Este año
se cumplen
50 años de
la
irrupción
militar
israelí en
los
territorios
palestinos.
La
Autoridad
Palestina
del
presidente
Mahmud
Abás
apenas
controla
el 18% de
Cisjordania,
que a su
vez
representa,
junto con
la Franja
de Gaza,
el 22% de
la
Palestina
histórica.
Medio
siglo
después de
la
fulminante
guerra de
1967, la
ocupación
se ha
consolidado
en toda
Cisjordania,
donde
residen
más de
800.000
colonos
judíos, el
13% de la
población
de Israel.
Frente a
la
política
de hechos
consumados,
la paz
parece más
lejana que
nunca, por
la falta
de
compromiso
real de la
comunidad
internacional.
Lo
deseable
es que se
llegue a
un acuerdo
justo y
duradero
entre
israelíes
y
palestinos
que ponga
fin a la
ocupación
y asegure
la paz, la
seguridad
y la
prosperidad.
Todo
parece que
es
imposible.
Oxfam
viene
lanzando
un
llamamiento
para que
haya una
solución
global
negociada,
que se
base en el
derecho
internacional,
apoyando
la fórmula
de los
«dos
Estados»,
condenando
toda
violencia
contra la
población
de ambas
partes,
que
merecen
vivir
dignamente,
libres del
miedo a la
violencia
y a la
opresión.
Después de
70 años el
pueblo
palestino
sigue
sometido a
los
designios
del Estado
de Israel.
Hace más
de dos mil
años,
quien
estaba
sometido
al Imperio
Romano era
el pueblo
judío.
Roma
ejercía su
poder
exigiendo
tributos
para el
mantenimiento
de las
tropas de
ocupación
y envío de
remesas a
Roma. Lo
sobrante,
como dicen
en La vida
de Brian,
era para
el «alcantarillado,
la
sanidad,
la
enseñanza,
el vino,
el orden
público,
la
irrigación,
las
carreteras
y los
baños
públicos».
Hoy es el
Estado de
Israel
quien
somete, a
sangre y
fuego, al
pueblo
palestino,
por lo que
siento
dolor y
vergüenza
por ello.
Setenta
años han
pasado
desde que
la ONU
aprobase
su
Plan para
la
partición
de
Palestina
en 1947.
Con
supuesta
buena fe,
se
pretendía
dar
respuesta
al
conflicto
entre
árabes y
judíos. La
presión de
la
comunidad
judía
internacional
y la mala
conciencia
de los
actores,
por el
holocausto
de la
Segunda
Guerra
Mundial,
hizo que
el plan
fracasase.
La
partición
de la zona
en dos
estados,
no
contentó a
ninguna de
las
partes. La
Liga Árabe
aprobó
otra
resolución
que
rechazaba
frontalmente
la de la
ONU,
advirtiendo
que para
evitar la
ejecución
del plan,
emplearía
todos los
medios,
incluyendo
la
intervención
armada.
Reino
Unido
abandonó
Palestina
el 15 de
mayo de
1948, un
día
después de
que David
Ben Gurión
declarase
la
independencia
de Israel.
Desde
entonces
guerras,
ocupaciones
y
sufrimiento.
Una
historia
sin fin,
que ha
dejado
demasiadas
muertes.
En 1948,
el pueblo
judío
celebró la
independencia
y la
creación
de un
estado
judío,
pero
criticaron
el plan
que
dividía en
tres zonas
separadas
el
territorio
asignado,
poco
viable y
de difícil
defensa.
Los
líderes
árabes se
opusieron
al plan
argumentando
que
violaba
los
derechos
de la
población
árabe, que
representaba
el 67% de
la
población
total,
criticando
que el 45%
de la
superficie
de todo el
país se
adjudicaba
al nuevo
Estado
judío, que
solo
representaba
el 33% de
la
población.
Desde
entonces
se han
producido
diferentes
crisis,
intifadas,
incidentes
armados y
guerras
abiertas.
La
guerra
árabe-israelí
de 1948,
conocida
como
guerra de
la
Independencia,
fue el
primero de
los
conflictos
armados
que
enfrentaron
al Estado
de Israel
y a sus
vecinos
árabes.
Líbano,
Siria,
Transjordania,
Irak y
Egipto, no
conformes
con el
Plan de la
ONU, le
declararon
la guerra
al
naciente
Estado de
Israel e
intentaron
invadirlo.
La
siguiente
fue la
Guerra de
Suez en
1956,
en la que
intervinieron
Israel,
Reino
Unido y
Francia,
atacando a
Egipto por
la
nacionalización
del Canal
de Suez.
En la
guerra de
los Seis
Días en
1967,
Israel
conquistó
la Franja
de Gaza,
Cisjordania,
Jerusalén
Este, la
península
del Sinaí
y los
Altos del
Golán. El
siguiente
conflicto
fue la
guerra de
Yom Kipur
en 1973,
en la que
Egipto y
Siria
iniciaron
el
conflicto
para
recuperar
los
territorios
que Israel
ocupaba
desde la
Guerra de
los Seis
Días. Tras
perder la
guerra,
embargaron
el
petróleo
de los
países que
ayudaron a
Israel y
con la
subida de
los
precios,
provocaron
una
desestabilización
de la
economía
internacional.
El
conflicto
ha dado
lugar a
innumerables
resoluciones
de la ONU,
conferencias,
acuerdos y
pactos
−incumplidos
o con la
amenaza
permanente
de
incumplimiento−.
Después de
todo, las
principales
cuestiones
siguen
pendientes:
la
soberanía
de la
Franja de
Gaza y
Cisjordania;
la
formación
un estado
palestino;
el estatus
de la
parte
oriental
de
Jerusalén
o Altos
del Golán;
el destino
de los
asentamientos
israelíes
y de los
refugiados
palestinos.
Difíciles
cuestiones
que se
anteponen
al
reconocimiento
de Israel
y
Palestina
y su
derecho a
coexistir
y convivir
en paz.
Gaza sigue
asediada.
Un millón
y medio de
personas
se
encuentran
encerradas
en un
territorio
de 365
Km2,
confinados
entre
muros. Se
ha
convertido
en la
mayor
prisión
del mundo
a cielo
abierto,
un enorme
campo de
concentración
o un
«campo de
prisioneros.
Los
ataques
por
tierra,
mar y
aire, no
discriminan
los
objetivos
militares
de los
civiles.
Todos los
palestinos
son
considerados
combatientes
o
terroristas.
Los niños
también.
La ONU
denuncia
la
detención
por Israel
de cientos
de niños
palestinos
cada año.
EEUU y la
ONU
defiende
la
solución
de los dos
Estados
desde los
acuerdos
de Oslo de
1993.
Incluso
Israel
mantiene
esta
política
con
condiciones.
Un 55% de
israelíes
y un 44%
de
palestinos,
son
partidarios
de esta
opción. Ni
Trump ni
Netanyahu
quieren
reconocer
que no hay
solución
pacífica
sin el
reconocimiento
pleno de
los
derechos
políticos
y la
independencia
por ambas
partes.
EEUU tiene
un papel
clave en
el
conflicto
y es la
única
nación con
la
influencia
política,
diplomática
y
financiera
suficiente
para
incidir en
el
proceso.
La
UE, junto
a la ONU,
Rusia y
EEUU,
forma
parte del
Cuarteto
de paz de
Oriente
Medio,
y
consideran
que la
creación
de un
Estado
palestino
independiente,
viable y
democrático
va en
interés
del propio
Israel. En
este
conflicto
encaja la
definición
que se
atribuye a
Albert
Einstein:
«locura es
hacer lo
mismo una
y otra vez
esperando
resultados
diferentes».
Tras
décadas de
odio
fratricida,
es hora de
buscar
nuevas
vías. Los
israelíes
deberían
apoyar un
Estado
soberano
para los
palestinos,
levantar
el bloqueo
a Gaza y
las
restricciones
de
movimiento
en
Cisjordania
y
Jerusalén
Oriental.
Los
palestinos
deberían
renunciar
a la
violencia
y
reconocer
el Estado
de Israel.
Se
tendrían
que
alcanzar
acuerdos
razonables
en materia
de
fronteras,
asentamientos
judíos y
retorno de
refugiados.
Para
Israel,
los
asentamientos
en
territorio
palestino,
son hechos
consumados.
Los
palestinos
siguen
defendiendo
las
fronteras
anteriores
a la
guerra de
1967. No
habrá
pacto,
posible
sin
resolver
el
simbolismo
de
Jerusalén.
Netanyahu
está en el
poder con
el apoyo
de un
partido de
ultraderecha,
con amplia
base entre
los
600.000
colonos
que viven
en
Jerusalén
y
Cisjordania;
por lo que
entre su
afán
expansionista,
las
presiones
de sus
aliados y
la
posición
crítica de
Trump a la
resolución
2334, se
esperan
más
ocupaciones.
El
Consejo de
Seguridad
adoptó la
resolución
2334
(23
diciembre
2016), con
14 votos a
favor y la
abstención
de EEUU.
La
Declaración
reafirma
la
ilegalidad
de los
asentamientos
israelíes
en los
territorios
palestinos
ocupados,
incluida
Jerusalén
Oriental y
considera
que los
asentamientos
constituyen
una
flagrante
violación
de las
leyes
internacionales.
Las
declaraciones
de las
potencias
políticas,
económicas
y
militares
del mundo
advierten
sobre la
necesidad
de
intervenir
en Siria,
Irak o
Corea del
Norte,
para
proteger a
la
población
civil y
evitar
ataques
con armas
químicas,
guerras
civiles y
dictaduras.
Sobre las
diversas
operaciones
«preventivas»
contra la
población
civil no
hay el
mismo
interés y
las
reacciones
son
mínimas.
El
silencio
sobre lo
que
sucede, es
un arma
más contra
el pueblo
de
Palestina,
que vive
en un
estado de
Apartheid
criminal.
Se ha
producido
una
noticia
que podría
traer
novedades.
Hamás
acepta
disolver
su
Gobierno
de facto
en Gaza.
Los
islamistas
palestinos
anuncian
elecciones
y un
Gobierno
de unidad
por
primera
vez desde
2006.
Fatah, el
partido de
Mahmud
Abbas, ha
dado la
bienvenida
a la
declaración
y espera
que las
promesas
se plasmen
en hechos.
El
presidente
de la
Autoridad
Palestina
tiene
previsto
reunirse
en Nueva
York
−intervendrá
en
Naciones
Unidas−
con Donald
Trump,
para
reactivar
un proceso
de paz en
el que el
mandatario
norteamericano
pretende
dejar su
posición
con un
«acuerdo
definitivo».
Benjamín
Netanyahu,
que
también
será
recibido
por Trump,
ha
adelantado
que
centrará
el
encuentro
en la
amenaza de
la
creciente
presencia
de Irán y
sus
aliados en
Siria y
Líbano,
sin
expresar
aparentemente
interés
por un
avance en
el diálogo
con los
palestinos.
Esperemos
que todo
no se
convierta
en una
nueva
frustración.
Lo que
está
pasando en
Palestina
es un
crimen
contra la
humanidad
y los
asentamientos
constituyen
un
obstáculo
para
alcanzar
un acuerdo
de paz
justo y
duradero.
«Palestina
es como
Auschwitz»,
dijo José
Saramago.
Denunciar
y apoyar
la causa
palestina
es un
deber y
mantener
viva la
memoria de
Sabra y
Chatila,
es decir a
los
palestinos
que no
están
solos y a
los
opresores
que no van
a quedar
impunes.