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· 2 de mayo|

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· España Contemporánea
1788-1931

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Reconquista

 

 

Se denomina Reconquista o Conquista cristiana al proceso histórico en que los reinos cristianos de la Península Ibérica buscaron el control peninsular en poder del dominio musulmán. Este proceso tuvo lugar entre los años 722 (fecha probable de la rebelión de Pelayo) y 1492 (final del Reino nazarí de Granada).

Según algunos académicos el término es históricamente inexacto, pues los reinos cristianos que «reconquistaron» el territorio peninsular se constituyeron con posterioridad a la invasión islámica, a pesar de los intentos de algunas de estas monarquías por presentarse como herederas directas del antiguo reino visigodo. Se trataría más bien de un afán de legitimación política de estos reinos, que de hecho se consideraban reales herederos y descendientes de los visigodos, y también el intento de los reinos cristianos (especialmente Castilla) de justificar sus conquistas, al considerarse herederos de sangre de los godos.

El término parecería asimismo confuso, más aún considerando el hecho de que tras el derrumbe del Califato (a comienzos del siglo XI), los reinos cristianos optaron por una política de dominio tributario -parias- sobre las Taifas en lugar de por una clara expansión hacia el sur; o las pugnas entre las diferentes coronas –y sus luchas dinásticas-, que solo alcanzaron acuerdos de colaboración contra los musulmanes en momentos puntuales.

Sin embargo, la temprana reacción en la cornisa cantábrica en contra del Islam (recordemos que Don Pelayo rechazó a los sarracenos en Covadonga apenas siete años después de que atravesaran el estrecho de Gibraltar), e incluso su rechazo del territorio actualmente francés después de la Batalla de Poitiers del año 732, pueden sustentar la idea de que la Reconquista sigue casi inmediatamente a la conquista árabe. Más aún, «gran parte de dicha cornisa cantábrica jamás llegó a ser conquistada», lo cual viene a justificar la idea de que la conquista árabe y la reconquista cristiana, de muy diferente duración (muy corta la primera y sumamente larga la segunda), se superponen, por lo que podría considerarse como una sola etapa histórica, sobre todo si tenemos en cuenta que la batalla de Guadalete, la primera batalla por defender el reino visigodo en el año 711, marca el inicio de la invasión musulmana.

En el Siglo de Oro hubo poetas que definían y denominaban a los españoles como «godos» (como dijo Lope de Vega: «eah, sangre de los godos») y durante las guerras de independencia en América, eran también así llamados por los patriotas americanos (de allí procede el uso que se le da en Canarias para referirse al español peninsular). Es por ello, según los críticos del término, un concepto parcial, pues sólo transmite la visión cristiana y europea de este complejo proceso histórico, soslayando el punto de vista de los musulmanes andalusíes; por otro lado, en el lado cristiano puede decirse que existía conciencia de «reconquista».

Entrega de las llaves de la ciudad de Granada por e
rey musulmán
Boabdil a la reina Isabel I de Castilla

Otros historiadores, como Ignacio Olagüe Videla en La Revolución islámica en Occidente (1974), consideran que la invasión militar árabe es un mito y sostienen que la creación de Al-Ándalus fue el resultado de la conversión de gran parte de la población hispana al Islam. Estas tesis han sido estudiadas por González Ferrín en su obra Historia General de Al-Andalus, en la que hablando de la Reconquista dice «que en verdad nunca existió»; igualmente plantea que Al-Andalus «constituye un eslabón insustituible de la historia europea». La arqueología y los textos antiguos desmienten esta teoría, ya que si fue tan rápida la conquista de Al-Andalus, es imposible que los ciudadanos dominasen el idioma, la ciencia, el modo de vida y hasta los materiales propios de la cultura islámica.

En su España invertebrada, José Ortega y Gasset afirmaba que «Una reconquista de seis siglos no es una reconquista». Curiosamente, se usa normalmente el término «conquista de Granada» en lugar del de «reconquista de Granada». Aunque esto es referido a la conquista de la ciudad como un hecho aislado, pues en la historia de España se habla de la «Reconquista de Granada».

Algunos autores han propuesto con poco éxito el término alternativo de «conquista cristiana», sin las implicaciones ideológicas del término «reconquista».


Consolidación de los núcleos cristianos

La Hispania visigoda antes
de la invasión musulmana

 

En 711 se produjo en la península Ibérica la primera invasión de los musulmanes procedentes de África del Norte. Entraron por Gibraltar (que precisamente debe su nombre actual a Tarik, general que desembarcó allí) y que el propio Roderic o Roderico (Don Rodrigo), uno de los últimos de los reyes visigodos, fue a rechazar, perdiendo la vida en la Batalla de Guadalete. Tarik fue llamado a Damasco, entonces capital del califato, para informar y nunca más volvió. Su lugar lo ocupó el gobernador Abd al-Aziz, comenzando el emirato independiente.

A partir de este momento empezaron una política de tratados con los nobles visigodos que les permitió controlar el resto de la península. En 716 Abd al-Aziz fue asesinado en Sevilla y se inició una crisis tal que en los siguientes cuarenta años se sucedieron veinte gobernadores. En este año, 716, los árabes comenzaron a dirigir sus fuerzas hacia los Pirineos para tratar de entrar en el Reino Carolingio.

La veloz y contundente invasión norteafricana, además de por los factores que propiciaron la expansión mundial del Islam, se explica por las debilidades que afectaban al reino visigodo:

  • El frágil e incompleto dominio que ejercía sobre el territorio peninsular –en 711 el rey Rodrigo se hallaba dirigiendo una campaña militar en el norte-.
  • La división de sus élites, con enfrentamientos vinculados a la elección de los sucesores al trono de una Monarquía (electiva) no hereditaria.
  • Una aristocracia terrateniente –de tardía conversión al catolicismo- superpuesta a una población, libre o servil, con condiciones vitales muy duras, entre la que latía un fuerte descontento. Muchos de ellos recibieron la conquista como una mejora de su situación.
  • La decadencia de la actividad mercantil derivó en una minusvaloración de la población judía, que en gran medida la protagonizaba. También ellos pudieron ver una ventaja en la situación de las minorías hebreas amparada por la jurisdicción islámica.

Tras la invasión, la resistencia cristiana cristaliza en dos focos.


El foco asturiano

 

Estatua de Don Pelayo en Covadonga

En el año 718 se sublevó un noble llamado Pelayo. Fracasó, fue hecho prisionero y enviado a Córdoba (los escritos usan la palabra «Córdoba», pero esto no implica que fuera la capital, ya que los árabes llamaban Córdoba a todo el califato).

Sin embargo, consiguió escapar y organizó una segunda revuelta en los montes de Asturias, que empezó con la batalla de Covadonga de 722. Esta batalla se considera el comienzo de la Reconquista. La interpretación es discutida: mientras que en las crónicas cristianas aparece como «una gran victoria frente a los infieles, gracias a la ayuda de Dios», los cronistas árabes describen un enfrentamiento con un reducido grupo de cristianos, a los que tras vencer se desiste de perseguir al considerarlos inofensivos. Probablemente fuera una victoria cristiana sobre un pequeño contingente de exploración. La realidad es que esta victoria de Covadonga, por pequeñas que fueran las fuerzas contendientes, tuvo una importancia tal que polarizó en torno a Don Pelayo un foco de independencia del poder musulmán, lo cual le permitió mantenerse independiente e ir incorporando nuevas tierras a sus dominios.

En cualquier caso, los árabes desistieron de controlar la zona más septentrional de la península, dado que en su opinión, dominar una región montañosa de limitados recursos e inviernos extremos no valía la pena el esfuerzo. Los cristianos de la zona no representaban un peligro, y controlar el extremo más alejado supondría más costes que beneficios. De todas formas, la sorprendente expansión del minúsculo Estado pronto preocupó a las autoridades califales. Hubo sucesivas incursiones (en tiempos de Alfonso II, se hizo una cada año en territorio asturiano), pero el reino sobrevivió y se siguió expandiendo, con sonoras victorias, como la batalla de Lutos, Polvoraria y la toma de Lisboa en 798.

El reino de Asturias era inicialmente de carácter astur y fue sometido en sus últimas décadas a una sucesiva gotificación debida a los inmigrantes de cultura hispanogoda huidos al reino cristiano del norte. Asimismo, fue un referente para parte del espacio cultural europeo con la batalla contra el adopcionismo. El reino estuvo por épocas muy vinculado al de los francos, sobre todo a raíz del «descubrimiento» del supuesto sepulcro del apóstol Santiago. Esta idea «propagandista» consiguió vincular a la Europa cristiana con el pequeño reino del norte, frente a un sur islamizado.

El Reino de Asturias tuvo varias escisiones. La primera a la muerte del rey Alfonso III el Magno, que repartió sus dominios entre tres de sus cinco hijos: García, Ordoño y Fruela. Estos dominios incluían, además de Asturias, el condado de León, el de Castilla, el de Galicia, la marca de Álava y la de Portugal (que entonces era sólo la frontera sur de Galicia). García se quedó León, Álava y Castilla, fundando el Reino de León. Ordoño se quedó Galicia y Portugal, y Fruela se quedó Asturias.


El foco pirenaico: formación de los reinos

Se originó a partir de la resistencia carolingia (el caudillo franco Carlos Martel había rechazado la invasión musulmana de Aquitania en la Batalla de Poitiers en 732). Posteriormente su sucesor, Carlomagno, creó la Marca Hispánica (frontera militar del sur), que dio origen a otros focos cristianos en la península: el reino de Pamplona, los actualmente llamados condados catalanes, y los de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza.

Navarra

El Reino de Pamplona, posteriormente llamado Reino de Navarra, tuvo como origen la propia familia gobernante, que había pactado con los muladíes de Tudela, la familia Banu Qasi. Su primer rey fue Íñigo Arista. A principios del siglo X, la familia Jimena sustituye a la Arista y el primer rey es Sancho Garcés I, que tiene un gran éxito militar. Pamplona llegó a controlar lo que actualmente es Navarra (su origen), La Rioja (llamado entonces «Reino de Nájera») y lo que en la actualidad es el País Vasco, y a unir dinásticamente los condados de Castilla, dependiente de León pero muy autónomo, y Aragón (tras haberse constituido como dinastía hereditaria con el conde Aznar Galíndez), Sobrarbe y Ribagorza en los Pirineos en tiempos de Sancho el Mayor. A su muerte legó su reino patrimonial (el Reino de Pamplona) a García Sánchez III de Pamplona, a quien de jure deberían estar subordinados los tenentes de las otras zonas de su reino: Fernando, que recibió el condado de Castilla; y Ramiro, que recibió el condado de Aragón para después hacerse independiente tras anexionarse Sobrarbe y Ribagorza en 1045, condados que habían sido heredados por el menor de los hermanos, Gonzalo.

Marca Hispánica

El territorio situado entre el oriente de Navarra y el mar se dividió en condados sometidos a los francos. Los condados catalanes fueron divisiones de la zona occidental Marca Hispánica y los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza ocupaban la zona intermedia. Fue una zona de contención militar que tomaron los francos para frenar las incursiones sarracenas. Si bien la intención inicial de éstos era llevar las fronteras hasta el Ebro, la Marca quedó delimitada por los Pirineos en el norte y por el Llobregat en el Sur. Con el tiempo se independizó del dominio franco con condes como Wifredo el Velloso y Aznar Galíndez.

En la zona de los posteriormente denominados condados catalanes, el Condado de Barcelona se convirtió muy pronto en el condado dominante de la zona. Con el tiempo, tras la unión dinástica entre el el Reino de Aragón y el conjunto de condados vinculados al de Barcelona, daría origen a la Corona de Aragón. Posteriormente, los dominios de esta corona se extendieron hacia el sur y el Mediterráneo.

Aragón

El Reino de Aragón tiene su origen en un condado procedente de la Marca Hispánica. Se uniría debido al enlace dinástico de Andregoto Galíndez con García Sánchez I en el año 943 al Pamplona. Tras la muerte de Sancho III de Navarra en 1035, legó a a su hijo Ramiro el dominio del condado de Aragón, que se emanciparía y, tras anexionarse los condados de Sobrarbe y Ribagorza, cuyo gobierno había correspondido a un adolescente Gonzalo a su muerte en 1045, Ramiro I establecería un reino de facto que comprendía los tres antiguos condados y ocupaba los Pirineos centrales. Poco después, en 1076 a la muerte de Sancho el de Peñalén, llegó a anexionarse Navarra, aunque tras la muerte de Alfonso I el Batallador la unión se deshizo. Por esa época, tras una dura lucha con las taifas de Zaragoza, el reino aragonés llegó al Ebro, conquistando la capital en 1118.

Más tarde se produciría la unión dinástica, con el matrimonio de Petronila (hija única del rey de Aragón) y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, lo que conformó la Corona de Aragón, que agrupaba al Reino y a los Condados, si bien cada territorio mantuvo sus usos y costumbres consuetudinarios.

La Corona acabaría por unificar con el tiempo lo que hoy es Cataluña, arrebatando a los árabes el resto de Cataluña, la Cataluña Nueva, y anexionándose los restantes territorios, aunque hay que destacar que los diversos condados siguieron disfrutando de cierta autonomía.


El avance cristiano

Reconquista de principales ciudades
Los reinos de taifas en 1031
Los reinos peninsulares en 1360
 
El avance de los reinos cristianos en la Península Ibérica fue un proceso lento, discontinuo y complejo en el que se alternaron períodos de expansión con otros de estabilización de fronteras y en el que muchas veces diferentes reinos o núcleos cristianos siguieron también ritmos de expansión distintos, a la vez que se remodelaban internamente a lo largo del tiempo (con uniones, divisiones y reagrupaciones territoriales de signo dinástico); y a la vez que, también, cambiaba internamente la forma y fuerza del poder musulmán peninsular al que se enfrentaban (que experimentó diversas fases de poder centralizado y períodos de disgregación).

Asimismo la expansión conquistadora estuvo salpicada de continuos conflictos y cambiantes pactos entre reinos cristianos, negociaciones y acuerdos con poderes regionales musulmanes y, puntualmente, alianzas cristianas más amplias contra aquellos como la que se dio en la Batalla de Simancas (939), que aseguró el control cristiano del Valle del Duero y del Tormes; o la más sonada (por su excepcionalidad) y de más amplios vuelos en la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212, que supuso el principio del fin de la presencia almohade en la Península Ibérica. El estudio de tan dilatado y complejo proceso pasa por el establecimiento de diferentes fases en las que los historiadores han establecido perfiles diferenciados en los ritmos y características de conquista, ocupación y repoblación.

  • Siglos VIII-X. Completada la conquista en apenas un lustro (711-716), al margen sólo queda una estrecha franja montañosa en el Norte. Su principal esfuerzo hasta el siglo X irá dirigido a consolidar nuevas estructuras político-institucionales sobre unas realidades socio-económicas en transformación (el asentamiento masivo de población huida del avance musulmán), configurando las bases del feudalismo en la Península. Al Oeste se afianzó el reino asturiano, extendiéndose entre Galicia, el Duero y el Nervión. Al Este la Marca defensiva carolingia germinará en diferentes núcleos cristianos pirenaicos. Su precaria situación quedará demostrada durante el reinado de Abd al-Rahman III (912-961), cuando reconozcan la soberanía del Califato, convirtiéndose en Estados tributarios.
  • Siglos XI-XII. La disgregación del Califato (Taifas) facilitará un lento avance cristiano por la Meseta norte y el valle del Ebro, consolidándose institucionalmente los reinos. Ello será financiado con las imposiciones tributarias (Parias) a que sometieron a los reinos musulmanes, convirtiéndolos virtualmente en protectorados. Es un período de europeización, con la apertura a las corrientes culturales continentales (Cluny, Cister) y la aceptación de la supremacía religiosa de Roma. El avance castellano-leonés (Toledo, 1085) provocó sucesivas invasiones norteafricanas –Almorávides y Almohades- que evitaron el colapso de la España musulmana. La repoblación entre el Duero y el Tajo se sustenta en colonos libres y concejos con amplia autonomía (fueros), mientras que en el Ebro los señoríos cristianos explotarán a la población agrícola musulmana.
  • Siglos XIII-XIV. La alianza entre los reinos cristianos (Navas de Tolosa, 1212) logra el definitivo derrumbe del Al-Andalus, conquistando con gran celeridad el sur peninsular (salvo Granada). Una expansión protagonizada por las coronas de Castilla y Aragón generará determinados problemas: la absorción de un enorme volumen territorial y poblacional. En Andalucía y Murcia, la imposición de grandes señoríos –nobles guerreros y órdenes militares- y la expulsión de las poblaciones autóctonas –agrícolas y artesanas- derivará en la decadencia económica del territorio. En Valencia y Alicante, los señoríos cristianos, de menor extensión, se superpondrán a una población musulmana que mantendrá la prosperidad económica. Problemas solapados con la crisis económica del siglo XIV y las guerras civiles que desangraron a los reinos de la España bajomedieval. De esta forma se consolida España como la nación que por excelencia resistió y contuvo los ataques musulmanes en Occidente, siendo el Reino de Hungría el guardián de Europa en el Este ante la llegada de los turcos.
  • Siglo XV. La supervivencia del reino nazarí de Granada responde a varias razones: su condición de vasallo del rey castellano, su conveniencia para éste como refugio de población musulmana, el carácter montañoso del reino (complementado con una consistente red de fortalezas fronterizas), el apoyo norteafricano, la crisis castellana bajomedieval y la indiferencia aragonesa (ocupada en su expansión mediterránea). Además, la homogeneidad cultural y religiosa (sin población mozárabe) proporcionó al Estado granadino una fuerte cohesión. Su desaparición a finales del siglo XV –además de por sus interminables luchas dinásticas- se ensarta en el contexto de la construcción de un Estado moderno llevado a cabo por los Reyes Católicos a través de la unificación territorial y el reforzamiento de la soberanía de la Corona.


La repoblación

En paralelo al avance militar se produjo un proceso de colonización, con el asentamiento de población cristiana, que podía provenir de los núcleos septentrionales (de tierras montañosas, pobres y superpobladas), de las comunidades mozárabes del sur que emigraban al norte durante las coyunturas de incremento de la represión religiosa (al arte mozárabe se le denomina también arte de repoblación), e incluso de zonas de la Europa al norte de los Pirineos (a los que genéricamente se llamaba francos). Las modalidades de asentamiento de esa población varió en sus características según la forma en que se hubiera producido la conquista, el ritmo de la ocupación y el volumen de la población musulmana preexistente en el territorio a repoblar. En las zonas que sucesivamente fueron frontera entre cristianos y musulmanes, nunca hubo un "vacío demográfico" o "zona despoblada", a pesar de que algunos documentos (que así lo pretendían, justificando de ese modo la legitimidad de las apropiaciones) dieron origen al concepto de "desierto del Duero", acuñado por la historiografía de comienzos del siglo XX (Claudio Sánchez Albornoz).

La llegada de los repobladores cristianos se testimonia arqueológicamente no sólo en lo más evidente (edificaciones religiosas o enterramientos), sino con cambios en la cultura material, como la denominada cerámica de repoblación.

Sirviendo como hitos divisores los valles de los grandes ríos que cruzan la Península de este a oeste, se han definido ciertas modalidades de repoblación, protagonizadas cada una por distintas instituciones y agentes sociales en épocas sucesivas:

  • Entre la Cordillera Cantábrica y el Duero. En una verdadera "cultura de frontera", el rey atribuye durante los siglos VIII y XI tierras deshabitadas a hombres libres que debían defenderse a sí mismos en un entorno inseguro, y ocupar la tierra que ellos mismos iban a cultivar (presuras). Un proceso en cierta forma similar se denomina aprisio en los núcleos pirenaicos. A medida que la frontera se alejaba hacia el sur, la independencia inicial que caracterizó el espíritu del condado de Castilla (caballeros-villanos, behetrías) se fue sustituyendo por formas más equiparables al feudalismo europeo, con el establecimiento de señoríos monásticos y nobiliarios.
  • Entre el Duero y el Sistema Central. En los siglos XI y XII se establecieron concejos municipales a los que se atraía a la población mediante el establecimiento de sustanciales privilegios colectivos fijados por escrito en cartas aforadas (cartas pueblas o fueros). Estas ciudades ejercían el papel de verdaderos señores colectivos sobre el campo circundante (alfoz) con el que formaban comunidades de villa y tierra: Salamanca, Ávila, Arévalo, Segovia, Cuéllar, Sepúlveda, Soria, etc.
  • Valle del Tajo. Sin mucha aportación nueva de repobladores, se mantuvo gran parte de la población autóctona de la Taifa de Toledo (una zona densamente poblada). Se inició desde la conquista de Toledo (1086) y de forma simultánea a la repoblación del espacio más al norte, con la que comparte formas jurídicas equivalentes: Talavera, Madrid, Guadalajara, Talamanca, Alcalá de Henares, etc. Cada comunidad definida por su origen étnico-religioso (judíos, musulmanes, mozárabes y castellanos) contó con un estatuto jurídico particular. Tras la invasión almorávide se expulsó a los musulmanes, castellanizándose el reino. La sede arzobispal toledana se enriqueció con las propiedades de las mezquitas y la adquisición de otras, particularmente de familias mozárabes (mesa arzobispal de Toledo, montes de Toledo).
  • Valle del Ebro. Durante la primera mitad del siglo XII, los grandes núcleos urbanos como Tudela, Zaragoza y Tortosa mantienen la población musulmana, al tiempo que entran en el territorio oleadas de mozárabes, francos y catalanes que se establecen siguiendo el sistema del repartimiento, ocupando las casas abandonadas.
  • Cuencas medias del Guadiana, del Júcar y del Turia. Entre finales del siglo XII y principios del XIII, el rey concede a las órdenes militares españolas grandes señoríos (encomiendas), principalmente en Extremadura, La Mancha y El Maestrazgo. Alrededor de sus castillos se asientan poblaciones campesinas con libertades muy recortadas, no configurándose concejos de relevancia.
  • Valles del Guadalquivir y del Segura y llanuras levantinas. Durante el siglo XIII se realiza mediante donadíos (grandes extensiones concedidas a los nobles) y heredamientos (medianas y pequeñas parcelas entregadas a los colonos). La población musulmana permaneció en las zonas castellanas hasta la revuelta mudéjar de 1264 y su posterior expulsión, que posibilitó el aumento de los grandes señoríos. En el reino de Valencia la población musulmana se mantuvo en las zonas rurales hasta la expulsión de los moriscos de 1609.


Religión y cultura

En los territorios dominados por los musulmanes continuaban existiendo, separadas pero pacíficamente, comunidades cristianas (con religión, idioma y leyes propias). Eran los llamados mozárabes. Estos eran respetados al principio, pero poseían menos derechos y más desventajas frente a los musulmanes (no podían construir nuevas iglesias, pagaban impuestos especiales...). La tolerancia se perdió a medida que avanzaba la conquista de la península (de los territorios que antes pertenecían al dominio de los visigodos por los Estados cristianos del norte, en buena parte herederos de los visigodos) y con la llegada de los almorávides y almohades del Norte de África.

También en los territorios que habían vuelto a pasar bajo el dominio de los reyes cristianos seguían viviendo musulmanes. Así se producía un intercambio cultural importante entre musulmanes y cristianos. Junto con estas dos culturas coexistía la judía. Sabían, además del hebreo, el árabe y el castellano, por lo que tenían un papel importante en la traducción de textos a diversos idiomas (junto con traductores cristianos en la Escuela de Traductores de Toledo). La figura cultural judía más importante es el filósofo Moisés Maimónides. Gracias a la traducción al latín, los textos árabes tendrían difusión en otros países europeos, y no fue menos importante el hecho de que los árabes habían conservado y traducido una inmensa cantidad de textos griegos y latinos, que por esta vía volvieron a ser parte de la cultura europea.

Todavía hoy en día quedan en España influencias muy importantes de aquella época: unas 4.000 palabras de origen árabe (muchos nombres y sustantivos aunque muy pocos verbos), empleadas lógicamente con mayor profusión cuanto más al sur, monumentos de la época (fortalezas como La Alhambra, mezquitas como la de Córdoba), iglesias y palacios de estilo cristiano-musulmán (mudéjar), pueblos blancos, gastronomía (el empleo generalizado de especias y verduras en los distintos platos, la introducción de la pasta en Europa, infinidad de platos de nuestra comida actual, dulces de origen musulmán, el empleo de vajilla de cristal, o el orden de las comidas -1er plato, sopa, 2º plato, carne o pescado y postre), diversas costumbres, como el hecho de llevar ropas claras en verano o llenar de flores y plantas los patios de las viviendas en el sur, así como la gran influencia que tuvieron la ciencia, la tecnología, la literatura y la filosofía no sólo en España, sino en Europa.


Fin de la Reconquista

Los Reyes Católicos acabaron la reconquista de España el 2 de enero de 1492, tomando Granada, donde se realiza una festividad el 2 de enero de todos los años. Ese mismo año, el 1492, expulsaron al rey Boabdil, de la dinastía Nazarí, con la toma de Granada. La tolerancia religiosa que había hasta entonces dejó de serlo con la expulsión de los judíos en 1492. Acabó del todo un siglo después, con la expulsión de los moriscos, homogeneizando así toda la península.


La guerra de Granada
 

 

La Guerra de Granada es el nombre con el que suele conocerse el conjunto de campañas militares que tuvieron lugar entre1482 y 1492, durante el reinado de los Reyes Católicos, en el interior del reino nazarí de Granada.

Culminaron con la rendición negociada mediante capitulaciones del rey Boabdil, que a lo largo de la guerra había oscilado entre la alianza, el doble juego, la contemporización y el enfrentamiento abierto con ambos bandos. Los diez años de guerra no fueron un esfuerzo continuo: solía marcar un ritmo estacional de campañas iniciadas en primavera y detenidas en el invierno. Además, el conflicto estuvo sujeto a numerosas vicisitudes bélicas y civiles: notablemente los enfrentamientos intestinos dentro del bando musulmán; mientras que en el cristiano fue decisiva la capacidad de integración en una misión común de las ciudades y la nobleza castellanas y el imprescindible impulso del clero bajo la autoridad de la emergente Monarquía Católica. La participación de la Corona de Aragón (cuyos reinos estaban mucho menos sujetos al autoritarismo real) fue de menor importancia: aparte de la presencia del propio rey Fernando consistió en la colaboración naval, la aportación de expertos artilleros y algún empréstito financiero. Era evidente la naturaleza de la empresa, claramente castellana, y la integración en la Corona de Castilla del reino conquistado.

La protocolaria entrega de las llaves de la ciudad y la fortaleza-palacio de la Alhambra, el 2 de enero de 1492, se sigue conmemorando todos los años en esa fecha con un tremolar de banderas desde el Ayuntamiento de la Ciudad de Granada.

A pesar de mantener muchos rasgos medievales, fue una de las primeras guerras que pueden considerarse modernas, por el armamento y tácticas empleadas (más que batallas en campo abierto, fueron decisivos los asedios resueltos con artillería, y las maquiavélicas maniobras políticas, aunque no faltaron ejemplos de heroísmo caballeresco, también propios de la época). Se la puede considerar como una etapa intermedia clave en la evolución bélica de Occidente, entre la Guerra de los Cien Años y las Guerras de Italia. También era moderna la condición del ejército vencedor, al que, a pesar de su heterogénea composición, o precisamente por ella (acudieron todo tipo de fuerzas, desde las tradicionales, reunidas por los nobles, los concejos, las órdenes militares, los señoríos eclesiásticos; hasta otras como la recientemente organizada Santa Hermandad y auténticos mercenarios profesionales provenientes de toda Europa incluyendo un grupo de arqueros ingleses dirigidos por Lord Scale ) se suele considerar como un precoz ejemplo de ejército moderno, permanente y profesional (para la historiografía más tradicionalista, con rasgos de ejército nacional, probablemente con abuso del término), en un momento en que se están definiendo las monarquías autoritarias que conformarán los Estados-nación de Europa Occidental.

España, en trance de formar su unidad territorial, sería uno de los principales ejemplos tras el matrimonio de los Reyes Católicos (1469) y su victoria en la Guerra de Sucesión Castellana (1479). Se puede concluir que la Guerra de Granada fue utilizada para asociar a Castilla y Aragón en un proyecto común, ofreciendo a la aristocracia una actividad al mismo tiempo lucrativa para ella y útil a la monarquía, que puede ser exhibida al mismo tiempo como empresa religiosa en conformidad con la nueva forma de identidad social más combativa: el espíritu cristiano viejo.

El fin de la Reconquista y el comienzo del Imperio

Al ser la última posibilidad de expansión territorial de los reinos cristianos frente a los musulmanes en la Península Ibérica significó el fin de la Reconquista, proceso histórico de larga duración que había comenzado en el siglo VIII. No debe olvidarse que la "Reconquista" es un término ideológico dotado de una carga semántica poco neutral, y debe entenderse en sus justos términos: no había significado una continuidad de hostilidades en todo el periodo; y de hecho, desde la crisis del siglo XIV se había detenido (se han contabilizado 85 años de paz por 25 de guerra en el periodo 1350-1460), conformándose el Reino de Castilla (único con frontera frente a los musulmanes) con el control del Estrecho de Gibraltar y el mantenimiento del Reino de Granada como un Estado vasallo y tributario en cuya política interior se intervenía en ocasiones. En momentos de debilidad castellana, ocurría al contrario, que los nazaríes ejercían sus propias iniciativas, suspendiendo los pagos, incendiando y saqueando localidades (algunas tan lejanas como Villarrobledo) o recuperando algún pequeño territorio (Cieza y Carrillo en 1477), a veces en connivencia con alguna de las facciones que dividían Castilla (las disputas entre el Marqués de Cádiz y el Duque de Medina Sidonia llevaron a este último a aliarse con los granadinos, que arrebataron el castillo de Cardela al primero con su ayuda). La permeabilidad de la frontera en ambas direcciones también produjo la existencia de categorías sociales mixtas: los elches, o cristianos (muchas veces ex-cautivos) que se convertían al Islam y los tornadizos que eran la categoría inversa.8 Transitaban sin ningún problema por el territorio fronterizo los ejeas, intermediarios dotados de salvoconductos que negociaban los rescates de prisioneros.

 

Territorio del reino nazarí durante el siglo XV
En verde claro, los territorios conquistados por los reinos cristianos
desde el siglo XIII incluyen 
Ceuta, en la costa africana.


 

Aunque no faltaron operaciones militares más importantes, fueron puntuales y limitadas en extensión, como la toma de Antequera (1410), que sirvió fundamentalmente para prestigiar a Fernando de Trastámara, que añadió el nombre de la ciudad conquistada al suyo, como los generales romanos, siéndole muy útil para su elección como rey de Aragón en el compromiso de Caspe (1412); o la batalla de La Higueruela (1431), en el reinado Juan II, que también en este caso fue objeto de un aparato propagandístico desproporcionado en beneficio del valido Álvaro de Luna.

La construcción de un Estado moderno, en el concepto que de tal cosa tenían los Reyes Católicos, no era compatible con el mantenimiento de esa singularidad en la Europa cristiana, que además quitaba libertad de movimientos a Castilla e impedía la explotación adecuada de una gran cantidad de tierras a lo largo de una extensa e insegura frontera.

La noticia de la Toma de Granada fue celebrada con festejos en toda Europa: en Roma se celebró una procesión de acción de gracias del colegio cardenalicio; en Nápoles se representaron dramas alegóricos de Jacopo Sannazaro, en los que Mahoma huía del león castellano; en la Catedral de San Pablo de Londres, Enrique VII hizo leer una elogiosa proclama:

Este hecho acaba de ser consumado gracias a la valentía y a la devoción de Fernando e Isabel, soberanos de España que, para su eterna honra, han recuperado el grande y rico reino de Granada y tomado a los infieles la poderosa capital mora, de la cual los musulmanes eran dueños desde hacía siglos.

El enfrentamiento entre Cristianismo e Islam dotaba al conflicto de un rasgo inequívocamente religioso, que la implicación vigorosa del clero se encargó de remarcar, incluyendo la concesión por el papado de la Bula de Cruzada. Cuando, terminada la guerra, el propio papa sea el valenciano Alejandro VI, de la familia Borgia, Isabel y Fernando recibirán el título de Católicos (1496), en un reconocimiento del ascenso de España como potencia europea homologable, en lo que tampoco era ajena la política de "máximo religioso" de los Reyes, que había producido la expulsión de los judíos en 1492, poco después de la toma de Granada. La presión sobre los conversos, a través de la recién instaurada Inquisición española, estaba siendo particularmente dura desde el primer auto de fe (Sevilla, 1481). Por si esto fuera poco, el Papa también les concedió el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir (de nuevo en ese mismo año) a cambio de su evangelización, todo ello en el conjunto de documentos conocido como Bulas Alejandrinas. Las referencias a la recuperación de Jerusalén no dejaron de estar presentes como un horizonte retórico.

Desde una perspectiva más amplia, hay que tener en cuenta que en el otro extremo del Mediterráneo se está formando el gigantesco Imperio otomano, que ha tomado Constantinopla(1453) y aumentaba sus dominios en los Balcanes y el Próximo Oriente, llegando incluso a ocupar temporalmente el puerto italiano de Otranto en 1480. No obstante, los granadinos deberán enfrentarse solos a los cristianos, puesto que sus posibles aliados, los sultanes de Fez, de Tremecén o de Egipto no se implicaron en la guerra.

Asimismo puede decirse que, como proceso histórico, el avance territorial no se detuvo con la toma de Granada y continuó de hecho durante el siglo siguiente, al seguir existiendo las fuerzas sociales que alimentaban esa necesidad expansiva. Esa expansión pudo verse en el exterior que, junto a los azares dinásticos que reunieron diversos territorios europeos, formó lo que se terminará conociendo como Imperio español: la simultánea conquista de las Islas Canarias y la posterior Conquista de América (descubierta el 12 de octubre de 1492, en la expedición prevista en las Capitulaciones de Santa Fe firmadas por Colón y los Reyes frente a la Granada asediada); de la toma puntual de plazas del norte de África; además de la conquista del cristiano reino de Navarra en 1512.

El ejército

 
Durante la marcha hizo talar los campos y retó a combate al enemigo. El temor a las revueltas intestinas de los granadinos obligó al rey Albuhacén a rehusarle, no presentando nunca sus batallas ante las nuestras y limitándose a esconder entre los olivares multitud de peones y a colocar junto a los emboscados, prontos a acudir a la escaramuza, algunos jinetes sueltos, que en revuelto pelotón fingían caminar a la ventura; todo a fin de caer sobre los nuestros, si en su afán de pelear acometían incautamente a los moros en su marcha. Adivinó D. Fernando el ardid, y dio orden a los soldados de no empeñar combate a escondidas.

Luego, a medida que se iban acercando a Granada, cuidaba más de la seguridad de los reales; no permitía a hombres de armas ni a peones romper el orden de las batallas, ni a los destinados a la tala de los campos que saliesen sin fuerte escolta; a todo proveyó con maduro consejo para evitar un descalabro como el ocurrido el año anterior junto a Loja. A ejemplo del Rey, los Grandes y el ejército entero observaban la más estricta disciplina, yendo a la aguada con la debida cautela, evitando con las patrullas las sorpresas del enemigo, procediendo, en fin, en todo cual cumplía a un ejército perfectamente disciplinado. Sólo fue obstáculo para continuar provocando a combate a la multitud enemiga, la insuficiencia de los víveres, porque, fuera de las mieses, todos los demás alimentos escaseaban, y no hubieran podido los soldados sufrir mucho tiempo sin quejarse la falta de víveres
 

Alonso de Palencia, Guerra de Granada, libro III (1483)

Fue experimentada en estas Guerras de Granada una nueva formación militar mixta de artillería e infantería dotada de armamento combinado (picas, espingardas, más tarde arcabuces...), con utilización menor de la caballería que en las guerras medievales, y con soldados mercenarios sometidos a una disciplina diferente a la del código de honor del vasallaje feudal, y sin olvidar contingentes no combatientes, en ocasiones numerosísimos: hasta 30.000 "obreros" en 1483, encargados de recoger o quemar cosechas (las famosas talas para debilitar la economía enemiga) y realizar otras tareas con valor táctico y estratégico.

Esta innovadora unidad militar fue conocida posteriormente como tercios. A los pocos años se utilizaron con éxito en las Guerras de Italia al mando de un militar experimentado en las campañas andaluzas: Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán).

De todos modos, aunque se ha insistido en ello abundantemente por la historiografía, no conviene exagerar el precedente: las entrenadas tropas de choque castellanas de las Guerras de Granada seguían siendo esencialmente la caballería real y señorial, y las milicias a pie, en su mayor parte eran de reclutamiento concejil, en gran parte no combatiente, y su rendimiento fue mediocre.

Para Ladero Quesada fue la última hueste medieval de Castilla, claramente diferente de los cuerpos profesionales del siglo siguiente. Lo que sí puede considerarse una clara muestra de la forma moderna de hacer la guerra es el volumen de medios empleados: hasta 10.000 caballeros y 50.000 infantes, y más de 200 piezas de artillería construidas en Écija con ayuda de técnicos franceses y bretones. Los artilleros pasaron de ser cuatro en 1479 a 75 en 1482 y 91 en 1485, muchos de los cuales proceden de Aragón, Borgoña o Bretaña. La cantidad de animales de tiro y carga también se contaba por decenas de miles (hasta 80.000 mulas requisadas en un año).

La guerra fue casi completamente terrestre. Aunque hubo una considerable presencia naval de buques castellanos (del Atlántico andaluz, vascos y de otros puertos cantábricos) y aragoneses, no pasaron de realizar una eficaz función de bloqueo, vigilancia y corso, dificultando la relación de los granadinos con sus posibles aliados del otro lado del Estrecho, que tampoco demostraron mucho interés por intervenir.

En cuanto a los costes financieros, fueron inmensos. Ladero Quesada aventura una cifra de mil millones de maravedíes para la Corona y otro tanto para los demás agentes que intervinieron. Se consiguió recaudar, además de los ingresos ordinarios (siempre en maravedíes): 650 millones con la Bula de Cruzada, 160 millones con subsidios o décimas del clero (habitualmente exento) y 50 millones de las juderías y comunidades mudéjares. Sólo los esclavos vendidos tras la toma de Málaga significaron más de 56 millones. Siendo insuficientes, se recurrió al crédito tanto en Castilla (de forma obligatoria a concejos, a la Mesta, a las colonias de mercaderes extranjeros y a algunos nobles) como fuera de ella (16 millones en Valencia) y la emisión de juros con un interés entre el 7 y el 10%.

Protagonismos

Sin minusvalorar la presencia fundamental del clero (como la del confesor real, Hernando de Talavera) y la más oscura de las clases medias (como la del secretario real Fernando de Zafra), el protagonismo fundamental de la conquista correspondió a la nobleza, bajo la dirección de la monarquía. La implicación personal de Fernando fue constante, e incluso Isabel no dejaba de estar presente en lugares no demasiado seguros (acudió a algunos asedios, e incluso estuvo presente en el campamento real durante un terrible incendio). La famosa promesa de no cambiarse de camisa hasta no tomar la ciudad (que quizá no fuera Granada, sino Baza) es un mito de imposible verificación, que también se ha relacionado con el cierre de los baños moros, por cuestiones morales.

Los caballeros castellanos

Ciertas familias de la aristocracia castellana destacaron por su participación en estas guerras, aunque al contrario que en las anteriores Guerras civiles castellanas, en este caso sometidas a una fuerte autoridad real. Destacó la familia de Mendoza en la persona de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, conde de Tendilla (no confundir con su homónimo antepasado el Marqués de Santillana), que recibió el cargo hereditario de Alcaide de la Alhambra y los de Capitán General y Virrey de Granada. La frontera, al comienzo de la guerra, quedó militarmente a cargo de tres altos nobles: Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de Santiago, en el oeste, con base en Écija; Pedro Manrique, duque de Nájera, en el norte, con base enJaén; y Pedro Fajardo y Chacón, adelantado de Murcia, con base en Lorca. El ya nombrado Gonzalo Fernández de Córdoba alcanzó un protagonismo especial y un futuro mucho más importante que el que parecía reservarle su posición de nacimiento, que si bien era en la alta nobleza (la casa de Aguilar y Córdoba) no era más que un hijo segundón. La capacidad de movilidad social ascendente no era imposible, pero estaban bien delimitadas las formas de acceder a ella: Gonzalo sería un ejemplo de cómo era necesaria una buena combinación de cuna, buena suerte, capacidad y esfuerzo personal para destacar en aquella turbulenta ocasión. Su ocasión llegó como consecuencia de su especial habilidad para contactar con los musulmanes, especialmente con el rey Boabdil que le consideraba amigo personal desde que éste estuvo preso en el castillo de Lopera. Tras demostrar su ingenio y capacidad militar y organizativa, logró la alcaidía de una fortaleza importante (Íllora) y sus buenos oficios fueron trascendentales en el fin de la guerra. También se produjeron ennoblecimientos de soldados de valor destacado, la última oportunidad de tal ascenso social, tanto por acabarse el territorio peninsular a reconquistar como por la mutación fundamental que se estaba produciendo en el concepto mismo de la guerra y de la función militar de la nobleza.

En cuanto a la consecución de gloria individual, puede citarse a Hernán Pérez del Pulgar, el alcaide de las Hazañas, que terminó luciendo en su escudo once castillos por las plazas tomadas (destacando Málaga y Baza) y uno más por un temerario golpe de mano nocturno en que clavó a las puertas de la Mezquita Mayor de Granada un Ave María e incendió la Alcaicería (1490). Si la búsqueda de la fama (Celebridad) póstuma era uno de los principios que más animaba al hombre del Renacimiento, no hay duda de que también lo consiguieron los menos afortunados Martín Vázquez de Arce (el Doncel de Sigüenza) y Juan de Padilla, con su tempranas muertes en batalla y sus extraordinarias tumbas, respectivamente, en esa catedral y el monasterio de Fresdelval.

En el Privilegio rodado de Asiento y Capitulación para la entrega de la ciudad de Granada de 30 de diciembre de 1491 se enumeran un total de 48 confirmantes de la entrega de Granada, los más altos nobles laicos y eclesiásticos que tomaron parte en la guerra de Granada hasta su capitulación.

Los sultanes nazaríes

La guerra tuvo mucho que ver con el hecho de que, al mismo tiempo que los reinos cristianos se habían pacificado y reorganizado, el reino de Granada se enfrentaba a la crisis dinástica de los últimos sultanes nazaríes (habitualmente referidos como "reyes" en las fuentes cristianas), concretada por la lucha de poder entre estos tres personajes emparentados (entre paréntesis se indican sus periodos de gobierno efectivo):

Aparte de los enfrentamientos dentro de la familia real, la aristocracia granadina presentaba otras divisiones, como la rivalidad que adquirió tintes legendarios entre la familia de los zegríes (fronterizos o defensores de la frontera) y la de los abencerrajes (Banu Sarray, o sea, hijos del talabartero). También se registraron enfrentamientos entre los Alamines, los Venegas y los Abencerrajes en 1412. Estos últimos se sublevaron en Málaga en 1473 y fueron duramente reprimidos por Muley Hacén (incluyendo, según la leyenda, una matanza a traición en un salón de la Alhambra). Muchos huyeron a Castilla.

Desarrollo

Se distinguen varias fases en la guerra:

Primera fase, de 1482 a 1487

Conquista de la parte occidental del reino (actual provincia de Málaga, Loja y la Vega de Granada), aunque las conquistas territoriales se hicieron esperar hasta 1485, tras unos primeros años de improvisación.

Hasta entonces, las treguas entre Castilla y Granada se habían renovado regularmente (en 1475, 1476 y 1478). No obstante, los incidentes fronterizos no eran extraños, y la inestabilidad del reino musulmán empujó a una acción poco meditada: a finales del año 1481, como represalia por hostigamientos puntuales de parte cristiana, los musulmanes tomaron Zahara. Eso dio una excusa plausible para una operación de más envergadura el 28 de febrero de 1482: la toma de Alhama, a cargo de Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, autorizado por Diego de Merlo, representante real en Sevilla. El duque de Medina Sidonia, aristócrata enemigo del de Cádiz (en un ejemplo de sumisión a las órdenes reales y coordinación en un proyecto común) acude a reforzar las posiciones recién ganadas. En abril es el mismo Fernando el que acude a Alhama. Esta plaza será objeto de una especial atención durante el resto de la guerra, y confiada como un honor a personajes importantes (desde 1483 al conde de Tendilla). Si bien mantener una plaza avanzada y aislada era un disparate desde el punto de vista estratégico, se hicieron todos los esfuerzos necesarios para mantenerla abastecida y relevadas periódicamente las tropas de su guarnición, funcionando como uno de los elementos propagandísticos movilizadores de la guerra. No es extraño que algunas piezas del romancero, destacadamente el Romance de la pérdida de Alhama, eligiendo este episodio ejercieran a esa función:

Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarambla
-¡Ay de mi Alhama!
Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara.
-¡Ay de mi Alhama!
Descabalga de una mula
y en un caballo cabalga,
por el Zacatín arriba
subido se había al Alhambra.
...
-Habéis de saber, amigos,
una nueva desdichada:
que cristianos de braveza
ya nos han ganado Alhama.
-¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un alfaquí,
de barba crecida y cana:
-Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara
-¡Ay de mi Alhama!
-Mataste los Bencerrajes,
que eran la flor de Granada;
cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
-¡Ay de mi Alhama!
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino,
y aquí se pierda Granada.

fortaleza musulmana o alcazaba de Málaga
en el monte 
Gibralfaro

Las siguientes operaciones significaron un fracaso para los cristianos: en el fallido ataque a Loja (julio de 1482) muere el maestre de la Orden de Calatrava, Rodrigo Téllez Girón, y en la primavera siguiente tampoco se consigue tomar Málaga ni Vélez Málaga, cayendo prisioneros importantes nobles, como Juan de Silva, conde de Cifuentes.

En abril de 1483, en medio de las disensiones internas, y con el fin de adquirir prestigio, Boabdil intenta sin éxito tomar Lucena, cayendo prisionero. El destino del rey chico se debatió en un consejo celebrado en Córdoba. El Marqués de Cádiz era consciente de las implicaciones en la política interior granadina.

Porque los moros tienen poca fe con sus reyes, e les an tan poco acatamiento, que ligeramente los fazen y desfacen estando libres; mayormente estando presos, según que en diversos tienpos lo avemos visto, e agora veemos en la prisión deste. La qual sabida, luego los más que estauan a su obidiençia tornaron a la del rey su padre, e priuaron al fijo del nonbre de rey que le avían dado.
 

Los Reyes Católicos hacen una jugada que demostró ser decisiva: lo liberan tras asegurarse su alianza, incluyendo el pago de tributos. Desde Almería, hará la guerra a su padre el sultán Muley Hacén.27 Al poco tiempo (en otoño), Zahara, la plaza que había originado el conflicto, vuelve a manos cristianas.27 También tuvo importancia la toma de Tájara durante una vasta expedición de aprovisionamiento a Alhama y de tala de la vega granadina dirigida por el propio Fernando. Su situación frente a Loja la harán clave en la fase siguiente.29

El resentimiento contra Boabdil repuso a su padre en el trono de Granada y le valió una fatwa o condena por un tribunal compuesto de los más prestigiosos cadíes, muftíes, imanes y profesores el 17 de octubre de 1483, que a pesar de citar gravísimas consecuencias fundamentadas en el Corán, también deja prudentemente un margen para la reconciliación:

De esto dijo el Enviado de Allah - Allah lo bendiga y salve - «No es otra cosa que la muerte», por lo que significa: destrucción de los musulmanes, incitación al enemigo a extirpar de raíz la flor y nata de los creyentes y violar sus cosas más sagradas, todo lo cual está declarado ilícito en el Libro de Allah, en la sunna de su Enviado - Allah lo bendiga y salve -, y en la opinión unánime de los ulemas, aparte otros peligros evidentes, ya que apoyarse en los no musulmanes y pedirles ayuda cae con toda evidencia bajo la amenaza contenida en las palabras de Allah Altísimo: «¡Oh, creyentes! No toméis por amigos a los judíos y a los cristianos, porque unos son amigos de los otros. Aquel de entre vosotros que los tome por amigos se convertirá en uno de ellos. Allah no es guía de la gente injusta». Y en estas otras palabras: «Aquel de vosotros que lo hiciere, se apartaría del camino llano».

Haber prestado juramento de fidelidad al príncipe prisionero es obstinarse en los errores y hechos ilícitos a que nos hemos referido e insistir en los crímenes y maldades que ya han perpetrado. Todo aquel que les dé amparo o les ayude de palabra o de obra, presta ayuda a la rebeldía contra Allah Altísimo y se pone en contra de la sunna de su profeta. Y todo aquel que se complazca en lo que hacen, o desee su victoria, tiene el deseo de rebelarse contra Allah en la tierra de Allah con la más grave de las rebeldías. Esta es la cualificación en tanto persistan en tal conducta.

Ahora bien, si vuelven a Allah y renuncian a la disensión y a la rebeldía en que se encuentran, los musulmanes tienen el deber de aceptarlos, porque Allah Altísimo dice: «Quien después de haber cometido injusticia vuelve a Allah y se enmienda, también Allah se vuelve a él». A Allah pedimos para que nos inspire el recto camino que debemos seguir, nos libre de la maldad de nuestras almas y afiance con bien nuestra concordia. Él, que puede hacerlo, nos valga en ello.

Autores de la fatwa

Punto de inflexión: 1485

Castillo de Benzalema, en Baza.

 

Esos momentos pueden considerarse un punto de inflexión: si hasta entonces, los dos primeros años de la guerra habían sido no muy distintos a la forma medieval de la guerra, en adelante, el ataque cristiano adquirió una intensidad y continuidad que demostraban la voluntad de suprimir definitivamente la existencia independiente del reino de Granada. A partir de entonces y sucesivamente, caenRonda (mayo de 1485), Marbella (sin combatir), Loja (mayo de 1486, con un uso decisivo de la artillería pesada), gran parte de la Vega de Granada (fortalezas de Íllora, Moclín, Montefrío y Colomera), y en la costa Vélez Málaga y la propia Málaga (19 de agosto de 1487). Esta plaza era especialmente significativa por ser el principal puerto y por la reducción a esclavitud de la mayoría de sus 8.000 habitantes (los que no reunieron un rescate de 20 doblas) y de los 3.000 gomeres de su guarnición, de procedencia norteafricana, dirigidos por Hamet el Zegrí.

En el aspecto interior de la política granadina, las luchas intestinas eran no menos violentas e incluso más decisivas para la suerte final de la guerra. En 1485 el Zagal parecía haber derrotado a sus parientes, destronando a su hermano Muley Hacén (que murió poco después) y expulsando a su sobrino de las zonas que ocupaba. Boabdil se vio forzado a recuperar la imagen de guerrero islámico con una nueva ofensiva contra los cristianos, aunque en el transcurso de ésta vuelve a caer prisionero de Castilla. No obstante, el hecho no le fue desfavorable, ya que fue excusa suficiente para sellar un nuevo trato con los Reyes Católicos, poniéndose al frente de un ejército cristiano-musulmán que toma Granada para Boabdil en 1487. Quedaba para el Zagal buena parte del resto del territorio, incluyendo ciudades asediadas, como Baza.

Segunda fase, de 1488 a 1490

Castillo de Lanjarón, en las Alpujarras

 

Consistió en la conquista de la parte oriental del reino (actual provincia de Almería) y el resto del territorio, excepto la capital.

Las campañas militares se vieron frenadas en 1488 como consecuencia de varios factores: una epidemia de peste por toda Andalucía, la convocatoria de Cortes en los reinos de la Corona de Aragón, que requería la atención de Fernando y el cansancio propio de los años transcurridos de guerra. También existieron razones de política exterior, pues la cuestión sucesoria de Bretaña, que involucraba a Navarra, proporcionaba una oportunidad que no podía desaprovecharse. Aunque la campaña dirigida contra el rey de Francia fue un fracaso militar, la jugada supuso un éxito diplomático y proporcionó la base de la futura invasión de Navarra e incluso de la alianza con Maximiliano de Habsburgo, al que apoyaron en una coyuntura apurada.

Trasladada la base de operaciones a Murcia, se producen unas primeras conquistas relativamente sencillas (Vera, Vélez Blanco y Vélez Rubio). No obstante, localidades mejor defendidas, como Baza y Almería, se resisten firmemente, en lo que significó la campaña más dura de toda la guerra (1489). La toma de Baza, asediada de junio a diciembre de 1489, llevó en poco tiempo a la capitulación de Almería, Guadix, Almuñécar y Salobreña, mientras el Zagal se rendía a los Reyes Católicos, pasando a su servicio desde su señorío deAndarax. Granada quedaba totalmente aislada. Más tarde (1491) se retiró a África, donde el sultán de Fez, por sugerencia de su sobrino Boabdil, le encarceló y cegó.

Tercera fase, de 1490 a 1492

Las operaciones se limitaron al asedio de la ciudad, dirigido desde el campamento-ciudad de Santa Fe. Con más intrigas que acontecimientos militares, los Reyes Católicos exigieron a Boabdil la entrega de la ciudad en cumplimiento de sus tantas veces renovados pactos.

El desenlace se demoró no tanto por resistencia de Boabdil, cuanto por su falta de control interno efectivo, que los cristianos tampoco deseaban erosionar en exceso. Las últimas negociaciones secretas incluían el respeto a la religión islámica de los que decidieran quedarse, la posibilidad de emigrar, una exención fiscal por tres años y un perdón general por los delitos cometidos durante la guerra; según tres documentos negociados entre Abul Kasim (el Muleh o el Malih) como emisario de Boabdil, y por los Reyes Católicos Gonzalo Fernández de Córdoba y el secretario real Fernando de Zafra.

El de Zafra, portador de la propuesta definitiva de los Reyes de Castilla, se retrasaba aquel día en el interior de la plaza. Había caído ya la noche, y en el cuartel de los Reyes su tardanza infundía sospechas...Hernando de Zafra, que allá tarda, se cree le hayan muerto o preso... al quarto de la modorra, con ánimo enhiesto, sin que ningún peligro le apasionase, salió [Gonzalo de Córdoba] del real, hurtándose de las guardas; antes de la luz primera llegó a la Alhambra, donde halló con el Rey y los Alfaquíes Corrud y Pequeni y al Alcaide Muley y secretario Fernando de Zafra. Se discutían aún las garantías y certidumbre que los Reyes daban a Boabdil por su dominio de las Alpujarras. Y el recién llegado fue quien zanjó la discusión que ponía fin a lo tratado: El debdo y tierras, señor alcayde, durará quanto durare su señoría en el servicio de sus altezas
 
Hernán Pérez del Pulgar, citado y glosado por Luis María Lojendio
 

El destino de los moriscos

Boabdil comenzó retirándose a las tierras alpujarreñas que le garantizaban los Reyes, pero finalmente (noviembre de 1493, tras una fuerte indemnización ), optó por cruzar el Estrecho, como la mayor parte de la élite andalusí. Otros, como la familia Abén Humeya, se convirtieron al cristianismo y fueron recompensados con la conservación e incluso el incremento de su estatus social (señorío de Válor). No obstante, las conversiones fueron muy minoritarias entre la población musulmana, que quedó sometida al dominio cristiano —categoría social que durante la Edad Media venían recibiendo el nombre de mudéjares y que a partir de ahora serán denominados moriscos—. Dicha población estaba constituida fundamentalmente por campesinos sometidos a un duro régimen señorial, ahora con señores cristianos. Se calcula en casi mil el número de mercedes, que en este caso eran transferencias de propiedad a grandes señores, militares destacados o clérigos importantes, e incluso musulmanes aliados. Algunas serán incluso devoluciones parciales de tierras confiscadas durante la guerra, como la Merced a Fernando Enríquez Pequeñí (converso cuyo nombre árabe era Mohamed el Pequeñí), regidor de Granada, de parte de la hacienda de su yerno Mohamed Alhaje Yuçef, muerto en el combate de Andarax cuando luchaba contra las tropas reales. En la práctica totalidad eran señoríos de pequeñas dimensiones, con la excepción del marquesado del Cenete, que se formará con la concesión hecha al Cardenal Mendoza. Se puede decir que desde antes de acabar la conquista se está diseñando un proceso repoblador, planificado en buena parte por Fernando de Zafra, no exento de contradicciones.

El 25 de noviembre de 1491 fueron firmadas las capitulaciones, que concedían además un plazo de dos meses para la rendición. No hubo necesidad de agotarlo, porque los rumores difundidos entre el pueblo granadino de lo pactado causaron tumultos, sofocados tanto por los cristianos como por los fieles a Boabdil, que acaba por entregar Granada el 2 de enero de 1492.

Si aquí se han de cumplir todas las mercedes, ni si es menester que se pueble de cristianos ni menos de moros. No entiendan vuestras altezas que esto se puede hacer todo junto, cumplir con las mercedes y poblar los pueblos
 
Fernando de Zafra
La población morisca pasó en poco tiempo de ser tratada con una inicial política de apaciguamiento, como correspondía a las condiciones de la capitulación, dirigida en lo religioso por fray Hernando de Talavera, confesor de la reina y primer arzobispo de la ciudad; a otra de mayor firmeza a partir de la visita del nuevo confesor, el cardenal Cisneros (1499). Como resultado, se obtiene un incremento de las "conversiones", pero también un motín en el Albaicín (arrabal granadino que había pasado a ser el ghetto islámico de la ciudad, mientras la antigua medina pasaba a ser remodelada y ocupada por repobladores cristianos ) y una sublevación en las Alpujarras. Tales desórdenes fueron considerados como una ruptura de las condiciones de la capitulación por la parte islámica, con lo que, libres de toda cortapisa, los reyes emitieron la Pragmática de 11 de febrero de 1502, que obligaba al bautismo o al exilio de los musulmanes. En la práctica los bautismos fueron masivos, con una coerción poco disimulada. Más que un remedio, se originó un problema de integración, incluyendo la rebelión de las Alpujarras (1568-1571, considerada una nueva Guerra de Granada), su dispersión por los territorios castellanos del interior (siendo sustituidos por colonos cristianos viejos, en perjuicio de una agricultura tradicional extraordinariamente adaptada a un entorno natural muy delicado) y, con el tiempo, su expulsión (1609), junto con los moriscos de la Corona de Aragón.

 

 

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Víctor Arrogante
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