Gaspar Melchor de
Jovellanos versus Francisco Ayala
dos hombres y una misma vocación de destino
Julia Cela
Instituto Universitario Ortega y Gasset
Universidad Complutense de Madrid
Con motivo de la celebración del
segundo centenario del nacimiento de Gaspar Melchor
de Jovellanos, el Centro Asturiano de Buenos Aires
encarga al escritor Francisco Ayala un ensayo sobre
el Jovellanos sociólogo, para la posterior
preparación de un libro que abarque la personalidad
y la producción literaria, de este insigne asturiano
de la Ilustración1. Ayala acepta
el encargo gustoso y se prepara a indagar y estudiar
la personalidad y la obra de Jovellanos. Aquel
personaje que con aspecto sereno y noble, con cabeza
en reposo pintara Goya, tapiz que conoce el autor y
que junto con algunos recuerdos breves del
bachillerato, completan el cuadro un tanto
desdibujado de la figura del escritor y político
dieciochesco. Pero lo que nunca supuso Ayala al
iniciar el estudio de su obra y al evocar los
pasajes de su vida, era el parangón que existía
entre ambos y la seducción que Jovellanos ejercería
en el autor. Por aquel entonces, todavía un joven
escritor y ensayista instalado en el exilio
bonaerense, que comenzaba a despuntar con obras de
pensamiento, y que nunca hubiera imaginado, que este
maduro ilustrado se convertiría en una personalidad
tan admirable a sus ojos, un ejemplo de vida apoyada
en los valores tradicionales heredados de la
infancia, que continuaría en su vida pública y en su
obra ensayística, siempre impregnada de esos valores
tradicionales, pero en pos del progreso de su
patria.2
Estudiar una figura histórica no es
tarea fácil, y cualquiera que desee ser biógrafo de
una persona de relevancia, no sólo debe conocer
todas las circunstancias que rodean al personaje en
cuestión, poseer todos los documentos posibles a su
alcance, indagar en su carácter, estudiar en
profundidad la época en la que le tocó vivir, etc.3 Además
es necesario, como le ocurrió a Ayala con Jovellanos,
llegar hasta su alma, que exista el verdadero
encuentro, ese encuentro que como en el amor es la
chispa que produce la comunión de las almas, que lo
hace diferente y singular a cualquier otro
encuentro; y si eso no se produce, nunca podremos
decir que conocemos a nuestro biografiado. Esto
último no le sucedió a Ayala, si a través de la
profusa documentación que maneja no hubiera
encontrado la mirada de Jovellanos, "no estaría en
condiciones de interpretar su personalidad". Si no
fuera por la celebración del segundo centenario, no
se hubiera visto impulsado a estudiar detenidamente
su obra, y su vida no se hubiera enriquecido
sobremanera con esta experiencia, no se hubiera
encontrado con "un hombre de alma excelsa", un
hombre singular, que curiosamente tiene tanto en
común con el propio Ayala.4
El ensayo que hoy el autor retitula "Jovellanos
en su centenario", borrado ya el título con el que
apareció en su edición original "Jovellanos
sociólogo", no ha sufrido con el tiempo y las
sucesivas ediciones transformación alguna en su
contenido. El cual podemos dividir en tres partes:
las dos primeras de breve exposición que
denominaremos biográficas, ya que explican la vida y
personalidad del autor; en la primera de ellas, su
infancia y origen familiar, así como la impronta que
marca esta en su trayectoria vital y sus escritos;
en la segunda, las influencias juveniles que
dejarían huella indeleble en su futuro personal y en
el de su obra; y la tercera parte, que conformará el
grueso principal del ensayo, nos conduce a través de
casi prácticamente toda la obra de Jovellanos y de
su pensamiento. El de un hombre profundamente
liberal, humanista e ilustrado, tanto en su vida
privada como pública, y en la exposición de sus
ideas a lo largo de toda su obra escrita, de la que
hoy nosotros somos legatarios.
Esa mímesis5 que
Ayala encuentra entre la personalidad de Jovellanos
y la suya propia, surge -como ya se ha indicado- del
estudio de la personalidad del autor y de su tiempo,
y surge también, como interiorización personal de la
experiencia vivida del autor estudiado en la
comparación y posterior identificación con la
experiencia vivida por el propio Ayala. A la vez
que, Jovellanos llega a encarnar un ideal que le es
muy próximo en sus concepciones éticas y morales de
la existencia y su manera de comportarse y actuar
ante él mismo y ante el mundo. De ahí, esa
definición que hemos dado de un
hombre profundamente liberal, humanista e ilustrado -que
hoy puede parecer demasiado aventurera y arbitraria
por el cariz y distintas connotaciones que han ido
adquiriendo estas palabras-, que se puede explicar
como liberal imbuido por las doctrinas de los padres
del liberalismo, que tan bien conocía Jovellanos:
Adam Smith, Locke, etc., y que quedan patentes en
algunos de sus escritos, sus ideas sobre la
Constitución española o la reforma agraria;
humanista, en el término de perfecto conocedor,
propulsor y propagador de la sociedad y la historia
de su tiempo; e ilustrado, como heredero de la
Ilustración, de sus ideas de progreso y del
predominio de la razón frente a la incultura, la
superchería y la superstición. ¿No podemos entonces
utilizar estos tres conceptos para definir a
Jovellanos, e incluso no pueden llegar a ser válidos
con la evolución de su tiempo histórico, en
Francisco Ayala?
Tal vez el rasgo común que más una a
ambos ensayistas nace precisamente en el seno de la
infancia, al pertenecer Jovellanos a una familia
aristocrática provinciana (con todo lo que ello
comporta), y Ayala a una familia terrateniente y
burguesa provinciana. Los dos tienen un origen
familiar muy similar y han recibido una educación en
sus hogares acorde a ese origen, una educación
fundada en la defensa de los valores tradicionales,
de las convicciones cristianas, de la virtud, la
elegancia, el decoro, etc., transmitida no solo por
educadores, sino sobre todo, por una madre portadora
de todos esos valores. En ambos la personalidad de
la madre deja una huella imborrable en sus
conciencias infantiles, influencia que se hace
patente a lo largo de sus obras.6
Al estudiar la biografía del noble
asturiano y su educación, Ayala se siente
transportado a la Granada de sus primeros años, y
sin querer, compara las enseñanzas morales que le
transmitieron en su infancia, esas que ahora años
después, alojadas en su memoria, vuelve a encontrar
en el carácter de Jovellanos, que le dotaron de una
singular nobleza de comportamiento que se vería
reflejada en todos los avatares de su vida, sobre
todo en aquellos marcados por el infortunio; y que
también contribuyeron en su formación intelectual, a
conformar sus concepciones políticas y sociales.
Así, con estas palabras de admiración, Ayala
descubre dos siglos después el carácter de
Jovellanos, un carácter fraguado en los primeros
años de la infancia:
"La reserva elegante, la dignidad sin
soberbia, el decoro que niega quejas a la
desventura, la igualdad del ánimo, es sin duda
resultado armonioso de una adecuada posición social
en un alma cuyo noble metal quién sabe qué sones
agrios de violencia o de santidad hubiera podido
arrancar una formación adversa, con las torturas que
el destino acompañó tantas veces a la crianza de
otros grandes hombres"(LE 1058)
¿Y no son esos valores los mismos que
Ayala recibió de sus progenitores, y que le
acompañaron a lo largo de su vida, aún en los
momentos mas difíciles de su existencia?
Si existe un gran paralelismo en su
educación infantil no es menor el que se encuentra
en sus años juveniles, en sus estudios de letras y
leyes. Y sobre todo, el tener que dejar la ciudad
natal para acudir a la Universidad en la capital y
ahí abandonar la forma de vida tradicional
provinciana, para entrar en contacto con las nuevas
ideas y una nueva forma de vida que irradia desde
Europa.
Ambos se vieron influenciados en sus
años juveniles por dos tertulias capitales, que
marcarían sus existencias y que se ven reflejadas
las ideas que allí se discutieron en sus posteriores
obras de pensamiento. En el caso de Jovellanos la
tertulia apuntada es la de Pablo Olavide en Sevilla.
Era este Pablo Olavide, un enciclopedista peruano
que había sido nombrado asistente de Sevilla e
intendente de los cuatro reinos de Andalucía, por
aquel entonces era el más importante intelectual de
la ciudad, quién además estaba en contacto con los
filósofos franceses de la Ilustración. En su casa se
reunía el mejor ambiente sevillano de funcionarios
ilustrados, al que acudía Jovellanos con vivo
interés a escuchar y debatir las últimas novedades
filosóficas y literarias provenientes de Francia, de
las que se encontraba puntualmente informado el
anfitrión Olavide. En ese reducto elitista,
reservado solo para una minoría selecta, Jovellanos
se sintió estimulado en su vocación literaria y a la
vez impregnado de nuevas ideas de pensamiento que
luego desarrollará en sus escritos, con el fin de
aplicarlas al progreso de su propio país.
Prácticamente dos siglos después,
Ayala acude también a la capital donde realiza sus
estudios secundarios y universitarios. Durante estos
últimos frecuenta una tertulia, también elitista, en
la que se reúnen los más importantes intelectuales
de la ciudad a cuyo frente se encuentra su mentor,
José Ortega y Gasset. No nos vamos a extender en
relatar las características de esta famosa tertulia
por ser ya muy conocida, tanto en los asuntos allí
tratados, como por los insignes componentes que
acudían7, pero sí destacar, como
esta tertulia también propició la vocación literaria
del joven Ayala, y las ideas y autores allí
comentados, fueron objeto de atenta lectura y
posterior germen de sus obras ensayísticas.8
Otro rasgo de similitud que
encontramos en las biografías de estos autores es la
condición de hombres de Estado, de funcionarios
públicos al servicio del Estado. Jovellanos durante
el reinado reformista de Carlos III ocupa varios
cargos relacionados con su carrera de leyes, primero
en Sevilla (donde fue nombrado Alcalde del Crimen)9 y
después en Madrid, en los que destacó por sus ideas
reformistas y su personal integridad. Mientras que
bajo el reinado de Carlos III fue ascendiendo en su
actividad pública, (siendo incluso el elegido para
leer la oración fúnebre a la muerte del rey), con la
subida al trono de Carlos IV en 1788 sus relaciones
con la Corte cambiarían por completo, hasta el punto
de sufrir destierro y confinamiento en su Asturias
natal, desde 1790 a 1797, e incluso reclusión en la
isla de Mallorca desde 1801 hasta 1808 que es
liberado; aún así, durante el gobierno de Godoy fue
nombrado ministro de justicia en 1797, cargo que
solo ocupó ocho meses. En tanto, que su pensamiento
ilustrado siguio coincidiendo con el de la España de
Carlos III, sus ideas fueron totalmente denostadas,
hasta hacerle caer en desagracia durante el reinado
antirreformista de Carlos IV. De ahí también, el
parangón con Ayala ungido por los avatares de la
historia de España. Mientras que durante la II
República, el joven Ayala empezaba a despuntar como
funcionario al servicio del Estado, como Letrado de
las Cortes, catedrático de Derecho Político,
Diplomático, etc., esa prometedora carrera pública
no sólo empieza a decaer, sino que se ve cortada de
raíz al ser vencida la República en una Guerra Civil
que le obligaría a abandonar España y comenzar una
nueva vida en el exilio. Exilio, en el caso de
Ayala, y confinamiento y reclusión, en el de
Jovellanos, que cortaron sus carreras públicas al
servicio del Estado español, pero que significaron
años prolíficos en el desarrollo de la vocación
literaria de ambos autores, y en la exposición de
sus ideas políticas y sociales a través de los
ensayos que podemos estudiar hoy.
Esas ideas políticas y sociales que
ambos reflejan en sus obras, son herederas de su
formación intelectual y sobre todo, se encuentran
insertas en la época que les ha tocado vivir, es
otro rasgo de semejanza en sus vidas. Dos siglos
separan a estos dos ensayistas, dos siglos
diferentes en la historia de España y en la del
mundo; y a la vez con grandes paralelismos en los
difíciles momentos que tuvieron que presenciar, dos
épocas históricas sumidas en la crisis, en los
procesos de cambio, que arrancarían en ambos de las
ideas provenientes de Europa, para encauzarlas en
períodos de progreso y reforma, y que después tras
una guerra volverían a ser de crisis y retroceso. Y
de ahí, la biografía de cada uno impregnada por los
avatares de la historia española, y de ahí también,
su obra impregnada por la misma historia.
Jovellanos bebería sus ideas de la
fuente europea, que por aquel entonces era Francia e
Inglaterra, procesaría en su pensamiento las ideas
ilustradas y las incipientes ideas liberales, y las
desarrollaría con éxito en un periodo de cambio y
reforma el de Carlos III; conocería la Revolución
Francesa y sus consecuencias, lo que esta supuso
para los países de su entorno, el cambio de ideas y
el retroceso de su país durante el oscuro reinado de
Carlos IV; la guerra de Independencia que no llegó a
ver concluida. Y como no, todo este proceso
histórico que el presenció en el que a veces hasta
llegó a ser actor y no sólo mero espectador, es el
que le inspirará los temas de pensamiento y
reflexión que trata en sus obras: Informe sobre la
Ley Agraria, Informe sobre el libre ejercicio de las
artes, la Monarquía Constitucional, la religión; y
aquellos otros temas sociológicos: las
supersticiones, los espectáculos públicos, la
situación de la mujer, etc.
La obra de Ayala también se encuentra
inserta en el tiempo histórico que le tocó vivir:
las ideas fascistas y nacionalsocialistas que
provenían de Europa y marcaron toda una época; la
dictadura de Primo de Rivera; la República Española
a contratiempo con las ideas imperantes en Europa;
la Guerra Civil española que le llevó al exilio; la
Segunda Guerra Mundial; la Guerra fría; etc. Todos
esos acontecimientos que Ayala presenció se
encuentran reflejados en los temas de sus ensayos:
la búsqueda de la identidad del pueblo español, el
ser de España; la idea del liberalismo frente a la
idea de nación y nacionalismo; el deber del
intelectual en la sociedad de masas, la importancia
y desarrollo de las nuevas tecnologías en esa misma
sociedad; el poder como usurpación de la libertad
del otro, etc.
Si analizamos el pensamiento de
Jovellanos a través de sus obras, nos encontramos
con un estilo claro, aunque él se queje de
redundante y decimonónico; un estilo en el que
expresa en ocasiones de forma apasionada las
convicciones de su época, así como en otras hace
gala de una gran mesura. Jovellanos se queja de su
desigualdad en el estilo, como si no fuera él mismo,
como si distintas voces desde su interior afloraran
con las ideas propias de varios hombres. (Marichal
La originalidad
histórica de Jovellanos) Por ello, no podemos
hablar de un pensador sistemático, que incluso
encaja la realidad en sus propios moldes, para que
sus ideas prefiguradas resplandezcan, dándose la
razón a sí mismo; sino, todo lo contrario, la
variedad de temas que trata y su forma distinta de
expresarlos, acordes con las influencias filosóficas
del momento y con el devenir histórico, nos
enfrentan con un pensador fiel a si mismo y a sus
contemporáneos.
Siempre se le estudia dentro del
enciclopedismo español, ya que tal vez sea uno de
los hombres que mejor recojan el término ilustrado
en nuestro país. Y aunque esa definición es
demasiado genérica, y como diría Ayala es como no
decir nada; no se pueden separar de sus ensayos la
corriente enciclopedista europea que él tan bien
conocía: "estaba en el aire, lo impregnaba todo, y
había servido de inspiración a una política adornada
por el prestigio de la monarquía y acreditada por el
éxito".(LE 1064) Ese enciclopedismo está presente en
el estudio de conocer al hombre, el Universo y el
puesto que ocupa en él, la naturaleza y la forma de
dominarla; todo ello ayudado por la razón, la única
que puede hacer posible su afán de dominio, dotarle
de una fuerza superior que puede hacer frente al
poder de los elementos.
"...Reconozcamos, pues, que, no
teniendo otra superioridad que la de nuestra razón,
si por ella dominamos en la naturaleza, debemos
también dominar según ella. Empecemos, pues,
perfeccionando esta razón, cuya excelencia no se
cifra tanto en su vigor cuanto en la facultad de
adquirirle; no tanto en su perfección cuanto en su
perfectibilidad". (LE 1066)
Este texto es un breve reflejo de las
ideas enciclopedistas, y como este nos podemos
encontrar tantos, que apelen a la razón del hombre,
sus derechos naturales, a las leyes de la
naturaleza, etc.
Si las ideas enciclopedistas
inspiraron la Revolución Francesa, y esta siempre se
vio como evolución y progreso en la historia de la
humanidad, -pese a su coste en pérdida de vidas
humanas y daños materiales, propio por otra parte de
la mayoría de las revoluciones- ha llamado
poderosamente la atención siempre, a todos los
estudiosos de la vida y la obra de Jovellanos, su
condena y repulsa a la Revolución que se producía al
otro lado de los Pirineos. Ayala sale en defensa de
Jovellanos de los ataques que han recaído sobre él,
como: insinceridad intelectual o inconsecuencia. El
lo defiende desde la perspectiva de un hombre que ha
sido participe en una revolución en su propio país,
que no ha sido solo mero espectador desde otro. No
es lo mismo ser partícipe y en la refriega perder la
racionalidad propia del hombre y embargarse de la
pasión con la que arrastran a uno los
acontecimientos, a ser solo, un mero teorizador de
un cambio político y social a quién los
acontecimientos revolucionarios e incluso los
derramamientos de sangre le repelen, que lógicamente
ve innecesarios para la consunción de su ideal,
ideal que luego se ve desorbitado por la realidad a
la que le toca hacer frente. Mientras los
revolucionarios franceses se vieron atrapados en la
sucesión de los acontecimientos, del mismo proceso
revolucionario, los enciclopedistas españoles, meros
espectadores, vieron con horror el desenfreno de sus
vecinos y el miedo a verse sumergidos en la vorágine
de la Revolución.
El propio Jovellanos lo ilustra
fielmente en estas breves palabras escritas a su
amigo el cónsul inglés en La Coruña, Alexander
Jardine, "creo que una nación que se ilustra puede
hacer grandes reformas sin sangre y creo que para
ilustrarse tampoco es necesaria la rebelión".10
En varios textos Jovellanos deja
patente su repulsa al imprudente gobierno francés
que abrió la puerta a la desenfrenada libertad de
imprimir, y dio impulso a "tantas y tan monstruosas
teorías convencionales" (frases que parecen
contradictorias con su espíritu de defensa de las
libertades del hombre y entre ellas la libertad de
expresión). Pero no olvidemos, que la Revolución
significaba para Jovellanos una violación de "los
sagrados fueros de la justicia", que él siempre
defiende junto con el imperio de la ley y la razón
(por otra parte ideas propias de los
enciclopedistas); y la consumación de la ejecución
del rey, que supuso un gran desafuero en toda la
Europa monárquica y que lógicamente no podía aprobar
Jovellanos, del que nunca podemos olvidar "la gran
base tradicional sobre la que se asientan y
organizan sus ideas", y menos todavía su condición
social de noble.
La condición nobiliaria también fue
fuente de inspiración en sus escritos, según Ayala:
"la solera nobiliaria contribuyó de manera bien
positiva y concreta a nutrir y perfilar su ideario
político-social, en un sentido que difiere bastante
de la ideología entonces vigente en el mundo". (LE
1074) En toda su obra, como en su vida, refleja un
profundo respeto a esta clase social a la que se
siente orgulloso de pertenecer. Pero no por ello
reconoce y reprocha las actuales actitudes de la
nobleza, que ve cada vez más distante de su
comportamiento tradicional y de lo que se espera de
ella como salvaguarda de antiguos valores que
preserven la defensa y el bienestar del Estado.
"La nobleza (según palabras de
Jovellanos), examinada en su acepción política, no
es otra cosa que una cualidad accidental, que
coloca al ciudadano en aquella clase de la
sociedad que se distingue de las otras por sus
funciones peculiares, sus títulos de honor, sus
privilegios y sus prerrogativas. Llámola cualidad
accidental porque no fue establecida por la
naturaleza, sino por el arbitrio; porque es
independiente de las perfecciones naturales del
individuo que la posee... A los que poseían esta
cualidad; esto es, al cuerpo de la nobleza, fió la
antigua constitución de Castilla la defensa del
Estado. Esta era su función peculiar. Los nobles
poseían las distinciones de su clase, con el
gravamen de velar continuamente sobre la pública
seguridad." (LE 1075)
En su acepción política el privilegio
de la nobleza estaba autorizado por las leyes, pero
a cambio debía velar por la seguridad del Estado.
Con el paso del tiempo, los privilegios siguieron
conservándose y Jovellanos espera que a cambio la
nobleza demuestre cualidades tales, como: "el valor,
la integridad, la elevación de ánimo", y otras
calidades que requieren los grandes empleos, que no
pueden ejercer aquellos que sólo poseen una oscura y
pobre educación y que tienen que proveerse el
sustento, mientras que están llamados a ellos
quienes no buscan la fortuna, sino la reputación y
la gloria. Para ello deben conservar los mayorazgos,
como un mal menor indispensable, en su afán por el
bienestar público. Pero si se alejan de esta idea, y
el bienestar al que contribuye no es al de los
demás, sino sólo al suyo propio, rodeados por la
ociosidad y el lujo y consumiendo en ello toda su
fortuna, entonces: "Venga denodada, venga la humilde
plebe en irrupción, y usurpe lustre, nobleza,
títulos y honores. Sea todo infame behetría; no haya
clases ni estados".(LE 1078) Su concepto de nobleza
aunque parezca en principio decimonónico, en
realidad es moderno, el de mantener una clase
privilegiada -hoy puede ser la clase política-,
siempre que preste servicio a la comunidad y obre
con rectitud, sino no tiene sentido su existencia.
"¿De qué sirve la clase ilustre sin virtud?", se
pregunta. Si esta clase ilustre no guarda el decoro,
la elevación y la ética del hombre íntegro, si cae
fácilmente en la corrupción. Ese ideal de virtud que
defiende Jovellanos en sus escritos, lo ve Ayala
como la cualidad del ciudadano, del burgués -de ahí
la gran influencia de la Revolución y las ideas
enciclopedistas- en contra de la cualidad de gloria
que defendían las monarquías. Por ello, el que
proponga la defensa de la virtud, como base de la
nobleza, en vez de la gloria, expresa la aceptación
del cambio de las circunstancias históricas a la vez
que defiende las ideas de su siglo, siempre insertas
en su realidad social.
Defendiendo las ideas de su siglo y
adaptándolas a la situación histórica de su país, le
conduce su actuación política, que queda reflejada
en sus obras. Como aquellas que dedica a la
Constitución histórica española, la cual reorganiza
según los nuevos esquemas intelectuales, ya de
vigencia contemporánea, conforme la concepción
política de Montesquieu, que conoce Jovellanos y
adapta al caso español. No solo postula los tres
poderes del Estado, sino también el principio de
legalidad, pretendiendo que "entonces es cuando
propiamente se podría decir que no serán los
hombres, sino las leyes, quien dirija las acciones y
defienda los derechos de los ciudadanos, en lo cual
está cifrada la suma de la perfección social".(LE
1084)
Rechaza como "monstruoso estado" todo
el Derecho político de la Monarquía absoluta, a la
vez que defiende las máximas de la Ilustración para
diseñar una Constitución moderna, según los
principios políticos que la burguesía defenderá
durante todo el S.XIX. Una Constitución cuyos
principios en grandes líneas podríamos resumir así:
Que asegurara al rey el poder ejecutivo, siempre
conforme a la Constitución y a las leyes, siendo sus
ministros responsables a la nación de su
observancia. Que asegurara a la nación el poder
legislativo, por medio de sus representantes en las
Cortes, con toda autoridad para defender y mejorar
la Constitución, aunque sin derecho a alterar su
forma y esencia. Que asegurara al poder judicial el
derecho de administrar la justicia con arreglo al
tenor de las leyes, en toda su plenitud. Y por
último, que divida la representación nacional en dos
cámaras, una compuesta por todos los representantes
del reino, libremente elegidos, por ellos mismos, y
la otra, del clero y la nobleza, reunidos; a la
primera se le adjudicaría el derecho de proponer y
formar las leyes, y a la segunda, el derecho de
reverlas y confirmarlas.(LE 1086)
¿No es esta la esencia fundamental de
nuestras Constituciones contemporáneas, no buscaba
Jovellanos la misma esencia para España, en su
patriotismo de hombre ilustrado? Ayala nos habla del
patriotismo de Jovellanos, el que se origina en la
virtud del ciudadano ilustrado, que ofrece sus luces
al servicio de su país, favoreciendo el progreso de
este. Así entendía el patriotismo Jovellanos y los
hombres de su época, desgraciadamente hoy esta
palabra ha sido desacreditada por el uso oficial,
que la ascensión del fascismo, el comunismo, etc.,
le han otorgado, y hoy a veces la escuchamos con
entusiasmo y otras con escéptica sospecha. Para
Jovellanos era el fervor reformista a la política de
la Ilustración y a los ideales inspiradores de los
enciclopedistas. Era, sobre todo, no un patriotismo
de patria abstracta, sino, "un patriotismo de
España, sí; mas de esa España concreta que veía con
sus ojos y palpaba con sus manos, en cuyo inmediato
contacto pensaba, actuaba y escribía, y cuya
historia reconocía en su vida presente como
condición de un desenvolvimiento futuro dirigido por
nuevas ideas y necesidades".(LE 1091) Con cuánto
fervor, y a la vez con cuánta melancolía describe
Ayala el patriotismo de Jovellanos. Desde su exilio
bonaerense se asoma a su patria, la observa a través
de los ojos de un ilustrado y humanista que había
vivido la historia española de hacía dos siglos.
Pero el transcurso del tiempo no lleva siempre al
hombre hacia el progreso, por ello la historia
contempla épocas de verdadero avance y otras oscuras
de verdadero retroceso.
Y al igual que Ayala dejó atrás una
patria desolada, sumida en el dolor y la pobreza,
encogida por el miedo, árida y abandonada,
despreciadora del saber, etc. Estos son los mismos
términos actualizados, que en su día usó Jovellanos
para describir su país, en la oda: Manifestación
del estado de España, bajo la influencia de
Bonaparte, en el gobierno de Godoy11.
Si España sufrió un giro histórico con la caída de
la II República debido a la Guerra Civil y el
advenimiento del franquismo; la España de Jovellanos
también sufrió un giro histórico con la subida al
trono de Carlos IV, giro -que como muy bien dice
Ayala-no solo sería funesto para el destino de
España, sino que también tendría repercusiones
inmediatas en la vida de Jovellanos, ya que desde
entonces comenzarían sus épocas de confinamiento y
destierro; y en el caso de Ayala le conduciría al
exilio, al abandono durante muchos años de la
patria. Pese a todas las dificultades vitales por
las que pasa Jovellanos, Ayala admira en él su
comportamiento digno y humano, y su ideal reformista
siempre presente para España -aunque los avatares
del destino, le hayan hecho perder la ilusión-, no
así, sus ideas primigenias de progreso inspiradas en
el mas puro enciclopedismo, que mantuvo con la misma
coherencia hasta el final de sus dias. La misma
dignidad personal y coherencia de ideas que ha
guiado a Ayala también durante toda su vida, en el
deambular por el exilio y en el retorno a la patria
perdida. Ambos consagraron sus ideales al servicio
de España, una España que quisieron sacar de su
postración y ver integrada en el mundo, y no como
desde la Contrarreforma a contracorriente; ambos
sufrieron persecución por sus ideas; ambos nos han
dejado una obra ensayística de inestimable valor
inserta en la realidad histórica de la época que les
vió vivir; ¿no hay mayor paralelismo entre estas dos
vidas y su obra?
Esa identificación personal que un
día de 1944 encontró Ayala en Buenos Aires -desde el
exilio, que le impusieron las circunstancias
históricas de su país- en la vida y en la obra de
este noble ilustrado del S. XVIII. Esa
identificación hemos intentado entresacarla del
texto que escribió Ayala para conmemorar el
centenario del ensayista, desde: la misma extracción
social, hasta los mismos valores inculcados en la
infancia, las influencias juveniles, etc. Y sobre
todo, la defensa de la virtud humana, la elegancia y
la calidad del hombre, que ellos admiran y adoptan
como actitud de vida, aún en los momentos más
difíciles, que les dota de una gran dignidad de
actuación y pensamiento, hacia si mismos, y hacia
sus semejantes. Es esa coherencia -que a muchos
llama la atención- no sólo expresada en el quehacer
cotidiano, sino también en sus obras ensayísticas,
coherencia de pensamiento y evolución, unida al
devenir histórico del que no han sido solo
espectadores, sino, en algunos casos auténticos
actores, con mayor o menor protagonismo según las
circunstancias. Y como idea central en sus vidas
-cada uno desde su atalaya y su época- el progreso
humano, el progreso desde la razón, capacidad vital
y distintiva del hombre, herederos de los padres de
la Ilustración y del liberalismo, en lucha constante
contra la opresión y a favor de la libertad. Por
ello, podemos concluir que ambos se encontraron
unidos, desde épocas tan distantes por la misma
vocación de destino.
Notas:
[1] Este ensayo de encargo que fue titulado "Jovellanos
sociólogo" se publicó en el libro que el Centro
Asturiano de Buenos Aires editó con motivo del
centenario del autor. VV.AA. Jovellanos,
su vida y su obra. Homenaje
del Centro Asturiano. Buenos Aires: 1945. Además de
Ayala colaboraron entre otros escritores: Claudio
Sánchez-Albornoz, y Jesús Prados Arrarte, este
último con el ensayo: "Jovellanos economista".
[2] Así lo reconoce Ayala cuarenta y ocho años
después al escribir el prólogo de la reedición que
de su ensayo publica el Ayuntamiento de Gijón: "La
oportunidad del centenario me movió a mí a estudiar
con detenimiento una figura magna de nuestra
historia en la que desde entonces sólo de pasada
había reparado. Y quien con atención lea las páginas
que en aquella sazón escribí, percibirá sin
dificultad el diálogo mudo que un dolorido español
del exilio entabla con el prócer admirable, y qué
lecciones de templanza pudo desprender con la
lectura de sus silenciosas palabras." (Jovellanos 20)
[3] El profesor Juan Marichal especialista en el
estudio de biografías históricas de políticos
españoles, nos da cuenta de la complejidad creciente
del proceso histórico de las biografías
individuales. Concretamente en su libro biográfico
sobre Manuel Azaña así nos lo expresa: "Quien
intente restaurar vidas pretéritas ha de esforzarse,
por lo tanto, en ser fiel a la totalidad biográfica
individual: "Excluir de ella cualquier rasgo -decía
Azaña en 1919, adelantándose a defender
enérgicamente sus fueros de biografiado- es una
mutilación preñada de inexactitudes y de
injusticias." Y más adelante añade: "Los métodos
reconstructores del historiador consisten
fundamentalmente en resistir las simplificaciones
ofrecidas por los que podríamos llamar "quevedos de
la muerte": o sea, debe aspirar ante todo a
restaurar el "enjambre de posibilidades" que es
siempre toda vida humana". (La vocación de Manuel
Azaña 20-21)
[4] Tres años antes, en 1941 Ayala también realiza
un estudio sobre una personalidad relevante en el
pensamiento español. En esa ocasión el encargo fue
hecho por la editorial argentina Losada, para su
colección Pensamiento vivo, y la personalidad objeto
de estudio era la del diplomático y escritor
Saavedra Fajardo (1584-1648). Como en el caso de
Jovellanos provenía de una familia noble, en esta
ocasión de origen galaico; respetaba y cultivaba los
valores tradicionales heredados de la infancia;
ocupó diversos cargos públicos a servicio del Estado
y la Monarquía; y realizó una obra de pensamiento
singular en la que destaca la preocupación por su
país. Obras de pensamiento las de ambos autores
precursoras del "tema España", que tanto preocupara
a las distintas generaciones de escritores y
ensayistas españoles y al propio Ayala. Este trabajo
de exploración de la vida, el momento histórico y
sobre todo de la obra de Saavedra Fajardo, sería
precursor del ensayo sobre Jovellanos. Exposición
interesante de la obra de este autor, que si bien es
verdad no ha tenido la difusión que el dedicado a
Jovellanos y no se conoce ninguna posterior edición
a la de Losada de 1941 (si exceptuamos la inclusión
del prólogo en algunas reediciones de Razón
del mundo); también debemos apuntar que la
comunión de almas que existió con el noble asturiano
no se produjo con el noble gallego. Aún así este
ensayo ofrece aspectos muy interesantes sobre el
pensamiento nacional de España que serán reflexiones
precursoras de otras obras de Ayala como por ej. Razón
del mundo. Una
España que ya en el S.XVII se encontraba medio
participante y medio excluida de la comunidad
cultural europea..."En todo lo que es producto de la
fuerza espiritual de España suele advertirse junto a
la nota de grandeza, esta otra nota de frustración,
en que se refleja su historia entera de empresas
casi siempre malogradas por falta de ensamblaje con
la dirección de la actividad europea, pero tan
gigantescas que cuando uno acierta a cuajar acredita
magnitudes asombrosas en la obra". Al igual que en
la creación de algunos espíritus españoles
exponentes de las circunstancias históricas y de las
condiciones sociales en las que se fraguaron.
[5] En estas páginas establezco una comparación
entre ambos escritores, una mímesis entre sus vidas
y sus obras, aunque los dos pertenezcan a siglos
diferentes. Puede parecer esta comparación en la que
encuentro tantos puntos en común, tal vez, un tanto
forzada, pero no lo creo así, el parangón entre
ambos es notorio, y de él Ayala extrajo ese
encuentro tan importante en su vida. La profesora
Carolyn Richmond en su edición a la obra de Ayala: Los
Usurpadores, ya refleja esa similitud entre
ambos, pero no se extiende más en la idea, no la
explicita en profundidad cómo en este trabajo, pero
sí queda señalada con estas palabras: "Es posible
que la relectura, en fecha tan tenebrosa como 1944,
de la extensa y variada obra de Jovellanos influyera
de manera muy efectiva sobre nuestro autor en aquel
ensayo, no sólo la admiración sino también la
identificación espiritual que siente Ayala con dicha
figura". (41).
[6] En el caso de Ayala la figura de la madre se ve
reflejada en pasajes de sus obras, ya que fue la
inspiradora de su afición por la pintura, e incluso
también por la literatura. Pero es en su libro de
memorias Recuerdos
y olvidos en
donde nos relata de forma entrañable la admiración
que siempre tuvo por ella, como por ej. en este
pasaje en el que nos habla de las convicciones
religiosas de la familia: "La educación liberal que
mi madre había recibido, así como su natural
discreción y espíritu de tolerancia, eliminaban
también cualquier pugnacidad, (dentro del ámbito
familiar) tanto más que en el campo delicadísimo de
la religión no podía haber disconformidad alguna
entre los cónyuges. (...) Mi madre, criada dentro de
un ambiente doméstico laicista, agnóstico y
anticlerical, se consideraba a sí misma católica sin
la menor sombra de duda. (...) Lo cierto es que su
religiosidad era muy pura. (...) Mi madre era lo que
puede propiamente llamarse un alma cristiana." (42)
[7] Ayala en su libro de memorias nos relata como
llegó por primera vez a la tertulia de Ortega y
Gasset, gracias a la presentación de Benjamín Jarnés,
y como a partir de entonces ya acudiría todas las
tardes a dicha tertulia. En ella conoció entre otros
contertulios a: Blas Cabrera, Lorenzo Luzuriaga,
Antonio Marichalar, José Tudela, la condesa de Yebes,
Rosa Chacel, María Zambrano, Victoria Ocampo, Ramón
Gómez de la Serna, Fernando Vela, Manuel García
Morente, Antonio Espina, Zubiri, etc. (RyO 107-111)
[8] Muy poco se ha estudiado en la obra ayaliana la
impronta que dejó en su juventud la tertulia de
Ortega, y los temas allí tratados, así como la
sugerencia del maestro de la lectura de libros que
se publicaron en aquellos años (finales de los
veinte y principios de los treinta) que Ayala leyó
con gran interés y que constituyeron la base de su
formación intelectual, que luego se verá reflejada
en sus ensayos de ciencia política escritos en el
exilio. (Sobre esta reflexión no me voy a extender
en este trabajo, ya que no es el objeto del mismo, y
ya ha sido señalado en mi Tesis Doctoral). Siguiendo
con el magisterio de Ortega y Gasset en la obra
ayaliana que se hace patente en la mayoría de sus
escritos políticos y sociológicos, es curioso lo
poco que por el contrario Ayala habla de Ortega a lo
largo de su obra, si exceptuamos el capítulo que le
dedica en su libro, El
escritor y su imagen (13-38).
[9] Fueron estos diez años que pasó en Sevilla muy
prolíficos en sus actividades al servicio del
Estado, al igual que en su formación intelectual.
Ambas su preparación intelectual (en la que tuvo
gran influencia la tertulia en casa de Pablo Olavide)
y sus actividades públicas sembraron la simiente de
sus escritos posteriores. Sobre su vida pública en
los años sevillanos nos da debida cuenta Luis
Santullano, en su libro Jovellanos,
del que sirve de ej. este párrafo que corrobora lo
anteriormente expuesto: "Es esta una época laboriosa
e interesante en su vida. En las funciones de la
magistratura produce informes de gran importancia
sobre la reforma de la Policía, abolición de la pena
del tormento, interrogatorio de los delincuentes,
mejora de las cárceles, etcétera, y llama la
atención en discutida causa por muerte violenta de
una mujer embarazada, pues, contra la opinión
general, halla justificadas eximentes de orden
patológico para el marido homicida. Estos
merecimientos hacen que ascienda en 26 de febrero de
1744 a Oidor de la misma Real Audiencia". (21)
[10] Frase que recogemos del trabajo ya citado sobre
Jovellanos del profesor Marichal, quien a su manera
también defiende la postura de Jovellanos, ya que
esta hay que situarla en su momento histórico. Y
recoge a continuación la frase de Jovellanos, en la
que fundamenta su idea de progreso: "Es necesario
llevar el progreso por sus grados". Que Marichal
glosa: "Se trata, por lo tanto, según Jovellanos, de
acomodar siempre las reformas al estado particular
del país y al momento de su evolución, al "eslabón"
histórico en que se halla". (122-123).
[11] Durante el gobierno de Godoy, Jovellanos dirige
el ministerio de Gracia y Justicia, pero fue tal la
disilusión que este gobierno produjo en su ánimo,
debido a su integridad y rectitud que solo estuvo en
el cargo ocho meses, hasta el 15 de agosto de 1797.
Poco se sabe de su gestión (pero el desanimo debió
ser muy grande cuando se expresa en esta Oda, con
palabras tan duras) sobre la que así especula uno de
sus biógrafos Angel del Río: "Hay entre el programa
de regeneración, expuesto en su correspondencia con
Godoy (que es de suponer tratase de llevar a vías de
realización) y la esterilidad de su paso por el
Poder una desproporción tan grande, que, con haber
sufrido Jovellanos persecuciones tan duras, ninguna
página de su biografía deja en el ánimo de quien
posea alguna sensibilidad histórica impresión tan
triste como la de este esfuerzo fructífero, repetido
mil veces en la política española".
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