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Se denomina Reconquista o
Conquista cristiana al proceso histórico en que los reinos cristianos de la
Península Ibérica buscaron el control peninsular en poder del dominio musulmán.
Este proceso tuvo lugar entre los años 722 (fecha probable de la rebelión de
Pelayo) y 1492 (final del Reino nazarí de Granada). Según algunos académicos el término es
históricamente inexacto, pues los reinos cristianos que «reconquistaron» el
territorio peninsular se constituyeron con posterioridad a la invasión islámica,
a pesar de los intentos de algunas de estas monarquías por presentarse como
herederas directas del antiguo reino visigodo. Se trataría más bien de un afán
de legitimación política de estos reinos, que de hecho se consideraban reales
herederos y descendientes de los visigodos, y también el intento de los reinos
cristianos (especialmente Castilla) de justificar sus conquistas, al
considerarse herederos de sangre de los godos.
El término parecería asimismo confuso, más
aún considerando el hecho de que tras el derrumbe del Califato (a comienzos del
siglo XI), los reinos cristianos optaron por una política de dominio tributario
-parias- sobre las Taifas en lugar de por una clara expansión hacia el
sur; o las pugnas entre las diferentes coronas –y sus luchas dinásticas-, que
solo alcanzaron acuerdos de colaboración contra los musulmanes en momentos
puntuales.
Sin embargo, la temprana reacción en la
cornisa cantábrica en contra del Islam (recordemos que Don Pelayo rechazó a los
sarracenos en Covadonga apenas siete años después de que atravesaran el estrecho
de Gibraltar), e incluso su rechazo del territorio actualmente francés después
de la Batalla de Poitiers del año 732, pueden sustentar la idea de que la
Reconquista sigue casi inmediatamente a la conquista árabe. Más aún, «gran parte
de dicha cornisa cantábrica jamás llegó a ser conquistada», lo cual viene a
justificar la idea de que la conquista árabe y la reconquista cristiana, de muy
diferente duración (muy corta la primera y sumamente larga la segunda), se
superponen, por lo que podría considerarse como una sola etapa histórica, sobre
todo si tenemos en cuenta que la batalla de Guadalete, la primera batalla por
defender el reino visigodo en el año 711, marca el inicio de la invasión
musulmana.
En el Siglo de Oro hubo poetas que
definían y denominaban a los españoles como «godos» (como dijo Lope de Vega: «eah,
sangre de los godos») y durante las guerras de independencia en América, eran
también así llamados por los patriotas americanos (de allí procede el uso que se
le da en Canarias para referirse al español peninsular). Es por ello, según los
críticos del término, un concepto parcial, pues sólo transmite la visión
cristiana y europea de este complejo proceso histórico, soslayando el punto de
vista de los musulmanes andalusíes; por otro lado, en el lado cristiano puede
decirse que existía conciencia de «reconquista».

Entrega de
las llaves de la ciudad de Granada por e
rey musulmán
Boabdil a la reina Isabel
I de Castilla
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Otros historiadores, como Ignacio
Olagüe Videla en
La Revolución islámica en Occidente
(1974), consideran que la invasión militar árabe es un mito y sostienen que la
creación de Al-Ándalus fue el resultado de la conversión de gran parte de la
población hispana al Islam. Estas tesis han sido estudiadas por González Ferrín
en su obra
Historia General de Al-Andalus,
en la que hablando de la Reconquista dice «que en verdad nunca existió»;
igualmente plantea que Al-Andalus «constituye un eslabón insustituible de la
historia europea». La arqueología y los textos antiguos desmienten esta teoría,
ya que si fue tan rápida la conquista de Al-Andalus, es imposible que los
ciudadanos dominasen el idioma, la ciencia, el modo de vida y hasta los
materiales propios de la cultura islámica.
En su
España invertebrada, José
Ortega y Gasset afirmaba que «Una reconquista de seis siglos no es una
reconquista». Curiosamente, se usa normalmente el término «conquista de Granada»
en lugar del de «reconquista de Granada». Aunque esto es referido a la conquista
de la ciudad como un hecho aislado, pues en la historia de España se habla de la
«Reconquista de Granada».
Algunos autores han propuesto con poco
éxito el término alternativo de «conquista cristiana», sin las implicaciones
ideológicas del término «reconquista».

La Hispania
visigoda antes
de la invasión musulmana
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En 711 se produjo en la península
Ibérica la primera invasión de los musulmanes procedentes de África del Norte.
Entraron por Gibraltar (que precisamente debe su nombre actual a Tarik, general
que desembarcó allí) y que el propio
Roderic o Roderico (Don
Rodrigo), uno de los últimos de los reyes
visigodos, fue a
rechazar, perdiendo la vida en la Batalla de Guadalete.
Tarik fue llamado a
Damasco, entonces capital
del califato, para informar y nunca más volvió. Su lugar lo ocupó el gobernador
Abd al-Aziz, comenzando
el emirato independiente.
A partir de este momento empezaron una
política de tratados con los nobles visigodos que les permitió controlar el
resto de la península. En 716 Abd al-Aziz fue asesinado en Sevilla y se inició
una crisis tal que en los siguientes cuarenta años se sucedieron veinte
gobernadores. En este año, 716, los árabes comenzaron a dirigir sus fuerzas
hacia los Pirineos para tratar de entrar en el Reino Carolingio.
La veloz y contundente invasión
norteafricana, además de por los factores que propiciaron la expansión mundial
del
Islam, se explica por las
debilidades que afectaban al
reino visigodo:
- El frágil e incompleto dominio que
ejercía sobre el territorio peninsular –en 711 el rey Rodrigo se hallaba
dirigiendo una campaña militar en el norte-.
- La división de sus élites, con
enfrentamientos vinculados a la elección de los sucesores al trono de una
Monarquía (electiva) no hereditaria.
- Una aristocracia terrateniente –de tardía
conversión al catolicismo- superpuesta a una población, libre o servil, con
condiciones vitales muy duras, entre la que latía un fuerte descontento. Muchos
de ellos recibieron la conquista como una mejora de su situación.
- La decadencia de la actividad mercantil
derivó en una minusvaloración de la población judía, que en gran medida la
protagonizaba. También ellos pudieron ver una ventaja en la situación de las
minorías hebreas amparada por la jurisdicción islámica.
Tras la invasión, la resistencia cristiana
cristaliza en dos focos.

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Estatua de Don
Pelayo en Covadonga
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En el año 718 se sublevó un noble llamado
Pelayo. Fracasó, fue hecho prisionero y enviado a Córdoba (los escritos usan la
palabra «Córdoba», pero esto no implica que fuera la capital, ya que los árabes
llamaban Córdoba a todo el califato).
Sin embargo, consiguió escapar y organizó
una segunda revuelta en los montes de Asturias, que empezó con la batalla de
Covadonga de 722. Esta batalla se considera el comienzo de la Reconquista. La
interpretación es discutida: mientras que en las crónicas cristianas aparece
como «una gran victoria frente a los infieles, gracias a la ayuda de Dios»,
los cronistas árabes describen un enfrentamiento con un reducido grupo de
cristianos, a los que tras vencer se desiste de perseguir al considerarlos
inofensivos. Probablemente fuera una victoria cristiana sobre un pequeño
contingente de exploración. La realidad es que esta victoria de Covadonga, por
pequeñas que fueran las fuerzas contendientes, tuvo una importancia tal que
polarizó en torno a Don Pelayo un foco de independencia del poder musulmán, lo
cual le permitió mantenerse independiente e ir incorporando nuevas tierras a sus
dominios.
En cualquier caso, los árabes
desistieron de controlar la zona más septentrional de la península, dado que en
su opinión, dominar una región montañosa de limitados recursos e inviernos
extremos no valía la pena el esfuerzo. Los cristianos de la zona no
representaban un peligro, y controlar el extremo más alejado supondría más
costes que beneficios. De todas formas, la sorprendente expansión del minúsculo
Estado pronto preocupó a las autoridades califales. Hubo sucesivas incursiones
(en tiempos de Alfonso II, se hizo una cada año en territorio asturiano), pero
el reino sobrevivió y se siguió expandiendo, con sonoras victorias, como la
batalla de Lutos,
Polvoraria y la toma de
Lisboa en 798.
El reino de Asturias era
inicialmente de carácter
astur y fue sometido en
sus últimas décadas a una sucesiva gotificación debida a los inmigrantes de
cultura hispanogoda huidos al reino cristiano del norte. Asimismo, fue un
referente para parte del espacio cultural europeo con la batalla contra el
adopcionismo. El reino estuvo por épocas muy vinculado al de los francos, sobre
todo a raíz del «descubrimiento» del supuesto sepulcro del apóstol Santiago.
Esta idea «propagandista» consiguió vincular a la Europa cristiana con el
pequeño reino del norte, frente a un sur islamizado.
El Reino de Asturias tuvo varias
escisiones. La primera a la muerte del rey Alfonso III el Magno, que repartió
sus dominios entre tres de sus cinco hijos: García,
Ordoño y
Fruela. Estos dominios
incluían, además de Asturias, el condado de León, el de Castilla, el de Galicia,
la marca de Álava y la de Portugal (que entonces era sólo la frontera sur de
Galicia). García se quedó León, Álava y Castilla, fundando el Reino de León.
Ordoño se quedó Galicia y
Portugal, y
Fruela se quedó Asturias.

Se originó a partir de la
resistencia
carolingia (el caudillo
franco
Carlos Martel había
rechazado la invasión musulmana de Aquitania en la
Batalla de Poitiers en
732). Posteriormente su
sucesor,
Carlomagno, creó la
Marca Hispánica (frontera
militar del sur), que dio origen a otros focos cristianos en la península: el
reino de Pamplona, los
actualmente llamados
condados catalanes, y los
de
Aragón,
Sobrarbe y
Ribagorza.
Navarra
El
Reino de Pamplona,
posteriormente llamado Reino de Navarra, tuvo como origen la propia familia
gobernante, que había pactado con los muladíes de Tudela, la familia
Banu Qasi. Su primer rey
fue
Íñigo Arista. A
principios del siglo X, la familia Jimena sustituye a la Arista y el primer rey
es
Sancho Garcés I, que
tiene un gran éxito militar. Pamplona llegó a controlar lo que actualmente es
Navarra (su origen), La Rioja (llamado entonces «Reino
de Nájera») y lo que en la actualidad es el
País Vasco, y a unir dinásticamente los condados de
Castilla, dependiente de
León pero muy autónomo, y
Aragón (tras haberse
constituido como dinastía hereditaria con el conde
Aznar Galíndez),
Sobrarbe y
Ribagorza en los Pirineos
en tiempos de
Sancho el Mayor. A su
muerte legó su reino patrimonial (el Reino de Pamplona) a
García Sánchez III de Pamplona,
a quien
de jure deberían estar
subordinados los tenentes de las otras zonas de su reino:
Fernando, que recibió el
condado de Castilla; y
Ramiro, que recibió el
condado de Aragón para
después hacerse independiente tras anexionarse Sobrarbe y Ribagorza en
1045, condados que habían
sido heredados por el menor de los hermanos,
Gonzalo.
Marca Hispánica
El territorio situado entre el
oriente de Navarra y el mar se dividió en condados sometidos a los francos. Los
condados catalanes fueron
divisiones de la zona occidental
Marca Hispánica y los
condados de Aragón,
Sobrarbe y
Ribagorza ocupaban la
zona intermedia. Fue una zona de contención militar que tomaron los
francos para frenar las
incursiones sarracenas. Si bien la intención inicial de éstos era llevar las
fronteras hasta el
Ebro, la Marca quedó
delimitada por los
Pirineos en el norte y
por el
Llobregat en el Sur. Con
el tiempo se independizó del dominio franco con condes como
Wifredo el Velloso y
Aznar Galíndez.
En la zona de los posteriormente
denominados condados catalanes, el Condado de Barcelona se convirtió muy pronto
en el condado dominante de la zona. Con el tiempo, tras la unión dinástica entre
el el Reino de Aragón y el conjunto de condados vinculados al de Barcelona,
daría origen a la Corona de Aragón. Posteriormente, los dominios de esta corona
se extendieron hacia el sur y el Mediterráneo.
Aragón
El Reino de Aragón tiene su origen
en un condado procedente de la Marca Hispánica. Se uniría debido al enlace
dinástico de Andregoto Galíndez con García Sánchez I en el año 943 al Pamplona.
Tras la muerte de Sancho III de Navarra en 1035, legó a a su hijo
Ramiro el dominio del
condado de Aragón, que se emanciparía y, tras anexionarse los condados de
Sobrarbe y
Ribagorza, cuyo gobierno
había correspondido a un adolescente Gonzalo a su muerte en 1045, Ramiro I
establecería un reino de facto que comprendía los tres antiguos condados y
ocupaba los Pirineos centrales. Poco después, en 1076 a la muerte de Sancho
el de Peñalén, llegó a
anexionarse Navarra, aunque tras la muerte de Alfonso I el Batallador la unión
se deshizo. Por esa época, tras una dura lucha con las
taifas de
Zaragoza, el reino
aragonés llegó al Ebro, conquistando la capital en 1118.
Más tarde se produciría la unión
dinástica, con el matrimonio de Petronila (hija única del rey de Aragón) y Ramón
Berenguer IV, conde de Barcelona, lo que conformó la Corona de Aragón, que
agrupaba al Reino y a los Condados, si bien cada territorio mantuvo sus usos y
costumbres consuetudinarios.
La Corona acabaría por unificar con el
tiempo lo que hoy es Cataluña, arrebatando a los árabes el resto de Cataluña, la
Cataluña Nueva, y anexionándose los restantes territorios, aunque hay que
destacar que los diversos condados siguieron disfrutando de cierta autonomía.

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El avance de los reinos cristianos en la
Península Ibérica fue un proceso lento, discontinuo y complejo en el que se
alternaron períodos de expansión con otros de estabilización de fronteras y en
el que muchas veces diferentes reinos o núcleos cristianos siguieron también
ritmos de expansión distintos, a la vez que se remodelaban internamente a lo
largo del tiempo (con uniones, divisiones y reagrupaciones territoriales de
signo dinástico); y a la vez que, también, cambiaba internamente la forma y
fuerza del poder musulmán peninsular al que se enfrentaban (que experimentó
diversas fases de poder centralizado y períodos de disgregación). Asimismo la expansión conquistadora
estuvo salpicada de continuos conflictos y cambiantes pactos entre reinos
cristianos, negociaciones y acuerdos con poderes regionales musulmanes y,
puntualmente, alianzas cristianas más amplias contra aquellos como la que se dio
en la Batalla de Simancas (939),
que aseguró el control cristiano del Valle del
Duero y del
Tormes; o la más sonada
(por su excepcionalidad) y de más amplios vuelos en la Batalla de las Navas de
Tolosa en
1212, que supuso el
principio del fin de la presencia almohade en la Península Ibérica. El estudio
de tan dilatado y complejo proceso pasa por el establecimiento de diferentes
fases en las que los historiadores han establecido perfiles diferenciados en los
ritmos y características de conquista, ocupación y repoblación.
- Siglos VIII-X. Completada la
conquista en apenas un lustro (711-716), al margen sólo queda una estrecha
franja montañosa en el Norte. Su principal esfuerzo hasta el siglo X irá
dirigido a consolidar nuevas estructuras político-institucionales sobre unas
realidades socio-económicas en transformación (el asentamiento masivo de
población huida del avance musulmán), configurando las bases del feudalismo en
la Península. Al Oeste se afianzó el reino asturiano, extendiéndose entre
Galicia, el Duero y el Nervión. Al Este la Marca defensiva carolingia germinará
en diferentes núcleos cristianos pirenaicos. Su precaria situación quedará
demostrada durante el reinado de
Abd al-Rahman III
(912-961), cuando reconozcan la soberanía del Califato, convirtiéndose en
Estados tributarios.
- Siglos XI-XII. La
disgregación del Califato (Taifas)
facilitará un lento avance cristiano por la Meseta norte y el valle del
Ebro, consolidándose
institucionalmente los reinos. Ello será financiado con las imposiciones
tributarias (Parias)
a que sometieron a los reinos musulmanes, convirtiéndolos virtualmente en
protectorados. Es un período de europeización, con la apertura a las
corrientes culturales continentales (Cluny,
Cister) y la aceptación
de la supremacía religiosa de Roma. El avance castellano-leonés (Toledo,
1085) provocó sucesivas invasiones norteafricanas –Almorávides y Almohades- que
evitaron el colapso de la España musulmana. La repoblación entre el Duero y el
Tajo se sustenta en colonos libres y concejos con amplia autonomía (fueros),
mientras que en el Ebro los señoríos cristianos explotarán a la población
agrícola musulmana.
- Siglos XIII-XIV. La alianza entre
los reinos cristianos (Navas de Tolosa, 1212) logra el definitivo derrumbe del
Al-Andalus, conquistando con gran celeridad el sur peninsular (salvo Granada).
Una expansión protagonizada por las coronas de Castilla y Aragón generará
determinados problemas: la absorción de un enorme volumen territorial y
poblacional. En Andalucía y Murcia, la imposición de grandes señoríos –nobles
guerreros y órdenes militares- y la expulsión de las poblaciones autóctonas
–agrícolas y artesanas- derivará en la decadencia económica del territorio. En
Valencia y Alicante, los señoríos cristianos, de menor extensión, se
superpondrán a una población musulmana que mantendrá la prosperidad económica.
Problemas solapados con la crisis económica del siglo XIV y las guerras civiles
que desangraron a los reinos de la España bajomedieval. De esta forma se
consolida España como la nación que por excelencia resistió y contuvo los
ataques musulmanes en Occidente, siendo el Reino de Hungría el guardián de
Europa en el Este ante la llegada de los turcos.
- Siglo XV. La supervivencia
del
reino nazarí de Granada
responde a varias razones: su condición de vasallo del rey castellano, su
conveniencia para éste como refugio de población musulmana, el carácter
montañoso del reino (complementado con una consistente red de fortalezas
fronterizas), el apoyo norteafricano, la crisis castellana bajomedieval y la
indiferencia aragonesa (ocupada en su expansión mediterránea). Además, la
homogeneidad cultural y religiosa (sin población mozárabe) proporcionó al Estado
granadino una fuerte cohesión. Su desaparición a finales del siglo XV –además de
por sus interminables luchas dinásticas- se ensarta en el contexto de la
construcción de un Estado moderno llevado a cabo por los Reyes Católicos a
través de la unificación territorial y el reforzamiento de la soberanía de la
Corona.

En paralelo al avance militar se produjo
un proceso de colonización, con el asentamiento de población cristiana, que
podía provenir de los núcleos septentrionales (de tierras montañosas, pobres y
superpobladas), de las comunidades mozárabes del sur que emigraban al norte
durante las coyunturas de incremento de la represión religiosa (al arte mozárabe
se le denomina también arte de repoblación), e incluso de zonas de la Europa al
norte de los Pirineos (a los que genéricamente se llamaba francos). Las
modalidades de asentamiento de esa población varió en sus características según
la forma en que se hubiera producido la conquista, el ritmo de la ocupación y el
volumen de la población musulmana preexistente en el territorio a repoblar. En
las zonas que sucesivamente fueron frontera entre cristianos y musulmanes, nunca
hubo un "vacío demográfico" o "zona despoblada", a pesar de que algunos
documentos (que así lo pretendían, justificando de ese modo la legitimidad de
las apropiaciones) dieron origen al concepto de "desierto del Duero", acuñado
por la historiografía de comienzos del siglo XX (Claudio Sánchez Albornoz).
La llegada de los repobladores cristianos
se testimonia arqueológicamente no sólo en lo más evidente (edificaciones
religiosas o enterramientos), sino con cambios en la cultura material, como la
denominada cerámica de repoblación.
Sirviendo como hitos divisores los valles
de los grandes ríos que cruzan la Península de este a oeste, se han definido
ciertas modalidades de repoblación, protagonizadas cada una por distintas
instituciones y agentes sociales en épocas sucesivas:
- Entre la Cordillera Cantábrica y el
Duero. En una verdadera
"cultura de frontera", el rey atribuye durante los siglos VIII y XI tierras
deshabitadas a hombres libres que debían defenderse a sí mismos en un entorno
inseguro, y ocupar la tierra que ellos mismos iban a cultivar (presuras). Un
proceso en cierta forma similar se denomina
aprisio en los
núcleos pirenaicos. A medida que la frontera se alejaba hacia el sur, la
independencia inicial que caracterizó el espíritu del condado de Castilla (caballeros-villanos,
behetrías) se fue
sustituyendo por formas más equiparables al feudalismo europeo, con el
establecimiento de señoríos monásticos y nobiliarios.
- Entre el Duero y el Sistema
Central. En los siglos XI y XII se establecieron
concejos municipales a
los que se atraía a la población mediante el establecimiento de sustanciales
privilegios colectivos fijados por escrito en cartas aforadas (cartas pueblas o
fueros). Estas ciudades ejercían el papel de verdaderos señores colectivos sobre
el campo circundante (alfoz)
con el que formaban comunidades de villa y tierra: Salamanca, Ávila, Arévalo,
Segovia, Cuéllar, Sepúlveda, Soria, etc.
- Valle del Tajo. Sin mucha aportación
nueva de repobladores, se mantuvo gran parte de la población autóctona de la
Taifa de Toledo (una zona densamente poblada). Se inició desde la conquista de
Toledo (1086) y de forma simultánea a la repoblación del espacio más al norte,
con la que comparte formas jurídicas equivalentes: Talavera, Madrid,
Guadalajara, Talamanca, Alcalá de Henares, etc. Cada comunidad definida por su
origen étnico-religioso (judíos, musulmanes, mozárabes y castellanos) contó con
un estatuto jurídico particular. Tras la invasión almorávide se expulsó a los
musulmanes, castellanizándose el reino. La sede arzobispal toledana se
enriqueció con las propiedades de las mezquitas y la adquisición de otras,
particularmente de familias mozárabes (mesa arzobispal de Toledo, montes de
Toledo).
- Valle del Ebro. Durante la primera
mitad del siglo XII, los grandes núcleos urbanos como Tudela, Zaragoza y
Tortosa mantienen la
población musulmana, al tiempo que entran en el territorio oleadas de mozárabes,
francos y catalanes que se establecen siguiendo el sistema del repartimiento,
ocupando las casas abandonadas.
- Cuencas medias del
Guadiana, del
Júcar y del
Turia. Entre finales del
siglo XII y principios del XIII, el rey concede a las órdenes militares
españolas grandes señoríos (encomiendas),
principalmente en Extremadura, La Mancha y El Maestrazgo. Alrededor de sus
castillos se asientan poblaciones campesinas con libertades muy recortadas, no
configurándose concejos de relevancia.
- Valles del Guadalquivir y del
Segura y llanuras levantinas. Durante el siglo XIII se realiza mediante
donadíos (grandes
extensiones concedidas a los nobles) y heredamientos (medianas y pequeñas
parcelas entregadas a los colonos). La población musulmana permaneció en las
zonas castellanas hasta la revuelta mudéjar de 1264 y su posterior expulsión,
que posibilitó el aumento de los grandes señoríos. En el reino de Valencia la
población musulmana se mantuvo en las zonas rurales hasta la expulsión de los
moriscos de 1609.

En los territorios dominados por los
musulmanes continuaban existiendo, separadas pero pacíficamente, comunidades
cristianas (con religión, idioma y leyes propias). Eran los llamados mozárabes.
Estos eran respetados al principio, pero poseían menos derechos y más
desventajas frente a los musulmanes (no podían construir nuevas iglesias,
pagaban impuestos especiales...). La tolerancia se perdió a medida que avanzaba
la conquista de la península (de los territorios que antes pertenecían al
dominio de los visigodos por los Estados cristianos del norte, en buena parte
herederos de los visigodos) y con la llegada de los almorávides y
almohades del Norte de
África.
También en los territorios que
habían vuelto a pasar bajo el dominio de los reyes cristianos seguían viviendo
musulmanes. Así se producía un intercambio cultural importante entre musulmanes
y cristianos. Junto con estas dos culturas coexistía la judía. Sabían, además
del hebreo, el
árabe y el castellano,
por lo que tenían un papel importante en la traducción de textos a diversos
idiomas (junto con traductores cristianos en la Escuela de Traductores de
Toledo). La figura cultural judía más importante es el filósofo Moisés
Maimónides. Gracias a la
traducción al latín, los textos árabes tendrían difusión en otros países
europeos, y no fue menos importante el hecho de que los árabes habían conservado
y traducido una inmensa cantidad de textos griegos y latinos, que por esta vía
volvieron a ser parte de la cultura europea.
Todavía hoy en día quedan en España
influencias muy importantes de aquella época: unas 4.000 palabras de origen
árabe (muchos nombres y sustantivos aunque muy pocos verbos), empleadas
lógicamente con mayor profusión cuanto más al sur, monumentos de la época
(fortalezas como La Alhambra, mezquitas como la de Córdoba), iglesias y palacios
de estilo cristiano-musulmán (mudéjar), pueblos blancos, gastronomía (el empleo
generalizado de especias y verduras en los distintos platos, la introducción de
la pasta en Europa, infinidad de platos de nuestra comida actual, dulces de
origen musulmán, el empleo de vajilla de cristal, o el orden de las comidas -1er
plato, sopa, 2º plato, carne o pescado y postre), diversas costumbres, como el
hecho de llevar ropas claras en verano o llenar de flores y plantas los patios
de las viviendas en el sur, así como la gran influencia que tuvieron la ciencia,
la tecnología, la literatura y la filosofía no sólo en España, sino en Europa.
Los
Reyes Católicos acabaron
la reconquista de España el 2 de enero de
1492, tomando Granada,
donde se realiza una festividad el 2 de enero de todos los años. Ese mismo año,
el
1492, expulsaron al rey
Boabdil, de la dinastía
Nazarí, con la toma de
Granada. La tolerancia religiosa que había hasta entonces dejó de serlo con la
expulsión de los judíos en
1492. Acabó del todo un
siglo después, con la expulsión de los
moriscos, homogeneizando
así toda la península.

La
guerra de Granada
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La Guerra de
Granada es
el nombre con el que suele conocerse el conjunto de
campañas militares que tuvieron lugar entre1482 y 1492,
durante el reinado de los Reyes
Católicos, en el interior del reino
nazarí de Granada.
Culminaron con la rendición
negociada mediante capitulaciones del
rey Boabdil,
que a lo largo de la guerra había oscilado entre la
alianza, el doble juego, la contemporización y el
enfrentamiento abierto con ambos bandos. Los diez años de
guerra no fueron un esfuerzo continuo: solía marcar un
ritmo estacional de campañas iniciadas en primavera y
detenidas en el invierno. Además, el conflicto estuvo
sujeto a numerosas vicisitudes bélicas y civiles:
notablemente los enfrentamientos intestinos dentro del
bando musulmán; mientras que en el cristiano fue decisiva
la capacidad de integración en una misión común de las
ciudades y la nobleza castellanas y el imprescindible
impulso del clero bajo
la autoridad de la emergente Monarquía
Católica. La
participación de la Corona
de Aragón (cuyos
reinos estaban mucho menos sujetos al autoritarismo real)
fue de menor importancia: aparte de la presencia del
propio rey
Fernando
consistió
en la colaboración naval, la aportación de expertos
artilleros y algún empréstito financiero. Era evidente la
naturaleza de la empresa, claramente castellana, y la
integración en la Corona
de Castilla del
reino conquistado.
La protocolaria entrega de las
llaves de la ciudad y la fortaleza-palacio de la Alhambra,
el 2
de enero de
1492, se sigue conmemorando todos los años en esa fecha
con un tremolar de banderas desde el Ayuntamiento de la
Ciudad de Granada.
A pesar de mantener muchos rasgos
medievales, fue una de las primeras
guerras que
pueden considerarse modernas,
por el armamento y tácticas empleadas (más que batallas en
campo abierto, fueron decisivos los asedios resueltos con
artillería, y las
maquiavélicas maniobras
políticas, aunque no faltaron ejemplos de heroísmo
caballeresco, también propios de la época). Se la puede
considerar como una etapa intermedia clave en la evolución
bélica de Occidente, entre la Guerra
de los Cien Años y
las
Guerras de Italia. También
era moderna la condición del ejército vencedor, al que, a
pesar de su heterogénea composición, o precisamente por
ella (acudieron todo tipo de fuerzas, desde las
tradicionales, reunidas por los nobles, los concejos, las
órdenes militares, los señoríos eclesiásticos; hasta otras
como la recientemente organizada Santa
Hermandad y
auténticos mercenarios profesionales provenientes de toda
Europa incluyendo
un grupo de arqueros ingleses
dirigidos por Lord Scale )
se suele considerar como un precoz ejemplo de ejército
moderno, permanente y profesional (para la historiografía más
tradicionalista, con rasgos de ejército nacional,
probablemente con abuso del término), en un momento en que
se están definiendo las monarquías
autoritarias que
conformarán los Estados-nación de Europa
Occidental.
España,
en trance de formar su unidad territorial, sería uno de
los principales ejemplos tras el matrimonio de los Reyes
Católicos (1469)
y su victoria en la Guerra
de Sucesión Castellana (1479).
Se puede concluir que
la Guerra de Granada fue utilizada para asociar a Castilla
y Aragón en un proyecto común, ofreciendo a la
aristocracia una actividad al mismo tiempo lucrativa para
ella y útil a la monarquía, que puede ser exhibida al
mismo tiempo como empresa religiosa en conformidad con la
nueva forma de identidad social más combativa: el espíritu cristiano
viejo.

Al ser la última posibilidad de
expansión territorial de los reinos cristianos frente a
los musulmanes en la Península Ibérica significó el fin de
la
Reconquista, proceso histórico de larga
duración que
había comenzado en el siglo
VIII. No debe olvidarse
que la "Reconquista" es un término ideológico dotado de
una carga semántica poco neutral, y debe entenderse en sus
justos términos: no había significado una continuidad de
hostilidades en todo el periodo; y de hecho, desde la crisis
del siglo XIV se
había detenido (se han contabilizado 85 años de paz por 25
de guerra en el periodo 1350-1460), conformándose el Reino
de Castilla (único
con frontera frente a los musulmanes) con el control del Estrecho
de Gibraltar y
el mantenimiento del Reino
de Granada como
un Estado
vasallo y
tributario en cuya política interior se intervenía en
ocasiones. En momentos de debilidad castellana, ocurría al
contrario, que los nazaríes ejercían sus propias
iniciativas, suspendiendo los pagos, incendiando y
saqueando localidades (algunas tan lejanas como Villarrobledo)
o recuperando algún pequeño territorio (Cieza y Carrillo en 1477), a
veces en connivencia con alguna de las facciones que
dividían Castilla (las disputas entre el Marqués
de Cádiz y
el Duque
de Medina Sidonia
llevaron a este último a aliarse con los granadinos, que
arrebataron el castillo de Cardela al
primero con su ayuda). La
permeabilidad de la frontera en ambas direcciones también
produjo la existencia de categorías sociales mixtas: los elches,
o cristianos (muchas veces ex-cautivos) que se convertían
al Islam y los tornadizos que
eran la categoría inversa.8
Transitaban
sin ningún problema por el territorio fronterizo los ejeas,
intermediarios dotados de salvoconductos que negociaban
los rescates de prisioneros.
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Territorio del reino nazarí durante
el siglo XV
En verde claro, los territorios conquistados por los
reinos cristianos
desde el siglo XIII incluyen Ceuta,
en la costa africana.
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Aunque no faltaron operaciones
militares más importantes, fueron puntuales y limitadas en
extensión, como la toma de Antequera (1410),
que sirvió fundamentalmente para prestigiar a Fernando
de Trastámara, que añadió
el nombre de la ciudad conquistada al suyo, como los
generales romanos, siéndole muy útil para su elección como
rey de Aragón en el compromiso de Caspe (1412);
o la batalla
de La Higueruela (1431),
en el reinado Juan
II, que también en este
caso fue objeto de un aparato propagandístico
desproporcionado en beneficio del valido Álvaro
de Luna.
La construcción de un Estado
moderno, en el concepto que de tal cosa tenían los Reyes
Católicos, no era compatible con el mantenimiento de esa
singularidad en la Europa cristiana, que además quitaba
libertad de movimientos a Castilla e impedía la
explotación adecuada de una gran cantidad de tierras a lo
largo de una extensa e insegura frontera.
La noticia de la Toma
de Granada fue
celebrada con festejos en toda Europa: en Roma se celebró
una procesión de acción de gracias del colegio
cardenalicio; en Nápoles se representaron dramas
alegóricos de Jacopo
Sannazaro, en los que
Mahoma huía del león castellano; en la Catedral
de San Pablo de Londres, Enrique
VII hizo
leer una elogiosa proclama:
Este hecho acaba de ser consumado gracias a la valentía
y a la devoción de Fernando e Isabel, soberanos de
España que, para su eterna honra, han recuperado el
grande y rico reino de Granada y tomado a los infieles
la poderosa capital mora, de la cual los musulmanes eran
dueños desde hacía siglos.
El enfrentamiento entre Cristianismo e Islam dotaba
al conflicto de un rasgo inequívocamente religioso, que la
implicación vigorosa del clero se
encargó de remarcar, incluyendo la concesión por el papado de
la Bula
de Cruzada. Cuando,
terminada la guerra, el propio papa sea el valenciano Alejandro
VI, de la familia Borgia,
Isabel y Fernando recibirán el
título de Católicos
(1496), en un reconocimiento del ascenso de España como potencia
europea homologable, en lo que tampoco era ajena la
política de "máximo religioso" de los Reyes, que había
producido la expulsión
de los judíos en
1492, poco después de la toma de Granada. La presión sobre
los
conversos,
a través de la recién instaurada Inquisición
española, estaba siendo
particularmente dura desde el primer auto
de fe (Sevilla,
1481). Por si esto fuera poco, el Papa también les
concedió el Nuevo
Mundo
descubierto y por descubrir (de nuevo en ese mismo año) a cambio de su
evangelización, todo ello en el conjunto de documentos
conocido como
Bulas
Alejandrinas. Las
referencias a la recuperación de Jerusalén no dejaron de
estar presentes como un horizonte retórico.
Desde una perspectiva más amplia,
hay que tener en cuenta que en el otro extremo del Mediterráneo se
está formando el gigantesco Imperio
otomano, que ha tomado Constantinopla(1453)
y aumentaba sus dominios en los Balcanes y
el Próximo
Oriente, llegando incluso
a ocupar temporalmente el puerto italiano de Otranto en
1480. No obstante, los granadinos deberán enfrentarse
solos a los cristianos, puesto que sus posibles aliados,
los sultanes de Fez,
de Tremecén o
de Egipto no
se implicaron en la guerra.
Asimismo puede decirse que, como
proceso histórico, el avance territorial no se detuvo con
la toma de Granada y continuó de hecho durante el siglo
siguiente, al seguir existiendo las fuerzas sociales que
alimentaban esa necesidad expansiva. Esa expansión pudo
verse en el exterior que, junto a los azares dinásticos
que reunieron diversos territorios europeos, formó lo que
se terminará conociendo como Imperio
español: la simultánea
conquista
de las Islas Canarias y
la posterior Conquista
de América
(descubierta
el 12 de octubre de 1492, en la expedición prevista en las Capitulaciones
de Santa Fe firmadas
por Colón y los Reyes frente a la Granada asediada); de la
toma puntual de plazas del norte de África; además de la
conquista del cristiano reino de Navarra en
1512.

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Durante la marcha hizo talar los campos y retó a
combate al enemigo. El temor a las revueltas intestinas
de los granadinos obligó al rey Albuhacén a rehusarle,
no presentando nunca sus batallas ante las nuestras y
limitándose a esconder entre los olivares multitud de
peones y a colocar junto a los emboscados, prontos a
acudir a la escaramuza, algunos jinetes sueltos, que en
revuelto pelotón fingían caminar a la ventura; todo a
fin de caer sobre los nuestros, si en su afán de pelear
acometían incautamente a los moros en su marcha. Adivinó
D. Fernando el ardid, y dio orden a los soldados de no
empeñar combate a escondidas.
Luego, a medida que se iban acercando a Granada, cuidaba
más de la seguridad de los reales; no permitía a hombres
de armas ni a peones romper el orden de las batallas, ni
a los destinados a la tala de los campos que saliesen
sin fuerte escolta; a todo proveyó con maduro consejo
para evitar un descalabro como el ocurrido el año
anterior junto a Loja. A ejemplo del Rey, los Grandes y
el ejército entero observaban la más estricta
disciplina, yendo a la aguada con la debida cautela,
evitando con las patrullas las sorpresas del enemigo,
procediendo, en fin, en todo cual cumplía a un ejército
perfectamente disciplinado. Sólo fue obstáculo para
continuar provocando a combate a la multitud enemiga, la
insuficiencia de los víveres, porque, fuera de las
mieses, todos los demás alimentos escaseaban, y no
hubieran podido los soldados sufrir mucho tiempo sin
quejarse la falta de víveres
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Fue experimentada en estas Guerras
de Granada una
nueva formación militar mixta de artillería e infantería dotada
de armamento combinado (picas, espingardas,
más tarde arcabuces...),
con utilización menor de la caballería que
en las guerras medievales, y con soldados mercenarios
sometidos a una disciplina diferente a la del código de
honor del vasallaje feudal, y sin olvidar contingentes no
combatientes, en ocasiones numerosísimos: hasta 30.000
"obreros" en 1483, encargados de recoger o quemar cosechas
(las famosas talas para
debilitar la economía enemiga) y realizar otras tareas con
valor táctico y estratégico.
Esta innovadora unidad militar fue
conocida posteriormente como tercios.
A los pocos años se utilizaron con éxito en las Guerras
de Italia al
mando de un militar experimentado en las campañas
andaluzas: Gonzalo
Fernández de Córdoba (el Gran
Capitán).
De todos modos, aunque se ha
insistido en ello abundantemente por la historiografía, no
conviene exagerar el precedente: las entrenadas tropas de
choque castellanas de las Guerras de Granada seguían
siendo esencialmente la caballería real y señorial, y las
milicias a pie, en su mayor parte eran de reclutamiento
concejil, en gran parte no combatiente, y su rendimiento
fue mediocre.
Para Ladero Quesada fue la
última hueste medieval de Castilla, claramente
diferente de los cuerpos profesionales del siglo
siguiente. Lo que sí puede considerarse una clara muestra
de la forma moderna de hacer la guerra es el volumen de
medios empleados: hasta 10.000 caballeros y 50.000
infantes, y más de 200 piezas de artillería construidas en Écija con
ayuda de técnicos franceses y bretones. Los
artilleros pasaron de ser cuatro en 1479 a 75 en 1482 y 91
en 1485, muchos de los cuales proceden de Aragón, Borgoña
o Bretaña. La cantidad de animales de tiro y carga también
se contaba por decenas de miles (hasta 80.000 mulas
requisadas en un año).
La guerra fue casi completamente
terrestre. Aunque hubo una considerable presencia naval de
buques castellanos (del Atlántico andaluz, vascos y de
otros puertos cantábricos) y aragoneses, no pasaron de
realizar una eficaz función de bloqueo, vigilancia y corso,
dificultando la relación de los granadinos con sus
posibles aliados del otro lado del Estrecho, que tampoco
demostraron mucho interés por intervenir.
En cuanto a los costes financieros,
fueron inmensos. Ladero Quesada aventura una cifra de mil
millones de maravedíes para la Corona y otro tanto para
los demás agentes que intervinieron. Se consiguió
recaudar, además de los ingresos ordinarios (siempre en
maravedíes): 650 millones con la Bula
de Cruzada, 160 millones
con subsidios o décimas del
clero (habitualmente exento) y 50 millones de las juderías y
comunidades
mudéjares.
Sólo los esclavos vendidos tras la toma de Málaga
significaron más de 56 millones. Siendo insuficientes, se
recurrió al crédito tanto en Castilla (de forma
obligatoria a concejos, a la Mesta, a las colonias de
mercaderes extranjeros y a algunos nobles) como fuera de
ella (16 millones en Valencia) y la emisión de juros con
un interés entre el 7 y el 10%.

Sin minusvalorar la presencia
fundamental del clero (como la del confesor real, Hernando
de Talavera) y la más
oscura de las clases medias (como la del secretario real Fernando
de Zafra), el
protagonismo fundamental de la conquista correspondió a la nobleza,
bajo la dirección de la monarquía.
La implicación personal de Fernando fue
constante, e incluso Isabel no
dejaba de estar presente en lugares no demasiado seguros
(acudió a algunos asedios, e incluso estuvo presente en el
campamento real durante un terrible incendio). La famosa
promesa de no cambiarse de camisa hasta no tomar la ciudad
(que quizá no fuera Granada, sino Baza) es un mito de
imposible verificación, que también se ha relacionado con
el cierre de los baños moros, por cuestiones morales.
Los
caballeros castellanos
Ciertas familias de la aristocracia
castellana destacaron por su participación en estas
guerras, aunque al contrario que en las anteriores
Guerras
civiles castellanas, en
este caso sometidas a una fuerte autoridad real. Destacó
la familia
de Mendoza en
la persona de Íñigo
López de Mendoza y Quiñones,
conde de Tendilla (no confundir con su homónimo antepasado
el Marqués de Santillana), que recibió el cargo
hereditario de Alcaide de
la Alhambra y los de Capitán
General y Virrey de
Granada. La frontera, al comienzo de la guerra, quedó
militarmente a cargo de tres altos nobles: Alonso de
Cárdenas, maestre de
la Orden
de Santiago, en el oeste,
con base en Écija; Pedro
Manrique, duque
de Nájera, en el norte,
con base enJaén;
y Pedro
Fajardo y Chacón, adelantado de Murcia,
con base en Lorca. El
ya nombrado Gonzalo Fernández de Córdoba alcanzó un
protagonismo especial y un futuro mucho más importante que
el que parecía reservarle su posición de nacimiento, que
si bien era en la alta nobleza (la casa de Aguilar y
Córdoba) no era más que un hijo segundón. La capacidad de
movilidad social ascendente no era imposible, pero estaban
bien delimitadas las formas de acceder a ella: Gonzalo
sería un ejemplo de cómo era necesaria una buena
combinación de cuna, buena suerte, capacidad y esfuerzo
personal para destacar en aquella turbulenta ocasión. Su
ocasión llegó como consecuencia de su especial habilidad
para contactar con los musulmanes, especialmente con el
rey Boabdil que le consideraba amigo personal desde que
éste estuvo preso en el castillo de Lopera.
Tras demostrar su ingenio y capacidad militar y
organizativa, logró la alcaidía de una fortaleza
importante (Íllora)
y sus buenos oficios fueron trascendentales en el fin de
la guerra. También
se produjeron ennoblecimientos de soldados de valor
destacado, la última oportunidad de tal ascenso social,
tanto por acabarse el territorio peninsular a reconquistar
como por la mutación fundamental que se estaba produciendo
en el concepto mismo de la guerra y de la función militar
de la nobleza.
En cuanto a la consecución de gloria
individual, puede citarse a Hernán
Pérez del Pulgar, el
alcaide de las Hazañas, que terminó luciendo en su
escudo once castillos por las plazas tomadas (destacando
Málaga y Baza) y uno más por un temerario golpe de mano
nocturno en que clavó a las puertas de la Mezquita Mayor
de Granada un Ave
María e
incendió la Alcaicería (1490).
Si la búsqueda de la fama
(Celebridad) póstuma
era uno de los principios que más animaba al hombre del
Renacimiento, no hay duda de que también lo consiguieron
los menos afortunados Martín
Vázquez de Arce (el Doncel
de Sigüenza) y Juan
de Padilla, con su
tempranas muertes en batalla y sus extraordinarias tumbas,
respectivamente, en esa
catedral y
el monasterio
de Fresdelval.
En el Privilegio
rodado de Asiento y Capitulación para la entrega de la
ciudad de Granada de
30 de diciembre de 1491 se enumeran un total de 48 confirmantes
de la entrega de Granada, los más altos nobles laicos
y eclesiásticos que tomaron parte en la guerra de Granada
hasta su capitulación.
Los sultanes nazaríes
La guerra tuvo mucho que ver con el
hecho de que, al mismo tiempo que los reinos cristianos se
habían pacificado y reorganizado, el reino de Granada se
enfrentaba a la crisis dinástica de los últimos
sultanes
nazaríes
(habitualmente referidos como "reyes" en las fuentes cristianas),
concretada por la lucha de poder entre estos tres
personajes emparentados (entre paréntesis se indican sus
periodos de gobierno efectivo):
Aparte de los enfrentamientos dentro
de la familia real, la aristocracia granadina presentaba
otras divisiones, como la rivalidad que adquirió tintes
legendarios entre la familia de los zegríes (fronterizos o
defensores de la frontera) y la de los abencerrajes (Banu
Sarray, o sea, hijos
del talabartero). También se registraron
enfrentamientos entre los Alamines,
los Venegas y
los Abencerrajes en
1412. Estos últimos se sublevaron en Málaga en 1473 y
fueron duramente reprimidos por Muley
Hacén (incluyendo,
según la leyenda, una matanza a traición en un salón de la
Alhambra). Muchos huyeron a Castilla.

Se distinguen varias fases en la guerra:
Conquista de la parte occidental del
reino (actual provincia
de Málaga,
Loja y
la Vega
de Granada), aunque las
conquistas territoriales se hicieron esperar hasta 1485,
tras unos primeros años de improvisación.
Hasta entonces, las treguas entre
Castilla y Granada se habían renovado regularmente (en
1475, 1476 y 1478). No obstante, los incidentes
fronterizos no eran extraños, y la inestabilidad del reino
musulmán empujó a una acción poco meditada: a finales del
año 1481, como represalia por hostigamientos puntuales de
parte cristiana, los musulmanes tomaron Zahara.
Eso dio una excusa plausible para una operación de más
envergadura el 28 de febrero de 1482: la toma de Alhama,
a cargo de Rodrigo
Ponce de León, marqués
de Cádiz, autorizado por Diego
de Merlo, representante
real en Sevilla. El duque
de Medina Sidonia,
aristócrata enemigo del de Cádiz (en un ejemplo de
sumisión a las órdenes reales y coordinación en un
proyecto común) acude a reforzar las posiciones recién
ganadas. En abril es el mismo Fernando el que acude a
Alhama. Esta plaza será objeto de una especial atención
durante el resto de la guerra, y confiada como un honor a
personajes importantes (desde 1483 al conde de Tendilla). Si
bien mantener una plaza avanzada y aislada era
un disparate desde el punto de vista estratégico, se
hicieron todos los esfuerzos necesarios para mantenerla
abastecida y relevadas periódicamente las tropas de su
guarnición, funcionando como uno de los elementos
propagandísticos movilizadores de la guerra. No
es extraño que algunas piezas del romancero,
destacadamente el Romance
de la pérdida de Alhama, eligiendo este episodio
ejercieran a esa función:
Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarambla
-¡Ay de mi Alhama!
Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara.
-¡Ay de mi Alhama!
Descabalga de una mula
y en un caballo cabalga,
por el Zacatín arriba
subido se había al Alhambra.
...
-Habéis de saber, amigos,
una nueva desdichada:
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.
-¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un alfaquí,
de barba crecida y cana:
-Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara
-¡Ay de mi Alhama!
-Mataste los Bencerrajes,
que eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
-¡Ay de mi Alhama!
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,
y aquí se pierda Granada.
Las siguientes operaciones
significaron un fracaso para los cristianos: en el fallido
ataque a Loja (julio
de 1482) muere el maestre de la Orden de Calatrava,
Rodrigo
Téllez Girón, y en la
primavera siguiente tampoco se consigue tomar Málaga ni Vélez
Málaga, cayendo
prisioneros importantes nobles, como Juan
de Silva, conde
de Cifuentes.
En abril de 1483, en medio de las
disensiones internas, y con el fin de adquirir prestigio,
Boabdil intenta sin éxito tomar Lucena,
cayendo prisionero. El destino del rey
chico se
debatió en un consejo celebrado en Córdoba. El Marqués de
Cádiz era consciente de las implicaciones en la política
interior granadina.
|
Porque los moros
tienen poca fe con sus reyes, e les an tan poco
acatamiento, que ligeramente los fazen y desfacen
estando libres; mayormente estando presos, según que en
diversos tienpos lo avemos visto, e agora veemos en la
prisión deste. La qual sabida, luego los más que estauan
a su obidiençia tornaron a la del rey su padre, e
priuaron al fijo del nonbre de rey que le avían dado.
|
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Los Reyes Católicos hacen una jugada
que demostró ser decisiva: lo liberan tras asegurarse su
alianza, incluyendo el pago de tributos. Desde Almería,
hará la guerra a su padre el sultán Muley
Hacén.27 Al
poco tiempo (en otoño), Zahara, la plaza que había
originado el conflicto, vuelve a manos cristianas.27 También
tuvo importancia la toma de Tájara durante
una vasta expedición de aprovisionamiento a Alhama y de tala de
la vega granadina dirigida por el propio Fernando. Su
situación frente a Loja la harán clave en la fase
siguiente.29
El resentimiento contra Boabdil
repuso a su padre en el trono de Granada y le valió una fatwa o
condena por un tribunal compuesto de los más prestigiosos cadíes, muftíes, imanes y
profesores el 17 de octubre de 1483, que a pesar de citar
gravísimas consecuencias fundamentadas en el Corán,
también deja prudentemente un margen para la
reconciliación:
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De esto dijo el
Enviado de Allah - Allah lo bendiga y salve - «No es
otra cosa que la muerte», por lo que significa:
destrucción de los musulmanes, incitación al enemigo a
extirpar de raíz la flor y nata de los creyentes y
violar sus cosas más sagradas, todo lo cual está
declarado ilícito en el Libro de Allah, en la sunna de
su Enviado - Allah lo bendiga y salve -, y en la opinión
unánime de los ulemas, aparte otros peligros evidentes,
ya que apoyarse en los no musulmanes y pedirles ayuda
cae con toda evidencia bajo la amenaza contenida en las
palabras de Allah Altísimo: «¡Oh, creyentes! No toméis
por amigos a los judíos y a los cristianos, porque unos
son amigos de los otros. Aquel de entre vosotros que los
tome por amigos se convertirá en uno de ellos. Allah no
es guía de la gente injusta». Y en estas otras palabras:
«Aquel de vosotros que lo hiciere, se apartaría del
camino llano».
Haber prestado juramento de fidelidad al príncipe
prisionero es obstinarse en los errores y hechos
ilícitos a que nos hemos referido e insistir en los
crímenes y maldades que ya han perpetrado. Todo aquel
que les dé amparo o les ayude de palabra o de obra,
presta ayuda a la rebeldía contra Allah Altísimo y se
pone en contra de la sunna de su profeta. Y todo aquel
que se complazca en lo que hacen, o desee su victoria,
tiene el deseo de rebelarse contra Allah en la tierra de
Allah con la más grave de las rebeldías. Esta es la
cualificación en tanto persistan en tal conducta.
Ahora bien, si vuelven a Allah y renuncian a la
disensión y a la rebeldía en que se encuentran, los
musulmanes tienen el deber de aceptarlos, porque Allah
Altísimo dice: «Quien después de haber cometido
injusticia vuelve a Allah y se enmienda, también Allah
se vuelve a él». A Allah pedimos para que nos inspire el
recto camino que debemos seguir, nos libre de la maldad
de nuestras almas y afiance con bien nuestra concordia.
Él, que puede hacerlo, nos valga en ello.
Autores de la fatwa
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Punto de inflexión: 1485

Castillo de Benzalema, en Baza.
Esos momentos pueden considerarse un
punto de inflexión: si hasta entonces, los dos primeros
años de la guerra habían sido no muy distintos a la forma
medieval de la guerra, en adelante, el ataque cristiano
adquirió una intensidad y continuidad que demostraban la
voluntad de suprimir definitivamente la existencia
independiente del reino de Granada. A
partir de entonces y sucesivamente, caenRonda (mayo
de 1485), Marbella (sin
combatir), Loja (mayo
de 1486, con un uso decisivo de la artillería pesada),
gran parte de la Vega
de Granada (fortalezas
de
Íllora, Moclín, Montefrío y Colomera),
y en la costa Vélez
Málaga y
la propia
Málaga (19
de agosto de 1487). Esta plaza era especialmente
significativa por ser el principal puerto y por la
reducción a esclavitud de la mayoría de sus 8.000
habitantes (los que no reunieron un rescate de 20 doblas)
y de los 3.000 gomeres de
su guarnición, de procedencia norteafricana, dirigidos por Hamet
el Zegrí.
En el aspecto interior de la
política granadina, las luchas intestinas eran no menos
violentas e incluso más decisivas para la suerte final de
la guerra. En 1485 el
Zagal parecía
haber derrotado a sus parientes, destronando a su hermano
Muley Hacén (que murió poco después) y expulsando a su
sobrino de las zonas que ocupaba. Boabdil se vio forzado a
recuperar la imagen de guerrero islámico con una nueva
ofensiva contra los cristianos, aunque en el transcurso de
ésta vuelve a caer prisionero de Castilla. No obstante, el
hecho no le fue desfavorable, ya que fue excusa suficiente
para sellar un nuevo trato con los Reyes Católicos,
poniéndose al frente de un ejército cristiano-musulmán que
toma Granada para Boabdil en 1487. Quedaba para el
Zagal buena
parte del resto del territorio, incluyendo ciudades
asediadas, como Baza.

Segunda fase, de 1488 a 1490
Consistió en la conquista de la
parte oriental del reino (actual provincia
de Almería) y el resto
del territorio, excepto la capital.
Las campañas militares se vieron
frenadas en 1488 como consecuencia de varios factores: una
epidemia de peste por
toda Andalucía, la convocatoria de Cortes en los reinos de
la Corona de Aragón, que requería la atención de Fernando
y el cansancio propio de los años transcurridos de guerra. También
existieron razones de política exterior, pues la cuestión
sucesoria de Bretaña, que involucraba a
Navarra,
proporcionaba una oportunidad que no podía
desaprovecharse. Aunque la campaña dirigida contra el rey
de Francia fue un fracaso militar, la jugada supuso un
éxito diplomático y proporcionó la base de la futura
invasión de Navarra e incluso de la alianza con
Maximiliano de Habsburgo, al que apoyaron en una coyuntura
apurada.
Trasladada la base de operaciones a Murcia,
se producen unas primeras conquistas relativamente
sencillas (Vera, Vélez
Blanco y Vélez
Rubio). No obstante,
localidades mejor defendidas, como Baza y Almería,
se resisten firmemente, en lo que significó la campaña más
dura de toda la guerra (1489). La
toma de Baza, asediada de junio a diciembre de 1489, llevó
en poco tiempo a la capitulación de Almería, Guadix, Almuñécar y Salobreña,
mientras el
Zagal se
rendía a los Reyes Católicos, pasando a su servicio desde
su señorío deAndarax. Granada
quedaba totalmente aislada. Más tarde (1491) se retiró a
África, donde el sultán de Fez, por sugerencia de su
sobrino Boabdil, le encarceló y cegó.

Las operaciones se limitaron al
asedio de la ciudad, dirigido desde el campamento-ciudad
de Santa
Fe. Con más intrigas que
acontecimientos militares, los Reyes Católicos exigieron a
Boabdil la entrega de la ciudad en cumplimiento de sus
tantas veces renovados pactos.
El desenlace se demoró no tanto por
resistencia de Boabdil, cuanto por su falta de control
interno efectivo, que los cristianos tampoco deseaban
erosionar en exceso. Las últimas negociaciones secretas
incluían el respeto a la religión islámica de los que
decidieran quedarse, la posibilidad de emigrar, una
exención fiscal por tres años y un perdón general por los
delitos cometidos durante la guerra; según tres documentos
negociados entre
Abul
Kasim (el
Muleh o el
Malih) como emisario de Boabdil, y por los Reyes
Católicos Gonzalo
Fernández de Córdoba y
el secretario
real Fernando
de Zafra.
|
El de Zafra, portador de la
propuesta definitiva de los Reyes de Castilla, se
retrasaba aquel día en el interior de la plaza. Había
caído ya la noche, y en el cuartel de los Reyes su
tardanza infundía sospechas...Hernando
de Zafra, que allá tarda, se cree le hayan muerto o
preso... al quarto de la modorra, con ánimo enhiesto,
sin que ningún peligro le apasionase, salió [Gonzalo de
Córdoba] del real, hurtándose de las guardas; antes de
la luz primera llegó a la Alhambra, donde halló con el
Rey y los Alfaquíes Corrud
y Pequeni y al Alcaide Muley y secretario Fernando de
Zafra. Se discutían aún
las garantías y certidumbre que los Reyes daban a
Boabdil por su dominio de las Alpujarras. Y el recién
llegado fue quien zanjó la discusión que ponía fin a lo
tratado: El
debdo y tierras, señor alcayde, durará quanto durare su
señoría en el servicio de sus altezas
|
|
|
Boabdil comenzó retirándose a las
tierras alpujarreñas que le garantizaban los Reyes, pero
finalmente (noviembre de 1493, tras una fuerte
indemnización ),
optó por cruzar el Estrecho, como la mayor parte de la
élite andalusí. Otros, como la familia Abén
Humeya, se convirtieron
al cristianismo y fueron recompensados con la conservación
e incluso el incremento de su estatus social (señorío de Válor).
No obstante, las conversiones fueron muy minoritarias
entre la población musulmana, que quedó sometida al
dominio cristiano —categoría social que durante la Edad
Media venían recibiendo el nombre de mudéjares y
que a partir de ahora serán denominados moriscos—.
Dicha población estaba constituida fundamentalmente por
campesinos sometidos a un duro régimen
señorial, ahora con
señores cristianos. Se calcula en casi mil el número de mercedes,
que en este caso eran transferencias de propiedad a
grandes señores, militares destacados o clérigos
importantes, e incluso musulmanes aliados. Algunas serán
incluso devoluciones parciales de tierras confiscadas
durante la guerra, como la Merced
a Fernando Enríquez Pequeñí (converso cuyo nombre árabe
era Mohamed el Pequeñí), regidor de Granada, de parte de
la hacienda de su yerno Mohamed Alhaje Yuçef, muerto en el
combate de Andarax cuando luchaba contra las tropas reales. En
la práctica totalidad eran señoríos de pequeñas
dimensiones, con la excepción del marquesado
del Cenete, que se
formará con la concesión hecha al Cardenal
Mendoza. Se puede decir
que desde antes de acabar la conquista se está diseñando
un
proceso repoblador,
planificado en buena parte por Fernando de Zafra, no
exento de contradicciones.
|
El 25 de noviembre de 1491 fueron
firmadas las capitulaciones, que concedían además un plazo
de dos meses para la rendición. No hubo necesidad de
agotarlo, porque los rumores difundidos entre el pueblo
granadino de lo pactado causaron tumultos, sofocados tanto
por los cristianos como por los fieles a Boabdil, que
acaba por entregar Granada el 2 de enero de 1492.

|
Si aquí se han de
cumplir todas las mercedes, ni si es menester que se
pueble de cristianos ni menos de moros. No entiendan
vuestras altezas que esto se puede hacer todo junto,
cumplir con las mercedes y poblar los pueblos
Fernando de Zafra
|
|
La población morisca pasó en poco
tiempo de ser tratada con una inicial política de
apaciguamiento, como correspondía a las condiciones de la
capitulación, dirigida en lo religioso por fray Hernando
de Talavera, confesor de
la reina y primer arzobispo de la ciudad; a otra de mayor
firmeza a partir de la visita del nuevo confesor, el cardenal
Cisneros (1499).
Como resultado, se obtiene un incremento de las
"conversiones", pero también un motín en el Albaicín (arrabal granadino
que había pasado a ser el ghetto islámico
de la ciudad, mientras la antigua medina pasaba
a ser remodelada y ocupada por repobladores cristianos )
y una sublevación en las Alpujarras. Tales desórdenes
fueron considerados como una ruptura de las condiciones de
la capitulación por la parte islámica, con lo que, libres
de toda cortapisa, los reyes emitieron la Pragmática de 11
de febrero de 1502, que obligaba al bautismo o al exilio
de los musulmanes. En
la práctica los bautismos fueron masivos, con una coerción
poco disimulada. Más que un remedio, se originó un
problema de integración, incluyendo la
rebelión
de las Alpujarras (1568-1571,
considerada una nueva Guerra
de Granada), su dispersión por los territorios
castellanos del interior (siendo sustituidos por colonos cristianos
viejos, en perjuicio de una agricultura tradicional
extraordinariamente adaptada a un entorno natural muy
delicado) y, con el tiempo, su expulsión (1609),
junto con los moriscos de la Corona de Aragón. |
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