Si hay algo que me produce
ansiedad y provoca en mí un
enojo exacerbado, son las
imágenes de personas
haciendo cola para recibir
alimentos y productos de
primera necesidad. Que eso
ocurra en España a estas
alturas de la historia, es
una auténtica vergüenza, que
nos transporta a la
posguerra, cuando tanta
necesidad había y que
sufrimos millones de
personas.
En Madrid la crisis social
sigue aumentando ante el
rebrote de la emergencia
alimentaria. Las colas del
hambre, que se generaron
durante el confinamiento
ante la falta de ingresos de
una gran parte de la
ciudadanía, se han vuelto a
incrementar en las últimas
semanas. Esta situación
recuerda el establecimiento
de racionamientos y cupos
durante el franquismo hasta
1959, cuando se aprobó el
Plan de Estabilización que
produjo que en los años
sesenta comenzara el
desarrollo, aunque persistió
el atraso tecnológico,
científico y educativo. No
se como hemos podido
sobrevivir.
Este
artículo bien podía haberse
titulado Las colas de la
muerte, si nos referimos al
número tan elevado de
personas muertas en las
residencias de mayores, que
se están convirtiendo en
auténticos centros de
exterminio,
cuando son imprescindibles
para la sociedad y deberían
consolidarse como un pilar
social esencial del Estado
de bienestar.
Los últimos datos ofrecidos
muestran que 26.905 personas
con covid-19 o síntomas
similares han fallecido,
según los datos procedentes
de las comunidades autónomas.
Esto significa que más del
46% de las muertes
notificadas oficialmente se
ha producido entre mayores
que vivían en residencias de
personas mayores.
La
mayoría de las defunciones
se han producido en Madrid,
Cataluña, Castilla y León y
Castilla-La Mancha. En el
último caso conocido,
diez ancianos han muerto en
un mes por un brote de
coronavirus en la residencia
Los Nogales Puerta de Hierro.
Otro caso es el de la
residencia Vigor de Becerril
de la Sierra, donde han
muerto 11 mayores por
coronavirus, que ha sido
denunciada por presuntos
delitos de homicidio
imprudente, lesiones y
omisión de socorro.
La comunidad donde hay más
expedientes penales abiertos
es Madrid con 112. Desde que
comenzó la pandemia, las 710
residencias de la Comunidad
suman 6.038 fallecidos,
frente a un total de 12.578
muertos.
No podemos consentir que
continúe la tragedia contra
las personas mayores en las
residencias. Es necesario un
mayor control y un
incremento de la
financiación pública en los
centros que realizan un
servicio imprescindible para
la sociedad; y "si fuera
posible" (que habría que
hacerlo posible), que
figuras políticas como la de
Isabel Díaz Ayuso, tuvieran
prohibido la gestión de
estos y otros centros
esenciales, que los
convierten en fábricas de
miseria, con sus colas de la
muerte.
Desde
el inicio de la pandemia,
se ha multiplicado por diez
el número de personas que
acuden a los repartos de
comida.
La falta de ingresos y de
políticas eficaces y
efectivas del Gobierno,
comunidades y ayuntamientos,
se han convertido en las
principales causas del
aumento de afectados. Como
consecuencia de esta trágica
situación, los bancos de
alimentos, centros sociales
y asociaciones se han
constituido en la red
fundamental que está
consiguiendo auxiliar a los
más vulnerables.
Hasta
1952, España no empezó a
recuperar los niveles de
vida que tuvo en 1935.
Estados Unidos, valoró como
muy positiva (ya lo había
hecho Hitler), la situación
geoestratégica de la España
atlántica, mediterránea y
pirenaica y en su beneficio,
convinieron el pacto con la
dictadura franquista y la
instalación de sus bases
militares, que aquí siguen.
Eran los años del hambre,
del estraperlo, de la
escasez de los productos más
necesarios, del
racionamiento, de las
enfermedades contagiosas, de
la falta de agua, de las
restricciones eléctricas,
del empeoramiento de las
condiciones laborales, del
frío y los sabañones; de la
leche en polvo y del queso
amarillo-naranja americano.
Las cárceles abarrotadas de
presos políticos y en las
cunetas fosas comunes,
ciento cuarenta mil
desaparecidos en la guerra y
la dictadura;
que hay siguen.
En el
informe
Diagnóstico Social de la
crisis por covid-19,
el Ayuntamiento de Madrid
asegura que la pandemia está
creando una "expansión
descomunal de nuevos
vulnerables". Nadie se
libra: mujeres, familias con
hijos, jóvenes menores de 35
años y personas mayores de
65 años son los colectivos
más golpeados por la crisis.
Es normal en una ciudad que
ha visto como su tasa de
paro crecía más de un tercio
hasta situarse en un
preocupante 16,1%, según los
últimos datos de la Encuesta
de Población Activa. Los
datos son desoladores.
Uno de cada tres hogares de
la ciudad se ha empobrecido
durante 2020 debido a la
crisis del coronavirus,
especialmente aquellos con
menores a cargo y los de
familias monoparentales
encabezadas por mujeres.
Desde
que se desencadenó la
pandemia, allá por el mes de
marzo del año pasado, las
asociaciones vecinales han
actuado como una auténtica
red solidaria para la
inmensa mayoría de las
personas arrasadas por la
crisis. Donde el
Ayuntamiento no llega, ahí
están las asociaciones de
vecinos, las organizaciones
solidarias de todo tipo,
casi todas las ONG y los
bancos de alimentos. Ellos
han sostenido a los más
necesitados, aquellos que
engrosan las llamadas colas
del hambre. Al Ayuntamiento
le estamos solucionando la
papeleta, explican desde la
Asociación de Vecinos de
Aluche (AVA), uno de los
barrios al sur de Madrid
donde más ha golpeado la
crisis: "de los servicios
sociales del Ayuntamiento
aquí no sabemos nada". La
Federación Regional de
Asociaciones Vecinales de
Madrid (FRAVM)
asegura que la ayuda del
Ayuntamiento es "lenta,
insuficiente e ineficaz".
Las colas del hambre no
dejan de crecer: Son los
grandes olvidados, de los
que pocos se acuerdan y las
instituciones públicas, casi
nada.
En mi
barrio, durante mi infancia,
en la calle Goya esquina
Alcántara, se formaba la
cola desde las cuatro de la
mañana y abrían a las nueve.
Vendían un kilo de galletas
rotas por persona. Había
colas para embarazadas y las
que no lo estaban, lo
simulaban para conseguir más
alimentos y esperar menos
tiempo. La gente llevaba
sillas para que la espera
fuera menos dura, cuando
alguien intentaba colarse
había incluso violencia. Sus
hijos esperaban la comida en
casa.
La
crisis económica desatada
por la pandemia está
causando estragos en España.
Se han destruido 622.600
empleos, la peor cifra desde
2013. El número de personas
sin trabajo asciende a
3.719.800.
Los hogares con todos sus
miembros en paro subieron a
1,2 millones en 2020.
Cuatro millones de personas
se han visto afectados por
regulaciones temporales de
empleo, lo que significa
que, a pesar de las ayudas
decretadas por el Gobierno,
en muchos casos sus salarios
se han visto reducidos en un
50-80%.
La economía franquista
significó la profundidad y
duración de la depresión
durante los años cuarenta.
Para la mayor parte de los
españoles fueron los años
del hambre, del estraperlo,
de la escasez de los
productos más necesarios,
del racionamiento, de las
enfermedades, de la falta de
agua, de los cortes en el
suministro de energía, del
hundimiento de los salarios,
del empeoramiento de las
condiciones laborales, del
frío y los sabañones. Todo
un desastre. La miseria se
veía, se vivía, se sentía y
se sufría.
En
Madrid ya se habían dado
episodios de hambre. En el
verano de 1811 estalló una
calamidad jamás sospechada:
¡el hambre!, como lo llamó
Ramón Mesonero Romanos,
cronista y concejal
madrileño. Un capítulo negro
de la historia madrileña:
El hambre de Madrid,
título basado en el cuadro
de José Aparicio; un encargo
gubernamental en referencia
a este espantoso episodio.
Después de cuatro años de
guerra encarnizada, las
cosechas, escasas, eran
robadas por unos y otros
ejércitos, y por las
partidas de guerrilleros.
Madrid aislada, por lo que
sufría de un abastecimiento
insuficiente.
La posguerra fue una época
de mucho miedo y poco pan;
la comida era un bien escaso
que había que racionalizar.
Los más miserables iban a
Legázpi a por los deshechos
del mercado de abastos. Si
aquella busca salvó a mucha
gente a morir de hambre, en
los últimos tiempos se ha
puesto en evidencia una
nueva categoría social: los
trabajadores pobres, que ha
trastocado el concepto de
pobreza, como consecuencia
de los bajos salarios y la
baja la calidad de los
empleos.
El hambre ha pasado de ser
un fenómeno colectivo, a
convertirse en una tragedia
individual y familiar. No se
trata solamente de las
personas sin hogar, que han
alcanzado el nivel máximo de
exclusión social y
marginación en una sociedad
moderna, sino que cada vez
haya más gente necesitada
de.
La pandemia tiene rostro
humano. La de los que han
enfermado, los fallecidos, y
la de tantos que se han
empobrecido a causa del
covid. El Ayuntamiento de
Madrid ha constatado la
caída en la edad de los
demandantes de ayuda social;
de una edad de 71 años a la
actual de 41. También ha
sido el año de la explosión
de la solidaridad ciudadana.
Por
cierto y al paso; la crisis
de las vacunas contra el
coronavirus, es una
auténtica vergüenza. No es
que no crea en la
efectividad de las vacunas,
no soy científico para
valorarlo, pero la
programación institucional
es un desastre.
El Gobierno todavía dice que
antes del verano estaremos
inmunizados el 70% de la
población española.
No se si es por una
inocencia irreflexiva o por
una complicidad criminal con
las farmacéuticas, que con
su estrategia han aumentado
sus capitales en la Bolsa,
mintiendo en su capacidad de
fabricación y suministro e
incumpliendo compromisos
contractuales.
De las colas del hambre a
las colas de la muerte por
la crisis de la covid-19
inundan Madrid y la España
entera, que cualquier
gobernante decente debería
incluir entre sus
prioridades de acción