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Blas de Otero

     

> Cien años con Blas de Otero

> "Venid a ver mi verso por la calle"

> ANTOLOGÍA POÉTICA

 

Blas de Otero Muñoz nace en Bilbao el 15 de marzo de 1916. Un mes antes había muerto en Nicaragua Rubén Darío, y Juan Ramón Jiménez tenía a punto su Diario de un poeta recien casado. Como si la naturaleza no quisiera dejar vacíos poéticos, estos dos poetas son las voces más persistentes en la formación y en la obra del futuro escritor bilbaíno..

 

BIOGRAFÍA

Estamos en plena guerra del 14, aquella que permitió a la burguesía española realizar pingües negocios al amparo de la neutralidad, sobre todo en la industria de los metales. Así acrecentó su fortuna en estos años el padre del poeta, aunque también sufrió las consecuencias de la depresión económica que acabó en 1929 con los sueños de los “felices veinte”.

Nieto de un capitán de la Marina Mercante y de un famoso médico, diez años le duró a Blas de Otero su infancia de niño rico. Una institutriz francesa (la Mademoiselle Isabel del poema) cuidaba de los tres hijos de la familia, sobre todo del pequeño Blas, su preferido. A los siete años ingresa en el colegio de Doña María de Maeztu, en cuya cálida enseñanza aprende las primeras letras, pero pronto es arrancado de ese refugio para empezar el Preparatorio e Ingreso de Bachillerato en un austero colegio de jesuitas (“yo no tengo la culpa de que el recuerdo sea tétrico”, escribirá más adelante).

En Bilbao se sintieron muy pronto los primeros golpes de la depresión posbélica. En un intento de recuperar su fortuna, el padre se traslada con toda la familia a Madrid en 1927. Allí va a descubrir el niño la libertad de las calles madrileñas, los amores infantiles y, siguiendo una vieja tradición familiar, recibirá lecciones de toreo en la Escuela Taurina de Las Ventas. En el Instituto Cardenal Cisneros recibe su título de Bachiller. La muerte de su hermano mayor en plena adolescencia, y dos años más tarde la del padre, amargado por la ruina total, determinan su futuro (“iba a estudiar Letras, pero un hermano que murió a los dieciséis años había iniciado ya Derecho y mi familia me animó a ocupar su lugar”). Lo que Blas de Otero pagó por “ocupar el lugar de otro” fue aprendiéndolo y sufriéndolo a lo largo de toda su vida.

Quince años tiene el poeta cuando regresa a Bilbao con su madre y sus dos hermanas. Sobre él recae principalmente, como único varón, la responsabilidad de rehacer la maltrecha economía familiar. A este desvío vocacional seguirán años de renuncias hasta conseguir el título de abogado, mientras oculta las dificultades de la familia en el círculo de amigos que le rodean, todos muy cercanos al ambiente religioso de los jesuitas. En el periódico El pueblo Vasco, él es “el Poeta” que dirige la página “Vizcaya escolar”, voz orgánica de los estudiantes católicos en 1935; publica poemas y gana su primer premio de poesía en el Centenario de Lope de Vega. Su personalidad parece escindida entre el abogado que debe ser y el poeta que es. Así lo advierte el reducido núcleo de sus más íntimos, con los cuales comparte recogidas sesiones de música y la admiración por Juan Ramón, verdadero mentor poético de estos jóvenes, con los que el poeta moguereño mantiene frecuente correspondencia y hasta llega a dedicarles La estación total con las Canciones de la nueva luz. Su poesía, junto con la de los clásicos y los primeros libros de la generación del 27, son las lecturas habituales de las tertulias.

La Guerra Civil le sorprende con la carrera de Derecho recién terminada. Se incorpora a los batallones vascos como sanitario y, cuando las tropas del general Franco entran en Bilbao, es enviado al frente de Levante. Acabada la guerra empieza a trabajar como abogado en una empresa metalúrgica vizcaína.

Escribe crítica musical y de pintura para el periódico Hierro y sigue publicando sus poemas. Dos de estas publicaciones tienen un amplio eco en la prensa del norte, “Cuatro poemas” y Cántico espiritual, éste último resultado del recital que el grupo Alea organiza en el Ateneo en conmemoración del IV Centenario de San Juan de la Cruz. Estos  poemas descubrenla tensión anímica que el joven soporta al ejercer una actividad profesional que hipotecaba su auténtica vocación, la creación poética, sacrificada a lo que él considera sus obligaciones filiales. Después de madura reflexión abandona la fábrica y en noviembre de 1943 se traslada a Madrid para estudiar Filosofía y Letras, carrera que consideró la más apropiada para satisfacer, al mismo tiempo, sus deberes familiares y su voz interior. En Madrid entra en contacto con los principales poetas que entonces recibían el magisterio de Dámaso Alonso y de Vicente Aleixandre.

Pero el deber le llama de nuevo desde Bilbao al recibir la noticia de la grave enfermedad de su hermana, lo que le obliga a abandonar el curso ya empezado. El sacrificio supera lo soportable para un equilibrio mantenido a  duras penas en lucha tan tenaz por la propia autorrealización, y sufre una crisis depresiva. Decide ingresar en un sanatorio, pero aquellos métodos curativos no logran acomodar y reducir su rebeldía.

Durante varios años Blas de Otero vive en el retiro de su casa y no aparece públicamente hasta que la revista Egan incluye en su primer número (verano de 1948) once de sus poemas con el título de “Poemas para el hombre”. Son el germen de Angel fieramente humano, libro donde resolverá literariamente la transformación que en él se había producido durante la crisis de 1944-45. En medio de la soledad y de angustiosas dudas, su catolicismo ortodoxo, su fe y sus creencias se resquebrajan definitivamente, pero el hombre que sale de este encierro es ya un hombre distinto, dispuesto a vivirse solo en su autenticidad de poeta.

Su entorno social, sin embargo, no ha variado, y es bien sabido que la burguesía fija sus estrictas normas y ampara solo a quien se doblega a ellas. Los deberes religiosos y los familiares, los amores, la profesión, constituyen un todo indisoluble que no permiten que la ruptura del inadaptado pueda ser parcial. No hay elección posible, o salvarse perdiendo cuanto había constituido su vida anterior, o perderse y aceptar la norma establecida.

Desde 1947 Blas de Otero escribe febrilmente los poemas de su rebelión salvadora, aquellos que formarán Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia y Ancia. Al primero se le niega el premio Adonais de 1949 por razones extraliterarias, a pesar de admitirse que era el libro de mayor calidad poética entre los presentados. Al ser publicado el libro, el nombre de su autor salta a la prensa de toda España como el poeta más auténtico y original surgido en aquellos años, impresión que se confirma al año siguiente con la aparición de Redoble de conciencia (1951). Poeta bronco poseedor de un dominio sorprendente de la lengua poética, destaca en medio del panorama un tanto monótono de la poesía de esa época.

El año 1952 es crucial para la vida y la obra de Blas de Otero. Por primera vez sale de España. En París entra en contacto con los exiliados españoles comunistas y, a través de sus lecturas y las conversaciones, asume la interpretación marxista de la historia que dibuja una futura sociedad donde reine la armonía, basada en la justicia y la dignidad para todos. Este humanismo utópico le entusiasma y le empuja su voz a un ideal de justicia y solidaridad, emprendiendo una tarea generosa tan inmensa que pueda disculpar la traición a los suyos, además de responder a una necesidad histórica. Ahora ha encontrado la justificación moral a su oficio de poeta, haciendo de la estética la más excelsa ética. Es la realidad la que se le impone con fuerza avasalladora y le impele a encontrar formas poética adecuadas para los nuevos temas.

Blas de Otero residió en París algo menos de un año y, de regreso a España, confiesa con cierta ironía: “París me pareció maravilloso e insoportable”. Desea conocer a fondo a las gentes y las tierras de España, que tan hondas huellas dejarán en su poesía. Para ello viaje en el verano de 1954 por las tierras altas de la meseta castellana y de aquí van saliendo los poemas que nombran los pueblos, las esbeltas espadañas, el rostro curtido de los campesinos. Voz de las gentes sencillas que resuena a través del Cancionero y el Romancero tradicionales, en los que Otero encuentra la poesía más decantada y pura, viva aún en el pueblo, protagonista  a la vez que conservador de la tradición oral.

Desde su vuelta de París Blas de Otero se ha dedicado sólo a la poesía. Vive en Bilbao con su madre y la hermana mayor, que ha tomado a su cargo la responsabilidad del hogar materno. Las conferencias y recitales que da por toda España y la publicación de sus poemas en diversas revistas son sus únicos ingresos, lo que vuelve a plantear el conflicto de siempre entre su vocación y la necesidad de contribuir a la economía familiar.

No era fácil escribir en un país que imponía el silencio a un hombre cuya historia personal y poética corría paralela a la historia de su patria oprimida bajo la dictadura. Cuando intenta publicar un libro al que titula significativamente Pido la paz y la palabra, tropieza con la prohibición de la censura: la palabra ha de ser enmascarada, la paz se ha convertido en un vocablo subversivo. Por fin, salen a la luz estos poemas donde ha tenido que sustituir algunas palabras por otras inofensivas para la dictadura: “dios” se transforma en “sol”, “falanges” se convierte el “alángeles”. Lo que significó Pido la paz y la palabra en la poesía de la mitad de los cincuenta queda patente en las noticias de los periódicos, que lo aclaman como uno de los títulos míticos de la poesía contemporánea y el de mayor repercusión en el extranjero.

De 1956 a 1959 Blas de Otero reside en Barcelona y se integra en los círculos de los intelectuales catalanes. Tras inútiles luchas con la censura para publicarEn castellano, donde había ido reuniendo los poemas posteriores a Pido la paz y la palabra, su amigo Puig Palau le aconseja reeditar los dos libros de la etapa existencial en un solo volumen, completado con otros poemas de la misma época. El resultado es Ancia, que recibirá al año siguiente el Premio de la Crítica 1958. Estos poemas, sin embargo, no se libran tampoco de los ataques de la censura, más rigurosa ahora que en los años cincuenta, pues elimina versos de Ángel y de Redoble ya publicados en las primeras ediciones de ambos libros. En febrero de 1959 participa en el homenaje a Antonio Machado en Colliure y días más tarde en el de la Sorbona, representando en esta Universidad a todos los escritores españoles.

La insalvable barrera de la censura española le obliga a publicar en la capital francesa En castellano con el título Parler clair, en edición bilingüe. Estos poemas retratan a un poeta comprometido cívicamente con la libertad y también a un hombre en busca de la felicidad propia, por ello se mezclan ambos temas en la edición de En castellano. Se ha dicho que éste es el libro más político del escritor vasco, y puede serlo si atendemos a que en él se denuncia, sin disfraces, una situación política, pero al mismo tiempo es también el libro donde el dolorido sentir aparece desnudo.

Entre 1960 y 1964 comienzan los largos viajes del poeta a los países donde ha triunfado la revolución socialista. Primero a la Unión Soviética y China, invitado por la Sociedad Internacional de Autores, luego a Cuba. Blas de Otero intenta conocer de un modo directo la realidad de aquellos países donde las masas habían asumido un papel protagonista. El desconocimiento de la lengua puede ser la causa de que existan pocos poemas en su obra donde se retraten los países del Este. No hay en ellos notas ideológicas sobre el socialismo, aunque sí la esperanza de que el pueblo soviético sea el artífice de la paz; lo que se refleja es el paisaje de esos países, su música, sus danzas (“Birmania”, “Un veintiuno de mayo”). Es la patria lejana la que el poeta escucha resonando en lo lejanos mares de China, y estos poemas escritos fuera de España son un intento de retenerla en la memoria.

A finales de 1961 intenta publicar Blas de Otero el nuevo libro Que trata de España, pero la censura elimina casi la tercera parte de los poemas. A pesar de tan feroz recorte, decide editarlo en Barcelona tal y como se le permite, para no ser infiel a un título que habla de España y para los españoles y que solo hubiera podido editarlo completo fuera de la patria. De inmediato contrata la publicación del libro –esta vez sin recortes- en Francia, aunque parte importante de los poemas censurados aparecen previamente en su antología Esto no es un libro (Puerto Rico, 1963).

En estos  años se le concede el Premio Fastenrath, de la Real Academia Española, y el Internacional Omegna Resistenza. En el otoño de 1963 se traslada a París para la presentación de Que trata de España, acto que – dada la situación política española- se convierte en un  multitudinario rechazo de la dictadura.

En la capital francesa, a principios de 1964, recibe una invitación para viajar a Cuba como jurado del premio de poesía “Casa de las Américas”. En este viaje espera comunicarse directamente con el pueblo cubano – que en esos años vivía una revolución popular-, y paliar así las dificultades que tuvo para conocer la realidad soviética y china a causa del desconocimiento de su lengua. En las prosas de Historias fingidas y verdaderas, escritas durante su estancia en el Caribe, queda constancia de que Otero ha abierto bien los ojos y ha visto a un pueblo alzándose como protagonista de su historia, pese a que no deja de advertir ciertos recortes a la libertad, “lo tal vez evitable” que a media voz escribe el poeta.

De Cuba vuelve a Madrid el 28 de abril de 1968. Trae el manuscrito de unas bellísimas prosas, una gran admiración por el pueblo cubano y la experiencia malograda de un breve matrimonio (“no me pesa el amor, pésame el monte/ del desamor: alrededor la muerte).

Pero la muerte no es ahora una metáfora, como en sus libros existenciales, sino una amenaza real. En La Habana le han descubierto un tumor canceroso del que es operado nada más llegar a España. Conociendo la gravedad del diagnóstico, Blas de Otero acepta con serenidad su destino. Si en Cuba ha escrito desde 1966 a 1968 las prosas poéticas de Historias fingidas y verdaderas, la posibilidad de  la muerte empuja ahora febrilmente su pluma y nacen numerosos poemas que constituirán el núcleo de un futuro libro, Hojas de Madrid.  Once años le quedan aún de vida contra todos los pronósticos. Años de fecunda poesía y felicidad inesperada. En aquellos terribles días que siguieron a la operación, cuando todos los caminos se cerraban, vuelve el poeta a encontrar un amor que parecía definitivamente perdido: la novia del Bilbao natal. Juntos de nuevo y ya para siempre fijan su domicilio en Madrid, y en esta ciudad prepara el poeta varias antologías (Expresión y reunión, País, Verso y Prosa, Todos mis sonetos, Poesía con nombres), reedita sus libros, algunos por primera vez en España, como En castellano, o la primera edición completa de Que trata de España. Y sigue creando nuevos poemas, los del póstumo Hojas de Madrid, que queda inconcluso, aunque adelanta veinticinco poemas en Mientras (1970) y varios más en cada una de las antologías citadas, en especial en Expresión y reunión (1969).

Durante estos años madrileños vuelve Blas de Otero a sus aficiones predilectas: la música, la lectura, el cine o pasear lentamente “ruando/ como/ un perro en la calle,/ amigo de la calle,/ camarada/ de la calle. Es un hombre que gusta de la compañía de unos pocos amigos y de pequeñas reuniones alrededor de la mesa. No le apetecen los actos oficiales, pero nunca olvida los encuentros con su madre y sus dos hermanas en la casa de Bilbao. Recorre en cortos viajes las tierras de España, Portugal e Inglaterra y acompaña a su mujer, profesora de literatura, en los cursos de verano de Santander y San Sebastián. Participa en los grandes acontecimientos políticos y tiene la alegría de asistir a la llegada de la libertad – que tantas veces había inspirado su pluma- y de recitar sus poemas durante la campaña electoral que inauguró la democracia en España.

La muerte le llega por sorpresa en Majadahonda el veintinueve de junio de 1979, pocos meses después de haber cumplido sesenta y tres años. Una embolia pulmonar pone fin de súbito al combate que venía sosteniendo desde hacía un mes con sus bronquios enfermos.


ÁNGEL FIERAMENTE HUMANO (1950)

HOMBRE

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte, 
al borde del abismo, estoy clamando 
a Dios. Y su silencio, retumbando, 
ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte 
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo 
oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando 
solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas. 
Abro los ojos: me los sajas vivos. 
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas. 
Ser —y no ser— eternos, fugitivos. 
¡Ángel con grandes alas de cadenas!

LA TIERRA (LO ETERNO)

Un mundo como un árbol desgajado. 
Una generación desarraigada. 
Unos hombres sin más destino que 
apuntalar las ruinas.

                                          Romper el mar 
en el mar, como un himen inmenso, 
mecen los árboles el silencio verde, 
las estrellas crepitan, yo las oigo.

Sólo el hombre está solo. Es que se sabe 
vivo y mortal. Es que se siente huir 
—ese río del tiempo hacia la muerte—.

Es que quiere quedar. Seguir siguiendo, 
subir, a contra muerte, hasta lo eterno. 
Le da miedo mirar. Cierra los ojos 
para dormir el sueño de los vivos.

Pero la muerte, desde dentro, ve. 
Pero la muerte, desde dentro, vela. 
Pero la muerte, desde dentro, mata.

...El mar —la mar—, como un himen inmenso, 
los árboles moviendo el verde aire, 
la nieve en llamas de la luz en vilo...

REDOBLE DE CONCIENCIA 1951)

CÁNTICO

Es a la inmensa mayoría, fronda
de turbias frentes y sufrientes pechos,
a los que luchan contra Dios, dehechos
de un solo golpe en su tiniebla honda.

A ti, y a ti, y a ti, tapia redonda
de un sol con sed, famélicos barbechos,
a todos, oh sí, a todos van, derechos,
estos poemas hechos carne y ronda.

Oídlos cual al mar. Muerden la mano
de quien la pasa por su sirviente lomo.
Restalla al margen su bramar cercano

y se derrumban como un mar de plomo.
¡Ay, ese ángel fieramente humano
corre a salvarnos, y no sabe cómo!

DIGO VIVIR

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo. 
(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.) 
Digo vivir, vivir como si nada 
hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo, 
y publicar, columna arrinconada. 
Digo vivir, vivir a pulso, airada- 
mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro, 
abominando cuanto he escrito: escombro 
del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra 
más inmortal: aquella fiesta brava 
del vivir y el morir. Lo demás sobra.

ANCIA (1958)

 

ECCE HOMO

En calidad de huérfano nonato,
y en condición de eterno pordiosero,
aquí me tienes, Dios. Soy Blas de Otero,
que algunos llaman el mendigo ingrato.

Grima me da vivir, pasar el rato,
tanto valdría hacerme prisionero
de un sueño. Sí es que vivo porque muero,
¿a qué viene ser hombre o garabato?

Escucha cómo estoy, Dios de las ruinas.
Hecho un cristo, gritando en el vacío,
arrancando, con rabia, las espinas.

¡Piedad para este hombre abierto en frío!
¡Retira, oh Tú, tus manos asembrinas 
-no sé quién eres tú, siendo Dios Mío!

TARDE ES, AMOR . Estuviste" )

Volví la frente: Estabas. Estuviste
esperándome siempre.
Detrás de una palabra
maravillosa, siempre.

Abres y cierras, suave, el cielo.
Como esperándote, amanece.
Cedes la luz, mueves la brisa
de los atardeceres.

Volví la vida; vi que estabas
tejiendo, destejiendo siempre.
Silenciosa, tejiendo
(tarde es, Amor, ya tarde y peligroso.) 
y destejiendo nieve...

PIDO LA PAZ Y LA PALABRA (1955)

EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo, todo 
lo que tiré, como un anillo, al agua, 
si he perdido la voz en la maleza, 
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo 
lo que era mío y resultó ser nada, 
si he segado las sombras en silencio, 
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro 
puro y terrible de mi patria, 
si abrí los labios hasta desgarrármelos, 
me queda la palabra.

.. porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más ... 
SANCHO. (Quijote, 11, cap. 74.)

 

Me llamarán, nos llamarán a todos. 
Tú, y tú, y yo, nos turnaremos, 
en tornos de cristal, ante la muerte. 
Y te expondrán, nos expondremos todos
a ser trizados ¡zas! por una bala.

Bien lo sabéis. Vendrán 
por ti, por ti, por mí, por todos 
Y también 
por ti. 
(Aquí 
no se salva ni dios. Lo asesinaron.)

Escrito está. Tu nombre está ya listo, 
temblando en un papel. Aquel que dice:
abel, abel, abel ... o yo, tú, él ...

Pero tú, Sancho Pueblo, 
pronuncias anchas sílabas, 
permanentes palabras que no lleva el viento...

EN CASTELLANO (1960)

GUERNICA

aaaaaaaaaaaaaaPicasso

Aquí estoy
frente a ti Tibidabo
hablando viendo
la tierra que me faltaba para escribir "mi patria
eeeeees también europa y poderosa" 
asomo el torso y se me dora 
paso sorbiendo roma olivo entro 
por el Arc de Bará 
de repente remonto todo transido el hondo 
Ebro 
a brazazos retorno arribo a ti 
Vizcaya 
árbol que llevo y amo desde la raíz 
y un día fue arruinado bajo el cielo

Ved aquí las señales
esparcid los vestigios
el grito la ira 
gimiente 
con el barabay 
el toro cabreado directamente oíd 
ira escarnio ni dios
oh nunca nunca 
oh quiero quiero que no se trapapelen 
el cuello bajo la piedra 
la leche en pleno rostro el dedo 
de este niño 
oh nunca ved aquí 
la luz equilibrando el árbol 
eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeede la vida.

 

ESTO NO ES UN LIBRO (1963)

CANTAR DE AMIGA


A ti posible compañera 
tendida 
a mi lado bajo el cielo de Castilla 
a ti 
pequeño cantar de amigo 
verso pimpante del Arcipreste 
estas líneas esta palabra 
arrancada 
a la realidad único sueño 
que amo y veo evidentemente 
como a ti


Tantos años caminos 
aventuras países 
papeles enredados en los dedos 
fusiles de pie 
y siempre siempre 
arañándome 
eeeeeeeeeespaña 
hay también vértigos labios 
adheridos 
razones para olvidar 
olivares grietas
junto al Arlanza plazas 
que tú conoces con el palacio al fondo.

Ahora después
es la vida
 
eeeeeeey si la nieve 
resbala
 
ay amor si la nieve
 
resbala por el sendero
 
háblame
 
dame
 
la mano ríe mira brilla el sol.

QUE TRATA DE ESPAÑA (1964)

CARTILLA (POÉTICA)

La poesía tiene sus derechos.
Lo sé.
Soy el primero en sudar tinta
delante del papel.

La poesía crea las palabras.
Lo sé.
Esto es verdad y sigue siéndolo
diciéndola al revés.

La poesía exige ser sinceros.
Lo sé.
Le pido a Dios que me perdone
y a todo dios, excúsenme.

La poesía atañe a lo esencial
del ser.
No lo repitan tantas veces,
repito que lo sé.

Ahora viene el pero.

La poesía tiene sus deberes.
Igual que un colegial.
Entre yo y ella hay un contrato
social.

Ah las palabras más maravillosas,
«rosa», «poema», «mar»,
son m pura y otras letras:
o, a…

Si hay un alma sincera, que se guarde
(en el almario) su cantar.
¿Cantos de vida y esperanza,
serán?

Pero yo no he venido a ver el cielo,
te advierto. Lo esencial
es la existencia; la conciencia
de estar
en esta clase o en la otra.

Es un deber elemental.

Hablamos de las cosas de este mundo. 
Escribo 
con viento y tierra y agua y fuego. 
(Escribo 
hablando, escucheando, caminando.)

Es tan sencillo 
ir por el campo, venir por la orilla 
del Arlanza, cruzar la plaza 
como quien no hace nada 
más que mirar el cielo, 
lo más hermoso 
son los hombres que parlan a la puerta 
de la taberna, sus solemnes manos 
que subrayan sus sílabas de tierra.

Ya sabes 
lo que hay que hacer en este mundo: andar, 
como un arado, andar entre la tierra.

Si muero dejen el balcón abierto

Federico García Lorca

   

CAMPO DE AMOR

aaaaaaaaaaaaaa(Canción)

Si me muero, que sepan que he vivido
luchando por la vida y por la paz. 
Apenas he podido con la pluma, 
apláudanme el cantar.

Si me muero, será porque he nacido 
para pasar el tiempo a los de detrás. 
Confío que entre todos dejaremos 
al hombre en su lugar. 

Si me muero, ya sé que no veré 
naranjas de la China, ni el trigal. 
He levantado el rastro, esto me basta.

Otros ahecharán. 

Si me muero, que no me mueran antes 
de abriros el balcón de par en par. 
Un niño, acaso un niño, está mirándome 
el pecho de cristal.

VÁMONOS AL CAMPO

Señor Don Quijote, divino chalado,
hermano mayor de mis ilusiones, 
sosiega el revuelo de tus sinrazones 
y, serenamente, siéntate a mi lado.

Señor Don Quijote nos han derribado 
y vapuleado como a dos histriones. 
A ver, caballero, si te las compones 
y das vueltas al dado.

Debajo del cielo de tu idealismo, 
la tierra de arada de mi realismo. 
Siéntate a mi lado, señor Don Quijote.

Junto al pozo amargo de la soledad, 
la fronda de la solidaridad. 
Sigue a Sancho Pueblo, señor Don Quijote.
 

CRÓNICA DE UNA JUVENTUD

Pasó sin darme cuenta. Como un viento 
en la noche. (Y yo seguí dormido.) 
Oh grave juventud. (Tan grave ha sido, 
que murió antes de su nacimiento.) 
  
¿Quién dirá que te vio, y en qué momento 
en campo de batalla convertido 
el íbero solar? ¡Ay! en el nido 
de antaño oí silbar 
las balas. (Y ordené el fusilamiento 
  
de mis años sumisos.) Desperté 
tarde. Me lavé (el alma); en fin, bajé 
a la calle. (Llevaba un ataúd 
  
al hombro. Lo arrojé.) Me junté al hombre, 
y abrí de par en par la vida, en nombre 

de la imperecedera juventud.

 

MUSEO DEL PRADO

La mano en el pecho del Caballero. La camisa de los Fusilamientos. Dos cosas difíciles de soportar sin dar un grito. El grito de libertad que iza los brazos, o el grito de la lechuza que cruza la noche.

Ritmo preciso de Las Hilanderas. Luz casi humana. El pañizuelo, el brazo cercano, la espalda apenas. No hay grito que valga, ni silencio que colme.
Podré acercarme al Greco; conversar con Goya; estar, sólo con Velázquez.

TODOS MIS SONETOS (1977)

INVASIÓN

Maravilloso mar el de la muerte. 
Tocar el fondo, al fin, tocar el fondo. 
No hender las olas en que hoy me escondo, 
sino hacer pie pisando, ahondando fuerte. 
 
Entro en el centro de la sombra inerte, 
y, desde allí, retorno al aire, rondo 
la luz, revivo y viro en el más hondo 
maravilloso mar: el de la muerte.

Muertos del mundo: uníos, emerged 
entre sangre y cadenas; renaced 
de las revoluciones invencidas. 

Renaceré yo, mar, en las arenas 
de Playa Larga, rotas las cadenas 
de las olas que invaden nuestras vidas.

HOJAS DE MADRID CON LA GALERNA (1968-1979)

VIEJA HISTORIA

Había un albañil enjalbegado. 
Un torrente de luna transparente. 
Ladrillo tras ladrillo, lentamente, 
el edificio izó su ramo alzado.

El albañil pensó pondré el tejado, 
cuatro ventanas y una luz enfrente. 
La plaza se llenó de turbia gente, 
el radiante albañil fue masacrado.

Las ventanas quemaban como soles. 
El ramo se escurría por el suelo. 
Los ladrillos temblaban y plañían. 
 
Es una vieja historia de españoles, 
conquistadores de un vacío cielo, 
mientras los campos áridos ardían.

HISTORIAS FINGIDAS Y VERDADERAS

Estas historias que se acercan tanto 
a la verdad, son puro fingimiento: 
no ostentan otro firme fundamento
que la verdad que veo y toco en cuanto

escribo y finjo que soñé: vi tanto, 
tanta realidad se llevó el viento, 
que imaginé ya fútil aspaviento 
vida, sueño, verdad, historia, espanto.

Nací en España, y en España apenas 
engendra la razón sino hórreos sueños
y lo que existe, existe a duras penas. 
 
Tal fue la historia de mi vida: imagen 
real y semejanza de los sueños 
de mi patria. Compruébenlo, barajen.

PENÚLTIMA PALABRA

Dentro de poco moriré. 
El zafarrancho de mi vida 
toca a su fin. El alma está partida, 
y el cuerpo a punto de partir. Lo sé.

Amé la vida, sin embargo. 
Bien sabes tú que la amé mucho. 
Aunque me expulsen de la vida, lucho 
aún. Ancho el amor y el dolor largo.

Veo los ríos, me conmueven. 
Contemplo un árbol, quedo absorto. 
El mar inmenso me parece corto 
de luces frente a muertos que se mueven.

He caminado junto al hombre. 
Participé sus arduas luchas. 
Muchos han sido los fracasos; muchas 
más las conquistas que no tienen nombre.

Dentro de poco moriré. 
Aquí está todo mi equipaje. 
Cuatro libros, dos lápices, un traje
y un ayer hecho polvo que aventé.

Esto fue todo. No me quejo. 
Sé que he vivido intensamente. 
(Demasiado intensamente.) Enfrente
está el futuro: es todo lo que os dejo.

Fuente http://www.materialesdelengua.org/

 
 

Cien años con Blas de Otero

 

El escritor inaugura el gesto utópico del autor comprometido, siendo juez riguroso de sus peligros panfletarios y defensor de un cuidadoso trabajo con el lenguaje

Para él, la poesía es una forma de ficción que no escamotea la verdad y provoca efectos sobre el cuerpo social

Blas de Otero (1916-1979) fue uno de los portavoces más reconocidos de la poesía social española de posguerra. Comienza a escribir en la década del 40, desde un tono de angustia existencial y expresionista para desembocar en un realismo crítico y testimonial a partir de la década del 50. Su obra poética es una de las más importantes de la lírica de esas cuatro décadas y un ejemplo del llamado "exilio interior" que caracterizó a buena parte de la resistencia contra el franquismo ejercida desde la propia España. Su potencia y originalidad reside en sus innovaciones textuales, en la apertura del poema a otros discursos y en su concepción fluida del texto (que denominará “poesíabierta”), más que en consignas militantes; inaugura el gesto utópico del escritor comprometido, siendo al mismo tiempo juez riguroso de sus peligros panfletarios y defensor incansable de un cuidadoso trabajo con el lenguaje. Ha de construir a lo largo de su obra una explícita ficción autobiográfica, que insistentemente denomina “la historia de mi vida”. Este relato anuda en la página lenguaje y realidad, ficción y verdad, seduciendo al lector con indudables guiños referenciales, sin suspender su evidente artificio verbal. Dibuja un yo abocado al auto-análisis y la explicación de sus móviles vitales, en un autoconocimiento que busca vías de comunicación verbal, desde una mirada memorialista. Cuando nos cuenta su “historia” de vida exhibe su intimidad y su nombre propio como objeto de un discurso que compartirá con los lectores, pero sabe que el lenguaje significa al mismo tiempo expresión y ocultamiento, testimonio y elusión, como repite en “Biotz begietan”: “Ahora/ voy a contar la historia de mi vida/ en un abecedario ceniciento./ El país de los ricos rodeando mi cintura/ y todo lo demás. Escribo y callo”.

Este afán por unir poesía y verdad supone una provocación en la tradición lírica del siglo XX, que alumbró un modernismo y unas vanguardias empeñadas en destacar la autonomía de la obra y el perfil carismático y superior del poeta. Para la lírica moderna, ficción y verdad han sido una dupla problemática y su alianza fue estigmatizada como inviable o paradójica. Y este quizás sea uno de los mejores aportes de Otero a la poesía del siglo XXI: sostener una ideología estética coherente basada en la alianza entre verdad y ficción. Una verdad —por un lado— que nada tiene que ver con la confidencia íntima autobiográfica o las consignas militantes de partido. Una ficción —por el otro— que ha superado el encierro autotélico en el lenguaje y regresa de su anterior marginación histórica. Ya no funciona el viejo antagonismo entre referencia e invención, realismo y fabulación. La poesía es una forma de ficción que no escamotea la verdad y provoca efectos sobre el cuerpo social. La modernidad teórica de esta postura es indudable, ya que lo ubica en una corriente revisionista que desmonta los presupuestos más cristalizados de la tradición del género lírico, pero además sutura las heridas de una poesía comprometida y testimonial injustamente menospreciada, como mero arte de propaganda política. La “verdad” no es para Otero la adecuación literal del enunciado a la realidad exterior, sino un vínculo entre el lenguaje y el sujeto, que cifra en él su versión más auténtica. Trata de comprender la acción de las palabras frente al silencio, auscultando el mundo, sin pretensión de agotarlo, reconociendo sus limitaciones. El compromiso de su poética sabe que el desajuste entre palabra y realidad no lo condena a la mudez, sino que reconoce sus fisuras, sus huecos, sus blancos: lo que calla por la censura, pero también lo que el lenguaje no sabe o no puede terminar de articular.

Cien años con Blas de Otero: cien años con su poesía a mano, cada vez que necesitamos pedir “la paz y la palabra”, aunque no nos dejen, aunque nadie escuche. No es poco legado para uno de los poetas que con más lucidez y maestría se animó a “tratar” de España “en castellano” y sellar ese pacto con sus lectores: “Ni una palabra/ brotará de mis labios/ que no sea/ verdad”.

* Laura Scarano
 es catedrática de Literatura Española en la Universidad de Mar del Plata.

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"Venid a ver mi verso por la calle"

Hace cien años del nacimiento del escritor que nos invitó a ver su verso a ras del hombre de "A la inmensa mayoría": no hay imagen más gráfica para ilustrar la voluntad de compromiso

El magnífico poeta social que hay en Otero demuestra hasta qué punto constituye un prejuicio tozudo la idea de que no puede haber una buena poesíaengagée

Hace cien años del nacimiento del poeta aquel que nos invitó a ver su verso por la calle, su verso a ras del hombre. Hay, con todo, formas biológicas y formas históricas de nacer. Resulta muy ilustrativo que el Jaime Gil de Biedma de "En el nombre de hoy" incluyera a Blas de Otero entre los "señoritos de nacimiento, / por mala conciencia escritores / de poesía social". El poeta de Pido la paz y la palabra (1955) nos cuenta la historia de su vida en un abecedario ceniciento y comienza por decirnos, efectivamente, que el país de los ricos rodeó su cintura y todo lo demás. Escribe y calla, consciente de que cualquier decir encierra a la vez un no decir, un hablar con los silencios. "Biotz-Begietan", el poema al que aludo, supone una suerte de autobiografía ideológica, un intento de mostrar al lector la constitución histórica del yo que nos recuerda, por el propósito y el tono, alAlberti de De un momento a otro (1937). En concreto al del poema "Colegio (S. J.)", donde aborda su educación antivital y represora con los jesuitas del Puerto de Santa María, como Otero con los jesuitas de Bilbao. Uno y otro texto se encuentran muy en la línea de la escritura luego practicada por los poetas del grupo del 50, y más tarde por los de "La otra sentimentalidad": la fundación histórica de la intimidad, la correlación entre la vida privada y la experiencia colectiva. El Alberti revolucionario, que aguarda una transformación del mundo de un momento a otro, es taxativo. Pensemos en el final de su poema: "Pero ya para mí se vino abajo el cielo". También el cielo se ha venido abajo para el Otero social de Pido la paz y la palabra, que antes ha sido un poeta religioso y hasta místico en Cántico espiritual (1942), y después un poeta existencialista o desarraigado en Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951). 

Por lo que apuesta el magnífico poeta social que hay en Otero, demostrando hasta qué punto constituye un prejuicio tozudo la idea de que no puede haber una buena poesía engagée, es por una especie de "descielamiento", por el "cielo al revés" en que se convierte este mundo una vez que se asume la necesidad de transformarlo. Nacido de repente en ese país de los ricos, enredado en las manos de lana de la madre, cuyos pasos aún hoy enhebran la vida destrozada del yo poético, Otero nos habla, en estricto paralelismo con Alberti, de cómo aquellos hombres de hielo y luto atormentado lo abrasaron y trajeron la derrota del niño y de su caligrafía triste: "Madre, no me mandes más a coger miedo / y frío ante un pupitre con estampas". Tanto Otero como Alberti muestran su desclasamiento. Señoritos de nacimiento, se han cambiado de clase, y solo hay que recordar ahora el final de "Cartilla (poética)", de Que trata de España (1964): "Pero yo no he venido a ver el cielo, / te advierto. Lo esencial / es la existencia; la conciencia / de estar / en esta clase o en la otra. // Es un deber elemental". No es que Alberti y Otero escriban poesía social o comprometida solo por mala conciencia, sino por la nueva conciencia de clase que han adquirido, uno en la España convulsa de la Segunda República, otro en la España de la posguerra, como dan a entender perfectamente estos otros versos de "Biotz-Begietan", que aluden a la dura supervivencia en aquellos años oscuros, al mundo abolido por la Guerra Civil y, muy sutilmente, al poder militar franquista, aliado con esa Iglesia que a su vez se encargó de derrotar al niño y su caligrafía: "Esto es Madrid, me han dicho unas mujeres / arrodilladas en sus delantales, / este es el sitio / donde enterraron un gran ramo verde / y donde está mi sangre reclinada. // Días de hambre, escándalos de hambre, / misteriosas sandalias / aliándose a las sombras del romero / y el laurel asesino. Escribo y callo". Aquí el callar de Otero tiene que ver con ese "escribir en diagonal", como lo llama en otro poema de Que trata de España, con ese nadar y guardar la ropa al que le obliga la censura franquista: "Escribir en España es hablar por no callar / lo que ocurre en la calle, es decir a medias palabras / catedrales enteras de sencillas verdades / olvidadas o calladas y sufridas a fondo" ("Nadando y escribiendo en diagonal"). 

Merece comentario una imagen fundamental, por encima del guiño a Larra: la de lo que pasa en la calle. No se trataba, para Otero, de nadar y guardar la ropa con astucia y desasimiento de la realidad social e histórica; su callar era un hablar, un escribir torcido, sus medias palabras terminaban siendo completadas por el lector inteligente. Más aún: por las verdades rotundas de la calle. Él mismo dijo que sus cantos eran duran verdades como puños, lo cual no significa dar la razón a ese "clima de contenidos a palo seco" (la expresión, ingeniosa pero inexacta, es de José María Valverde) o al "formalismo temático" (José Ángel Valente) con los que suele despacharse a los poetas sociales como él, tachados con demasiada frecuencia de moralmente justos y estéticamente injustos. Como cualquier poeta social, Otero va al fondo, pero en su caso sin descuidar la forma: "Voy al fondo. / Voy al fondo dejando bien cuidada / la ropa. Soy formal. / Pero con qué facilidad la escondo, / musa vestida y desnudada, / prendiendo y desatándote la cinta / de tu delantal, mi vida" ("Aquí hay verbena olorosa", Que trata de España). La idea de desnudar la mujer, confundida con la poesía, y de esconder la forma para no tropezar con ella es netamente juanramoniana, aunque a Otero le mueven propósitos muy distintos, que no son los del esencialismo lírico sino los de darse a entender. Trasmitir a todos un mensaje, ir al fondo, no supone descuidar la forma. La poesía exige sudar tinta delante del papel, como leemos en el citado "Cartilla (poética)". El Otero social jamás sacrificó los derechos de la poesía, pese a asignarle unas obligaciones desde la conciencia y el deber elemental de estar en una clase muy determinada, con los de abajo. Había que desnudar la poesía, vestirla con la ropa de la calle, con el habla de todos los días y no con la que está en los libros: "Me gustan las palabras de la gente. / Parece que se tocan, que se palpan. / Los libros, no; las páginas se mueven / como fantasmas" ("Palabra viva y de repente", Que trata de España). Había que escribir "de cara al hombre de la calle", como se lee en "Cantar de amigo", de En castellano (1959), incluso buscar un verso capaz de parar a un hombre en medio de la calle ("Y el verso se hizo hombre", Ancia, 1958). 

Al igual que Alberti, Otero baja a la calle un buen día, después de haber muerto por dentro. Es entonces cuando comprende y rompe todos sus versos, como leemos en "A la inmensa mayoría", de Pido la paz y la palabra, una inversión del lema juanramoniano de "A la inmensa minoría". No hay imagen más gráfica para ilustrar la voluntad de compromiso: bajar a la calle y querer dirigirse a la inmensa mayoría. Para llegar a ella no solo era necesario ir al fondo, como se va al fondo de un cuerpo que se desea apartando la ropa, incluso la de la calle, cuidando las formas. Había que aproximarse también al lenguaje diario, según pone de manifiesto esta mínima "Poética" del mencionado En castellano, cuya edición francesa lleva el título significativo deParler clair: "Escribo / hablando". Naturalmente, nunca se escribe como se habla. Incluso Otero llegaría, por este camino imposible, a querer hablar como el pueblo, con sus anchas sílabas que no se lleva el viento. El contrato social que Otero suscribe con la poesía le exige aprender de nuevo a escribir: "Da miedo pensarlo, pero apenas me leen / los analfabetos, ni los obreros, ni los niños. / Pero ya me leerán. Ahora estoy aprendiendo / a escribir, cambié de clase" ("Noticias de todo el mundo", Que trata de España). Cambiar de clase implicó para él cambiar de poesía y de escritura. Hoy quizás sigan sin leerlo los analfabetos, los obreros, los niños. Pero da miedo pensar que no lo leen quienes consideran que la poesía está reñida con cualquier compromiso, como no sea con el lenguaje. Termino como comencé, con Jaime Gil de Biedma, quien no dejó de ver en el Otero de Pido la paz y la palabra un poeta de recetario, como lo fueron los de nuestra posguerra, aunque a su entender era el más excitante de todos.

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Miguel Ángel García es profesor de Literatura en la Universidad de Granada.

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