La Segunda República, fue una
etapa de la historia caracterizada por favorecer el progreso social,
político y de las libertades públicas. Quedó rota en 1936 por la
sublevación militar fascista y la guerra. En su corta historia nada
le fue fácil.
Miguel de Unamuno, que contribuyó al
restablecimiento de la República, cuando apenas habían transcurrido
seis meses de su proclamación, manifestó a un amigo: "Me
pregunta usted que cómo va la República.
La República, o res-pública, si he de ser fiel a mi pensamiento,
tengo que decirle que no va: se nos va. Esa es la verdad". Y así
fue. El advenimiento de la Segunda República coincidió con una etapa
de crisis económica internacional de 1929 y de crisis de los
sistemas democráticos; en Europa existía un predominio de
dictaduras, que hará más difícil el desarrollo de reformas en
España.
Durante
los meses de abril a diciembre de 1931, se aprobó la Constitución
republicana. En el primer bienio (1931-1933) la coalición
republicano-socialista presidida por Manuel Azaña, llevó a cabo
diversas reformas que pretendían modernizar el país. El segundo
bienio (1933-1935), llamado por las izquierdas bienio negro, estuvo
gobernado por el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux,
apoyado desde el parlamento por la derecha católica de la
Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que pretendió
derogar las reformas del primer bienio.
La
tercera etapa viene marcada por el triunfo de la coalición de
izquierdas del Frente Popular, en las elecciones generales de 1936,
y que solo pudo gobernar en paz durante cinco meses. En la tarde del
17 de julio, se conocía que en el Protectorado de Marruecos se había
iniciado una sublevación militar. Al día siguiente la sublevación se
extendió a la península y las organizaciones obreras (CNT y UGT)
reclamaron "armas para el pueblo", a lo que el gobierno de Casares
Quiroga se negó, teniendo que dimitir por ello.
El nuevo
Gobierno presidido por Martínez Barrio, líder de Unión Republicana,
incluyó en su gabinete a políticos moderados, dispuestos a llegar a
algún tipo de acuerdo con los sublevados que no resultó. Emilio Mola
se negó a cualquier tipo de transacción, lo que provocó la caída del
Gobierno. Azaña nombró el mismo domingo 19 de julio a José Giral,
que formó un gobierno únicamente integrado por republicanos de
izquierda, con el apoyo explícito de los socialistas. Giral tomó la
decisión de entregar armas a las organizaciones obreras. Se inició
una revolución social para defender la República.
Tras el
golpe de Estado fascista, el Frente Popular controlaba el 72% del
territorio, que albergaba una población de 15,2 millones, sobre un
total de 24,2 millones. Contaba con el aparato completo de la
Administración; disponía de todas las reservas de oro del Banco de
España. El Frente Popular podía contar con casi toda la industria
militar y civil, industria química, las minas de carbón y de hierro,
industria metalúrgica, los altos hornos, la mayoría de los cultivos
de regadío, con la mitad de la producción de cereales y ganadería.
Bajo su control, quedaron las fábricas de armas de Toledo, Murcia,
Trubia, Reinosa, Eibar y Plasencia. Dependía del Gobierno, algo más
del 50% de los soldados; el 81% de los aviones disponibles, y casi
toda la armada. Con todos estos recursos, el Frente Popular perdió
la guerra, por diferentes factores claves.
Muy
favorable resultó la unidad política y del mando militar del
ejército de Franco −nombrado a finales de septiembre de 1936 jefe
del Estado, título que ostentó y mantuvo hasta su muerte en 1975−.
Franco unificó en un solo partido los movimientos carlistas y
falangistas. En general los recursos externos fueron favorables al
ejército de Franco. Los franquistas contaron con la neutralidad de
Inglaterra y EEUU. Inglaterra identificó al bando republicano como
revolucionario y de alto riesgo de dictadora comunista si ganaban.
Julián Besteiro,
en mensaje por Unión Radio la noche del 5 de
marzo de 1939, dejó su opinión de cómo se había gestionado la
República desde la Batalla del Ebro.
"La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas".
Venía a decir que la derrota se producía "por habernos dejado
arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más
grande que han conocido quizás los siglos". A continuación tomo la
palabra el anarquista Cipriano Mera, albañil de profesión, que había
llegado a mandar el IV Cuerpo de Ejército, quien pronunció el
discurso más duro, vertiendo graves acusaciones contra Negrín. La
última intervención sería la del coronel Segismundo Casado, quien
leería un discurso más dedicado a los que le escuchaban al otro lado
de las trincheras que a los de la zona republicana. Se estaba
fraguando un golpe de Estado.
Tras la
dimisión de Giral, el presidente de la república Manuel Azaña
encargó la formación de un "gobierno de coalición" a Francisco Largo
Caballero, líder socialista de UGT. Largo Caballero, que asumió
también el ministerio de Guerra, dio entrada en el gabinete al mayor
número posible de representaciones de los partidos y sindicatos. La
formación no se completó hasta dos meses después, con la integración
de cuatro ministros de la CNT, entre ellos la primera mujer ministra
en España, Federica Montseny. Las tropas sublevadas ya estaban a las
afueras de Madrid.
El nuevo gobierno de Largo Caballero,
autoproclamado "gobierno de la victoria", dio prioridad a la guerra.
El programa político que puso en marcha, tuvo como principal medida,
la creación de un nuevo ejército y la unificación de la dirección de
la guerra. Los dirigentes sindicales de UGT y CNT, al aceptar e
impulsar el programa, "estuvieron
de acuerdo en que la implantación del comunismo libertario, a que
aspiraba la CNT, o de la sociedad socialista, que pretendía la UGT,
debía esperar al triunfo militar".
El
siguiente nuevo gobierno que formó el socialista Juan Negrín en mayo
de 1937 respondió al modelo de las coaliciones de Frente Popular.
Según Santos Juliá (Un siglo de España, 1999), detrás de este
gobierno estaba Azaña, que pretendía "un gobierno capaz de
defenderse en el interior y de no perder la guerra en el exterior.
Con Prieto a cargo de un Ministerio de Defensa unificado, sería
posible defenderse; con Negrín en la presidencia, se podían abrigar
esperanzas de no perder la guerra en el exterior.
Poco antes de que finalizara la batalla del
Ebro se produjo un hecho determinante para la derrota de la
República.
El 29 de septiembre de 1938 se firmaban los
Acuerdos de Múnich entre Gran Bretaña y Francia, por un lado, y
Alemania e Italia, por otro, que
cerraba toda posibilidad de intervención de las potencias
democráticas a favor de la República.
De nada sirvió que Negrín anunciara ante la
Sociedad de Naciones, la retirada unilateral de los combatientes
extranjeros que luchaban en la España republicana.
El 15 de noviembre de 1938, las Brigadas Internacionales desfilaban
como despedida por la avenida Diagonal de Barcelona.
La última operación militar de la guerra fue
la campaña de Cataluña, que acabó en un nuevo desastre para la
República. El 26 de enero de 1939 las tropas de Franco entraban en
Barcelona. El 1 de febrero de 1939, en la sesión del Congreso en el
castillo de Figueras,
Negrín redujo los 13 puntos que asentaban las
bases para una futura convivencia entre todos los españoles,
a las tres garantías que presentaría a las potencias democráticas
como condiciones de paz: independencia de España, que el pueblo
español señalara cuál habría de ser su régimen y su destino y que
cesara toda persecución y represalia en nombre de una labor
patriótica de reconciliación. Juan Negrín, marca con palabras
lapidarias el final de la contienda: "La
paz negociada, siempre; la rendición sin condiciones para que
fusilen a medio millón de españoles, nunca".
El coronel Segismundo Casado, jefe de los
ejecitos del centro, consideraba que no era posible continuar la
resistencia debido a la gran desmoralización de las tropas y la
escasez de armamento.
Pretende deponer al gobierno Negrín y
sustituirle por otro que negocie el fin de la guerra con Franco,
poner fin a la contienda sin derramamiento de sangre. No lo
consiguió. Había mantenido contactos con la red de espías
franquistas y con la
Quinta Columna d Madrid;
con el apoyo del socialista Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo,
Cipriano Mera, y el general José Miaja. El golpe traidor, provocó un
duro enfrentamiento entre republicanos, entre los que apoyaban la
negociación de paz con Franco y los que pretendían resistir hasta el
final e intentar que la guerra de España, enlazase con el comienzo
de la que se cernía sobre Europa. En una semana, se produjeron más
de 20.000 víctimas.
El
Consejo Nacional de Defensa, presidido por el general Miaja se hace
con el control de Madrid, tras duros enfrentamiento entre las tropas
republicanas e inicia las diligencias con el Gobierno de Burgos con
el objetivo de acordar la paz. Franco no aceptó ninguna de las
concesiones que le habían prometido a Casado si daba el golpe. Había
fracasado.
Manuel
Azaña en La velada en Benicarló, enumeraba, por orden de
importancia, a los enemigos de la República: "la política
franco-inglesa; la intervención armada de Italia y Alemania; los
desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han
menoscabado la reputación de la República y la autoridad del
Gobierno"; por último señalaba a las fuerzas propias de los
rebeldes. "La situación de España no tiene remedio. Allí no queda
nada: ni Estado, ni riqueza, ni comercio, ni industria, ni hábitos
de trabajo, ni posibilidad de encontrarlo, ni respeto que no sea
impuesto por el terror. Dos millones de españoles menos, entre
muertos, emigrados y presos. Solamente en Madrid hay ciento
cincuenta mil presos". Todo fue una conspiración
El 26 de
marzo, Madrid es tomado por las tropas franquistas. El Ejercito
Popular republicano ya no opuso resistencia. En el 1 de abril, la
guerra y la República habían terminado, dando paso a la dictadura y
la represión.