Corta fue
su vida, pero en el transcurso se celebraron un número importante de
elecciones, con diferentes resultados, que produjeron grandes
acontecimientos, con importantes repercusiones políticas, económicas y
sociales. El 12 de abril de 1931, hace ahora 87 años, estaban
convocadas unas elecciones municipales, que provocaron la caída de la
monarquía y la proclamación de la Segunda República española.
Todo
comenzó un 12 de abril, cuando la ciudadanía eligió a los partidos
republicanos y socialistas, contra los monárquicos que dieron la
espalda al rey. Las elecciones, que se habían convocado para
consolidar el sistema y conseguir mayor apoyo popular para la
monarquía, resultaron ser la perdición real. Se eligieron cerca de
ochenta mil concejales y estos a los alcaldes en 8.943 distritos. La
monarquía era un símbolo de decadencia, y republicanos y socialistas,
decidieron convertir las elecciones municipales, en un verdadero
plebiscito, sobre la continuidad de la monarquía en España.
En el
Pacto de San Sebastián (17 de agosto de
1930), se había acordado la estrategia de poner fin a la Monarquía
representada por Alfonso XIII y proclamar la Segunda República. En la
reunión estuvieron representados la Alianza Republicana, Partido
Radical Socialista, Derecha Liberal Republicana, Acción Catalana,
Acción Republicana de Cataluña, Estat Catalá, y la Federación
Republicana Gallega. Meses después el PSOE y la UGT, se sumaron al
Pacto, con el propósito de organizar una huelga general, que fuera
acompañada de una insurrección militar, que metiera a «la monarquía en
los archivos de la historia» y establecer «la República sobre la base
de la soberanía nacional representada en una Asamblea Constituyente».
La huelga general no llegó a declararse y el
pronunciamiento militar, la
Sublevación de Jaca, fracasó. Fueron
fusilados los capitanes Galán y García Hernández. Numerosos miembros
del Comité Revolucionario fueron encarcelados y otros huyeron al
exilio. Alfonso XIII cesó al general Berenguer y nombró como
presidente del consejo de ministros al almirante Aznar-Cabañas, lo que
propició la convocatoria de las elecciones para el 12 de abril. Para
la monarquía suponía volver a la normalidad anterior a la dictadura de
Primo de Rivera. Para las fuerzas republicanas, significó una prueba
de fuerza, una consulta sobre la forma de Estado. Los resultados
fueron un mazazo para los monárquicos, que poco hicieron para evitar
que su rey perdiera el trono.
Las
candidaturas «republicano-socialistas» obtuvieron el triunfo en 41 de
las 50 capitales de provincia. Los partidos monárquicos ganaron en 9.
La participación ciudadana representó el 70% del electorado. Los
monárquicos consiguieron 40.324 concejales, frente a los 36.282 que
obtuvieron los republicanos y socialistas; los comunistas consiguieron
67; los diferentes partidos nacionalistas catalanes más de 4.000 y los
nacionalistas vascos 267. Los partidos monárquicos habían conseguido
una victoria clara en las zonas rurales, pero duramente derrotados en
los núcleos urbanos.
Con la
proclamación de la República y la celebración de elecciones
legislativas el 28 de junio de 1931, se inició un proceso
constituyente. El Estado republicano quedaría legitimado
democráticamente por las elecciones y la probación de la Constitución.
La primera vuelta electoral, se celebró el 28 de junio (con segunda
vuelta entre el 19 de julio y el 8 de noviembre). Se presentaron
candidaturas por la Conjunción Republicano-Socialista, compuesta por
el PSOE, los radicales de Lerroux, los radicalsocialistas, la Derecha
Liberal Republicana de Alcalá-Zamora y la Acción Republicana de Azaña.
Cada partido se presentaba con su propio programa. La derecha
antirrepublicana concurrió dividida y no presentó candidaturas en
parte de las circunscripciones.
Las
elecciones dieron un triunfo rotundo a la Conjunción
Republicano-Socialista. La derecha y el centro republicanos (con la
excepción de los radicales) quedaron reducidos a un papel testimonial,
en tanto que la derecha monárquica sufría un serio revés. Daba
comienzo el denominado bienio reformista (entre los años 1931 y 1933).
En estas elecciones, las mujeres no tenían derecho al voto, pero sí
pudieron ser elegidas Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita
Nelken. También fueron elegidos destacados intelectuales como Unamuno,
Marañón, Sánchez Román, Madariaga, Ortega y Gasset. El 14 de julio de
1931 tuvo lugar la sesión apertura de las Cortes Constituyentes, en la
que tras el discurso del presidente del gobierno provisional de la
República, Niceto Alcalá Zamora, se eligió presidente del Congreso a
Julián Besteiro.
La
Constitución de 1931 fue aprobada
definitivamente el 9 de diciembre. Se adoptó como bandera la tricolor
y el Himno de Riego; como Presidente Niceto Alcalá Zamora. Antonio
Machado, poéticamente, daba así la bienvenida: «Con las primeras hojas
de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera
traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia
parecen fundirse en una clara leyenda anticipada o en un romance
infantil». Un proceso rápido,
La República fue recibida por la mayor parte de
la población con gran entusiasmo, al ser una oportunidad para abordar
las reformas necesarias y modernizar las estructuras políticas,
económicas y sociales. Tuvo enfrente los «intereses creados» de la
derecha de toda la vida que lo impidieron con una dura oposición, con
las contrarreformas del segundo bienio, con un golpe de estado, la
guerra y la dictadura franquista interminable. El nuevo gobierno tuvo
que hacer frente a las llamadas «cuestión
regional, cuestión religiosa, cuestión militar, cuestión agraria y
cuestión social». Demasiadas cuestiones, que
hoy algunas siguen en nuestras vidas como viejos fantasmas.
El 19 de
noviembre de 1933 se celebró la primera vuelta de las segundas
elecciones generales de la Segunda República para las Cortes y fueron
las primeras en que las mujeres ejercieron el derecho al voto. Las
elecciones dieron una mayoría parlamentaria a los partidos de
centro-derecha y de derechas, Partido Radical de Alejandro Lerroux y a
la CEDA de Gil Robles, quienes durante los dos años siguientes,
procedieron a desmantelar la obra reformista del primer gobierno,
dando comienzo al denominado bienio radical-cedista o bienio negro
entre 1933 y 1936.
En ese
periodo, se aprobó la devolución de las tierras a la nobleza y se dio
total libertad de contratación, lo que provocó la caída de los
jornales y un paro galopante. Se derogaron la mayoría de las medidas
anteriores: se aprobó la «Ley para la Reforma de la Reforma Agraria»;
se paralizó la reforma militar, amnistió a los golpistas de la «sanjurjada»
y se designó, para los puestos claves, a Franco, Goded y Mola; se
concilió con la iglesia e inició la negociación con el Vaticano; se
paralizó el programa de construcciones escolares y anuló la enseñanza
mixta.
Ante el giro conservador, la CNT y la UGT
respondieron radicalizando sus posturas. Largo Caballero, propuso la
ruptura con la República y con las fuerzas burguesas. Por su parte
Indalecio Prieto, representante del socialismo moderado, defendió la
colaboración con los republicanos de izquierda para estabilizar la
República. Ante la situación creada, se declaró el Estado de Guerra.
Los mineros asturianos protagonizaron una revolución social, que
terminó siendo aplastada por las tropas de la Legión y los Regulares
traídos desde Marruecos, al mando de Godet y Franco. Murieron más de
mil mineros en los enfrentamientos y en las ejecuciones sumarias. 450
militares y guardias civiles perdieron la vida. En toda España fueron
encarceladas entre 30 000 y 40 000 personas. Y miles de obreros
perdieron sus puestos de trabajo. La
revolución de Asturias de 1934, «nuestra
revolución», fue preludio de la guerra civil.
Los días 16
y 23 de febrero de 1936 se celebraron las terceras elecciones
generales, y últimas de la República. Se enfrentaban los dos bloques
históricamente irreconciliables. Una coalición de izquierdas de
republicanos, socialistas y comunistas, se agruparon en torno al
«Frente Popular». Su programa preveía amnistiar a los represaliados
políticos y poner en funcionamiento la legislación reformista
suspendida durante el bienio anterior. Los resultados dieron la
victoria al Frente Popular (4.654.116 votos, 263 escaños 47,0%). En
frente, los partidos de la derecha, aglutinados en torno al Bloque
Nacional (4.503.505, 156 escaños 46,48%). Partidos de Centro y
Nacionalistas 400.901 votos y 54 escaños. El Congreso nombró a Manuel
Azaña presidente de la República española. Comenzaba el principio del
fin.
Se concedió
la amnistía a unos 30.000 presos políticos y sociales y se forzó a los
patronos a readmitir a los obreros despedidos en las huelgas de 1934.
Se permitió el restablecimiento del gobierno de la Generalitat de
Catalunya y se iniciaron las negociaciones para la aprobación de un
Estatuto para el País Vasco. Las reformas iniciadas en 1931 se
recuperaron. Ante el temor a un golpe de Estado, el gobierno cambió de
destino a los generales que menos confianza le ofrecían: Franco a
Canarias y Mola a Navarra. Sanjurjo estaba en el exiliado. Los
propietarios agrícolas se opusieron a las reformas, muchos
industriales decidieron cerrar sus fábricas. Todos, con la Iglesia
católica, se opusieron a la República de manera generalizada.
La
República estaba condenada a muerte. Sin ser ejemplar, los primeros
años sirvieron para sentar las bases de la renovación económica y
social que necesitaba España. Las mujeres vieron reconocidos derechos
universales. Los trabajadores y jornaleros del campo, vieron elevados
sus salarios y todos empezaron a contar con un sistema de protección
frente al paro y garantías sobre determinados derechos. La Iglesia
hizo lo que pudo en contra de todo, el fascismo aportó su ideología en
defensa del capital y los militares golpistas pusieron lo demás por la
bandera y la «patria» sin rey.
El día 13
de abril de 1931, la ciudad de Éibar izó la bandera tricolor y al día
siguiente en las principales capitales españolas. El 14 de abril, en
la Puerta del Sol de Madrid, se proclamó la Segunda República. Desde
ese mismo día, la derecha monárquica, católica, cacique y
terrateniente, se confabularon para derrocarla y no pararon hasta que
lo consiguieron; llevando a España a una de las mayores tragedias de
su historia.