A mediados
de la década de 1950 había en Madrid unas 50.000 infraviviendas, más
de la mitad de ellas chabolas, lo que equivalía al 10% del parque
total de vivienda. Pero no todas eran chabolas. Muchísimas eran cuevas
horadadas en la tierra, como las cientos que había en Ventas del
espíritu Santo y a lo largo del arroyo Abroñigal, hoy M-30. Esta
situación vuelve a proliferar, lo que muestra que la pobreza hay que
eliminarla. Erradicar el chabolismo se puede y se debe.
Desde el
paleolítico y hasta muy avanzado el siglo XX, ha habido madrileños
viviendo en cuevas. La configuración arenosa o yesífera del terreno
facilitaba la excavación de las cuevas-vivienda. Las más antiguas
pertenecen al Paleolítico y se hallan en los cortados de Perales de
Tajuña, o en zonas próximas a Vallecas y Villaverde. Por lo que
respecta al casco urbano madrileño, hay referencias a las cuevas
vivienda en muchos barrios de Madrid a lo largo de los siglos.
Algunos
domingos, de la mano de mi madre, bajábamos por la calle de Alcalá,
cruzábamos el puente de Ventas, y por un terraplén nos adentrábamos en
el mundo de cuevas y chabolas. Mi tío, un hermano de mi padre, con su
mujer y cinco hijos vivían en una auténtica cueva troglodita. Polvo,
tierra, barro y ladridos de perros, muchos perros. Siguiendo el cauce
del arroyo, enfrente del parque de la Fuente del Berro, chatarreros y
traperos cubrían otro asentamiento, con sus mulas y carros recogían la
basura por los barrios de Madrid. También recuerdo visitar, con chicos
del colegio, a algún enfermo, en las cuevas de la prolongación de
O'donnell, donde hoy se encuentra el Pirulí.
La ocupación traperil de los años 70 era ya una
actividad residual y testimonio de una época en la que los únicos
responsables de la retirada de residuos fueron los traperos. Era una
fuente de ingresos para muchas familias, que se lo distribuían de
acuerdo al grado de acceso al deshecho; sacaban mayor provecho quienes
primero hacían la busca, eligiendo lo mejor de la basura, dejando lo
peor para la rebusca. El mundo por estos pagos de la Busca es sucio y
huele mal: es el reino del desperdicio y su recuperación.
Patean día a día, durante muchos años, lass Ventas del espíritu Santo,
el pueblo de Canillas. El viejo Barrio de la Alegría, con la procesión
de los traperos por Santa Engracia, hacia la Glorieta de Cuatro
Caminos.
Hoy la
palabra troglodita suena prehistórica, pero nuestras ciudades siguen
mal cobijando vecinos que viven en huecos míseros. Frecuentemente,
tras la valla de un descampado o en las llanuras que se divisan tras
las ventanas de un tren de Cercanías camino del sur, divisamos tiendas
quechua en medio de la nada o frágiles estructuras conformados por
materiales de esta época. Nuestras cuevas y nuestros trogloditas
habitan de nuevo los márgenes de la sociedad. Entre los años 40 y 60,
época dura y difícil de la posguerra, varios miles de madrileños
vivieron en cuevas por no poder alojarse en otro tipo de viviendas.
Al concluir
la Guerra, se produce el gran éxodo desde las zonas rurales a la
capital de España. Estas familias, ante la imposibilidad de conseguir
una vivienda asequible, comenzaron a construirse sus propias chabolas,
hasta el punto de que durante los años sesenta, Madrid era la capital
europea con mayor porcentaje de población chabolista. Entre 1940 y
1970 las grandes urbes multiplicaron su población a partir del éxodo
de los pueblos en busca de oportunidades de trabajo. Madrid triplicó
su población, pasando de poco más de 1 millón de habitantes a más de
3.146.000 a finales de los años 60. El crecimiento explosivo provocó
la suburbanización extensiva.
Pese a la
aprobación del Plan de Erradicación del Chabolismo en 1961, la
urbanización marginal fue una realidad en ciudades como Madrid hasta
finales de la década de 1970, cuando la acción del movimiento vecinal
y las nuevas dinámicas económicas de la Transición a la Democracia
acabaron con la apreciación de este fenómeno como una lacra social. En
2008 se derribaron cada año en Madrid unas cien chabolas. Pero la
existencia de asentamientos chabolistas no ha pasado a la historia el
chabolismo sigue siendo una realidad; la Cañada Real en Madrid es un
ejemplo.
Durante
siglo y medio, la geografía del chabolismo en Madrid se ha localizado
en barrios suburbiales de los distritos más periféricos de la capital:
Vallecas, San Blas, Villaverde, Carabanchel, o Latina. Barrios con
nombres propios en el catastro de la miseria, de las condiciones
tercermundistas en muchas épocas y de la pobreza extrema siempre; como
el Pozo del Tío Raimundo, el Cerro del Tío Pío, Palomeras, Entrevías,
Puente de los Tres Ojos, La Celsa, Los Focos, las Barranquillas, el
Pozo del Huevo, Orcasur, el Rancho del Cordobés, la Ventilla, San
Petronila, Alto de San Isidro Pan Bendito o las cuevas del Tejar de
Luis Gómez. El informe elaborado en 1960 por la Guardia Civil, se
censaban 819 cuevas que se encontraban sobre todo en Entrevías, el
Pozo del Tío Raimundo, el Cerro del Tío Pío, y todas barriadas de
Vallecas.
Madrid estaba rodeado de asentamientos de cuevas
y chabolas como las que se encontraban en la montaña del Príncipe Pío.
Antiguas tierras del Real Sitio de la Florida, donde hoy se halla el
templo de Debod.
Los trogloditas eran un caso extremo de la criminalización de la
pobreza, común en estos años en la prensa,
la literatura o las ciencias del comportamiento, que tendían a
considerar esta condición social una patología relacionada con la
moral que se manifestaba en los golfillos, prostitutas o demás gentes
de la mala vida.
Entre el
puente de Costa Rica de la M-30 y el punto limpio fijo de Chamartín,
gestionado por el Ayuntamiento de Madrid, hay instalado un improvisado
poblado chabolista. Allí, entre la basura, enseres de todo tipo y
restos de algunas hogueras resisten unas cuatro o cinco improvisadas
construcciones. En esa zona, que se encuentra justo al lado de la
plaza de José María Soler y a pocos minutos a pie de la calle Arturo
Soria, se han detectado en los últimos años varios asentamientos de
este tipo.
Durante las década de los cincuenta y sesenta,
el fenómeno chabolista se dispara.
La carestía del mercado inmobiliario, la escasez de vivienda de
promoción pública y la continua llegada de familias del campo a la
ciudad, son las causas de este desarrollo desaforado.
Se consolidan y crecen núcleos como la Meseta de Orcasitas, Orcasur,
Entrevías, la Ventilla, San Pascual, la Alegría, el Ventorro de la
Puñalá, Pozo del Huevo, La Celsa o Pitis, y surgen otros con vocación
de ser importantes en un futuro inmediato: Los Focos, las
Barranquillas, Santa Petronila, las Mimbreras, el Salobral, el
Gallinero o el Cañaveral.
En Madrid ha habido un esfuerzo significativo;
desde 2007 a 2015 se redujo en un 50% el total de chabolas. Es difícil
hacer estimaciones sobre la población madrileña que reside actualmente
en chabolas, porque no hay datos públicos, aunque se calcula que
solo en los poblados de la Cañada Real y Las Sabinas pueden residir
unas 7.000 personas. La mayoría son gitanos
y extranjeros, en especial portugueses y de países del este como
Rumanía.
El último informe del Servicio de Disciplina
Urbanística detalla que durante el pasado año se desmantelaron 301
chabolas en la capital, que estaban ubicadas en 12 distritos
diferentes.
La Cañada Real es el primer núcleo de infraviviendas que viene a la
mente al pensar en poblados chabolistas en Madrid;
es uno de los dolores de cabeza sociales en Madrid. Tras más de veinte
años de personas viviendo en chabolas, la situación se complica cada
vez más. Viven cerca de 7.000 personas, de las que 1.800 son menores.
Han sido muchos los intentos para tratar de realojar a las familias
que allí residen, pero la complejidad de la situación provoca que se
alargue en el tiempo más de lo calculado. No es el único lugar en el
que existe este tipo de construcción en la ciudad. Están también
presentes en los distritos de Fuencarral-El Pardo, Villaverde,
Chamartín, en Legazpi o el entorno de la M-30.
Todos los españoles tienen derecho a disfrutar
de una vivienda digna y adecuada, dice el
artículo 47 de la Constitución Española.
Para los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y
establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho,
regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general
para impedir la especulación. Sin embargo, haciendo una radiografía de
cómo viven muchas personas, puede comprobarse que todavía queda mucho
trabajo por hacer.
El derecho a una vivienda digna es fundamental
para favorecer los procesos de inclusión social y la igualdad de
oportunidades. Son los poderes públicos los responsables de
garantizarlo.
Erradicar el chabolismo, es defender un derecho social
(Manifiesto @gitanos_org). Los fondos europeos de reconstrucción y de
cohesión deben ir dirigidos también a los barrios más vulnerables y
servir para acabar con el chabolismo. La cuarta economía europea no se
puede permitir dar la espalda al chabolismo en España.
Vivir en
una chabola tiene un grave impacto. Tiene consecuencias para la vida y
la salud de las personas; para encontrar un empleo, recibir una
educación de calidad, formarse, acceder a servicios básicos o poder
salir de la pobreza. El chabolismo está proliferando. Es necesario que
los desalojos vayan acompañados de unos servicios públicos coordinados
y un acompañamiento. Esto debería traducirse en políticas de
viviendas, medidas educativas y de empleo. La ausencia de políticas de
seguimiento provoca que los desalojados vuelvan a construir sus chozas
en otras zonas.
Erradicar
el chabolismo debe ser una cuestión de Estado. Urge un Plan Nacional
para la Erradicación del Chabolismo. El chabolismo vulnera los
derechos fundamentales de las personas y tiene un gran impacto sobre
los valores y principios democráticos. El chabolismo es un fenómeno
persistente y discriminatorio en nuestro país y genera situaciones de
pobreza y exclusión. Erradicar el chabolismo, se puede y se debe, como
así la eliminación de la pobreza extrema. |