En 1981
España vivía unos momentos muy difíciles. En plena Transición, el 29
de enero, las emisiones televisivas y radiofónicas fueron
interrumpidas por el mensaje del presidente Adolfo Suárez. Dimitía,
tras cinco años de mandato, como presidente del Gobierno y de su
partido. «No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una
vez más, un paréntesis en la historia de España». Suárez fue
derribado; fue una dimisión bajo presión política, mediática y
militar. Se veía venir y la decisión abrió una crisis sin precedente
en España, que culminó con el golpe de Estado del 23 de febrero.
Suárez se
fue sin explicar claramente los motivos políticos de su dimisión.
Se daban una serie de circunstancias y analizándolas casi todo se
podía entender. La Unión de Centro Democrático se encontraba en
proceso de descomposición interna, los malos resultados electorales
frente a un PSOE en auge, contribuyeron al desgaste del presidente.
Felipe González ejercía una durísima oposición, incluso había
presentado una moción de censura el año anterior. Fraga y González
actuaban como pinza para erosionar a UCD y a Suárez su presidente. Los
socialistas jugaron bien sus cartas durante la Transición: tenían un
discurso radical y republicano en la oposición, porque no intimidaban
a nadie y sus principales líderes no recordaban la Guerra Civil, como
si ocurría con el PCE.
Tras la
muerte de Franco y el cese de Arias Navarro, el rey nombra presidente
a Adolfo Suárez, que inicia un diálogo con las diferentes fuerzas
políticas. En agosto de 1976 aprobó la Ley de Amnistía y la Ley para
la Reforma Política, que planteaba una Transición sin rupturas
traumáticas con el régimen anterior, y legalizó los partidos políticos
y los sindicatos. La legalización del PCE fue una de las pruebas más
duras a las que se sometió Suárez, presionado por los poderes fácticos
y algunos círculos del Ejército. Fundó la Unión de Centro Democrático,
que aglutinaba distintas fuerzas democristianas y socialdemócratas,
que ganó las elecciones de 1977.
La historia se ha encargado de reivindicar el
papel de Adolfo Suárez en la Transición, durante los cinco años que
estuvo al frente del Gobierno. Para Iñaki Gabilondo, entonces Director
de los Servicios Informativos de Televisión Española, el anuncio de
dimisión Suárez «era
el resultado del proceso de descomposición interna que estaba viviendo
UCD». Para Fernando Ónega, Jefe de Prensa en
La Moncloa: «Suárez vivía un momento de fuertes presiones por parte de
la CEOE y sufría una durísima oposición por el PSOE», que ya se
adivinaba su próxima victoria en las urnas.
Adolfo
Suárez venía recibiendo enormes presiones dentro y fuera de su
partido. «La mitad de los diputados de UCD se entusiasman cuando oyen
en esta tribuna al señor Fraga. La otra mitad lo hace cuando quien
habla es Felipe González» decía Alfonso Guerra. No obstante, Suárez en
su declaración de dimisión aseguró: «No me voy por cansancio». La
cúpula del ejército nunca le perdonó la legalización del PCE. Tiempo
después Suárez reconoció: «si hubiera tenido la más mínima información
en torno a un intento de golpe de Estado, ni hubiera dimitido ni se
hubiera producido el golpe».
Suárez pidió al Rey revocar su dimisión tras el
23F y la respuesta fue: «O
te vas tú o me voy yo». El expresidente
tenía claro que el alma del golpe era el rey y que se fraguó en La
Zarzuela, según cuenta Pilar Urbano en su libro
La gran desmemoria. En los últimos tiempos,
no recibió apoyos incondicionales por parte del Jefe del Estado, sino
todo lo contrario. El rey se dejó convencer por el general Alfonso
Armada, que le aseguró que el país vivía una situación insostenible
que requería de un «golpe de timón militar», y que eso era el
convencimiento de buena parte de la oposición. Durante los primeros
días de enero de 1981, el Rey intentó convencer a Suárez de la
necesidad de cambios que estuvieran dirigidos desde instancias
militares y que pasaban por que él abandonara la Presidencia. El rey
rechazó disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones, que le
propuso Suárez, al verse sin el apoyo real ni de parte de su partido.
En el discurso de dimisión, Suárez no mencionó
al rey:
el presidente había perdido la confianza del monarca,
quien propuso inmediatamente la nominación el vicepresidente de
Asuntos Económicos, Leopoldo Calvo Sotelo como jefe del Gobierno, en
cuyo debate de investidura tendría lugar el golpe de Estado por el
teniente coronel Tejero. Tras abandonar el Gobierno, Adolfo Suárez
creó el partido Centro Democrático Social, junto con otros dirigentes
de UCD. Se presentó a las elecciones de 1982 obteniendo más de
seiscientos mil votos y solo dos diputados: el propio Suárez por
Madrid y Rodríguez Sahagún por Ávila. El CDS pretendía captar la
mayoría del voto de la UCD, pero se vio superado ampliamente por el
PSOE y Alianza Popular.
«No
quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un
paréntesis en la historia de España».
Observadores políticos consideraron que las palabras eran reveladoras
de las presiones ejercidas por determinados sectores de poder. «Hay
momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial
sentido de la responsabilidad». Había llegado al convencimiento de que
en aquellas circunstancias su marcha es más beneficiosa para España
que su permanencia en la Presidencia».
Con aquel
«Me voy sin que nadie me lo haya pedido», negaba cualquier
especulación sobre una hipotética indicación del rey. En el marco de
la Constitución, el Jefe del Estado no puede destituir ni promover la
dimisión del presidente del Gobierno. Adolfo Suárez dio una clave de
su renuncia con dos argumentos: no quiso arrastrar a la Monarquía por
su pérdida de capital político y tampoco quiso que el pueblo español
pagara el precio político por su permanencia. Hay que tener en cuenta
que el ascenso de Adolfo Suárez se debió a la voluntad de Juan Carlos,
que le encumbró a la presidencia del gobierno en una España en trance
hacia la democracia.
Los
editoriales de los periódicos al día siguiente de la dimisión eran
ilustrativos. ABC reacciona con un titular nada neutral: «Por el bien
de España». Ya y Diario16 desdramatizan la dimisión. El Alcázar
publica un artículo de su director, cuyo título ilustraba la
intención: «UCD busca un general»; pero no un general que apuntalase
la democracia, sino que hiciera otra cosa. El editorial de El País
calificaba la dimisión como el hecho más grave desde la muerte de
Franco y avisaba: «No es una crisis de gobierno, sino una escalada
permanente de las fuerzas reaccionarias de este país».
Pilar
Urbano narra en el libro mencionado, cómo el rey se sintió aliviado
cuando el 27 de enero. Suárez le avisa de que tira la toalla y se va.
El Monarca, lejos de dedicarle algún gesto de cercanía, dice a su
secretario: «Sabino, que éste se va». Ni un abrazo ni un gesto amable,
como si se sintiera liberado. Era la primera dimisión de un presidente
en democracia y punto final. Al día siguiente, Suárez lleva la carta
de dimisión al palacio de La Zarzuela. «Mi desgaste personal ha
permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de
convivencia social y un nuevo modelo de Estado. Creo que ha merecido
la pena». Muchas gracias a todos y por todo, terminó.
Hay que recordar que Adolfo Suárez fue
responsable de que no se convocase un referéndum sobre la monarquía.
Ahora conocemos el engaño. En 1995, confesó que incluyó la palabra rey
y monarquía en la Ley de la Reforma Política de 1977,
para no tener que someter a referéndum la monarquía, porque las
encuestas le dijeron que perdería. Franco
había dejado todo «atado y bien atado» en la figura de Juan Carlos,
que no fue leal con Suárez ni con la democracia.