Hace unos meses
publiqué una serie de artículos dedicados a la Segunda República española.
Hoy, rescato parte del texto, para resaltar el fundamento, el sentido de
la idea republicana, que como ayer sigue estando vigente.
El sistema
político republicano moderno, se identifica con un sistema de valores,
como expresión de la voluntad libre y soberana de la ciudadanía: el pueblo
se gobierna a través de representantes elegidos democráticamente y la
igualdad de oportunidades como esencia de sus principios. En este sistema,
la jefatura del estado también es elegida, y no hay rey o líder que guíe,
arbitre o gobierne; no hay persona o figura que esté por encima de la ley,
ni irresponsable ante ella.
A lo largo de la
historia, el concepto y la idea republicana han evolucionado, pero hay un
hilo conductor: el pueblo que se autogobierna y protege la libertad, como
acto contrario a la dominación; se fundamenta en el derecho y el imperio
de la ley, y todos iguales ante ella; la igualdad de oportunidades como
esencia democrática; la participación ciudadana, como marco de referencia;
los derechos civiles y la transparencia, como oposición a la corrupción
política, que es lo contrario a la democracia en libertad.
Una república en
si misma, no es garantía de bienestar o de democracia; son sus valores los
que dan carácter al modelo y la ejemplaridad de los servidores públicos.
Son las garantías para ejercer los derechos los que dan la dimensión
exacta del sistema. Y el buen ejercicio de la propia democracia realza la
idea republicana. Una monarquía (parlamentaria o constitucional) puede ser
democrática en su ejercicio, si el pueblo así lo ha decidido, pero la
monarquía, que es un símbolo que transmite su poder por la herencia de la
sangre, está muy alejada de los principios de igualdad ante la ley y de
igualdad de oportunidades. La monarquía es antidemocrática por naturaleza,
opaca por convicción, alejada de las necesidades de la gente y de los
intereses reales de la ciudadanía.
El acceso a la
jefatura del estado, como a cualquier otro órgano de representación
públicos, no puede tener carácter hereditario, sino sometido a la libre y
democrática elección ciudadana. «Las magistraturas vitalicias, y más aún
las hereditarias, dificultan el fácil acomodo de las personas que ejercen
cargos de esa naturaleza a la voluntad del pueblo en cada momento
histórico», decía el socialista Luis Gómez Llorente. Ninguna generación
puede comprometer la voluntad de las generaciones sucesivas; son éstas las
que deben proyectar su futuro libremente, sin ataduras del pasado. «Se
debe, incluso, facilitar la libre determinación de las generaciones
venideras».
En el
republicanismo se conjugan las ideas de honestidad, integridad, honradez,
lealtad y justicia en el gobierno de la cosa pública. Esta idea está
entroncada en la filosofía de la república griega y romana, pasando por
Maquiavelo; está presente en la «Revolución Francesa», en los pensadores
antimonárquicos ingleses del siglo XVII y la Ilustración radical. Los
padres de la constitución americana la llevaron a los altares del
liberalismo. No hay dictadura posible para mejor gobernar; el mejor
gobierno es el de la ciudadanía para si misma.
También podríamos
decir que la Constitución española está inspirada en esos principios y
hechos históricos, pero no es cierto. El modelo español, sigue el hilo de
la evolución de la monarquía absoluta: el rey es el que va cediendo su
soberanía procedente de «dios»; no es el pueblo soberano quien otorga el
mandato del poder.
Es cierto que en
la Constitución española se declara que la soberanía nacional reside en el
pueblo y que de él emanan los poderes del Estado, pero no es eso; y que en
el artículo 1.1 se establece que «España se constituye en un Estado social
y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el
pluralismo político»; pero falla el modelo, al diseñar la forma política,
como monarquía parlamentaria. Además de ser una monarquía instaurada por
Franco, mediante las «leyes fundamentales del reino», no ha sido votada en
referéndum por el pueblo soberano; se votó la Constitución y en un
tótum revolútum, se coló la monarquía.
Tampoco podemos
seguir aquel hilo histórico, cuando en el artículo 56.3 se dice que «La
persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad». El rey
se sitúa por encima de la ley, no está sujeto a su mandato, y por tanto
encima de todos los españoles. Sin hablar de los comportamientos -incluso
los criminales-, que no quedan sujetos a las leyes que a todos nos
afectan. Y mucho menos, cuando se dice que «La Corona de España es
hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón,
legítimo heredero de la dinastía histórica», es decir: de la monarquía
absoluta y represora de Fernando VII y sus antecesores imperiales, la
irresponsable de Isabel II, la caciquil que representa la Restauración y
la dictadura diseñada en las leyes franquistas.
El hilo conductor
de la idea sobre la libertad en el republicanismo, no es exactamente la
que se entiende desde el liberalismo; sino que presenta una visión del ser
humano, como una manifestación de la vida social. En este espacio, la
política es una actividad en la que los ciudadanos desarrollan sus
potencialidades individuales; frente a la concepción del liberalismo, que
entiende que la única actitud posible por parte de la ciudadanía es la
resistencia pasiva frente a un Estado. El Estado tiene que ser garante del
bienestar general y en particular de los más desfavorecidos socialmente.
El individuo nunca
existe al margen de la realidad social, ya que se forma a partir de un
conjunto de relaciones sociales, pero la sociedad tampoco se puede
concebir al margen del reconocimiento de las voluntades individuales,
capaces de autogobernarse. No hay más soberanía que la del individuo, que
no cede sus derechos a un «Leviatán» con vida propia, sino que intenta
ejercerlos, por representación a través de la cooperación con otros
ciudadanos, aumentando así su poder. El Estado republicano, no es algo
ajeno al ciudadano, sino algo de lo que el ciudadano forma parte y así lo
siente.
En el
republicanismo la política es una actividad digna, honesta y de
responsabilidad. La ciudadanía es militante político ante el grupo social,
donde su opinión se deja sentir y es tenida en cuenta constantemente, en
las decisiones que determinan la actividad del Estado. Es una democracia
participativa y decisoria, muy alejada de la democracia electoralista cada
cuatro años.
La democracia
adquiere un carácter deliberativo, permitiendo que todas las decisiones
públicas sean producto de una reflexión, en la que la totalidad de la
ciudadanía participa responsablemente, para conseguir conciliar intereses
contrapuestos y obtener diversos planteamientos, garantizando que ninguna
solución quede sin considerar. La libertad es entendida, no como que la
sociedad no pueda tomar decisiones contrarias a las voluntades
individuales, sino como que estas decisiones, no deben interferir
arbitrariamente en el ámbito de lo privado.
Nadie puede
decidir por el individuo, en lo que respecta a sus propios intereses, y
ninguna pauta de comportamiento es excluida, en tanto que no perjudique a
los intereses de los demás. La diversidad y la disidencia, son valores que
los republicamos entendemos asociados a una concepción laica del
individuo, que no acepta más normas morales que las que dicta su razón. Un
pleno ejercicio de libertad para todos y plena conciencia de pertenecer a
la comunidad, sólo es posible si hay igualdad suficiente. En una sociedad,
en la que la igualdad sea real y efectiva, no surgirán enfrentamientos y
disensiones por las diferencias, que no son sino afrentas para los que
menos tienen.
Todos las personas
han de tener garantizado un mínimo de subsistencia y bienestar; no en
forma de caridad estatal, que menoscabe el auto respeto, sino un mecanismo
para su emancipación intelectual y sostenimiento de la dignidad como ser
humano. Es tarea fundamental del Estado garantizar la igualdad de
oportunidades y que las diferencias económicas y de poder, sólo vengan
dadas por el mérito o el trabajo. Para ello el sistema educativo público
debe ser de la máxima calidad y atractivo para todas las clases sociales,
de manera que sea una experiencia de convivencia entre los diversos
grupos.
En definitiva, es
necesaria la igualdad porque todos los seres humanos somos iguales, y es
necesaria la libertad porque todos somos diferentes. Cada persona es
responsable de encontrar su propio camino hacia la felicidad, pero la
sociedad, a través del Estado, es responsable de reducir la improbabilidad
de conseguirlo; y que el bienestar de unos no se haga a costa de la
pobreza de otros. (Del Documento Político de Izquierda Republicana, en el
año en el que se cumplió el setenta aniversario de su fundación por Manuel
Azaña, Presidente de la Segunda República Española).
Personalmente soy
republicano por convicción y principios, coincidentes con todo lo dicho
hasta ahora. Estoy convencido de que no se terminaran los males de España
por instaurar una República; pero sería un principio. El modelo
republicano debe ser políticamente abierto, participativo y por tanto
democrático; un modelo en el que la ciudadanía sea crítica y responsable;
un modelo sustentado por principios y valores de libertad, igualdad y
justicia social; y que éstos sean blindados por la Constitución, para
evitar que los gobiernos de turno, ataquen los fundamentos del propio
Estado republicano.