno de
la República frente a los
franquistas, teníamos razón. Si
hacemos balance, representaba la
causa de la justicia, la moralidad y
la decencia». «Todos los que vivimos
la Guerra Civil española lo hicimos
de una manera muy emocional… Siempre
sentí la falsedad y la hipocresía de
aquellos que decían ser imparciales
y la simpleza, o más bien la
estupidez, de los editores y
lectores que exigen objetividad o
imparcialidad a los corresponsales
que escribimos sobre la guerra…
condenando el partidismo se rechazan
los factores que realmente importan:
la honestidad, la comprensión y la
precisión»17.
El grado de objetividad que mantuvo
Matthews no lo alcanzó Claude
Cockburn, un comunista educado en
Oxford. Cockburn fue el fundador y
editor del informativo satíricoThe
Week,cuyas
páginas mimeografiadas ejercían una
fuerte influencia relatando las
simpatías pro-fascistas del «grupo
de Cliveden»*, de clase alta, y las
conspiraciones de salón que había
detrás de la farsa del
apaciguamiento. Cuando comenzó la
Guerra Civil, Cockburn se encontraba
de vacaciones en Salou, cerca de
Tarragona. El partido comunista
británico le pidió que actuara de
corresponsal para su periódico, elDaily
Worker.Cockburn
aceptó y utilizó para este cometido
el seudónimo de Frank Pitcairn, pero
sólo después de ir primero a
Barcelona y después a Madrid. Allí
se presentó voluntario a las
milicias del Quinto Regimiento y
luchó en la sierra situada al norte
de la capital. Gracias a su amistad
con Mijail Koltsov, Cockburn recibía
información privilegiada de forma
regular. A través de sus contactos
con la Comintern se relacionó con el
seductor y misterioso agente checo
Otto Katz. El encantador y políglota
Katz estaba comprometido, bajo el
seudónimo de «André Simone», con la
agencia de prensa republicana, la
Agence Espagne. En marzo de 1938
trabajaron juntos en la invención de
una historia según la cual había
tenido lugar una rebelión militar en
Tetuán, y para su elaboración
utilizaron únicamente una guía de
viajes con el fin de describir las
calles y plazas en las que
supuestamente había tenido lugar el
motín. Hay quien afirma que aquel
reportaje influyó en la decisión del
Gobierno francés de reabrir la
frontera y permitir la llegada de
armas soviéticas a la República18.
Las dificultades que afrontaban los
periodistas que trataban de mantener
un compromiso tanto con la República
como con su ética profesional quedan
reflejadas en un incidente en el que
se vio involucrado Louis Fisher.
Durante el asedio al Alcázar de
Toledo, Cockburn y Koltsov
estuvieron acompañados por «un
periodista estadounidense», casi con
toda seguridad Fisher, que poco
antes había publicado un artículo
sobre la desmoralización de la
milicia republicana. Koltsov,
furioso, se negó a dar la mano a
Fisher y le espetó: «Usted, con su
reputación, realmente puede hacer
que cundan la alarma y el desánimo.
Y eso es lo que ha hecho. Ha causado
más daño que treinta diputados
británicos trabajando para Franco».
Cuando Fisher objetó que él
solamente había relatado los hechos,
Koltsov respondió: «Si fuera más
honesto, admitiría que lo único que
le interesa es su maldita reputación
como periodista. Tiene miedo de que
si no es usted quien difunde estas
cosas y lo hace otra persona,
pensarán que es un mal reportero
incapaz de ver lo que ocurre delante
de sus narices y que probablemente
esté a sueldo de los republicanos.
Por esta razón, como dirían los
franceses, ha perdido una excelente
oportunidad de callarse la boca».
Por su parte, Cockburn coincidía con
Koltsov en que el público no
necesariamente tenía derecho a leer
la verdad. Cuando su mujer puso en
duda esta opinión, le respondió
enfadado: «¿Quién les ha dado ese
derecho? Quizá cuando se hayan
esforzado lo suficiente por cambiar
la política de su propio y miserable
Gobierno y los fascistas hayan sido
derrotados en España, tendrán ese
derecho. No estamos ante una
cuestión abstracta. Esto es una
guerra a tiros»19.
Un hombre que consiguió combinar un
alto nivel profesional con una
apasionada fe en la República
española fue Jay Allen,
probablemente el corresponsal mejor
informado de ambos bandos. Nacido en
el año 1900 en Seattle, Jay Allen
había trabajado en la oficina
parisina delChicago
Tribune.Entre
1925 y 1934 cubrió los
acontecimientos en Francia, Bélgica,
España, Italia, Austria, Alemania,
Polonia y los Balcanes, aunque su
ferviente interés por lo que ocurría
en España se convirtió en una pasión
que le cautivó por completo. A
principios de 1934 había trasladado
su residencia a España para seguir
más de cerca los acontecimientos y
con la intención de escribir sobre
la cuestión agraria.
Forjó una estrecha amistad con
varios destacados socialistas, entre
ellos el artista Luis Quintanilla,
Juan Negrín, que después sería
presidente del Gobierno, y algunos
seguidores de Largo Caballero, como
Luis Araquistain, Julio Álvarez del
Vayo y Rodolfo Llopis. Durante la
represión que siguió a la huelga
general de octubre de 1934, todos
ellos, al igual que el líder de los
mineros asturianos, Amador
Fernández, se refugiaron por un
tiempo en el piso que Allen ocupaba
en la calle de Alcalá. Como
resultado de lo que en el mejor de
los casos fueron habladurías y, en
el peor, la malicia del ferviente
católico y corresponsal deThe
New York Times, William Carney,
la prensa norteamericana informó
erróneamente que Allen había sido
arrestado por este motivo y acusado
de haber dado cobijo a miembros del
comité revolucionario, hasta ser
liberado con la advertencia de que
se arriesgaba a ser expulsado de
España. En realidad, había sido
detenido porque unos Guardias de
Asalto armados con ametralladoras
pensaron que un francotirador les
había disparado desde el edificio
donde él residía. Unas semanas más
tarde lo arrestaron otra vez, a
causa de un artículo sobre la
represión en Asturias que había
escrito para elChicago
Daily News. Según el embajador
estadounidense, Claude Browers, la
documentación sobre las atrocidades
que se habían cometido se la había
facilitado Indalecio Prieto. Después
de ser interrogado y amenazado por
la policía, fue puesto en libertad.
Jay Allen se fue a vivir a
Torremolinos y pasó la primavera de
1936 en Extremadura, donde coincidió
durante un tiempo con Louis Fisher y
recogió material para su libro20.
Cuando regresó a Badajoz, ocupada
ahora por los franquistas, en agosto
de 1936, recuerda que «había estado
allí en cuatro ocasiones durante el
último año para realizar trabajos de
investigación para el libro que
estoy escribiendo y para tratar de
estudiar las medidas de la reforma
agraria que podían haber salvado a
la República española —una
República, que sea lo que sea, dio a
España colegios y esperanza—, cosas
que no había conocido en siglos»21.
Henry Buckley escribió sobre Jay
Allen: «Desearía que hubiera en el
mundo más personas como Jay y me
gustaría ser un escritor lo
suficientemente bueno para poder
describirle adecuadamente. Para
mí, su compañía es siempre un
tónico maravilloso. Conversar con
él es como beber el agua fresca de
una fuente que mana al borde del
camino. Jay, igual que yo, nunca
ha pertenecido a ningún partido
político, al menos que yo sepa. Su
padre es un acaudalado abogado de
Portland, Oregón, y Jay ha sido
marinero, se graduó en Harvard y,
finalmente, se hizo corresponsal
en el extranjero. Tiene una mente
prodigiosa que llega al meollo de
las cuestiones más complicadas y
es capaz, y lo demuestra, de
explicarlas con claridad. Yo tengo
una moral perezosa. Sé que está
mal que un campesino español tenga
que trabajar sin límite y siga
medio muerto de hambre y que los
trabajadores en las fábricas
enfermen y mueran de tuberculosis
porque nadie vigila las
condiciones de higiene. Conozco la
sórdida brutalidad de la pobreza,
pero soy perfectamente capaz de
ignorarla y de sentir que, después
de todo, a mí no se me puede
culpar de su existencia. Sé
también que en lugar de señalar
los puntos negros de nuestra
civilización en mis crónicas
periodísticas, me es mucho más
fácil obviarlos y dar una
palmadita en la espalda al hombre
que está en el poder para
acomodarme junto a la gente que
realmente cuenta. Pero Jay no
tiene esa capacidad mía de dejar
la conciencia en duermevela. Su
mente siempre alerta y activa
limpia de telarañas los problemas
actuales»22.
En el transcurso de la contienda,
Jay Allen firmó tres artículos
que, junto a los reportajes de
Mário Neves sobre la masacre de
Badajoz y la crónica de George
Steer sobre el bombardeo de
Guernica, fueron los artículos más
relevantes y más citados de los
escritos durante la guerra: la
entrevista en exclusiva a Franco
en Tetuán el 27 de julio de 1936,
la narración de las consecuencias
de la captura de Badajoz por los
nacionalistas y la última
entrevista concedida por José
Antonio Primo de Rivera antes de
que fuera ejecutado.
La entrevista de Allen con Franco
fue la primera que el futuro líder
rebelde concedió a un corresponsal
extranjero. Tras haberle sido
denegado un salvoconducto para pasar
al Marruecos español por el cuartel
general rebelde en Algeciras
(Cádiz), Jay Allen pasó la noche en
la campiña cerca de la vecina
localidad de San Roque. Allí se
pusieron en contacto con él los
hombres de Franco y le instaron a
cruzar el estrecho de Gibraltar y
dirigirse a Tetuán. Tras un viaje no
exento de peligros, fue llevado ante
la presencia de Franco, «otro enano
que después gobernaría», en la
mansión del Alto Comisionado. El
optimismo de Franco y su despiadada
determinación caracterizan esta
histórica entrevista concedida al
corresponsal norteamericano. Al
preguntarle cuánto tiempo
continuarían las matanzas tras el
fallido golpe de Estado, Franco
respondió: «No puede haber ni
compromiso ni tregua. Continuaré
preparando mi avance hacia Madrid.
Avanzaré. Tomaré la capital. Salvaré
a España del marxismo cueste lo que
cueste… Pronto, muy pronto, mis
tropas habrán pacificado el país y
todo esto habrá sido sólo una
pesadilla». Cuando Allen inquirió:
«¿Significa esto que tendrá que
matar a media España?», Franco,
sonriendo, respondió: «He dicho
cueste lo que cueste»23.
Para conseguir su reportaje sobre
Badajoz, Jay Allen necesitó aún más
coraje que el que le llevó a
introducirse en la boca del lobo que
era el cuartel general de Franco. En
una ciudad donde las fuerzas de
ocupación compuestas por legionarios
y mercenarios moros asesinaban y
torturaban a voluntad, Allen
deambulaba de incógnito recopilando
información para un extenso artículo
cuyo valor ha perdurado en el
tiempo. Fue una narración
representativa de la humanidad y el
compromiso ético de este hombre, dos
elementos que quedaban patentes
desde los primeros párrafos: «Esta
es la historia más dolorosa que me
ha tocado escribir. La escribo a las
cuatro de la madrugada, enfermo de
cuerpo y alma, en el hediondo patio
de la Pensión Central, en una de las
tortuosas calles blancas de esta
empinada ciudad fortificada. Nunca
más encontraré la Pensión Central y
nunca querré hacerlo. Vengo de
Badajoz, a algunas millas de aquí,
en España. Subí a la azotea para
mirar atrás. Vi fuego. Están
quemando cuerpos. Cuatro mil hombres
y mujeres han muerto en Badajoz
desde que la legión y los moros del
rebelde Francisco Franco treparan
por encima de los cuerpos de sus
propios muertos para escalar las
murallas tantas veces empapadas de
sangre. Intenté dormir. Pero no se
puede dormir en una sucia e incómoda
cama en una habitación que está a
una temperatura similar a la de un
baño turco, donde los mosquitos y
los chinches te atormentan igual que
los recuerdos de lo que has visto,
con el olor a sangre en tu propio
cabello y una mujer sollozando en la
habitación de al lado»24.
También hay que destacar que Jay
Allen consiguiera hablar, el 3 de
octubre de 1936, con el dirigente
falangista encarcelado José Antonio
Primo de Rivera en lo que fue su
última entrevista. Mientras se
extendían los rumores de que José
Antonio estaba muerto, Jay Allen
logró entrevistarle en la cárcel de
Alicante gracias a la invitación de
Rodolfo Llopis, que entonces era
subsecretario de la Presidencia del
Gobierno de Francisco Largo
Caballero. Para poder acceder hasta
el prisionero, Allen tuvo que
convencer en primer lugar al Comité
de Orden Público local, que estaba
dominado por los anarquistas. En dos
tensas reuniones consiguió
convencerles de que si no
autorizaban la entrevista, tendría
que escribir que el Gobierno
republicano carecía de autoridad.
Cuando entró en el patio de la
prisión, encontró a José Antonio y a
su hermano Miguel en buenas
condiciones físicas.
El líder falangista reaccionó con
furia cuanto le contaron que la
defensa de los intereses de los
privilegiados por parte de los
rebeldes había ahogado las
ambiciones declaradas de su partido
de impulsar un amplio cambio social,
y dijo: «Si esto no resultara ser
más que reacción, retiraré a mis
falangistas y probablemente volveré
a estar en esta o en otra prisión en
unos pocos meses. Si fuera así,
cometerían un error. Provocarán una
reacción aún peor. Precipitarán a
España al abismo. Tendrán que
enfrentarse conmigo. Usted sabe que
siempre he luchado contra ellos. Me
han llamado hereje y bolchevique»25.
Puede que José Antonio exagerara sus
intenciones revolucionarias para
ganarse el favor de sus carceleros,
pero con su descarada negativa a
admitir las actividades de los
pistoleros falangistas antes de la
guerra y la complicidad de los
falangistas en las atrocidades
cometidas desde entonces, estaba sin
duda enfureciendo a los anarquistas
que eran testigos de la entrevista.
Viendo que la actitud de José
Antonio era cualquier cosa menos
conciliadora, Jay Allen se sintió
obligado a dar por terminada la
entrevista «ante las sorprendentes
imprudencias de Primo»26.
A resultas de las crónicas de estos
periodistas, el reverendo Joseph
Thorning del Saint Mary’s College en
Maryland, uno de los más activos
propagandistas de Franco en los
Estados Unidos, hizo lo posible por
desacreditar a Herbert Matthews y a
Jay Allen con ayuda del material
facilitado por William Carney y
Edward Knoblaugh. Knoblaugh publicó
una propaganda atroz y altamente
dudosa a favor de los franquistas y
contribuyó a encubrir lo ocurrido en
Guernica. Según Jay Allen, todo el
libro escrito por Knoblaugh era pura
invención: «Como sabes, algún
jesuita le ayudó con el libro. Él
era casi analfabeto. Si recuerdas el
libro, era un producto un tanto
particular y disparatadamente falso.
Claro que Eddie tenía algunas ideas
extravagantes y su capacidad de
observación no era nada excepcional,
pero aun así fue extraño que sus
“memorias” se publicaran en un
formato tan peculiar»27.
Si bien el Gobierno republicano
debía ejercer algún tipo de control
sobre los reportajes que se enviaban
a los periódicos extranjeros, los
corresponsales en la zona leal
parecían moverse con relativa
libertad. El australiano Noël Monks,
un católico devoto, quedó muy
impresionado por lo que vio en
Guernica, los muertos, los
moribundos y los refugiados. Tiempo
después escribió: «Aviones, bombas,
balas, fuego. En 24 horas Franco iba
a estigmatizar a aquella gente, que
aún estaba en estado deshocky
sin hogar, como mentirosos ante el
mundo entero. Los llamados
“expertos” británicos llegarían a
Guernica meses después, cuando el
olor a carne humana quemada había
sido sustituido por el combustible
esparcido aquí y allá por las
ruinas, para emitir un juicio
rimbombante: “Guernica fue
incendiada por los rojos”. Mi
respuesta a esta afirmación no se
puede imprimir. Ningún funcionario
gubernamental me acompañó a Guernica.
Anduve entre las ruinas y entre los
supervivientes a mi antojo. Regresé
a Bilbao y tuve que despertar al
telegrafista —eran las dos de la
mañana— para enviar mi mensaje. La
censura había sido levantada. El
hombre que envió mi informe urgente
no sabía leer inglés. Si los “rojos”
hubieran destruido Guernica yo, por
ejemplo, podría haber destapado esa
historia sin que se enterasen. ¡Y
cómo lo hubiera hecho si hubiera
sido verdad!».
Guernica fue el tema de uno de los
artículos periodísticos más
importantes escritos durante la
Guerra Civil española. Fue obra de
George Lowther Steer, el enviado
especial deThe
Timesadjunto
a las fuerzas republicanas en Bilbao
durante la primavera de 1937.
Había estado con Noël Monks en
Bilbao la noche del 26 de abril,
cuando llegaron las noticias de que
Guernica había sido bombardeado.
Juntos fueron a la ciudad en llamas
y hablaron largo y tendido con los
supervivientes. El artículo de Steer,
que fue publicado el 28 de abril enThe
Timesy
enThe
New York Times,era
objetivo y evitaba cualquier
sensacionalismo.
Sin él, y sin los artículos de Noël
Monks, Christopher Holme, de Reuters,
y Mathieu Corman, del parisinoCe
Soir,la
verdad probablemente hubiera quedado
sepultada bajo el espeso manto de
desinformación tejido por Luis Bolín
y que el régimen de Franco mantuvo
durante los 35 años siguientes28.
Una vez constituido el Gobierno de
Juan Negrín el 16 de mayo de 1937,
la atención principal de los
corresponsales se trasladó de Madrid
a Valencia. Arturo Barea se
convirtió en un hombre del pasado.
Rubio Hidalgo recuperó su
importancia de antaño, aunque pronto
sería eclipsado por una figura de
especial trascendencia, Constancia
de la Mora.
Louis Fisher, que la había conocido
en abril de 1936 en casa de Julio
Álvarez del Vayo, el periodista
socialista que durante un tiempo fue
embajador de la República en México,
escribió: «Era una mujer española
bella y morena que se rebelaba
contra su educación aristocrática y
católica y regentaba una tienda de
antigüedades y arte popular enfrente
de las Cortes». Desde que estalló la
guerra, Constancia había trabajado
atendiendo a niños refugiados. A
comienzos de 1937, Jay Allen y el
poeta Rafael Alberti la convencieron
de que se presentara a un puesto en
la Oficina de Prensa Extranjera de
la República en Valencia, organismo
que se encontraba bajo la
jurisdicción del Ministerio de
Asuntos Exteriores. Constancia rogó
a Louis Fisher que intercediera en
su favor ante Álvarez del Vayo, en
aquel momento ministro de Asuntos
Exteriores en el gabinete de Largo
Caballero. Políticamente
concienciada, casada con el jefe de
la fuerza aérea republicana, Ignacio
Hidalgo de Cisneros, y conocedora a
la perfección del inglés, francés y
alemán, era la candidata ideal29.
Ya en su puesto y al igual que
anteriormente Barea, tuvo que
vérselas con Rubio Hidalgo. La única
luz que entraba en la oscura oficina
de Rubio Hidalgo era aquella que
provenía de las grietas que había en
la puerta, de su lámpara de mesa y
la que reflejaba su brillante calva.
En un principio la trató con aire
condescendiente y Constancia fue
asignada al Departamento de Censura.
Allí se enteró de que los
periodistas podían decir lo que
quisieran siempre que fuera cierto y
no constituyera información militar
considerada confidencial. Por
consiguiente, su trabajo consistiría
en eliminar rumores infundados,
mentiras y mensajes militares
cifrados. Fue en la Oficina de
Prensa donde conoció a la simpática
Gladys Green, que más tarde se casó
con Burnett Bolloten, en aquel
momento corresponsal de la
pro-comunista United Press30.
Como consecuencia de las
maquinaciones de Rubio Hidalgo,
Barea fue relegado a censor en la
radio. En la primavera de 1937,
Barea apuntaba: «Constancia ha
asumido virtualmente el control del
Departamento de Censura en Valencia
y no le cae bien a Rubio; es una
organizadora eficiente… y ha
mejorado de manera importante las
relaciones de la Oficina de Valencia
con la prensa»31.
Cuando en noviembre de 1937 el
Gobierno se trasladó de Valencia a
Barcelona, la Oficina de Prensa
Extranjera fue obligada a compartir
sus oficinas con el Departamento de
Propaganda del Ministerio de Asuntos
Exteriores. Luis Rubio Hidalgo
miraba con recelo lo que consideraba
una pérdida de independencia e
importancia y prefirió marcharse a
París para hacerse cargo de la
agencia republicana de noticias
Agence Espagne. Constancia de la
Mora fue nombrada directora de la
Oficina de Prensa Extranjera32.
Constancia, al igual que Ilsa
Kulcsar, creía que la mejor manera
de contrarrestar la propaganda
derechista sobre la República era
«dar a los corresponsales todas las
oportunidades posibles para que
conozcan la verdad y proporcionarles
todos los medios disponibles para
que la puedan escribir y enviar
fuera de España». Al igual que
anteriormente Ilsa, Constancia
descubrió que seguir la política de
facilitar los contactos con altos
funcionarios del Gobierno y permitir
las visitas a los frentes de batalla
daba sus frutos, aunque
ocasionalmente ocurriera algún
percance, como cuando William Carney
deThe
New York Timesreveló
los detalles del emplazamiento de la
artillería republicana en beneficio
de sus amigos franquistas.
Constancia era mucho más cordial y
servicial con los periodistas de lo
que Rubio Hidalgo lo había sido
jamás, proporcionándoles
habitaciones en la superpoblada
Valencia, organizando medios de
transporte y concertando
entrevistas: «Yo sabía, al igual que
todos nosotros, que la causa de la
República dependía de que el mundo
conociera los hechos». Les
proporcionaba salvoconductos y
carburante para sus automóviles con
el fin de que ellos mismos pudieran
informarse directamente de los
hechos. Constancia quedó
impresionada por la determinación
con la que corresponsales como
Herbert Matthews comprobaban ellos
mismos lo que ocurría y por su sana
desconfianza ante la línea oficial.
«Llegué a admirar enormemente esa
pasión por los hechos reales. Al
principio estaba molesta, supongo
que por comprobar que no me creían.
Pero llegué a comprender que,
después de todo, esa era la manera
de conseguir que los hechos fueran
fielmente descritos y de que los
hombres que los enviaban estuvieran
convencidos de su exactitud, dado
que ellos mismos los habían
constatado. Tengo que sonreír cuando
escucho las historias de cómo
‘influíamos’ en los corresponsales
extranjeros. Por supuesto que ahora,
cuando se mira hacia atrás y se ve
la forma en que cubrían las
noticias, queda claro que si se
equivocaban, era más bien por exceso
de prudencia»33.
Según Louis Fisher, Constancia «fue
un acierto extraordinario. Sabía
idiomas, conocía la mentalidad de
los extranjeros y los corresponsales
la apreciaban». Philip Jordan
escribió: «Nadie era tan amable como
Constancia ni se tomó tantas
molestias para hacer que la vida
fuera más fácil»34.
En la zona nacionalista, sólo los
corresponsales de la Italia fascista
y la Alemania nazi disfrutaban de
tantas atenciones. Esto era reflejo
no sólo de la mentalidad militarista
predominante, sino también del
personal que había sido seleccionado
para supervisar las relaciones con
la prensa extranjera. Anticipando su
futura posición preeminente, Franco,
a los pocos días de llegar a
Sevilla, había constituido un
servicio de prensa y propaganda.
Este Gabinete de Prensa se formó
bajo la dirección del periodista
monárquico Juan Puyol, y el trato
con los periodistas quedó
encomendado en la práctica a Luis
Antonio Bolín. Puyol había trabajado
anteriormente paraABC,antes
de convertirse en el director del
derechistaInformaciones,donde
aceptó ayuda económica del Tercer
Reich a cambio de artículos
favorables a los nazis y otros
ferozmente anti-judíos, incluido uno
firmado por el propio Adolf Hitler y
titulado «Por qué soy antisemita».Informacionespuso
sus páginas a disposición de los
líderes falangistas y otros
españoles que simpatizaban con el
fascismo. Su subdirector era Joaquín
Arrarás, miembro del grupo
monárquico ultraderechista Acción
Española y amigo íntimo y biógrafo
del mismo Generalísimo. El 24 de
agosto el Gabinete pasó a
denominarse Oficina de Prensa y
Propaganda. Bolín, que había sido
corresponsal deABCen
Londres, atrajo la atención de
Franco por su participación en el
alquiler delDragon
Rapide,el
avión utilizado por el líder rebelde
para trasladarse desde las Islas
Canarias a Marruecos. Bolín
dirigiría sucesivamente las Oficinas
de Prensa Extranjera en Sevilla,
Cáceres y Salamanca y durante los
asaltos a Málaga y Bilbao35.
Cuando el general José Millán Astray,
fundador de la legión extranjera
española, llegó a Sevilla, Franco lo
reclutó rápidamente para propagar su
causa en toda la zona nacionalista.
Se instaló junto a Franco y sus más
estrechos colaboradores en el
palacio de Yanduri en Sevilla36.
Millán Astray consagró su actividad
a la insistente proclamación de la
grandeza del Caudillo. Esta
adulación satisfizo lo suficiente a
Franco como para persuadirle de
remplazar, en el frío otoño de 1936,
al menos carismático Puyol por su
antiguo mentor. Millán se hizo cargo
oficialmente de la ampliada Oficina
de Prensa y Propaganda en sus
improvisadas oficinas en el
Instituto Anaya, una vieja casa
palaciega en la que se ubicaba la
Facultad de Ciencias de la
Universidad de Salamanca37.
Bajo la total autoridad primero de
Puyol y posteriormente de Millán
Astray, la responsabilidad sobre los
corresponsales recayó en Luis Bolín.
A los que le conocían como un
monárquico anglófilo les desconcertó
encontrarlo en Salamanca ostentando
el título de capitán Bolín y
residiendo junto a otros miembros de
alto rango del cuartel general de
Franco en el palacio de Monterrey,
cedido por el duque de Alba. Apenas
se dignaba a hablar con sus antiguos
amigos. Ahora que había obtenido una
capitanía honoraria en la legión
extranjera como recompensa por haber
acompañado a Franco en su viaje,
había pasado a vestirse como un
legionario. Vestía pantalón de
montar y botas altas contra las que
golpeaba una fusta y hacía que los
corresponsales se colocaran en fila
como si fueran soldados a sus
órdenes. Se paseaba entre ellos
amenazador, frunciendo el ceño con
aspecto fiero38.
Durante la campaña de Málaga, Noël
Monks, delDaily
Express,quedó
impresionado por el carácter cruel
de Bolín: «Siempre que veía una de
las espeluznantes pilas de “rojos“
recién ejecutados con las manos
atadas a la espalda —generalmente
detrás de alguna casa de labranza en
un pueblo recién ocupado— escupía
sobre los cuerpos diciendo
“sabandijas”»39.
Sir Percival Phillips, corresponsal
delDaily
Telegraph,afirmaba:
«Ha conseguido que los
corresponsales le odien como a la
peste»40.
Todos los corresponsales extranjeros
le detestaban y temían, en parte
porque no permitía visitas al frente
salvo con escolta militar, pero
sobre todo porque frecuentemente
amenazaba con fusilar a algún
periodista. La censura no permitía
mencionar las atrocidades cometidas
por los nacionalistas ni a los cada
vez más numerosos alemanes e
italianos presentes en la zona
nacionalista. Tres días después de
la masacre de 1936, el cámara René
Brut, del noticiario Pathé, filmó en
Badajoz los montones de cadáveres.
Fue arrestado en su hotel en Sevilla
el 5 de septiembre y encarcelado
durante varios días, mientras Bolín
lo amenazaba de muerte. Únicamente
se libró de ser fusilado porque
Pathé envió al cuartel general de
Franco una versión cuidadosamente
cortada de la película41.
La edición parisina delNew
York Herald Tribunepublicó
una descripción de la masacre de
Badajoz basada en una crónica de la
agencia United Press. La firmaba
Reynolds Packard, un periodista de
United Press que en realidad no
había sido quién había enviado la
crónica. Cuando elManchester
Guardianhizo
referencia al artículo original en
enero de 1937, Bolín llamó a Packard
a Salamanca, donde le amenazó.
Packard, aterrorizado, envió un
cable a Webb Miller, jefe de la
oficina europea de United Press en
Londres, rogándole que informara a
Bolín de que él no había escrito el
texto ofensivo, lo que aquél hizo.
Un incidente parecido ocurrió cuando
Bolín pidió explicaciones en
términos similares a Jean
d’Hospital, el representante de la
Havas Agency en la España
nacionalista. Tanto la United Press
como la Havas Agency declararon que
los cables en cuestión no los habían
enviado ni Packard ni d'Hospital,
aunque no negaron la veracidad de
las crónicas ofensivas. Bolín pasó
estas respuestas al comandante
inglés pro-franquista Geoffrey
McNeill-Moss, que las utilizó para
«probar» que las crónicas sobre la
masacre de Badajoz habían sido
inventadas42.
Bolín consiguió que no se permitiera
a ningún corresponsal entrar en
Toledo durante los dos días que duró
el baño de sangre tras la ocupación
de la ciudad el 27 de septiembre de
1936. La excusa que se dio a los
corresponsales, que anteriormente
habían sido llevados a los campos de
batalla, fue que entrar en Toledo
era «demasiado peligroso»43.
Por consiguiente, los corresponsales
tuvieron que conformarse con el
material de propaganda que les
facilitaba Bolín. Ejemplo de ello es
la historia apócrifa que publicó
Harold Cardozo en elDaily
Mailel
30 de septiembre de 1936, en la que
se afirmaba que el coronel Moscardó,
comandante rebelde al mando en el
Alcázar, recibió una llamada
telefónica de las autoridades
republicanas comunicándole que su
hijo sería fusilado si no se rendía.
Moscardó se negó y supuestamente su
hijo fue fusilado de inmediato. En
realidad, Luis Moscardó fue
fusilado, junto con otros
prisioneros, en represalia por un
bombardeo de los nacionalistas el 23
de agosto44.
El 26 de octubre de 1936, Dennis
Weaver, delNews
Chronicle,y
el canadiense James M. Minifie, delNew
York Herald Tribune,salieron
de Madrid para recorrer el frente en
un automóvil facilitado por el
servicio de prensa republicano, con
un chófer y un marinero retirado de
pelo cano como escolta. En el
trayecto entre El Escorial y
Aranjuez, las tropas marroquíes les
dieron el alto en Seseña. El chófer
y el marinero fueron fusilados en el
acto. A los dos periodistas los
llevaron al cuartel general del
general Varela, donde se encontraron
con Henry T. Gorrell de la United
Press, que había sido capturado en
circunstancias similares. Fueron
tomados por espías y llevados a
Salamanca para que fuera Franco
personalmente quien decidiera su
suerte. Acabaron siendo interrogados
por Luis Bolín, que amenazó con
ahorcarlos. Weaver averiguó
posteriormente que el mismo día en
que le capturaron, Bolín había
rechazado una petición de su
periódico, elNews
Chronicle,solicitando
permiso para enviar un corresponsal
a la zona franquista y había
afirmado que «si algún representante
delNews
Chroniclees
encontrado en territorio franquista,
peor para él». Tras pasar otros
cinco días bajo custodia, los
periodistas fueron expulsados de
España a Francia45.
El mismo día en que Weaver fue
arrestado, pero algo más tarde,
también dos hombres de negocios
ingleses de Madrid, que habían
salido en coche, tuvieron un
encontronazo con los nacionalistas.
Fueron arrestados e interrogados de
forma cruel por Bolín. Uno de ellos,
el capitán Christopher Lance,
conocido después como el «Pimpinela
español» por su destreza para
facilitar la huida a algunos
derechistas, caracterizó tiempo más
tarde a Bolín como «burlón,
sarcástico y despectivo», «sin duda
el individuo más desagradable que he
conocido»46.
A finales de noviembre de 1936, Alex
Small, delChicago
Tribune,fue
arrestado en Irún. El comandante
militar anunció que iba a ser
fusilado por el delito de publicar
un artículo en el que vaticinaba que
Madrid no caería. Según Arthur
Koestler, la orden de fusilar a
Small provenía de Bolín. Small se
salvó sólo gracias a las vehementes
protestas de un colega de profesión
norteamericano47.
Los corresponsales trataban de
esquivar la censura procurando que
sus periódicos no les mencionaran
como autores de sus artículos. Tras
la derrota de los italianos en
Guadalajara, Noël Monks se había
desplazado en automóvil hasta la
frontera francesa y había enviado su
crónica por teléfono, insistiendo en
que se omitiera su nombre.
Lamentablemente, el artículo
apareció con su firma. Fue arrestado
en Sevilla, donde Franco se
encontraba de visita junto a Bolín.
Éste, furioso, amenazó a Monks en su
perfecto inglés de Oxford: «Eludir
la censura equivale a espiar y en
este país a los espías los
despachamos sin contemplaciones».
Con Bolín vociferando que «vosotros
los periodistas os merecéis algo
peor que el fusilamiento», Monks fue
llevado ante Franco en persona,
quien le reiteró que iba a llevarlo
ante un pelotón de fusilamiento.
Finalmente, Monks fue expulsado de
la España nacionalista48.
Más adelante, Bolín adquiría cierta
fama por arrestar y maltratar a
Arthur Koestler tras la captura de
Málaga por los franquistas en
febrero de 193749.
Durante las últimas etapas de la
marcha hacia Madrid de las columnas
africanas de Franco, se estableció
una oficina de prensa en Talavera de
la Reina, poco después de que esta
ciudad fuera ocupada. A su mando
estaba elplayboyfalangista
Pablo Merry del Val. El trato diario
con los periodistas quedó en manos
del capitán Gonzalo Aguilera y
Yeltes, un latifundista
profundamente reaccionario con
propiedades en Salamanca y Cáceres,
quien aseguró a los periodistas que
los problemas de España no eran más
que el resultado de la intromisión
en el orden natural debido a la
introducción del alcantarillado50.
Aguilera se había retirado del
ejército para protestar por la
obligación de que los militares
juraran lealtad a la República, y
aprovechó las condiciones ventajosas
para el retiro voluntario de los
decretos promulgados del 25 al 29 de
abril de 1931 por el recién nombrado
Ministro de la Guerra, Manuel Azaña51.
Al estallar la guerra, había salido
de su retiro y se había presentado
como voluntario a las fuerzas
rebeldes. Le destinaron de manera
informal al equipo de colaboradores
del general Mola, comandante del
Ejército del Norte. Dado que hablaba
con fluidez inglés, francés y
alemán, se le encomendó la tarea de
supervisar los movimientos y el
trabajo de los corresponsales
extranjeros, actuando en ocasiones
como guía y en otras como censor52.
Cuando el Ejército del Norte
dirigido por Mola finalmente entró
en contacto con las columnas
africanas de Franco a principios de
septiembre, Aguilera se trasladó al
sur para hacerse cargo de la prensa
y acompañó a las columnas durante el
último trecho de su marcha hacia
Toledo y Madrid53.
Al contrario que la mayoría de los
oficiales de prensa, que se sentían
responsables de la seguridad de los
periodistas que les habían asignado,
Aguilera actuaba según el principio
de que, si para conseguir
información era necesario asumir
riesgos, él estaba dispuesto a
ayudar a los periodistas a
superarlos, siempre que las noticias
obtenidas fueran favorables a los
nacionalistas. Llevaba con
regularidad a sus protegidos a la
línea de fuego y fue «bombardeado y
ametrallado» junto a ellos54.
La queja más frecuente de los
periodistas que desarrollaban su
labor en la zona rebelde era que se
esperaba de ellos la publicación de
comunicados anodinos mientras los
mantenían alejados de las noticias
más duras. Esto ocurría sobre todo
cuando las cosas no iban bien para
los rebeldes y afectaba
especialmente a los periodistas
considerados demasiado
«independientes». Incluso aquellos
que recibían un trato más favorable,
tenían que aguantar retrasos
humillantes en la entrega de los
salvoconductos para realizar visitas
acompañadas al frente55.
Por todo ello, Aguilera estaba muy
bien considerado entre los
periodistas de derechas que trataban
con él, ya que estaba dispuesto a
llevarlos a las zonas peligrosas
cercanas al frente y a utilizar su
influencia ante los censores para
ayudarles a que sus crónicas fueran
autorizadas56.
Un periodista que sentía gran
respeto por Aguilera era Sefton
Delmer, delDaily
Express.Sin
embargo, Aguilera lo expulsó de la
España nacionalista, aduciendo que
en sus artículos publicaba
información que podía ser útil al
enemigo o que «deliberadamente ponía
en ridículo a las fuerzas armadas
españolas». La crónica en cuestión
narraba un ataque aéreo republicano
sobre Burgos. Delmer había descrito
cómo un pequeño aparato británico
aparecido por casualidad en plena
batalla había atraído sobre sí la
atención de las baterías de fuego
antiaéreo burgalesas y aun así había
aterrizado indemne. Esta crónica, le
dijo Aguilera mientras tomaban una
copa, «no sólo alienta a los rojos a
volver a atacar Burgos. También
consigue que nuestros efectivos
antiaéreos parezcan ineficaces».
Aguilera sentía simpatía por Delmer
y le confió que a él personalmente
no le importaba en absoluto lo que
el periodista hubiera dicho sobre la
artillería, dado que él pertenecía a
la caballería57.
Sefton Delmer también representaba
alDaily
Expressen
la zona republicana. Allí, según
Constancia de la Mora, «todos los
que pertenecían a la Oficina de
Prensa Extranjera aborrecían a
Sefton Delmer y desconfiaban de él».
Se debía en gran parte a que fingía
simpatizar con la República.
«Siempre aparecía en mi despacho
vestido con ropa vieja y desgastada,
las camisas sucias, los zapatos
embarrados y los pantalones tiesos
de grasa. Considerábamos un insulto
su extraña vestimenta, porque
sabíamos que en Londres vestía como
un dandi. Madrid, Barcelona y
Valencia eran ciudades perfectamente
civilizadas, aunque fueran
españolas. Delmer siempre hablaba y
se comportaba como si los españoles
pertenecieran a una extraña e
ignorante tribu de salvajes
enfrascados en una contienda
estúpida y primitiva con arcos y
flechas». En sus memorias se refería
a los republicanos como «los rojos»
y a Aguilera como «el querido Aggy»58.
Harold Cardozo, delDaily
Mail,un
ferviente partidario de los
nacionalistas, era considerado una
especie de líder por los demás
corresponsales norteamericanos: le
llamaban «El comandante»59.
Edmund Taylor consideraba a Cardozo
«un profesional valiente y audaz y
un alegre compañero, si dejamos a un
lado la política»60.
Sin embargo, a pesar de sus
relaciones amistosas y entusiastas
con los oficiales franquistas, era
evidente que existía una cierta
tensión entre Bolín y Cardozo. Sir
Percival Phillips opinaba que Bolín
disfrutaba acosando y humillando a
los corresponsales en general, pero
que exhibía una particular
animosidad contra Cardozo. Pensaba
que como elDaily
Mailhabía
rehusado publicar unos artículos
remitidos por Bolín mientras éste se
encontraba en Londres, «ahora trata
a los hombres delMailcomo
si fueran basura». Cardozo no
ocultaba que creía que los artículos
de Bolín habían sido rechazados
porque eran «una porquería». Sin
nombrar expresamente a Bolín,
Cardozo se quejaba de que los
nacionalistas aplicaban la censura
con gran rigor incluso a aquellos
periodistas que, como él, «apoyaban
al movimiento con cuerpo y alma».
Frustrado por los obstáculos
burocráticos que se imponían incluso
a los «periodistas de guerra
responsables», llegó a comentar con
envidia que en Madrid y Valencia los
cables «se enviaban sujetos a una
censura relativamente indulgente y
tras una espera mínima». Cardozo no
era el único que pensaba así.
A pesar de su estrecha relación
personal con Bolín, Nigel Tangyne,
admirador de los nazis, al poco
tiempo terminó igual de exasperado
ante el trato despectivo que se
dispensaba a los periodistas61.
Phillips hizo un comentario similar:
«En el otro bando, a los
corresponsales se les trata mucho
mejor. He conocido a docenas de
tipos que están en Barcelona y
Madrid, y me han dicho que aunque
reinara un absoluto desconcierto,
siempre fueron tratados como
hermanos»62.
La diferencia entre ambas zonas
consistía en que en la España
nacionalista los militares no se
tomaban el tiempo de atender a los
periodistas. Un oficial le dijo a
sir Percival Phillips que «todos los
generales rogaron a Franco que se
expulsara a los periodistas del país
hasta que hubiera finalizado la
guerra» y otro oficial le dijo a F.
A. Rice que «aquí hay demasiados
periodistas»63.
Un ejemplo ilustrativo de la actitud
de los militares era la forma en que
el general Millán Astray, mientras
estuvo al mando de la Oficina de
Prensa y Propaganda en Salamanca,
convocaba cada mañana a los
periodistas que no se encontraban en
el frente. Los llamaba con un
silbato y los formaba en filas para
que escucharan su arenga diaria. No
hay duda de que Bolín quedó
impresionado por este ejemplo64.
Al igual que otros, Edmond Taylor
engañaba a los censores enviando o
llevando artículos a Francia. Como
coartada, hacía llegar a Aguilera
otras crónicas, conservando el
material más conflictivo en una
copia oculta. En la sala de prensa
se puso un anuncio que prohibía a
los periodistas referirse a los
rebeldes como «rebeldes» o
«insurgentes» y a los republicanos
como «leales», «gubernamentales» o
«republicanos». Los únicos términos
permitidos eran «las fuerzas
nacionales españolas» o «los
nacionales» y «los rojos»65.
Numerosos periódicos británicos y
estadounidenses autocensuraban las
menciones a las ayudas del Eje, pero
cualquier transgresión de esta norma
por parte de los corresponsales era
castigada inmediatamente66.
Aguilera se encontraba al mando de
la censura en Burgos cuando ordenó,
el 11 de septiembre de 1936, la
detención de F. A. Rice,
corresponsal del conservadorMorning
Post. Su delito era haber
enviado dos artículos, uno sobre el
colegio inglés donde se había
educado Aguilera y otro, enviado
desde Francia y por tanto no
sometido a la censura de los
rebeldes, donde había utilizado la
expresión «el horror insurgente» en
relación al ataque rebelde a Irún el
1 de septiembre de 1936. Aguilera
consideró que ambos artículos
revelaban «una actitud no del todo
respetuosa» hacia su persona y hacia
la causa que defendía. Después de
amenazar a Rice con las graves
consecuencias que esperaban a los
periodistas que denominaran
«insurgentes» a los rebeldes o se
refirieran a los republicanos como
«leales» o «las tropas
gubernamentales» en lugar de «los
rojos», Aguilera le conminó a elegir
entre abandonar España o quedarse
bajo estrecha vigilancia, sin
permiso para cruzar la frontera —que
era la única manera de enviar una
crónica sin pasar por la censura
franquista. Rice optó por marcharse.
Su periódico, elMorning
Post,comentó
su expulsión en un editorial, que
«proclamabaurbi
et orbique
cualquier noticia que emanara de
fuentes derechistas pertenecía más a
la esfera de la propaganda que a la
de los hechos»67.
Los periodistas que trabajan en la
zona nacionalista tenían claro que
solamente los corresponsales de los
periódicos alemanes, italianos y
portugueses podían esperar un trato
privilegiado. Una de las escasas
excepciones era el corresponsal
pronazi de la aviación inglesa Nigel
Tangye, delEvening
News,quien
a su llegada presentó a un
complacido Bolín recomendaciones de
la embajada del Tercer Reich en
Londres y de otros contactos
alemanes68.
En el caso de John Whitaker, al que
Aguilera con toda la razón
consideraba hostil a la causa
nacionalista, el trato fue
verdaderamente siniestro. Cuando
Whitaker comenzó a visitar el frente
solo, Aguilera se presentó en su
alojamiento a primera hora de la
mañana acompañado de un agente de la
Gestapo y amenazó con matarle si se
trasladaba al frente sin la
vigilancia de alguno de los
oficiales de la oficina de prensa:
«La próxima vez que vaya al frente
sin escolta, le mataremos. Diremos
que fue víctima de una acción
enemiga. Usted ya me entiende»69.
Millán Astray permaneció aún algún
tiempo al mando de la propaganda
tras su notorio enfrentamiento con
Miguel de Unamuno. Según Franco,
Millán Astray en su enfrentamiento
con Unamuno había actuado como era
su deber70.
Sin embargo, incluso Franco tuvo que
reconocer que era necesario actuar
de una forma más rigurosa de como lo
estaban haciendo Astray y Giménez
Caballero. En consecuencia, el 24 de
enero de 1937, la Oficina de Prensa
y Propaganda se convirtió en la
Delegación de Prensa y Propaganda
bajo la dirección de Vicente Gay
Forner, un profesor virulentamente
antisemita de la Universidad de
Valladolid. Gay, bajo el seudónimo
de Luis de Valencia, había publicado
enInformacionesartículos
virtualmente ilegibles y
apasionadamente favorables a los
nazis. También había recibido
subvenciones del Ministerio de
Propaganda de Goebbels para sus
escritos pro-nazis, incluido su
libroLa
revolución nacional-socialista.
Eligió como su segundo a Ramón Ruiz
Alonso, antiguo representante de la
CEDA en Granada, a quien se ha
acusado de ser responsable del
asesinato de Federico García Lorca.
La falta de habilidades diplomáticas
de Vicente Gay, así como su falta de
consistencia ideológica, hicieron
que pronto se ganara la
animadversión de la mayoría de los
grupos clave en Salamanca. En abril
de 1937, Serrano Suñer sustituyó a
Gay por el ingeniero Manuel Arias
Paz, con el sorprendente
razonamiento de que había construido
un radiotransmisor. Arias Paz no era
más que la cabeza visible. Su misión
real consistía en organizar la
propaganda nacionalista, que
quedaría a cargo del intelectual
monárquico Eugenio Vegas Latapie.71Mientras
tanto, Luis Bolín siguió
supervisando el trabajo de los
corresponsales aunque, tras sus
chapuceros esfuerzos por negar el
bombardeo de Guernica, fue
sustituido en abril de 1937 por Luis
María de Lojendio72.
Aguilera también estuvo implicado en
el encubrimiento de los hechos tras
el bombardeo de Guernica. Esto
implicó la estrecha vigilancia de
los periodistas «que no eran de
fiar» y que intentaban acercarse a
las ruinas de la ciudad, así como la
expulsión de aquellos que escribían
crónicas no deseadas. Incluso los
periodistas afines recibieron
directrices estrictas sobre la
manera en que debían redactar sus
artículos73.
El trato que Bolín y Aguilera
dispensaron a los corresponsales
estaba muy alejado de los esfuerzos
que hicieron Arturo Barea, Ilse
Kulcsar y Constancia de la Mora por
facilitar el acceso a información a
aquellos periodistas que
desarrollaban su labor en la zona
republicana.
Parece ser que toda
la documentación de la Oficina de Prensa Extranjera
acabó perdiéndose. Sé de algún investigador que ha
tratado infructuosamente de localizarla en diferentes
archivos, y es una lástima porque la información allí
contenida sería de gran utilidad para los
historiadores que tratan de reconstruir la experiencia
de los corresponsales extranjeros durante la Guerra
Civil. La Oficina de Prensa Extranjera era el
negociado oficial por el que todo periodista o
escritor extranjero estaba obligado a pasar. Allí
conseguía la pertinente acreditación y solicitaba todo
aquello que pudiera necesitar para su trabajo: guías,
intérpretes, autorizaciones, pases para el frente,
entrevistas con personalidades republicanas...
Sin esa
documentación, el historiador debe recurrir a otras
fuentes vinculadas a la Oficina, y entre ellas
destacan los libros autobiográficos de Constancia de
la Mora y Arturo Barea. «Connie» de la Mora, que
empezó a trabajar en la Oficina a comienzos de 1937 y
no tardó en dirigirla, recuerda enDoble
esplendorla
atmósfera que se respiraba en aquellas dependencias,
una atmósfera en la que la entrega y la fe de los
colaboradores trataban de compensar la improvisación
generalizada y la precariedad de medios. Pero la
sección del libro consagrada a la guerra está llena de
calculados silencios, y de todo lo que cuenta sobre
esa etapa lo más interesante es su descripción del
funcionamiento mismo de la Oficina, que ejercía a la
vez labores de propaganda y de censura.
Por su parte,
Arturo Barea (que acabaría detestando a Connie por su
dogmatismo comunista) quedó al frente de la Oficina de
Prensa Extranjera madrileña cuando, en noviembre de
1936, el Gobierno republicano se trasladó a Valencia,
y enLa
llama,tercer volumen deLa
forja de un rebelde,nos
dejó un pormenorizado relato de sus experiencias de la
época. Por sus páginas desfilan los nombres de algunos
corresponsales extranjeros. Aparece Ernest Hemingway
presentándole a la que sería su tercera mujer, Martha
Gellhorn: «Ésta es Martita. Tratadla bien, que escribe
paraCollier's.
Una tirada de un millón...». Aparece John Dos Passos,
«que hablaba de nuestros campesinos con una
comprensión gentil y profunda». Aparece Josephine
Herbst, que sería una espectadora privilegiada de la
ruptura de la antigua amistad entre Hemingway y Dos
Passos.
Pero el que con
más frecuencia aparece citado en el libro de Barea es
el corresponsal dePravda,Mijail
Koltsov, que en realidad era mucho más que un simple
corresponsal. El propio Koltsov no se molestaba en
ocultarlo, y en elDiario
de la guerra españolaalude
a su participación en las reuniones que el Comisario
General de Guerra, Julio Álvarez del Vayo, mantenía
diariamente con sus cinco subcomisarios. Y Barea le
recuerda entrando en la Oficina para dar órdenes
tajantes y emitir amenazas que no podían ser
ignoradas: «¡Esto es una vergüenza! ¡Quienquiera que
sea el responsable de esta clase de sabotaje merece
que le fusilen!». ¿Qué demonios pintaba un
corresponsal en las reuniones del Comisariado General
de Guerra? ¿Y de dónde procedía su autoridad?
La respuesta es
sencilla: aunque acreditado oficialmente como simple
periodista, Koltsov era uno de los principales agentes
de Stalin en la España republicana, y sus compadreos
con Álvarez del Vayo encuentran su explicación en el
acendrado filocomunismo de este último. Estalinista
hasta la médula, Koltsov tendría el mismo final que
muchos de los soviéticos que pasaron por España: el
propio Stalin ordenó su encarcelamiento y su
ejecución, y al parecer esto ocurrió poco después de
quePravdapublicara
una elogiosa reseña de suDiario
de la guerra española, también poco después de
que coincidiera en una función del Bolshoi con Stalin
y éste le invitara a compartir su palco.
Un retrato de
Koltsov más favorecedor que el ofrecido por Barea es
el que Hemingway nos presenta enPor
quién doblan las campanas,donde
Koltsov aparece bajo el nombre en clave de Karkov:
para Robert Jordan, protagonista de la novela, «era el
hombre más inteligente que había conocido», y «tenía
más talento y más dignidad interior, más insolencia y
más humor que cualquier otro hombre que hubiera
conocido». Desde luego, Koltsov inspiraba al novelista
norteamericano bastante más simpatía que el otro gran
corresponsal soviético, Ilya Ehrenburg, enviado deIzvestia,a
quien dibuja como «un hombre de mediana estatura, de
cara pesada y grisácea, grandes ojos hinchados, belfo
prominente, con voz de dispéptico», que acepta con
ingenua credulidad todas las afirmaciones de Dolores
Ibárruri. «Ha sido para mí», dice Ehrenburg en la
novela de Hemingway, «uno de los momentos cumbres de
la guerra, cuando la he oído hablar con esa voz
magnífica en que se mezclan la piedad, la compasión y
la sinceridad. La bondad y la sinceridad irradian en
ella como de una verdadera santa del pueblo. Por algo
la llamanLa
Pasionaria».
Ehrenburg y Hemingway son precisamente dos de los
visitantes de la Oficina de Prensa que con más
frecuencia aparecen citados en las memorias inéditas
de Kate Mangan, una treintañera inglesa que a
comienzos de 1937 llegó a la España republicana
buscando a su novio (voluntario de las Brigadas
Internacionales) y que hasta junio de ese año trabajó
en la Oficina valenciana. Mangan menciona también a
Dos Passos, a Egon Erwin Kisch, a W. H. Auden... Este
último, enviado especial de una emisora de radio,
ayudó a Mangan a traducir al inglés un discurso de
Manuel Azaña que sus superiores en la Oficina le
habían encargado transcribir.
Es posible que
otros colaboradores de la Oficina de Prensa hayan
dejado escritos sus recuerdos de aquella época, pero
yo no tengo noticia de más casos. He tratado, eso sí,
a algunas personas que frecuentaron aquellos
despachos, y gracias a eso he conocido el dato, para
mí novedoso, de que entre los escritores que pasaron
por allí estaba también Margaret Mitchell. ¿Se conoce
algún escrito de la autora deLo
que el viento se llevósobre
la guerra española?
Probablemente sea eso lo que deba importarnos: los
escritos que unos y otros dejaron sobre la contienda.
Si no disponemos de un inventario completo de nombres,
sí podemos elaborarlo siguiendo las pistas que unos y
otros dejaron en sus textos. Eso es más o menos lo que
en su momento hizo José Mario Armero, quien enEspaña
fue noticiaofreció
un exhaustivo listado de los corresponsales que
escribieron sobre la guerra, tanto desde la zona
republicana como desde la nacional, tanto aquellos
cuyos nombres nos resultan conocidos por sus
actividades literarias como los anónimos, los simples
profesionales del periodismo. Y algo no muy distinto
es también lo que, trenzando los relatos de unos y
otros (y agregándoles los de antiguos brigadistas),
hizo Peter Wyden enLa
guerra apasionada.Entre
estos dos libros, el de Armero y el de Wyden, se
establece un fecundo diálogo. Un diálogo asimismo
inevitable, porque algo semejante ocurre con todos los
libros que tratan de la Guerra Civil, y en ellos no es
difícil rastrear las muchas vías por las que se
comunican: un libro conduce a otro, y éste a otro más,
y así indefinidamente hasta que vemos que ante
nosotros ha acabado tejiéndose una tupida red de
peripecias, ilusiones y sinsabores.
Un ejemplo. El
texto más conocido que W. H. Auden escribió sobre la
guerra fue el poema «Spain», cuyos derechos de autor
sirvieron para costear la compra de ayuda médica. Pero
para saber de las actividades de Auden en España
resulta bastante más útil acudir a Cyril Connolly, que
viajó como corresponsal delNew
Statesmany
coincidió con él en Valencia y Barcelona (en esta
ciudad pasearon juntos por los jardines de Montjuïc, y
Auden fue a orinar detrás de un seto, lo que hizo que
fuera inmediatamente detenido por dos milicianos «muy
indignados ante este abuso de la propiedad pública»).
Al mismo tiempo, para saber de las andanzas de
Connolly no basta con leer sus crónicas (como la
titulada «Barcelona», en la que deja constancia de la
división entre los partidos republicanos), y conviene
echar un vistazo a su correspondencia con su amigo de
infancia George Orwell, autor del clásicoHomenaje
a Cataluña,en
el que dio testimonio de la represión desatada en la
primavera de 1937 contra poumistas y anarquistas.
Asimismo, los motivos que llevaron a Auden, Connolly y
Orwell a viajar a España serían difíciles de
comprender para alguien que no se detuviera a leerUn
mundo dentro del mundo,las
interesantísimas memorias del poeta Stephen Spender,
que visitó nuestro país para asistir al Congreso de
Escritores en Defensa de la Cultura.
Otro ejemplo.
«Cuando caía la noche de esos húmedos y fríos días de
espera, Chicote era el lugar donde encontrar compañía,
conversación y más rumores sobre la ofensiva.» La
frase podría pertenecer a alguna de las crónicas que
Hemingway escribió para la NANA, la North American
News Agency. Su autora, sin embargo, fue Martha
Gellhorn, que seguramente compartía con Hemingway esas
veladas en Chicote del mismo modo que compartían el
peligro de los bombardeos y las visitas a la primera
línea del frente: «Allí estaban los altavoces. Por la
noche, un bando u otro ofrecía a los soldados de
aquellas trincheras un programa de música y
propaganda... Esta noche le tocaba al enemigo. Una voz
radiofónica ampulosa y engolada comenzó a decir: “El
caudillo, el único líder de España, está dispuesto a
dar su sangre por vosotros... Franco, Franco...”». En
Madrid los corresponsales solían alojarse en el Hotel
Florida, en la plaza de Callao, y ese hotel, junto al
bar Chicote y al restaurante del Hotel Gran Vía,
formaba parte de las rutinas de Gellhorn, de Hemingway,
de Dos Passos... La figura de éste, aunque deformada,
se reconoce con facilidad en algunas de las crónicas
que Hemingway enviaba desde el rascacielos de la
Telefónica, que era donde estaban Arturo Barea y su
Oficina de Prensa Extranjera. Y en las crónicas de Dos
Passos paraEsquirepuede
rastrearse el episodio que provocó la ruptura de
relaciones con Hemingway, el asesinato de su amigo y
traductor José Robles (un episodio que muchos años
después reaparecerá en su novela póstumaCentury'sEbb,con
Hemingway de personaje secundario). Pero para hacerse
una idea cabal de cómo fue esa ruptura habría que leerThe
Starched Blue Sky of Spain, en el que Josephine
Herbst rememora la fiesta de las Brigadas
Internacionales en la que se produjo el definitivo
enfrentamiento entre los dos novelistas... Está claro:
unas lecturas remiten a otras, y éstas a otras y a
otras...
Dorothy Parker
viajó a Valencia a comienzos de 1938 y desde allí
envió alNew
Yorkeruna
crónica en la que un soldado republicano se quejaba de
que su mujer ni siquiera tenía hilo con el que
remendar la ropa raída de sus hijos. Evidentemente, la
escritora norteamericana intentaba de ese modo
sensibilizar a la opinión pública de su país acerca de
las acuciantes necesidades de la España republicana.
En Hemingway y en Gellhorn y en los otros
corresponsales que precedieron a Dorothy Parker
resulta también perceptible ese afán por contribuir a
la victoria republicana: su trabajo como periodistas
es inseparable de su misión como propagandistas.
Para entender
este fenómeno basta con recordar cómo estaban las
cosas en 1936, con el fulgurante ascenso del nazismo
como tenebroso trasfondo histórico. Su creciente
expansionismo era observado con alarma por los
intelectuales de Europa y América. Ante una amenaza
como aquélla nadie podía quedarse cruzado de brazos, y
el estallido de la guerra en España se presentó como
la primera gran batalla que debía librarse contra el
fascismo internacional. Todos parecían de acuerdo en
que no había que escatimar esfuerzos para derrotarlo.
Eso explica la intensa oleada de solidaridad que desde
el primer momento concitó la causa republicana, una
solidaridad que se volvió apremiante cuando la Italia
fascista y la Alemania nazi salieron en apoyo de los
militares rebeldes mientras las potencias europeas se
desentendían de la suerte que pudiera correr la
desvalida República española.
En una situación
como ésa no puede extrañar que el compromiso de los
intelectuales con la República fuera con frecuencia
más allá del simple envío de crónicas. Ahí está el
ejemplo del propio Hemingway, que junto a otros
escritores fundó una productora con la que realizar el
documental de propagandaTierra
española,que
se esforzó por recaudar fondos para la causa, que en
su campaña contra la neutralidad estadounidense llegó
a reunirse con el presidente Roosevelt...
Ahí está también
el caso de André Malraux, sin duda uno de los
escritores que más tempranamente se movilizaron para
reclamar el apoyo internacional al régimen
republicano. Muy pocos días después de producirse la
rebelión militar, Malraux dedicaba su tiempo y
energías a comprar aviones y reclutar pilotos para
organizar una escuadrilla que debía consolidar la
hegemonía aérea republicana. El propio Malraux,
habilitado como coronel, acabaría dirigiendo
personalmente la Escuadrilla España (lo que no deja de
ser sorprendente, dado que lo desconocía todo sobre
aviación), y su versión de la contienda quedaría
inmortalizada en la novelaLa
esperanzay
la películaSierra
de Teruel,cuyo
rodaje se llevó a cabo cuando el avance de las tropas
nacionales se había vuelto ya imparable. Novelistas
convertidos en hombres de acción, sólo podría hacerse
una objeción al sincero y ardiente compromiso de
Hemingway y Malraux con la causa republicana: su
vanidosa y deliberada búsqueda de protagonismo, esa
afición suya a posar ante las cámaras fotográficas
como héroes de la libertad (motivo, por cierto, de la
inquina que mutuamente se profesaban). Pero entre los
escritores extranjeros que arriesgaron sus vidas por
la República española no faltaron los héroes puros que
en todo momento rehuyeron el exhibicionismo. Destacan
entre ellos los que renunciaron a utilizar sus armas
naturales, las palabras, para empuñar las otras armas,
las de verdad. Y, por supuesto, brilla con luz propia
la figura de George Orwell, quien, enHomenaje
a Cataluña,proporcionaría
un desapasionado y poco esperanzador recuento de sus
experiencias en España.
Otro de esos
escritores fue el alemán Gustav Regler. Éste, amigo de
Mijail Koltsov, viajó pronto a España, y en Albacete
se incorporó a las Brigadas Internacionales y fue
nombrado comisario político de la brigada del general
Lukács, nombre bajo el que se escondía la identidad de
otro escritor, el húngaro Mata Zalka, que había
publicado un libro de relatos y planeaba una novela
sobre la guerra española. Junto a Lukács, Regler
intervino en la batalla del Jarama, y particularmente
en la defensa del puente de Arganda, que inspiraría a
Hemingway uno de los episodios centrales dePor
quién doblan las campanas. Algo después Lukács y
él emprendieron un viaje en automóvil por tierras
aragonesas, y un bombardeo acabó con la vida del
general y causó gravísimas heridas al propio Regler,
quien pese a todo seguiría luchando por la República
hasta que la derrota se consumó.
Tampoco debe
caer en el olvido el nombre de John Cornford, poeta
inglés de veinte años que llegó a España como enviado
delNews Chronicley
no tardó en cambiar la máquina de escribir por la
ametralladora. Durante el verano del 36 peleó en el
frente de Huesca con las milicias del POUM, y en
septiembre tuvo que ser repatriado a causa deuna grave
enfermedad. Regresó en noviembre e, incorporado ahora
a las Brigadas Internacionales, participó en la
defensa de la Ciudad Universitaria madrileña y en los
combates en torno a la localidad andaluza de Lopera,
donde un disparo acabó con su vida. Ese mismo día
había cumplido veintiún años.
«De todas las
historias de la historia, sin duda la más triste es la
de España, porque termina mal», dice el conocido poema
de Jaime Gil de Biedma. La Guerra Civil fue una de
esas tristes historias de la historia, una de esas
historias de España que terminaron mal. Y sin embargo
habría terminado todavía peor si no hubiera sido por
aquellos hombres y mujeres que vinieron a participar
en aquella gran epopeya colectiva. Algunos dejaron
aquí su vida, otros sólo una parte, y ni siquiera esa
generosidad en el esfuerzo y el sacrificio bastó para
conseguir el propósito de salvar la República española
y, por ende, defender el mundo y la civilización
frente a la amenaza del fascismo. Pero, al menos, el
ejemplo que dieron de grandeza y solidaridad sirvió
para que las generaciones posteriores dispusieran de
nos cuantos motivos más para reconciliarse con su
propia condición de personas. Entre muchas otras cosas
estaba en juego la dignidad humana, y eso sí que pudo
ser salvado por aquel memorable ejército de novelistas
y poetas.
¿Es posible, en los
tiempos que vivimos, informar de un conflicto bélico
con objetividad e independencia? ¿Dispone el
periodista de medios para saber lo que ocurre? ¿Puede
acceder siquiera al escenario de los hechos? En
definitiva: ¿Tiene sentido, hoy, un corresponsal de
guerra? No nos toca, afortunadamente, responder a
estas preguntas sino retroceder a un tiempo en el que
sí lo tenía, a la edad de oro de los corresponsales en
el extranjero. La Guerra Civil española despertó un
sentimiento inmediato a favor o en contra de uno de
los contendientes y reunió a un buen número de
periodistas, escritores e intelectuales que ejercieron
de corresponsales. No hay otra guerra en los tiempos
modernos que haya provocado tan intensa emoción y tan
violentas parcialidades. La causa española fue la
causa de todos los pueblos. Se habló de «guerra santa»
y de «cruzada»; de «compromiso» y de «paraíso
proletario». Los que llegaron fueron conscientes
enseguida de que en tierra española se luchaba no sólo
por un bando, sino por las ideas, por los ideales.
A la llamada de
España acudieron varios centenares de periodistas o
voluntarios que ejercieron en algún momento tareas
informativas. Los grandes periódicos y revistas del
mundo enviaron a sus mejores profesionales a un
conflicto en el que se dilucidaba el modelo ideológico
y político que habría de ahormar un futuro que tan
incierto se presentaba a mediados de los años treinta.
Muy pocos quedaron al margen de uno de los dos bandos;
ninguno dejó de reflejar la tragedia española. Se
escribieron poemas, reportajes, folletos y novelas, se
rodaron películas, se tomaron fotografías y se
pintaron los horrores de la guerra. Corrieron, sin
duda, ríos de tinta.
La selección que
aquí presentamos no pretende destacar los artículos y
reportajes más conocidos escritos en España por los
corresponsales extranjeros, ni tampoco los más
verídicos o verosímiles; mucho menos los más
objetivos. Setenta años después del comienzo de la
Guerra Civil, cuando los historiadores han desvelado
la práctica totalidad de lo acontecido, interesa menos
la exactitud del dato del cronista que la intensidad
de su descripción y la frescura de su mirada directa a
los sucesos de España. Con ellos visitamos los
frentes, los hospitales y las escuelas; escuchamos a
los que sufren y a los héroes; sentimos el estallido
de las bombas y el llanto de los moribundos.
Pretendemos mostrar a través de una treintena de
crónicas —sin aditamentos, en su estado original— la
diversidad de enfoques y actitudes de los periodistas.
Hay frentes a los que acudió un ejército de
corresponsales y otros a los que no se les dejó
llegar. A partir del cerco de Madrid y con pocas
excepciones (Teruel), los informadores deben
conformarse con versiones oficiales y cobran
relevancia las historias de contenido humano. La
atención de la prensa internacional fue enorme entre
el estallido de la contienda y la primavera de 1937
(hasta el bombardeo de Guernica), pero la guerra
chino-japonesa, la lentitud del avance de Franco y la
ocupación nazi de Austria, en marzo de 1938, y
posteriormente de Checoslovaquia, eclipsaron las
noticias de España. En la antología hemos tenido que
dejar fuera algunos nombres importantes, fundamentales
porque nuestra intención era ofrecer las diferentes
caras de un poliedro que, en su conjunto, reflejase la
riqueza, variedad y calidad del trabajo desarrollado.
Más de las dos terceras partes de las crónicas están
escritas en el bando republicano y la mitad de ellas
en 1936; sólo hay tres mujeres. Es la proporción que
hemos considerado representativa: queríamos que el
poliedro fuera regular y nos permitiera asomarnos a lo
acontecido en las tierras de España como si lo
leyéramos en el periódico de ayer.
Hasta casi una
semana después de la rebelión del 18 de julio de 1936,
el mundo no tiene conciencia de que en España ha
estallado una guerra y no una asonada militar más, tan
frecuentes en nuestra historia reciente. Las noticias
de graves incidentes y numerosas víctimas en ambos
bandos muestran un país partido en dos que parece
estabilizarse enseguida y un Gobierno paralizado por
el estupor. A partir del 29 de julio se pone en marcha
el ejército de África, la única fuerza que se presenta
capaz de desequilibrar la balanza. En sólo una semana
y gracias a la fundamental ayuda alemana que
rápidamente había conseguido Franco, llegan a la
Península 1500 hombres en el primer «puente aéreo» de
la historia, más otros 2.500 en buques protegidos por
los cazas italianos. El 6 de agosto, a bordo de un
avión Douglas procedente de Tetuán, Franco aterriza en
Sevilla.
Aunque Mola es
el «director» del golpe tras la muerte en accidente de
Sanjurjo el 20 de julio, Franco es el hombre del
momento. En la capital andaluza, el excéntrico Queipo
de Llano, que ha llenado las calles de discursos y
carteles a su mayor gloria, es desplazado sin
contemplaciones por el general en jefe del ejército de
África, que llega para ocupar su sitio en la historia.
¿Pero quién es Franco y qué pretende?, se preguntan en
las redacciones de todo el mundo. El 8 de agosto,
después de atravesar los «salones magníficos» del
palacio de Yanduri, cuartel general de los nacionales
en Sevilla, Félix Correia, corresponsal delDiário
de Lisboa,entra
en el despacho del general. Le recibe de pie,
sonriente, optimista, en uniforme de campaña. Es un
hombre «de estatura normal, rostro afeitado y frente
alta». Cada hora que pasa, le dice, disminuyen las
posibilidades de resistencia del Gobierno de Madrid.
El ejército ha tenido que intervenir porque «estaba
preparada, para este mes de agosto, una revolución
social destructora y sangrienta». Desde 1931 España
vivía un progresivo proceso de desnacionalización y
desmembramiento. La razón del alzamiento es clara:
«Salvar a la patria del caos y de la vergüenza en el
que se encontraba y evitar la hecatombe que se
preparaba para estos días».
En la larga
lista de agravios del Gobierno que Franco enumera,
entre asesinatos de curas y monjas, señala queMundo
Obreropublicó
un retrato suyo a toda página con una leyenda que
incitaba al crimen: «Ave, César, ¡los que van a morir
te saludan!». De su revolución, explica, surgirá una
dictadura militar. ¿Larga o corta?, pregunta Correia.
«Su duración depende de la resistencia que encontremos
de parte de los organismos con funciones esenciales en
la nueva estructura de la nación española». A un
español que haya vivido la dictadura que duró cuarenta
años no le chocará el estilo ampuloso y retórico del
militar levantado en armas. Sobre todo cuando responde
a dos cuestiones candentes que le plantea el
periodista: la utilización de divisiones de marroquíes
(dice que son soldados de España) y la falta de unidad
en los símbolos de los rebeldes. A los pocos días
cambiará de criterio, pero de momento es rotundo: la
bandera es la tricolor y el himno oficial, el de
Riego.
No son las
primeras declaraciones a un periodista extranjero —a
Jay Allen, que aparecerá enseguida en este relato, le
había indicado en Tetuán a finales de julio que estaba
dispuesto a fusilar a media España, si fuera preciso,
para conseguir sus propósitos— pero sí la primera
exposición clara de motivos e intenciones después del
paso del ejército de África a la Península. La
entrevista, publicada el 10 de agosto en elDiário
de Lisboa,tuvo
gran repercusión internacional y fue reproducida en
Gran Bretaña por el dominicalNews
of the World,que
compró los derechos mundiales. Algún tiempo después,
una agencia de noticias londinense ofreció a Correia
un sustancioso contrato para que intercediera ante
Franco y consiguiese su versión de la guerra, pero el
periodista lo rechazó. Otros corresponsales
portugueses lograron hablar también con el líder de la
sublevación, como José Augusto, delDiário
de Noticias, con quien mantuvo una charla
informal, y Armando Boaventura, del mismo periódico, a
finales de 1936. A todos les manifestó su simpatía por
Salazar y el «estado novo». Félix Correira
(1901-1969), recogió esta entrevista y otros
reportajes escritos en España («Badajoz
reconquistada», «Bombardeo aéreo de Mérida») en su
libroQuem
vem lá? (Lisboa, 1940), que tiene una segunda
parte dedicada a ensalzar a la Alemania nazi e incluye
una entrevista con Hitler. Fue director de la revistaA
Esferay
ocupó diversos cargos en el sindicato de periodistas
bajo el régimen de Salazar. Ocasionalmente fue
corresponsal en Lisboa del diario madrileñoABC.
Es evidente que
los periodistas portugueses, al menos en los primeros
meses, gozaron en la España nacional de una situación
privilegiada, lo que no desmerece el trabajo eficaz,
hasta heroico en algunas ocasiones, de sus más
intrépidos reporteros. Es el caso de Leopoldo Nunes,
corresponsal deO
Século, que cubrió la resistencia de los mineros
de Riotinto, en Huelva. No dudó en pasarse a las
líneas enemigas y entrar en contacto con los mineros,
entre ellos un portugués, ni tampoco en colaborar a la
vuelta con Queipo de Llano e informarle de la
posición, número y armamento de los atrincherados.
Pero el periodista portugués más destacado fue sin
duda Mário Neves, que dio a conocer al mundo por
primera vez la represión de Badajoz.
Tal y como había
planeado Franco, el ejército de África avanzó hacia el
norte, en paralelo a la frontera portuguesa, con la
intención de unir las dos zonas nacionales y dirigirse
luego a Madrid. Al mando del coronel Yagüe, las tropas
se desplazaban en destacamentos de unos cien hombres
sin encontrar apenas resistencia: doscientos
kilómetros en sólo una semana. Los días 10 y 11 de
agosto se entabló batalla en Mérida. Salvado este
escollo, Yagüe se encontró en la disyuntiva de
continuar hacia Madrid lo más rápidamente posible o
dirigirse a Badajoz, donde se habían concentrado
muchos partidarios del Gobierno que huían del avance
del ejército africano y unos quinientos soldados a las
órdenes de Puigdengolas, un enérgico coronel que había
vencido la sublevación de Alcalá de Henares y
Guadalajara en los primeros días de la guerra. Yagüe
decidió atacar Badajoz. El 14 de agosto, bajo un sol
inclemente y el omnipresente hedor de la sangre, tuvo
lugar la batalla. Con presupuestos estratégicos de la
época de Napoleón, los legionarios intentaron escalar
las murallas de la ciudad hasta que lograron abrir una
brecha en la Puerta de la Trinidad. La conquista
continuó casa por casa, incluso dentro de la catedral,
donde también se combatió. La ciudad quedó cubierta de
cadáveres. A la mañana siguiente, se desató la
represión.
Ni a Leopoldo
Nunes ni a otros corresponsales que acompañaban a las
tropas nacionales les fue permitido llegar a Badajoz y
les hicieron volver a Mérida. La única forma de
acceder a la ciudad era desde Portugal, a través del
cercano e importante paso fronterizo de Elvas. El día
11 de agosto había llegado allí un joven corresponsal
delDiário
de Lisboa, Mário Neves (1912-1993), periodista
por tradición familiar, sin más experiencia hasta
entonces que la redacción de las noticias emanadas de
los ministerios. Desde la frontera de Caya, un puente
a pocos kilómetros de la capital extremeña, envía
varias crónicas en las que se hace eco del fragor de
la batalla y recoge el testimonio de los que huyen. A
las dos de la madrugada del día 15 y junto a dos
periodistas franceses, Marcel Dany, de la agencia
Havas, y Jacques Berthet, deLe
Temps, consigue cruzar la línea divisoria, pero
hasta las nueve y media de la mañana no logran subir a
un coche en el que recorrer los cinco kilómetros que
separan ambos puntos. «Soy el primer periodista
portugués que entra en Badajoz tras la caída de la
ciudad en poder de los rebeldes. Acabo de presenciar
tal espectáculo de desolación y de pavor que tardará
en borrarse de mis ojos”, comienza su crónica
publicada el mismo día 15 (Diário de Lisboaera
vespertino). Neves ve banderas blancas en casi todas
las ventanas y las calles destrozadas con un aspecto
desolador. En la plaza de toros, donde se concentraban
los camiones de las milicias populares, hay algunos
cadáveres y bombas que no han explotado, como en otros
lugares que recorre, entre ellos la catedral. El
cronista califica de «heroico» el ataque de los
legionarios, pero «la resistencia, en valentía y
tenacidad, ha estado a la altura del ataque», añade.
Al coronel Yagüe le preguntan los periodistas por los
fusilamientos y le dicen que se habla de dos mil. «No
deben ser tantos...», responde el oficial. A las 16:30
logra volver a Portugal y ponerse en comunicación con
su periódico. Suya fue, por tanto, la primera noticia:
«Estas notas redactadas nerviosamente, no conseguirán
dar una pálida idea del espectáculo que han visto mis
ojos...».
Al día
siguiente, domingo 16 de agosto de 1936,Le
PopulaireyLe
Temps, en primera página, yLe
FigaroyParis-soir,
en la página 3, publican la crónica del corresponsal
de Havas en la que denuncia ejecuciones en masa,
barrios enteros en llamas y un incalculable número de
víctimas, entre ellas mujeres, niños y ancianos: «La
sangre corre por las aceras. Por todas partes se
encuentran charcos coagulados». Berthet, por su parte,
escribe en su periódico que se mata por las calles y
que había presenciado «imágenes de un horror sombrío».
Neves vuelve a Badajoz y refleja sin lugar a dudas la
terrible represión que se está llevando a cabo. Se
refiere a «los fusilados de esta mañana»; a los
cadáveres pudriéndose al sol de agosto para que sirvan
de ejemplo y a la señal de la culata del fusil en el
hombro, que es el pasaporte a la muerte. «La justicia
militar prosigue con inflexible rigor», titula elDiário
de Lisboa.
Aunque coincide
en lo fundamental, esta crónica de Neves del día 16 es
más tibia que las de sus compañeros franceses y esa
supuesta divergencia fue una de las pruebas que los
propagandistas de Franco adujeron después para
descalificar lo que denominaron «leyenda de Badajoz».
Por eso la hemos elegido aquí, para que el lector
pueda comprobar que el periodista describe una ciudad
repleta de cadáveres. Es cierto que califica de
«infundado» el rumor de los numerosos fusilamientos en
la plaza de toros, pero también dice que «algunas
decenas de prisioneros aguardan allí su destino». Hay
que tener en cuenta que Neves, a diferencia de los
franceses, era un periodista de un país que apoyó
desde el primer momento y sin el menor género de dudas
el levantamiento militar español. Era consciente de
que rozaba los límites de la censura y la prueba está
en que su crónica del día 17 fue completamente
tachada. EnA
chacina de Badajoz(hay
traducción española:La
matanza de Badajoz,Salamanca,
1986) recuperó esta crónica no publicada, que
comenzaba así: «Voy a marcharme. Quiero dejar Badajoz,
cueste lo que cueste, lo más rápido posible y
prometiéndome solemnemente a mí mismo que no volveré
nunca».
El estremecedor
y honesto relato de Neves conmovió al corresponsal delChicago
TribuneJay
Allen (1900-1972), que se encontraba en Lisboa. Allen
era tal vez el corresponsal extranjero mejor informado
de España. Hablaba perfectamente español y había
cubierto la revolución de Asturias en 1934. Fue el
primero que logró hablar con Franco y uno de los
últimos que lo hizo con José Antonio, poco antes de su
fusilamiento. Gerald Brenan le describe como un hombre
emotivo y generoso que llegó a intimar con Largo
Caballero y Álvarez del Vayo. Constancia de la Mora,
que dirigió la Oficina de Prensa Extranjera durante la
guerra, le considera un «antiguo amigo» (Doble
esplendor,Madrid,
2004). Conocía bien Badajoz y allí se dirigió.
Según recogió en
su crónica, publicada enChicago
Tribuneel
30 de agosto, el día 23 de agosto dijo en el hotel que
se iba a Estoril para probar fortuna en la ruleta. Sin
embargo, fue a la plaza del Rocío, tomó un taxi,
recogió a un amigo portugués y ordenó al chófer: «A
Elvas». En un reportaje intenso y perfectamente
construido, posiblemente el más reproducido y para
muchos el mejor de los que se escribieron durante la
guerra, Allen describe los métodos de represión de los
vencedores y su connivencia con la policía portuguesa,
que detenía a los refugiados republicanos y los
devolvía a una muerte segura. Afirma que es el primer
periodista que llegó a Badajoz sabiendo lo que
buscaba, el «incómodo testigo de los acontecimientos».
Habían pasado nueve días desde la caída de la ciudad
y, en el tiempo de un periódico, es prácticamente una
historia vieja, escribe Allen: «Pero Badajoz es una de
esas malditas bolsas de verdad de las que tardaremos
en salir. Por eso no me importa en absoluto ir con
diez días de retraso, si a mi periódico tampoco le
importa».
La imagen del
sol abrasador, la sangre y la arena de la plaza de
toros (donde se ejecutó con una ametralladora montada
en la contrabarrera del toril a no menos de 1200
prisioneros) llamó la atención del mundo sobre la
cruenta confrontación civil que se había desatado en
España y galvanizó a la opinión internacional. En
cierta medida conformó lo que iba a ser la cobertura
de la Guerra Civil. Un periódico de Madrid, para
enardecer el ánimo de los defensores, habló de una
fiesta en la plaza de toros a la que asistieron las
fuerzas reaccionarias de la ciudad para contemplar el
fusilamiento masivo, lo que sirvió a los nacionales
para acusar a su enemigo de propaganda y negar matanza
alguna. Se escribieron folletos en Europa y América y
se manifestaron opiniones contrarias y apasionadas. Se
atacó a Allen porque la cifra de 4000 muertos de los
que hablaba no era verosímil y se adujo como prueba el
artículo de Neves, que no citaba las ejecuciones
masivas. Se habló de ética periodística y de la
llegada tardía del norteamericano. La polémica no se
ha apagado y, aunque parezca difícil de creer, todavía
hay quien discute la matanza de Badajoz. Con tal
revuelo parece que nadie hizo caso a John T. Whitaker,
deThe
New York Herald Tribune,que
preguntó poco después a Yagüe si era cierto lo que se
decía sobre las ejecuciones. «Por supuesto que los
matamos», contestó el coronel. «¿Suponía usted que iba
a dejar a 4000 rojos a mis espaldas teniendo mi
columna que avanzar a marchas forzadas? ¿Iba a
permitir que Badajoz volviese a ser rojo?».
La crónica llegó
por un tortuoso camino a Chicago, como explica una
nota previa del periódico, y tiene su propio
anecdotario, como la confusión de la ciudad de
Almendralejo con el nombre propio de una persona y
algunos otros errores de trascripción. En mayo de
1937, la entrevista de Allen con un aviador alemán
abatido contribuyó a confirmar la intervención germana
en Guernica. Por su parte, Neves se defendió como pudo
de una avalancha de acusaciones, mientras el régimen
de Salazar implantaba una férrea censura y sólo
permitió desde entonces alabar las gestas de Franco.
Llegó a ser director adjunto deDiário de Lisboay
siguió trabajando incansable en el periodismo. Por
fin, tras la «Revolución de los Claveles» de 1974, fue
nombrado primer embajador de Portugal en la URSS.
Había jurado no volver nunca a Badajoz, pero en mayo
de 1982 atendió a la invitación de una televisión
británica, Granada TV, y recorrió sus calles
nuevamente: «He aceptado venir aquí porque he creído
mi deber, como testigo de los hechos, el revelarlos.
Nos hemos encontrado en Badajoz a jóvenes que sabían
que habían ocurrido aquí cosas terribles, que sus
familias habían desaparecido, pero no sabían por qué.
Aquí está vuestra televisión y aquí estoy yo para
contar lo que ocurrió entonces. Este trágico recuerdo
no puede ser borrado».
Mientras el ejército de África, vencida la resistencia
de Badajoz, se dirige hacia Madrid, el mundo demanda
noticias de España. Crisis, comunicados
contradictorios, dimisiones y proclamas encendidas,
por parte de un Gobierno que ha desaprovechado su
superioridad inicial para aplastar la rebelión y
parece sumido en el desconcierto. Los partidos
políticos radicales y las organizaciones obreras, por
su parte, ven llegada la hora de la revolución y
reclaman el reparto de armas. En Barcelona, donde se
registran violentos enfrentamientos y el golpe es
neutralizado con virulencia, destaca la figura de un
líder llamado a convertirse en uno de los símbolos del
pueblo español en lucha y en un mito universal del
anarquismo. Nacido en León en 1898 y mecánico de
profesión, Buenaventura Durruti era partidario de las
técnicas revolucionarias e insurreccionales, un hombre
de acción más que de política. Diversas acciones
armadas —desde el asalto al Banco de España hasta un
atentado fallido contra Alfonso XIII— le condujeron a
un largo exilio por diferentes países, hasta su
regreso con la proclamación de la Segunda República.
Era uno de los principales líderes de la FAI, la rama
más revolucionaria del anarquismo español, cuando
estalló la guerra. Al grito de: «¡Adelante, hombres de
la CNT!» asaltó con su ejército de anarquistas el
cuartel de las Atarazanas, último reducto de los
militares golpistas en la ciudad condal. Su
llamamiento convocó a una columna de valor legendario.
A ella se adhirió un periodista que publicó una
entrevista con Durruti que con el paso de los años se
ha convertido en un texto fundamental para entender el
desarrollo de la guerra y los fundamentos del
anarquismo español.
Alertado por los acontecimientos, el 22 de julio había
llegado a Barcelona Pierre van Paassen (1895-1968)
procedente de Palestina, adonde —convencido sionista—
había acudido para estudiar sobre el terreno el
problema de los árabes y los judíos. De origen
holandés pero formado en Canadá y Estados Unidos, Van
Paassen, corresponsal para Europa delToronto
Daily Star, conocía bien España. Había cubierto
la proclamación de la República en 1931 y entrevistado
a Azaña. Posteriormente y enviado por la National
American News Agency (NANA), el mismo consorcio
periodístico que mandaría a Hemingway a España,
recorrió el país de norte a sur y de este a oeste para
estudiar las ocupaciones de tierras. Van Paassen era
de esa clase de periodistas errantes que desarrollan
su trabajo según su criterio y aceptan pocas
indicaciones de las lejanas redacciones. En 1928 había
entrevistado a Hitler paraThe
New York Worldy
en 1933 fue arrestado por los nazis. Como tantos otros
corresponsales que estuvieron en España, cubrió
también la guerra de Etiopía. Al día siguiente de su
llegada a Barcelona se vio envuelto en un fuego
cruzado entre milicianos y quintacolumnistas y terminó
lleno de cristales. Salió de Barcelona con la columna
de Durruti y en sus memorias,Days
of Our Years(Nueva
York, 1939), traza un retrato de aquellos hombres que
con una mezcla de júbilo, exaltación, desorganización
y precariedad se lanzaron a los caminos de España para
derrotar al fascismo y hacer la revolución. Estuvo con
ellos en el frente de Aragón y recuerda que muchos no
habían disparado nunca un fusil. Era una tropa alegre
que dormía y comía al raso discutiendo constantemente
lo que había que hacer en la nueva época de la
humanidad que acababa de comenzar.
Abel Paz y otros
muchos autores que le siguen, creen que la entrevista
que Durruti concedió a Van Paassen tuvo lugar en
Barcelona el 24 de julio, esto es, inmediatamente
antes de ponerse en marcha la columna hacia Aragón,
pero en el periódico comprobamos que está fechada en
Madrid el 5 de agosto, donde había llegado, en efecto,
el líder anarquista para entrevistarse con Largo
Caballero, recién nombrado presidente del Gobierno, e
intentar conseguir armas. La entrevista fue enviada
por avión a París y de allí cursada alToronto
Daily Star,que
la publicó el 18 de agosto. Es un plazo razonable que
elimina la distancia entre la conversación y su
publicación en prensa que extraña a Paz y hace
verosímil la afirmación del reportero de que a lo
lejos retumbaban los cañones. También a esta
entrevista pertenece la famosa respuesta de Durruti
sobre las ruinas que heredarán los anarquistas, datada
por Hugh Thomas con posterioridad y atribuida a otro
diario canadiense.
Van Paassen
describe a Durruti como un hombre alto, moreno, de
rostro despejado y rasgos morunos, hijo de un
campesino pobre, en el que llama la atención su
peculiar habla chispeante y gutural. Representa a una
organización sindical con dos millones de afiliados
sin cuya colaboración nada puede hacer la República.
La conversación entre ambos —más que entrevista, ya
que Van Paassen interviene y matiza las palabras del
—líder anarquista— es una exacta radiografía de los
fines, métodos y ambiciones de la revolución. «A donde
quiera que vayas» escribe el periodista, «es Durruti y
otra vez Durruti de quien se oye hablar como de un
hombre admirable». Cuando le pregunta si no teme que
no van a heredar más que un montón de ruinas, le
contesta que los trabajadores están acostumbrados a
vivir en la miseria y en las ruinas: «Llevamos un
nuevo mundo en nuestros corazones». Durruti insiste en
la necesidad de tomar Zaragoza y de salir al encuentro
del general Franco. Su intención es «aplastar al
fascismo para que no vuelva a levantar la cabeza». Es
una labor del pueblo, de los proletarios, de los
anarquistas. Setenta años después, la reflexión del
más famoso líder revolucionario español sigue
produciendo un escalofrío: «Ningún Gobierno en el
mundo lucha contra el fascismo hasta la muerte. Cuando
la burguesía ve que el poder se le escapa de las
manos, recurre al fascismo para mantenerse».
Durruti murió
unos meses después, el 20 de noviembre, en Madrid, en
circunstancias nunca del todo aclaradas, tras haber
perdido a buena parte de su columna en el frente más
expuesto y arriesgado de la capital y de la guerra. Su
entierro en Barcelona, al que asistieron cerca de
medio millón de personas, fue la mayor manifestación
de duelo que jamás se había producido en la ciudad.
Van Paassen, por su parte, volvió a Barcelona y
encontró una situación tranquila, comida abundante y
un ambiente alegre de camaradería universal donde
todos eran iguales y nada parecía tener precio: un
espejismo de la historia.
El inmenso cielo
azul de agosto bajo el que lucha la columna Durruti se
rompe de pronto y se dibuja el perfil de un avión, que
conduce el aviador más literario de la historia.
«Después de Lyon, he girado a la izquierda rumbo a los
Pirineos y a España», escribe Antoine de Saint-Exupéry
(1900-1944): «Ya estoy sobre los Pirineos. Aquí están
España y Figueras. Aquí la gente se mata. Lo más
extraño no es descubrir el incendio, las ruinas y las
muestras de aflicción de los hombres, lo más extraño
es que no se ve nada de esto». El piloto solitario
pasa por Gerona y aterriza en Barcelona, donde percibe
avenidas desiertas e iglesias devastadas que le
parecen intactas. «Salvo algunos edificios quemados y
algunos centenares de muertos en una población de 120
000 habitantes, ¿dónde están las hecatombes?», se
pregunta. Pasea tranquilamente por la Rambla cruzando
sin problemas las barricadas hasta que, sentado en el
café, descubre el drama que está ocurriendo cuando una
patrulla irrumpe de pronto y se lleva detenido a un
hombre acusado de fascista. «Sus dos manos, levantadas
por encima de la cabeza, semejaban las de un hombre
que se ahoga», escribe en el primero de sus reportajes
sobre la guerra de España, publicado enL’Intransigeantel
12 de agosto de 1936.
Cuando llega a
Barcelona, Saint-Exupéry es autor de varias obras de
éxito y, sobre todo, un experimentado piloto, pero
está pasando una mala racha. Su intento, a finales de
1935, de batir el récord de vuelo entre París y Saigón
terminó con un aterrizaje forzoso en el desierto de
Libia, de donde le rescatóin
extremisun
beduino (el episodio inspiraráEl
principito). Sus proyectos de conferencias y deraidsse
vienen abajo, sus deudas se acumulan y debe dejar su
apartamento para vivir en un hotel, del que también es
expulsado. L’Intransigeanthabía
sido un periódico de extrema derecha, pero con la
llegada del Frente Popular pretendía mostrarse más
moderado e incluso liberal, y manda a Saint-Exupéry
con este propósito. No era, para el autor, su primera
experiencia periodística ya que había escrito una
serie de reportajes sobre la URSS en 1935, por encargo
deParis-soir,
diario con el que volverá a España en 1937, esta vez a
Madrid (le encontraremos más adelante en el Hotel
Florida).
Barcelona es una ciudad controlada por los
anarquistas, apunta en el segundo de sus artículos de
este primer viaje, publicado el 13 de agosto: «Durante
mi paseo matutino les veo ocupados en mejorar sus
barricadas. Algunas son sencillos muros de adoquines,
otras son modélicas barricadas con dos parapetos. Echo
una ojeada por encima del muro. Están ahí. Han traído
los muebles de la casa de al lado y se preparan para
la Guerra Civil, aposentados en sillones de consejo de
administración...». Esta mirada impresionista que
revela una realidad abstracta dentro de un conflicto
lejano e inútil es la que nos ofrece el autor en su
visita a Barcelona. Asiste al embarque de las tropas
anarquistas y le sorprende el silencio, la falta de
uniformes, la ropa negra. No parece que se luche
contra un enemigo, dice, sino contra una epidemia; por
eso la guerra es tan terrible: «Se fusila más que se
combate». En su siguiente etapa, Saint-Exupéry
aterriza en Lérida, a 20 kilómetros del frente. No
existe una trinchera que separe adversarios, sino una
serie de pueblos amigos o rebeldes que cambian de la
noche a la mañana. Una trilladora trabaja por el pan
de los hombres y se desconoce de quién es la tierra
que recorre. Después de dos días por el frente no se
oye un tiro: «La frontera era como una puerta
abierta».
Por fin, en la
cuarta y última entrega de la serie, llega al frente y
describe la cara más cruenta de la guerra: «Aquí se
fusila como se tala árboles... y los hombres ya no se
respetan unos a otros», titulaL’Intransigeantdel
día 19 de agosto en su portada. Es la «España
ensangrentada», el absurdo de la muerte. A un buen
lector de Saint-Exupéry no se le escapará la imagen
con la que se cierra el breve fragmento de la primera
página: «Yo pensaba en esos desgraciados monos que se
ponen a bailar frente a la boa, en un desesperado
intento de enternecerla». El cronista se sumerge en la
guerra e incluso intercede por varios prisioneros y
logra salvar la vida, junto a un socialista francés,
de un fraile (al que los propios anarquistas felicitan
por haber sobrevivido y por su liberación), pero su
mirada es irremisiblemente fría y distante y regresa a
la soledad de su avión y a las alturas. En España,
reflexiona, hay comités que se adjudican el derecho a
depurar a cualquiera y luego cambian de criterio; en
España hay un general que al frente de sus marroquíes
condena a muchedumbres con la conciencia tranquila del
profeta que aplasta un cisma... «Por lo que a mí
respecta, me gustaría comprender a los hombres». Su
avión se pierde de vuelta en el horizonte.
Inesperadamente, el ejército de África giró hacia
Toledo para auxiliar a los sitiados en el Alcázar. Es
una de las decisiones más polémicas de Franco, que
consolidó su liderazgo entre los generales rebeldes,
pero a costa de dar tiempo a la capital para reforzar
su defensa. A Franco, al mando de la tropa
militarmente más competente sobre la Península, le
interesaba una guerra abierta y larga más que a nadie.
Cuando Kindelán le advirtió de que aquella operación
podría costarle Madrid, le contestó: «En toda guerra,
y más en las civiles, los factores espirituales
cuentan de modo extraordinario». El 23 de septiembre,
el general Varela partió hacia Toledo con la intención
de atacar la ciudad desde el norte.
Al comienzo de
la contienda, como en otros lugares en los que había
sido aplastada la rebelión, un reducido grupo de
partidarios del levantamiento se había atrincherado en
una fortificación militar, en este caso la Academia de
Infantería. Muy pocos eran cadetes, en contra de lo
que se dijo luego, pues la mayoría estaban de
vacaciones, pero se les unió un numeroso contingente
de guardias civiles procedente de los pueblos de
alrededor. En total, algo más de mil hombres, con unas
quinientas mujeres y niños y algunos rehenes de
izquierda, al mando del coronel Moscardó, comandante
militar de la plaza. El sitio del Alcázar comenzó
enseguida y el Gobierno republicano, ante una
resistencia que duraba ya dos meses, cometió la
torpeza de convocar a los corresponsales extranjeros
para que asistieran en directo al asalto final. Hugh
Thomas asegura que Henry Buckley y Lord St. Oswald le
confirmaron personalmente que estuvieron allí. Podemos
añadir a Louis Delaprée y a Mijail Koltsov. Se evacuó
a la población civil de la ciudad y se colocaron minas
en las torres, que provocaron una tremenda explosión y
convirtieron buena parte del fortín en un montón de
escombros, pero los sitiados resistieron. Visiblemente
alterado acudió a Toledo el presidente del Gobierno,
Largo Caballero, que insistió en que el Alcázar tenía
que caer antes de veinticuatro horas.
Las tropas
nacionales, mientras tanto, ya se dirigían hacia allí.
El 26 de septiembre Varela cortó las comunicaciones de
Toledo con Madrid, y a la mañana siguiente los
defensores pudieron vislumbrar en las colinas del
norte a los soldados del ejército liberador. Algunos
milicianos les hicieron frente con coraje, pero la
mayoría se retiró hacia Aranjuez. La represión, de
nuevo, fue colosal, y se volvió a hablar de ríos de
sangre por las calles. Conquistada la plaza, Moscardó
se cuadró ante Varela y pronunció su frase para la
historia, repetida al día siguiente ante Franco y
numerosos periodistas: «Sin novedad en el Alcázar».
Uno de esos
periodistas era Harold G. Cardozo (1888-1961),
corresponsal delDaily
Mailde
Londres y autor de una obra imprescindible para
entender la evolución del ejército de África:The
March of a Nation(Nueva
York, 1937). Tocado con boina negra y un gran gabán,
como posa en las fotografías de su libro, Cardozo
había sido uno de los primeros corresponsales
acreditados con Franco, y no creemos pecar de
exagerados si añadimos que de los más entusiastas.
Estuvo en todos los puntos candentes: Badajoz, Toledo,
Madrid, Guernica... y mantenía relaciones cordiales
con Varela y con Mola. La prensa británica, como la
opinión política y pública del país, se hallaba
dividida ante el conflicto. Había periódicos que
defendían abiertamente la causa republicana, comoNews
ChronicleyManchester
Guardian, y otros que intentaban mantener la
neutralidad, caso deThe
TimesyThe
Daily Telegraph;a
favor de los nacionales estabanThe
Observery,
sobre todo,Daily
Mail,introductor
del periodismo popular en el Reino Unido y propiedad
de lord Rothermere, que había apoyado a los fascistas
de Mosley. Cardozo, para algunos autores pronacionales
«el mejor corresponsal extranjero en la guerra de
España» (Crónica del a Guerra Civil española,
tomo II, Buenos Aires, 1966), escribió una reportaje
en el que justificaba la actuación de los legionarios
en Badajoz, aunque reconocía que «mataron todo lo que
se les puso por delante». En sus crónicas narra con
enorme viveza el avance de los soldados, con los que
comparte penurias y sacrificios. En su libro refiere
las dificultades para el desempeño de su trabajo (en
alguna ocasión tuvo que mandar el mismo despacho por
dos rutas distintas para asegurar su llegada a
Londres) y evoca a otros dos corresponsales que le
acompañaron esos días y junto a los que contó al mundo
la gesta del Alcázar: H. R. Knickerbocker, que
escribía para el grupo de periódicos de Hearst (muy
proclive a Franco), y Reynolds Packard, de la agencia
United Press.
ElDaily
Mailpublicó
el 30 de septiembre con un gran titular «La primera
historia completa del sitio», y añadía: «De labios de
los heroicos defensores». El corresponsal narra el
emotivo episodio de la conversación telefónica entre
Moscardó y su hijo, prisionero de los republicanos.
Las autoridades «rojas» amenazaron con matarle si no
se rendía la plaza. «Te ordeno, en nombre de Dios, que
grites ¡Viva España! y ¡Viva Cristo Rey! y que mueras
como un héroe. Tu padre nunca se rendirá”, dijo el
coronel. «Se entendió que el muchacho había sido
ejecutado casi inmediatamente», añade, cauto, Cardozo.
El periodista sigue el relato que le ofrece un
teniente de artillería, cuya poblada barba oscura y
ojos hundidos daban testimonio de las diez semanas de
lucha y tensión. Sacrificaron para alimentarse 124
caballos y mulas, carecían de luz eléctrica, y durante
el sitio nacieron dos niños. Otros muchos detalles va
desgranando el periodista en su apasionado relato, que
incluye la completa relación de los proyectiles y
bombas que soportó el Alcázar. La crónica salió en
coche con un correo directamente hasta Hendaya y desde
allí fue trasmitida por teléfono a Londres.
Los sucesos del
Alcázar, como un mes antes los de Badajoz, alcanzaron
una extraordinaria repercusión mundial, con la
diferencia de que en este caso los militares rebeldes
sabían perfectamente lo que buscaban. Reseñar siquiera
la infinidad de publicaciones que niegan o defienden,
completan o matizan desde entonces estas primeras
recreaciones de los hechos, desbordaría los límites y
las pretensiones de estas líneas. Baste mencionar el
libro de Herbert L. Matthews, corresponsal deThe
New York Timesque
pronto aparecerá en nuestro relato, en el que discute
la existencia misma de la famosa conversación, aunque
posteriormente rectificó. Hoy nadie duda que tuviera
lugar, aunque el fusilamiento del hijo de Moscardó se
produjo un mes después y no como consecuencia directa
del chantaje. Nadie duda tampoco que la defensa fue
verdaderamente heroica. El Alcázar se convirtió en el
símbolo del levantamiento militar, a Moscardó se le
comparó con Isaac y Guzmán el Bueno, y Cardozo se
consagró como corresponsal. En su libro de memoriasMi
siglo(Madrid,
1999), Günter Grass recuerda que de niño, en Danzig,
jugaba en el recreo a defender el Alcázar de Toledo,
que los rojos atacaban inútilmente. Uno hacía de
Moscardó, otro de su hijo y a Grass le tocaba el papel
de comisario rojo. Todo terminaba con la victoria de
los nacionales y el famoso «Sin novedad en el
Alcázar».
Franco, por su
parte, fue elegido Jefe del Gobierno del Estado poco
después, y desde entonces nadie puso en cuestión su
autoridad. En una entrevista concedida con motivo del
Día de la Raza (fue publicada el 12 de octubre) aLa
Nación,de
Buenos Aires, la primera después de su nombramiento,
el militar se refiere a la «epopeya» y asegura que el
Alcázar «ha sentado los cimientos morales de nuestro
futuro imperio». La entrevista la firma Javier E.
Yndart [Indart] (1890-1966), un perito mercantil
irunés con gran vocación de periodista que colaboró en
numerosas revistas y periódicos, entre ellos varios
diarios extranjeros, comoThe
Daily Telegraph.
Con Franco entró
también en la fortaleza toledana un cronista elegante,
minucioso, un auténtico estilista al que los militares
rebeldes, conscientes de su fama de primera pluma
periodística, habían puesto un coche a su disposición
con una bandera portuguesa. En el tercero de sus
viajes por la España en guerra, Artur Portela
(1901-1959), corresponsal delDiário
de Lisboa,fue el primero en llegar a
Talavera y el único que pudo relatar la conquista, sin
ocultar la dureza empleada por el ejército de África.
Su estilo, que desata al llegar al Alcázar, recuerda
los cuadros de pintura romántica que evocan el
patriotismo y el sacrificio como valores supremos. No
sólo los vivos, afirma, defendieron la plaza, también
los muertos, «las sombras vetustas de las
tradiciones»; no en vano la espada de Carlos V «quedó
intacta». El niño nacido durante el asedio «comió el
pan mojado con el agua lustral del heroísmo» e incluso
las mujeres empuñaron los fusiles de los moribundos.
La prosa de Portela podía resultar vetusta incluso a
los lectores de la época, acostumbrados ya al relato
periodístico, pero no lo era para los militares que se
levantaron el 18 de julio, encantados con el tono de
los reportajes. En Larache, varias unidades militares
desfilaron ante Portela. En su cuarto viaje —recogió
sus peripecias en el volumenNas
Trincheiras de Espanha(Lisboa,
1937)— asiste al avance sobre Madrid: Getafe en llamas
(Geoffrey Cox tendrá esta misma visión desde el lado
republicano), Cuatro Vientos minado de bombas, fuego
artillero en Alcorcón y por fin la Casa de Campo,
donde el cronista posa tranquilo a pesar de que la
foto «está tirada bajo un terrible bombardeo y en
medio del crepitar enervante de las ametralladoras».
Hemos seleccionado la crónica de la llegada de Portela
al derruido Cerro de los Ángeles, donde los
republicanos fusilaron al «Corazón de Jesús» en una de
esas acciones absurdas, crueles e inútiles tan comunes
de la Guerra Civil española.
Del otro lado, la relativa calma en la que había
vivido la capital desde el asalto al cuartel de la
Montaña en el mes de julio se rompió en octubre con el
sonido perceptible de la artillería rebelde y los
bombardeos de los Junkers alemanes. El Gobierno había
intentado infructuosamente conseguir armas y apoyos,
pero las potencias democráticas se habían decantado
hacia la no intervención. Sólo contaba con la ayuda,
entusiasta aunque testimonial, de México, y la
colaboración de los rusos, tema polémico, polarizado y
en buena parte desconocido hasta la apertura de los
archivos de la URSS en los últimos años. Por
diferentes razones, Stalin tardó en decidirse (en
contra del apoyo inmediato a Franco de Hitler y
Mussolini) y cuando lo hizo fue con cuentagotas para
evitar una súbita ventaja republicana que los alemanes
habrían interpretado como una provocación. A pesar de
las dudas y de que la primera ayuda militar no entra
en combate hasta el mes de octubre, los soviéticos
fueron conscientes enseguida de que estaba en juego
algo más que un cambio de Gobierno y de que España
podía ser, según la famosa consigna comunista, «la
tumba del fascismo». Muy pronto, el 8 de agosto, llegó
Mijail Koltsov, al que siguieron los cineastas Roman
Karmen y Boris Makaseev. Tres semanas más tarde se
proyectaban en Moscú imágenes sobre la guerra española
y se leían las crónicas en los periódicos.
Mijail Koltsov
(1898-1942) era mucho más que un periodista. Enrolado
a los veinte años en el Ejército Rojo, viajó por Asia
y Europa y se especializó en grandes reportajes
internacionales, que publicaba enPravda,órgano
oficial de los comunistas soviéticos, al que estuvo
ligado toda su vida profesional. Fundó publicaciones y
dirigió la famosa revista satíricaKrokodil.
En 1931 estuvo en Madrid entrevistándose con Azaña,
ante el que intercedió en favor del partido comunista
de España. Koltsov era, además de periodista, un
agitador político y, según se dijo, «los ojos de
Stalin», al que informaba directamente. Su
intervención en la guerra trasciende el papel del
corresponsal, aunque ni mucho menos lo anula, ya que
era un reportero hondo e incisivo al que seguían miles
de lectores. «La España que nos presenta no es un
cliché, y uno se pregunta si existen, aun en países no
totalitarios, muchos trabajos como éste, que den una
impresión tan real de las cosas»,
escribe Aldo Garosci (Los intelectuales y la
guerra de España,Madrid,
1981).
Koltsov analizó
las causas de la pérdida de Badajoz, empuñó las armas
en uno de los intentos fallidos de la toma del
Alcázar, escribió tratados de táctica militar,
intervino tal vez decisivamente en los sucesos de
Paracuellos y representó a la URSS en el II Congreso
de Escritores de Valencia, organizado por la Alianza
Internacional de Intelectuales Antifascistas. Arturo
Barea, enLa
forja de un rebelde,lo
pinta como un hombre joven, de facciones enérgicas,
gafas de concha y pelo castaño que acusa, colérico, de
sabotaje a los que habían permitido que se filtraran
noticias cuando el Gobierno salió hacia Valencia. En
noviembre de 1937, después de quince intensos meses en
España, volvió a su país. Con sus características
gafas redondas, pequeño, nervioso, ágil de cuerpo y
mente, inspiró a Hemingway el personaje de Karpov enPor
quién doblan las campanas. «Un periodista
soviético ha de ser partícipe en la historia sobre la
que escribe»,
aseguró enDiario
de la guerra española,cuyo
primer volumen se publicó en 1938. No tuvo ocasión de
ver publicada su obra íntegra. En 1942, tras su
misterioso paso por Checoslovaquia, desapareció en una
de las purgas de Stalin.
Tras la salida
del Gobierno a Valencia a comienzos de noviembre, los
corresponsales extranjeros destacados en Madrid
estaban convencidos de que la entrada de Franco en la
capital era inminente. Edward H. Knoblaugh (Corresponsal
en España,Madrid,
1967) recordó que cruzaron apuestas sobre cuándo se
produciría y dieciocho de los diecinueve presentes
sostuvieron que en el plazo máximo de cinco semanas.
Sólo uno de ellos, Jan Yindrich, de United Press, dijo
que no entrarían «nunca»,
aunque matizó luego que no había pretendido más que
animar la conversación. A diferencia del grupo
posterior, que se estableció en el Hotel Florida, los
periodistas tenían entonces su base de operaciones en
el Hotel Gran Vía, justo enfrente del edificio de la
Telefónica. «El restaurante del Hotel Gran Vía y otro
restaurante vasco cercano a la Puerta del Sol surtía a
los aviadores extranjeros, a los comisarios políticos
y a los corresponsales»,
rememora Knoblaugh, director de la agencia Associated
Press en Madrid: «Además de esto, los corresponsales
extranjeros teníamos almacenadas grandes cantidades de
víveres enlatados a los que podíamos recurrir en caso
de total asedio».
Entre los periodistas se encontraba Geoffrey Cox
(1910), un joven reportero que había llegado la última
semana de octubre para sustituir a su compañero Denis
Weaver, hecho prisionero en zona nacional y a punto de
ser fusilado. «El servicio de noticias sin rival delNews
Chronicledesde España no se verá perjudicado por
esta desgracia. Otro corresponsal ya está en camino
hacia Madrid»,
informaba el periódico el 27 de octubre. Setenta años
después, en febrero de 2006, mantuvimos una
interesantísima charla con él en su retiro de
Gloucestershire (oeste de Inglaterra) en la que
ofreció un relato vivo e intenso de los informadores
en España. A ella remitimos para recrear estas
jornadas; aquí vamos sólo a presentar sus crónicas,
siguiendo sobre todo a Martin Minchom (edición e
introducción aLa
defensa de Madrid,de
Geoffrey Cox; Madrid, 2005), que nos allanó, además,
el camino para llegar al último de los grandes
corresponsales extranjeros de la Guerra Civil
española.
Geoffrey Cox llegó, por tanto, para cubrir la caída de
Madrid, aunque antes, en París, se había encontrado
con Jay Allen y le había sorprendido diciéndole que la
capital resistiría. Con un fotógrafo alemán exiliado
que le acompañaba, casi pierde la vida en su primera
visita al frente el 30 de octubre. Su aspecto era
impecable y los milicianos le confundieron con un
enemigo y le llevaron ante Líster, que reaccionó con
una carcajada y les ofreció una cerveza. Madrid era
una ciudad sumida en la tensa calma que precede a las
catástrofes. Cox, en sus primeras crónicas, explica
que se levantaban barricadas y que enseguida
comenzaron los bombardeos. Iniciadas las hostilidades,
la visita al frente de Getafe, el 4 de noviembre, era
uno de los recuerdos imborrables de su vida
profesional, rememoró setenta años después. En la
crónica publicada en elNews
Chronicleel 7 de noviembre, afirma que la
situación es «sumamente crítica».
El punto álgido fue la salida del Gobierno en pleno
hacia Valencia. Cox llama a su periódico y pregunta si
se va también o se queda. Hay que tener en cuenta que
elChronicleera
el periódico británico que más claramente se decantaba
hacia la causa republicana y la entrada de los
militares rebeldes le habría causado, cuanto menos,
enormes incomodidades si no unos meses de cárcel. Pero
su redactor jefe le dijo que se quedara porque allí
estaba la noticia.
Es entonces
cuando Cox asiste de verdad a la guerra, que observa
desde la torre de la Telefónica y otros lugares
estratégicos junto a su amigo inseparable Henry
Buckley (corresponsal deThe
Daily Telegraph), y cuando se produce la noticia
que da la vuelta al mundo: Madrid resiste. Sus
crónicas, reelaboradas luego en su libroDefence
of Madrid(Londres,
1937), son un relato palpitante de aquellos días
heroicos. «Franco todavía no está en Madrid»,
titula elChronicleel
11 de noviembre. Registra las primeras intervenciones
de las Brigadas Internacionales, la llegada de
columnas anarquistas, el regreso de Largo Caballero,
los combates en el Clínico... Escritas al hilo de los
acontecimientos, muestran claramente que, en contra de
algunas interpretaciones posteriores, Franco hizo lo
posible por entrar en Madrid y utilizó todos los
medios a su alcance. Entre ellos, los gases y las
bombas incendiarias alemanas. Martin Minchom, a partir
de una información de Cox publicada el 3 de diciembre
en la que se habla de que cinco miembros de las
Brigadas Internacionales estaban hospitalizados por la
inhalación de gases, recaba información de este
aspecto poco conocido y concluye que es posible que se
utilizasen gases, aunque posiblemente de forma
ocasional y experimental, dado sobre todo el trazado
zigzagueante y urbano del frente. El 5 de diciembre,
en la crónica que hemos elegido, denuncia el uso de
bombas incendiarias de fabricación alemana en Madrid y
destaca el papel en la defensa del general Kléber, al
que más adelante aludiremos, además de referir algunas
acciones de elementos de la Quinta Columna (ya era de
uso el término). Su estilo es conciso, pues Cox
siempre quiso distanciarse de los periodistas que se
colocaban por delante de sus informaciones, y su
relato, ágil y pródigo en datos. El periódico de este
día parece consagrar su gran trabajo publicando su
fotografía. Había llegado un mes antes como solución
de urgencia y regresó unos meses después a Londres
convertido en uno de los mejores corresponsales de la
guerra de España.
El polaco
Ksawery Pruszyński (1907-1950) también fue testigo
excepcional de la resistencia de Madrid. Entró a
España por Barcelona y después de recorrer Valencia y
Almería se trasladó a la capital para alojarse, cómo
no, en el Hotel Gran Vía.Wiadomosci Literackie(‘Noticias
Literarias’) era una revista fundada en 1924 por un
judío asimilado que la derecha consideraba demasiado
progresista y cosmopolita. En los años treinta fue la
primera publicación polaca en ofrecer reportajes de
carácter social y político, y por sus páginas pasaron
los mejores escritores de la época: un espacio de
libertad inusitado en una Europa central dominada por
las dictaduras. Las crónicas de Pruszyński son
equilibradas, objetivas, ligeramente moralistas pero
muy pendientes siempre del lado humano de la noticia.
Arturo Barea
explica la organización del trabajo en el edificio de
la Telefónica: «Los periodistas tenían su propia sala
de trabajo en el piso cuarto, escribían sus
informaciones en duplicado y las sometían al censor.
Una copia se devolvía al corresponsal, sellada y
visada, y la otra se mandaba a la sala de
conferencias, con el ordenanza. Cuando se establecía
la comunicación telefónica con París o Londres, el
corresponsal leía en alta voz su despacho, mientras
otro censor sentado a su lado escuchaba y, a la vez, a
través de micrófonos, oía la conversación accidental
que pudiera cruzarse. Un conmutador le permitía cortar
instantáneamente la conferencia».
Las condiciones de trabajo de Pruszyński fueron
especialmente difíciles. Una nota de su revista da
cuenta de que las crónicas están llegando de forma
intermitente y desordenada y de que el censor en
lengua polaca se había ido con el Gobierno a Valencia,
por lo que el enviado especial había tenido que enviar
su último despacho en francés. En la crónica que
reproducimos describe inmejorablemente el ambiente de
los periodistas: el edificio de la Telefónica, las
colas para llamar a París y a Londres y, sobre todo,
el método para recabar información sobre el bombardeo
al palacio del duque de Alba. «España siempre fascinó
a la gente de mi generación. Desde los comienzos de la
Guerra Civil, que fue el prefacio de la gran tragedia
de toda Europa. El escritor polaco Ksawery Pruszyński
escribió entonces un excelente libro en el que dio
constancia de ese dramático conflicto que son las
razones repartidas entre dos bandos»,
anotó el escritor, periodista y fundador de
Solidaridad Adam Michnik en referencia aWczerwonej
Hiszpanii(En
la España roja), publicado en 1939, donde Pruszyński
recoge su trabajo como corresponsal en España.
La intervención
de las Brigadas Internacionales —a cuya entrada en
combate alude Cox y se referirá Pruszyński en su
siguiente crónica— es posiblemente el episodio que más
expectación levantó en la prensa de todo el mundo y el
que dio definitivamente a la guerra de España su
dimensión universal. No sólo por el reportaje, casi
obligado, que todos los corresponsales hicieron de sus
compatriotas brigadistas, sino por la intensidad del
drama de muchos jóvenes extranjeros que dejaron su
vida en la contienda. Barea, el mejor cronista del
«otro lado» de los corresponsales durante estos días,
se refiere al ofrecimiento que le hizo el escritor
alemán Gustav Regler para llevar a los periodistas al
cuartel general de las Brigadas y hacer que Kléber los
recibiera. Aquello llenaría las primeras planas:
«Habíamos echado a rodar la bola».
Hay una inmensa bibliografía del tema, que sigue
creciendo cada día, así como asociaciones de
veteranos, encuentros anuales en campos de batalla,
páginas web para reunir a antiguos combatientes o para
rendirles homenaje... De las muchas crónicas que se
escribieron sobre las Brigadas Internacionales (Barea
señala las de Delmer, delDaily
Express, y Delaprée, delParis-soir),
hay una que alcanzó enorme repercusión, escrita,
además, por uno de los grandes corresponsales en
España.
Herbert L.
Matthews (1900-1977), corresponsal deThe
New York Times, llegó a Madrid a primeros de
diciembre. «Era el lugar donde había que estar»,
escribió enTwo
Wars and More to Come(Nueva
York, 1938): «Se había convertido en el centro del
universo, aunque en aquel momento no era consciente de
ello. Lo que sí sabía es que la gran noticia era
Madrid».
Neoyorquino, «larguirucho» (como lo definió Martha
Gellhorn) y graduado en la Universidad de Columbia,
Matthews había ascendido uno a uno todos los escalones
delTimeshasta
terminar en Abisinia en 1935, como tantos otros
enviados especiales a España. Con el trabajo de
Matthews, el diario norteamericano sienta las bases de
la mejor cobertura de la Guerra Civil en la prensa
internacional: informaciones propias, directas y
contrastadas (en la medida de lo posible) y, sobre
todo, un corresponsal en cada zona y en cada lugar en
el que se producía la noticia. «La importancia que dioThe
New York Timesa
la Guerra Civil española reflejó la intensa
preocupación mundial que produjo la contienda»,
escribe Gabriel Jackson enLa
Guerra Civil española. Antología de los principales
cronistas de guerra americanos en España(Barcelona,
1984), que recoge una selección de artículos del
diario neoyorquino.
Matthews no era un profesional que se conformara con
los comunicados oficiales, sino que se implicaba a
fondo en su trabajo. En una de sus crónicas da cuenta
de la presión de Franco sobre varios puntos con el
objetivo de cortar la carretera entre la capital y
Valencia. Hay rumores en las semanas posteriores de
que la comunicación había sido finalmente
interrumpida, por lo que el corresponsal —con Irving
Pflaum, de la agencia United Press— se sube a un taxi,
viaja hasta Valencia, comprueba que el camino sigue
expedito y envía a su periódico información de primera
mano. En las últimas fases de la batalla del Ebro,
cansado de la estabilidad del frente, cruza el río en
una barcaza con Hemingway y Buckley para entrevistar a
Líster. Barea recuerda que en una ocasión, junto a la
crónica, Matthews le alargó una cuenta que quería
pasar a su editor que incluía gastos por el
tratamiento de los sabañones. Para demostrarle que
aquello no era una clave, le mostró las úlceras de los
dedos y señaló «un sabañón púrpura descaradamente
instalado en la punta de su nariz melancólica».
No era cómoda la vida de los corresponsales.
El 3 de enero de
1937,The
New York Times Magazinepublica
un amplio reportaje profusamente ilustrado que lleva
por título «Combatientes autónomos de Madrid»:
«Hoy se está librando en suelo español una guerra
entre guerras»,
comienza Matthews, y cita las guerras contra el
fascismo, las civiles en Alemania e Italia, las del
proletariado en todos los lugares... En España «se ha
puesto en marcha algo que va a dejar una huella
profunda en las próximas generaciones. En la
actualidad no se puede cometer un error mayor que
considerar esta lucha como un simple conflicto
localizado». Para comprender lo que está pasando, un
buen camino es considerar a los hombres «que han
venido de los cuatro rincones de la tierra a luchar
por sus ideales»Comienza
con Emil Kléber, comunista austriaco de vida novelesca
cuyo arrojo, astucia e inteligencia habían salvado a
Madrid del fascismo. Es ésta una de las principales
mitificaciones del famoso general, en realidad un
judío húngaro oficial del ejército bolchevique (la
propaganda se ocupó de camuflar la presencia soviética
en las Brigadas Internacionales) que terminó siendo
ejecutado por Stalin en una purga. La entrada en
combate de la XI Brigada Internacional tuvo un
poderoso efecto en la población de Madrid y Kléber, a
su mando, fue convertido en héroe, ensalzado por
Rafael Alberti (que le dedicó una oda) y canonizado
por Matthews, pero el reverso de la fama llegó pronto,
y pasó al ostracismo e incluso dio nombre al «kleberismo»
(que denominaba la actitud de los que se apropiaban de
la gloria en detrimento de los españoles). El
reportaje contiene también el perfil de otros
brigadistas: el italiano Picciardi, el escritor alemán
Gustav Regler; el sobrino de Churchill, Esmond Romilly,
y el francés André Malraux. A todos les une que odian
el fascismo. Esta crónica, afirma Varela Gomes (Guerra
de Espanha,Lisboa,
1987), «hizo más por la gloria del legendario cuerpo
de los voluntarios internacionales que sus propios
méritos en combate».
Incansable, melancólico, quejándose de sus neuralgias,
su figura desgarbada se hizo habitual en los
escenarios de la guerra junto a Hemingway, al que a
menudo orientaba en las informaciones (hay rasgos
suyos en Robert Jordan, protagonista dePor
quién doblan las campanas). Matthews personifica,
además, el debate del periodista entre objetividad y
compromiso tan característico de la guerra española.
Consideraba «una estupidez absoluta» la pretensión de
algunos corresponsales de estar libres de prejuicios y
añadía que el lector puede exigir que se le
proporcionen todos los datos en torno a un hecho, pero
no que el redactor esté de acuerdo con él. Barea, que
le oyó discutir con su diario y amenazar con dimitir
si se matizaban sus referencias a la intervención
italiana, asegura que triunfó en el enfrentamiento.
«Los buenos periodistas»,
decía, «deben escribir con el corazón y con el
cerebro» (The Education of a Correspondent,Nueva
York, 1946). Después de España se fue a Roma y luego
dirigió la oficina en Londres deThe
New York Times. Precisamente su compromiso
—escribió algunos libros casi propagandísticos (The
Yoke and the rrows,Nueva
York, 1957), fue amigo de Fidel Castro— y los nuevos
tiempos le fueron apartando de la primera línea del
periodismo norteamericano de la que sin duda era
merecedor.
Muchos
corresponsales extranjeros en la Guerra Civil han
reflexionado de una u otra forma sobre los límites de
su trabajo. Con frecuencia se refieren a la censura de
los dos bandos: intermitente, desordenada y en
ocasiones fácil de burlar, en el caso republicano; más
sólida en su planteamiento y compensada además con la
posibilidad de confirmar sobre el terreno victoria
tras victoria, en el nacional. Pero lo más frecuente
es que las restricciones, advertencias y consignas
fueran impuestas por las propias redacciones, como
acabamos de comprobar con Matthews y veremos enseguida
en Guernica. Para todos estaba en juego mucho más que
un cambio político en España. Si Matthews representa
al profesional comprometido, el francés Louis Delaprée
(1902-1936) es el mejor ejemplo del corresponsal que
lucha contra los límites que quiere imponer el
periódico.
Con una tirada
de 1 700000 ejemplares,Paris-soirera
entonces el diario de mayor difusión de Francia, muy
por encima deL’Intransigeant,que
alcanzaba sólo los 200 000. Enviado porParis-soiry
uno de los primeros en llegar a España había sido
Bertrand de Jouvenal, miembro de unas de las mejores
familias de Francia, al que perseguía la leyenda de
que había sido introducido en los secretos del amor
cuando apenas era un adolescente por Colette, segunda
mujer de su padre (y autora del detallado relato de
los hechos). Luego él introdujo en los secretos del
amor a una jovencita norteamericana ingenua e
idealista que recaló en París y está a punto de llegar
a España, Martha Gellhorn, y habría sido el padre de
su hijo si ésta no hubiera decidido volver a Estados
Unidos y abortar. Martha, de la que al parecer estaba
enamorado Matthews, acabó en la cama de Hemingway,
pero sin que John Dos Passos lo supiera porque era muy
amigo de la todavía mujer de éste, aunque una noche de
bombardeo parece que se descubrió el pastel delante de
otro testigo, Antoine de Saint-Exupéry, que había
llegado a la guerra de España por segunda vez, enviado
en esta ocasión porParis-soir,
el mismo periódico que contrató a Bertrand de Jouvenal
al comienzo de las hostilidades...
Pero volvamos al
periodismo antes de que los enredos de latribunos
lleven demasiado lejos. Al tiempo que Jouvenal y
dentro de la gran cobertura deParis-soir(hasta
35 enviados especiales enumera François Fontaine:La
Guerre d’Espagne, París, 2003) llegó Louis
Delaprée. Arturo Barea, que hizo amistad con él, le
describe como un hombre de una gran cultura,
aficionado a la literatura, de cara pálida y con una
bufanda rojiza al cuello. Cox añade a su aspecto un
sombrero de fieltro gris y le recuerda exaltado,
intentando convencer a todos de que su periódico no
era fascista y que sólo intentaba dar noticias
exactas. «Odio la política, como usted sabe, pero soy
un hombre liberal y un humanista»,
dijo a Barea. Fue testigo del sitio del Alcázar y uno
de los primeros en escribir el reportaje sobre Kléber
y las Brigadas Internacionales. Contrató a la
austriaca Ilsa Kulcsar, futura mujer de Barea, hasta
que esta pasó a trabajar en la censura española. No
cabe duda de que era un gran periodista, bien
informado y minucioso en su trabajo, muy impresionado
siempre por el horror de la guerra. En una de sus
crónicas afirma que hasta el 19 de noviembre, en las
tres semanas que Madrid llevaba siendo objeto de
intensos bombardeos, habían muerto 2000 civiles, y
añade: «¡Oh, vieja Europa, siempre tan ocupada con tus
pequeños juegos y tus graves intrigas! ¡Dios quiera
que toda esta sangre no te ahogue!».En
nuestra antología recogemos la última crónica de
Delaprée —no de las enviadas sino de las publicadas
por su periódico—, en la que se refiere a los ataques
y contraataques de la Ciudad Universitaria y contiene
un patético llamamiento a la evacuación de la
población civil.
En la mañana del
8 de diciembre, el avión en el que volvía a París fue
abatido —por fuego republicano— y tuvo que realizar
un aterrizaje de emergencia en Pastrana. Delaprée
resultó herido y murió al cabo de unos días. Su cuerpo
fue trasladado a París, donde el Gobierno francés le
concedió la legión de honor y organizó un solemne
entierro. Poco despuésL’Humanitédio
a conocer un mensaje que había escrito antes de salir
de Madrid (gracias a la copia con la que se quedaba la
censura española) y que transcribe Cox en su libro:
«Ustedes no han publicado la mitad de mis artículos.
Tienen derecho, pero me imaginaba que, por amistad, me
habrían ahorrado un trabajo inútil. Durante tres
semanas me he levantado a las cinco de la mañana para
darles noticias para sus primeras ediciones. Me han
hecho trabajar para la papelera. Gracias. Cojo un
avión el domingo salvo que encuentre el sino de Guy de
Traversay, lo que sería una buena cosa, ¿no es
verdad?, así tendrían ustedes también su propio
mártir. Mientras tanto no enviaré nada más. No merece
la pena. La masacre de cientos de niños españoles es
menos interesante que un suspiro de Mrs. Simpson»
(divorciada norteamericana por la que Eduardo VIII,
rey de Inglaterra, renunció al trono). Un año después
de su muerte se editóEl
martirio de Madrid, en el que se recogen las
crónicas que publicó enParis-soir,
las que no pasaron la censura y las partes, bastante
numerosas, que el periódico tachó. Martin Minchom
afirma que se suprimieron referencias a aspectos
militares, como la confusión entre gubernamentales y
rebeldes en la Ciudad Universitaria, la mención a la
falta de recursos para evacuar a mujeres, niños y
ancianos, y, en ocasiones, se retrasó la publicación
de las crónicas, con la consiguiente pérdida de
actualidad.
En su último
mensaje, Delaprée se refiere a de Traversay, un
reportero deL’Intransigeantque
murió en Mallorca y al que su periódico derechista
convirtió en un mártir. Por su parte, el partido
comunista francés convirtió en héroe a Delaprée. La
fotógrafa alemana Gerda Taro falleció aplastada por un
tanque en la batalla de Brunete y su compañero Robert
Capa le rindió homenaje en una célebre fotografía.
Veremos más adelante que tres periodistas que iban con
Kim Philby encontraron la muerte cerca de Teruel. No
es fácil saber el número de corresponsales muertos en
España. Edward Knoblaugh habla de «unos doce de
distintas nacionalidades»,
pero es muy posible que fueran más. En ocasiones la
frontera entre el informador y el soldado es difusa.
José Mario Armero (España fue noticia,
Madrid, 1976) se refiere a Mathieu Corman,
corresponsal belga que cubrió el avance sobre Teruel
con una granada en la mano izquierda y una pistola en
la derecha. Ludwig Renn, Louis Fischer y John Cornford,
descendiente de Charles Darwin, también dejaron la
pluma por la espada. En Estados Unidos, el caso más
célebre y comentado en la prensa fue el de Jim Lardner,
que llegó como corresponsal delHerald
Tribunepero
se enroló en las Brigadas Internacionales poco
después. Hemingway y Matthews no pudieron convencerle
de que desistiera de su idea. Desapareció en combate y
al cabo de varias semanas identificaron su cadáver por
la acreditación de periodista. La carta en la que
explica a su madre los motivos de su alistamiento,
fechada en Barcelona en mayo de 1938, es
sobrecogedora.
Milagrosamente salvó la vida Arthur Koestler
(1905-1983), comunista húngaro que se había infiltrado
en la España nacional como corresponsal de prensa. Fue
descubierto al llegar a Sevilla, pero logró huir a
Gibraltar y Luis Bolín, jefe de Prensa de Franco que
le había facilitado una entrevista con Queipo de
Llano, juró matarle personalmente. Después de no pocas
peripecias, Koestler apareció en Málaga en enero de
1937 y allí fue testigo de la rendición de la ciudad y
de la terrible represión. «Un hombre estaba corriendo
escaleras arriba como un conejo»,
escribe Bolín (España. Los años vitales,
Madrid, 1967): «Le di el alto. Cuando se volvió hacia
mí reconocí a Arthur Koestler, el periodista que había
desaparecido de Sevilla el verano anterior después de
presentarse a nosotros como enviado especial delNews
Chronicle, diario izquierdista de Londres. De los
dos, el más sorprendido puede que fuese yo, el más
asustado él, y no sin razón, porque le estaba
apuntando con una pistola del nueve largo».
No apretó el gatillo, sin embargo, y aunque fue
condenado a muerte, tres meses después Koestler fue
canjeado por la esposa de un capitán detenida en el
bando republicano, gracias a las presiones de la
prensa anglosajona. En una nota publicada el 15 de
febrero de 1937,News
Chronicleinforma
de que Koestler ha sido indultado y agradece la
solidaridad de todos los compañeros de la profesión.
La experiencia mística que el corresponsal vivió en la
prisión malagueña le inspiró una de las obras
fundamentales escritas en la Guerra Civil,Spanish
Testament.
Los lunes eran
día de mercado en Guernica, una pequeña población a
diez kilómetros del mar considerada como la patria de
las libertades vascas. Ante su famoso roble, los reyes
castellanos o sus representantes juraban respetar los
fueros vascos. La mañana del lunes 26 de abril
acudieron a la plaza de Guernica agricultores y
ganaderos de la región, a pesar de que el frente se
encontraba sólo a una treintena de kilómetros. El
general Mola había iniciado un mes antes la campaña
definitiva para la conquista del País Vasco con la
siguiente amenaza: «Si no hay una rendición inmediata,
arrasaré toda Vizcaya, empezando por las industrias de
guerra. Tengo medios para hacerlo».
A las cuatro y media de la tarde, el repicar de las
campanas anunció que se acercaban aviones. Ya había
habido alguna incursión aérea, pero Guernica no había
sufrido nunca un bombardeo. Los Heinkel 111 de la
Legión Cóndor bombardearon intensamente la ciudad y
luego se dedicaron a ametrallar a la población que
huía despavorida, sin tiempo de llegar a los refugios.
Verdaderas oleadas de aviones aparecían cada veinte
minutos, dejando caer bombas de 500 kilos; después,
nuevas incursiones soltaban bombas incendiarias. Hubo
más de 1600 víctimas, entre muertos y heridos, y la
ciudad quedó derruida, aunque el roble permaneció
intacto.
Dos periodistas
viajaban aquella tarde hacia Guernica: George L. Steer
(1909-1944), corresponsal deThe
Times, y Christopher Holme, de la agencia
británica Reuter. Detuvieron su coche y vieron con
claridad a los aviones alemanes, que arrojaron bombas
sobre ellos y también intentaron ametrallarles durante
unos quince minutos. Lograron regresar a Bilbao.
Cuando cesó el bombardeo volvieron a Guernica con
otros reporteros: Nöel Monks, delDaily
Express, y Mathieu Corman, deCe Soir. No
había muchos más informadores en la zona porque el
País Vasco había quedado aislado del resto del
territorio de la República, y su misión era cubrir el
bloqueo marítimo de Bilbao, que había sido violado por
la armada británica. Monks publicó en su periódico el
28 de abril que no había visto nada más horrible que
aquella ciudad en llamas y Steer trazó un relato
exacto, contenido y riguroso de la mayor atrocidad de
la Guerra Civil española: «Por su ejecución y el grado
de destrucción perpetrado, el bombardeo de Guernica no
tiene parangón en la historia militar. Guernica no era
un objetivo militar».
Curiosamente, en los dos primeros días nadie puso en
duda esta versión, pero la indignación fue creciendo
de tal modo en el mundo y las imágenes eran tan
atroces, que los militares rebeldes optaron por
desmentir el bombardeo y llevaron allí a un grupo de
periodistas para explicarles que la destrucción
principal había sido debida a los incendiarios vascos.
El embajador alemán en Londres, Von Ribbentrop, exigió
una rectificación y amenazó casi con la guerra.The
Timeshabía
hecho todo lo posible por minimizar las crónicas: su
valoración y titulación contrasta con la misma
información del mismo corresponsal y el mismo día
publicada en Nueva York. Incluso en un editorial del 5
de mayo llegó a afirmar que era posible que parte de
la destrucción hubiera sido obra de incendiarios,
aunque no se podía negar que habían caído bombas. «Sin
duda les ha molestado la primera crónica de Steer
sobre Guernica»,
anotó el entonces director de la edición londinense,
Geoffrey Dawson, «pero la veracidad de los hechos no
ha sido desmentida y nosotros no hemos intentado
recalcar ni remachar el tema».
El régimen de
Franco negó siempre el bombardeo de Guernica a pesar
de las pruebas abrumadoras. En su libroThe
Tree of Guernika(Londres,
1938), Steer afirma: «La destrucción de Guernica no
fue sólo un espectáculo horrible para los que la
presenciamos, fue además el objeto de la más
gigantesca y absurda mentira que jamás escucharon
oídos cristianos desde que Ananías fue conducido con
los pies por delante a un horno ardiente».
Pablo Picasso, que había recibido el encargo de pintar
un mural para el pabellón español de la feria mundial
de París, hizo universal el horror de Guernica con la
obra que comenzó a pintar cuando leyó la noticia.
Sudafricano de nacimiento y alumno de Winchester,
Steer había cubierto paraThe
Timesla
guerra de Abisinia, de donde fue expulsado por los
italianos (Evelyn Waugh enScoop[Merienda
de negros], traza un divertido relato de
estas peripecias). El periódico le prestó poca ayuda
en la intensa polvareda que se levantó en todo el
mundo a propósito de Guernica. Poco a poco dejó de
escribir y se enroló en el ejército británico. Murió
combatiendo contra los japoneses, en 1944, cuando
contaba sólo 35 años de edad. A su muerte, el diario
londinense publicó una breve necrológica en la que no
se mencionaba Guernica, la gran noticia de la guerra
que Steer se empeñó en contar al mundo. Decía
escuetamente: «Fue nombrado corresponsal especial deThe
Timesen
España cuando hizo furor la Guerra Civil».
La crónica se estudia en las escuelas de periodismo.
«Me resulta
difícil describir ahora España en aquella lejana
primavera»,
escribió en sus memorias Ilya Ehrenburg (1891-1967),
«pasé en ella no más de dos semanas, y luego la vi
durante dos años ensangrentada, martirizada, vi
pesadillas de guerra que no soñó ni Goya».
La mirada de Ehrenburg es siempre trascendente y sus
crónicas son un grito desgarrado que escarba en la
desolación en busca de la esperanza. Después de que la
guerra mostrara su verdadera faz en Guernica,
Ehrenburg entra en España, visita ciudades y frentes,
vuelve a París y regresa al poco tiempo para asistir
al II Congreso de Escritores de Valencia, celebrado en
julio de 1937, en el que participaron o al que se
adhirieron autores como André Malraux, Alexei Tolstoi,
Tristan Tzara, Stephen Spender, Ernest Hemingway,
Mijail Koltsov, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Octavio
Paz, Rafael Alberti, Antonio Machado, Miguel
Hernández, José Bergamín, Emilio Prados, Manuel
Altolaguirre y un largo etcétera. Conocía bien España,
había escrito sobre la dictadura de Primo de Rivera y
sobre la revolución de Asturias. Le interesaban la
cultura, Goya y Cervantes, y estudió español para leer
los versos del Arcipreste de Hita. El periódicoIzvestiale
mandó a la guerra, y sus crónicas, recogidas en el
volumenCorresponsal
en España(Barcelona,
1998), son un ejemplo de percepción profunda del drama
que se desarrolla ante sus ojos. Regresó en varias
ocasiones, buscando siempre el testimonio directo, la
reflexión capaz de explicar por qué pasan las cosas. A
diferencia de su compatriota Koltsov, Ehrenburg no era
un hombre de acción, sino un literato que en sus
crónicas bebe con los campesinos, denuncia el uso de
rehenes en el Alcázar, discute con Durruti, cantaLa
Internacionaly
se entusiasma con los brigadistas: «Algún día, uno de
los héroes supervivientes escribirá, con lágrimas en
los ojos, un libro deslumbrante sobre el coraje y la
fraternidad. Será la historia de las Brigadas
Internacionales. Escribo estas líneas sentado en un
camión. He olvidado lo que es una mesa, un tintero».
Tuvo más suerte que el corresponsal dePravday
se salvó, no sin problemas, de las purgas
estalinistas. En su crónica «Primavera en España»
observa la vulnerabilidad de las casas de Madrid,
expuestas a las miradas de los curiosos, sin paredes,
al borde del derrumbe. A pesar de todo, la ciudad se
ve sorprendida por la irrupción de la primavera. Junto
a los cañones, cantan los pájaros: es la época de su
amor fugaz. Una criatura ha nacido mientras retumban
los cañones y aúllan las sirenas. «Jamás hubiese
creído que había tantos héroes en el mundo», escribe
Ehrenburg.
La primavera de
1937, en Barcelona, se tiñó de sangre. A finales de
abril estalló la tensión tanto tiempo acumulada entre
comunistas y anarquistas y se sucedieron una serie de
incidentes que desembocaron en una guerra dentro de la
guerra. En el centro de la ciudad la lucha se
intensificó en los primeros días de mayo, sobre todo
en torno al edificio de la Telefónica de la plaza de
Cataluña, que controlaban los anarquistas. Lo que
sucedió esos días marcó la trayectoria literaria y
humana de un joven escritor que había llegado a la
ciudad condal el día después de Navidad de 1936.
Eric Blair, que
utilizaba el seudónimo literario de George Orwell
(1903-1950), se sintió asqueado y culpabilizado por la
política colonial británica después de cinco años de
servicio en Birmania y regresó a Europa con la firme
convicción de convertirse en escritor y denunciar la
explotación y la injusticia, siguiendo la estela de
los reportajes sociales de Jack London. Anduvo por
París y Londres disfrazado de vagabundo, husmeó en las
minas inglesas para denunciar las condiciones de vida
de los trabajadores hasta que se apuntó a la guerra de
España, donde acudió con la idea de escribir artículos
para los periódicos. Aunque su intención primera fue
engrosar las filas comunistas, terminó alistándose en
el POUM y estuvo en el frente de Aragón entre enero y
abril de 1937. Regresó a Barcelona con un permiso para
encontrarse con su mujer, cuando empezaban los
enfrentamientos callejeros. Todavía Orwell no es
consciente, pero se ha abierto una brecha entre dos
concepciones de la revolución. Diez días después una
bala perdida le atraviesa el cuello y le deja una
cuerda vocal inutilizada. Ramón Fernández Jurado, su
compañero de habitación en el hospital, dirá que era
«un tipo antipático».
Mientras tanto, Andreu Nin, líder del POUM, es
secuestrado —será asesinado poco después en Madrid—,
el partido declarado ilegal y sus líderes
encarcelados. Orwell, con su esposa y otros dos
ingleses, logra salir de Barcelona.
Su libroHomenaje
a Cataluña, publicado en 1938, forma parte de la
memoria de la guerra de España y es una rotunda y
valiente denuncia del estalinismo y de los regímenes
totalitarios, un sentimiento que cristalizará en obras
posteriores comoRebelión en la granja y 1984.
Pero antes Orwell escribió un artículo para la revistaNew
English Weeklyen
dos entregas: «Spilling the Spanish Beans»,
el germen de lo que será elHomenaje...,
que estaba entonces redactando. El autor muestra en
este artículo su sentimiento de fraternidad con las
víctimas de la represión comunista y critica la
deformación de los acontecimientos que ofrecen los
periódicos de izquierdas. Señala también el carácter
contrarrevolucionario del comunismo español y la
contradicción en la que éste cae al unirse a los
capitalistas para combatir el fascismo mientras
reprime a los revolucionarios. Orwell denuncia a la
prensa, pero desde la prensa, y seguirá vinculado a
ella toda su vida con sus trabajos para la BBC y como
director literario delHerald
Tribune.
Para llegar a
España, Martha Gellhorn (1908-1998) tuvo que dejarse
la piel. Tras no poca insistencia, había conseguido
una carta que la identificaba como enviada especial de
la revistaCollier’s,una
publicación inspirada en elNew
Dealde
Roosevelt que, bajo la dirección de Bill Chenery,
había cosechado en poco tiempo un resonante éxito, al
que no era ajeno su impecable factura. La revista le
proporcionó la carta, pero Martha, para pagarse el
pasaje, aceptó la bien remunerada propuesta deVoguey
escribió un reportaje sobre «los problemas de belleza
en la mediana edad».
Aunque estaba lejos aún de la mediana edad —tenía sólo
27 años— no tuvo inconveniente en experimentar en
carne propia el milagroso tratamiento que exfoliaba la
primera capa de piel y descubría otras «más frescas».
Años después, confesó a una amiga que aquel mejunje le
arruinó la piel, pero le condujo a España. No era,
desde luego, mujer que se arredrada fácilmente:
«Estudié un mapa, cogí un tren, me bajé en la estación
más cercana a la frontera hispano-andorrana, recorrí
la escasa distancia que mediaba entre los dos países y
subí a otro tren de viejos vagones fríos y pequeños
llenos de soldados de la República española que
volvían a Barcelona después de un permiso».
Hija del único
ginecólogo de Saint Louis y de una luchadora por los
derechos civiles, Martha recibió una formación
progresista y liberal, estudió literatura inglesa y se
fue a vivir a París con la «generación perdida» hasta
que cayó en los brazos del primer hombre de su vida,
Bertrand de Jouvenal. Gran amiga de Eleanor Roosevelt,
formaba parte del entorno gubernamental decidido a
sacar al país de la crisis cuando, a finales de 1936,
conoció al segundo hombre de su vida, Ernest Hemingway,
acodado en el bar Sloppy Joe’s de Cayo Oeste.
Hemingway —Hem, para los amigos— comentó que las
piernas de aquella chica arrancaban de sus hombros, y
ella le habló de compromiso y de la guerra de España.
Cuando Martha planteó la posibilidad de ir juntos, el
«glorioso ídolo», como le definió, le repuso que no
era posible, pero tal negativa no varió un ápice sus
planes.
Martha Gellhorn
describe Barcelona como una ciudad «luminosa y alegre»
abarrotada de milicianos con toda clase de uniformes y
armas en la que no se paga por nada y todos parecen
hermanos: «A los muchos que no han experimentado esta
sensación, siquiera un instante, puedo decirles que es
lo más maravilloso que puede suceder». Deja a los dos
días Barcelona —cuyo sueño anarquista está a punto de
quebrarse— y en Valencia encuentra a Sidney Franklin,
un rubio torero norteamericano protegido de Hemingway
y secretario de todos —«un alegre estúpido» le
bautizaron las víboras de la prensa— que había ido a
por provisiones. Viaja con él a Madrid, a donde llega
el 27 de marzo de 1937. Encuentra una ciudad fría,
enorme, envuelta en la más absoluta oscuridad y por la
que se avanza con cuidado atendiendo a los ruidos que
encogen el corazón. En el Hotel Florida están losmuchachos,
los «extranjeros de la prensa», entre los que se
adelanta Hem: «Sabía que vendrías». Según Caroline
Moorehead, biógrafa de la Gellhorn (Martha
Gellhorn, Barcelona, 2004), a los pocos días, en
la habitación 109, entre el rumor de los bombardeos y
el trajín de la multitud que pululaba por el hotel,
consumaron su relación. Después de la guerra Martha se
convirtió en su tercera mujer y en la coprotagonista
(con otro nombre) deLa
quinta columna,la única pieza teatral de
Hemingway, en la que recrea la vida del mítico hotel
de la Plaza de Callao, hoy ocupado por unos grandes
almacenes de nombre inglés.
Entre putas,
humo y comisarios políticos que entran y salen, el
Hotel Florida era un hervidero de periodistas y
visitantes extranjeros, de voces y pasiones desatadas
donde podía encontrase casi de todo menos información
fidedigna. En la habitación de Sefton Delmer (gran
amigo de Barea), corresponsal delDaily
Expressque
parecía «un obispo inglés», se bebíawhiskyy
cerveza a cualquier hora con laQuinta
Sinfoníade
Beethoven de fondo. Soldados, poetas, aventureros de
todas las razas y nacionalidades se dejan caer por el
único lugar de Madrid, según se dice, donde es posible
darse una ducha con agua caliente. El actor Errol
Flynn hace una aparición espectacular por el hotel en
busca de publicidad. Saint-Exupéry reparte pomelos.
Hemingway monta en cólera porque han desaparecido de
su armario dos botes de mermelada. Matthews quiere
mudarse a un lugar más tranquilo, aunque hay quien
dice que se va porque Martha, que le daba masajes en
la cabeza, no le hace caso. El alemán Gustav Regler y
otros jefes de las Brigadas Internacionales cuentan la
evolución de las operaciones a quien quiere
escucharles. De allí a la Telefónica y a los bares
que, como Chicote, siguen abiertos y servirán de
escenario a los grandes escritores que acudieron a la
llamada de España.
Martha es autora
de un libro sobre la Depresión de cierto éxito y de
algunos artículos, pero no se considera corresponsal
de guerra. Sostiene que no sabe nada de operaciones
militares ni de lo que en realidad está pasando y que
sólo si fuera testigo de algo extraordinario tendría
tema para escribir un artículo. Fue Hemingway —al que
Martha, después de una tormentosa separación, se
refiere sólo como «un amigo periodista»— quien
intenta convencerla: «A quién podría interesarle,
pregunté yo; no era más que la vida cotidiana. Él me
hizo ver que aquella no era la vida cotidiana de todo
el mundo» (The Face of War, Londres, 1959).
Se decidió: «Envié aCollier’smi
primer artículo sobre Madrid, sin esperar que lo
publicaran; pero yo tenía aquella carta, y conocía la
dirección de la revista.Collier’saceptó
mi artículo, y después del siguiente puso mi nombre
junto al del resto de la plantilla. Me enteré por
casualidad. Si estaba en plantilla, no había duda de
que yo era corresponsal de guerra. Y así empezó todo»
.
Su primera
crónica, «Only the Shells Whine» («Sólo gimen los
obuses»), publicada el 17 de julio de 1937, ya muestra
sus extraordinarias dotes de periodista. La
descripción del sonido de los obuses cayendo, la
interminable espera, la apariencia de normalidad que
intenta alcanzar una ciudad sitiada, el café que
vuelve a abrir después de que por la mañana murieran
tres hombres... Refugiarse no conduce a nada, y los
limpiabotas esperan clientes en la plaza Mayor. El
portero resiste en la zona de Madrid más castigada
porque espera para sus hijos una vida mejor; el
hospital se improvisa en el Hotel Palace; a Chicote,
tan lleno como siempre, se accede por una calle que es
tierra de nadie. Martha Gellhorn lleva al lector de la
mano por una ciudad sin pánico, sin histeria, sin
odio, resignada a su destino fatal. Había captado la
guerra y ya no dejaría de contarla. Desde entonces, no
hubo escenario bélico al que no acudiera. Estuvo en
China a comienzos de los años cuarenta y entró en
Dachau con las tropas aliadas; cubrió tanto el
conflicto árabe-israelí como el del Vietnam. Con 81
años viajó a Panamá para ver lo que ocurría con las
tropas estadounidenses. Vicente Molina Foix contó en
un artículo que conoció en Madrid a una Martha
Gellhorn de 82 años «humorística, aguda, hermosa en su
ancianidad». Cenaron con Juan Benet y Javier Marías y,
al terminar, quiso seguir la velada y propuso ir a
tomar una copa. Cuando oyó el nombre de Chicote
preguntó: «Is it still there?». Cerraron el bar a las
tres de la madrugada.
Por aquellos
días, en un Hispano-Suizo y procedente de Valencia,
llegó también al Florida John Dos Passos (1896-1970),
uno de los escritores norteamericanos del momento,
portada deTimea
comienzos de agosto de 1936, para envidia de Hemingway.
No venía como corresponsal de guerra sino para
localizar los exteriores de la película documentalSpanish
Earth(Tierra española),
una iniciativa que había puesto en marcha junto a
Lillian Hellman y Hemingway, entre otros, con la
intención de influir en el presidente Roosevelt y en
la opinión pública estadounidense en favor de la
República. La película iba a ser dirigida por el
comunista holandés Joris Ivens, y enseguida habían
surgido discrepancias entre los dos guionistas, ya que
Hemingway quería mostrar la evolución militar de las
campañas mientras Dos Passos se decantaba por reflejar
la vida cotidiana. La vieja amistad entre ambos
terminó de quebrarse en España y el detonante fue el
llamado «caso Robles», del que se ha ocupado en un
libro reciente Ignacio Martínez de Pisón (Enterrar
a los muertos, Barcelona, 2005). Traductor deManhattan
Transferal
español y amigo de Dos Passos desde hacía veinte años,
José Robles desapareció sin dejar rastro después de
ser detenido por los servicios secretos soviéticos. Al
comienzo de la guerra se había puesto
incondicionalmente al servicio de la República, y
trabajaba como traductor en el Ministerio de la Guerra
y en la embajada de la URSS en Valencia. Una
inoportuna y tal vez involuntaria indiscreción, o
simplemente una represalia ejemplar hacia quien no
comulgaba con los comunistas, le costaron la vida,
ante el silencio general o las medias palabras con las
que se topó Dos Passos cuando se interesó por su
suerte. Josephine Herbst fue testigo del
enfrentamiento a mediados de abril entre Hemingway y
Dos Passos a propósito de Robles. Para el primero, un
caso aislado, incluso la vida de un hombre, no podía
hacer tambalear la causa de la República; el segundo,
horrorizado por los métodos comunistas y la
connivencia general ante semejante crimen, salió de
Madrid a los pocos días y ni siquiera figura en los
títulos de crédito de la película de Ivens.
Pero Dos Passos
escribe y reflexiona paseando por Madrid y su crónica,
publicada enEsquireunos
meses después, es una certera recreación de la ciudad
sitiada, del sinsentido de la guerra. Se despierta con
el cuello tenso y con el estruendo de las bombas,
entre los periodistas que comparten pomelos e intentan
hacer café. Recorre las calles de la ciudad que
conoció años antes y evoca el edificio de la
Telefónica, tan neoyorquino, el destruido cuartel de
la Montaña, la extraña mirada de don Quijote y Sancho
en la plaza de España, la librería que permanece
abierta, la puerta acristalada que, abierta, se vuelca
al frente... Visita trincheras, habla con soldados y
se fija en el rostro de los brigadistas. Alude a la
visita esa noche de «un grupo de pelucones
parlamentarios británicos» (una delegación de damas
británicas, encabezada por la duquesa de Atholl), al
que atiende un agotado Arturo Barea. Se han comido
todo lo que había y los corresponsales
norteamericanos, hartos dewhisky,protestan.
Vuelve al hotel: «Al desvestirme en mi tranquilo y
limpio cuarto con luz eléctrica, agua caliente y baño,
yo no podía menos que sentir una especie de temor
reverente ante la gente de esta ciudad». Una noche,
posiblemente la del 17 de abril de 1937, cayó un obús
y entre la polvareda, los cascotes y las prostitutas
que gritan y corren por los pasillos, se cruzaron en
elhalltres
corresponsales irrepetibles: Antoine de Saint-Exupéry,
con una impecable bata de satén azul; John Dos Passos,
con batín corto de cuadros escoceses, y Martha
Gellhorn, que se había echado el abrigo encima del
pijama y salía de la habitación de Hemingway.
Hay una
fotografía, tomada el 14 de julio de 1936, que muestra
a los comensales de la cena de amistad anglo-alemana
ofrecida en honor de la hija del káiser, la duquesa de
Brunswick. Entre las personalidades británicas que, en
mesas presididas por esvásticas, manifestaron su
solidaridad con la causa nazi, se puede atisbar, al
fondo, la cabeza de un joven que permanece atento.
HaroldKimPhilby
(1912-1988) completaba así una apariencia de evolución
política que supuestamente le habría llevado de los
planteamientos comunistas de su juventud hasta el
fascismo en versión británica. Estaba en el lugar
oportuno en el momento preciso y cuatro días más tarde
estalló la guerra de España. Philby trabajaba entonces
en laReview
of Reviewsresumiendo
artículos de manera anodina y aprendiendo a la vez el
oficio. Comenzó a colaborar en la revista de la
Sociedad Anglo-Germana hasta que, en febrero de 1937,
llegó a la España de Franco, en la que permaneció
hasta el final de la guerra. No traía más que una
indefinida conexión conThe
Times,al
que envió una serie de artículos, consiguiendo que le
publicaran alguno de ellos. En mayo de 1937 sustituyó
al corresponsal hasta entonces, James Holburn, y
regresó unos días a Londres para recibir
instrucciones. Philby sabía que, desde la Primera
Guerra Mundial, una corresponsalía delTimesen
el extranjero era el mejor camino para conseguir su
objetivo: ingresar en las filas del servicio secreto
británico. Ni sus más íntimos allegados sospechaban
que, mientras tanto, era un activo agente del
espionaje soviético.
El tórrido
verano de 1937, después de la batalla de Brunete, se
centra por parte de los sublevados en la ofensiva
sobre Santander. Tras la desaparición de Mola en
accidente de aviación y estacionado el frente en
Madrid, Franco avanza hasta conquistar por completo en
octubre toda la zona norte. En Salamanca, cuartel
general del Generalísimo, Philby es un corresponsal
ejemplar, que jamás dio un problema a Pablo Merry del
Val, encargado de informar y atender a los
corresponsales extranjeros, ni a Luis Bolín, que le
describió como «un chico muy decente, cuyas
informaciones inspiraban confianza por ser siempre
objetivas». Para terminar su camuflaje ideológico y
tal vez animar las veladas de la pacata España
nacional, Philby mantuvo una relación amorosa con lady
Frances, ardiente monárquica y mediocre actriz a la
que hizo creer que compartía sus opiniones.
Cuando se
desencadenó la ofensiva final sobre Santander, el
corresponsal mandó una información que ilustra la
inclinación nacionalista de todos sus trabajos.
Aséptica, descriptiva, muy documentada, pero
descansando sutilmente sobre la abrumadora
superioridad armamentística de los atacantes y su
eficacia, la crónica, publicada el 26 de agosto y
fechada dos días antes, estaba llamada a despertar el
interés internacional ya que describía el avance de
tres divisiones italianas. Afirma, por ejemplo, que
los «observadores rusos estaban impresionados por la
actuación de los tanques italianos Fiat-Ansaldos». El
día 26 anota que el entusiasmo de la población ante la
entrada de los nacionales en la ciudad era
«inequívocamente verdadero».The
Timespublicó
encantado estas notas de su enviado especial, que
atemperaban la marejada de sonoras protestas del Eje
desencadenadas por la crónica de Steer sobre Guernica.
Los compañeros de Philby en España recordaron que no
paraba de hacer preguntas sobre el número de
regimientos, divisiones y soldados. Alguien le vio en
contacto con miembros del servicio secreto británico,
por lo que es más que probable que se hubiera
convertido ya en agente al servicio de su majestad
británica. Un funcionario de prensa español, que hacía
en el bando nacional lo que Barea en el republicano,
se extrañó de que no recurriera a las habituales
artimañas para intentar obtener información o pasarla:
pensó que era porque se trataba de un caballero, del
representante deThe
Times.
Philby siguió el
avance de Franco hasta que, a finales de año, la
caravana de coches con periodistas que había partido
de Zaragoza con destino a la batalla de Teruel paró en
un pueblo llamado Caudé. Salieron todos a estirar las
piernas, pero volvieron pronto al interior del
vehículo por el intenso frío. La bomba arrojada por un
cañón ruso —precisamente— impactó de lleno en el
coche. Bradish Johnson, fotógrafo deNewsweek,se
desplomó sin vida con la espalda agujereada y otro
norteamericano, Ed Neil, de la Associated Press, logró
salir con la pierna rota por dos sitios, pero murió un
par de días después por la gangrena. Dick Sheepshanks,
de la agencia Reuter, que charlaba en ese momento con
Philby, fue alcanzado en la cabeza, perdió el sentido
y falleció a las pocas horas. El único que se libró de
la muerte y no sufrió más que cortes en la cabeza y la
muñeca fue el corresponsal deThe
Times. La prensa internacional publicó las fotos
del coche impactado y de Philby herido. El 3 de marzo
de 1938, en Burgos, Franco personalmente prendió la
Cruz Roja del Mérito Militar en el pecho del más
famoso espía comunista del sigloXX.
Las memorias de
Philby, publicadas cuando ya había pasado al otro lado
del telón de acero y muy tamizadas por la censura
soviética de entonces, no se refieren a este episodio,
pero sí a otro que no nos resistimos a reseñar. Un fin
de semana anterior a la toma de Santander, aburrido
por la inactividad del frente, decidió ir a Sevilla,
para escribir sobre los discursos radiofónicos de
Queipo de Llano que apasionaban a los ingleses. De
allí se trasladó a Córdoba para asistir a una corrida
de toros. Le aseguraron que no hacía falta pase
alguno, pero una pareja de desconfiados guardias
civiles le despertó de la habitación del hotel en el
que se alojaba, le pidió que recogiera sus
pertenencias y que les acompañara a comisaría sin
quitarle ojo de encima. Hacía falta un pase que no
tenía y le registraron minuciosamente el equipaje. En
un bolsillo interior de los pantalones escondía un
papelito con las instrucciones para el uso del código
del servicio secreto ruso. En un instante, arrojando
con fuerza la billetera para desviar la atención de
sus vigilantes, hizo una bolita con el papel y se lo
tragó. Philby concluye diciendo que pasó muchos
peligros en su vida de espía, pero que en las
operaciones arriesgadas se calculan todos los riesgos:
«Son los incidentes como el que acabo de describir,
los que le exponen a uno a un peligro mortal» (Mi
guerra silenciosa, Barcelona, 1969). Lo que no
consiguieron ni el espionaje ni el contraespionaje
británico y norteamericano, estuvo a punto de lograrlo
la Guardia Civil de Córdoba en aquellos heroicos días
de la guerra.
Nada heroica,
sin embargo, es la imagen que ofrece de Philby otro
corresponsal que coincidió con él en Salamanca y luego
en la cobertura de Santander. «Una mañana llamó a mi
puerta un periodista inglés que me pareció que se
encontraba ya en estado avanzado de embriaguez»,
escribe Indro Montanelli (1909-2001) enMemorias
de un periodista(Barcelona,
2003). Philby le dijo que le habían echado de su
habitación porque no pagaba y que en España elwhiskyera
muy caro. Se acomodó en la habitación de Montanelli y
se dedicó a «saquear» no sólo su información sino
también sus pertenencias. Hasta que un día desapareció
«aquel borrachín gandul, y lo lamenté porque en el
fondo me caía simpático». Veinticinco años después,
cuando se pasó a la URSS, reconoció su foto en los
periódicos. Le envió sus saludos y Philby le contestó
con una caja de caviar y una nota que decía: «Gracias
por todo, incluidos los calcetines». Montanelli afirma
que Philby trabajaba paraThe
Daily Telegraph, lo que puede ser cierto, y no un
error como se ha dicho, porque al principio el inglés
envió crónicas a varios periódicos hasta que consiguió
hacerse un hueco enThe
Times, y además no hay que olvidar que hizo
fortuna aparentando lo que no era.
Indro Montanelli
fue contratado porIl
Messaggerogracias
al éxito que había obtenido con la publicación de sus
experiencias como voluntario en la aventura italiana
en Eritrea. Enseguida sospecha que la guerra de España
en manos de la propaganda de Roma habría de
convertirse «en una charlotada». Franco les contenía,
pero los mandos italianos exigían un papel
protagonista para sus legionarios. Tanto las
reflexiones recogidas en las memorias como las
crónicas son, por tanto, necesariamente distantes y
satíricas, adoptando un punto de vista crítico y
escéptico. La guerra en Soncillo, un pueblo cercano a
Vitoria, no es más que «una existencia suspendida
entre la vida y la muerte, típicamente española». Un
guardia civil le invita a presenciar el fusilamiento
de dos milicianos. Hacía un frío intenso y el guardia
dice a los condenados: «Dichosos vosotros que no
habéis de hacer el viaje de vuelta». Llega a Brunete
un día después de terminar los combates: «Veinte mil
hombres, entre rojos y azules, habían quedado
pudriéndose en el campo de batalla». En Salamanca
tiene ocasión de conocer a Franco, de quien dice que
no era un guerrero sino «un hombre de gabinete
metódico y sin nervios», y, en los días de la guerra,
«conversador y campechano». En San Juan de Luz
coincide con Hemingway, que «no quiso entender cómo
era el comunismo», al que acompañaba una «hermosísima»
Martha Gellhorn, «una roja endemoniada que se
convirtió en su tercera esposa».
La crónica más
conocida de Montanelli es la referida a la conquista
de Santander. El reportero había estado en el frente y
sabía que la ciudad estaba cercada y que se rindió
finalmente sin presentar batalla. Mandó una crónica en
la que hablaba de un avance de veinte kilómetros sin
disparar un tiro. «Un largo paseo y un solo enemigo:
el calor», publicóIl
Messaggeroel
19 de agosto: «Un avance que no se produjo a fuerza de
fuego, sino de agua». Contradecía al resto de las
informaciones triunfalistas en las que los periodistas
italianos hablaban de un combate heroico a vida o
muerte y de que la derrota de Guadalajara había sido
vengada. Montanelli fue repatriado inmediatamente, le
retiraron el carné del partido fascista y le
expulsaron del colegio de periodistas. Cuando
amenazaron con juzgarle, se defendió: «Desafío a mis
acusadores a que mencionen el nombre y lugar de
nacimiento de alguien muerto en aquella batalla.
Porque en una batalla debe haber por lo menos un
muerto». No llegaron a procesarle, pero fue confinado
en el Instituto de Cultura de Tallín (Estonia).
Montanelli terminó así su relación con el partido
fascista e ingresó en una oposición activa en la que
se mantuvo durante su larga vida de periodista.
Ese mismo mes de
agosto de 1937, marcado por la tan aireada conquista
de Santander, llega a España, procedente del Congreso
Internacional de Escritores de París, un personaje
singular. Poeta, dramaturgo y novelista, Langston
Hughes (1902-1967) había inspirado toda su obra en el
barrio neoyorquino de Harlem y en la lucha de sus
compatriotas afroamericanos por sus derechos. Hablaba
español, y el diarioThe
Afro Americande
Baltimore le ofreció un contrato para que contase su
visión del conflicto. Pasó por Barcelona y Valencia y
se instaló con su amigo Nicolás Guillén en una lujosa
mansión madrileña de la calle Marqués del Duero n.º 7,
sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas.
Hughes apenas visitó los frentes durante los seis
meses que estuvo en la capital y se relacionó poco con
latribuque
recalaba en el Hotel Florida. Le interesaba más lo que
ocurría en un bar cercano a la Puerta del Sol: «En el
mostrador pusieron jarras de cerveza. Ese iba a ser el
zumo del desayuno, ¿pero dónde estaba la parte
sólida?... Colocaron sobre la barra unas bandejas
sobre las que cayeron las manos de los clientes; yo
hice lo mismo y cogí un puñado de pequeños objetos,
duros, calientes y grises, ¡mi primer desayuno fueron
caracoles hervidos!». Su producción poética fue muy
intensa: «Barcelona: ataque aéreo», «Luz de luna en
Valencia: Guerra Civil», «Carta desde España a
Alabama», «Canción de España» y «Madrid»; tradujo a
Lorca y se relacionó con Alberti, Altolaguirre y
Miguel Hernández. «Durante los meses que estuve en
España», recordó, «traté a más escritores blancos que
en cualquier otro periodo de mi vida». En un mismo
café y bajo las bombas, podía coincidir con Hemingway,
Dos Passos, Lillian Hellman, Stephen Spender y W. H.
Auden.
La serie de
reportajes para elThe
Afro Americancomienza
con su llegada, junto a Nicolás Guillén, a Barcelona
bajo un bombardeo aéreo. Al día siguiente, en las
Ramblas, se encuentran con un hombre joven de color,
un puertorriqueño de Harlem que trabaja como
intérprete y les conduce a un club en el que se
mezclan los cubanos negros y blancos, también con
negros portugueses. Lo que resulta impensable en
Estados Unidos, es posible aquí: «En España, como pude
ver en el baile durante la tarde, no hay barrera de
color y las chicas catalanas se mezclan alegremente
con sus invitados negros». En su segunda crónica,
publicada el 30 de octubre, expone que quiere escribir
no sólo de los afroamericanos de las Brigadas
Internacionales, sino también de los moros que luchan
con Franco y son víctimas de la opresión en el Norte
de África. Casi un centenar de médicos y enfermeras de
color trabajan en España, entre ellos Salaria Kee, de
Harlem. El cronista habla de la solidaridad de los
negros con la República, desde Denver y Salt Lake
City hasta los bailes benéficos de Josephine Baker en
París. Los moros, por su parte, ocupan los lugares
ofensivos más arriesgados y en muchas ocasiones han
sido engañados para combatir a cambio de grandes
sueldos. Sus crónicas, que continuó publicando hasta
finales de enero de 1938, son a veces amables e
incluso humorísticas, pero no duda, cuando tiene que
hacerlo, en expresar con rotundidad sus ideas: «Denle
a Franco un capirote y se hará miembro del Ku-Klux-Klan».
Otra mirada original es la de Virginia Cowles
(1910-1983), una redactora que trabajaba para la
sensacionalista prensa de Hearst hasta que un día
decidió que la guerra de España era su oportunidad.
«No tenía más cualificación de corresponsal que la
curiosidad»,
anotó. Su planteamiento debía ser distinto, y lo fue.
Cubrió el conflicto repartiendo el tiempo que estuvo
en España entre los dos bandos; el libro en el que
recoge sus experiencias,Looking
for Trouble(Londres,
1941), se ha ido afianzando como una de las fuentes
directas más citadas para la reconstrucción de la vida
cotidiana en ambas zonas. Su paso por el Hotel Florida
y el Madrid sitiado de 1937, con sus joyas y sus
zapatos de tacón, a buen seguro fue impactante. Era
alta, atractiva y muy aficionada a ir de compras.
Junto a su amiga Martha Gellhorn descubre unos
soberbios zorros plateados que ambas se mueren por
tener. Con Delmer entra en una sastrería especializada
en capas de lujo y pregunta al encargado qué tal va el
negocio. «Son tiempos difíciles ¡Quedan tan pocos
caballeros en Madrid!», responde. Lo que más le llama
la atención es que los dependientes vuelvan a abrir
los portones de las tiendas protegidos por sacos
terreros después de cada bombardeo. Cuando llega a la
España nacional, Virginia Cowles se da cuenta de que
nadie quiere saber lo que de verdad pasa en Madrid y
se rechaza todo lo que no se ajusta a los prejuicios
generalizados. No se amontonan los cadáveres de los
muertos en las cunetas hasta que se pudren ni se
alimenta a los animales del zoo con prisioneros de
derechas. Sus desmentidos caen en saco roto. Pablo
Merry del Val, jefe de prensa de Franco, admirando la
pulsera de oro que llevaba puesta, le dijo con una
sonrisa: «Espero que no la llevara usted en Madrid».
Al responderle que, en efecto, la llevaba, Merry del
Val se sintió profundamente ofendido y nunca más
volvió a dirigirle la palabra.
Pero detrás de
las apariencias brotó una auténtica corresponsal de
guerra. A diferencia de Martha Gellhorn, cuyas
crónicas intentan suspender en el tiempo una palabra,
un olor, una sensación, Virginia Cowles prefiere la
discusión, el análisis, el artículo redondo en el que
se recogen todos los puntos de vista. Ambas firmarán
juntasLove
Goes to Press,una
comedia de enredo en tres actos con trasfondo de
corresponsales, estrenada en Broadway con escaso éxito
en 1947, pero que desgraciadamente no transcurre en
España, sino en Italia. Cuando Virginia llega a
Guernica con los nacionales, no se conforma con la
versión oficial y pregunta a un viejo que removía
cascotes. Le habla de muchos aviones italianos y
alemanes. Luego, en el Estado Mayor, obtiene esta
declaración (de obligada mención en cualquier análisis
de los hechos) de un alto oficial: «La bombardeamos y
la bombardeamos y la bombardeamos, y bueno ¿por qué
no?”. Una nota deThe
NewYork Timesdel 9 de enero de 1938 dice que
Cowles ha dejado España después de cinco meses en la
guerra, tiempo que dividió entre los dos territorios.
En marzo vuelve, enviada por el diario neoyorquino, y
cubre los bombardeos sobre Barcelona. El 10 de abril,The
New York Times Magazinepublica
el impecable reportaje que reproducimos en el que
demuestra todo su conocimiento sobre lo que está
ocurriendo en España. Con la misma naturalidad de
siempre, Virginia Cowles regresó a su país y se dedicó
a escribirbest-sellerssobre
los zares, el káiser, los Rothschild y los duques de
Marlborough. Como si hubiera ido a Madrid a probarse
un abrigo de zorros plateados.
La tercera de
nuestras miradas de este apartado es también
rabiosamente intensa y personal. Es de otra mujer, la
sueca Barbro Alving (1909-1987), que firmaba «Bang» y
escribía paraDagens
Nyheter. Llegó a comienzos de diciembre de 1936 y
pasó por Barcelona, Alicante y Albacete. En esta
última ciudad se detiene para escribir una crónica,
publicada el 9 de diciembre, sobre las Brigadas
Internacionales, pero elige el lugar en el que se
forman y de donde saldrán a luchar en la guerra. Hay
un motorista de Manchester que está casado y su esposa
piensa que está en una concentración de motos en
Londres, y una francesa que ha estado ya en tres
frentes y ha sido herida. No encuentra suecos ni
noruegos por allí, sólo algunos daneses. La guerra se
habría perdido de no ser por las Brigadas, que en
Albacete entierran a sus muertos con un emocionado
cortejo funerario. Se dice que han dado la vuelta a la
situación en el frente. Bang sólo puede añadir una
palabra: «¡Venceremos!». Llega a Madrid atravesando un
camino lleno de restos de coches y en la radio sólo
oyejazzporque
no se soporta el silencio. Visita la embajada sueca,
registra que todavía quedan cinco familias suecas en
la capital, y recorre las calles, donde ve la
destrucción y la muerte.
Bang escribe en
forma de diario, con frases cortas y reflexiones
profundas y propias mediante las que trata de conmover
a sus lectores. A pesar de la derrota y la desolación,
la periodista sueca cree en la transformación de la
sociedad. Sobre todo en su segunda serie de
reportajes, escritos a finales de 1937, se sumerge en
escenarios que no frecuentan los corresponsales. Como
la nueva universidad popular de Valencia, que ha sido
abierta porque el fuego de la guerra no apaga la sed
de formación. A su regreso de España, Barbro Alving
decidió tener un hijo soltera y vivió con su
compañera, Loyse, una experiencia precursora en el
desarrollo de los derechos de los homosexuales. Fue
sólo una de sus batallas, pues también militó
activamente desde su trinchera periodística contra el
belicismo y las armas nucleares.
Y por fin Ernest
Hemingway (1899-1961). Ha ido apareciendo de forma
intermitente a lo largo de este relato: su relación
con la guerra de España merecería un catálogo aparte.
En noviembre de 1936, el director general de la NANA,
que reunía a sesenta grandes periódicos, le ofreció un
contrato para cubrir el conflicto: 500 dólares el
despacho (diez veces más de lo que cobraban los más
afortunados). Hemingway se lo tomó con calma y tuvo
tiempo para pescar, beber y admirar las piernas de
Martha Gellhorn antes de hacer las maletas. Era ya una
figura indiscutible del panorama literario de su país
y no necesitaba un reconocimiento periodístico sino
que buscaba nuevos y sugerentes temas para su obra,
así como ejercer su militancia política. Antes de
trasladarse a Europa realizó sonoras declaraciones
sobre la necesidad de ayudar a la causa republicana,
aunque era contrario a la entrada de Estados Unidos en
una guerra europea. Pauline Pfeiffer, su mujer,
intentó oponerse al viaje porque ya conocía a Martha y
suponía que iba a ocurrir exactamente lo que ocurrió.
Hemingway estuvo en España durante un par de meses en
marzo y abril de 1937, como corresponsal de guerra y
como guionista deSpanish
Earth, proyecto al que ya hemos hecho referencia.
Vuelve a Estados Unidos para el montaje y lanzamiento
de la película, regresa en agosto y permanece en
España hasta la batalla de Teruel. Durante 1938
todavía realizará un par de visitas más cortas. Su
primera serie de crónicas, sobre la derrota italiana
en Guadalajara y la defensa de Madrid, le llevaron a
asegurar que Franco nunca tomaría la capital. Entonces
llegó Martha Gellhorn y el Hotel Florida se animó aún
más. Según Anthony Burgess (Hemingway,
Barcelona, 1995) «se lo estaba pasando en grande». Era
asiduo a las fiestas a base de caviar y vodka del
cuartel general ruso, en el Hotel Gaylord de la calle
Alfonso XI y raro el día que no pasaba por Chicote,
donde transcurre alguno de sus relatos (La
denuncia). Enviaba sus despachos con regularidad
a la NANA y era habitual el sonido de la máquina de
escribir de la habitación 109, en la esquina trasera
de la tercera planta del Florida, que se mezclaba con
el olor de los guisos del torero Franklin. Al comienzo
deLa
quinta columnase
menciona un cartel en la puerta de la 109: «Gente
trabajando. Se ruega no molestar».
Hemingway era considerado como el principal
corresponsal extranjero en España y en calidad de tal
disponía de un coche cuando quisiera sin restricción
de gasolina, lo que causaba la envidia de más de uno,
como Nöel Monks, que le llamó grosero y prepotente. La
reportera Josephine Herbst, que también pululaba por
el Florida, comentó el derroche que rodeaba a
Hemingway y criticó los pantalones Sak’s de la Quinta
Avenida y el pañuelo verde que usaba la Gellhorn.
Habitualmente con Matthews y Delmer (y ahora con
Martha) y conducidos por el fiel Franklin, visitaban
los frentes con dos banderas a ambos lados del
vehículo: una inglesa y otra norteamericana. Hem
explicaba a su novia sobre el terreno la evolución de
las batallas y la forma de protegerse de un ataque
aéreo mientras ella le miraba con fascinación. Los
jefes militares pidieron en una ocasión al mando de
Madrid que no volviera por allí una rubia como
aquella. Es difícil encontrar entre la numerosatribuque
estuvo en España un solo comentario elogioso hacia
Hemingway (imposible en el caso de Martha Gellhorn),
pero lo cierto es que corrió riesgos, estuvo más cerca
de la batalla que ninguno de ellos y situó la acción
de sus obras en escenarios reales. En la ofensiva que
lanzó la República en la sierra de Guadarrama con el
objetivo de conquistar La Granja de San Ildefonso
transcurre parte de la acción de su novelaPor
quién doblan las campanas(dedicada
a Martha Gellhorn), operación que se saldó con tres
mil bajas —una tercera parte perteneciente a las
Brigadas Internacionales— y un nuevo fracaso
gubernamental.
Una repetición
desastrosa de la ofensiva de Segovia fue, a finales de
1937, la toma de Teruel, «una de las batallas más
crueles de toda la guerra», según Juan Benet (Qué
fue la Guerra Civil,Barcelona,
1976). Teruel fue elegido como objetivo de este canto
de cisne republicano por su situación en el frente
aragonés (el saliente de los nacionales peor
comunicado) y supone para los millones de lectores de
todo el mundo que siguen las evoluciones bélicas en
los periódicos, el revés del calor infernal de
Badajoz: la lucha se desarrolló en un clima siberiano
y en ocasiones la nieve detuvo las hostilidades. El
Gobierno echó el resto también en la guerra
informativa y Prieto, Rojo y todo el Estado Mayor se
presentaron en las afueras de la ciudad el 19 de
diciembre con un numeroso grupo de periodistas y
corresponsales extranjeros entre los que se
encontraban Hemingway, Matthews y Capa. El día 21 se
lucha en Teruel y las fotos de los tanques
republicanos en la ciudad helada ocupan las portadas
de los periódicos. «Se distinguía a los dinamiteros
corriendo por las primeras calles y los fogonazos de
sus granadas al estallar dentro de las casas. Había
llegado el gran momento: uno de esos momentos
dramáticos de la historia y del periodismo», anota
Matthews. Hemingway anunciará al mundo que Teruel ha
sido tomado, pero no será más que un espejismo y
Franco reconquistará pronto la ciudad. No enviaba
crónicas, sino despachos que cada periódico engarzaba
a su conveniencia. De todas estas versiones, hemos
elegido la del conocido semanario de la izquierda
norteamericanaThe
New Republic,que
se presenta como completa. Su lectura nos confirma la
impresión de un periodista español que selecciona
también la crónica de Teruel en su antología: «El
reportaje se ajustaba al talento de Hemingway como un
cigarro a los labios de Lauren Bacall» (Ignacio Ruiz
Quintano, prólogo aLa
guerra, los toros, Cuba, África y mi mujer,Madrid,
1996).
A partir de
Teruel el interés informativo por la guerra de España
desciende considerablemente y no sólo porque la
victoria nacional parece ineludible y ya no es
noticia, sino porque se abren otros frentes
informativos, sobre todo a partir de la entrada de los
alemanes en Austria en marzo de 1938. Falta un año más
de confrontación en España y batallas tan cruentas
como la del Ebro, pero la atención de los periódicos
es fugaz. Para completar nuestro recorrido hemos
elegido dos crónicas que cierran la guerra: la caída
de Barcelona y la de Madrid.
La cobertura deThe
New York Timesquedaría
coja si no recogiéramos alguna de las muchas y buenas
crónicas que se escribieron en el bando nacional.
William P. Carney (1898-1971) era un veterano
corresponsal cuando llegó a España, donde permaneció
largos años: desde la revolución de Asturias de 1934
hasta la parada militar de Franco en Madrid el 19 de
mayo de 1939. Ferviente católico y políticamente
conservador, estaba muy bien considerado en el bando
rebelde y a menudo polemizó con Matthews sobre los
sucesos de la guerra, pues se inclinaba por los
nacionales tanto como éste por los republicanos. «Las
pasiones se encendieron en las columnas de las cartas
porque nosotros intentamos conjugar en el periódico
las dos versiones», dijo Arthur Hays Sulzberger,
editor deThe
Timesen
aquellos días. Bill Carney estuvo en Burgos, San
Sebastián, Teruel, Salamanca y el frente de Aragón,
pero también visitó el otro lado: Valencia, Barcelona
y Madrid (Knoblaugh cuenta cómo fue expulsado de la
zona republicana). Fue uno de los primeros en llegar
para socorrer a los heridos tras el accidente de
Philby. Juntos entraron luego en Barcelona. En un
coche conducido por Enrique Marsans, se colaron hasta
el centro de la ciudad antes de que estuviese por
completo bajo dominio de los asaltantes. «El coche de
este corresponsal», escribió Philby, «fue el primero
en recorrer la gran Diagonal y entrar en la plaza de
Cataluña. Allí nos vimos rodeados de una multitud
enloquecida de entusiasmo que, llevando banderas
rojigualdas, se subía a los estribos, guardabarros y
capotas, gritando y levantando los brazos. Las
lágrimas se mezclaban a los gritos y risas. La gente
parecía fluctuar entre la histeria y la incredulidad».
Después de la entrada de Franco, Carney investiga y
descubre las huellas de la represión que se ha llevado
a cabo en la crónica que reproducimos y se ilustra con
dos impactantes fotografías: mientras los militares
entran en Barcelona, miles de refugiados —entre 15 000
y 25 000— cruzan la frontera francesa. Después de la
guerra Carney se especializó en Latinoamérica y se
instaló en México, donde murió a los 77 años.
Al surafricano
O’Dowd Gallagher (1911-?), Geoffrey Cox le recordaba
como un tipo simpático, bebedor y mujeriego con el que
pasó muy buenos ratos. Su nombre se vio relacionado
con el supuesto montaje de la famosa fotografía del
soldado republicano caído de Capa, ya que fue quien
desveló que el fotógrafo le había dicho que aquel día
el frente estaba tranquilo y que le había pedido a un
miliciano que fingiera que había sido alcanzado para
tomar la instantánea. También aparece retratado en el
personaje de Corker enScoop,de
Evelyn Waugh, a su paso por Abisinia. Gallagher había
dado noticia de los últimos instantes del Madrid
republicano en su periódico,Daily
Express—uno
de los de mayor tirada del mundo: más de dos millones
de ejemplares diarios— con una crónica en la que se
toma una copa de jerez con un vencido Miaja. Según la
recreación de Peter Wyden (La guerra apasionada,
Barcelona, 1983), aquella noche se fue a dormir a un
piso alto frente al Retiro. A las ocho de la mañana
del 27 de marzo de 1939, le despertaron los gritos de
«¡Blanco!, ¡Blanco!». A punto estaba de dormirse de
nuevo cuando le telefoneó un amigo y prestó atención
de nuevo al exterior: «¡Franco!, ¡Franco!». Corrió a
la oficina del censor y vio banderas nacionales por
todos lados y jóvenes falangistas que saludaban brazo
en alto. En vez de la resistencia final, Gallagher fue
testigo de una celebración. Antes de huir, una última
censora republicana le deja trasmitir la noticia: «La
guerra de España termina». Cuando regresó aFleet
Streetdespués
de la Segunda Guerra Mundial, le gustaba comentar la
última copa que compartió con Miaja y quitar
importancia a lo que se dijo de que milagrosamente
había salvado el pellejo cuando le sorprendieron solo
en el edificio de la Telefónica, mandando crónicas a
las que él mismo ponía el sello. Soltaba una gran
carcajada ante su pinta de cerveza y contaba entonces
cómo sobrevivió al hundimiento del acorazado inglésRepulseen
1941 durante la Segunda Guerra Mundial , en la que
sirvió como oficial de prensa en el ejercito
británico. Harto del aburrimiento de la posguerra, se
mudó a Escocia, en busca del monstruo del lago Ness, y
un día dio un mal paso por aquellos parajes, y
desapareció. Debió ser hacia 1980, en su periódico no
hay constancia de su muerte.
«Mientras mutilaba sus informaciones», escribe Barea
enLa
forja de un rebelde, «siguiendo las órdenes que
me daban, no podía por menos que admirar el valor
personal de los corresponsales, aunque me enfureciera
su indiferencia. Se marchaban a las primeras líneas,
arriesgando hasta las balas de un miliciano xenófobo o
la captura por los moros en las fluctuaciones de un
combate para conseguir unas pocas líneas de
información militar». Era el tiempo de los
corresponsales de guerra.