BIOGRAFÍA

Estamos en plena guerra del 14, aquella que permitió a la
burguesía española realizar pingües negocios al amparo de la
neutralidad, sobre todo en la industria de los metales. Así
acrecentó su fortuna en estos años el padre del poeta, aunque
también sufrió las consecuencias de la depresión económica que
acabó en 1929 con los sueños de los “felices veinte”.
Nieto de un capitán de la Marina Mercante y de un famoso
médico, diez años le duró a Blas de Otero su infancia de niño
rico. Una institutriz francesa (la Mademoiselle Isabel del
poema) cuidaba de los tres hijos de la familia, sobre todo del
pequeño Blas, su preferido. A los siete años ingresa en el
colegio de Doña María de Maeztu, en cuya cálida enseñanza
aprende las primeras letras, pero pronto es arrancado de ese
refugio para empezar el Preparatorio e Ingreso de Bachillerato
en un austero colegio de jesuitas (“yo no tengo la culpa de
que el recuerdo sea tétrico”, escribirá más adelante).
En Bilbao se sintieron muy pronto los primeros golpes de la
depresión posbélica. En un intento de recuperar su fortuna, el
padre se traslada con toda la familia a Madrid en 1927. Allí
va a descubrir el niño la libertad de las calles madrileñas,
los amores infantiles y, siguiendo una vieja tradición
familiar, recibirá lecciones de toreo en la Escuela Taurina de
Las Ventas. En el Instituto Cardenal Cisneros recibe su título
de Bachiller. La muerte de su hermano mayor en plena
adolescencia, y dos años más tarde la del padre, amargado por
la ruina total, determinan su futuro (“iba a estudiar Letras,
pero un hermano que murió a los dieciséis años había iniciado
ya Derecho y mi familia me animó a ocupar su lugar”). Lo que
Blas de Otero pagó por “ocupar el lugar de otro” fue
aprendiéndolo y sufriéndolo a lo largo de toda su vida.
Quince años tiene el poeta cuando regresa a Bilbao con su
madre y sus dos hermanas. Sobre él recae principalmente, como
único varón, la responsabilidad de rehacer la maltrecha
economía familiar. A este desvío vocacional seguirán años de
renuncias hasta conseguir el título de abogado, mientras
oculta las dificultades de la familia en el círculo de amigos
que le rodean, todos muy cercanos al ambiente religioso de los
jesuitas. En el periódico El
pueblo Vasco, él
es “el Poeta” que dirige la página “Vizcaya escolar”, voz
orgánica de los estudiantes católicos en 1935; publica poemas
y gana su primer premio de poesía en el Centenario de Lope de
Vega. Su personalidad parece escindida entre el abogado que
debe ser y el poeta que es. Así lo advierte el reducido núcleo
de sus más íntimos, con los cuales comparte recogidas sesiones
de música y la admiración por Juan Ramón, verdadero mentor
poético de estos jóvenes, con los que el poeta moguereño
mantiene frecuente correspondencia y hasta llega a dedicarles La
estación total con
las Canciones
de la nueva luz. Su
poesía, junto con la de los clásicos y los primeros libros de
la generación del 27, son las lecturas habituales de las
tertulias.
La Guerra Civil le sorprende con la carrera de Derecho recién
terminada. Se incorpora a los batallones vascos como sanitario
y, cuando las tropas del general Franco entran en Bilbao, es
enviado al frente de Levante. Acabada la guerra empieza a
trabajar como abogado en una empresa metalúrgica vizcaína.
Escribe crítica musical y de pintura para el periódico Hierro y
sigue publicando sus poemas. Dos de estas publicaciones tienen
un amplio eco en la prensa del norte, “Cuatro poemas” y Cántico
espiritual, éste
último resultado del recital que el grupo Alea organiza en el
Ateneo en conmemoración del IV Centenario de San Juan de la
Cruz. Estos poemas descubrenla tensión anímica que el joven
soporta al ejercer una actividad profesional que hipotecaba su
auténtica vocación, la creación poética, sacrificada a lo que
él considera sus obligaciones filiales. Después de madura
reflexión abandona la fábrica y en noviembre de 1943 se
traslada a Madrid para estudiar Filosofía y Letras, carrera
que consideró la más apropiada para satisfacer, al mismo
tiempo, sus deberes familiares y su voz interior. En Madrid
entra en contacto con los principales poetas que entonces
recibían el magisterio de Dámaso Alonso y de Vicente
Aleixandre.
Pero el deber le llama de nuevo desde Bilbao al recibir la
noticia de la grave enfermedad de su hermana, lo que le obliga
a abandonar el curso ya empezado. El sacrificio supera lo
soportable para un equilibrio mantenido a duras penas en
lucha tan tenaz por la propia autorrealización, y sufre una
crisis depresiva. Decide ingresar en un sanatorio, pero
aquellos métodos curativos no logran acomodar y reducir su
rebeldía.
Durante varios años Blas de Otero vive en el retiro de su casa
y no aparece públicamente hasta que la revista Egan incluye
en su primer número (verano de 1948) once de sus poemas con el
título de “Poemas para el hombre”. Son el germen de Angel
fieramente humano, libro donde resolverá literariamente
la transformación que en él se había producido durante la
crisis de 1944-45. En medio de la soledad y de angustiosas
dudas, su catolicismo ortodoxo, su fe y sus creencias se
resquebrajan definitivamente, pero el hombre que sale de este
encierro es ya un hombre distinto, dispuesto a vivirse solo en
su autenticidad de poeta.
Su entorno social, sin embargo, no ha variado, y es bien
sabido que la burguesía fija sus estrictas normas y ampara
solo a quien se doblega a ellas. Los deberes religiosos y los
familiares, los amores, la profesión, constituyen un todo
indisoluble que no permiten que la ruptura del inadaptado
pueda ser parcial. No hay elección posible, o salvarse perdiendo
cuanto había constituido su vida anterior, o perderse y
aceptar la norma establecida.
Desde 1947 Blas de Otero escribe febrilmente los poemas de su
rebelión salvadora, aquellos que formarán Ángel
fieramente humano, Redoble de conciencia y Ancia.
Al primero se le niega el premio Adonais de 1949 por razones
extraliterarias, a pesar de admitirse que era el libro de
mayor calidad poética entre los presentados. Al ser publicado
el libro, el nombre de su autor salta a la prensa de toda
España como el poeta más auténtico y original surgido en
aquellos años, impresión que se confirma al año siguiente con
la aparición de Redoble
de conciencia (1951).
Poeta bronco poseedor de un dominio sorprendente de la lengua
poética, destaca en medio del panorama un tanto monótono de la
poesía de esa época.
El año 1952 es crucial para la vida y la obra de Blas de
Otero. Por primera vez sale de España. En París entra en
contacto con los exiliados españoles comunistas y, a través de
sus lecturas y las conversaciones, asume la interpretación
marxista de la historia que dibuja una futura sociedad donde
reine la armonía, basada en la justicia y la dignidad para
todos. Este humanismo utópico le entusiasma y le empuja su voz
a un ideal de justicia y solidaridad, emprendiendo una tarea
generosa tan inmensa que pueda disculpar la traición a los
suyos, además de responder a una necesidad histórica. Ahora ha
encontrado la justificación moral a su oficio de poeta,
haciendo de la estética la más excelsa ética. Es la realidad
la que se le impone con fuerza avasalladora y le impele a
encontrar formas poética adecuadas para los nuevos temas.
Blas de Otero residió en París algo menos de un año y, de
regreso a España, confiesa con cierta ironía: “París me
pareció maravilloso e insoportable”. Desea conocer a fondo a
las gentes y las tierras de España, que tan hondas huellas
dejarán en su poesía. Para ello viaje en el verano de 1954 por
las tierras altas de la meseta castellana y de aquí van
saliendo los poemas que nombran los pueblos, las esbeltas
espadañas, el rostro curtido de los campesinos. Voz de las
gentes sencillas que resuena a través del Cancionero y el
Romancero tradicionales, en los que Otero encuentra la poesía
más decantada y pura, viva aún en el pueblo, protagonista a
la vez que conservador de la tradición oral.
Desde su vuelta de París Blas de Otero se ha dedicado sólo a
la poesía. Vive en Bilbao con su madre y la hermana mayor, que
ha tomado a su cargo la responsabilidad del hogar materno. Las
conferencias y recitales que da por toda España y la
publicación de sus poemas en diversas revistas son sus únicos
ingresos, lo que vuelve a plantear el conflicto de siempre
entre su vocación y la necesidad de contribuir a la economía
familiar.
No era fácil escribir en un país que imponía el silencio a un
hombre cuya historia personal y poética corría paralela a la
historia de su patria oprimida bajo la dictadura. Cuando
intenta publicar un libro al que titula significativamente Pido
la paz y la palabra, tropieza
con la prohibición de la censura: la palabra ha de ser
enmascarada, la paz se ha convertido en un vocablo subversivo.
Por fin, salen a la luz estos poemas donde ha tenido que
sustituir algunas palabras por otras inofensivas para la
dictadura: “dios” se transforma en “sol”, “falanges” se
convierte el “alángeles”. Lo que significó Pido
la paz y la palabra en
la poesía de la mitad de los cincuenta queda patente en las
noticias de los periódicos, que lo aclaman como uno de los
títulos míticos de la poesía contemporánea y el de mayor
repercusión en el extranjero.
De 1956 a 1959 Blas de Otero reside en Barcelona y se integra
en los círculos de los intelectuales catalanes. Tras inútiles
luchas con la censura para publicarEn
castellano, donde había ido reuniendo los poemas
posteriores a Pido
la paz y la palabra, su amigo Puig Palau le aconseja
reeditar los dos libros de la etapa existencial en un solo
volumen, completado con otros poemas de la misma época. El
resultado es Ancia, que
recibirá al año siguiente el Premio de la Crítica 1958. Estos
poemas, sin embargo, no se libran tampoco de los ataques de la
censura, más rigurosa ahora que en los años cincuenta, pues
elimina versos de Ángel y
de Redoble ya
publicados en las primeras ediciones de ambos libros. En
febrero de 1959 participa en el homenaje a Antonio Machado en
Colliure y días más tarde en el de la Sorbona, representando
en esta Universidad a todos los escritores españoles.
La insalvable barrera de la censura española le obliga a
publicar en la capital francesa En
castellano con
el título Parler
clair, en edición bilingüe. Estos poemas retratan a un
poeta comprometido cívicamente con la libertad y también a un
hombre en busca de la felicidad propia, por ello se mezclan
ambos temas en la edición de En
castellano. Se ha dicho que éste es el libro más político
del escritor vasco, y puede serlo si atendemos a que en él se
denuncia, sin disfraces, una situación política, pero al mismo
tiempo es también el libro donde el dolorido sentir aparece
desnudo.
Entre 1960 y 1964 comienzan los largos viajes del poeta a los
países donde ha triunfado la revolución socialista. Primero a
la Unión Soviética y China, invitado por la Sociedad
Internacional de Autores, luego a Cuba. Blas de Otero intenta
conocer de un modo directo la realidad de aquellos países
donde las masas habían asumido un papel protagonista. El
desconocimiento de la lengua puede ser la causa de que existan
pocos poemas en su obra donde se retraten los países del Este.
No hay en ellos notas ideológicas sobre el socialismo, aunque
sí la esperanza de que el pueblo soviético sea el artífice de
la paz; lo que se refleja es el paisaje de esos países, su
música, sus danzas (“Birmania”, “Un veintiuno de mayo”). Es la
patria lejana la que el poeta escucha resonando en lo lejanos
mares de China, y estos poemas escritos fuera de España son un
intento de retenerla en la memoria.
A finales de 1961 intenta publicar Blas de Otero el nuevo
libro Que
trata de España, pero la censura elimina casi la tercera
parte de los poemas. A pesar de tan feroz recorte, decide
editarlo en Barcelona tal y como se le permite, para no ser
infiel a un título que habla de España y para los españoles y
que solo hubiera podido editarlo completo fuera de la patria.
De inmediato contrata la publicación del libro –esta vez sin
recortes- en Francia, aunque parte importante de los poemas
censurados aparecen previamente en su antología Esto
no es un libro (Puerto
Rico, 1963).
En estos años se le concede el Premio Fastenrath, de la Real
Academia Española, y el Internacional Omegna Resistenza. En el
otoño de 1963 se traslada a París para la presentación de Que
trata de España, acto que – dada la situación política
española- se convierte en un multitudinario rechazo de la
dictadura.
En la capital francesa, a principios de 1964, recibe una
invitación para viajar a Cuba como jurado del premio de poesía
“Casa de las Américas”. En este viaje espera comunicarse
directamente con el pueblo cubano – que en esos años vivía una
revolución popular-, y paliar así las dificultades que tuvo
para conocer la realidad soviética y china a causa del
desconocimiento de su lengua. En las prosas de Historias
fingidas y verdaderas,
escritas durante su estancia en el Caribe, queda constancia de
que Otero ha abierto bien los ojos y ha visto a un pueblo
alzándose como protagonista de su historia, pese a que no deja
de advertir ciertos recortes a la libertad, “lo tal vez
evitable” que a media voz escribe el poeta.
De Cuba vuelve a Madrid el 28 de abril de 1968. Trae el
manuscrito de unas bellísimas prosas, una gran admiración por
el pueblo cubano y la experiencia malograda de un breve
matrimonio (“no me pesa el amor, pésame el monte/ del desamor:
alrededor la muerte).
Pero la muerte no es ahora una metáfora, como en sus libros
existenciales, sino una amenaza real. En La Habana le han
descubierto un tumor canceroso del que es operado nada más
llegar a España. Conociendo la gravedad del diagnóstico, Blas
de Otero acepta con serenidad su destino. Si en Cuba ha
escrito desde 1966 a 1968 las prosas poéticas de Historias
fingidas y verdaderas, la posibilidad de la muerte
empuja ahora febrilmente su pluma y nacen numerosos poemas que
constituirán el núcleo de un futuro libro, Hojas
de Madrid. Once años le quedan aún de vida contra todos
los pronósticos. Años de fecunda poesía y felicidad
inesperada. En aquellos terribles días que siguieron a la
operación, cuando todos los caminos se cerraban, vuelve el
poeta a encontrar un amor que parecía definitivamente perdido:
la novia del Bilbao natal. Juntos de nuevo y ya para siempre
fijan su domicilio en Madrid, y en esta ciudad prepara el
poeta varias antologías (Expresión
y reunión, País, Verso y Prosa, Todos mis sonetos, Poesía con
nombres), reedita sus libros, algunos por primera vez en
España, como En castellano, o la primera edición completa de Que
trata de España. Y
sigue creando nuevos poemas, los del póstumo Hojas
de Madrid, que queda inconcluso, aunque adelanta
veinticinco poemas en Mientras (1970)
y varios más en cada una de las antologías citadas, en
especial en Expresión
y reunión (1969).
Durante estos años madrileños vuelve Blas de Otero a sus
aficiones predilectas: la música, la lectura, el cine o pasear
lentamente “ruando/ como/ un perro en la calle,/ amigo de la
calle,/ camarada/ de la calle. Es un hombre que gusta de la
compañía de unos pocos amigos y de pequeñas reuniones
alrededor de la mesa. No le apetecen los actos oficiales, pero
nunca olvida los encuentros con su madre y sus dos hermanas en
la casa de Bilbao. Recorre en cortos viajes las tierras de
España, Portugal e Inglaterra y acompaña a su mujer, profesora
de literatura, en los cursos de verano de Santander y San
Sebastián. Participa en los grandes acontecimientos políticos
y tiene la alegría de asistir a la llegada de la libertad –
que tantas veces había inspirado su pluma- y de recitar sus
poemas durante la campaña electoral que inauguró la democracia
en España.
La muerte le llega por sorpresa en Majadahonda el veintinueve
de junio de 1979, pocos meses después de haber cumplido
sesenta y tres años. Una embolia pulmonar pone fin de súbito
al combate que venía sosteniendo desde hacía un mes con sus
bronquios enfermos.