«Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no
tengo hoy el amor de mi pueblo... Espero a conocer la auténtica y
adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la
nación, suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me
aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus
destinos», decía Alfonso XIII desde el exilio y algo así escucharemos
pronto.
«Con las primeras hojas de los chopos y las últimas
flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la
mano», declamaba Antonio Machado por la llegada de la deseada
República. En 36 horas el reinado de Alfonso XIII llegaba a su fin.
Fue un proceso rápido, limpio, incruento e imprevisto. La monarquía se
había vuelto incompatible con los que creían en un régimen democrático
y la República empezó a postularse como la única opción de futuro,
incluso entre los monárquicos.
Todo había comenzado en abril de 1930, cuando
Indalecio Prieto en el Ateneo de Madrid afirmaba: «Es hora de las
definiciones. Hay que estar con el rey o contra el rey». Días antes el
ex ministro monárquico Alcalá-Zamora, que se había pasado a las filas
republicanas, afirmó que solo existía un poder legítimo: las Cortes
Constituyentes. Así se fue fraguando el Pacto de San Sebastián del 17
de agosto de 1930, al que se sumaron el PSOE y la UGT en octubre,
convocando una huelga general que iba a ir acompañada de una
insurrección militar para meter a «la Monarquía en los archivos de la
Historia» y estableciera «la República sobre la base de la soberanía
nacional representada en una Asamblea Constituyente». Fracasó la
huelga y más tarde ganó la República.
Había sido el domingo 12 de abril, hace ahora 83 años,
cuando se celebraron las elecciones municipales, convocadas con el
objetivo de consolidar la monarquía, que era un símbolo de decadencia
y que resultaron ser su perdición. Los resultados dieron el triunfo a
las candidaturas «republicano-socialistas» en 41 de las 50 capitales
de provincia y derrotados, por los partidos monárquicos, en las zonas
rurales. Pero pese a que los resultados globales le eran favorables,
provocaron la caída de la monarquía.
En un manifiesto dirigido a intelectuales, firmado por
Marañón, Pérez de Ayala y Ortega y Gasset —creaban la Agrupación al
Servicio de la República, El Sol, 10 de febrero de 1931—, se decía que
«Cuando llegan tiempos de crisis profunda, en que, rota o caduca toda
normalidad, van a decidirse los nuevos destinos nacionales, es
obligatorio para todos salir de su profesión y ponerse sin reservas al
servicio de la necesidad pública». Pues en esas estamos. Momentos
difíciles, con grandes sufrimientos para una gran mayoría. En esta
situación debería ocurrir que, en lugar de resignación, la ciudadanía
nos rebelásemos contra los recortes, los abusos y la corrupción
política e institucional, movilizándonos de forma permanente, a favor
de los derechos de quienes solo tenemos la fuerza del trabajo para
vivir o ni eso, y promover la III República.
Si, ya se que la República no da de comer ni es
sinónimo de solución de problemas, pero es una salida digna, que
abriría con ilusión un horizonte de futuro. Todo parte de un sueño,
que con tesón y compromiso puede hacerse realidad. La idea
republicana, representa la democracia y, como tal, es la única opción
capaz de proporcionar a la ciudadanía, la cultura de la honradez y
responsabilidad, para alcanzar la libertad, la igualdad y la
fraternidad. Un espacio donde el ciudadano republicano se sienta libre
y participativo por una sociedad en donde la justicia social sea un
bien, porque sin justicia no hay democracia. Una sociedad en la que el
pueblo sea el auténtico soberano, en una nación europea y fuera de
bloques militares. Un Estado federal, laico y republicano.
Hace unos días, como en 1931 lo hicieron otros,
decenas de intelectuales firmaron un escrito, manifestando que «Ha
llegado el momento de que los españoles decidamos en plena libertad el
régimen que deseamos para España». Por ello pedían la convocatoria de
un referéndum, «en el que se tenga la posibilidad de elegir libremente
entre Monarquía o República»; abriendo un Proceso Constituyente para
elaborar una nueva Constitución, procediendo después a la convocatoria
de elecciones generales, para la formación de un nuevo Parlamento, que
represente a la soberanía popular. La Constitución que se adopte,
decían «debe prever las modalidades de elección del Presidente de la
República del nuevo Estado federal». Yo también me sumo a proceso.
En una sociedad moderna, no puede existir más
aristocracia que la de la inteligencia y el trabajo, en la que todos
los hombres y mujeres sin excepción, sean iguales ante la ley. La
soberanía debe residir exclusivamente en el pueblo y nunca en una
persona o institución. En una auténtica democracia, sólo puede ejercer
el poder aquellos elegidos en votación popular. Ha llegado la hora de
establecer un estado auténticamente laico, porque la libertad en todas
sus manifestaciones, individual o colectiva, debe ser la piedra
angular sobre la que se estructure una sociedad y porque el estado,
para ser el garante de las libertades, debe declararse neutral ante
todas las confesiones religiosas.
Democracia y laicismo en un estado solidario, que
garantice el derecho al trabajo a toda la ciudadanía, la educación
como obligación esencial del Estado, gratuita desde la escuela
infantil, hasta la Universidad. Un estado solidario en el que la
Sanidad Pública sea universal, gratuita y de calidad, con prestaciones
sociales que aseguren una vida digna a los más desfavorecidos. El
Estado y la Sociedad, deben garantizar un sistema de pensiones, que
asegure un adecuado nivel de vida para las personas jubiladas.
Un Estado solidario, no puede ser sino pacifista. El
derecho a la vida y a la integridad física, deben ser protegidos por
el Estado, como igual debe proteger la calidad del ecosistema y la
vida de quienes la conforman, ambos elementos básicos para la sociedad
del bienestar que se propugna. El estado debe ser un instrumento
necesario en la búsqueda de la paz universal garantizando el necesario
equilibrio entre la paz social y el disfrute de los bienes adquiridos,
con solidaridad.
Gregorio Marañón, Pérez de Ayala y José Ortega y
Gasset, se proponían movilizar a «un copioso contingente de
propagandistas y defensores de la República española». Se hacía un
llamamiento a «todo el profesorado y magisterio, a los escritores y
artistas, a los médicos, ingenieros, arquitectos y técnicos de toda
clase, a los abogados, notarios y demás hombres de ley». También se
refería muy especialmente a la necesidad de contar con la
colaboración de la juventud. Hoy como ayer hay que movilizarse,
especialmente los jóvenes, pues es vuestro futuro el que se avecina y
debéis de organizarlo.
La III República que viene debe ser la obra de todos,
hombres y mujeres, en un esfuerzo común por dotarnos de un Estado
acorde con nuestro tiempo. «No es una quimera, no es una utopía. Es
una urgente necesidad de regeneración democrática», dicen hoy los
intelectuales. Por su parte los de 1931 terminaban diciendo: «La
República será el símbolo de que los españoles se han resuelto por fin
a tomar briosamente un sus manos su propio e intransferible destino».
Será realidad, si todos nos unimos y luchamos juntos por conseguirlo,
para poder decir: ¡queda proclamada la III República española¡ |