Qué
ilusión, cuántas esperanzas pusimos en la incorporación de España a las
entonces Comunidades Europeas allá por 1986. Ahora, qué frustración
siento, por los rumbos que han tomado las políticas de la Unión Europea.
Pese a todo, para España y la ciudadanía en general, en los primeros
años supuso progreso y modernidad, que redundaron en el bienestar de la
sociedad española en su conjunto, pero como en otras tantas cosas,
llegábamos tarde.
Europa
se presentaba como un marco natural de desarrollo político y económico y
una referencia para profundizar en la democracia incipiente, para
responder a los retos y necesidades del nuevo siglo que se avecinaba,
por la defensa de los Derechos Humanos, el respeto a la Tierra y a la
dignidad de las personas por encima de intereses políticos y económicos.
Pero no han soplado los vientos hacia esas latitudes.
En la Cumbre de Milán de 1985 los Jefes de Estado y de gobierno
decidieron celebrar el
9 de mayo como el Día de Europa. «La paz
mundial sólo puede salvaguardarse mediante esfuerzos creadores
proporcionados a los peligros que la amenazan», decía Robert Schuman,
Ministro francés de Asuntos Exteriores, el 9 de mayo de 1950, en la
llamada «declaración de Schuman». Se establecían los cimientos de una
federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz. Una
institución europea supranacional, se encargaría de administrar las
materias primas –el carbón y el acero–, que en aquella época eran la
base de toda potencia militar y «columna vertebral de la guerra». Europa
acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial, aquel espantoso conflicto
bélico, que había dejado tras de sí ruinas humanas, materiales y
morales.
Todas
las fuerzas bajo el mando alemán, recibieron la orden de cesar las
operaciones activas a las 23:01 horas –hora de Europa Central–, el 8 de
mayo de 1945. El Jefe del Estado Mayor del Alto Mando de las fuerzas
armadas alemanas, el general Alfred Jodl, firmaba el acta de rendición
incondicional, que ponía fin a la Guerra y al predominio del nazismo en
Europa. Quedaba odio y rencor. Tendrían que pasar setenta años para ver
como esa ideología criminal vuelven a tomar auge en la Europa unida.
Naciones Unidas declaró que los días 8 y 9 de mayo, son una ocasión
propicia para el recuerdo y la reconciliación y rendir homenaje a todas
las víctimas de la Guerra Mundial, exhortando a los Estados Miembros a
hacer todo lo posible para resolver las controversias por medios
pacíficos, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y sin
poner en peligro la paz y la seguridad mundial. Todo fue en vano. Se
desató la guerra fría y los conflictos entre naciones siguieron
resolviéndose por medios violentos; y las guerras son tan cotidianas,
que poco sorprenden y pocas conciencias agitan.
En
1950, cinco años después de finalizar la Guerra Mundial, las naciones
europeas todavía luchaban para superar sus estragos. España estaba
gobernada por el fascismo ganador de la guerra del 36, por lo que los
estragos siguieron hasta pasados algunos años después de la muerte del
dictador. Los gobiernos europeos, decididos a evitar otra terrible
contienda, llegaron a la conclusión de que, poniendo en común la
producción de carbón y acero, la guerra entre Francia y Alemania,
rivales históricos, resultaría «no sólo impensable, sino materialmente
imposible». La fusión de los intereses económicos contribuiría a
aumentar el nivel de vida y constituiría el primer paso hacia una Europa
unida. A España, por su régimen fascista, no se le admitió formar parte
de los conciertos europeos y el Estado de Bienestar no llegó a tiempo.
Cuando pudimos intuirlo, las políticas neoliberales europeas lo
escamotearon.
A
Europa «le
sangran las fronteras y le brotan las alambradas».
La Unión Europea es responsable de muchos de los males y calamidades que
sufren los refugiados levantando muros, instalando centros de
internamiento masivo y recortando derechos y libertades a nativos y
migrantes. Ante la reubicación de los refugiados, todo han sido excusas,
parches y dilaciones. La catástrofe humanitaria que actualmente está
destruyendo Siria y otros países, exigen políticas solidarias y
esfuerzos de la comunidad internacional, para proteger a los civiles
contra los bombardeos aéreos indiscriminados. La ONU tiene que actuar,
como la UE adoptar medidas que permitan acoger a los refugiados y no
dejarlos al pairo en manos de la Turquía de
Erdoğan que no respeta los derechos
humanos. Un 9 de mayo como el de hoy, es un buen día, como
cualquier otro, para que la gente de bien del mundo, se levante para
condenar cualquier tipo de violencia y contra las guerras.
El
mayor drama humanitario al que se enfrenta Occidente desde la Segunda
Guerra Mundial, es un asunto tan complejo y de difícil gestión que no se
puede abordar ni con demagogia ni con soluciones milagrosas
inexistentes. Levantando muros se reavivan antiguos fantasmas que hoy de
nuevo recorren Europa. Los mismos fantasmas contra los que se construyó
el sueño europeo hace sesenta y seis años. El acuerdo entre los jefes de
Estado y de Gobierno de los Veintiocho con Turquía es la concreción del
retroceso de aquel objetivo de libertades y solidaridad que se puso en
marcha en 1950.
La
derrota del nazismo y fascismos en Europa al finalizar la guerra
mundial, llevó a pensar que estos fantasmas no volverían a cruzar su
geografía, pero la realidad es otra. La ideología fascista es odio,
irracionalismo y racismo extremo y su práctica política fuerza de choque
contra la razón y la democracia. El fascismo ahora es más europeísta que
nacionalista por su conveniencia, manteniendo la política de los puños
de siempre, ahora culpando a las personas inmigrantes de todos los males
sociales. El fascismo vuelve a presentarse como alternativa de una
burguesía asustada ante la crisis económica y sus consecuencias
políticas. Critican la austeridad, la corrupción política y la
existencia de partidos políticos. Discurso de fácil acogida por quienes
culpan de sus males a la democracia, que en definitiva es lo que
pretenden eliminar.
España
ha desarrollado un papel activo en la construcción del proyecto europeo
implicándose en la negociación de los tratados de Amsterdam (1997), Niza
(2001), el fallido Tratado Constitucional (2004) y el de Lisboa (2009).
Ha contribuido al desarrollo de políticas en ámbitos como ciudadanía,
política de cohesión, diversidad cultural y lingüística, cooperación
judicial o lucha contra el terrorismo, así como llevando su impronta a
las relaciones exteriores, especialmente hacia Latinoamérica y la ribera
sur del Mediterráneo. El compromiso de España con el proceso de
construcción europea ha sido siempre muy intenso, al suponer Europa una
referencia de libertades y prosperidad para España. Las políticas han
cambiado; si nunca estuvo claro lo de la Europa de los derechos y la
ciudadanía, con las Ángelas, Rajoys y Cañetes europeos, Europa sigue
siendo de los mercaderes, que apoyan la evasión y los paraísos fiscales.
Con una
UE en crisis, con 25 millones de personas sin trabajo y 80 millones de
pobres, la xenofobia y el racismo están en aumento. Hay que construir de
manera efectiva la Europa de la ciudadanía «basada en la armonización
hacia arriba y no hacia abajo, como la única manera de oponerse a las
reacciones xenófobas y al nacionalismo que amenazan a Europa» (Sami Naïr).
El Parlamento Europeo tiene la tarea de controlar al gobierno de Europa,
combatiendo la crisis económica con medidas sociales. El gran reto es
encontrar un modelo que permita solventar los problemas económicos,
presupuestarios y fiscales, abandonando las políticas de austeridad,
devolviendo la confianza a los ciudadanos. Contra los fantasmas del
pasado, hay que retornar a la Europa social, la de la libertad y de la
democracia, la de los derechos y el bienestar.
La UE
lleva a cabo una política que poco o nada se parece a los sueños que
tuvieron los fundadores de la idea y es necesario un cambio. Los mitos
de la vieja Europa, ya no sirven, es necesario un nuevo impulso que de
la voz a la ciudadanía contra el aparato burocrático y neoliberal que
copa las instituciones. Hoy la UE acoge paraísos fiscales, auspicia
golpes de Estado financieros contra sus propios Estados miembros
(Grecia) y negocia a puerta cerrada tratados de libre comercio con EEUU,
como el TTIP. La UE reduce derechos laborales y políticas sociales, para
competir a la baja en un mercado globalizado, mientras recrudece su
agresiva política comercial exterior. Poniendo como excusa la seguridad
y la lucha contra el terrorismo, se recortan derechos y libertades, los
que supuestamente los terroristas quieren destruir.
El fin de la Segunda Guerra Mundial y la declaración Schuman, pretendía
la unión para no repetir la historia de exclusión y guerra. Se sumaron
las naciones interesadas en perpetuar la paz en Europa, hasta llegar a
los veintiocho Estados miembro actuales. La dimensión está perdida. Se
aprobaron nuevas competencias y se abrieron las fronteras interiores
para mercancías, servicios, personas y capitales.
Por la defensa de los Derechos Humanos, el respeto a la Tierra y a la
dignidad de las personas por encima de intereses políticos y económicos,
llamamiento que se hace desde «Un Plan B para Europa», para construir un espacio de
convergencia europeo contra la austeridad y para la construcción de una
verdadera democracia.
Cuando
la austeridad se convierte en la única opción político-económica de unas
instituciones alejadas de los intereses de la ciudadanía, la UE se
vuelve un problema para las mayorías sociales, por lo que construir una
Europa diferente se vuelve urgente. Fue un proyecto levantado sobre
sólidos principios de democracia, solidaridad y defensa de los Derechos
Humanos. Todo hay que recuperarlo.