La
democracia no consiste solamente en participar en un periodo de
tiempo determinado, votando en elecciones generales, autonómicas o
municipales. La democracia es participación, y cuanta más
participación, mayor calidad adquiere el Sistema. Protestar contras
las injusticias es una forma de participación.
La
Constitución mandata a los poderes públicos que promuevan las
condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de
los grupos en que se integra, sean reales y efectivas, así como
remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y
facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida
política, económica, cultural y social.
La
ciudadanía que se sienta afectada por las decisiones de los poderes
públicos, tiene derecho a manifestar públicamente sus disgusto o
malestar, a través de asociaciones, sindicatos o partidos políticos;
pero también a ejercer ese derecho por si misma, sin intermediarios
que la represente, en manifestaciones y reuniones.
Los
partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la
formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento
fundamental para la participación política; como los sindicatos de
trabajadores y trabajadoras, y asociaciones empresariales que
contribuyen a la defensa y promoción de los intereses económicos y
sociales que les son propios.
Pero ¿qué
ocurre cuando un gobierno amparándose en la legalidad de una mayoría
absoluta parlamentaria, ataca, con su política, la raíz misma del
Estado y los valores que le identifican, como la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político? o ¿qué ocurre cuando
ese gobierno se desentiende del mandato constitucional de promover
los llamados principios rectores de la política social y económica?
Tras unas
elecciones generales, un partido que consigue una mayoría absoluta
parlamentaria, no tiene mayoría social; y quién no tiene mayoría
social, en mi opinión, no está legitimado socialmente para abordar
unas reformas estructurales que afectan a valores y principios del
Estado.
Dice la
Constitución que los poderes públicos promoverán las condiciones
favorables para el progreso social y económico y de manera especial
realizarán una política orientada al pleno empleo. También establece
que los poderes públicos mantendrán un régimen público de Seguridad
Social para todos los ciudadanos, que garantice la asistencia y
prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad,
especialmente en caso de desempleo.
También
se reconoce el derecho a la protección de la salud y que compete a
los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través
de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios;
que los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la
cultura, a la que todos tenemos derecho y que los poderes públicos
promoverán la ciencia y la investigación científica y técnica en
beneficio del interés general. Harán, promoverán, fomentarán,
establecerán, organizarán, pero si no se hace nada de lo que se
dice, nada ocurre, porque se está sometido a la voluntad del poder,
sometido todo a los recursos económicos y a la voluntad política.
Dice la
Constitución que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de
una vivienda digna y adecuada y que los poderes públicos promoverán
las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes
para hacer efectivo este derecho; que los poderes públicos
garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente
actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la
tercera edad y promoverán su bienestar mediante un sistema de
servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud,
vivienda, cultura y ocio. Todo parece escrito en papel de fumar.
Ya se que
los derechos anteriormente mencionados no tienen la consideración de
derechos fundamentales y que por tanto no están protegidos
constitucionalmente; ya se que solo son mandatos orientativos,
principios rectores, que los poderes públicos tendrán en cuenta,
regularán o no regularán siguiendo su voluntad, o lo que es peor
eliminarán algunos de los que ya estaban reconocidos y regulados,
como así está ocurriendo, a favor de otros intereses particulares,
que no generales.
Cuando un
gobierno no tiene la legitimidad de la mayoría social y además se
desentiende de proteger y regular derechos que la Constitución
promueve; la ciudadanía desprotegida adquiere la legitimidad para
reivindicar sus derechos y anhelos para una vida digna, utilizando
los medios que la sociedad y la imaginación le permita. La
manifestación de la protesta pacífica nunca puede ser penalizada.
¿Pueden esperar los mineros a que un próximo gobierno resuelva su
futuro? ¿Y los desahuciados por las hipotecas bancarias, pueden
esperar? ¿Y los enfermos, ancianos y dependientes, pueden esperar
cuatro años a que les atiendan debidamente? ¿Los padres, madres y
jóvenes desempleados, cuatro años más sin trabajo? ¿Es que el pueblo
puede esperar cuatro años para tener la oportunidad de elegir otro
parlamento y otro gobierno?
Se ha
subvertido el sistema democrático; se ha deteriorado el pacto
social; se ha resquebrajado el consenso constitucional y la
legitimación democrática se está utilizando en contra de la mayoría
social. Se han roto las reglas de juego y se pretende que solo una
de las dos partes las siga respetando. Cuando esto es así, es que el
Sistema ha abandonado a la ciudadanía y es cuando cabe la protesta,
por justicia social.