Chantal Maillard
Universidad de Málaga
Resumir
una obra es dar por concluida una vida. Algo
de mortuorio tiene, por tanto, esta actividad
que, aún pretendiendo todo lo contrario,
contribuye no obstante a confirmar la ausencia
definitiva de alguien. Dos docenas de
volúmenes firmados con el mismo nombre,
familiar y sonoro, se apilan en mi mesa de
trabajo, volúmenes en los que he buceado, sin
miedo, durante años, cuando ella, la persona,
aún viva, podía dar y daba testimonio de sus
escritos. El estar vivo del autor le da a la
obra cierto aura de ambigüedad, cierto tono de
posibilidad, cierta esperanza de renovación
también, o de contradicción incluso, que hace
que no sea demasiado peligroso aventurarse en
su escritura: a los vivos se les puede
interpretar sin temor a la venganza de su
sombra porque la palabra de los vivos es una
llama voluble que toma los matices del aire
que la soporta. La palabra de un muerto, en
cambio, aún siendo palabra viva, ella sí,
cargada de resonancia, arde en sí misma y
domina con su ardor los páramos que la
circundan limitándola y expandiéndola al par.
Conjuro, pues, a las sombras y pido clemencia:
andar en alma ajena no puede hacerse
impunemente.
* * *
María Zambrano nace en Vélez-Málaga en 1904.
Se traslada a Madrid a los cuatro años y de
allí a Segovia donde reside hasta 1924. En
Madrid cursa estudios de Filosofía,
asistiendo, durante los años 1924-27, a las
clases de Ortega y Gasset, de García Morente,
de Julián Besteiro y de Zubiri, integrándose
en los movimientos estudiantiles y
colaborando, a partir de 1928 en distintos
periódicos. Vive muy de cerca los
acontecimientos políticos de aquellos años, de
cuya vivencia será fruto un primer libro:
Horizonte del liberalismo, aparecido en
1930. En 1932 firmó el manifiesto fundacional
del movimiento denominado Frente Español,
inspirado en gran medida por Ortega,
movimiento que ella misma disolvió, "por ser
leal a Ortega", como escribió ella misma, al
ver que ciertas tendencias cercanas a José
Antonio Primo de Rivera iban a tergiversar la
naturaleza del programa que se habían trazado.
Había sido nombrada, desde el año 31,
profesora auxiliar de metafìsica en la
Universidad Central. En el 32 sustituyó a
Xavier Zubiri y comenzó a colaborar en la
Revista de Occidente, luego en Cruz y Raya y
en la revista Hora de España, desde su primer
número, aparecido en 1936. En aquellos años
que precedieron su exilio, conoció y entabló
amistad con Bergamín, con Luis Cernuda, Jorge
Guillén, Rafael Dieste, Emilio Prados y
también a Miguel Hernández. Se casa en
septiembre del 36 con Alfonso Rodríguez Aldave,
recién nombrado secretario de Embajada de
España en Santiago de Chile, con quien
emprende un primer viaje a La Habana, de donde
vuelven al año siguiente, él para incorporarse
a filas, ella para colaborar con la República
Perdida
la causa, María Zambrano sale de España el 28
de enero de 1939. Deja atrás todo lo suyo,
incluida una caja con los apuntes de las
clases de Ortega y de Zubiri que había
preparado para llevarse. Fue, escribió, un
acto de renuncia que le permitió recuperar,
desde el fondo de la memoria, de manera
necesaria, el contenido que tanto le había
marcado. París, e inmediatamente México, luego
de nuevo La Habana, son los primeros hitos del
exilio. En Morelia es nombrada profesora en la
Universidad San Nicolás de Hidalgo. Conoce y
entabla amistad con Octavio Paz y León Felipe.
También en ese año publica Pensamiento y
Poesía en la vida española, y
Filosofía y Poesía, a lo que seguirá una
intensa actividad literaria. En 1942 es
nombrada profesora de la Universidad de Río
Piedras, en Puerto Rico. Progresivamente, se
va dibujando en ella la necesidad de atender a
eso que empieza a denominar "razón poética",
una razón que diera cuenta de la recepción
vital de los acontecimientos y se elaborara
por la palabra, una razón siempre "naciente".
En 1946,
viaja a Paris, donde encuentra a su hermana
Araceli, torturada por los nazis, al borde de
la locura. Se quedará con ella hasta la muerte
de ésta. En París entabla amistad con Albert
Camus y con René Char. En 1948 se separa de su
marido y vuelve a La Habana ahora acompañada
de Araceli, donde habrán de quedarse hasta
1953, fecha en la que viajan a Roma. Por aquel
entonces escribirá algunas de sus obras más
importante: El hombre y lo divino,
Los sueños y el tiempo, Persona y
democracia, entre otros. En 1964 abandona
Roma (detalle curioso: es expulsada de Italia
por la denuncia de un vecino fascista; causa:
los muchos gatos que tenía en su apartamento.
A veces los detalles son esas ineludibles
circunstancias que provocan un giro en la
existencia. Los gatos le acompañaron en su
salida de aquel país hacia Suiza.) Siempre
acompañada de su hermana, se instala en el
Jura francés. Araceli muere en 1972 y María
sigue en su retiro de La Pièce, con algún
intervalo en Roma. Escribe Claros del
bosque y empieza De la aurora.
El giro hacia la mística se ha efectuado.
Mientras
tanto, en España poco a poco se empieza a
conocer a la escritora. En 1981 se le otorga
el Premio Príncipe de Asturias. Desde Ginebra,
donde se había instalado en 1980, regresaría
por fin a Madrid en el 1984, después de
cuarenta y cinco años de exilio. En 1988 le
fue concedido el premio Cervantes de
Literatura. Falleció en la capital española el
6 de febrero de 1991.
Las formas necesarias
Hay
formas de pensamiento que resultan, si no
históricamente necesarias, al menos
profundamente significativas dentro de una
cultura. Y al decir "formas" quiero decir
"estilo", modo de hacer, pues si bien es
cierto que las ideas constituyen un motor para
la evolución de una sociedad, no son las ideas
las que propician los saltos históricos, sino
esas "formas actuantes", esto es, los modos de
ver, el estilo con que el hombre se enfrenta a
una realidad que puede ser estructurada y
comprendida de múltiples maneras.
El
pensar, pues, más que el pensamiento, de María
Zambrano aporta algo, una forma particular de
integrar los elementos de la realidad, esa
realidad que ante todo se nos presenta como
constitutiva del ser humano que somos. Una
forma que le debe su peculiaridad a esta
hibridez de la expresión en la que el carácter
puramente filosófico de la exposición se
ensancha con la musicalidad y el ritmo propios
de la imaginación "poética": hacedora,
creadora. En su escritura, en efecto, la
palabra se encarna en la imagen y la razón
fertiliza en el símbolo para así lograr la
finalidad anhelada: engendrar en los ínferos y
dar a luz en la conciencia para elevarse a los
lugares de creación donde ser, plenamente, sea
posible. Empresa, por lo tanto, femenina entre
todas, puesto que se trata de dar a luz un
cuerpo, cuerpo teórico: cuerpo especular, pues
la
theoría era esto en su origen: ver,
asistir al espectáculo- y asistirle en su
crecimiento hacia niveles más altos de ser
hasta la consecución de su plenitud. Alimentar
a ese cuerpo en principio ciego, indefenso,
desde su opacidad hasta la transparencia,
educarlo: conducirlo, este oficio de la visión
es el de la maternidad, pues no solamente le
compete a la madre el dar a luz sino también
el seguir guiando hacia la luz. Y si el
acunar, la inducción al sueño, es función de
madre, también lo es el acto de despertar, de
levantar al cuerpo de su sueño y devolverlo al
humano transitar que es lucha por ser
sobreviviendo, viviendo sobre sí mismo, de pie
sobre su propio ser. Y la conducción hacia la
luz, la alimentación de ese cuerpo en su vida,
no podrá realizarse en la aridez de la razón
patriarcal que aún encauzando y enderezando,
pues tal es la función que se le atribuye, no
basta para que hasta ese cuerpo llegue la
savia que le hará crecer. La razón patriarcal,
como estricto procedimiento conceptual,
necesita de un medio maleable que evite que el
cuerpo, a su entrada, se vuelva rígido y
quebradizo; el juicio debe crecer sobre el
agua, como los lotos, pues cuando crece sobre
roca permanece por siempre ciego, como en su
nacimiento, y el cuerpo teórico se vuelve
entonces, peligrosamente, cuerpo normativo.
La
razón-poética, ese estilo zambraniano a la vez
operado y propuesto expresamente por ella como
camino de realización personal, era necesario,
y lo es aún, en una época en que la rigidez
del racionalismo torna quebradizo el espíritu
y oculta las dimensiones enigmáticas de la
vida bajo falsas consideraciones que se
constituyen en márgenes de seguridad y que
impermeabilizan la razón.
Las influencias
Discípula entusiasta, aunque algo herética, de
Ortega y Gasset, y también de Zubiri y de
García Morente en los años 1924-1927, puede
decirse que María Zambrano acrisola la
tradición filosófica occidental recibida por
boca de estos maestros del pensamiento y la
palabra. Zambrano, filosóficamente hablando,
es hija de su época, y en absoluto ajena a las
inclinaciones del momento: la filosofía
existencial, fenomenológica y vitalista sobre
todo, aunque sus preferencias fuesen
marcadamente hacia los griegos, hacia Plotino
y hacia Spinoza, cuyo pensamiento a la vez
ético y metafísico se hallaba más acorde con
su propia forma de sentir. Pero no sólo a los
filósofos debe la consecución de su particular
forma de pensar, sino también a autores que
pertenecen al ámbito de la psicología, de la
mística, y de la antropología de la religión.
En
cuanto a lo primero, es deudora, sobre todo,
del psicoanálisis jungiano. Le debe a Jung no
pocas consideraciones que intervienen en su
fenomenología de los sueños y la arquitectura
de la persona. Sin embargo, tales
consideraciones no habrían cumplido su
cometido de no haber sido tamizadas por el
universo mítico de ciertas tradiciones que
iban dirigidas a una espiritualización del
individuo, a una comprensión más radical de la
realidad propia y universal, a una
trascendencia en fin, para decirlo en una
palabra. Y si bien la lectura de los grandes
místicos occidentales, sobre todo de los
españoles (Juan de la Cruz y Miguel de Molinos
más que otros) le ofrecieron símbolos que
respondían al universo que ella pretendía
expresar, fue no obstante por otra vía por la
que el campo de lo simbólico se le ofreció sin
reservas como telar para lo que se proponía.
Esta vía le fue proporcionada por exegetas de
la llamada "Tradición Unánime" o "Filosofía
Perenne", como M. Eliade, H.Corbin, Massignon
o R. Guénon (a pesar de la antipatía de éste
hacia Jung)(1), autores cuya labor de síntesis
es inapreciable para todo aquel que se dedique
al estudio del sentimiento religioso como
fenómeno básico de lo humano.
¿Podría
considerarse a Zambrano como una autora
"tradicional"? Y si así fuese ¿en qué medida?
Para responder a esto, pienso que sería
menester tener en cuenta dos cosas. La
primera: las características definitorias de
la denominada "filosofía perenne", que podrían
resumirse en lo siguiente, de acuerdo con
Huxley (2): se trata de un tipo de pensamiento
-y de un proceso- a la vez metafísico,
psicológico y ético; metafísico por su
reconocimiento de una "realidad divina" en las
cosas; psicológico, por su descubrimiento de
una "realidad divina" en el alma humana; y
ética porque se dirige al conocimiento del
fundamento de todo ser. Conocimiento y ser se
dan al unísono como consecuencia de la acción,
una acción dirigida al propio cumplimiento.
Lo
segundo a tener en cuenta es que esta
"realidad divina" requiere, para ser
aprehendida, de un método. Sólo mediante un
método es posible despertar el poder latente
en el fondo de la naturaleza humana y, en su
caso, expresarlo. La sabiduría "tradicional",
en efecto, se enseña de dos maneras: una es la
vía del saber teórico y otra es la práctica.
No suele darse lo uno sin lo otro, puesto que
lo que se pretende es lograr la transformación
interior, experiencial del sujeto. Según las
tradiciones, se hará más hincapié en lo
teórico o en lo práctico, pero ninguna de
ellas prescindirá de cualquiera de estas dos
vertientes.
Considerar a Zambrano como autora
"tradicional" debe hacerse con mucha
precaución. No hay constancia de que ella
siguiese algún tipo de práctica especial,
aunque sí la hay de que se consideraba
profundamente -entiéndase: en su sentido
original- cristiana. No cabe duda de que
hubiese estado plenamente de acuerdo con los
principios teóricos de la filosofía
tradicional, tal como los hemos expuesto,
siempre y cuando esa "realidad divina" fuese
entendida como "principio que hace ser en
unidad". Pero, a diferencia de los autores de
la "Tradición", Zambrano, excepto en sus
textos más poéticos, siguió fiel a la razón
indagadora, y dubitativa incluso, de la
filosofía occidental heredada de los griegos.
Ella siguió un camino aprendido sólo en parte,
y cuya práctica consistía en el propio caminar
con la conciencia despierta, atenta al sonido
de sus pasos.
No todos
los caminos tienen por qué recorrerse sobre
huellas consagradas; muy al contrario. Como
ella bien dijo, hay caminos que son sendas que
se abren en el bosque y que se vuelven a
cerrar apenas hemos pasado. Estas sendas casi
siempre llevan a ninguna parte, se pierden en
el bosque. Pero, a veces, desembocan en algún
claro; entonces, ahí, la persona puede ser
testigo del juego de la luz en el ámbito
de la visibilidad. Ver, y luego describir la
visión. Ser testigo. La filosofía toda ella
¿acaso es otra cosa que la historia de un
testimonio?
María
Zambrano anduvo un camino personal; no puede
decirse que ella lo inaugurara, pero sí que lo
quiso convertir en método y proponerlo como
tal, quiso describirlo mientras lo recorría.
Ese camino es el de la razón-poética, su
forma: la metáfora, su posibilidad: la
disposición del espíritu, su materia prima:
los símbolos. Y en esto último sí que se mueve
Zambrano en terreno tradicional.
Los
autores señalados, incluido Jung, dirían que
si los símbolos nos abren alguna perspectiva
es porque ellos conforman, a modo de
arquetipos, una parte ancestral de nuestro ser
y que, más que descubrirlos, los reconocemos,
como por
anámnesis reconoceríamos las Ideas según
Platón, sólo que como Imágenes, no como
conceptos. Su utilización no sería
coincidencia nunca, sino recuperación;
volveríamos a trazar una y otra vez, en
diferentes épocas, mapas marcados con los
mismos nombres y las mismas figuras, y al
andar con el mapa en la mano se nos
presentarían los mismos obstáculos, y
obtendríamos los mismos resultados que
aquellos que otros ya habían relatado. Y no es
que exista de por sí esta geografía "mágica" o
"sagrada" independiente de nosotros -algunos
así lo creen- sino que son, digamos, señales
del trabajo de la imaginación creadora. Una
Imagen es un instrumento de conocimiento
personal, un instrumento de trabajo interior,
por ello es un error, demasiado frecuente por
cierto, convertirla en "verdad" o darle un
cuerpo concreto. Una Imagen debe quedar
disponible siempre para su descubrimiento.
Henri
Corbin, en su
Historia de la filosofía islámica,
señala la importancia del relato simbólico
para la realización espiritual, y la
diferencia entre símbolo y alegoría, siendo
producto esta última de la degradación de lo
imaginativo en imaginario (ficticio). El valor
de síntesis de la imaginación ha sido
resaltado por muchos y muy diferentes autores
y escuelas, desde el sufismo de Ibn Arabi o la
filosofía de la luz de Sohravardî (3), las
escuelas tántricas del budismo tibetano o las
técnicas de visualización del Yoga, hasta,
pongamos por caso, el pensamiento crítico
kantiano, la fenomenología de autores como
Dufrenne y Merleau-Ponty, o la filosofía del
ensueño de Bachelard. Ya se utilice como guía
en la evolución mística o como instrumento de
conocimiento personal, la imaginación activa
se presenta como mundo intermedio entre lo
sensible y lo inteligible, capaz, según Ibn
Arabi (4), Dufrenne (Fenomenología de la
experiencia estética, II) o Merleau-Ponty
(Lo visible y lo invisible) de
espiritualizar el cuerpo y corporeizar el
espíritu.
Este
valor de síntesis de la imaginación corre a la
par con su valor noético. Al configurar sus
propios símbolos, dice Corbin, el autor de
este tipo de escritura le da sentido a "los
acontecimientos de su alma" y redescubre
entonces, en otro plano, el drama de su
historia personal. Y no otra cosa es lo que
pretende hacer María Zambrano. Su relación con
la "filosofía perenne" sería, por tanto,
doble: y por un lado su pronunciada simpatía
por pensadores órficos y neoplatónicos, cuyo
pensamiento ha sido aceptado como la base
filosófica de la tradición cuando ésta se
occidentalizó y, por otro lado, la utilización
metafórica de muchos de los grandes símbolos
tradicionales.
Claros
del bosque
y De la aurora son el mejor ejemplo que
pueda aportarse a este respecto. Cualquiera de
sus páginas presenta una delicada exégesis,
apenas pretendida, fluida y bellísimamente
realizada, de alguno de estos símbolos: el
centro y el corazón, la fuente, el verbo, la
palabra perdida, el despertar, el velo, la
aurora, la caverna y el laberinto, y sobre
todo el ser, cuya afirmación como centro sutil
de la persona, distanciaría a la alumna de su
maestro Ortega. En efecto, el ser, para
Ortega, no era ninguna realidad sino una
invención con la que el hombre pretendía
adueñarse de la realidad que como tal se le
impone. La realidad es anterior al ser y
anterior a cualquier concepto que se tenga de
ella. El concepto de "ser" surgió, según
Ortega, cuando los griegos dejaron de creer en
los dioses. Zambrano, en cambio, le devuelve a
la noción de ser su carácter esencial y
oculto, su disposición mistérica, no sin
concederle sin embargo al maestro Ortega la
aplicación a ese ser del reto histórico de lo
humano: el ser es centro germinal, pero ha de
hacerse proyectándose en la acción:
existiendo.
No sería
correcto darle mayor importancia a las
influencias exteriores que recibió Zambrano
con mucha posterioridad a su formación
inicial. Ortega no solamente le imprimió a su
espíritu el sello de autenticidad del
verdadero filósofo en el discurso, sino
también dotó su pensamiento de un horizonte y
un paisaje, de un contenido. No son pocas las
nociones y los temas que ella, habiéndolos
asimilado, reproduce, al parecer sin darse
cuenta. La "razón vital" indudablemente
subyace en su "razón poética", la cual se
presenta como método de escritura y de
pensamiento a partir de los presupuestos
orteguianos de la crítica al racionalismo, la
incorporación al pensar de la vida como
realidad que se impone, y del perspectivismo.
Cuando Zambrano insiste en la reforma del
entendimiento (5), prácticamente reproduce el
modelo propuesto por Ortega.
La razón
vital de Ortega quiso superar, aunándolos, el
racionalismo y el vitalismo. A partir de la
evidencia de que el hombre no podía
considerarse independiente de sus
circunstancias y de que la vida era en sí la
única realidad radical, la razón habría de
dejar de construir en el aire. Todo
conocimiento parte de la vida, y la razón es
parte de ella, es razón viviente, por cuanto
que vivir, para el hombre, implica en acto de
dotar de sentido su existencia. La razón,
pues, no podía ser un constructo abstracto
sino un modo de ser del hombre en su vida: en
su historia.
Estos
presupuestos, asumidos por Zambrano, fueron
condición de posibilidad de otro tipo de
"razón" cuya puesta en práctica elimina en
gran medida la contradicción interna que aún
persiste, pese a todo, en el discurso
orteguiano. Y es que Ortega, para defender su
raciovitalismo, utilizaba, formalmente, el
mismo discurso racional que de sus
predecesores. No supo, o no quiso hallar en la
forma el elemento de ruptura que hubiese
marcado definitivamente el giro que elaboraba
su pensamiento. Y es muy probable que aquel no
fuese su cometido.
No era
necesario inventar un lenguaje nuevo: el
cambio podía realizarse simplemente
procediendo a una fluidificación del mismo. La
dinamicidad de la vida, su multiplicidad,
podía reflejarse mediante un discurso que, no
dejando de ser racional, incluso a menudo
rigurosamente racional, se adueñara de los
elementos propios de la poética; el ensamblaje
metafórico, la actitud creadora, hacedora de
universos por el descubrimiento de nuevas
relaciones a partir de mundos imaginarios
superpuestos. La razón-poética es así una
manera de poner en práctica la razón vital,
discurso no necesario, discurso abierto,
descubridor de ese andar haciéndose de la
persona con su tiempo. Tal vez pueda decirse
que, en este sentido, Zambrano fuera
precursora de este "pensamiento débil" con que
algunos autores han definido la racionalidad
posmoderna.
La
cuestión y su método
No creo
que se equivocara quien, pretendiendo trazar
las directrices de la obra zambraniana, la
enfocara bajo dos grandes cuestiones: la
creación de la persona y la razón-poética. La
primera de ellas presentaría, digamos, el
estado de la cuestión: el ser del hombre como
problema fundamental para el hombre. Y se
constituye como problema para el hombre lo que
el hombre sea, porque se presenta su ser en
principio como anhelo, nostalgia, esperanza, y
tragedia. Si la satisfacción fuera su lote,
ciertamente no se propondría su propio ser
como problema.
El tema
de la razón-poética, por otra parte, sin
haberse expuesto especial y sistemáticamente
en ninguna de sus obras, subyace no obstante
en todas ellas hasta el punto de constituir
uno de los núcleos fundamentales de su
pensamiento. La razón-poética se construye
como el método adecuado para la consecución
del fin propuesto: la creación de la persona.
Ambos
temas abordados con amplitud, aglutinan como
adyacentes todas las demás cuestiones
tratadas. Así, la creación de la persona se
relaciona estrechamente con el tema de lo
divino, con el de la historia y con la
fenomenología de los sueños, y la
razón-poética con la relación entre filosofía
y poesía o con la insuficiencia del
racionalismo.
La
fenomenología de lo divino
En su
prólogo a la edición de 1973 de El hombre y
lo divino, Zambrano comentaba que "el
hombre y lo divino" podría muy bien ser el
título que le conviniese mejor a la totalidad
de su producción. Y en efecto, la relación del
hombre con "lo divino", con la raíz oscura de
lo "sagrado" fuera y dentro de sí, de ese
"ser" que ha de darse a luz, a la visión, es
una constante en toda su obra. Fenomenología
de lo divino, fenomenología de la persona o
fenomenología del sueño, siempre se trata de
una indagación que apunta a la desvelación de
"lo que aparece", el "phainómenon" que en su
aparecer constituye lo que el ser humano es.
Búsqueda esencial, por tanto, búsqueda de la
esencia sagrada, inasible, de lo humano que
sin embargo se muestra de múltiples maneras,
bajo aspectos que hemos denominado "los
dioses", "el tiempo" o "la historia", por
ejemplo.
Desde el
albor de la historia, cuando el hombre se veía
inmerso en un universo sagrado, hasta el
momento de la conciencia en que la historia es
asumida con responsabilidad por el individuo
en trance de convertirse en persona, ha tenido
lugar un largo proceso durante el cual ese
individuo ha ido ordenando la realidad,
nombrándola, al par que asumía el reto de la
pregunta en los momentos trágicos, los
momentos en que los dioses ya no eran la
respuesta adecuada. Este largo proceso es
descrito por Zambrano como el paso de una
actitud poética a la actitud filosófica. La
poesía, piensa Zambrano, es respuesta, la
filosofía, en cambio, es pregunta. La pregunta
proviene del caos, del vacío, de la
desesperanza incluso, cuando la respuesta
anterior, si la había, ya no satisface. La
respuesta viene a ordenar el caos, hace al
mundo transitable, amable incluso, más seguro.
Tratar
con la realidad poéticamente, piensa Zambrano,
es hacerlo en forma de delirio, y "en el
principio era el delirio" (6), y esto
quiere decir, explica, que el hombre se sentía
mirado sin ver. La realidad se presenta
completamente oculta en sí misma, y el hombre
que tiene la capacidad de mirar a su alrededor
aunque no a sí mismo-, supone que, como él,
aquello que le rodea también sabe mirar, y le
mira a él. La realidad está entonces "llena de
dioses", es sagrada, y puede poseerle. Detrás
de lo numinoso hay algo o alguien que puede
poseerle. El temor y la esperanza son los dos
estados propios del delirio, consecuencia de
la persecución y de la gracia de ese "algo" o
"alguien" que mira sin ser visto.
Los
dioses míticos se presentan como respuesta
inicial; la aparición de estos dioses es una
primera configuración ordenada de la realidad.
Nombrar a los dioses significa salir del
estado trágico donde estaba sumido el
indigente porque al nombrarles se les puede
invocar, ganar su gracia y apaciguar el miedo.
Los
dioses, pues, son revelados por la poesía,
pero la poesía es insuficiente y llega un
momento en que la multiplicidad de los dioses
despierta en los griegos el anhelo de unidad.
El "ser" como identidad aparecía en Grecia
como la primera pregunta que, no siendo aún
del todo filosofía, arrancaba al hombre de su
estado inicial porque señalaba la aparición de
la conciencia. La primera pregunta es la
pregunta ontológica: ¿qué son las cosas?
Nacida, según Ortega (7), del vacío de ser de
los dioses griegos, esta pregunta daría
nacimiento a la filosofía como saber trágico.
Toda pregunta esencial es, para Zambrano, un
acto trágico porque proviene siempre de un
estado de indigencia. Se pregunta porque no se
sabe, porque algo se ignora, porque algo
falta; la ignorancia es la falta de algo: de
conocimiento o de ser. Estos actos trágicos se
repiten cíclicamente, porque también es
cíclica la destrucción de los universos
míticos. Los dioses aparecen por una acción
"sagrada", pero también hay un proceso sagrado
de destrucción de lo divino. La muerte de los
dioses restaura el universo sagrado del
principio, y también el miedo. Cada vez que un
dios muere sucede, para el hombre, un momento
de trágico vacío.
Durante
el tiempo que media entre el advenimiento de
los primeros dioses y el asentamiento del dios
cristiano, había sucedido, al par que una
interiorización de lo divino, el
descubrimiento de la individualidad. El
nacimiento de la filosofía había dado lugar al
descubrimiento de la conciencia, y con ella, a
la soledad del individuo. Lo divino había
tomado el aspecto de la extrema extrapolación
de los principios racionales. Por ello, el
dios al que mató Nietzsche era el dios de la
filosofía, aquel creado por la razón.
Nietzsche decidió, según Zambrano, volver al
origen, hurgar en la naturaleza humana en
busca de las condiciones de lo divino. Con
Nietzsche se fraguó la libertad ¾ trágica
según Zambrano, exultante según el propio
Nietszche¾ y con ella la recuperación, en lo
divino, de todo aquello que, definido por la
filosofía, había quedado oculto. De esta
manera, Nietzsche destruyó los límites que el
hombre había establecido para el hombre;
recuperó todas sus dimensiones, y por supuesto
"los ínferos", los infiernos del alma: sus
pasiones. Y en los infiernos: la oscuridad, la
nada, lo opuesto al ser y la angustia. La nada
ascendió entonces desde los infiernos del
cuerpo y penetró por vez primera en la
conciencia ocupando allí los lugares del ser.
No
obstante la nada, amenazante para el ser
cuando éste pretende consagrarse, es también
posibilidad, pues cuando una ausencia se hace
notar ¾ y esto nos recuerda a Sartre¾ se
padece: la nada padecida como ausencia es nada
de algo, por lo que también es posibilidad de
algo. La nada de ser apunta al ser como a su
contrario. Pero ¿a qué tipo de "ser"? El de
los griegos se había transformado de
ontológico en teístico-racional, y éste se
había anegado en los abismos existenciales. No
era pues recuperable aquel concepto. Pero sí
lo era el "origen". Y al "ser" como "origen, a
esa nada del comienzo, a ese lugar sin espacio
y sin tiempo donde "nada se diferenciaba", a
lo sagrado puro, es a lo que Zambrano
pretendió volver ¾ o llegar. Eso sagrado, no
es sino la pura posibilidad de ser. A partir
de esa "nada" el hombre habría de tomar sobre
sí la responsabilidad de crear su ser, un ser
no ya conceptual sino histórico; crearse a sí
mismo a partir de la nada, bajo su propia
responsabilidad apenas nacida, con la libertad
que el surgimiento y la aceptación de la
conciencia le proporciona. A partir de aquí
puede iniciarse el largo proceso de la
creación de la persona.
La
historia.
Paralelamente al proceso de lo divino, tiene
lugar otro proceso de similares
características: el proceso histórico. Y
también en la historia, casi al modo
hegeliano, tendría lugar el paso más
importante: el paso por la conciencia. La
primera forma de estar en la historia, dirá
Zambrano, es padeciéndola. El hombre se
encuentra en la realidad padeciéndola, de la
misma manera que padecía en el estado de
delirio, la persecución de los dioses. Y tomar
conciencia: dudar, poner en cuestión, es un
paso trágico; no es fácil, para aquel que
apenas empieza a tomar conciencia, pasar de un
estado en el que otros, u otra cosa (los
dioses, o el destino) le movían, a tener que
mover él, tomando sobre sí la responsabilidad
de su historia.
Tengamos
en cuenta que Zambrano no sólo vive los
acontecimientos de una época muy determinante
en el proceso histórico-político de Europa,
sino que también asiste al inicio de la
cultura del espectáculo, una cultura en la que
puede decirse muy literalmente que se
asiste a los acontecimientos, que tomar
conciencia es "asistir", en ambos sentidos:
como prestar apoyo, pero sobre todo como
presencia espectadora. Pues, en efecto, en
aquella época, los medios de información
permitían que los acontecimientos lejanos
fueran conocidos, y de ello no deja Zambrano
de admirarse. De esta asistencia espectadora
nace, según ella, el sentimiento de
convivencia: saber que todo vivir tiene su
repercusión en el vivir ajeno, que la vida
forma parte de un sistema (8). Y toda
convivencia se establece en el tiempo, que es
el medio de la vida, el "medio ambiente", el
que a la vez que separa, comunica. Cada forma
de convivencia se establecerá en un tiempo
distinto, con lo que cada ser humano vivirá en
múltiples tiempos sociales: ritmos distintos,
pausas: articulaciones de la sucesividad
pasado-presente-futuro. La historia existe y
se hace porque el tiempo tiene esa extraña
forma de pasar dejando huella y proyectándonos
a un por-venir. El ritmo en que estos momentos
se engarzan, la manera de prolongarse el
tiempo en el presente, de man-tenerse: de
tenerse durando el pasado en el presente, y de
pre-tenerse el futuro en el presente, esa idea
con la que Husserl planteaba el problema del
conocimiento de lo real, el problema de la
conciencia intencional, esta idea es la que
utiliza Zambrano, sobre todo, para definir la
historia y la vida humana. El tiempo de la
conciencia husserliano viene a ser tiempo
histórico por la sencilla razón de que, para
Zambrano, la conciencia humana es, como para
Heidegger, fundamentalmente histórica.
La toma
de conciencia y de responsabilidad del hombre
en la sociedad ha de pasar ciertos dinteles:
debe de ser traspasado, en principio, la
condición sacrificial de la sociedad, aquella
en la que se requiere víctimas como resultado
del endiosamiento de algunos. Debe ser
traspasada la contextura dramática de la
historia, pues la historia es drama cuando el
argumento presenta unos personajes que actúan
sin saber. "la contextura trágica de la
historia habida hasta ahora proviene", afirma,
" de que en toda sociedad, familia incluida
(...) haya siempre como ley que sólo en
ciertos niveles humanos no rige, un ídolo y
una víctima" (9). El ídolo es aquel que exige
adoración o la recibe simplemente; el ídolo es
"una imagen desviada de lo divino, una
usurpación" (10). El dintel que ha de ser
traspasado en esos momentos, según Zambrano
[tengamos en cuenta que Persona y
democracia se publica por vez primera en
el año 1958] es ese límite en que la tragedia
-es decir, el caminar a ciegas, sin saber,
movidos como víctimas, ya no puede mantenerse.
Es el momento en que el personaje que
representamos en la historia ha de ser
trascendido para dar paso a la persona.
Esta
toma de conciencia supone, igualmente, que
todo absolutismo debe ser trascendido para dar
paso a la democracia, y con el absolutismo,
debe ser trascendido igualmente ese
instrumento del poder que es el racionalismo.
La lucha
de Zambrano contra el racionalismo tiene lugar
en varios niveles, pues esta exacerbación de
la razón no solamente supone la imposición de
pautas, a nivel privado, para la comprensión
de la realidad tanto exterior como interior, y
la imposición de pautas, también a nivel
privado, para el buen hacer de acuerdo a
principios, sino también a nivel público, más
peligrosamente, la imposición de reglas
establecidas y justificadas por principios
superiores incuestionables.
El
racionalismo, dice Zambrano (11), es expresión
de la voluntad de ser. No pretende descubrir
la estructura de la realidad sino que asienta
el poder desde una presuposición: la realidad
ha de ser transparente a la razón, ha de ser
una e inteligible. Por ello las religiones de
dios único pueden ser fácilmente instrumento
del absolutismo, pues sus principios son
principios del racionalismo.
El
racionalismo, consecuentemente, como todo
absolutismo, de alguna manera mata a la
historia, la detiene, porque realiza la
abstracción del tiempo. Situado entre verdades
definitivas, el hombre deja de sentir el paso
del tiempo y su constante destrucción, deja de
sentir el tiempo como oposición, como
resistencia, deja de saberse en lucha perpetua
contra el tiempo, contra la nada que adviene a
su paso. Si toda historia es construcción,
arquitectura, el sueño de la razón, del
absolutismo y de las religiones monoteístas es
construir por encima del tiempo. La
conciencia, en esa atemporalidad artificial de
lo eterno verdadero, no puede despertar, ya
que la conciencia surge al par que la voluntad
personal y esta se crece con la resistencia.
Despojado de tiempo, el individuo no siente
angustia, pero tampoco puede despertar de este
estado de sueño.
Tiempo y
libertad van unidos; "sólo sabiendo movernos
en el tiempo podemos ser efectivamente libres,
es decir, saber ejercer nuestra inexorable
libertad"(12). Pero aunque ciertamente no
podamos dejar de ser libres ¾ como lo había
demostrado Sartre¾ no es lo mismo, piensa
Zambrano, ser libres aún sin saberlo, que ser
libres sabiéndolo o, más aún, ser libres
sabiéndolo ser. El tiempo, por otra parte,
puesto que es el medio de la vida
humana, es condición de la libertad, por lo
que "sólo sabiéndolos conjugar la vida sería
verdaderamente humana" (13).
El
problema fundamental que preocupa a Zambrano
está planteado aquí: se trata de "humanizar la
historia y aun la vida personal; lograr que la
razón se convierta en instrumento adecuado
para el conocimiento de la realidad, ante todo
de esa realidad inmediata que para el hombre
es él mismo" (14). Humanizar la historia:
asumir la propia libertad, y ello mediante el
despertar de la conciencia personal, la cual
tendrá que asumir el tiempo, y más aún: los
distintos tiempos de la persona. Por ello, el
conocimiento de una tal realidad, la humana,
requiere ante todo una concepción del tiempo,
e incluso más: una fenomenología del tiempo en
la vida humana(15), y esto es lo que trató
Zambrano de hacer, respondiendo ella misma a
su propuesta.
La
creación de la persona
(16)
Los
mismos parámetros con los que define Zambrano
la historia social, es aplicado por ella a la
historia personal, y no ha de extrañar, puesto
que la historia, la de todos, la hacen
individuos que proyectan a nivel social sus
temores, sus angustias, sus ansias, sus
abusos, su ignorancia, sus anhelos. Las
deformaciones sociales son la
institucionalización de las deformaciones
personales, y las constituciones, el precio
que paga cada cual por atenuar consensualmente
su propia angustia vital. Así pues, el
endiosamiento de unos, la enajenación de otros
(idolatría y sacrificio), la
instrumentalización de la razón y la
estructura temporal son pautas correctamente
aplicables a la Historia ¾ la de todos, la que
se construye en comunidad¾ y a esa otra
historia que es el argumento de cada ser
humano, padecida en la Historia y bajo ella.
a) El hombre como ser que padece su
trascendencia.
El
hombre no es solamente un ser histórico, aquel
cuyo tiempo sea el sucesivo, tiempo de la
conciencia aplicado a la realidad como
sucesión de acontecimientos. El hombre es ante
todo aquel ser destinado a trascender, a
trascenderse a sí mismo padeciendo esta
transcendencia(17), un ser, el hombre, en
perpetuo tránsito que no es solamente un pasar
sino un pasar más allá de sí: de aquellos
personajes que el sujeto va ensoñando con
respecto a sí mismo. Que el hombre sea un ser
trascendente significa que no ha acabado de
hacerse, que ha de irse creando a medida que
va viviendo. Y si el nacer es salir de un
sueño inicial(18), el vivir será ir saliendo
de otros sueños, sucesivos éstos, mediante
sucesivos despertares.
b) La fenomenología del tiempo.
La
estructura de la persona se elabora, como la
historia, sobre otra estructura: la temporal.
Pero aunque la historia se conforme de acuerdo
con múltiples tiempos, éstos se incluyen
siempre dentro del tiempo propiamente
histórico: el sucesivo; la multiplicidad
temporal significa tan sólo la multiplicidad
de ritmos, el "tempo" de las conexiones entre
el suceso, su memoria y su proyección. Los
tiempos del sujeto suponen algo más.
Esquemáticamente, pueden distinguirse.
a) el
tiempo sucesivo o tiempo de la conciencia
y de la libertad, medible en sus tres
dimensiones (pasado-presente-futuro);
b) el
tiempo de la psique o atemporalidad
inicial, tiempo de los sueños, donde el
pensamiento no tiene cabida, ni tampoco la
libertad. En esta atemporalidad el sujeto no
decide, no mueve sino que es movido por las
circunstancias;
c) el
tiempo de creación o estados de lucidez,
otro tipo de atemporalidad, pero a diferencia
de la anterior, creadora. El sujeto no se
encuentra
bajo el tiempo, como en la
atemporalidad de la psique, sino sobre
el tiempo. Esta atemporalidad puede dar origen
por un lado a los descubrimientos del arte o
del pensamiento, y por otro, al descubrimiento
personal o lo que Zambrano entiende por
"creación de la persona". Estos instantes de
lucidez en que el tiempo de la conciencia se
suspende son aquellos en los que se producen
los "despertares".
c) La forma sueño.
La
fenomenología de la forma sueño secunda el
estudio de los tiempos partiendo de la
consideración de que en la vida humana se dan
diversos grados de conciencia, y sobre todo,
diversas maneras de estar la conciencia
adormecida o subyugada. Vio María Zambrano la
necesidad de proceder a un examen de los
sueños no tanto en su contenido ¾ de esto ya
se había encargado el psicoanálisis y no
siempre con buena fortuna¾ como en su forma,
es decir, en el modo que tienen estos estados
de presentarse. Distinguió así entre dos
formas de sueño:
a) los
sueños de la psique, que corresponden a la
atemporalidad de la psique, y entre ellos
principalmente los sueños de orexis o
de deseo, y los sueños de obstáculo, y
b) los
sueños de la persona, también llamados
sueños de despertar o sueños de
finalidad, que son los que procuran a la
persona la visión necesaria para su
cumplimiento. Cuando surgen durante la
vigilia, son denominados
sueños reales, y han de ser descifrados a
modo de enigma.
d) la cuestión ética: la acción esencial.
Los
sueños de la persona exigen, por parte de
ella, una acción, y la única acción posible,
bajo el sueño, es despertar. La acción
es distinta por completo de la actividad
por cuanto que se trata de un hacer libre que
le corresponde a la persona mientras que la
actividad es el movimiento del personaje, ese
continuo activarse que también es propio de la
mente cuando actúa sin control. Se trata de la
misma distinción que Zambrano hace entre
transitar y trascender: el
movimiento del personaje es un tránsito; el de
la persona es trascendencia, un ir más allá de
sí creándose a sí misma. La acción de la
persona es siempre acción esencial: está
encaminada al cumplimiento de su
finalidad-destino, lo cual equivale a decir
que, en su acción, la persona se cumple como
tal.
La
acción proviene siempre de un sujeto, pero de
un sujeto que es, ante todo, voluntad, pues
hay otra parte del sujeto, el yo, al que se le
atribuye propiamente la conciencia. esta
diferencia es importante a la hora de entender
que la conciencia a menudo se opone a
cualquier tipo de despertar. El yo, sabiéndose
vulnerable, actúa a modo de soberano
implacable, defendiendo su reino ¾ el de la
razón, el de las leyes y los hábitos¾
erigiendo murallas que le aíslen del espacio
exterior extraconsciente. Al soberano Yo le
aterra la idea de ver tambalearse lo bien
establecido; teme más que nada saber que su
reino, establecido en un espacio y un tiempo
conocido y al que posee, es como un barco que
navega sobre el mar de la atemporalidad. Pero
Zambrano advierte: "si una tal vigilia se
cumpliera a la perfección, el sujeto soberano
pasaría su vida en estado de sueño."(19)
Afortunadamente no es así; el soberano es
vulnerable, y en las murallas pueden abrirse
brechas que dejen pasar algo de la
atemporalidad exterior, algo aún por
interpretar, algo con lo que volver a
construir la realidad, otra realidad, algo,
sobre todo, que modificará a la persona puesto
que cualquier acción comprensiva va cumpliendo
en ella su destino, que no es otro que, como
pensaba Heidegger, "ser comprensivamente".
El
método. La razón-poética.
Hemos
llegado al final, a un punto de partida. Pues
qué otra cosa es un método que un camino, una
vía por la que empezar a caminar. Lo curioso,
aquí, es que el descubrimiento de este camino
no es distinto de la propia acción que ha de
llevar al cumplimiento de quien la realiza. Lo
propio del hombre es abrir camino, dice
Zambrano (20), porque al hacerlo pone en
ejercicio su ser; el propio hombre es camino.
La
acción ética por excelencia es abrir camino, y
esto significa proporcionar un modo de
visibilidad, pues lo propiamente humano no es
tanto ver como dar a ver, establecer el marco
a través del cual la visión ¾ una cierta
visión¾ sea posible. Acción ética, pues, al
par que conocimiento, pues al trazar el marco
se abre un horizonte, y el horizonte, cuando
se despeja, procura un espacio para la
visibilidad.
Puede
decirse que el pensamiento de María Zambrano
sea una filosofía "oriental" en el sentido en
que utilizaban el término los místicos persas:
como un tipo de conocimiento que se origina al
oriente de la Inteligencia, allí donde el sol
o la luz se levanta. Una filosofía por tanto
que trata de la visión interior, una filosofía
de la luz de aurora. Y la luz inteligible es,
claramente en Zambrano, el albor de la
conciencia, que no siempre ha de ser la de la
razón, o no sólo, o no del todo, pues la razón
habrá de estar asistida por el corazón para
que esté presente la persona toda entera. La
visión depende, efectivamente de la presencia,
y quien ha de estar presente es el sujeto,
conciencia, voluntad unidos.
La
razón-poética, el método, se inicia como
conocimiento auroral: visión poética, atención
dispuesta a la recepción, a la visión
develadora. La atención, la vigilante atención
ya no rechaza lo que viene del espacio
exterior, sino que permanece abierta,
simplemente dispuesta. En estado naciente, la
razón-poética es aurora, develación de las
formas antes de la palabra.
Después,
la razón actuará revelando; la palabra se
aplicará en el trazo de los símbolos y más
allá, donde el símbolo pierde su consistencia
mundana manteniendo tan sólo su carácter de
vínculo. Entonces es cuando la razón-poética
se dará plenamente, como acción metafórica,
esencialmente creadora de realidades y ante
todo de la realidad primera: la de la propia
persona que actúa trascendiéndose, perdiéndose
a sí misma y ganando el ser en la devolución
de sus personajes.
Razón,
pues, pero razón sintética que no se
inmoviliza en análisis y deducciones
arborescentes; razón que adquiere su peso, su
medida y su justificación (su justicia: su
equilibrio) en su actividad, siguiendo el
ritmo del latir, la propia pulsión interior.
Este tipo de razón, a la que Zambrano no ha
dudado en llamar "método" no aspira a
establecer ningún sistema cerrado. Aspira ¾ y
es ésta una aspiración que proviene del alma o
aliento de vida¾ a abrir un lugar que se
ensanche como un claro en medio del bosque,
ese bosque en que consiste el espíritu-cuerpo
de aquel que se cumple en/con el método.
La
razón-poética, esencialmente metafórica, se
acerca sin apenas forzar el paso, al lugar
donde la visión no está in-formada aún por
conceptos o por juicios. Rítmicamente, la
acción metafórica traza una red comprensiva
que será el ámbito donde la razón construya
poéticamente. La realidad habrá de presentarse
entonces reticularmente, pues éste es el único
orden posible para una razón que pretende la
máxima amplitud y la mínima violencia.
Notas
1.
Guénon calificaba a Jung poco menos que de
"satánico". Habla de "peligrosa subversión"
con respecto al concepto junguiano de
inconsciente colectivo, y le reprocha haber
malinterpretado la Tradición rebajando lo
divino al nivel de lo humano. Jung no
pretendía otra cosa, desde mi punto de vista,
que creo compartir con Zambrano, que elevar al
hombre a su propio corazón.
2. Cf. A.Huxley; Filosofía perenne,
Barcelona, Edhasa, 1977.
3. H. Corbin; Histoire de la Philosophie
Islamique , Paris, Gallimard, 1986.
4. Ref. en H. Corbin, op. cit.
5. Cf. Ch. Maillard, La creación por la
metáfora, Anthropos, Barcelona, 1991, 155
y ss.
6. M.Zambrano; El hombre y lo divino,
México, Fondo de Cultura Económica,1973, 31.
7. id., 60.
8. M.Zambrano; Persona y democracia,
Barcelona, Anthropos, 1988, p. 17.
9. Ibid.,42.
10. Ibid.
11. Ibid., 87.
12. Ibid., 90.
13. Ibid.
14. Ibid.
15. Ibid.
16. Para las cuestiones relacionadas con este
tema , así como el de la razón-poética, ver
Ch.Maillard, op. cit.
17. M. Zambrano; El sueño creador,
Madrid, Turner,1986, 53.
18. Cf. M. Zambrano; El sueño creador,
op.cit.,43 y Los sueños y el tiempo ,
Madrid, Siruela, 1992
19. M. Zambrano, El sueño creador, op.
cit. ,44.
20. M. Zambrano, Persona y democracia,
op. cit., 31.
El
presente ensayo es parte de un trabajo que fue
publicado por la editorial Anthropos,
integrado en el V volumen de Breve
historia feminista de la literatura española.
(Myriam Díaz-Diocaretz, Iris M. Zavala, coords.
Introducción de Rosa Rossi), en el capítulo
denominado "Las mujeres en la filosofía
española", elaborado por Ch. Maillard.
Chantal Maillard
Universidad de Málaga
Junio de 1998
 |
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Retazos de su obra
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Antes de la
ocultación
Comencé a cantar entre dientes por
obedecer en la oscuridad absoluta que no
había hasta entonces conocido, la vieja
canción del agua todavía no nacida,
confundida con el gemido de la que nace;
el gemido de la madre que da a luz una y
otra vez para acabar de nacer ella misma,
entremezclado con el vagido de lo que
nace, la vida parturiente. Me sentí
acunada por este lloro que era también
canto tan de lejos y en mí, porque nunca
nada era mío del todo. ¿No tendría yo
dueño tampoco?
La música no tiene dueño, pues los
que van a ella no la poseen nunca. Han
sido por ella primero poseídos, después
iniciados. Yo no sabía que una persona
pudiera ser así, al modo de la música, que
posee porque penetra mientras se desprende
de su fuente, también en una herida. Se
abre la música sólo en algunos lugares
inesperadamente, cuando errante el alma
sola, se siente desfallecer sin dueño. En
esta soledad nadie aparece, nadie aparecía
cuando me asenté en mi soledad última; el
amado sin nombre siquiera. Alguien me
había enamorado allá en la noche, en una
noche sola, en una única noche hasta el
alba. Nunca más apareció. Ya nadie más
pudo encontrarme.
Zambrano, M.: Diotima
de Mantinea en Hacia
un saber sobre el alma, Madrid, Ed.
Alianza, 1989, p. 196
* * *
Claros del
bosque
No me respondes, hermana. He venido
ahora a buscarte. Ahora, no tardarás ya
mucho en salir de aquí. Porque aquí no
puedes quedarte. Esto no es tu casa, es
sólo la tumba donde te han arropado viva.
Y viva no puedes seguir aquí; vendrás ya
libre, mírame, mírame, a esta vida en la
que yo estoy. Y ahora sí, en una tierra
nunca vista por nadie, fundaremos la
ciudad de los hermanos, la ciudad nueva,
donde no habrá ni hijos ni padres. Y los
hermanos vendrán a reunirse con nosotros.
Nos olvidaremos allí de esta tierra donde
siempre hay alguien que manda desde antes,
sin saber. Allí acabaremos de nacer, nos
dejarán nacer del todo. Yo siempre supe de
esa tierra. No la soñé, estuve en ella,
moraba en ella contigo, cuando se creía
ése que yo estaba pensando.
En
ella no hay sacrificio, y el amor,
hermano, no está cercado por la muerte.
Allí
el amor no hay que hacerlo, porque se vive
en él. No hay más que amor.
Nadie
nace allí, es verdad, como aquí de este
modo. Allí van los ya nacidos, los
salvados del nacimiento y de la muerte. Y
ni siquiera hay un Sol; la claridad es
perenne. Y las plantas están despiertas,
no en su sueño como están aquí; se siente
lo que sienten. Y uno piensa, sin darse
cuenta, sin ir de una cosa a otra, de un
pensamiento a otro. Todo pasa dentro de un
corazón sin tinieblas. Hay claridad porque
ninguna luz deslumbra ni acuchilla, como
aquí, como ahí fuera.
Zambrano, M.: "Los hermanos" en La
tumba de Antígona, Madrid,
Ed. Mondadori, 1989, pp 79-80
* * *
El templo y sus caminos
Una tinieblas que prometen y a veces
amenazan abrirse. Y es difícil creer que
quien recorre tal camino no se vea
acometido por el tempor y un temblor casi
paralizantes. Es la luz de un viaje más
bien extrahumano, que el hombre emprendía
asomándose al lado dé allá, a ese lado al
cual se supuso, cada vez con mayor
ligereza, que sólo se asoman los místicos.
Es la luz que se vislumbra y la luz que
acecha, la luz que hiere. La luz que
acecha en la inmensidad de un horizonte
donde perderse parece inevitable, y que
hiere con un rayo que despierta más allá
de lo sostenible, llamando a la completa
vigilia, ésa donde la mente se incendiaría
toda.
Zambrano, M.: "La respuesta de la
Filosofía", en Los
bienaventurados, Madrid, Ed.
Siruela, 1990, pp. 80-81
* * *
Geografía
de la aurora
Y las piedras preciosas, esas grutas
de esmeraldas que nacen en sueños y al
soñante acogen tan de verdad que éste
conserva en la vigilia las huellas del
tacto, a veces hecho memoria tanto o más
que un lugar simplemente natural; y el
color que sin nombre sostiene la retina
por años, por duraciones sin fin, ese
color visto tan sólo en sueños y ese
felicísimo estar en la gruta, y aun el
poder volver a ella encontrándola en
tierras lejanas bañadas por otra luz.
¿Cómo suceden, cómo están ahí asequibles
aunque no enteramente, y sin sombra alguna
de terror, cosa tan extraña a toda gruta
desconocida, por insignificante que sea?
Este no tener, y no esperar, este estar
sin esfuerzo alguno, esta patria perdida o
esperada, donde se ha entrado sin saber
cómo ni por qué, sin esperanza ni temor. Y
ese vivir sin anhelar, ni apetecer, sin
añorar sin soñar, duerme al fin en su
gruta sin soñar señor alguno, que le haya
herido y sin soñarse él a sí mismo,
olvidado de toda herida.
El
ciervo reposa sin herida, apoyada su
cabeza sobre una piedra, flor azul.
Zambrano, M.: "Geografía de la Aurora", en De
la Aurora, Madrid,
Ed. Turner, 1986, p.106
* * *
La llama
Asistida por mi alma antigua, por mi
alma primera al fin recobrada, y por tanto
tiempo perdida. Ella, la perdidiza, al fin
volvió por mí. Yentonces comprendí que
ella había sido la enamorada. Y yo había
pasado por la vida tan sólo de paso,
lejana de mí misma .Y de ella venían las
palabras sin dueño que todos bebían sin
dejarme apenas nada a cambio. Yo era la
voz de esa antigua alma. Y ella, a medida
que consumaba su amor, allá, donde yo no
podía verla; me iba iniciando a través del
dolor del abandono. Por eso nadie podía
amarme mientras yo iba sabiendo del amor.
Y yo misma tampoco amaba. Sólo una noche
hasta el alba. Y allí quedé esperando. Me
despertaba con la aurora, si es que había
dormido. Y creía que ya había llegado, yo,
ella, él... Salía el Sol y el día caía
como una condena sobre mí. No, no todavía.
Zambrano, M.: Diotima
de Mantinea, en Hacia
un saber sobre el alma, Madrid, Ed.
Alianza, 1989, p. 197
* * *
La mirada
Sólo cuando la mirada se abre al par
de lo visible se hace una aurora. Y se
detiene entonces, aunque no perdure y sólo
sea fugitivamente, sin apenas duración,
pues que crea así el instante. El instante
que es al par indeleblemente uno y
duradero. La unidad, pues, entre el
instante fugitivo e inasible y lo que
perdura. El instante que alcanza no ser
fugitivo yéndose.
Inasible. El instante que ya no está bajo
la amenaza de ser cosa ni concepto.
Guardado, escondido en su oscuridad, en la
oscuridad propia, puede llegar a ser
concepción, el instante de concebir, no
siempre inadvertido.
Y así,
la mirada, recogida en su oscuridad
paradójicamente, saltando sobre una
aporía, se abre y abre a su vez, "a la
imagen y semejanza", una especie de,
circulación. La mirada recorre, abre el
círculo de la aurora que sólo se dio en un
punto, que se muestra como un foco, el
hogar, sin duda, del horizonte. Lo que
constituye su gloria inalterable.
Zambrano, M.: "La mirada", en De
la Aurora, Madrid,
Ed. Turner, 1986 p. 35
* * *
La
pensadora del aura
Nacer sin pasado, sin nada previo a
que referirse, y poder entonces verlo
todo, sentirlo, como deben sentir la
aurora las hojas que reciben el rocío;
abrir los ojos a la luz sonriendo;
bendecir la mañana, el alma, la vida
recibida, la vida ¡qué hermosura! No
siendo nada o apenas nada por qué no
sonreír al universo, al día que avanza,
aceptar el tiempo como un regalo
espléndido, un regalo de un Dios que nos
sabe, que nuestro secreto, nuestra
inanidad y no le importa, que no nos
guarda rencor por no ser...
...Y como estoy libre de ese ser, que
creía tener, viviré simplemente, soltaré
esa imagen que tenía de mí misma, puesto
que a nada corresponde y todas, cualquier
obligación, de las que vienen de ser yo, o
del querer serlo.
Zambrano, M.: "Adsum", En Delirio
y Destino, Madrid,
Ed. Mondadori, 1989, pp. 21-22
* * *
Lo celeste
"En par
de los levantes de la Aurora"
Por amplias que sean sus alas, la luz
auroral que sigue al alba es como un
boquete, un lugar que tiende a absorber y
ofrecer al par la inminencia de que algo
inconcebible aparezca. ¿Un ser? Un animal
quizás, un ser viviente, se dibuja casi,
está al dibujarse. Un ser viviente de
aliento y de pasión, un fuego oscuro por
indiscernible que luego resulta ser
simplemente blanco. Un blanco inextenso,
un ser sin extensión. ¿Pensamiento? Mira
tan sólo. Es una mirada, ya que la mirada
de todo aquello que se manifiesta
visiblemente es lo único que no tiene
extensión y, aun más, la borra.
Llega
la mirada anulando la distancia, quien la
recibe queda traspasado, raptado o fijado;
fijado, si es la mirada de la luz. Y
cuando la luz nos fija es que nos mira, y,
al mirarnos, ¿se sabría decir lo que
sucede? Y, por no saberlo decir, se borra:
no crea memoria.
Y así,
de esta mirada de la luz, nace, podría
nacer, ha nacido una y otra vez un
pensamiento sin memoria. Un pensamiento
liberado del esfuerzo de la pasión de
tener que engendrar memoria y, en su
virtud, liberado también de toda
representación y de todo representar.
Zambrano, M.: "Lo celeste", en De
la Aurora, Madrid,
Ed. Mondadori, 1989, p.43
* * *
Delirio del
incrédulo
Bajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma:
duérmete, aduérmete en la nada.
[Si pudiera, pero hundirme... ]
Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga:
el llanto hecho sudor;
la sangre que, en su huida, se lleva la
palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
¿De verdad es que no hay nada? Hay la
nada.
Y que no lo recuerdes. [Era tu gloria.]
Más allá del recuerdo, en el olvido,
escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo, no puedo buscar
nada;
no llego hasta la nada.
Roma. Enero, 1950. Hotel d'lnghilterra
* * *
El agua
ensimismada
Para Edison Simons
El agua ensimismada
piensa o sueña?
El árbol que se inclina buscando sus
raíces,
el horizonte,
ese fuego intocado,
¿se piensan o se sueñan?
El mármol fue ave alguna vez;
el oro, llama;
el cristal, aire o lágrima.
¿Lloran su perdido aliento?
¿Acaso son memoria de sí mismos
y detenidos se contemplan ya para siempre?
Si tú te miras, ¿qué queda?
1950. Roma (antes de abril) .
Albergo d'lnghilterra.
La Pièce, 2
de febrero de 1978
* * *
Muchas
gracias
Muchas gracias;
muchas, muchas gracias.
Qué va. Está muy bien.
Dispénseme, señora.
No hay de qué.
Está completo, pero está muy bien.
Un farsante, un cuentista,
un enterao
-la Place de l'Alma-, un cualquiera,
me da igual.
Cuando usted quiera.
Ah, señora, ¡si usted supiese!
Está bien.
Aquellos buenos tiempos...
Mas París es París, y está muy bien.
Aunque no lo comprendo.
L'Étoile, Notre-Dame, Les Champs,
se sabe, ¿por qué no?
Encuentro, encontraré, ¿encontré
ya?
Entonces, apresúrese, vaya.
¿Por qué no?
Traducción de Mª Victoria Atencia
Los
textos que aparecen a continuación han
sido tomados de "El agua ensimismada", edición
de María Victoria Atencia, publicados por
la Universidad de Málaga en 2001
http://amediavoz.com/zambrano.htm
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