Hace cinco años CuartoPoder
publicó mi artículo "Aquel
20N que yo viví", en el que
recogía mis recuerdos y
emociones de aquellos días,
la ilusión contenida ante el
futuro que se abría,
posicionando mi compromiso
político por la justicia
social y la solidaridad. El
artículo terminaba con una
reflexión: "de la esperanza
sin traba, al desasosiego
por el rumbo que toman las
cosas. De todo puede ser, a
solo algunas cosas
conseguiremos".
Retomo aquellos recuerdos,
revisados y ampliados,
convencido de que el
franquismo sigue vivo. Nada
más hay que ver el dibujo
del espectro político con la
aparición de Vox y el
seguidismo del PP. También
estoy convencido de que la
monarquía que encarnó Juan
Carlos de Borbón, vino a
consolidar y dar continuidad
al Régimen surgido tras el
golpe de Estado del 18 de
Julio de 1936; el franquismo
sin Franco.
La dictadura agonizaba desde
hacía un tiempo y el nuevo
modelo no se consolidó hasta
la aprobación de la
Constitución en 1978. Hay
quien dice que todavía está
por ver. Lo cierto es que a
la vista de los retrocesos
políticos y sociales
ejecutados por el gobierno
del Partido Popular, parece
que el régimen del 78
legitimó al régimen
franquista modernizándolo,
en la figura de Juan Carlos.
Ya han pasado cuarenta y
cinco años desde la muerte
del dictador y de la
proclamación (que no
coronación) del que fuera
rey.
Fueron días de proclamación
y funeral. El 22 de
Noviembre estuve ante la
iglesia de San Jerónimo el
Real, donde se celebraba la
misa oficiada por el
cardenal Tarancón,
presidente de la Conferencia
Episcopal, que luego supimos
leyó una homilía, en la que
podía entenderse el cambio
que se iba a experimentar.
Recuerdo ver al
vicepresidente de los
Estados Unidos Nelson
Rockefeller y al general
chileno Augusto Pinochet,
con su larga capa, a
quienes, muy tímidamente,
algunos silbamos, hasta que
dos percheros americanos con
gabardina y caras de
película de malos, se
pusieron a nuestra vera y
terminaron con la música de
viento.
"Españoles: Franco ha
muerto", veíamos decir a un
Arias Navarro roto en
lágrimas, ante la pantalla
en blanco y negro. Imagen
que recuerdo expectante y
angustiado, tanto como el 23
de Febrero de 1981, por
parecidos motivos. Todo
estaba por ver. "El hombre
de excepción que ante dios y
ante la historia asumió la
inmensa responsabilidad del
más exigente y sacrificado
servicio a España ha
entregado su vida". Aquel
hombre, unos meses antes,
había firmado las últimas
cinco penas de muerte de la
dictadura. El 27 de
septiembre se ejecutó la
sentencia por fusilamientos.
Franco murió matando. Del
"llanto de España" que decía
Arias, a las copas de
champán en muchos hogares.
Del "dolor y la tristeza"
del carnicero de Málaga, a
la esperanza ante el futuro.
En mi memoria, Franco en
estado mortuorio, en la cama
de la habitación 103 del
hospital La Paz, entubado en
su agonía prolongada por
medios mecánicos y razones
políticas.
Fueron tiempos de silencio,
cuando Franco, con todo el
poder en sus manos, diseñó
el nuevo régimen: una
monarquía del Movimiento.
Todo pretendía dejarlo
"atado y bien atado" y no
todo salió bien. El tránsito
a la democracia culminó en
1978 con la Constitución y
como forma política la
monarquía parlamentaria.
Previamente se había
celebrado el referéndum
sobre el Proyecto de Ley
para la Reforma Política, el
15 de diciembre de 1976, que
contó con el apoyo del
94,17% de los votantes, con
una participación del 77,8%.
El actual rey emérito, ni
juró ni prometió la
Constitución; la sancionó.
Su poder era previo y
franquista. No se
consolidará la monarquía,
mientras no haya un
referéndum sobre el modelo
de Estado. No lo hubo
entonces por miedo, porque
el pueblo no pintaba en eso
y por la falta de razón
democrática; hoy dicen que
porque no hay razón para
ello.
Desde 1947, dos años antes
de mi nacimiento, España ha
sido un reino sin rey,
dirigido y controlado por
una dictadura militar
falangista, surgida de una
guerra civil, tras un golpe
de Estado contra la legítima
República. Franco estableció
las bases para el futuro
monárquico español, con la
Ley de Sucesión en la
Jefatura del Estado, que
declaraba a España Reino y
otorgaba al Jefe del Estado
la facultad de proponer a
las Cortes la persona que lo
sucedería a título de rey. A
Franco le hubiera gustado
ser rey de España por la
gracia de dios, de hecho
gobernó con prerrogativas
reales, concedió títulos
nobiliarios y entró bajo
palio a las catedrales con
guardia mora. Vivió como un
rey, con el boato y
protocolo franquista, con
guerrera blanca, camisa azul
y boina roja, España era una
democracia orgánica sin
democracia y un reino sin
rey.
Había un reino sustentado
por una cruel dictadura;
faltaba elegir al sucesor; y
no iba a ser el heredero de
Alfonso XIII. Franco cerró
la puerta a don Juan. El
Jefe del Estado podía
excluir a aquellas personas
reales "por su desvío
notorio de los Principios
Fundamentales del Estado". Y
el hijo, que era el padre,
no reunía tal capacidad, por
liberal. Fue un trágala,
pero cedió sus derechos
dinásticos el 15 de mayo de
1977. "En virtud de esta mi
renuncia, sucede en la
plenitud de los derechos
dinásticos como Rey de
España a mi padre, el Rey
Alfonso XIII, mi hijo y
heredero, el Rey don Juan
Carlos I». Algo era y mejor
que nada. Todo por la
familia.
Demasiadas intrigas e
intereses ante la
reinstauración −restauración
o instauración según opinión
de unos u otros−, de la
monarquía en España. Tras
descartar al heredero
legítimo, Franco elige al
hijo del pretendiente. Un
niño, entregado por su
padre, y al que se podría
adoctrinar en la ideología
del régimen. Comenzó
cambiándole el nombre: de
Juanito, a Juan Carlos. No
es hasta el 22 de julio de
1969, precisamente el día en
que yo cumplía veinte años,
cuando con el título de
Príncipe de España, Juan
Carlos jura como sucesor de
Franco. Aquel ambiente lo
viví expectante, frente a
las Cortes.
Juan Carlos jura fidelidad a
los principios del
Movimiento, acepta ser
sucesor de Franco a título
de rey, «recibiendo de Su
Excelencia, la legitimidad
política surgida del 18 de
julio». Casi nada; heredaba
un régimen surgido por un
golpe de Estado y una guerra
fraticida. Aseguraba para él
y los suyos una corona que
hoy ostenta su hijo; y el
régimen garantizaba el
franquismo sin Franco.
Estaban convencidos de que
un príncipe, que juraba
fidelidad a los principios y
leyes del Movimiento,
traicionando a su padre,
sería fácil de manejar.
Juan
Carlos fue nombrado sucesor
del dictador. Franco delegó
en él en dos ocasiones la
jefatura del Estado, por
motivos de salud, por lo que
el rey ejerció de dictador
suplente en dos ocasiones
antes de ser rey. En la
última suplencia, moribundo
Franco, entrego el Sahara a
su hermano el rey Hassan de
Marruecos, tras la presión
ejercida con la
Marcha Verde,
Estados Unidos y Francia,
traicionando al pueblo
saharaui. El monarca se
acomodó al sistema y el
pueblo nos acostumbramos a
un rey, aparentemente sin
opinión, salvo en
nochebuena, delante de un
belén, con olor a naftalina,
sabor a anís y sonidos de
pandereta. España salía de
la noche oscura de la
dictadura y entraba en el
sendero de la democracia, no
sin sobresaltos e
incertidumbre, mucha
incertidumbre.
Malos
recuerdos tengo de la época
y peores en la memoria
histórica familiar.
Franco fusiló a mis abuelos
en Toledo, después de la
liberación del Alcázar en
1936. Hoy me acuerdo de él,
de sus muertos y de los
míos. Vivían en Toledo, en
el Callejón de los Niños
Hermosos, en la judería
toledana, de donde sacaron a
mis abuelos para nunca
volver. Oigo las botas
contra el empedrado, los
gritos y empujones, los
culatazos de los fusiles
sobre sus espaldas. Veo la
cara perpleja y asustada de
mi abuela Antonia Arrogante
y las caras descompuestas
por el odio de los
sacadores. Oigo el sonido
seco de las descargas de los
fusiles, junto al paredón a
la vera del Tajo, y el taac,
taac de los tiros de gracia,
que remataron sus vidas.
El dictador en su
testamento, exalta los
tópicos patrióticos, como
hizo en todos sus actos y
discursos en vida y como
colofón en su última
aparición el 1º de octubre
del año de su muerte en la
plaza de Oriente. En
aquellos momentos de último
aliento, recuerda a los
enemigos de España. "No
olvidéis que los enemigos de
España y de la civilización
cristiana están alerta" y
"Mantened la unidad de las
tierras de España, exaltando
la rica multiplicidad de sus
regiones como fuente de la
fortaleza de la unidad de la
patria". Estos
planteamientos y algunos
más, siguen vivos en la
derecha que hoy nos
gobierna.
Desde aquel 20-N han pasado
cuarenta y cinco años y toda
mi vida. Por cierto un 20-N
de 1957 murió mi padre. Las
fechas históricas me
persiguen; mi madre murió un
6 de Diciembre; día de la
Constitución. Recuerdos y
emociones a flor de piel.
Desde aquella ilusión
contenida, al compromiso
político permanente.