Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, escritor argentino, de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. Publicó ensayos breves, cuentos y poemas.

Fecha de nacimiento: 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, Argentina. Fecha de la muerte: 14 de junio de 1986, en Ginebra, Suiza

Escritor argentino considerado una de las grandes figuras de la literatura en lengua española del siglo XX. Cultivador de variados géneros, que a menudo fusionó deliberadamente, Jorge Luis Borges ocupa un puesto excepcional en la historia de la literatura por sus relatos breves. Aunque las ficciones de Borges recorren el conocimiento humano, en ellas está casi ausente la condición humana de carne y hueso; su mundo narrativo proviene de su biblioteca personal, de su lectura de los libros, y a ese mundo libresco e intelectual lo equilibran los argumentos bellamente construidos, simétricos y especulares, así como una prosa de aparente desnudez, pero cargada de sentido y de enorme capacidad de sugerencia.

Recurriendo a inversiones y tergiversaciones, Borges llevó la ficción al rango de fantasía filosófica y degradó la metafísica y la teología a mera ficción. Los temas y motivos de sus textos son recurrentes y obsesivos: el tiempo (circular, ilusorio o inconcebible), los espejos, los libros imaginarios, los laberintos o la búsqueda del nombre de los nombres. Lo fantástico en sus ficciones siempre se vincula con una alegoría mental, mediante una imaginación razonada muy cercana a lo metafísico.Ficciones (1944), El Aleph (1949) y El Hacedor (1960) constituyen sus tres colecciones de relatos de mayor proyección. A pesar de que su obra va dirigida a un público comprometido con la aventura literaria, su fama es universal y es definido como el maestro de la ficción contemporánea. Sólo su ideario político pudo impedir que le fuera concedido el Nobel de Literatura.


 

Breve biografía

Jorge Luis Borges procedía de una familia de próceres que contribuyeron a la independencia del país. Un antepasado suyo, el coronel Isidro Suárez, había guiado a sus tropas a la victoria en la mítica batalla de Junín; su abuelo Francisco Borges también había alcanzado el rango de coronel. Pero fue su padre, Jorge Borges Haslam, quien rompiendo con la tradición familiar se empleó como profesor de psicología e inglés. Estaba casado con la delicada Leonor Acevedo Suárez, y con ella y el resto de su familia abandonó la casa de los abuelos donde había nacido Jorge Luis y se trasladó al barrio de Palermo, a la calle Serrano 2135, donde creció el aprendiz de escritor teniendo como compañera de juegos a su hermana Norah.

En aquella casa ajardinada aprendió Borges a leer inglés con su abuela Fanny Haslam y, como se refleja en tantos versos, los recuerdos de aquella dorada infancia lo acompañarían durante toda su vida. Con apenas seis años confesó a sus padres su vocación de escritor, e inspirándose en un pasaje del Quijote redactó su primera fábula cuando corría el año 1907: la tituló La visera fatal. A los diez años comenzó ya a publicar, pero esta vez no una composición propia, sino una brillante traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde.

En el mismo año en que se inició la Primera Guerra Mundial, la familia Borges recorrió los inminentes escenarios bélicos europeos, guiados esta vez no por un admirable coronel, sino por un ex profesor de psicología e inglés, ciego y pobre, que se había visto obligado a renunciar a su trabajo y que arrastró a los suyos a París, a Milán y a Venecia hasta radicarse definitivamente en la neutral Ginebra cuando estalló el conflicto.

Borges era entonces un adolescente que devoraba incansablemente la obra de los escritores franceses, desde los clásicos como Voltaire o Víctor Hugo hasta los simbolistas, y que descubría maravillado el expresionismo alemán, por lo que se decidió a aprender el idioma descifrando por su cuenta la inquietante novela de Gustav Meyrink El golem.

Borges a los 21 años

Hacia 1918 lee asimismo a autores en lengua española como José Hernández, Leopoldo Lugones y Evaristo Carriego y al año siguiente la familia pasa a residir en España, primero en Barcelona y luego en Mallorca, donde al parecer compuso unos versos, nunca publicados, en los que se exaltaba la revolución soviética y que tituló Salmos rojos.

En Madrid trabará amistad con un notable políglota y traductor español, Rafael Cansinos Assens, a quien extrañamente, a pesar de la enorme diferencia de estilos, proclamó como su maestro. Conoció también a Valle-Inclán, a Juan Ramón Jiménez, a Ortega y Gasset, a Ramón Gómez de la Serna, a Gerardo Diego... Por su influencia, y gracias a sus traducciones, fueron descubiertos en España los poetas expresionistas alemanes, aunque había llegado ya el momento de regresar a la patria convertido, irreversiblemente, en un escritor.


 

La juventud ultraísta

De regreso en Buenos Aires, en 1921 fundó con otros jóvenes la revista Prismas y, más tarde, la revista Proa; firmó el primer manifiesto ultraísta argentino, y, tras un segundo viaje a Europa, entregó a la imprenta su primer libro de versos: Fervor de Buenos Aires (1923). Seguirán entonces numerosas publicaciones, algunos felices libros de poemas, como Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), y otros de ensayos, como Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos, que desde entonces se negaría a reeditar.

 

Durante los años treinta su fama creció en Argentina y su actividad intelectual se vinculó a Victoria Ocampo y Silvina Ocampo; las hermanas Ocampo le presentaron a su vez a Adolfo Bioy Casares, pero su consagración internacional no llegaría hasta muchos años después. De momento ejerce asiduamente la crítica literaria, traduce con minuciosidad a Virginia Woolf, a Henri Michaux y a William Faulkner y publica antologías con sus amigos; frecuenta a su maestro Macedonio Fernández y colabora con Victoria Ocampo en la fundación de la emblemática revista Sur (1931), en torno a la cual se moverá lo mejor de las letras argentinas de entonces (Oliverio Girondo, Enrique Anderson Imbert y el mismo Bioy Casares, entre otros).

 

En 1938 fallece su padre y comienza a trabajar como bibliotecario en las afueras de Buenos Aires; durante las navidades de ese mismo año sufre un grave accidente, provocado por su progresiva falta de visión, que a punto está de costarle la vida. Al agudizarse su ceguera, Borges deberá resignarse a dictar sus cuentos fantásticos y desde entonces requerirá permanentemente de la solicitud de su madre y de su amigos para poder escribir, colaboración que resultará muy fructífera. Así, en 1940, el mismo año en que asiste como testigo a la boda de Silvina Ocampo y Bioy Casares, publica con ellos una espléndida Antología de la literatura fantástica, y al año siguiente una Antología poética argentina.

 

En 1942, Borges y Bioy se esconden bajo el seudónimo de H. Bustos Domecq y entregan a la imprenta unos graciosos cuentos policiales que titulan Seis problemas para don Isidro Parodi. Sin embargo, su creación narrativa no obtiene por el momento el éxito deseado, e incluso fracasa al presentarse al Premio Nacional de Literatura con sus cuentos recogidos en el volumen El jardín de senderos que se bifurcan (1941), los cuales se incorporarán luego a uno de sus más célebres libros, Ficciones (1944), obra con que se inicia su madurez literaria y el pleno reconocimiento en su país.


 

Del peronismo a Videla

En 1945 se instaura el peronismo en Argentina, y su madre Leonor y su hermana Norah son detenidas por hacer declaraciones contra el nuevo régimen: habrán de acarrear, como escribió muchos años después Borges, una "prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos", pero lo cierto es que, a causa de haber firmado manifiestos antiperonistas, el gobierno lo apartó al año siguiente de su puesto de bibliotecario y lo nombró inspector de aves y conejos en los mercados, cruel humorada e indeseable honor al que el poeta ciego hubo de renunciar, para pasar, desde entonces, a ganarse la vida como conferenciante.

La policía se mostró asimismo suspicaz cuando la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró en 1950 su presidente, habida cuenta de que este organismo se había hecho notorio por su oposición al nuevo régimen. Ello no obsta para que sea precisamente en esta época de tribulaciones cuando publique su libro más difundido y original, El Aleph (1949), ni para que siga trabajando incansablemente en nuevas antologías de cuentos y nuevos volúmenes de ensayos antes de la caída del peronismo en 1955.

En esta diversa tesitura política, el recién constituido gobierno lo designará, a tenor del gran prestigio literario que ha venido alcanzando, director de la Biblioteca Nacional, e ingresará asimismo en la Academia Argentina de las Letras. Enseguida los reconocimientos públicos se suceden: Doctor honoris causa por la Universidad de Cuyo, Premio Nacional de Literatura, Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett, Comendador de las Artes y de las Letras en Francia, Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina, Premio Interamericano Ciudad de Sèo Paulo.

Inesperadamente, en 1967 contrae matrimonio con una antigua amiga de su juventud, Elsa Astete Millán, boda de todos modos menos tardía y sorprendente que la que formalizaría pocos años antes de su muerte, ya octogenario, con María Kodama, su secretaria, compañera y lazarillo: una mujer mucho más joven que él, de origen japonés, a la que nombraría su heredera universal. Pero la relación con Elsa fue no sólo breve, sino desdichada, y en 1970 se separaron para que Borges volviera de nuevo a quedar bajo la abnegada protección de su madre.

Jorge Luis Borges y María Kodama

Los últimos reveses políticos le sobrevinieron con el renovado triunfo electoral del peronismo en Argentina en 1974, dado que sus inveterados enemigos no tuvieron empacho en desposeerlo de su cargo en la Biblioteca Nacional ni en excluirlo de la vida cultural porteña.

Dos años después, ya fuera como consecuencia de su resentimiento o por culpa de una honesta alucinación, Borges, cuya autorizada voz resonaba internacionalmente, saludó con alegría el derrocamiento del partido de Perón por la Junta Militar Argentina, aunque muy probablemente se arrepintió enseguida cuando la implacable represión de Videla comenzó a cobrarse numerosas víctimas y empezaron a proliferar los "desaparecidos" entre los escritores. El propio Borges, en compañía de Ernesto Sábato y otros literatos, se entrevistó ese mismo año de 1976 con el dictador para interesarse por el paradero de sus colegas "desaparecidos".

 

Entrevista a Jorge Luis Borges en 'A Fondo' (1976)

De todos modos, el mal ya estaba hecho, porque su actitud inicial le había granjeado las más firmes enemistades en Europa, hasta el punto de que un académico sueco, Artur Ludkvist, manifestó públicamente que jamás recaería el Premio Nobel de Literatura sobre Borges por razones políticas. Ahora bien, pese a que los académicos se mantuvieron recalcitrantemente tercos durante la última década de vida del escritor, se alzaron voces, cada vez más numerosas, denunciando que esa actitud desvirtuaba el espíritu del más preciado premio literario.

Para todos estaba claro que nadie con más justicia que Borges lo merecía y que era la Academia Sueca quien se desacreditaba con su postura. La concesión del Premio Cervantes en 1979 compensó en parte este agravio. En cualquier caso, durante sus últimos días Borges recorrió el mundo siendo aclamado por fin como lo que siempre fue: algo tan sencillo e insólito como un "maestro".


 

La obra de Jorge Luis Borges

Borges es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no sólo la crítica especializada, sino también las sucesivas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir.

Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona (William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra), además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que ninguno de ellos desentonara.

 

Jorge Luis Borges: Siete Noches - La Ceguera (Conferencia)


 

Los inicios poéticos

 

Borges había conocido en Madrid a los jóvenes escritores del grupo ultraísta, que se nucleaban en torno al poeta andaluz Rafael Cansinos Assens. A su retorno a la Argentina, a comienzos de la década de 1920, difundió entre sus pares esa nueva concepción de la poesía y las imágenes poéticas, principalmente dentro del grupo de los escritores vanguardistas. El primer libro de poemas de Borges fue Fervor de Buenos Aires (1923), en el que ensayó una visión personal de su ciudad, de evidente cuño vanguardista.

 

En 1925 dio a conocer Luna de enfrente y, tres años más tarde, Cuaderno San Martín, poemarios en los que aparece con insistencia su mirada sobre las "orillas" urbanas, esos bordes geográficos de Buenos Aires en los que años más tarde ubicará la acción de muchos de sus relatos. Puede decirse que en estos primeros libros Borges funda con su escritura una Buenos Aires mítica, dándole espesor literario a calles y barrios, portales y patios. El poeta parece rondar la ciudad como un cazador en busca de imágenes prototípicas, que luego volcará con maestría en sus versos y prosas.

 

En 1930 publicó Evaristo Carriego, un título esencial en la producción borgeana. En este ensayo, al tiempo que traza una biografía del poeta popular que da título al libro, se detiene en la invención y narración de diferentes mitologías porteñas, como en la poética descripción del barrio de Palermo. Evaristo Carriego no responde a la estructura tradicional de las presentaciones biográficas, sino que se sirve de la figura del poeta elegido para presentar nuevas e inéditas visiones de lo urbano, como se manifiesta en capítulos tales como "Las inscripciones de los carros" o "Historia del tango".

 

Hacia 1932 da a conocer Discusión, libro que reúne una serie de ensayos en los que se pone de manifiesto no sólo la agudeza crítica de Borges, sino también su capacidad en el arte de conmover los conceptos tradicionales de la filosofía y la literatura. Además de las páginas dedicadas al análisis de la poesía gauchesca, este volumen integra capítulos que han servido como venero de asuntos de reflexión para los escritores argentinos, tales como "El escritor argentino y la tradición", "El arte narrativo y la magia" o "La supersticiosa ética del lector".

 

En 1935 aparece Historia universal de la infamia, con textos que el propio autor califica como ejercicios de prosa narrativa y en los que es evidente la influencia de Robert Louis Stevenson y G. K. Chesterton. Este volumen incluye uno de sus cuentos más famosos, "El hombre de la esquina rosada"; le siguieron los ensayos de Historia de la eternidad (1936).


 

La madurez de un narrador

 

El accidente casi mortal que sufrió a fines de 1938 marcó el antes y el después de su destino: de él saldría con la secuela del avance irreversible de su ceguera y con la decisión de enfrentarse a la creación de ficciones, cuyo primer fruto será el memorable relato El sur, y el libro que iniciará la ininterrumpida sucesión de sus obras maestras: El jardín de senderos que se bifurcan (1941). A partir de ese momento, la vida y la obra de Borges entran en una madurez y en una creciente divulgación en círculos concéntricos, que sólo se interrumpirán con su muerte, casi medio siglo más tarde.

 

Con ser todo ello significativo para la vida del autor, lo más destacable del proceso es el reconocimiento que Borges hace de sí mismo y de su obra a partir del comienzo de los años cuarenta, y que le impulsa a la creación de ese género a mitad de camino entre la narrativa, el ensayo, la glosa, la sinopsis de libros que nunca serán escritos y la investigación erudita, que definirá mejor que nada su título acaso más representativo, Ficciones, que en 1944 marca el ecuador de la obra de Borges, no sólo por el nivel insuperable que alcanza, sino por la condensación genérica que la caracterizará de allí en adelante.

 

Ciertamente, Ficciones (1944) acabó de consolidar a Borges como uno de los escritores más singulares del momento en lengua castellana. En la primera de sus partes, titulada El jardín de senderos que se bifurcan, reeditó la colección de ocho cuentos que había publicado en 1941; en la segunda parte, Artificios, incluyó seis nuevos relatos, número ampliado a nueve en la edición de 1956.

En las páginas de este libro se despliega toda su maestría imaginativa, plasmada en cuentos como "La biblioteca de Babel", "El jardín de los senderos que se bifurcan" o "La lotería de Babilonia". También pertenece a este volumen "Pierre Menard, autor del Quijote", relato o ensayo (en Borges esos géneros suelen confundirse deliberadamente) en el que reformula con genial audacia el concepto tradicional de influencia literaria, así como su célebre cuento "La muerte y la brújula", en el que la trama policial se conjuga con sutiles apreciaciones derivadas del saber cabalístico, al que Borges dedicó devota atención.

El Aleph (1949), volumen de diecisiete cuentos, vuelve a demostrar su maestría estilística y su ajustada imaginación, que combina elementos de la tradición filosófica y de la literatura fantástica. Además del cuento que da título al libro, se incluyen otros como "Emma Zunz", "Deutsches Requiem", "El Zahir" y "La escritura del Dios". El Hacedor (1960) incluía algunas piezas escritas treinta años antes y sin embargo guardaba una sólida unidad entre todas sus partes, no sólo formal sino también en cuanto a contenidos, siempre alineados en la idea borgeana de que tanto los grandes sistemas de la metafísica como las parábolas y las elucidaciones de la teología son elementos que forman parte del gran mundo de la literatura fantástica.


 

La consagración internacional

 

Con la obtención del Premio Internacional de Literatura Formentor, que comparte con Samuel Beckett en 1961, la crítica descubre a Borges a nivel planetario, y las invitaciones, los doctorados honoris causa, los ciclos de conferencias, los premios y las traducciones a las más diversas lenguas se sucedieron en un vértigo incesante, que lo convirtieron en uno de los escritores vivos de mayor prestigio y reconocimiento universal.

 

El impactante y masivo reconocimiento público de la figura y la obra de Borges debe ser situado como un efecto derivado del llamado Boom de la literatura hispanoamericana. La demanda por parte del público de obras de autores latinoamericanos no se agotó con aquellos que originalmente pertenecían a la generación del Boom (Julio Cortázar, Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa), sino que se extendió a un grupo de escritores que, por edad y por preferencias estéticas, no formaban parte de esa órbita.

 

A pesar de la nutridísima bibliografía de Borges, de pocos escritores como de él se puede afirmar que es, en lo esencial, autor de un solo libro, desdoblado en distintas versiones o aproximaciones, que sus Obras Completas ejemplifican como otros tantos frutos de un mismo árbol, ya que (como él mismo afirmara de Quevedo) más que un escritor, Borges es en verdad "una vasta literatura".

 

Así, sus obras en prosa posteriores a las mencionadas (Manual de zoología fantástica, 1957; El libro de los seres imaginarios, 1967; El informe de Brodie, 1970; El congreso, 1971; El libro de arena, 1975) incluyen con frecuencia poemas. Durante treinta años no había publicado un solo verso, como para marcar una distancia definitiva con la etapa que denominó "la gran equivocación ultraísta"; y sus entregas poéticas de la madurez, como El otro, el mismo (1964), Para las seis cuerdas (1965), Elogio de la sombra (1969), El oro de los tigres (1972), La rosa profunda (1975) o La moneda de hierro (1976), admiten poemas narrativos, y otros que son auténticas ficciones, como "El Golem", que simplemente han sido redactadas en verso.

La obra de Borges se reparte también en un buen número de volúmenes escritos en colaboración, tanto dedicados a la ficción como al ensayo. Engrosan el caudal de sus escritos una gran cantidad de notas de crítica bibliográfica y comentarios de literatura, aparecidos en diferentes publicaciones periódicas argentinas y extranjeras, además de conferencias y entrevistas en las que desplegó con inteligencia y mordacidad sus puntos de vista. Se trata de una parte de su obra que, casi a la misma altura que sus libros considerados mayores, ha sido objeto recurrente de comentario y estudio por parte de la crítica y de numerosas recopilaciones.


 

30 años sin Jorge Luis Borges

RTVE. Por NICOLÁS FABELO

  • El escritor argentino murió en Ginebra el 14 de junio de 1986

  • Los mejores amigos de su infancia fueron los libros de la biblioteca familiar

  • No llegó a recibir el Premio Nobel, al que se hizo merecedor con creces

"Mi mayor pecado es no haber sido feliz", confesaba con un asomo de amargura Jorge Luis Borges. Le pesaba sobre todo haber defraudado con ello a su querida madre. Su infelicidad no era una falta cualquiera: se trataba para él del "peor de los pecados que un hombre puede cometer".

El genial escritor argentino vino al mundo el 24 de agosto de 1899 en una casa de la calle Tucumán de Buenos Aires, hijo de un abogado y profesor de psicología de madre inglesa (Jorge Guillermo Borges Haslam) y de una mujer de ascendencia uruguaya (Leonor Acevedo Suárez). Por sus venas corría sangre española, portuguesa, inglesa y acaso hebrea. "¿Quién no jugó a los antepasados alguna vez, a las prehistorias de su carne y su sangre? Yo lo hago muchas veces, y muchas no me disgusta pensarme judío", se lee en su poema Yo judío.

El joven Jorge Luis residió en el arrabal bonaerense de Palermo hasta la marcha de su familia en 1914 a Ginebra (Suiza), donde su padre buscaba tratamiento para una ceguera progresiva que había forzado su retiro. Hasta los once años no fue a la escuela: recibió instrucción bilingüe en español e inglés en su propia casa, a manos de una institutriz inglesa y de su abuela paterna. Era un niño enfermizo y frágil, amante de la soledad.

La biblioteca de su infancia

La influencia de su padre, ateo y escritor frustrado, fue decisiva para él. No menor que la de su madre, católica creyente, que se convertiría en los ojos de sus lecturas cuando comenzó a afectarle la ceguera heredada de su progenitor. La enorme biblioteca de su casa, con miles de volúmenes -sobre todo en inglés-, alentó su temprana afición a los libros. El propio escritor la consideraba el "acontecimiento capital" de su vida. Los recuerdos de esa biblioteca lo acompañarían siempre: "Nunca he salido de ella". A los diez años hizo una traducción de El príncipe feliz de Wilde, que publicó en un diario bonaerense. Dos años después ya leía a William Shakespeare en inglés.

“Mi infancia son recuerdos de Las mil y una noches, de El Quijote, de los cuentos de Wells, de la Biblia inglesa, de Kipling, de Stevenson...“

En sus siete años de estancia en Europa, Borges aprendería francés y alemán. Ya de mayor se aplicaría al descubrimiento del anglosajón (inglés antiguo) y del islandés: en este segundo caso, para poder leer las sagas nórdicas sin necesidad de traducción. Acabada la Primera Guerra Mundial residió con su familia sucesivamente en Lugano (Suiza), Barcelona, Mallorca, Sevilla y Madrid, antes de retornar en 1921 a Buenos Aires. En Suiza descubrió el expresionismo pictórico alemán, mientras que en España trabó contacto con los poetas ultraístas y se acercó a los textos del chileno Vicente Huidobro.

Descubre Buenos Aires

Fue tras su regreso a Argentina cuando comenzó a conocer de verdad su ciudad natal, a patear sus calles y sumergirse en la cultura local. Publicó sus primeros poemas y ensayos en revistas literarias. En 1923 vio la luz Fervor de Buenos Aires, su primera colección de poesía, a la que siguieron en 1925 Luna de enfrente e Inquisiciones y en 1930 el ensayo Evaristo Carriego. Su inicial ultraísmo había dado paso a un costumbrismo 'argentinista', un retrato épico de arrabaleros porteños que pueblan un mundo de burdeles, cafetines y muelles salpicado de peleas a cuchillo y de milongas. Borges sentía fascinación por la violencia de esos matones de extrarradio, tan lejana a su realidad inmediata. Admiraba también a los soldados (algunos de sus antepasados lo fueron), por su condición de hombres de acción: "El ejercicio de las armas es algo hermoso".

Sus colaboraciones con la revista Sur, fundada en 1931 por Victoria Ocampo, contribuyeron a forjar su fama en el mundillo literario de la capital. Fue ella quien le presentó a Adolfo Bioy Casares, también colaborador de la revista, quien se convertiría en uno de sus mejores amigos y con el que redactaría conjuntamente obras como Seis problemas para Don Isidro Parodi (1942) y la feroz sátira Crónicas de Bustos Domecq (1967). En la década de 1930 se adentró en la narrativa fantástica y en el cultivo de una poesía metafísica, profunda y sobria, fruto de su obsesión por los mapas, los laberintos, los espejos, el álgebra, los arquetipos, el tiempo, el infinito, los signos misteriosos.

En 1935 publicó Historia universal de la infamia, a la que siguieron algunas de sus cumbres narrativas: Ficciones (1944) -fruto de la fusión de El jardín de senderos que se bifurcan (1941) con otros cuentos-, El Aleph (1949) y La muerte y la brújula (1951). En 1938 murió su padre, tras una larga agonía. Para ganarse la vida, empezó a trabajar de auxiliar en la biblioteca municipal de un barrio de Buenos Aires. Al poco tiempo sufrió un fuerte golpe en la cabeza que, tras una grave complicación (una septicemia), lo tuvo unos días al borde de la muerte.

En 1946, el general Juan Domingo Perón llegó a la presidencia de su país. Borges no tardó en hacerle objeto de sus afiladas críticas. El régimen del carismático líder justicialista detuvo a su madre y a su hermana, y a él lo rebajó al surrealista puesto de inspector de aves y conejos en un mercado público. En 1955, tras la caída de Perón, fue desagraviado con su nombramiento como director de la Biblioteca Nacional. Ese mismo año ingresó en la Academia Argentina de Letras.

Anarquista spenceriano, agnóstico y escéptico

Jorge Luis Borges se resiste a toda clasificación ideológica convencional. Él mismo aseguraba: "Ciertamente no soy nacionalista, no soy peronista, no soy comunista, soy un modesto anarquista a la manera spenceriana". Creía en el individuo pero no en el Estado. Detestaba el populismo, el aborregamiento de las masas enfervorizadas por líderes mesiánicos. Por eso se opuso a Perón. Con la fina y aguda ironía que le caracterizaba, llegó a considerar a la democracia como un "abuso de la estadística".

Su antiperonismo le hizo tomar partido inicialmente por los Gobiernos militares que sacudieron su país a mediados de la década de 1970, lo que le granjeó muchas críticas. Pero no tardó en desengañarse de la dictadura y en denunciar las terribles atrocidades cometidas a su amparo. Se mostró contrario a la guerra de las Malvinas (1982), y no dudó en apoyar al primer Gobierno de la restauración democrática, presidido por Raúl Alfonsín: "Es por lo menos un Gobierno de caballeros y de personas decentes".

“Solo del otro lado del ocaso verás los arquetipos y esplendores“

Agnóstico y escéptico -un "escepticismo curioso", matizaba él mismo-, se interesó mucho por la filosofía y la religión: en sus textos abundan las alusiones al budismo -al que llegó a través de su admirado Schopenhauer- y la Cábala judía. Abrazaba una concepción del mundo próxima al panteísmo de Spinoza, otro de sus filósofos favoritos. Su agnosticismo queda perfectamente expuesto en estas palabras: "Nadie sabe de qué mañana el mármol es la llave". En sus cuentos y poemas resuenan también cuestiones de las matemáticas, la física moderna o la cosmología, como las geometrías no euclidianas, la relatividad, el Multiverso.

Un mundo que se apaga poco a poco

La ceguera heredada de su padre lo obligó a dejar de leer en 1955. Terminaría por perder completamente la vista, por no saber quién estaba al otro lado del espejo, "qué horrible anciano está mirando al otro lado". En su Elogio de la sombra (1969) se lee: "Esta penumbra es lenta y no duele (...) se parece a la eternidad. Mis amigos no tienen cara. Las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años (...) Todo esto debería atemorizarme, pero es una dulzura, un regreso (...) Pronto sabré quién soy". Pasó a relacionarse con los libros a través de las lecturas orales de otras personas, principalmente su madre.

Tumba de Jorge Luis Borges
Cementerio de Plainpalais, Ginebra.

De los años 60 destacan también sus obras El hacedor (1960) y El otro, el mismo (1964). Ya en sus últimos lustros de vida pueden señalarse los cuentos El informe de Brodie (1970) y El libro de arena (1975), los ensayos Siete noches (1980) y Nueve ensayos dantescos (1982), y los poemarios El oro de los tigres (1972), Historia de la noche (1977), La cifra (1981) y Los conjurados (1985).

María Kodama, compañera de sus últimos años

Muy celoso de su intimidad, la vida sexual de Borges es una incógnita. En su obra apenas hay una línea erótica. No se le conoce relación alguna con mujeres hasta su boda en 1967 con una viuda once años más joven que él, Elsa Astete, de la que se separó tres años después. Posteriormente conoció a María Kodama (los unió su interés por la lengua islandesa), secretaria personal suya desde 1975 -año de la muerte de su madre, casi centenaria- y con la que se casó por poderes dos meses antes de morir.

Cada vez que se le preguntaba por su vida sentimental, declinaba responder con una amabilidad azorada, exhibiendo un pudor conmovedor. "Las mujeres me han hecho desdichado": puede que esta frase apunte a la posible razón profunda de su infelicidad. Lo cierto es que se enamoró de algunas -fue notorio su amor por Estela Canto, a quien dedicó El Aleph- y no fue correspondido. En su poema Lo perdido dejó escrito: "¿Dónde estará mi vida, la que pudo haber sido y no fue...? (...) Pienso también en esa compañera que me esperaba, y que tal vez me espera".

 

Entrevista a María Kodama viuda de Jorge Borges.

Borges falleció en Ginebra el 14 de junio de 1986, privado por sus posicionamientos políticos de un Premio Nobel al que se había hecho merecedor con creces (el Cervantes sí se le concedió, en 1980). Salía del extraño laberinto de la existencia en su admirada Suiza, muy lejos de su país natal, quizá para llegar finalmente a saber quién era. "Cualquier forma de inmortalidad sería un infierno. Una de las mayores virtudes de la vida", proclamaba, "es que todo es efímero". "No me gusta lo que he escrito", reconocía en una de sus entrevistas a TVE. "Quizá algunos cuentos, quizá algunos poemas, quizá alguna línea". Aunque, eso sí, se daba por satisfecho con acaso haber contribuido al menos con una sola "línea necesaria".

Fuente: RTVE


 

Borges y Borges

David Torres - Cuarto Poder: 19/6/2016
treinta años de su nacimiento

“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas”. En esta confesión literaria, y no del todo insincera sobre el desdoblamiento de personalidad, Borges rehizo una célebre frase de Rimbaud (“Yo es otro”) hasta el punto de dejarla irreconocible. Escribir es siempre reescribir, escribir, como señaló Juan Benet, es leer a la enésima potencia. Por eso Borges siempre decía de sí mismo -en alarmante derroche de falsa modestia- que no se consideraba tanto un buen escritor como “un excelente lector o en todo caso, un sensible y agradecido lector”. Frente a una visión humanista de la creación y del ego creador, Borges propugnó un retorno a la Edad Media, a los bancos de los amanuenses y a los palimpsestos que conservan los trazos de una escritura anterior. Recordaba a menudo aquel proyecto de Valery, el de escribir una historia de la literatura sin nombres propios, “una historia en que se presentaran todos los libros del mundo como escritos por una sola persona, por el espíritu universal”. En algunos momentos, en algunos de los momentos más espléndidos del castellano, ese espíritu fue Borges.

Tres décadas después de su muerte seguimos huérfanos de Borges. Docenas de discípulos, cientos de herederos más o menos apócrifos pululan por diversas geografías, idiomas y literaturas, pero en ninguno de ellos, ni siquiera en los más aventajados, alcanzamos a reconocer la voz única del maestro. No sé si esto le hubiera gustado a Borges: sobrevivir, de algún modo, en una comunión literaria, él, que quería morir del todo, desaparecer junto a ese viejo compañero, su cuerpo. Aun así, sospecho que no le habría importado transformarse, treinta años después de su defunción, en una especie de Amazonas narrativo, una hidrografía en la que no se sabe muy bien dónde delimitar las fuentes y dónde los afluentes. Él mismo cartografió la obra de Kafka, quizá el escritor más original del siglo XX, en busca de sus precursores, demostrando no sólo que había en él huellas de Kierkegaard y de Hawthorne e incluso de Zenón, sino que un gran escritor crea su propia tradición, de manera que ahora leemos las parábolas de Zenón, los relatos de Hawthorne y las fábulas religiosas de Kierkegaard como si fuesen posteriores a La metamorfosis y El proceso. Por eso ahora también podemos leer a Kafka como si fuese posterior a Borges.

Aunque sigue creciendo con los años, el prestigio del escritor argentino está lejos de ser unánime. Cuando Mario Muchnik le preguntó por Borges como posible ganador del Nobel, Elías Canetti respondió: “Su literatura es trivial, bien escrita pero superficial como el ajedrez”. Otro tanto pensaba Truman Capote, quien dijo una vez que Borges era “un escritor menor”. Son dos voces ilustres entre un coro de disidentes que ven en sus relatos, en sus ensayos y en su poesía una sucesión de destellos luminosos, ingeniosos rompecabezas, trampolines de palabras construidos para el asombro y el vértigo. En su literatura, lúcida y deslumbrante, no parece haber lugar para los dramas y conflictos humanos: el dolor, la venganza, las pasiones se reducen a un juego de espejos, un acertijo o un laberinto. En una primera lectura da la sensación de que Borges podía haber nacido en Londres, en Berlín o en Ginebra en lugar de en Buenos Aires; de que podía haber empleado el inglés o el alemán como vehículo en lugar del castellano; de que en su obra, la trágica historia de Sudamérica en el pasado siglo, no es más que una nota a pie de página.

Una lectura más atenta revela, no obstante, que Borges casi siempre habla del otro Borges, ese otro al que le ocurren las cosas. El Aleph, ese cuento alucinante que encierra varios cuentos en su interior hasta llegar a ese punto imposible donde se concentran todos los puntos del universo, en realidad oculta una historia de desamor tan cursi, tan sentimental que ni siquiera evita la primera persona: “Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges”. La fascinación de Borges por la violencia (gauchos, vikingos, soldados, guerreros) resulta a la vez profundamente personal y literaria. Teñida de irrealidad aparece en El sur (su cuento favorito), donde se cifra un incidente autobiográfico (un vulgar accidente que estuvo a punto de costarle la vida) para sugerir la posibilidad de un final heroico, un duelo a cuchillo envuelto en un sueño de fiebre. En Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges canta la muerte de su abuelo en su cabalgada suicida contra las fuerzas de Mitre y en el Poema conjetural, dedicado a otro lejano antepasado suyo, Francisco de Laprida, dice:

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino latinoamericano.

Es un destino que Borges intentó evitar siempre que pudo, aunque la historia terrible de Argentina le rozó en varias ocasiones. El gobierno peronista le degradó de director de la Biblioteca Nacional a inspector de aves de corral, un cargo para el que, con característico humor, se declaró incompetente. Profetizó y ansió la derrota del nazismo y abominó de las dictaduras (que fomentan la opresión, el servilismo, la crueldad y, lo peor de todo, la estupidez), pero en sus últimos años no quiso ver que habitaba tranquilamente en una inhabitable: la de Videla. La ceguera, que tan brillantemente había usado en poemas y relatos, pasó de la metafísica a la política. Al final buscó refugio en Suiza, “ese país ficticio en el que nadie sabe el nombre de su presidente”.

En su última charla en Madrid, en el CSIC, ante una escasa docena de oyentes, Emir Rodríguez Monegal propuso una lectura de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius -acaso el relato más complejo de Borges- como una alegoría contra los totalitarismos: la realidad que es usurpada por otra realidad, un mundo organizado desde un sistema filosófico que empieza la historia desde cero, como han hecho las religiones, las revoluciones y los golpes de estado. No parece un tema ni trivial ni menor. Quizá es que todavía no hayamos empezado a leer a Borges. No sabemos cuál de los dos escribió esas páginas.

Fuente: CuartoPoder


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