Fui testigo,
y de alguna forma protagonista de la Transición que comenzaba. No puedo
arrepentirme de lo que hice convencido, pero visto en perspectiva
histórica y con lo visto y aprendido, sin ser crítico con los resultados
de todo aquello, en su forma fue un pacto desde el franquismo hacia la
democracia, aunque no todos los que participaron fueran demócratas. Todo
comenzó un 15 de Junio de 1977.
La oposición
al régimen no pidió que se dirimieran responsabilidades por los crímenes
cometidos, por los derechos pisoteados durante la dictadura, ni por el
origen del régimen que terminaba; y no hablamos de la guerra del 36,
sino de la represión y muertes producidas durante la dictadura. Los
responsables y autores, asesinos, siguieron en la calle formando parte
del tejido social. Sobre esos rescoldos se fundó la democracia.
15 de junio
se ha cumplido cuarenta y ocho años desde la celebración de las primeras
elecciones generales tras la muerte de Franco. Fueron elecciones
democráticas en cuanto que se desarrollaron en un nuevo clima, tras el
referéndum celebrado el 15 de diciembre de 1976. La pregunta era:
«¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política?». El 94,17% de
los votantes (del 77,8% de los votos contabilizados) dijo que si. El
censo estaba constituido por 22.644.290 electores.
El resultado
constituyó una voladura controlada del régimen según el profesor Pérez
Royo. El referéndum, significó la aceptación y el comienzo de la
Transición a la democracia. Un proceso lleno de ilusión y esperanza.
También la desrazón y el miedo se hicieron notar; tanto por el vacío que
el dictador dejaba tras su muerte, como por el terror a una posible
contienda bélica. La mayoría de la gente no teníamos desarrolladas ni la
cultura ni el criterio político, ni en cuestiones generales ni respecto
a los hechos que se sucedían vertiginosamente. Salíamos de una dictadura
en la que no se permitía pensar; solo obedecer las consignas del
dictador y la de los que mantenían el régimen.
El resultado
de aquellas elecciones fue ilustrativo de lo que sucedía. Lo que no
habían previsto los diseñadores del proceso, lo corrigió la ley
electoral D'hondt. Se presentaron más de ochenta partidos o agrupaciones
electorales. Hubo un 21,17% de abstención y consiguieron escaño doce
candidaturas. Ganó Adolfo Suárez, como heredero del régimen con su UCD
(6.310.691 votos, 166 escaños), seguido, con una diferencia de un millón
de votos, por el PSOE de Felipe González (5.371.866 / 118). El PCE, con
Santiago Carrillo a la cabeza, consiguió ser la tercera fuerza política
(1.709.890 / 19), seguido de cerca por AP, liderado por Manuel Fraga
(1.504771 / 16). Daba comienzo la etapa democrática y sin anunciarlo
unas Cortes constituyentes.
La Transición
fue una ley de punto final: No solo impidió juzgar y castigar a los
culpables, autores y defensores de la dictadura y su represión, sino que
hoy sigue impidiendo investigar los casos de los miles de desaparecidos
y enterrados en las cunetas de nuestros caminos y carreteras. La
Transición puso como jefe de Estado a un rey, que durante veinte años
apoyó voluntariamente a Franco que lo nombró como sucesor; que nunca
renegó del juramento a los principios generales del movimiento, ni
denunciado las penas de muerte que su protector firmó hasta el final de
sus días. Fue una reforma sin ruptura, construida sobre el poder
franquista intacto. Hubo un gran debate en las alturas sobre ruptura o
reforma, pero al final, quienes defendían la ruptura reformaron y los
reformistas retornaron al lugar de donde venían.
En el 15J, la
gente, tradicionalmente desinformada, votó, como vota casi siempre, a
los que más salen en televisión, en la prensa, a la voz del poder, o a
quienes provocan menos miedo. Los partidos políticos, hasta entonces en
la clandestinidad, fueron llamados a participar en la Transición y
terminaron aceptando lo que nunca habían defendido: la monarquía, la
bandera que había ondeado el dictador y las condiciones que impusieron
los vencedores de la guerra. Clandestinos y legales, comunistas y
socialistas, franquistas y falangistas, fueron amnistiados por los
delitos cometidos durante los cuarenta años de Franco. No se pidieron
responsabilidades ni investigación por los muertos del franquismo, ni
por los presos ni marginados, ni represaliados, ni por los condenados a
trabajos forzados y desaparecidos por decenas de miles. Ningún programa
electoral prometió derribar lo que el franquismo había construido.
Ningún
partido en el gobierno desde entonces, ni socialistas ni populares, ha
extirpado el veneno que nos inoculó la dictadura. Si no se hizo en su
momento, tendrá que ser mediante un largo proceso, que no es de un día,
ni de un año, quizás ni en un siglo; ni siquiera con la muerte de las
víctimas de la dictadura, ni los protagonistas de la Transición. Ningún
partido ha revisado la ley de amnistía, que permite seguir en el poder a
los delincuentes políticos y económicos, que se enriquecieron a costa de
los represaliados y desaparecidos y que han campado a sus anchas.
Poco se ha
hecho para conseguir la separación de la iglesia y el Estado, condición
indispensable para que la democracia lo sea realmente. No se ha cambiado
la ley electoral que maltrata a la izquierda, beneficia a la derecha, o
a los grandes partidos. Poco se ha hecho para garantizar y blindar
constitucionalmente la escuela pública y laica, ni la sanidad pública,
ni los derechos sociales. Todo para los poderosos; los de antes, que son
los de ahora.
El poder
económico, financiero y territorial, está en manos de los ricos
industriales, banqueros y corruptos; la justicia sin tocar o reformada a
imagen de la derecha reaccionaria. Se siente la mano de hierro que no
permite ningún avance social, sino todo lo contrario: que no permite la
lucha contra el fraude y la corrupción, ni contra la manipulación de la
información, ni para erradicar la imposición de doctrinas aprendidas
durante el franquismo. Diariamente tenemos ejemplos de ello.
En el proceso
hacia la democracia la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, estuvo
cerca. Podríamos afirmar que la Transición se diseñó en un despacho
desde Langley. Alfredo Grimaldos en su libro Claves de la Transición
1973-1986, para adultos, dice: El franquismo no es una dictadura que
finaliza con el dictador, sino una estructura de poder específica que
integra a la nueva monarquía. Para Grimaldos, la Transición fue una
metáfora de un interrogatorio policial donde son los propios franquistas
quienes diseñan el cambio y se reparten los papeles en la obra que ellos
mismos dirigen. La imagen oficial de este periodo se ha construido sobre
el silencio, la ocultación, el olvido y la falsificación del pasado. Hoy
conocemos por el diario Público, como el entonces sucesor de Franco,
Juan Carlos, se hizo confidente de la Casa Blanca y se convirtió en su
gran apuesta para controlar España.
Mucho ha
cambiado la sociedad española desde el 15J. Ni todo ha estado mal hecho
ni todo ha sido una maravilla. El pasado es la historia, el futuro no
existe y el presente es efímero y cruel, como siempre para los más
desfavorecidos socialmente. El Sistema actual, respetó las ruinas del
franquismo, y se construyó sobre la dictadura y sus miserias. Algunos
dicen que lo sucedido pertenece a un capítulo de la historia, que no hay
que recordar. Para ellos es mejor el olvido: el futuro, miremos el
futuro, hacia el futuro.
Demasiados
errores hemos cometido pensando en el futuro. Ahora toca hacerlo bien
pensado en el presente; y para no caer en los mismos errores, hay que
abrir un Proceso Constituyente que rompa ataduras con ese pasado que
algunos recordamos, otros quieren ocultar y muchos conocer.
Muchas cosas
que ocurren en España y, acontecimientos mundiales, nos lleva a pensar
algunas de las miserias que sufrimos hace medio siglo y nos acerca
peligrosamente a aquellos escenarios.