El Frente
Popular quedó constituido el 15 de enero de 1936, con el objetivo de
presentarse a las elecciones que se celebrarían el 16 de febrero
siguiente. El pacto de la coalición electoral fue posible por la firma
de los republicanos de izquierda y los socialistas, que lo hicieron
también en nombre del PCE y de otras organizaciones obreras y
sindicales. Corta historia pero intensa tuvo el FP y un trágico final.
Los
resultados de las elecciones se comunicaron el día 20 de febrero. El
Censo estaba formado por 13.553.710 de electores. Hubo una
participación del 72,9%. (9.864.783 de votantes). Dieron su voto al
Frente Popular: 4.654.116 (47,1%); al Frente Nacional
Contrarrevolucionario: 4.503.505 (45,6%) y al Centro: 400.901 (5,3%).
No voy a referirme a las consecuencias de estas elecciones ni a la
historia de los gobiernos formados a su amparo, sino a las razones de
su constitución y su programa.
Por aquel entonces, los socialistas, con Largo
Caballero a la cabeza, se negaron a colaborar con los republicanos de
izquierda de clase media representados por Manuel Azaña. Se abandonó
la «vía parlamentaria» en favor de la «vía revolucionaria» para
alcanzar el socialismo, desplazando a Prieto y a Besteiro de la
dirección de UGT y PSOE. La situación facilitó la victoria del
centro-derecha en las
elecciones de 1933 y la insurrección
revolucionaria de octubre de 1934.
El 7 de enero de 1936, ante la crisis
gubernamental de la coalición entre la CEDA y el Partido Radical, el
presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora,
firmó el decreto de disolución de las Cortes y encargó a Manuel Portela
Valladares organizar nuevas elecciones. En
los meses anteriores, Manuel Azaña e Indalecio Prieto habían mantenido
correspondencia sobre la necesidad de construir una coalición
reformista similar a la que había gobernado los dos primeros años de
la República. Largo Caballero, desde la dirección de UGT, se opuso al
acuerdo, aunque ante la convocatoria de elecciones accedió a
incorporarse, con la condición de que el PCE entrara en la coalición y
si ésta ganaba las elecciones, debían gobernar sólo los republicanos.
La coalición entre republicanos de izquierda y
socialistas tenía un programa basado en la defensa de las reformas
sociales del
Primer Bienio de 1931-1933, que habían sido
paralizadas o eliminadas por los gobiernos conservadores del
Segundo Bienio 1933-1936 radical-cedista. En
el Programa, se pedía la liberación de los presos sometidos a un
proceso por responsabilidades en los hechos de la Revolución de
Asturias.
El camino
hacia la unidad no fue fácil porque los partidos y sindicatos tenían
diversas concepciones políticas, sociales y económicas, aunque
tuvieron en común la necesidad de la alianza electoral para obtener la
victoria, en un contexto internacional favorable a la confluencia de
la izquierda, frente al auge de las soluciones totalitarias nazi y
fascista. Los partidos republicanos –Izquierda Republicana (Azaña), la
Unión Republicana (Martínez Barrio) y el Partido Nacional
Republicano–, defendían el entendimiento con los socialistas, pero no
con las organizaciones obreras a su izquierda.
En el PSOE se vivía un intenso debate. El
sector centrista de Indalecio Prieto, estimaba la necesidad del pacto
con los republicanos, incidiendo en la necesidad de proclamar una
amnistía y profundizar en la reforma agraria. El sector de izquierda
socialista, representado por Largo Caballero y con el apoyo de la UGT,
pretendía un frente obrero, pero terminó por comprender que el pacto
con los republicanos era necesario si se quería obtener la ansiada
amnistía, sin establecer un programa de gobierno conjunto.
En Cataluña
(4 de febrero) se formó la coalición Front d'Esquerres de Catalunya,
en la que se integraron los nacionalistas republicanos catalanes como
ERC. En Valencia se constituyó el Front d'Esquerres. Ambas coaliciones
tenían una composición similar al del Frente Popular del resto de
España.
El
Programa del Frente Popular era republicano, corto pero profundo
(enero de 1936). Los republicanos no
aceptaban el principio de nacionalización de la tierra y su entrega
gratuita a los campesinos, que solicitaban los delegados del partido
socialista, por lo que los firmantes consideraron aprobar diferentes
medidas para la redención del campesino: «rebaja de impuestos y
tributos; represión especial de la usura; disminución de rentas
abusivas; y revisión de los desahucios practicados». Se consolidaba la
propiedad, previa liquidación a los arrendatarios antiguos y se
comprometieron a dictar «una nueva ley de Arrendamientos que
asegurara: la estabilidad en la tierra; la modicidad en la renta, y el
acceso a la propiedad de la tierra que se viniera cultivando durante
cierto tiempo».
Los partidos republicanos tampoco aceptaron la
nacionalización de la Banca propuesta por los partidos obreros, aunque
reconocían que el sistema bancario requiere ciertos
perfeccionamientos, para cumplir con la misión que les estaba
encomendada. Hoy el debate sobre la banca sigue abierto. El
PSOE propone salvar la Seguridad Social con dos impuestos al sistema
financiero, similares a los aprobados en
Francia y Reino Unido, teniendo en cuenta que el sector financiero
español fue rescatado con 60.000 millones de dinero público durante la
crisis, por lo que parece justo que la banca ayude a costear el
sistema de pensiones. Por su parte, la banca
lleva desde 2011 evitando la creación de un impuesto específico sobre
su negocio. Ahora las entidades financieras
españolas sólo pagan un tributo casi simbólico sobre sus depósitos del
0,03%; cuando
los dueños de la gran banca son 28.000 millones más ricos
que hace un año.
Los
republicanos concebían la República como un régimen de libertad
democrática, impulsado por razones de interés público y progreso
social, frente a la opinión de los partidos obreros que entendían que
la República debía estar orientada por motivos sociales o económicos
de clase. El documento firmado reconocía que «La República tiene que
considerar la enseñanza como atributo indeclinable del Estado, en el
superior empeño de conseguir en la suma de sus ciudadanos el mayor
grado de conocimiento y más amplio nivel moral por encima de razones
confesionales y de clase».
La cuestión
regional también estuvo presente. Los partidos coligados se
comprometían a establecer una legislación autonómica vigorosa votada
por las Cortes constituyentes, que desarrollase los principios
autonómicos consignados en la Constitución, que en su Artículo 8
reconocía que «El Estado español, dentro de los límites irreductibles
de su territorio actual, estará integrado por Municipios mancomunados
en provincias y por las regiones que se constituyan en régimen de
autonomía». Más de ochenta años después, siguen existiendo parecidos
problemas sobre el modelo de Estado, si nacional o plurinacional y sin
que se ofrezcan soluciones de buena voluntad para resolver la cuestión
catalana (las que están en embrión y las que estén por venir).
Y en otro orden de cosas −el FP lo tenía
resuelto−, me refiero a la instauración (restauración o imposición) de
la monarquía durante el franquismo, que tampoco está resuelta. Ya
conocemos como el presidente Adolfo Suárez en 1995, confesó que
incluyó la palabra rey y monarquía en la Ley de la Reforma Política de
1977,
para no tener que someter a referéndum la monarquía, porque las
encuestas le dijeron que perdería. Según el
propio Suárez, Felipe González pedía entonces el referéndum sobre la
monarquía. Hoy no hay voluntad política para que, en el marco de la
reforma o nueva Constitución necesaria, se pregunte al pueblo sobre el
futuro de la monarquía. «Hay
que montar una consulta constitucional para que todos los ciudadanos
digamos si queremos, o no, que la monarquía continúe»
(Enric Sopena); porque la biología no debe ser quien decida la forma
del Gobierno de un país.
La coalición del Frente Popular salió victoriosa
de las urnas. Manuel Azaña de nuevo en el poder; los socialistas
volvían a tener influencia en los poderes locales; y los
anarcosindicalistas podían recuperar su capacidad de agitación.
El Partido Radical se hundió. La derecha no
republicana, derrotada en las urnas, se sintió amenazada por el nuevo
empuje de las organizaciones sindicales y los conflictos sociales y ya
sólo pensaba en una solución de fuerza contra el Gobierno y la
República.
El Frente
Popular había planteado un programa moderado, incorporando la amnistía
y la vuelta a las reformas y las soluciones políticas, que atrajo a
muchos antiguos votantes del Partido Radical. La derecha no
republicana, no dejó de recordar los horrores de la revolución de
Asturias y en que todo era una batalla ¡Por Dios y por España! La
ultraderecha, monárquica y fascista, apelaba a la lucha armada y a la
dictadura. Han transcurrido 82 años y parece que en algunos temas no
ha pasado el tiempo. La derecha reaccionaria está en el poder y sus
principios y valores de siempre en el candelero.
Las organizaciones republicanas, de izquierda y
sindicales, fueron capaces de formar un Frente Popular,
dejando a salvo sus particulares postulados ideológicos.
La conspiración de la derecha reaccionaria y
el golpe de Estado contra la legitimidad de la República,
se puso en marcha nada más formarse el gobierno de Azaña.
Políticamente fue antidemocrático; jurídicamente anticonstitucional;
socialmente conservador y tradicionalista; espiritualmente clerical;
ideológicamente totalitario; económicamente capitalista; militarmente
absolutista; y moralmente inhumano. Conocemos por la ministra María
Dolores de Cospedal,
que el ejército estaba preparado para actuar en Catalunya,
por lo que no cabe duda de que si se dieran las circunstancias
históricas que hemos relatado, hoy harían lo mismo que hicieron en
1936.
Ante la
situación de crisis social, política e institucional que padecemos,
sigue siendo necesario que las organizaciones republicanas, los
partidos de izquierda y los sindicatos de clase se unan, para dar
respuestas unitarias justas, en libertad y democracia.