Miguel Delibes

1920 - 2010


 

Miguel Delibes, en 1993,
año en el que fue galardonado con el Premio Cervantes

 

Miguel Delibes Setién. (Valladolid, 17 de octubre de 1920 - Valladolid, 12 de marzo de 2010). Novelista español. Doctor en Derecho y catedrático de Historia del Comercio; periodista y, durante años, director del diario El Norte de Castilla.

 

Su sostenida labor como novelista se inicia dentro de una concepción tradicional con La sombra del ciprés es alargada, que obtiene el Premio Nadal en 1948.

 

Su producción revela una clara fidelidad a su entorno, a Valladolid y al campo castellano, y entraña la observación directa de tipos y situaciones desde la óptica de un católico liberal. La visión crítica -que aumenta progresivamente a medida que avanza su carrera- alude sobre todo a los excesos y violencias de la vida urbana.

 

Entre los motivos de su obra destaca la perspectiva irónica frente a la pequeña burguesía, la denuncia de las injusticias sociales, la rememoración de la infancia (por ejemplo en El príncipe destronado, de 1973) y la representación de los hábitos y el habla propia del mundo rural, muchos de cuyos términos y expresiones recupera para la literatura.

 

Considerado uno de los principales referentes de la literatura en lengua española, obtiene a lo largo de su carrera las más destacadas distinciones del ámbito literario: el Premio Nadal (1948), el Premio de la Crítica (1953), el Príncipe de Asturias (1982), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1991) y el Premio Miguel de Cervantes (1993), entre otros.

 

Su obra

 

En la obra de Miguel Delibes hay un compromiso ético con los valores humanos, con la autenticidad y con la justicia social. Fue un escritor fiel a sus ideas y a su tierra castellana. La preocupación por las consecuencias negativas del progreso para la naturaleza y el hombre, por Castilla y la situación del campo castellano y por la dignidad y la libertad humanas es el eje principal de sus obras. La naturaleza, el campo y el ambiente rural aparecen en primer plano en El camino, Las ratas, Viejas historias de Castilla la Vieja, La caza de la perdiz roja, El libro de la caza menor, Diario de un cazador o El disputado voto del señor Cayo.

A Miguel Delibes se le ha censurado que estuviera contra el progreso, pero él mismo discrepaba de quienes le veían como un autor que alaba «la aldea» y desprecia «la corte»: a lo que él se oponía es a la deshumanización y falsedad que genera la vida en la gran ciudad. Según decía él mismo: «Cuando escribí mi novela El camino, donde un muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero absolutamente irracional».

La postura de Delibes no era en contra del progreso en general, sino contra el modelo elegido, es decir, contra el progreso devastador que sacrifica todo lo humano en aras del consumo: «Es la civilización del consumo en estado puro, de la incesante renovación de los objetos —en buena parte, innecesarios— y, en consecuencia, del desperdicio». Para él, el nuevo orden socioeconómico está generando un modo de alienación poderosísimo. En los grandes centros urbanos se levantan gigantescas torres-colmenas en las que viven apiñados estos nuevos hombres, que han perdido todo rasgo individualizador. «El hombre, de esta manera, se despersonaliza y las comunidades degeneran en unas masas amorfas, sumisas, fácilmente controlables desde el poder concentrado en unas pocas manos». Pero no idealiza la vida de los pueblos y aldeas castellanas para esgrimirla como arma en contra del progreso, sino que censura sus carencias, urgiendo a quien corresponda para que dote de servicios y equipamientos al campo. «Hoy nadie quiere parar en los pueblos porque los pueblos son el símbolo de la estrechez, el abandono y la miseria».

En sus obras reivindica que nuestras raíces están en la cultura rural y que, hoy por hoy, los reductos de integridad y autenticidad están en el campo. «Pero el hombre, nos guste o no, tiene sus raíces en la Naturaleza y al desarraigarlo con el señuelo de la técnica, lo hemos despojado de su esencia». Sostiene que, en la antigua estructura rural, el hombre estaba dedicado a tareas mucho más humanas, lejos de la masificación ciudadana, manteniendo sus rasgos individualizadores y ostentando una personalidad irrepetible. «...mis personajes se resisten, rechazan la masificación. Al presentárseles la dualidad Técnica-Naturaleza como dilema, optan resueltamente por ésta que es, quizá, la última oportunidad de optar por el humanismo. Se trata de seres primarios, elementales, pero que no abdican de su humanidad; se niegan a cortar las raíces. A la sociedad gregaria que les incita, ellos oponen un terco individualismo». En el señor Cayo, su personaje, un anciano a punto de cumplir ochenta y tres años, quedan representados los valores culturales de esa tradición milenaria que se encuentra en trance de desaparecer. El disputado voto del señor Cayo es una elegía dolorida ante la desaparición de la cultura rural, creada a través de los siglos, y que, en poco tiempo, ha sido barrida y sustituida por la industrial: «Hemos matado la cultura campesina pero no la hemos sustituido por nada, al menos, por nada noble».

Novela

·                    La sombra del ciprés es alargada (1947, Premio Nadal)

·                    Aún es de día (1949)

·                    El camino (1950)

·                    El loco (1953)

·                    Mi idolatrado hijo Sisí (1953)

·                    Diario de un cazador (1955, Premio Nacional de Literatura)

·                    Diario de un emigrante (1958)

·                    La hoja roja (1959, Premio de la Fundación Juan March)

·                    Las ratas (1962, Premio de la Crítica)

·                    Cinco horas con Mario (1966)

·                    Parábola del náufrago (1969)

·                    El príncipe destronado (1973)

·                    Las guerras de nuestros antepasados (1975)

·                    El disputado voto del señor Cayo (1978)

·                    Los santos inocentes (1981)

·                    Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983)

·                    El tesoro (1985)

·                    377A, madera de héroe (1987, Premio Ciudad de Barcelona)

·                    Señora de rojo sobre fondo gris (1991)

·                    Diario de un jubilado (1995)

·                    El hereje (1998, Premio Nacional de Literatura)

 

Relatos

·                    La partida (1954)

·                    Siestas con viento sur (1957, Premio Fastenrath)

·                    Viejas historias de Castilla la Vieja (1964)

·                    La mortaja (1970)

·                    Viejas historias y cuentos completos (2006)

 

Libros de viajes

·                    Un novelista descubre América (1956)

·                    Por esos mundos: Sudamérica con escala en las Canarias (1961)

·                    Europa: parada y fonda (1963)

·                    USA y yo (1966)

·                    La primavera de Praga (1968)

·                    Dos viajes en automóvil: Suecia y Países Bajos (1982)

 

Libros de caza

·                    La caza de la perdiz roja (1963)

·                    El libro de la caza menor (1966)

·                    Con la escopeta al hombro (1970)

·                    La caza de España (1972)

·                    Alegrías de la caza (1977)

·                    Mis amigas las truchas (1977)

·                    Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo (1979)

·                    Las perdices del domingo (1981)

·                    Tres pájaros de cuenta (1987)

·                    Dos días de caza (1988)

·                    El último coto (1992)

 

Ensayos y artículos

·                    Castilla en mi obra (1972)

·                    Un año de mi vida (1972)

·                    Vivir al día (1975)

·                    SOS: el sentido del progreso desde mi obra (1976)

·                    Castilla, lo castellano y los castellanos (1979)

·                    Un mundo que agoniza (1979)

·                    El otro fútbol (1982)

·                    La censura en los años cuarenta (1984)

·                    Castilla habla (1986)

·                    Mi querida bicicleta (1988)

·                    Mi vida al aire libre (1989)

·                    Pegar la hebra (1990)

·                    La vida sobre ruedas (1992)

·                    Un deporte de caballeros (1993)

·                    25 años de escopeta y pluma (1995)

·                    He dicho (1996)

·                    Los estragos del tiempo (1999)

·                    Castilla como problema (2001)

·                    Delibes-Vergés. Correspondencia, 1948-1986 (2002)

·                    España 1939-1950: Muerte y resurrección de la novela (2004)

·                    La tierra herida: ¿qué mundo heredarán nuestros hijos?, conjuntamente con su hijo Miguel Delibes de Castro (2005)

Fuente: Wikipedia


Frases célebres

 

“Para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber leído el Quijote. Cervantes cuando lo escribió, aún no lo había leído”

“Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo”

“La novela es un intento de exploración del corazón humano a partir de una idea que es casi siempre la misma contada con diferente entorno”

LITERATURA

"Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo".

TIEMPO

"Permitamos que el tiempo venga a buscarnos en vez de luchar contra él".

CULTURA

"La cultura se crea en los pueblos y se destruye en las ciudades".

NATURALEZA

"El hombre de hoy usa y abusa de la naturaleza, como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta".

POESÍA

"Escribir para niños es un don, como la poesía, que no está al alcance de cualquiera".

PROGRESO

"La máquina ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha enfriado su corazón".

POLÍTICA

"Para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad".

MUERTE

"Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad".

TRABAJO

"Cuando a la gente le faltan músculos en los brazos, le sobran en la lengua".


Delibes, a lo lejos

Antonio Muñoz Molina

20 de marzo de 2010

Miguel Delibes era uno de esos hombres que dan la sorpresa de ser más altos de lo que uno había imaginado. Era más alto en persona y tenía una cara saludable y jovial, con el lustre rojizo de quien pasa mucho tiempo al aire libre, y en cuanto se empezaba a hablar con él se deshacía el malentendido de esa expresión quejumbrosa de las fotografías. Alto y robusto, más colorado por comparación con la palidez de casi todos los demás, lo vi una vez moverse a grandes zancadas por un salón oficial, con una chaqueta de pana, con una corbata de nudo más bien descuidado, mostrando sin apuro su irritación por uno de tantos chanchullos culturales españoles. Estaba hondamente irritado pero se mantenía tranquilo, con la ecuanimidad del desencanto y del sentido común, porque era un hombre cordial al que no puedo imaginarme arrastrado por la bronca española, por la interjección y el mal modo que entre nosotros se confunden tantas veces con la valentía. A Miguel Delibes los escritores más jóvenes habíamos empezado a no leerlo porque nos parecía demasiado español y demasiado castellano, cuando nosotros aspirábamos tan ansiosamente a ser cosmopolitas, pero lo cierto es que en sus actitudes, en su misma presencia, había algo que lo volvía ajeno al modelo de escritor español al que estamos más acostumbrados. En España gustan los personajes chulescos, quizás por un hábito muy antiguo de servilismo al que manda, y la mala educación se considera un síntoma de autenticidad, hasta de recia hombría. En España conviene ser arrogante, porque al que no lo es tiende a mirársele por encima del hombro, y porque es un país pomposo en el que hinchar el pecho y ahuecar la voz gana inmediatas simpatías. En España el desdén sarcástico se interpreta como un signo seguro de inteligencia, y el franco entusiasmo por algo, la abierta admiración, son tan perjudiciales como la llaneza.

En un país así, Miguel Delibes resultaba una anomalía. A nosotros se nos pasó la costumbre de leerlo porque teníamos la aspiración de convertirnos cuanto antes en novelistas anglosajones, pero lo cierto es que quien más se parecía en sus actitudes a un novelista inglés o americano era Miguel Delibes. Miguel Delibes vivía retirado escribiendo y dando largos paseos por el campo. Era escritor porque escribía libros, no porque interpretara el personaje público de escritor a la manera española, a la manera francesa o latinoamericana. España es un país perezoso en el que siempre tienen éxito las coartadas para no leer a alguien. Delibes, se decía, era costumbrista y escribía sobre el campo, y el campo era una antigualla bochornosa para quienes aspirábamos a ambientar nuestras novelas en las grandes metrópolis internacionales: nosotros, que en la mayor parte de los casos no habíamos hecho más viajes al extranjero que los que nos pagaba el Ministerio de Cultura. Si Delibes hubiera sido propenso a los exabruptos de soberbia quizás le habríamos hecho más caso. Pero por no tener ni siquiera tenía una leyenda: no podía decirse que hubiera pertenecido a la cultura antifranquista, no se había exiliado; no circulaban sobre él esas historias de malditismo etílico que tanto contribuyen entre nosotros a cimentar una fama literaria. Miguel Delibes vivía en Valladolid como un funcionario y era padre de familia numerosa. La vejez y la enfermedad lo fueron volviendo discretamente invisible.

Una mañana de sábado, en la quietud algo tibetana de una gran biblioteca universitaria, he repasado alguno de los libros suyos que más me gustaron. El silencio y la lejanía, la rara conciencia de que Miguel Delibes acaba de morir, afilan el recogimiento de la lectura, su cualidad de regreso a un lugar muy querido que uno dejó de frecuentar hace demasiado tiempo. Me gusta ver en la estantería, en el edificio donde hay tantos millones de volúmenes a los que esta mañana casi nadie se acerca, los lomos alineados y familiares, la tipografía y la encuadernación de los viejos libros de Destino, en ediciones que en algunos casos son las mismas que yo leía de muy joven en otra biblioteca mucho más humilde al otro lado del océano. En las cosas que se han escrito sobre Miguel Delibes estos días no ha sido infrecuente un cierto tono de condescendencia: el novelista de la vieja Castilla, el cronista de un mundo rural extinguido, el hombre bondadoso y sencillo. Pero las mejores novelas de Miguel Delibes desprenden un fulgor casi doloroso, en el que la belleza del mundo natural y el desamparo de los inocentes son profanados con mucha frecuencia por la fatalidad que persigue a los que no tienen nada, por la brutalidad de los fuertes, por el cambio de los tiempos, que arrastra por igual lo mejor y lo peor, y que en un país como la España de los años sesenta trajo oleadas simultáneas de prosperidad y devastación. El costumbrismo es una falsificación azucarada de lo singular, de lo aparentemente primitivo. Lo que hay en las grandes novelas de Miguel Delibes no es costumbrismo sino observación meticulosa de las vidas humanas y de los trabajos y las ensoñaciones de la gente común; un oído tan exacto para los nombres de las cosas, de los animales y las plantas, como para los matices del habla. Pero el resultando, siendo tan verídico, tiene el poderío y la originalidad de una completa invención literaria. De quien está cerca Miguel Delibes en El camino, en Las ratas, en Diario de un cazador, en La mortaja, es de Juan Rulfo y de su aspereza alucinada. Pero aunque su Castilla puede ser tan severa y violenta como la Jalisco de Rulfo, también hay en ella, en el modo en que un personaje huele la resina de un pinar en el viento un poco antes del amanecer o ve ascender misteriosamente un búho sobre las ramas de un olivo, una sugestión de paraíso que no se pierde nunca del todo. Y los paisajes campesinos de Delibes no están fuera del tiempo ni al margen de la explotación de unos hombres por otros, ni a salvo de la destrucción que provocan con la misma eficacia la negligencia y la codicia. Quizás no hay tarea más difícil para un novelista que la de mirar el mundo integralmente con los ojos de un personaje y la de dejar a un lado su propia voz y transmutar su escritura en una voz del todo ajena a él mismo. En la novela contemporánea española no hay miradas o voces más verdaderas que las de las criaturas inventadas de Miguel Delibes: un niño asustado por la cercanía de la edad adulta, una criada pobre, un bedel de instituto aficionado a la caza, un retrasado mental, un hombre viejo que va viendo aproximarse el final tedioso de la vida, una esposa provinciana comida por el rencor. En Los santos inocentes, el relato, el habla, el punto de vista, el interior de la conciencia, se funden y se transforman en un solo flujo narrativo, entrecortado de ritmos de poema en prosa.

En el silencio de la biblioteca oigo mi propia voz murmurando unas líneas de Miguel Delibes que se convierten, tan lejos, en una oración funeraria.

* Este articulo apareció en la edición impresa en El País, del Sábado, 20 de marzo de 2010

 

Esta es mi tierra Valladolid y Castilla de Miguel Delibes


ESTADÍSTICAS
clocks for websitecontadores web

Multiforo.eu es una web personal con fines no lucrativos
Editado por
Víctor Arrogante
contacto: varrogante arroba multiforo punto eu
Navegador Chrome