En esta
semana se conmemoran dos acontecimientos claves en el devenir de
nuestra historia. Fueron días de proclamación y funeral. Muere Franco
(20N) entubado en una cama del hospital La Paz y las Cortes proclaman
jefe de Estado a título de rey a Juan Carlos de Borbón (22N). El
dictador, en su atado y bien atado, impuso una «monarquía del
Movimiento». El rey ni juró ni prometió la actual Constitución; solo
la sancionó, porque su poder era previo a la democracia. Fueron días
de preludio a la Transición.
Franco estableció las bases para el futuro
monárquico de España en 1947, con la Ley de Sucesión a la Jefatura del
Estado, que declaraba a España Reino y otorgaba al Jefe del Estado la
facultad de proponer a las Cortes la persona que le sucedería a título
de rey. A Franco le hubiera gustado ser rey de España, por la gracia
de dios. Estuvo cerca, aunque casó a su nieta Carmen Martínez-Bordiú
con
Alfonso de Borbón y Dampierre, muerto en
extrañas circunstancias y que hizo sus pinitos para conseguir el
trono. Franco usurpó prerrogativas reales, concedió títulos
nobiliarios bajo palio y con guardia mora. Vivió como un rey, con
boato y protocolo franquista, parecido a la corte de Alfonso XIII,
pero con guerrera blanca, camisa azul y boina roja, España era una
democracia orgánica, sin democracia y un reino sin rey.
«Españoles… Franco ha muerto»,
la frase de Arias en el recuerdo. «El hombre
de excepción que ante dios y ante la historia asumió la inmensa
responsabilidad del más exigente y sacrificado servicio a España ha
entregado su vida».
Franco, ese hombre, unos meses antes, había
firmado
las últimas cinco penas de muerte de la dictadura
y el 27 de septiembre se ejecutó la sentencia por fusilamientos.
Franco murió matando. Del «llanto de España» que decía Arias, a las
copas de champán en muchos hogares. Del «dolor y la tristeza» del
carnicero de Málaga, a la esperanza ante el futuro. En mi memoria,
Franco en estado mortuorio, en la cama de la habitación 103 del
hospital La Paz, entubado en su agonía prolongada por medios mecánicos
y por razones políticas.
Fueron tiempos de silencio. Franco, con todo el
poder en sus manos, diseñó el nuevo régimen: una «monarquía del
Movimiento». Todo pretendía dejarlo «atado y bien atado» y no todo
salió bien, aunque dicen que le dijo a Juan Carlos, ya príncipe de
España: «No sirve de nada lo que yo le diga, porque usted lo tendrá
que hacer de otra manera». El tránsito a la democracia culminó en 1978
con la Constitución y como forma política la monarquía parlamentaria.
En el diseño de la Transición, el referéndum sobre monarquía o
república estuvo encima de la mesa; pero «hacíamos
encuestas y perdíamos», admite Adolfo
Suárez, por lo que se rechazó. La solución para que la consulta no se
realizara fue meter «la palabra rey» hasta cinco veces en la
ley de la Reforma Política de 1976.
Desde 1969, vivimos en un reino sin trono,
sustentado por una cruel dictadura; faltaba elegir a la persona, al
sucesor; y no iba a ser el heredero del anterior rey. Lo que es la
historia y las fechas, un 20 de noviembre de 1931, Alfonso de Borbón y
Habsburgo-Lorena, fue declarado por las Cortes Constituyentes «culpable
de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos»
y degradado de sus dignidades. Franco cerró la puerta a don Juan en la
Ley de Sucesión: El Jefe del Estado podía
proponer a las Cortes la exclusión de la sucesión a aquellas personas
reales carentes de la capacidad necesaria para gobernar o que «por su
desvío notorio de los Principios Fundamentales del Estado o por su
actos, merezcan perder derechos de sucesión establecidos por esta Ley»
(artículo 13). Don Juan no reunía la capacidad adecuada, pero su hijo
y su descendencia podrían resultar.
Demasiadas intrigas e intereses para la
reinstauración (restauración o instauración según lo dijeran unos u
otros) de la monarquía en España. Tras descartar al heredero legítimo,
elige al hijo del pretendiente. Un niño al que podría adoctrinar en la
ideología del régimen, como hizo. Comenzó cambiándole el nombre; de
Juanito, a Juan Carlos. No es hasta el
22 de julio de 1969, cuando con el título de
Príncipe de España, Juan Carlos jura como sucesor de Franco. Ese fue
el primer acto institucional en su camino al trono de España. Jura
fidelidad a los principios del Movimiento, acepta ser sucesor de
Franco a título de rey, «recibiendo de Su Excelencia, la legitimidad
política surgida del 18 de julio». Aseguraba para él y los suyos una
corona que hoy todavía ostenta; y el régimen garantizaba el franquismo
sin Franco, convencidos de que un príncipe que jurase fidelidad a los
principios y leyes fundamentales del Reino
(Movimiento), traicionando a su padre, sería fácil de manejar.
Juan Carlos jura fidelidad a los principios del
Movimiento, acepta ser sucesor de Franco a título de rey, «recibiendo
de Su Excelencia, la legitimidad política surgida del 18 de julio».
Casi nada; heredaba un régimen surgido por un golpe de Estado y una
guerra fraticida. Aseguraba para él y los suyos una corona que hoy
ostenta su hijo, y el régimen garantizaba el franquismo sin Franco.
Estaban convencidos de que un príncipe, que juraba fidelidad a los
principios y leyes del Movimiento, traicionando a su padre, sería
fácil de manejar. Por cierto Felipe de Borbón,
en sus últimas actuaciones ha dejado de ser un rey neutral,
al tomar partido en el procés de Catalunya, amparando la actuación de
Rajoy y el 155.
Juan Carlos fue nombrado sucesor del dictador.
Franco delegó en él en dos ocasiones la jefatura del Estado, por
motivos de salud, por lo que el rey ejerció de dictador suplente en
dos ocasiones antes de ser rey. En la última suplencia, moribundo
Franco, presionado por Estados Unidos, Francia y su hermano el
rey de Marruecos, un 14 de noviembre,
descolonizó el Sahara Occidental. El monarca
se acomodó al sistema y el pueblo nos acostumbramos a un rey,
aparentemente sin opinión, salvo en nochebuena, delante de un «belén»,
con olor a naftalina, sabor a anís y sonidos de pandereta. España
salía de la noche oscura de la dictadura y entraba en el sendero de la
democracia, no sin sobresaltos e incertidumbre, mucha incertidumbre.
La
monarquía, por su naturaleza, es antidemocrática; atenta contra la
igualdad de oportunidades y al principio constitucional de igualdad
ante la ley. Es un órgano del Estado, sobre el que el propio Estado no
tiene ningún tipo de control: ni político, ni económico, ni de ninguna
naturaleza. Las Cortes que representan a la soberanía nacional, no
tienen competencia alguna sobre la gestión de la Casa Real. La persona
del rey es inviolable constitucionalmente, lo que le sitúa por encima
de la ley. La corona es un órgano opaco, poco transparente, que no da
cuentas a nadie, sobre nada y de todo. Es tiempo de pensar en el
cambio, por cuestión de salud democrática.
Durante la Transición se establece la monarquía
parlamentaria como modelo político del Estado. Todo fue posible por el
acuerdo tácito de pasar página; por miedo y por el ansia y anhelo de
libertad. La Constitución fue un trágala para salvar la monarquía, una
operación de blanqueo e hipnotismo ejemplar: «o
te comes la manzana con gusano o no hay manzana»,
decía el profesor Vicenç Navarro. El rey ostentaba la legalidad
fáctica heredada de Franco, la legitimidad dinástica de su padre, pero
no fue hasta el 23F en el que pasó, de ser el rey de Franco, a
salvador de la democracia. Se trataba de consolidar al rey, ya fuese
con el triunfo del golpe de estado o con su fracaso. Y lo
consiguieron.
Desde el
principio de los tiempos de la Transición, algunos dirigentes
franquistas, se convirtieron en demócratas de toda la vida. Hoy son
los mismos, que desde las alcaldías, parlamentos y desde el propio PP
en el gobierno, siguen identificados con el franquismo y con los
comportamientos y actos de apología fascista, que son delictivos y
deben ser perseguidos y sancionados.
Desde aquel
20N han transcurrido cuarenta y dos años y parte de mi vida. Por
cierto un 20N de 1957, el día del santo de mi madre, murió mi padre.
Recuerdos y emociones a flor de piel. Desde la ilusión contenida al
compromiso político permanente. De la esperanza sin traba al
desasosiego de hoy. De todo puede ser a solo algunas cosas fueron. De
lo conseguido a lo que ahora perdemos.