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El desinterés de Gabriela Mistral por adoptar fórmulas vanguardistas en sus
poemas se explica porque para ella la sensibilidad, la lengua poética y el
repertorio de temas tenían que estar enraizados en lo propio para ser
auténticos; la sujeción incondicional a normas estéticas foráneas era
símbolo de inautenticidad. Conforme pasan los años se acentúa su
escepticismo con respecto a los logros estéticos vanguardistas, sobre todo
el artepurismo de la imagen. Aceptando, pues, la singularidad e
independencia estéticas de Gabriela Mistral no es imposible rastrear en ella
algunas huellas vanguardistas. Cedomil Goic ha reconocido los rasgos
distintivos de la poesía nueva en una serie de poemas publicados entre 1919
y 1922. En particular, identifica algunos rasgos del creacionismo de
Huidobro en el poema «Cima» de Desolación (1922). Pero no es el
único. Hay toda una sección en Desolación denominada «Naturaleza»,
dedicada a los paisajes de la Patagonia, donde se encuentran momentos
poéticos, imágenes y situaciones que pueden relacionarse con la primera
vanguardia hispánica, con el creacionismo y el ultraísmo. En particular, la
táctica tan común en Huidobro y en Borges de trasladar al paisaje y a los
objetos las emociones subjetivas, una de cuyas concreciones retóricas es la
hipálage. Dice la segunda estrofa de Desolación: «El viento hace a mi
casa su ronda de sollozos / y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi
grito. /Y en la llanura blanca, de horizonte infinito, miro morir inmensos
ocasos dolorosos». Y la séptima: «Miro el llano extasiado y recojo su
duelo, / que vine para ver los paisajes mortales. / La nieve es el semblante
que asoma a mis cristales: / ¡siempre será su albura bajando de los
cielos!». En «La montaña de noche» un paisaje expresionista poblado de
criaturas fantasmagóricas representa los temores nocturnos del hablante
poético. En «La lluvia lenta»: «El cielo es como un inmenso corazón que se
abre, amargo. / No llueve: es un sangrar lento / y largo». Las coincidencias
no van más allá. Gabriela Mistral es en
Desolación una poeta interior y subjetiva que tiñe los elementos de la
Naturaleza con sus propias pasiones y así lo recomienda el mandamiento
octavo de su «Decálogo del Artista»: «Darás tu obra como se da un hijo:
restando sangre de tu corazón». Sin embargo, en el «Voto» que cierra
Desolación pide perdón por haber buscado alivio a su dolor en la
poesía y anuncia un giro en su poética: «Yo cantaré desde ellas las palabras
de la esperanza, sin volver a mirar mi corazón: cantaré como lo quiso un
misericordioso, para “consolar” a los hombres». Este voto se verá cumplido
en la temática más objetiva y externa de Tala (1938), considerado por
muchos la obra cumbre de la autora. |
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No es Desolación el único libro de Gabriela Mistral que se ha
asociado con el vanguardismo. Según Jaime Concha, esta primera obra todavía
conserva un anclaje posmodernista, pero Tala (1938) pertenece con
pleno derecho al movimiento de los años veinte. Aunque el crítico puntualiza
y rectifica esta afirmación: «Tala pertenece a una vanguardia
endógena, casi indígena habría que decir, en el sentido de ser autóctona»
(1987: 99-100). Más acertada nos parece la valoración de Cedomil Goic, para
quien la obra «está de lleno dentro de las formas de la poesía contemporánea
con rasgos absolutamente inconfundibles (...) una poesía cuya lengua poética
se mueve cerca de la invención, de la contradicción y la imagen alejada,
fuerte o visionaria» (1992: 30). El libro se publicó en beneficio de «los
niños españoles dispersados a los cuatro vientos» en los años de la guerra
civil española. Consta de once secciones entre las que destaca la primera,
con los poemas motivados por la muerte de su madre, que, según confesó la
autora, era su única amarra con Chile. En «Materias» funde su yo con la
sustancia de las cosas más elementales: el pan, la sal, el agua y el aire.
Pero nada tienen que ver estos poemas con las Odas nerudianas,
precisamente por la presencia de la subjetividad del hablante. Con los
himnos americanos, en cambio, Gabriela Mistral quiso incorporar el tono
épico mayor al tema indigenista y telúrico, más acorde con los tiempos, y
adoptó una voz colectiva, aunque, a veces, surge entre los versos la primera
persona del hablante poético. Entre ellos se encuentran el «Sol del
trópico», en honor de las grandes civilizaciones indígenas; «Cordillera»,
dedicada al paisaje andino y a las culturas y pueblos albergados en él, y
«El maíz» (un canto al maíz del Anáhuac); himnos donde se funden
indiscriminadamente los viejos mitos americanos con los europeos. Esta veta
telúrica culmina con el canto a los accidentes geográficos del territorio
chileno. En Tala cambia la musicalidad de los versos con respecto a
los primeros libros, y está más a tono con una búsqueda poética basada en el
retorno a los orígenes, a la unión sagrada del hombre con la tierra: aumenta
la rima asonante y se libera de formas literarias del gusto modernista que
todavía prevalecían en aquellos; despreocupándose de ciertos criterios
retóricos, conserva a veces rimas internas que surgen de forma espontánea y
recurre a expresiones arcaicas recuperadas del habla rural que aprendiera en
su infancia. Gabriela Mistral comparte aquí la voluntad americanista y el
interés por las civilizaciones precolombinas con otros grandes nombres del
siglo veinte, entre los que figuran Pablo Neruda y Miguel Ángel Asturias.
Cierran el libro los «Recados», poemas que hacen las veces de cartas
dirigidas por distintos motivos a amigos de diversos países que había
visitado, amigos que en su imaginación quedaban asociados al paisaje del
lugar. Intencionalmente los coloca «en los suburbios del libro» por el tono
coloquial tan ajeno a otros poemas del libro. Sin embargo, la autora
reconoce en ellos una parte muy íntima de su decir poético, el «dejo rural»
que la acompañaría a lo largo de su vida. |
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Para concluir con los aspectos vanguardistas de la poética mistraliana cabe
hacer una breve referencia a la importancia de la canción popular en su
poesía. A partir de 1927, coincidiendo con el tercer centenario de la muerte
de Góngora, se produjo una celebración del barroco y de la poesía popular
que cristalizó en dos nuevas corrientes vanguardistas: el neobarroco y el
popularismo. Esta vertiente, con matices variados en Hispanoamérica según
los países, presenta perspectivas distintas en Gabriela Mistral. En
Ternura se manifiesta sobre todo a través de las canciones de aliento
popular, principalmente las «Canciones de cuna» o meceduras orales,
como las llamaba la autora, y las «Rondas», rastreadas en la poesía popular
española, en la provenzal y en la italiana del medioevo, que ella
transformaría con empeño criollo. En Tala discurre a través de un
criollismo paisajístico y de valorización de las viejas culturas indígenas.
Por último, el uso preferente de los versos de arte menor, característico de
la poesía popular castellana y actualizado por posmodernistas y
vanguardistas, se impone en Desolación y Lagar.
Bibliografía citada
Concha, Jaime: 1987. Gabriela
Mistral,
Madrid: Júcar (Colección Los poetas, 68).
Figueroa , Virgilio: 1933. La
Divina Gabriela, Santiago: Imp. El Esfuerzo.
Goic, Cedomil: 1992. Los mitos
degradados. Ensayos de comprensión de la literatura hispanoamericana,
Amsterdam-Atlanta, GA: Rodopi.
Mistral, Gabriela: 1976. Poesías
completas. Edición definitiva, autorizada, preparada por Margaret Bates.
Con introducción de Esther de Cáceres. Madrid: Aguilar (cuarta edición,
segunda reimpresión).
Carmen de Mora es
catedrática de Literatura Hispanoamericana, Universidad de Sevilla
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mi
selección: obras escogidas |
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La mujer fuerte
Me
acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que en mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un abril ardiente.
Alzaba en la taberna, honda la copa impura
el que te apegó un hijo al pecho de azucena,
y bajo ese recuerdo, que te era quemadura,
caía la simiente de tu mano, serena.
Segar te vi en enero los trigos de tu hijo,
y sin comprender tuve en ti los ojos fijos,
agrandados al par de maravilla y llanto.
Y el lodo de tus pies todavía besara,
porque entre cien mundanas no he encontrado tu cara
¡y aun te sigo en los surcos la sombra con mi canto!
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La sombra inquieta
Flor, flor de la raza mía, Sombra Inquieta,
¡qué dulce y terrible tu ëvocación!
El perfil de éxtasis, llama la silueta,
las sienes de nardo, l'habla de canción;
cabellera
luenga de cálido manto,
pupilas de ruego, pecho vibrador;
ojos hondos para albergar más llanto;
pecho fino donde taladrar mejor.
Por suave,
por alta, por bella ¡precita!
fatal siete veces; fatal ipobrecita!
por la honda mirada y el hondo pensar.
¡Ay! quien
te condene, vea tu belleza,
mire el mundo amargo, mida tu tristeza,
¡y en rubor cubierto rompa a sollozar!
II
¡Cuánto río
y fuente de cuenca colmada,
cuánta generosa y fresca merced
de aguas, para nuestra boca socarrada!
¡Y el alma, la huérfana, muriendo de sed!
Jadeante de
sed, loca de infinito,
muerta de amargura, la tuya, en clamor,
dijo su ansia inmensa por plegaria y grito:
¡Agar desde el vasto yermo abrasador!
Y para
abrevarse largo, largo, largo,
Cristo dio a tu cuerpo silencio y letargo,
y lo apegó a su ancho caño saciador...
El que en
maldecir tu duda se apure,
que puesta la mano sobre el pecho jure:
-"Mi fe no conoce zozobra, Señor".
III
Y ahora que
su planta no quiebra la grama
de nuestros senderos, y en el caminar
notamos que falta, tremolante llama,
su forma, pintando de luz el solar,
cuantos la
quisimos abajo, apeguemos
la boca a la tierra, y a su corazón,
vaso de cenizas dulces, musitemos
esta formidable interrogación:
¿Hay arriba
tanta leche azul de lunas,
tanta luz gloriosa de blondos estíos,
tanta insigne y honda virtud de ablución
que limpien,
que laven, que albeen las brunas
manos que sangraron con garfios y en ríos
¡oh, Muerta! la carne de tu corazón?
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Nocturno de la
consumación
A Waldo Frank.
Te
olvidaste del rostro que hiciste
en un valle a una oscura mujer;
olvidaste entre todas tus formas
mi alzadura
de lento ciprés;
cabras vivas, vicuñas doradas
te cubrieron la triste y la fiel.
Te han
tapado mi cara rendida
las criaturas que te hacen tropel;
te han borrado mis hombros las dunas
y mi frente algarrobo y maitén.
Cuantas cosas gloriosas hiciste
te han cubierto a la pobre mujer.
Como Tú
me pusiste en la boca
la canción por la sola merced:
como Tú me enseñaste este modo
de estirarte mi esponja con hiel,
yo me pongo a cantar tus olvidos,
por hincarte mi grito otra vez.
Yo te digo que me has olvidado
-pan de tierra de la insipidez-
leño triste que sobra en tus haces,
pez sombrío que afrenta la red.
Yo te digo con otro (1) que
"hay tiempo
de sembrar como de recoger".
No te
cobro la inmensa promesa
de tu cielo en niveles de mies;
no te digo apetito de Arcángeles
ni Potencias que me hagan arder;
no te busco los prados de música
donde a tristes llevaste a pacer.
Hace
tanto que masco tinieblas,
que la dicha no sé reaprender;
tanto tiempo que piso las lavas
que olvidaron vellones los pies;
tantos años que muerdo el desierto
que mi patria se llama la Sed.
La
oración de colinas divinas*
se ha raído en la gran aridez,
y ahora tengo en la mano una nueva,
la más seca, ofrecida a mi Rey.
Dame Tú
el acabar de la encina
en fogón que no deje la hez;
dame Tú el acabar del celaje
que su sol hizo y quiso perder;
dame el fin de la pobre medusa
que en la arena consuma su bien.
He
aprendido un amor que es terrible
y que corta mi gozo a cercén:
he ganado el amor de la nada,
apetito del nunca volver,
voluntad de quedar con la tierra
mano a mano y mudez con mudez,
despojada de mi propio Padre,
rebanada de Jerusalem.
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EL AIRE
A José Mª Quiroga Plá.
En el llano y la llanada
de salvia y menta salvaje,
encuentro como esperándome
el Aire.
Giran redondo, en un niño
desnudo y voltijeante,
y me toma y arrebata
por su madre.
Mis costados coge enteros,
por cosa de su donaire,
y mis ropas entregadas
por casales...
Silba en áspid de las ramas
o empina los matorrales;
o me para los alientos
como un Ángel.
Pasa y repasa en helechos
y pechugas inefables,
que son gaviotas y aletas
de Aire.
Lo tomo en una brazada;
cazo y pesco, palpitante,
ciega de plumas y anguilas
del Aire...
A lo que hiero no hiero
o lo tomo sin lograrlo,
aventando y cazando
en burlas de Aire...
Cuando camino de vuelta,
por encinas y pinares,
todavía me persigue
el Aire.
Entro en mi casa de piedra
con los cabellos jadeantes,
ebrios, ajenos y duros
del Aire.
En la almohada, revueltos,
no saben apaciguarse,
y es cosa, para dormirme,
de atarles..
Hasta que él allá se cansa
como un albatros gigante,
o una vela que rasgaron
parte a parte.
Al amanecer, me duermo
-cuando mis cabellos caen-
como la madre del hijo,
rota del Aire...
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Recado a la
"Residencia de Pedralves", en Cataluña
La casa blanca de cien puertas
brilla como ascua a mediodía.
Me la topé como a la Gracia,
me saltó al cuello como niña.
La
patria no me preguntaron,
la cara no me la sabían.
Me señalaron con la mano
lecho tendido, mesa tendida,
y la fiebre me conocieron
en la cabeza de ceniza.
La palma
entra por las ventanas,
el pinar viene de las colinas,
el mar llega de todas partes,
regalándole Epifanía.
La
tierra es fuerte como Ulises,
el mar es fiel como Nausica.
Me miran
blando las que miran;
blando hablan, recto caminan.
No pesa el techo a mis espaldas,
no cae el muro a las rodillas.
El umbral fresco como el agua
y cada sala como madrina;
la hora quieta, el muro fiel,
la loza blanca, la cama pía.
Y en silla dulce descansando
las Noemíes y las Marías.
De
Cataluña es la aceituna
y el frenesí del malvasía;
de Mallorca son las naranjas;
de las Provenzas, el habla fina.
Unas manos que no se ven
traen el pan de gruesa miga
y esto pasa donde se acaba
Francia y es Francia todavía...
Los días
son fieles y francos
y más prieta la noche fija.
Por los patios corre, en espejos
y en regatos, la mocería.
El silencio después se raya
de unos ángeles sin mejillas,
y en el lecho la medianoche,
como un guijarro, mi cuerpo afila.
Hacía
años que no paraba,
y hacía más que no dormía.
Casas en valles y en mesetas
no se llamaron casas mías.
El sueño era como las fábulas,
la posada como el Escita;
mi sosiego la presa de agua
y mis gozos
la dura mina.
Pulpa de
sombra de la casa
tome mi máscara en carne viva.
La pasión mía me recuerden,
la espalda mía me la sigan.
Pene en los largos corredores
un caminar de cierva herida,
y la oración, que es la Verónica,
tenga mi faz cuando la digan.
¡Volteo
el ámbito que dejo,
miento el techo que me tenía,
marco escalera, beso puerta
y doy la cara a mi agonía!
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Caída de Europa
Ven, hermano, ven esta noche
a rezar con tu hermana que no tiene
hijo ni madre ni casta presente.
Es amargo rezar oyendo el eco
que un aire van y un muro devuelven.
Ven, hermano o hermana, por los claros
del maizal antes que caiga el día
demente y ciego, sin saber que pena
la que nunca penó y acribillada
de fuegos y ahogada de humareda
arde la Vieja Madre que nos tuvo
dentro de su olivar y de su viña.
Solamente la Gea americana
vive su noche con olor de trébol,
tomillo v mejorana y escuchando
el rumor de castores y de martas
y la carrera azul de la chinchilla.
Tengo vergüenza de mi "Ave" rendida
que apenas si revuela por mis hombros
o sube y cae en gaviota alcanzada,
mientras la Madre en aflicción espera,
mirando fija un cielo de azabache
que juega a rebanarle la esperanza
y grita "No eres" a la Vieja Noche.
Somos los hijos que a su madre nombran,
sin saber a estas horas si es la misma
y con el mismo nombre nos responde,
o si mechados de metal y fuego
arden sus miembros llamados Sicilia,
Flandes, la Normandía y la Campania.
Para la compunción y la plegaria
bastan dos palmos de hierbas y de aire.
Hogaza, vino y fruta no acarreen
hasta en el día de leticia y danza
y locos brazos que columpien ramos.
En esta noche, ni mesa punteada
de falerno feliz ni de amapolas;
tampoco el sollozar; tampoco el sueño.
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La Humillada
Un pobre amor humillado
arde en la casa que miro.
En el espacio del mundo,
lleno de duros prodigios,
existe y pena este amor,
como ninguno ofendido.
Se cansa cuanto camina,
cuanto alienta, cuanto es vivo,
y no se rinde ese fuego,
de clavos altos y fijos.
Junto con los otros sueños,
el sueño suyo Dios hizo
y ella no quiere dormir
de aquel sueño recibido.
La Pobre llama demente
violento arde y no cansino,
sin tener el viento Oeste
sin alcanzar el marino,
y arde quieta, arde parada
aunque sea torbellino.
Mejor que caiga su casa
para que ella haga camino
y que marche hasta rodar
en el pastal o en los trigos.
Ella su casa la da
como se entrega un carrizo;
da su canción dolorida,
da su mesa y sus vestidos.
Pero ella no da su pecho
ni el brazo al fuego extendido,
ni la oración que le nace
como un hijo, con vagido,
ni el árbol de azufre y sangre
cada noche más crecido,
que ya la alcanza y la lame
tomándola para él mismo!
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Despedida
Ya me voy porque me llama
un silbo que es de mi Dueño,
llama con una inefable
punzada de rayo recto:
dulce-agudo es el llamado
que al partir le conocemos.
Yo bajé para salvar
a mi niño atacameño
y por andarme la Gea
que me crió contra el pecho
y acordarme, volteándola,
su trinidad de elementos.
Sentí el aire, palpé el agua
y la Tierra. Y ya regreso.
El ciervo y el viento van
a llevarte como arrieros,
como flechas apuntadas,
rápido, íntegro, ileso,
indiecito de Atacama,
más sabe que el blanco ciego,
y hasta dormido te llevan
tus pies de quechua andariego,
el Espíritu del aire,
el del metal, el del viento,
la Tierra Mama, el pedrisco,
el duende de los viñedos,
la viuda de las cañadas
y la amistad de los muertos.
Te ayudé a saltar las zanjas
y a esquivar hondones hueros.
Ya me llama el que es mi Dueño...
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La palabra maldita
Después de la carnicería del año 14, la
palabra "paz" saltaba de las bocas con un gozo casi eufórico: se había ido
del aire el olor más nauseabundo que se conozca: el de la sangre, sea ella
de vacunos, sea de insecto pisoteado o sea llamada "noble sangre del
hombre".
La humanidad es una gran
amnésica y ya olvidó eso, aunque los muertos cubran hectáreas en el sobrehaz
de la desgraciada Europa, la que ha dado casi todo y va en camino, si no de
renegar, de comprometer cuanto dio.
No se trabaja y crea sino
en la paz; es una verdad de Perogrullo, pero que se desvanece apenas la
tierra pardea de uniformes e hiede a químicas infernales.
Cuatro cartas llegaron este
mes diciendo casi lo mismo:
La primera: -"Gabriela, me
ha hecho mucho daño un sólo artículo, uno sólo, que escribí sobre la paz.
Cobré en momentos cara sospechosa de agente de sueldo, de hombre alquilado".
Le contesto:
-Yo me conozco ya, amigo
mío, eso de la "echada". Yo también la he sufrido después de veinte años de
escribir en un diario, y de haber escrito allí por mantener la "cuerdecilla
de la voz" que nos une con la tierra en que nacimos y que es el segundo
cordón umbilical que nos ata a la Madre. Lo que hacen es crear mudos y por
allí desesperados. Una empresa subterránea de sofocación trabaja día a día.
Y no sólo el periodista honrado debe comerse su lengua delatora o consejera;
también el que hace libros ha de tirarlos en un rincón como un objeto
vergonzoso si es que el libro no es de mera entretención para los que se
aburren, si él enfrenta a la carnicería fabulosa del Noreste.
Otra carta más: -"Ahora hay
un tema maldito, señora, es el de la paz. Puede escribirse sobre cualquier
asunto vergonzoso: defender el agio, los toros, la "fiesta brava" que nos
exportó la Madre España, y el mercado electoral doblado por la miseria. Pero
no se debe escribir sobre la paz: la palabra es corta pero fulmina o tira de
bruces, y hay que apartarse del tema vedado como del corto-circuito
eléctrico..."
Y otra carta aún dice: -"No
tengo ganas de escribir nada. La paz del mundo era "la niña" de mis ojos.
Ahora es la guerra el único suelo que nos consienten abonar. Ella es,
además, el "santo y seña" del patriotismo. Pero no se apure usted; lo único
que quiere el llamado "pueblo bruto" es que los dejen trabajar en paz la
mujer y los hijos. Tienen ojos y ven, los pobres. Sólo que de nada les sirve
el ojo claro que les está naciendo y hay que oirlos cuando los radios buscan
calentar su sangre para llevarlos hacia el matadero fenomenal".
Y esta última carta:
"Desgraciados los que todavía quieren hablar y escribir de eso. Cuídense del
mote cualquier día cae encima de ustedes. Es un mote que si no mata estropea
la reputación de llenador de cuartillas y a lo menos marca a fuego. A su
amigo ya lo miran con ojo bizco, como diría usted.
La palabra "paz" es vocablo
maldito. Usted se acordará de aquello de "Mi paz os dejo, mi paz os doy'.
Pero no está de moda Jesucristo, ya no
se lleva. Usted puede llorar. Usted es mujer. Yo no lloro: tengo una
vergüenza que me quema la cara. Hemos tenido una "Sociedad de las Naciones"
y después unas "Naciones Unidas" para acabar en esta quiebra del hombre.
¿Querrán esos,
cerrándonos diarios y revistas, que hablemos como sonámbulos en los rincones
y en las esquinas? Yo suelo sorprenderme diciendo como un desvariado el dato
con seis cifras de los muertos".
(Ninguno de mis cuatro
corresponsales es comunista)
Yo tengo poco que agregar a
esto. Mandarlo en un "Recado", eso sí. Está muy bien dicho todo lo anterior;
se trata de hombres cultos de clase media y estas palabras que no llevan al
sesgo de las opiniones acomodaticias o ladinas, estas palabras que arden,
son las que comienzan a volar sobre nuestra América. "¡Basta! -decimos-
¡basta de carnicería!.
Lúcidos están muchos en el
Uruguay fiel, en el Chile realista, en la Costa Rica donde mucho se lee. El
"error' se va volviendo el "horror".
Hay palabras que,
sofocadas, hablan más, precisamente por el sofoco y el exilio y la de "Paz"
está saltando hasta de las gentes sordas o distraídas. Porque, al fin y al
cabo, los cristianos extraviados de todas las ramas, desde la católica hasta
la cuáquera, tienen que acordarse de pronto, como los desvariados, de que la
palabra más insistente en los Evangelios es ella precisamente, este vocablo
tachado en los periódicos, este vocablo metido en un rincón, este monosílabo
que nos está vedado como si fuera una palabrota obscena. Es la palabra por
excelencia y la que, repetida hace presencia en las Escrituras sacras como
una obsesión.
Hay que seguir voceándola
día a día, para que algo del encargo divino flote aunque sea como un pobre
corcho sobre la paganía reinante.
Tengan ustedes coraje,
amigos míos. El pacifismo no es la jalea dulzona que algunos creen; el
coraje lo pone en nosotros una convicción impetuosa que no puede quedársenos
estática. Digámosla cada día en donde estemos, por donde vayamos, hasta que
tome cuerpo y cree una "militancia de paz" la cual llene el aire denso y
sucio y vaya purificándolo.
Sigan ustedes nombrándola
contra viento y marea, aunque se queden unos tres años sin amigos. El
repudio es duro, la soledad suele producir algo así como el zumbido de oídos
que se siente en bajando a las grutas ... o a las catacumbas. No importa,
amigos: ¡hay que seguir!
Veracruz, México. Noviembre
de 1950.
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Una definición
El hombre Europeo
Paul Valéry, el Pontífice mayor del
momento ha definido así, más o menos, al europeo, -dice, después de analizar
las diversas influencias que permiten llamar así a un hombre- es el ser
capaz de desarrollar el máximun de actividad, el máximun de conciencia, el
máximun de esfuerzo, el máximun de pensamiento, el máximun de trabajo, el
máximun de riqueza, el máximun de creación...
El marca especialmente la
diferenciación con el esfuerzo asiático. Un poco más, y él nos encaminaría a
esta otra definición: La lasitud asiática y el trabajo irregular del
semiasiático americano, revelan de cultura o semibarbarie.
Primero, rechazamos la
fórmula Pereza-Barbarie; poco a poco la vamos aceptando. Y buscamos
documentación.
Revisamos gremios.
Escritores. Incuestionablemente el escritor europeo quintuplica, cuando
menos, el esfuerzo nuestro. Tiene el sentido de su oficio. Nos lleva la
ventaja de que, regularmente, no se ocupa sino de lo suyo. La literatura en
Europa es profesión, mientras que en la América española es... un golpe de
pasión o la Pausa noble (para usar un título de Alfonso Reyes) que se pone
entre otras ocupaciones forzadas y que no se aman.
Aquí el
escritor-funcionario público es escaso: Paul Claudel, Embajador de Francia,
no ha hecho sistema. ¿Un mal, el profesionalismo literario? ¿Un bien?
Algunos creemos que es bien. En cualquier orden la dispersión de fuerzas
constituye daño.
Pero aparte de la
necesidad, acicateando al hombre de letras que debe vivir de ellas, hay en
la fecundidad artística de Europa, una mayor capacidad para la labor física.
El europeo, este hombre que en la América creemos viejo, harto más usado en
su carne y en su mente que nosotros, individuo menos espléndido en sentido
fisiológico, aparece en su trabajo, sin embargo, más fresco y más fuerte.
Antes de hablar de nuestra juventud americana habría que averiguar si
nuestro ascendiente, el indio, no era carne tres veces más gastada que este
que llamamos, por ejemplo, el senil cuerpo francés.
Nosotros, románticos
todavía a pesar de nuestro desdén del romanticismo, románticos por
excelencia, creemos, sin decirlo, en la Musa, y aunque ya no hablamos como
Heredia, de la inspiración que cae como el rayo o como las lenguas de fuego
de la Pentecostés ("Dadme la lira, etc."), vacilamos en afirmar que el
trabajo artístico pueda ser, ejercicio cotidiano, como el curtir el cuero o
el acepillar madera en las buenas artesanías vulgares. Y para el europeo es
eso.
Para prueba de que
fecundidad no es fatalmente la inferioridad y de que, al revés, la
laboriosidad es excelencia, consideremos el hecho de que los mejores entre
nosotros. son fecundos. Lugones trabaja a la vez en sus cuatro o cinco
canteras mentales: poesía, historia, periodismo, cuento; es un artesano en
grande, un artesano que se asemeja, por el trabajo grave-gozoso, a los
Maestros Cantores. Y lo es como él Vasconcelos, que viaja anotando y
escribiendo, que en dos años se nos ha vuelto un periodista formidable, por
lo sólido y lo fácil, que nadie sospechaba en el pensador lento de los
"Estudios Indostánicos". Y están dentro de la misma norma muchos otros, como
Capdevila, el argentino; como Torres Bodet, el mexicano; como Eduardo
Barrios y Prado, los chilenos. Ejemplos netos para los que nos hemos quedado
bajo la otra norma que es la de Guillermo Valencia, del libro único.
Anoto para asombro de los
nuestros algunos casos de disciplina europea, de esa que, según Valéry, es
testimonio de superioridad blanca.
Tomás Hardy, el novelista
inglés, tiene 95 años y hace libros todavía.
Chesterton, que se le
aproxima en vejez gaya, ha publicado hace tres años su última obra
religiosa.
Barbusse dice: "Yo trabajo
todo el tiempo. Ensayo sacar de mí todo el rendimiento posible". Y es hombre
físicamente pobre, que vive en el Mediodía de Francia, porque esta fea
tierra del norte no da fuerzas ayudadoras. Hace frecuentes conferencias
sociales en las capitales vecinas, hace periodismo cotidiano y escribe
novelas a la vez.
¡Y José Delteil! Este tiene
unos ocho libros hirvientes y anuncia diez más... Con razón ha dicho en una
entrevista: "Para mí lo esencial en un escritor es escribir. Tengo el horror
del literato que no escribe. Nunca se admirará lo bastante a un Dostoiewski
o a un Hardy".
Lucien Romier, el
historiador, dice: "Yo escribo de ocho a diez con una absoluta regularidad,
y creo que hacerse la resolución de escribir diariamente es asegurarse el
éxito en el trabajo de esta índole". Habla de sus libros de historia. Queda
fuera de ese tiempo su periodismo ilustre.
Henry Béraud da este dato,
verdaderamente fabuloso: "Tengo una disciplina muy severa. Me acuesto todas
las noches a las ocho. A las tres me levanto y trabajo hasta las diez.
Después vienen mis demás ocupaciones". Hay que pensar que no es un horario
de verano, y que esas tres de la mañana corresponden al París con seis meses
de invierno, y señalan a un hombre... heroico!
Desde la generación de
Bourget (éste, en plena vejez, acaba de publicar una novela) hasta la de
Cocteau, es la misma devoción larga y honrada, más que de escritor, de
orfebre italiano, hacia el oficio suave y agudo de escribir, hacia el
trabajo sobrenatural y natural de manejar la frase.
París, noviembre, 1926.
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Pensamiento pedagógico
Para las que enseñamos:
1. Todo para la escuela;
muy poco para nosotras mismas.
2. Enseñar siempre: en el
patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el
gesto y la palabra.
3. Vivir las teorías
hermosas. Vivir la bondad, la actividad y la honradez profesional.
4. Amenizar la enseñanza
con la hermosa palabra, con la anécdota oportuna, y la relación de cada
conocimiento con la vida.
5. Hacer innecesaria la
vigilancia de la jefe. En aquella a quien no se vigila, se confía.
6. Hacerse necesaria,
volverse indispensable: esa es la manera de conseguir la estabilidad en un
empleo.
7. Empecemos, las que
enseñemos, por no acudir a los medios espurios para ascender. La carta de
recomendación, oficial o no oficial, casi siempre es la muleta para el que
no camina bien.
8. Si no realizamos la
igualdad y la cultura dentro de la escuela, ¿dónde podrán exigirse estas
cosas?
9. La maestra que no lee
tiene que ser mala maestra: ha rebajado su profesión al mecanismo de oficio,
al no renovarse espiritualmente.
10. Cada repetición de la
orden de un jefe, por bondadosa que sea, es la amonestación y la constancia
de una falta.
11. Más puede enseñar un
analfabeto que un ser sin honradez, sin equidad.
12. Hay que merecer el
empleo cada día. No bastan los aciertos ni la actividad ocasionales.
13. Todos los vicios y la
mezquindad de un pueblo son vicios de sus maestros.
14. No hay más
aristocracia, dentro de un personal, que la aristocracia de la cultura, o
sea de los capaces.
15. Para corregir no hay
que temer. El peor maestro es el maestro con miedo.
16. Todo puede decirse;
pero hay que dar con la forma. La más acre reprimenda puede hacerse sin
deprimir ni envenenar un alma.
17. La enseñanza de los
niños es tal vez la forma más alta de buscar a Dios; pero es también la más
terrible en el sentido de tremenda responsabilidad.
18. Lo grotesco proporciona
una alegría innoble. Hay que evitarlo en los niños.
19. Hay que eliminar de las
fiestas escolares todo lo chabacano.
20. Es una vergüenza que
hayan penetrado en la escuela el couplet 1 y
la danza grotesca.
21. La nobleza de la
enseñanza comienza en la clase atenta y comprende el canto exaltador en
sentido espiritual, la danza antigua -gracia y decoro-, la charla sin
crueldad y el traje simple y correcto.
22. Tan peligroso es que la
maestra superficial charle con la alumna, como es hermoso que esté a su lado
siempre la maestra que tiene algo que enseñar fuera de clase.
23. Las parábolas de Jesús
son el eterno modelo de enseñanza: usar la imagen, ser sencilla y dar bajo
apariencia simple el pensamiento más hondo.
24. Es un vacío intolerable
el de la instrucción que antes de dar conocimientos, no enseña métodos para
estudiar.
25. Como todo no es posible
retenerlo, hay que hacer que la alumna seleccione y sepa distinguir entre la
médula de un trozo y el detalle útil pero no indispensable.
26. Como los niños no son
mercancías, es vergonzoso regatear el tiempo en la escuela. Nos mandan
instruir por horas, y educar siempre. Luego, pertenecemos a la escuela en
todo momento que ella nos necesite.
27. El amor a las niñas
enseña más caminos a la que enseña que la pedagogía.
28. Estudiamos sin amor y
aplicamos sin amor las máximas y aforismos de Pestalozzi y Froebel, esas
almas tan tiernas, y por eso no alcanzamos lo que alcanzaron ellos.
29. No es nocivo comentar
la vida con las alumnas, cuando el comentario critica sin emponzoñar, alaba
sin pasión y tiene intención edificadora.
30. La vanidad es el peor
vicio de una maestra, porque la que se cree perfecta se ha cerrado, en
verdad todos los caminos hacia la perfección.
31. Nada es más difícil que
medir en una clase hasta dónde llegan la amenidad y la alegría y dónde
comienza la charlatanería y el desorden.
32. En el progreso o el
desprestigio de un colegio todos tenemos parte.
33. ¿Cuántas almas ha
envenenado o ha dejado confusas o empequeñecidas para siempre una maestra
durante su vida?
34. Los dedos del modelador
deben ser a la vez firmes, suaves y amorosos.
35. Todo esfuerzo que no es
sostenido se pierde.
36. La maestra que no
respeta su mismo horario y lo altera sólo para su comodidad personal, enseña
con eso el desorden y la falta de seriedad.
37. La escuela no puede
tolerar las modas sin decencia.
38. El deber más elemental
de la mujer que enseña es el decoro en su vestido. Tan vergonzosa como la
falta de aseo es la falta de seriedad en su exterior.
39. No hay sobre el mundo
nada tan bello como la conquista de almas.
40. Existen dulzuras que no
son sino debilidades.
41. El buen sembrador
siembra cantando.
42. Toda lección es
susceptible de belleza.
43. Es preciso no
considerar la escuela como casa de una,
sino de todas.
44. Hay derecho a la
crítica, pero después de haber hecho con éxito lo que se critica.
45. Todo mérito se salva.
La humanidad no está hecha de ciegos y ninguna injusticia persiste.
46. Nada más triste que el
que la alumna compruebe que su clase equivale a su texto.
Revista de Educación, Año II, Nº 1.
Santiago, marzo de 1923
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