Ya se ha
terminado la semana santa. Parece que este año ha sido muy variada y
diversas el perfil de las personas que han acudido a los actos
religiosos. También ha sido histórico el número de horas de
retransmisiones de las procesiones en televisión. Yo, como de costumbre
ni he ido ni he visto nada. Reniego de todo lo que tenga que ver con la
iglesia y la religión.
Han
transcurridos siglos y quieren seguir controlando las conciencias,
obviando que la iglesia sostuvo y defendió la represión franquista,
avalando sus principios bajo palio. La Puta de Babilonia, la católica no
es del amor ni de los pobres. ¡Tú la teóloga, la misteriosa, la
profunda, la recóndita, la que se cree representante de dios en la
tierra y mató en su nombre». Poco más tengo yo que decir para definirte.
La antidemocrática, la del odio y la agresión; la que odia a las mujeres
y abusa de la infancia: dejad que los niños se acerquen a mi y aprovecha
el poder que ejerce sobre ellos para introducir ideas retrógradas y
perniciosas contra la libertad y los derechos.
La Ramera de Babilonia, aparece en el libro
Apocalipsis, como un personaje asociado con el Anticristo y la Bestia
del Apocalipsis, relacionados con el reino de las siete cabezas y diez
cuernos. Entonces vino uno de los siete Ángeles que llevaban las siete
copas y me habló: Ven, que te voy a mostrar el juicio de la célebre
Ramera, que se sienta sobre grandes aguas. Con ella fornicaron los reyes
de la tierra y sus habitantes se embriagaron con el vino de su
fornicación» (Apocalipsis
17:1-2). En el siglo XVI, con la Reforma de
Lutero, se consideraba a la iglesia católica como la ramera de
Babilonia; lo mismo que antes ya lo hicieran Girolamo Savonarola,
predicado contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la
corrupción de la iglesia católica. También Dante utilizó la imagen de la
Puta en su Infierno, criticando a la iglesia de Roma.
La
Puta de Babilonia, de Fernando Vallejo,
demoledor, cuenta los grandes crímenes de la iglesia católica, y los
pecados de los papas. Plantea dudas sobre el nuevo testamento y las
contradicciones de los evangelios, dudando de la existencia de
Jesucristo y de dios mismo. Cuenta como los Obispos de Roma destruyendo
las copias antiguas de los evangelios en el siglo III a. C. y como
escogieron, de los veintisiete textos para el Nuevo Testamento en el
Tercer Concilio de Cartago en 397, los que mejor les convenía.
No nos
alejemos mucho ni en el tiempo ni en el espacio. La Inquisición se fundó
en 1478 por los Reyes Católicos, para mantener la ortodoxia católica en
sus reinos y no se abolió hasta 1834. Estuvo bajo el control directo de
la monarquía —entre otros por Fernando VII. Actuaba, «no tanto por celo
de la fe y salvación de las almas, sino por la codicia de la riqueza»,
decía el papa Sixto IV. Lo cierto es que las razones de su creación,
fueron: establecer la unidad religiosa; debilitar la oposición política;
acabar con la poderosa minoría judeoconversa; y conseguir financiación
para sus proyectos. Se estableció una férrea organización para la
persecución y expulsión de los judíos; represión del protestantismo; la
censura; luchar contra los moriscos, la superstición y la brujería.
También se persiguió la homosexualidad y bestialismo, considerados por
el derecho canónico contra naturam.
Muchos verdaderos fieles cristianos, fueron
encerrados, torturados y condenados como herejes, para ser privados de
sus bienes y propiedades por la Inquisición. Su método represor, se
basaba en el principio de presunción de culpabilidad, no de inocencia.
La detención implicaba la confiscación de sus bienes, llevándose la
instrucción en el máximo secreto. El tormento se aplicaba, no como medio
de conocer la verdad, sino para reconfortar al preso en su fe. Ningún
papa ha condenado a la Inquisición de manera clara. Hoy sigue
existiendo, con el sobrenombre de
Congregación para la Doctrina de la Fe, para
defender a la iglesia.
España es católica por los pelos. Los católicos
practicantes representan un 19% de la población, según los datos del
último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS),
correspondiente a abril de 2025.
Es un porcentaje exiguo que ha ido cayendo año tras año desde la
Transición. Si sumamos el conjunto de
católicos (practicantes y no practicantes), son un 55%, una proporción
aún mayoritaria pero muy por debajo de los de otros países católicos
europeos como Italia (75% - 79% en base a estudios recientes) o Irlanda
(69%, según datos del censo). Y eso teniendo en cuenta el efecto Semana
Santa, que eleva algo las actitudes religiosas en este último barómetro.
En España, un
40% de la población se identifica como atea, agnóstica o no creyente,
mientras un 4% se declara creyente de otras religiones distintas al
catolicismo. Según el último barómetro de abril mencionado, entre los 18
y los 24 años apenas un 15% se consideraban católicos practicantes. Y en
conjunto son solo un 35% los que se consideran católicos (practicantes o
no), frente a un 46% antes de la pandemia (barómetro marzo 2019). Un
descenso notable. Mientras, el número de no creyentes ha subido más de
10 puntos y ya son una amplia mayoría entre la juventud, un 60%.
Soy ateo, no
creo en ningún ser sobrehumano, ni sobrenatural, que controle los
destinos de los seres vivos y muertos aquí en la Tierra, ni fuera de
ella; que imparta castigo y justicia divina, ni nada por el estilo. En
otras palabras, no creo en dios, ni en sus actos, ni en sus obras, ni en
su historia, ni en su hijo, ni en su madre, ni en todos los santos, ni
en lo que creen los que creen, ni en ninguna paloma santa; dicho con
todos los respetos.
No es que
diga que no lo se, que puede que sea, o admita la probabilidad de la
existencia de una fuerza o energía, espíritu vital o luz omnipotente,
no: es que no lo creo. Fui creyente en otros momentos de mi vida, allá
por mi adolescencia juvenil, hasta que pensé; y entonces supe que no era
posible y además no podía ser. También es cierto, que hoy, tras muchos
años desde entonces, he dejado de creer en algunas humanidades. Y de la
iglesia católica no creo nada: por lo que representa, por lo que dicen,
por lo que hacen, por cómo lo hacen, por lo que dicen que hacen, por lo
que no dicen y hacen.
El ateismo es
un valor de referencia en la organización de mi vida personal, familiar,
social y política. Para encontrar la armonía con el pensamiento, es
vital la consecución de un Estado verdaderamente laico, en la defensa de
los derechos civiles y las libertades ciudadanas, con una idea, una
ética, una moral, unos valores sociales y unas normas de conducta ateas,
democráticas y tolerantes.
El ateismo es
la representación de la defensa de la libertad de pensamiento y
expresión, la pluralidad y el derecho a la difusión de todas las ideas y
creencias (siempre que éstas sean respetuosas con las personas y sus
derechos). La neutralidad religiosa del Estado en todos los ámbitos -en
la enseñanza sobre todo-, pasa por la abolición de los privilegios
concedidos a cualquier iglesia o confesión religiosa y supresión de toda
discriminación por motivos religiosos; y promover el progreso, la
justicia social y la solidaridad entre todos los ciudadanos.
Soy ateo
porque es la base para un humanismo alejado de dogmas y opresiones.
Entre la fe en un dios imposible, escojo a la humanidad imperfecta,
libre de historias sagradas, de religiones y sectas dominadoras. Lo que
nos caracteriza a los ateos, no es tanto la difusión de la idea -algo
que queda en el ámbito de lo íntimo y personal-, sino la defensa del
laicismo: una sociedad sin ataduras de índole religioso, en libertad y
en igualdad de condiciones y oportunidades. La conciencia social y la
política unidas para el bienestar general.
Soy ateo como
expresión del reconocimiento a la razón y a la libertad de conciencia.
La religión no puede convertirse en creencia probada y verdad
inamovible, a través del poder institucional, como pretenden algunos. La
fe religiosa, es a fin de cuentas, el acto de dejar de razonar. Soy ateo
porque la razón es el máximo atributo del ser humano.