Jacinto Benavente y Martínez (Madrid, 12
de agosto de 1866 -
Madrid, 14
de julio de 1954)
fue un dramaturgo, director, guionista y
productor
de cine
español,
Premio
Nobel de Literatura 1922.
Era hijo menor de los
tres que tuvo el notable médico pediatra Mariano
Benavente, circunstancia que suele relacionarse por el
interés que mostró por la infancia en su libro Niños (1917)
y en sus obras de teatro infantil.
Inició los estudios de
derecho en la Universidad
Central de Madrid,
pero, a la muerte de su padre (1885)
y gracias al desahogo económico que le brindó
la herencia, los abandonó para dedicarse a
viajar (a Francia y Rusia) y a la literatura. Durante un tiempo fue empresario de
circo, y algunos
biógrafos, como Lázaro Carreter y Ángel
Lázaro, sugieren que Benavente se adentró en
el mundo del circo porque estaba enamorado de
una trapecista inglesa, la Bella
Geraldine, lo que él siempre negó.
Benavente, que nunca se casó, era homosexual,
y sus obras fueron censuradas durante un
periodo tras la guerra
civil por
este motivo.
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Madrid.
C/ Del León, 27. Distrito: Centro |
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Jacinto Benavente |
En 1892 publica su primera obra, Teatro
fantástico, a la que le sigue un libro de
poemas, Versos,
otro de cuentos, Villanos y
uno de crítica, Cartas
de mujeres, todos aparecidos al año
siguiente.
El primer estreno data
de 1894: El
nido ajeno, que no tuvo éxito. Carreter
señala al respecto que "la obra fracasó porque
el público y la crítica fueron ciegos para
comprender sus importantes novedades", y
agrega que Azorín fue
el único que supo valorar las primeras obras
del dramaturgo. Este, por su parte, reconoció:
"Mal acogida por el público y mucho peor por
la crítica".
A lo largo de su vida escribirá más de ciento
setenta piezas.
En Gente
conocida (1896)
ataca a las altas clases de la sociedad, pero
esta crítica se va diluyendo por una amable
reprobación en sus obras siguientes, como La
comida de las fieras(1898).
En 1899, fundó en Madrid
el Teatro Artístico, en el que colaboró Valle
Inclán y
cuyo objetivo era representar un repertorio
guiado por los intereses exclusivos del arte y
por su intencionalidad
regeneracionista
en
toda la amplitud del término. Su referencia
más inmediata fue, como en otros casos, el
Teatro Libre, creado años antes por André
Antoine
en
París. Entre sus propósitos, aluden a la
escenificación de obras minoritarias y es
perceptible un cierto elitismo endogámico en
sus propuestas. A los treinta y dos años ya
era un autor conocido y, tras pelearse con Valle-Inclán en
la tertulia del
Café de Madrid, formó la suya aparte en la
Cerveceria Inglesa de la Carrera
de San Jerónimo.
El éxito le llega con el
nuevo siglo: La
noche del sábado (1903)
y Rosas de otoño (1905)
y Los
intereses creados (1907),
considerada su obra maestra. Carreter escribe
que "el público lo saca del teatro
materialmente en hombros, algunas noches de
estreno" y obtiene "la aquiescencia de
críticos tan difíciles como Unamuno y Ortega
y Gasset".
Ingresó en la Real
Academia Española en 1912,
ocupó en 1918 un
escaño en el Congreso de los Diputados.
Después de la muerte de
su madre, en 1922, se fue a Estados
Unidos
como
director artístico de una compañía de teatro y
fue, precisamente durante su viaje, cuando se
enteró de la concesión del Premio
Nobel de Literatura.
En Norteamérica pronunció conferencias, se
representaron algunas de sus obreras y fue
nombrado hijo adoptivo de Nueva
York.
De regreso en España, recibe numerosos
homenajes (entre ellos, hijo predilecto de
Madrid, 1924) y después viaja a Egipto, la
Tierra Santa, Oriente Medio y Rusia, donde
pasó varios meses.
Fue cofundador, el 11
de febrero de 1933,
de la Asociación
de Amigos de la Unión Soviética,
creada en unos tiempos en que la
derecha
sostenía
un tono condenatorio en relación a los relatos
sobre las conquistas y los problemas del socialismo en
la URSS.
Durante la guerra civil,
Benavente permaneció primero en Madrid y luego
en Valencia, donde las autoridades del
Gobierno del Frente
Popular le
homenajearon repetidamente y donde llegó
incluso a actuar en escena interpretando el
papel de Crispín en Los
intereses creados. Una vez terminado el
conflicto, ello le creó serias dificultades,
aunque él alegase repetidamente que sus tomas
de posición le habían sido impuestas bajo
amenaza de muerte.
Se llegó incluso al
curioso extremo de permitir la puesta en
escena de sus obras pero sin indicar su
nombre, que pasaba a ser "por el autor de La
malquerida". No obstante, su presencia en
la Plaza
de Oriente
de
Madrid, en la gran manifestación profranquista
de 1947 —presencia abundantemente comentada y
fotografiada en la prensa—, le congració el
aprecio del régimen y terminó con el silencio
oficial que la
censura
había
impuesto sobre su persona y sus obras.
Fue presidente, a título
honorario, de la Asociación
de Escritores y Artistas Españoles durante
el periodo de 1948 a 1954.
Obra
Abordó casi todos los
géneros teatrales:
tragedia,
comedia,
drama,
sainete. Todos los ambientes encontraron cabida y
expresión cabal en su escena: el rural y el
urbano, el plebeyo y el aristócrata. Su teatro
constituye una galería completa de tipos
humanos. La comedia benaventina típica,
costumbrista, moderna, incisiva, supone una
reacción contra el melodramatismo desorbitado
de Echegaray. Lejos del aparato efectista de este último,
Benavente construye sus obras tomando como
fundamento la vida. Realismo, naturalidad y
verosimilitud son los tres supuestos de que
parte su arte, sin excluir en muchos momentos
cierto hálito de poesía o de exquisita ironía.
Conoce perfectamente todos los recursos
escénicos y sabe dar relieve dramático a las
acciones más intrascendentes. En realidad
puede decirse que con su primera obra
estrenada,
El
nido ajeno (1894),
en que plantea un problema de celos entre
hermanos, abre un nuevo periodo en la
dramaturgia española.
En Cartas
a mujeres (1893)
se advierte ya su interés por la psicología
femenina, característica que aparecerá en toda
su obra; El
nido ajeno, Gente conocida
(1896)
y La
comida de las fieras (1898)
constituyen una reacción contra el teatro
moralizador de Manuel
Tamayo y Baus o
de Benito
Pérez Galdós.
A partir de 1901, su
teatro adquiere mayor profundidad con obras
como La
noche del sábado (1903), novela
escénica impregnada
de poesía;
El dragón de fuego (1903)
y Los
intereses creados (1907),
hábil combinación de sátira y humor, donde
culmina su arte innovador. En ella se ponen en
movimiento los personajes de la commedia
del l'arte italiana,
con psicología española, y se hace una sutil y
perspicaz crítica del positivismo imperante en
la sociedad contemporánea. La obra logró tan
entusiasta acogida, que el público
enfervorizado llevara a su autor en hombros
hasta su domicilio, al término de su
representación en el Teatro
Lara de
Madrid.
En 1908 estrenó La
fuerza bruta, fundando al año siguiente,
junto con el actor Porredón, un teatro para
niños. En otras obras los principios
educativos se mezclan con ambientes y motivos
fantásticos (El príncipe que todo lo
aprendió en libros, 1910).
Señora ama (1908)
y La
malquerida (1913)
pertenecen al subgénero del drama
rural. Se inspiran
en un pueblo de Toledo, Aldea en Cabo, en que
pasó largos periodos de tiempo y presentan
como personajes centrales caracteres femeninos
dominados sexualmente por hombres de escasa
altura moral.
En total habría escrito
172 obras cuando murió. Cultivó además la
poesía
(Versos,
1893), el cuento,
el periodismo y
otras modalidades literarias (Cartas de
mujeres, 1893;Pensamientos, 1931)
con muy destacado acierto.
Crítico de teatro en el periódico El
Imparcial, recogió sus artículos en De
sobremesa
(1910,
5 volúmenes), El
teatro del pueblo, Acotaciones (1914)
y Crónicas
y diálogos (1916).
Adaptaciones al cine
Atento a la innovación
que supuso para el mundo del teatro y la
literatura la puesta en imágenes de historias
con la llegada del cinematógrafo, comandó una
adaptación de su célebre Los intereses
creados en
1911 que, según los historiadores de cine, es
la mejor traslación a la pantalla de una obra
suya. Si no se ha hecho ninguna obra maestra
más con sus historias, quedan en el recuerdo
un par de títulos apreciables: La
malquerida (1949, Emilio
Fernández); Vidas
cruzadas (1942, Luis
Marquina); La
noche del sábado (1950, Rafael
Gil);Pepa
Doncel (1969, Luis
Lucia Mingarro).
Comentarios sobre el estilo
Su penetración y
conocimiento del idioma castellano son
destacados, introduciendo hábiles críticas
sobre el mal uso que de él se hace en los
ambientes cotidianos. Es especialmente sutil
en la ironía con que denuncia la manipulación
que del entendimiento puede hacerse desde
medios jurídicos, políticos o informativos,
con la alteración de la sintaxis y
lexicografía (véase la conclusión de Los
intereses creados, donde una sentencia
acusatoria se trueca en exculpatoria, con la
simple transposición de una coma). Su
intelecto semántico excede claramente el de
otros autores, no menos dignos, de la lengua
cervantina; siendo posible encontrar una
remembranza del arte expresivo de Oscar
Wilde.
Limitaciones de su obra

Monumento a Jacinto
Benavente
Parque de El Retiro de Madrid
El teatro
español de principios del siglo XX está
alejado de los acontecimientos teatrales del
resto de Europa,
donde ya se ha producido una innovación con
directores como André
Antoine
o Konstantín
Stanislavski y
autores como
Henrik
Ibsen y Antón
Chéjov. El
arte dramático español sigue siendo por estos
años un producto consumido por la burguesía
acomodada que asiste a los teatros para ver y
ser vista.
En España,
Benavente toma el relevo a
Echegaray y
su teatro posromántico.
Sus obras dominan los escenarios españoles del
primer tercio del siglo XX y aún continuará su
presencia hasta mediados de siglo, siendo el
autor más valorado por el público de su
tiempo. Su mejor teatro, a juicio de los
estudiosos, es el de su primera etapa, la que
va desde finales del siglo XIX a los años 20.
Esta etapa supone una ruptura con el posromanticismo y
lo que tiene de teatro declamatorio,
incorporando el teatro realista a la escena
española. Es un teatro en prosa con estilo
naturalista y las obras divididas en tres
actos, acorde con la tendencia de otros
autores del momento.
Benavente dominaba los
resortes teatrales, la carpintería
teatral. Los críticos de su obra coinciden
en destacar su
triple condición de satírico, crítico
implacable y analista sutil de la sociedad,
así como su dominio pleno de los recursos
formales de la construcción de la pieza
teatral. No
obstante, a juicio de sus críticos, su teatro
tiene una serie de limitaciones que derivan de
su excesiva retórica en detrimento de la
dramaturgia, su estancamiento en las fórmulas
teatrales de principios de siglo XX y de un
teatro de consumo para la burguesía, el
público que entonces llenaba las salas.
Pérez Ayala encabezó
la crítica de su teatro y, según su juicio,
destacó no
sólo las limitaciones derivadas de su
servidumbre a una concepción tan pobre del
realismo sino también la escasa altura
intelectual de sus planteamientos. Ayala
consideró que el teatro de Benavente se
estancó en un canon naturalista cuando esa
etapa ya estaba superada.
Gonzalo Torrente Ballester escribiría
sobre su teatro: "La técnica benaventina es lo
más flojo de su obra dramática, y es este
sentido su influencia fue funesta. De una
manera general puede definirse como técnica
del escamoteo. La sabiduría, el oficio de
Benavente, son indudables y a veces los ejerce
de manera positiva, otras de manera ingenua y
las más, de modo enteramente negativo... ¿En
qué consiste esa negatividad? En la
sustitución sistemática de la acción por la
narración o la ilusión; en el escamoteo de los
momentos dramáticos que siempre acontecen
fuera de escena o entre acto y acto". A
ese respecto Borel dirá que su teatro tenía
más de novela que de teatro: "Benavente
recurre constantemente al relato, que es una
técnica característica de la novela; más que
mostrar, cuenta, hace ilusión. El diálogo está
a menudo formado por una serie de largas
réplicas, de carácter puramente retórico, bien
compuestas, pero sin ninguna tensión
dramática". Apuntando también: "Hay, en fin,
en Benavente una actitud moralizante que es
difícil de soportar".
José Monleón señala
a propósito de su obra: "En el primer
Benavente -el mejor- hay asomos de un teatro
crepuscular. Sólo asomos, porque el
chejovianismo de tales obras suele ser
pulverizado por un pensamiento trivial y por
las concesiones sentimentales que, finalmente,
ofrece al público".
Si bien Benavente
conectó con su público, su teatro muere con la
sociedad a la que iba destinado. Como dice
Monleón, "el triunfo de Benavente confiere hoy
a sus textos un valor de documento. El fracaso
de Valle,
y la explicación del mismo a través del
esperpento —de su texto, de su estructura
teatral y de su base crítica y agónica—, es
también otro dato histórico. Con la diferencia
de que Benavente, por morir con su sociedad,
es sólo historia, mientras que Valle, por
encararla y vivirla trágicamente, es y será
siempre extraordinario teatro. Y
César Oliva concluye; "Un siglo después,
apenas si representa más que una reputación
que pocos niegan, pero casi nadie apoya desde
los escenarios. Salvo Los
intereses creados, y algún que otro drama
rural, poco pervive de un autor que lo fue
todo en el teatro español.
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Ideología |
Las distintas y muy
variopintas actitudes políticas e ideológicas que Jacinto Benavente
adoptó lo definen como fundamentalmente acomodaticio, burgués y
conservador. Durante la Primera Guerra Mundial se declaró
germanófilo. Apoyó a Antonio Maura en La ciudad alegre y
confiada (1916) y su connivencia con la dictadura de Miguel Primo de
Rivera le valió el desprecio de la intelectualidad. Correspondió él
con la misma moneda: si en La noche iluminada (1927) acoge un
espacio vanguardista de los que tanto gustaban a la Generación del
27, luego se burló de esas mismas tentativas escénicas de Vanguardia
en Literatura (1931).
Si defendió
la revolución soviética en Santa Rusia (1933), fue a trueque de
expresar un fascismo sin pudor en sus obras de posquerra desde 1940.
La Guerra Civil le
pilló en zona republicana (Barcelona) e hizo declaraciones en favor
del gobierno legítimo que luego afirmó fueron forzadas por las
autoridades y de las que continuamente se desdijo en piezas
como Aves y pájaros (1940), Abuelo y nieto (1941), La
enlutada (1942) o La ciudad doliente (1945), asistiendo además a no
pocos actos oficiales del franquismo, el cual, tras mostrarse
reticente con sus obras, terminó por aceptarlas como muestras del
teatro de los vencedores. |
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Frases
célebres
-
“Cuando no se piensa lo que se dice es
cuando se dice lo que se piensa”.
-
“Bienaventurados nuestros imitadores
porque de ellos serán nuestros
defectos”
-
“La peor verdad sólo cuesta un gran
disgusto. La mejor mentira cuesta
muchos disgustos pequeños y al final,
un disgusto grande”.
-
“Una idea fija siempre parece una gran
idea, no por ser grande, sino porque
llena todo un cerebro”.
-
“El verdadero amor no se conoce por lo
que exige, sino por lo que ofrece”.
-
“Es tan fea la envidia que siempre
anda por el mundo disfrazada, y nunca
más odiosa que cuando pretende
disfrazarse de justicia”.
-
“Al amor lo pintan ciego y con alas.
Ciego para no ver los obstáculos y con
alas para salvarlo”.
-
“La alegría de hacer bien está en
sembrar, no en recoger”.
-
“Perdonar supone siempre un poco de
olvido, un poco de desprecio y un
mucho de comodidad”.
-
“En cada niño nace la humanidad”.
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Entrevista de Francisco Lucientes
a Jacinto Benavente
El Sol, 27 de agosto de 1931
EL «EMIGRANTE»
Don Jacinto en persona franquea la
entrada.
«¡Uf! ¡No sabe usted la que se ha
armado en la calle!», siento gusto
de decirle.
No se lo digo. Es más interesante
que sea él quien lo diga.
El tampoco lo dice, naturalmente.
A D. Jacinto, como artista puro le
encanta esa noble burla de
equivocar a la gente.
El «decíamos ayer...» hoy sólo lo
usan los cobradores de morosos
recalcitrantes.
A mí me basta advertir que don
Jacinto no se ha rasgado las
vestiduras ni comprado un bordón
de peregrino. Me basta con ver
entre sus dedos el puro de todas
las caricaturas y no la pesadumbre
de un «kempis»...
Sí... D. Jacinto no cambia. Lo que
cambia es la gente.
Esta ágil sonrisa, esta suave
palabra, esta elegante serenidad
es la misma de siempre.
La de cuando «Para el cielo y los
altares»; la Dictadura contra D.
Jacinto: la de cuando sus charlas
en San Sebastián; D. Jacinto
reaccionario... Hoy se juega al
«emigrante»...
En fin. Yo no creo que D. Jacinto,
al pensarlo, hiciese cosa más
grave que sugerirse las delicias
de un turismo franciscano...
Vamos a oírle.
De cualquier modo, lo que cuente
será muy interesante.
Don Jacinto es la palabra
oportuna, amena e irritadora.
Don Jacinto es tanto la palabra
que el periodista se le puede
acercar sin otro aliciente que su
humilde pregunta.
La pregunta lo atrae. Ni siquiera
hay que sobornar su atención con
ese champaña de la vanidad que es
el magnesio de los fotógrafos...
Pregunta pura, y basta.
En fin. Hay que preguntarle:
OPINIONES DE DON JACINTO BENAVENTE
-¿La Constitución, dice usted?
Don Jacinto, al repetir la
pregunta, ensaya un chorro de risa
burlona. «¡Pero hombre, pero
hombre!»... Y tras el conato
irónico, muy en serio ya, redondea
su parecer.
-¡Una Constitución!... Sí,
jurídicamente, es posible que
resulte un gran monumento; ahora,
en la realidad...! ¿En la realidad
de España? ¡No sé, no sé!.. Las
leyes en síntesis no son nada. Se
cumplen. Esa es la cuestión. Un
buen pueblo, un pueblo bueno, no
necesita leyes.
Aquí el problema, más que de
política es de educación. Hay que
educar pronto, rápidamente, a los
de abajo... ¡Y a los de arriba! Si
me apuras diré que andan más
faltos de ella los de arriba que
los de abajo. Después de todo, en
España lo más discreto y lo más
sano es el pueblo. Ahora bien:
mientras no se eduque, con leyes
buenas o con leyes malas, el país
seguirá lo mismo.
-¿Advierte con la República algún
cambio en las costumbres?
-No, desgraciadamente, no. Estamos
viviendo la tercera Dictadura. ¡Y
ya son demasiadas!... Una
dictadura de un Parlamento con
pujos de Tribunal de Salud
pública.
Conste que a mí no me atemorizan
los radicalismos... Pero, ¡ya está
bien de dictaduras!...
-Si triunfara plenamente el
socialismo, ¿encontraría España
«su» solución?
-La verdad: no lo creo. Pocos
países existen en el mundo de un
carácter más ferozmente individual
que el nuestro.
El socialismo español peca
bastante de exclusivista. Carece
de flexibilidad y de lógica. Aún
obsesiona lo de «las manos
encallecidas en la faena»... Mi
pesimismo nace más que de las
masas de conductores.
¡Si cundiese el ejemplo de Suecia,
de Noruega, de Bélgica!
Ante la actitud de los socialistas
de España resulta imposible creer
que la tarea de las agrupaciones
de Bélgica, Noruega y Suecia se
inspira en postulados comunes.
-¿Se consolidará la República, Don
Jacinto?
-Sí. En cuanto se depure, en
cuanto deje de soñar con los
enemigos de fuera.
Los enemigos de fuera de la
República viven en su seno. Hubo
en España una época -ayer- en la
que con decir ¡«Viva la
República»! se obtenía cédula de
persona decente... Al amparo del
vítor se incorporaban al régimen
toda suerte de ineptos y de
sinvergüenzas.
¡Y allí continúan!
Urge la depuración. ¡Yo he vivido
la otra República!...
-¡Hombre, Don Jacinto!... ¿Y hay
diferencias?
-Sí, la de ahora está mejor. ¡Se
ha progresado un poquito! Con
todos sus defectos, la de hoy es
menos mala!...
-Y
usted D. Jacinto, ¿es «aún»
monárquico o «ya es» republicano?
-Yo fui y soy, naturalmente,
monárquico. Monárquico por
convencimiento. Creía que el
régimen monárquico se adaptaba más
que ningún otro a las condiciones
del país.
Sé que «idealmente» -¡si eso lo
enseñan en el bachillerato!- la
República constituye el gobierno
«ideal».
Ha ocurrido lo que ha ocurrido...
¡Lo que fatalmente tenía que
ocurrir. ¡Pues bien...! yo
advierto con lealtad que es un
absurdo entretenerse soñando
restauraciones.
Las clases conservadoras de
España, torpes y egoístas, han
merecido la terrible lección. ¡Eso
no hay quien lo mueva!
¡Yo hoy voto al compañero Pestaña
antes que a los monárquicos!
-¿Trató usted en su «vida regia» a
D. Alfonso?
-Sí, Algunas veces estuve en
Palacio. En algunos estrenos me
hizo subir a su palco...
¡Era amable!...
Siempre me daba la impresión de un
hombre simpático y bien
intencionado. También me daba la
impresión de que, como todos los
reyes, vivía muy mal rodeado...
¡Ah, «el rodeo»! El terrible rodeo
destruye a los grandes hombres...
-¿Qué le parece la solución dada
al problema religioso?
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Retrato
de Joaquín Sorolla |
Y
D. Jacinto, que según los alegres
«recién llegados» a la pluma y al
café, luce en sus espaldas un
hermoso letrero de moda:
«¡cavernícola!».
Responde así:
-La solución me parece justa. Todo
lo que les pase a los católicos de
España les conviene ¡como lección!
Las persecuciones restituirán el
catolicismo a su pureza.
¡Se había abusado tanto!
Yo soy, antes que todo, amigo de
la libertad. Roja, negra o azul,
la intransigencia me crispa. Los
males de España se nutren de
nuestra condición de
intransigentes feroces.
Aquí la libertad de cultos, por
ejemplo, se hizo un problema. Un
terrible problema. Hace unos años
que, por lo menos a mi
disposición, lucho en ayuda de la
libertad de cultos y divorcio...
Recuerdo la indignación originada
en Sevilla por mis teorías. ¡No
puedo convencer a las señoras
andaluzas!
Sin embargo, ¡mis razones eran
bien claras!
Yo les decía: ¡Cuando van las
beatas de aquí en Inglaterra, bien
que les gusta tener en pleno
Londres su misita y sus sermones!
¡En su catedral! Catedral como no
hay otra en España, en lo que
concierne a esplendores
litúrgicos.
¿Y el divorcio? ¡Ah! Con el
divorcio no había forma de
convencerlas de que eso es para
quien lo desee.
Y es que en España no existe
pueblo católico. Hay
intransigencias. Son «adoradores»
de una imagen, de un Cristo, de
una Virgen. Les emociona de la
imagen su plástica. Y por ese
camino se va fácilmente a las
enormidades paganas que
caracterizan en Sevilla el desfile
de «El Cachorro»...
¿Qué piensa usted de las mujeres y
de su triunfo político?
-Bien el feminismo merece la
victoria.
Indudablemente, en el plano
inferior, la mujer ha sido siempre
superior al hombre.
Y... ¡si ellas se mejoran!
-¿Le atrae la política, D.
Jacinto?
-¡Muy poco!... Fui diputado. ¡La
verdad es que allí no había otra
cosa que retórica! Escuché
centenares de discursos y no
recogí una idea. En «mis» Cortes,
el único que daba la sensación de
saber lo que hacía y lo que decía
era Cambó.
A los hombres de hoy los conozco
muy poco; Besteiro, Lerroux y
Prieto fueron camaradas de
legislatura.
De Prieto, a pesar de mis bromas,
soy amigo.
A Azaña lo traté en el Ateneo. Es
hombre de gran cultura y decidido.
De todos, el que me parece más
certero en su tarea es Besteiro;
¡lleva muy bien su casi divino
cargo!
¿Qué le parece, D. Jacinto, la
obra de los intelectuales en las
Cortes?
-¡Que le voy a decir! ¡Ya ve lo
que hacen! Están como señoras que
acuden a oír una comedia atrevida,
y a cada frase se levantan
diciendo: ¡«Ay, que se ponen muy
groseros estos hombres»! ¡Vámonos!
¡Vámonos! ¡Esto no es para
nosotras!
Creo, por otra parte, que en el
mundo diplomático lucirían más,
grandes escritores y grandes
pintores fueron excelentes
embajadores. El caso del pintor
Rubens lo demuestra.
Lo que ocurre aquí también pasa en
Francia: los periódicos
parisienses se distraen a costa de
Paul Claudel... El hombre parece
que se ocupa más de sus versos que
de los negocios del Estado.
-Entonces D. Jacinto, ¿cómo se
figura el porvenir de España?
-La profecía no es mi fuerte,
Pero... ¡en fin!
Si llega un Gobierno Largo
Caballero, es muy posible que
resulte. La inestabilidad presente
nace de lo heterogéneo. Este
Gobierno es preciso que se
comporte de un modo flexible.
Ceder a tiempo es gobernar.
Lenin era un hombre de hierro y
tuvo que ceder. Lo mismo que
MacDonald. Hay muchas realidades
por encima de las ideas.
De lo contrario...
Yo hice una vez cierta caricatura;
el dibujo representaba una
población en ruina toda llena de
horcas y de cadáveres. El pie del
dibujo decía simplemente; «¡Ha
triunfado la idea!».
Esto no le puede gustar a nadie.
¡Hay que evitarlo!
Después de todo, lo que hoy sucede
no me extraña. Ya dije en mis
combatidas charlas de San
Sebastián que los primeros años
del nuevo régimen serían
dictatoriales. Tiene asimismo que
subsistir el régimen
parlamentario; es un mal
imprescindible. ¡Y demos a Dios
las gracias porque no se ha
encontrado otro peor!...
-Bien, D. Jacinto, ¿Y es firme su
propósito de no escribir más?
-No hombre, no. Sucede que cada
día me resulta más penoso escribir
comedia. El teatro es un
espectáculo carísimo. La
responsabilidad de un fracaso,
tremenda. Hoy escribir una obra
equivale, en lo económico, a
construir un puente o una fábrica
de luz... La preocupación, igual:
¿Y si no funciona la dinamo?...
¡Pero escribir!.... Haré libros o
artículos.
¿Ya es uno viejo y en que se va a
distraer?
El teatro me consume muchos
nervios; el público no sabe lo que
quiere.
¡La intransigencia de un lado y de
otro!
Ya vio lo de Fontalba. Le aseguro
que la frase carecía de intención.
En mis obras siempre hice burlas
de los ministros, no de un
ministro.
Aquí tengo -D. Jacinto señala a un
libro de su pupitre- una comedia
estrenada hace años. Hay un
ministro de Agricultura que
confunde la alfalfa con el
trigo...
Algo más seguramente, me dijo «el
emigrante»...
-Sin duda, ha callado mucho. De
cualquier modo, ya lo veis, D.
Jacinto sigue igual.
Políticamente, le obsesiona un
juego; combatir la intransigencia.
En
su vida. En su obra. Pierden su
esfuerzo los que se preocupen de
catalogarle. Se evitarían muchas
equivocaciones si D. Jacinto, al
fin, se decidiese a encargar estas
tarjetas; «Su» tarjeta:
JACINTO BENAVENTE
Burgués inquieto
Atocha, 20
Y
nada más.
Fuente:
SegundaRepublica.com |
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