Soy ateo
como expresión del reconocimiento a la razón y a la libertad de
conciencia. Esta afirmación puede importarles poco a algunos
lectores, pero forma parte del sentido de mi existencia. Hace unos
años ya escribí sobre el tema que hoy quiero retomo y de paso saco a
pasear mi idea socialista y republicana.
El ateísmo es la doctrina filosófica y
práctica que niega la existencia de dios, y que se puede probar su
inexistencia.
La palabra ateísmo data de 1532. Podríamos
distinguir, entre un "ateísmo teórico", (valuación o juicio acerca
de la no existencia de esa realidad trascendente), y otro "ateísmo
práctico" (vivir sin un reconocimiento de dios en la vida
cotidiana), de Feuerbach, Marx, Nietzsche, Freud. El término
agnosticismo fue en 1869, por Th. Huxley, quién definía al que no
sabe o pretende no saber nada. El agnóstico no declara que no existe
dios, sino que no sabe si dios existe o no existe.
"La
mayor fábrica de ateos son las religiones,
dice Eugenia Biurrun de Iniciativa Atea; y en España las personas no
creyentes −ateos, agnósticos e indiferentes a la religión−, han
experimentado un espectacular crecimiento en los últimos años,
situándose en el 27,1% de la población (barómetro
CIS Julio 2019). El nivel económico y
educativo, son factores determinantes (Índice Global sobre Religión
y Ateísmo de Gallup International).
La población con menos ingresos económicos, es más religiosa que la
que tiene más; y los que se consideran de
derecha, junto con los menos instruidos, son los que más creen.
Soy ateo,
no creo en ningún ser sobrehumano, ni sobrenatural, que controle los
destinos de los seres vivos y muertos aquí en la Tierra, ni fuera de
ella; que imparta castigo y justicia divina, ni nada por el estilo.
En otras palabras, no creo en dios, ni en sus actos, ni en sus
obras, ni en su historia, ni en su hijo, ni en su madre, ni en todos
los santos, ni en lo que creen los que creen, ni en ninguna paloma
santa; dicho con todos los respetos.
No es que
diga que no lo se o admita la probabilidad de la existencia de una
fuerza o energía, espíritu vital o luz omnipotente, no: es que no lo
creo. Fui creyente en otros momentos de mi vida, allá por mi
adolescencia juvenil, hasta que pensé; entonces supe que no era
posible y además no podía ser. De la iglesia católica no creo nada:
por lo que representa, por lo que dicen, por lo que hacen, por cómo
lo hacen, por lo que dicen que hacen, por lo que no dicen y hacen.
La
iglesia mantiene sus muchas obsesiones, que no por repetidas son
menos insultantes a la razón: la sexualidad y el preservativo, la
reproducción asistida, el matrimonio homosexual y el aborto,
"opuestos al bien común". Afirma que el único matrimonio respetable
es el "indisoluble" entre un hombre y una mujer. Más permisiva es
con los curas pedófilos y los delitos de abusos sexuales con
menores. Otro caballo de batalla de la iglesia es el ataque a la
eutanasia y a la muerte digna, como "falsa solución al sufrimiento
impropia del ser humano". Joseph Ratzinger llegó a decir que la
"eutanasia es matar a un hombre y ser matado no es una muerte
digna". Para ellos, sólo la muerte natural es muerte digna. A
espaldas de la historia de la iglesia, están sus actos poco
humanitarios, de persecución y muerte, que hoy muchos serían
considerados criminales.
El
ateismo es un valor de referencia en la organización de mi vida
personal, familiar, social y política. Para encontrar la armonía con
el pensamiento, es vital la consecución de un Estado verdaderamente
laico, en la defensa de los derechos civiles y las libertades
ciudadanas, con una idea, una ética, una moral, unos valores
sociales y unas normas de conductas laicas, democráticas y
tolerantes.
El
ateismo es la representación de la defensa de la libertad de
pensamiento y expresión, la pluralidad y el derecho a la difusión de
todas las ideas y creencias (siempre que éstas sean respetuosas con
las personas y sus derechos). La neutralidad religiosa del Estado en
todos los ámbitos −en la enseñanza sobre todo−, pasa por la
abolición de los privilegios concedidos a cualquier iglesia o
confesión religiosa y supresión de toda discriminación por motivos
religiosos; así como promover el progreso, la justicia social y la
solidaridad entre la ciudadanía en su conjunto.
Soy ateo porque es la base para un humanismo
alejado de dogmas y opresiones. Entre la fe en un dios imposible,
escojo a la humanidad imperfecta, libre de historias sagradas, de
religiones y sectas dominadoras. Lo que nos caracteriza a los ateos,
no es tanto la difusión de la idea −algo que queda en el ámbito de
lo íntimo y personal−, sino la defensa del laicismo: una sociedad
sin ataduras de índole religioso, en libertad y en igualdad de
condiciones y oportunidades. La conciencia social y la política
unidas para el bienestar general. La religión no puede convertirse
en creencia probada y verdad inamovible, a través del poder
institucional. La fe religiosa, es a fin de cuentas, el acto de
dejar de razonar.
Soy ateo porque la razón es el máximo atributo del ser humano.
Se conocía como "Programa
Máximo", el del PSOE aprobado en el año
1880. No lo duden, pero pese al tiempo transcurrido sigue estando
vigente en gran medida. Hay que adaptar algunos términos aquí y
allá, darle algún retoque conceptual; incorporar algunas medidas
sociales y medioambientales de actualidad y tenemos una propuesta de
programa para el siglo XXI. En lo fundamental, intrínsecamente, es
totalmente válido. No, no estoy anclado en el pasado, sino todo lo
contrario. Salvando las distancias históricas, muchas de las
circunstancias de entonces, políticas, sociales y económicas, siguen
estando vigentes y vigente es la necesidad de cambiarlo todo.
En aquel
entonces, declara cuatro aspiraciones: La posesión del poder
político por la clase trabajadora; La transformación de la propiedad
individual o corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad
colectiva, social o común; La organización de la sociedad sobre la
base de la federación económica, el usufructo de los instrumentos de
trabajo por las colectividades obreras, garantizando a todos sus
miembros el producto total de su trabajo; y la satisfacción por la
sociedad de las necesidades de los impedidos por edad o por
padecimiento. Finalizaba resaltando que el ideal del PSOE es la
completa emancipación de la clase trabajadora; es decir, la
abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola
de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales,
honrados e inteligentes.
En el año 2012, en mi artículo
Algo por lo que merece la pena luchar,
decía que los socialistas tienen que hacer una oposición seria y
contundente; así como gobernar en un frente amplio de izquierdas;
dar respuestas a los nuevos retos que la sociedad demanda; dotarse
de una organización fuerte, sólida y participativa, en la que la
opinión de las bases sean tenidas en cuenta; leal con las ideas,
principios y valores socialistas de siempre; representar los
intereses de quienes tienen que trabajar para poder vivir y a los
más necesitados socialmente; presentar un modelo social diferente y
alternativo, por una sociedad justa, en la que la igualdad sea una
realidad y la solidaridad una forma de ser y actuar. La ideología
socialista, con todas las consecuencias, debe ser el fondo y forma
de hacer política. Abandoné el PSOE, pero nunca la militancia
socialista por la igualdad, la justicia social y la solidaridad.
Desde que conocí estas ideas, me di cuenta que era algo por lo que
merecía la pena luchar y ha merecido la pena:
porque soy socialista.
El sistema político republicano moderno, se identifica con un
sistema de valores, como expresión de la voluntad libre y soberana
de la ciudadanía: el pueblo se gobierna a
través de representantes elegidos democráticamente y la igualdad de
oportunidades como esencia de sus principios. En este sistema, la
jefatura del estado también es elegida, y no hay rey o líder que
guíe, arbitre o gobierne; no hay persona o figura que esté por
encima de la ley, ni irresponsable ante ella.
Una república en si misma, no es garantía de
bienestar o de democracia; son sus valores los que dan carácter al
modelo y la ejemplaridad de los servidores públicos. Son las
garantías para ejercer los derechos los que dan la dimensión exacta
del sistema. Y el buen ejercicio de la propia democracia realza la
idea republicana. Una monarquía (parlamentaria o constitucional)
puede ser democrática en su ejercicio, si el pueblo así lo ha
decidido, pero la monarquía, que es un símbolo que transmite su
poder por la herencia de la sangre, está muy alejada de los
principios de igualdad ante la ley y de igualdad de oportunidades.
La monarquía es antidemocrática por naturaleza,
opaca por convicción, alejada de las necesidades de la gente y de
los intereses de la ciudadanía.
Soy republicano,
por una cuestión de racionalidad y de comunión con los ideales
republicanos de Libertad (de expresión, de
culto, de sindicación y de todo aquello que no perjudique a otros),
de Igualdad (ante la ley, de voto, por sexo y de oportunidades) y de
Fraternidad (solidaridad y ayuda mutua) y la Laicidad que también
comparto. Los republicanos y republicanas, debemos agruparnos.
Forzar una alianza por la ruptura y eso sólo se logra políticamente
luchando en todos los frentes posibles. El principal problema que
encontramos en esta lucha es la falta de visibilidad pública en los
medios de comunicación, al servicio del Sistema, algo previsible por
que el republicanismo democrático y la lucha contra la impunidad del
franquismo y la monarquía su heredera. La lucha sigue siendo
necesaria, sin renuncias; porque la República es posible.
Soy
republicano por convicción y principios, coincidentes con todo lo
dicho hasta ahora. Estoy convencido de que no se terminaran los
males de España por instaurar una República; pero sería un
principio. El modelo republicano debe ser políticamente abierto,
participativo y por tanto democrático; un modelo en el que la
ciudadanía sea crítica y responsable; un modelo sustentado por
principios y valores de libertad, igualdad y justicia social; y que
éstos sean blindados por la Constitución, para evitar que los
gobiernos de turno, ataquen los fundamentos del propio Estado
republicano.
En estos días
se cumplen 79 años del asesinato de León Trotsky,
que en su testamento decía: "Moriré siendo un revolucionario
proletario, un marxista, un materialista dialéctico y un ateo
irreconciliable". En el mío diré: soy ateo, socialista y republicano
y "mi fe en el futuro del socialismo de la humanidad no es menos
ardiente".