El
pasado 15 de junio se han cumplido treinta y nueve años desde la
celebración de las primeras elecciones generales tras la muerte de
Franco. ¡Qué tiempos! Se desarrollaron en un clima de expectación y
esperanza sin límite. Antes, el 15 de diciembre, se había celebrado un
referéndum en el que se nos preguntó «¿Aprueba el Proyecto de Ley para
la Reforma Política?». El 94,17% de los votantes (con una participación
del 77,8%) dijimos si. El censo estaba constituido por 22.644.290
electores.
El
resultado constituyó una «voladura controlada del régimen» según el
profesor Pérez Royo. Con el referéndum comenzaba la «Transición» a la
democracia. Si la ilusión y la esperanza se hicieron notar, también el
miedo al vacío que el dictador dejaba con su muerte. La mayoría de la
gente no teníamos desarrolladas ni la cultura ni el criterio político,
ni en cuestiones generales ni respecto a los hechos que se sucedían
vertiginosamente. Salíamos de una dictadura en la que no se permitía ni
pensar; solo obedecer las consignas del dictador y la de quienes
mantenían el «régimen».
Pese a
todo, la hostilidad en el ejército y en las alturas se dejaba notar.
Esta situación hizo que el Gobierno y la oposición fueran prudentes en
el proceso y en elaborar la ley electoral, que primaría al partido más
votado y hasta hoy sin correcciones. Eran las primeras elecciones libres
que se celebraban desde febrero de 1936, que dieron el triunfo al Frente
Popular.
El resultado de las elecciones ilustraron el momento. La peculiaridad de
la ley electoral D'hondt la hizo protagonista.
Hubo una participación del 78,83% y
consiguieron escaño doce candidaturas. Ganó Adolfo Suárez, como heredero
del «régimen» con su UCD (6.310.391 votos, 165 escaños), seguido por el
PSOE de Felipe González (5.371.866 y 118 diputados). El PCE, con
Santiago Carrillo a la cabeza, consiguió ser la tercera fuerza política,
con 20 escaños y 1.709.890 votos, seguido por AP, liderado por Manuel
Fraga, representando al franquismo sociológico con 1.504.771 votos y 16
diputados. El PSP de Tierno Galván, obtuvo 816.582 votos y 6 diputados.
Daba comienzo la etapa democrática y sin anunciarlo unas Cortes
constituyentes.
Fui
testigo y protagonista de la «Transición» que comenzaba. No puedo
arrepentirme de lo que hice convencido, pero visto con perspectiva
histórica y con lo aprendido, entiendo que fue un pacto desde el
franquismo hacia la democracia, aunque no todos los que participaron
fueran demócratas. La oposición al «régimen» no pidió que se dirimieran
responsabilidades por los crímenes cometidos, por los derechos
pisoteados durante la dictadura ni por el origen del régimen que
terminaba. Los responsables y autores, asesinos, siguieron en la calle
formando parte del tejido social y sobre esos rescoldos se fundó la
democracia. Hoy algunas de esas anomalías se dejan notar.
La
«Transición» fue como una ley de punto final. No solo impidió juzgar y
castigar a culpables, autores y defensores de la dictadura y su
represión, sino que hoy se sigue impidiendo investigar los casos de los
miles de desaparecidos y enterrados en las cunetas de los caminos y
carreteras. Fue una reforma sin ruptura, construida sobre el poder
franquista intacto. Hubo un gran debate en las alturas sobre «ruptura o
reforma», pero al final, quienes defendían la ruptura reformaron y los
reformistas retornaron al seno de la familia de la que venían.
Los
partidos políticos hasta entonces en la clandestinidad, llamados a
participar aceptaron la monarquía, la bandera que había ondeado el
dictador y las condiciones que impusieron los vencedores de la guerra.
Clandestinos y legales, comunistas y socialistas, franquistas,
falangistas y jerifaltes del régimen, fueron amnistiados por los delitos
cometidos durante los cuarenta años de Franco. No se pidieron
responsabilidades ni investigación por los muertos del franquismo ni por
los presos ni marginados ni represaliados ni por los condenados a
trabajos forzados y desaparecidos por decenas de miles. Desde entonces,
ningún partido ha revisado la ley de amnistía ni se lo proponen,
quedando impunes los crímenes del régimen franquista.
En el
proceso hacia la democracia la Agencia Central de Inteligencia «CIA»
estuvo cerca. Podríamos afirmar que la «Transición» se diseñó en un
despacho desde Langley, dice Alfredo Grimaldos en su libro Claves de la
Transición 1973-1986 para adultos. «El franquismo no es una dictadura
que finaliza con el dictador, sino una estructura de poder específica
que integra a la nueva monarquía».
Mucho
ha cambiado la sociedad española desde el 15J de 1977. Ni todo ha estado
mal hecho ni todo ha sido una maravilla. El pasado es historia, el
futuro no existe y el presente es efímero y cruel, como siempre para los
más desfavorecidos socialmente. El Sistema respetó las ruinas del
franquismo y se construyó sobre sus miserias. Algunos dicen que lo
sucedido pertenece a un capítulo de la historia, que no hay que
recordar. Para ellos es mejor el olvido. Mirando al futuro, yo ni olvido
ni perdono.