Jacinto Benavente


Jacinto Benavente y Martínez (Madrid, 12 de agosto de 1866 - Madrid, 14 de julio de 1954) fue un dramaturgo, director, guionista y productor de cine español, Premio Nobel de Literatura 1922.
 
 

Era hijo menor de los tres que tuvo el notable médico pediatra Mariano Benavente, circunstancia que suele relacionarse por el interés que mostró por la infancia en su libro Niños (1917) y en sus obras de teatro infantil.

Inició los estudios de derecho en la Universidad Central de Madrid, pero, a la muerte de su padre (1885) y gracias al desahogo económico que le brindó la herencia, los abandonó para dedicarse a viajar (a Francia y Rusia) y a la literatura. Durante un tiempo fue empresario de circo, y algunos biógrafos, como Lázaro Carreter y Ángel Lázaro, sugieren que Benavente se adentró en el mundo del circo porque estaba enamorado de una trapecista inglesa, la Bella Geraldine, lo que él siempre negó. Benavente, que nunca se casó, era homosexual, y sus obras fueron censuradas durante un periodo tras la guerra civil por este motivo.

Madrid. C/ Del León, 27. Distrito: Centro

 

Jacinto Benavente

En 1892 publica su primera obra, Teatro fantástico, a la que le sigue un libro de poemas, Versos, otro de cuentos, Villanos y uno de crítica, Cartas de mujeres, todos aparecidos al año siguiente.

El primer estreno data de 1894: El nido ajeno, que no tuvo éxito. Carreter señala al respecto que "la obra fracasó porque el público y la crítica fueron ciegos para comprender sus importantes novedades", y agrega que Azorín fue el único que supo valorar las primeras obras del dramaturgo. Este, por su parte, reconoció: "Mal acogida por el público y mucho peor por la crítica". A lo largo de su vida escribirá más de ciento setenta piezas.

En Gente conocida (1896) ataca a las altas clases de la sociedad, pero esta crítica se va diluyendo por una amable reprobación en sus obras siguientes, como La comida de las fieras(1898).

En 1899, fundó en Madrid el Teatro Artístico, en el que colaboró Valle Inclán y cuyo objetivo era representar un repertorio guiado por los intereses exclusivos del arte y por su intencionalidad regeneracionista en toda la amplitud del término. Su referencia más inmediata fue, como en otros casos, el Teatro Libre, creado años antes por André Antoine en París. Entre sus propósitos, aluden a la escenificación de obras minoritarias y es perceptible un cierto elitismo endogámico en sus propuestas. A los treinta y dos años ya era un autor conocido y, tras pelearse con Valle-Inclán en la tertulia del Café de Madrid, formó la suya aparte en la Cerveceria Inglesa de la Carrera de San Jerónimo.

El éxito le llega con el nuevo siglo: La noche del sábado (1903) y Rosas de otoño (1905) y Los intereses creados (1907), considerada su obra maestra. Carreter escribe que "el público lo saca del teatro materialmente en hombros, algunas noches de estreno" y obtiene "la aquiescencia de críticos tan difíciles como Unamuno y Ortega y Gasset".

Ingresó en la Real Academia Española en 1912, ocupó en 1918 un escaño en el Congreso de los Diputados.

Después de la muerte de su madre, en 1922, se fue a Estados Unidos como director artístico de una compañía de teatro y fue, precisamente durante su viaje, cuando se enteró de la concesión del Premio Nobel de Literatura. En Norteamérica pronunció conferencias, se representaron algunas de sus obreras y fue nombrado hijo adoptivo de Nueva York.

De regreso en España, recibe numerosos homenajes (entre ellos, hijo predilecto de Madrid, 1924) y después viaja a Egipto, la Tierra Santa, Oriente Medio y Rusia, donde pasó varios meses.

Fue cofundador, el 11 de febrero de 1933, de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, creada en unos tiempos en que la derecha sostenía un tono condenatorio en relación a los relatos sobre las conquistas y los problemas del socialismo en la URSS.

Durante la guerra civil, Benavente permaneció primero en Madrid y luego en Valencia, donde las autoridades del Gobierno del Frente Popular le homenajearon repetidamente y donde llegó incluso a actuar en escena interpretando el papel de Crispín en Los intereses creados. Una vez terminado el conflicto, ello le creó serias dificultades, aunque él alegase repetidamente que sus tomas de posición le habían sido impuestas bajo amenaza de muerte.

Se llegó incluso al curioso extremo de permitir la puesta en escena de sus obras pero sin indicar su nombre, que pasaba a ser "por el autor de La malquerida". No obstante, su presencia en la Plaza de Oriente de Madrid, en la gran manifestación profranquista de 1947 —presencia abundantemente comentada y fotografiada en la prensa—, le congració el aprecio del régimen y terminó con el silencio oficial que la censura había impuesto sobre su persona y sus obras.

Fue presidente, a título honorario, de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles durante el periodo de 1948 a 1954.

 


 

Obra

Abordó casi todos los géneros teatrales: tragedia, comedia, drama, sainete. Todos los ambientes encontraron cabida y expresión cabal en su escena: el rural y el urbano, el plebeyo y el aristócrata. Su teatro constituye una galería completa de tipos humanos. La comedia benaventina típica, costumbrista, moderna, incisiva, supone una reacción contra el melodramatismo desorbitado de Echegaray. Lejos del aparato efectista de este último, Benavente construye sus obras tomando como fundamento la vida. Realismo, naturalidad y verosimilitud son los tres supuestos de que parte su arte, sin excluir en muchos momentos cierto hálito de poesía o de exquisita ironía. Conoce perfectamente todos los recursos escénicos y sabe dar relieve dramático a las acciones más intrascendentes. En realidad puede decirse que con su primera obra estrenada, El nido ajeno (1894), en que plantea un problema de celos entre hermanos, abre un nuevo periodo en la dramaturgia española.

En Cartas a mujeres (1893) se advierte ya su interés por la psicología femenina, característica que aparecerá en toda su obra; El nido ajeno, Gente conocida (1896) y La comida de las fieras (1898) constituyen una reacción contra el teatro moralizador de Manuel Tamayo y Baus o de Benito Pérez Galdós.

A partir de 1901, su teatro adquiere mayor profundidad con obras como La noche del sábado (1903), novela escénica impregnada de poesía; El dragón de fuego (1903) y Los intereses creados (1907), hábil combinación de sátira y humor, donde culmina su arte innovador. En ella se ponen en movimiento los personajes de la commedia del l'arte italiana, con psicología española, y se hace una sutil y perspicaz crítica del positivismo imperante en la sociedad contemporánea. La obra logró tan entusiasta acogida, que el público enfervorizado llevara a su autor en hombros hasta su domicilio, al término de su representación en el Teatro Lara de Madrid.

En 1908 estrenó La fuerza bruta, fundando al año siguiente, junto con el actor Porredón, un teatro para niños. En otras obras los principios educativos se mezclan con ambientes y motivos fantásticos (El príncipe que todo lo aprendió en libros, 1910).

Señora ama (1908) y La malquerida (1913) pertenecen al subgénero del drama rural. Se inspiran en un pueblo de Toledo, Aldea en Cabo, en que pasó largos periodos de tiempo y presentan como personajes centrales caracteres femeninos dominados sexualmente por hombres de escasa altura moral.

En total habría escrito 172 obras cuando murió. Cultivó además la poesía (Versos, 1893), el cuento, el periodismo y otras modalidades literarias (Cartas de mujeres, 1893;Pensamientos, 1931) con muy destacado acierto.

Crítico de teatro en el periódico El Imparcial, recogió sus artículos en De sobremesa (1910, 5 volúmenes), El teatro del pueblo, Acotaciones (1914) y Crónicas y diálogos (1916).

Adaptaciones al cine

Atento a la innovación que supuso para el mundo del teatro y la literatura la puesta en imágenes de historias con la llegada del cinematógrafo, comandó una adaptación de su célebre Los intereses creados en 1911 que, según los historiadores de cine, es la mejor traslación a la pantalla de una obra suya. Si no se ha hecho ninguna obra maestra más con sus historias, quedan en el recuerdo un par de títulos apreciables: La malquerida (1949, Emilio Fernández); Vidas cruzadas (1942, Luis Marquina); La noche del sábado (1950, Rafael Gil);Pepa Doncel (1969, Luis Lucia Mingarro).


 

Comentarios sobre el estilo

Su penetración y conocimiento del idioma castellano son destacados, introduciendo hábiles críticas sobre el mal uso que de él se hace en los ambientes cotidianos. Es especialmente sutil en la ironía con que denuncia la manipulación que del entendimiento puede hacerse desde medios jurídicos, políticos o informativos, con la alteración de la sintaxis y lexicografía (véase la conclusión de Los intereses creados, donde una sentencia acusatoria se trueca en exculpatoria, con la simple transposición de una coma). Su intelecto semántico excede claramente el de otros autores, no menos dignos, de la lengua cervantina; siendo posible encontrar una remembranza del arte expresivo de Oscar Wilde.


 

Limitaciones de su obra

Monumento a Jacinto Benavente
Parque de El Retiro de Madrid

El teatro español de principios del siglo XX está alejado de los acontecimientos teatrales del resto de Europa, donde ya se ha producido una innovación con directores como André Antoine o Konstantín Stanislavski y autores como Henrik Ibsen y Antón Chéjov. El arte dramático español sigue siendo por estos años un producto consumido por la burguesía acomodada que asiste a los teatros para ver y ser vista.

En España, Benavente toma el relevo a Echegaray y su teatro posromántico. Sus obras dominan los escenarios españoles del primer tercio del siglo XX y aún continuará su presencia hasta mediados de siglo, siendo el autor más valorado por el público de su tiempo. Su mejor teatro, a juicio de los estudiosos, es el de su primera etapa, la que va desde finales del siglo XIX a los años 20. Esta etapa supone una ruptura con el posromanticismo y lo que tiene de teatro declamatorio, incorporando el teatro realista a la escena española. Es un teatro en prosa con estilo naturalista y las obras divididas en tres actos, acorde con la tendencia de otros autores del momento.

Benavente dominaba los resortes teatrales, la carpintería teatral. Los críticos de su obra coinciden en destacar su triple condición de satírico, crítico implacable y analista sutil de la sociedad, así como su dominio pleno de los recursos formales de la construcción de la pieza teatral. No obstante, a juicio de sus críticos, su teatro tiene una serie de limitaciones que derivan de su excesiva retórica en detrimento de la dramaturgia, su estancamiento en las fórmulas teatrales de principios de siglo XX y de un teatro de consumo para la burguesía, el público que entonces llenaba las salas.

Pérez Ayala encabezó la crítica de su teatro y, según su juicio, destacó no sólo las limitaciones derivadas de su servidumbre a una concepción tan pobre del realismo sino también la escasa altura intelectual de sus planteamientos. Ayala consideró que el teatro de Benavente se estancó en un canon naturalista cuando esa etapa ya estaba superada.

Gonzalo Torrente Ballester escribiría sobre su teatro: "La técnica benaventina es lo más flojo de su obra dramática, y es este sentido su influencia fue funesta. De una manera general puede definirse como técnica del escamoteo. La sabiduría, el oficio de Benavente, son indudables y a veces los ejerce de manera positiva, otras de manera ingenua y las más, de modo enteramente negativo... ¿En qué consiste esa negatividad? En la sustitución sistemática de la acción por la narración o la ilusión; en el escamoteo de los momentos dramáticos que siempre acontecen fuera de escena o entre acto y acto". A ese respecto Borel dirá que su teatro tenía más de novela que de teatro: "Benavente recurre constantemente al relato, que es una técnica característica de la novela; más que mostrar, cuenta, hace ilusión. El diálogo está a menudo formado por una serie de largas réplicas, de carácter puramente retórico, bien compuestas, pero sin ninguna tensión dramática". Apuntando también: "Hay, en fin, en Benavente una actitud moralizante que es difícil de soportar".

José Monleón señala a propósito de su obra: "En el primer Benavente -el mejor- hay asomos de un teatro crepuscular. Sólo asomos, porque el chejovianismo de tales obras suele ser pulverizado por un pensamiento trivial y por las concesiones sentimentales que, finalmente, ofrece al público".

Si bien Benavente conectó con su público, su teatro muere con la sociedad a la que iba destinado. Como dice Monleón, "el triunfo de Benavente confiere hoy a sus textos un valor de documento. El fracaso de Valle, y la explicación del mismo a través del esperpento —de su texto, de su estructura teatral y de su base crítica y agónica—, es también otro dato histórico. Con la diferencia de que Benavente, por morir con su sociedad, es sólo historia, mientras que Valle, por encararla y vivirla trágicamente, es y será siempre extraordinario teatro. Y César Oliva concluye; "Un siglo después, apenas si representa más que una reputación que pocos niegan, pero casi nadie apoya desde los escenarios. Salvo Los intereses creados, y algún que otro drama rural, poco pervive de un autor que lo fue todo en el teatro español.


 
Ideología

 

Las distintas y muy variopintas actitudes políticas e ideológicas que Jacinto Benavente adoptó lo definen como fundamentalmente acomodaticio, burgués y conservador. Durante la Primera Guerra Mundial se declaró germanófilo. Apoyó a Antonio Maura en La ciudad alegre y confiada (1916) y su connivencia con la dictadura de Miguel Primo de Rivera le valió el desprecio de la intelectualidad. Correspondió él con la misma moneda: si en La noche iluminada (1927) acoge un espacio vanguardista de los que tanto gustaban a la Generación del 27, luego se burló de esas mismas tentativas escénicas de Vanguardia en Literatura (1931).

Si defendió la revolución soviética en Santa Rusia (1933), fue a trueque de expresar un fascismo sin pudor en sus obras de posquerra desde 1940.

La Guerra Civil le pilló en zona republicana (Barcelona) e hizo declaraciones en favor del gobierno legítimo que luego afirmó fueron forzadas por las autoridades y de las que continuamente se desdijo en piezas como Aves y pájaros (1940), Abuelo y nieto (1941), La enlutada (1942) o La ciudad doliente (1945), asistiendo además a no pocos actos oficiales del franquismo, el cual, tras mostrarse reticente con sus obras, terminó por aceptarlas como muestras del teatro de los vencedores.

 

 

Frases célebres

 

  • “Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa”.

  • “Bienaventurados nuestros imitadores porque de ellos serán nuestros defectos” 

  • “La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande”.

  • “Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro”.

  • “El verdadero amor no se conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece”.

  • “Es tan fea la envidia que siempre anda por el mundo disfrazada, y nunca más odiosa que cuando pretende disfrazarse de justicia”.

  • “Al amor lo pintan ciego y con alas. Ciego para no ver los obstáculos y con alas para salvarlo”.

  • “La alegría de hacer bien está en sembrar, no en recoger”.

  • “Perdonar supone siempre un poco de olvido, un poco de desprecio y un mucho de comodidad”.

  • “En cada niño nace la humanidad”.


 

Entrevista de Francisco Lucientes a Jacinto Benavente

 

El Sol, 27 de agosto de 1931

EL «EMIGRANTE»

Don Jacinto en persona franquea la entrada.

«¡Uf! ¡No sabe usted la que se ha armado en la calle!», siento gusto de decirle.

No se lo digo. Es más interesante que sea él quien lo diga.

El tampoco lo dice, naturalmente.

A D. Jacinto, como artista puro le encanta esa noble burla de equivocar a la gente.

El «decíamos ayer...» hoy sólo lo usan los cobradores de morosos recalcitrantes.

A mí me basta advertir que don Jacinto no se ha rasgado las vestiduras ni comprado un bordón de peregrino. Me basta con ver entre sus dedos el puro de todas las caricaturas y no la pesadumbre de un «kempis»...

Sí... D. Jacinto no cambia. Lo que cambia es la gente.

Esta ágil sonrisa, esta suave palabra, esta elegante serenidad es la misma de siempre.

La de cuando «Para el cielo y los altares»; la Dictadura contra D. Jacinto: la de cuando sus charlas en San Sebastián; D. Jacinto reaccionario... Hoy se juega al «emigrante»...

En fin. Yo no creo que D. Jacinto, al pensarlo, hiciese cosa más grave que sugerirse las delicias de un turismo franciscano...

Vamos a oírle.

De cualquier modo, lo que cuente será muy interesante.

Don Jacinto es la palabra oportuna, amena e irritadora.

Don Jacinto es tanto la palabra que el periodista se le puede acercar sin otro aliciente que su humilde pregunta.

La pregunta lo atrae. Ni siquiera hay que sobornar su atención con ese champaña de la vanidad que es el magnesio de los fotógrafos... Pregunta pura, y basta.

En fin. Hay que preguntarle:

OPINIONES DE DON JACINTO BENAVENTE

-¿La Constitución, dice usted?

Don Jacinto, al repetir la pregunta, ensaya un chorro de risa burlona. «¡Pero hombre, pero hombre!»... Y tras el conato irónico, muy en serio ya, redondea su parecer.


-¡Una Constitución!... Sí, jurídicamente, es posible que resulte un gran monumento; ahora, en la realidad...! ¿En la realidad de España? ¡No sé, no sé!.. Las leyes en síntesis no son nada. Se cumplen. Esa es la cuestión. Un buen pueblo, un pueblo bueno, no necesita leyes.

Aquí el problema, más que de política es de educación. Hay que educar pronto, rápidamente, a los de abajo... ¡Y a los de arriba! Si me apuras diré que andan más faltos de ella los de arriba que los de abajo. Después de todo, en España lo más discreto y lo más sano es el pueblo. Ahora bien: mientras no se eduque, con leyes buenas o con leyes malas, el país seguirá lo mismo.

-¿Advierte con la República algún cambio en las costumbres?

-No, desgraciadamente, no. Estamos viviendo la tercera Dictadura. ¡Y ya son demasiadas!... Una dictadura de un Parlamento con pujos de Tribunal de Salud pública.

Conste que a mí no me atemorizan los radicalismos... Pero, ¡ya está bien de dictaduras!...

-Si triunfara plenamente el socialismo, ¿encontraría España «su» solución?

-La verdad: no lo creo. Pocos países existen en el mundo de un carácter más ferozmente individual que el nuestro.

El socialismo español peca bastante de exclusivista. Carece de flexibilidad y de lógica. Aún obsesiona lo de «las manos encallecidas en la faena»... Mi pesimismo nace más que de las masas de conductores.

¡Si cundiese el ejemplo de Suecia, de Noruega, de Bélgica!

Ante la actitud de los socialistas de España resulta imposible creer que la tarea de las agrupaciones de Bélgica, Noruega y Suecia se inspira en postulados comunes.

-¿Se consolidará la República, Don Jacinto?

-Sí. En cuanto se depure, en cuanto deje de soñar con los enemigos de fuera.

Los enemigos de fuera de la República viven en su seno. Hubo en España una época -ayer- en la que con decir ¡«Viva la República»! se obtenía cédula de persona decente... Al amparo del vítor se incorporaban al régimen toda suerte de ineptos y de sinvergüenzas.

¡Y allí continúan!

Urge la depuración. ¡Yo he vivido la otra República!...

-¡Hombre, Don Jacinto!... ¿Y hay diferencias?

-Sí, la de ahora está mejor. ¡Se ha progresado un poquito! Con todos sus defectos, la de hoy es menos mala!...

-Y usted D. Jacinto, ¿es «aún» monárquico o «ya es» republicano?

-Yo fui y soy, naturalmente, monárquico. Monárquico por convencimiento. Creía que el régimen monárquico se adaptaba más que ningún otro a las condiciones del país.

Sé que «idealmente» -¡si eso lo enseñan en el bachillerato!- la República constituye el gobierno «ideal».

Ha ocurrido lo que ha ocurrido... ¡Lo que fatalmente tenía que ocurrir. ¡Pues bien...! yo advierto con lealtad que es un absurdo entretenerse soñando restauraciones.

Las clases conservadoras de España, torpes y egoístas, han merecido la terrible lección. ¡Eso no hay quien lo mueva!

¡Yo hoy voto al compañero Pestaña antes que a los monárquicos!

-¿Trató usted en su «vida regia» a D. Alfonso?

-Sí, Algunas veces estuve en Palacio. En algunos estrenos me hizo subir a su palco...

¡Era amable!...

Siempre me daba la impresión de un hombre simpático y bien intencionado. También me daba la impresión de que, como todos los reyes, vivía muy mal rodeado...

¡Ah, «el rodeo»! El terrible rodeo destruye a los grandes hombres...

-¿Qué le parece la solución dada al problema religioso?

Retrato de Joaquín Sorolla


Y D. Jacinto, que según los alegres «recién llegados» a la pluma y al café, luce en sus espaldas un hermoso letrero de moda: «¡cavernícola!».

Responde así:


-La solución me parece justa. Todo lo que les pase a los católicos de España les conviene ¡como lección!

Las persecuciones restituirán el catolicismo a su pureza.

¡Se había abusado tanto!

Yo soy, antes que todo, amigo de la libertad. Roja, negra o azul, la intransigencia me crispa. Los males de España se nutren de nuestra condición de intransigentes feroces.

Aquí la libertad de cultos, por ejemplo, se hizo un problema. Un terrible problema. Hace unos años que, por lo menos a mi disposición, lucho en ayuda de la libertad de cultos y divorcio...

Recuerdo la indignación originada en Sevilla por mis teorías. ¡No puedo convencer a las señoras andaluzas!

Sin embargo, ¡mis razones eran bien claras!

Yo les decía: ¡Cuando van las beatas de aquí en Inglaterra, bien que les gusta tener en pleno Londres su misita y sus sermones! ¡En su catedral! Catedral como no hay otra en España, en lo que concierne a esplendores litúrgicos.

¿Y el divorcio? ¡Ah! Con el divorcio no había forma de convencerlas de que eso es para quien lo desee.

Y es que en España no existe pueblo católico. Hay intransigencias. Son «adoradores» de una imagen, de un Cristo, de una Virgen. Les emociona de la imagen su plástica. Y por ese camino se va fácilmente a las enormidades paganas que caracterizan en Sevilla el desfile de «El Cachorro»...

¿Qué piensa usted de las mujeres y de su triunfo político?

-Bien el feminismo merece la victoria.

Indudablemente, en el plano inferior, la mujer ha sido siempre superior al hombre.

Y... ¡si ellas se mejoran!

-¿Le atrae la política, D. Jacinto?

-¡Muy poco!... Fui diputado. ¡La verdad es que allí no había otra cosa que retórica! Escuché centenares de discursos y no recogí una idea. En «mis» Cortes, el único que daba la sensación de saber lo que hacía y lo que decía era Cambó.

A los hombres de hoy los conozco muy poco; Besteiro, Lerroux y Prieto fueron camaradas de legislatura.

De Prieto, a pesar de mis bromas, soy amigo.

A Azaña lo traté en el Ateneo. Es hombre de gran cultura y decidido. De todos, el que me parece más certero en su tarea es Besteiro; ¡lleva muy bien su casi divino cargo!

¿Qué le parece, D. Jacinto, la obra de los intelectuales en las Cortes?

-¡Que le voy a decir! ¡Ya ve lo que hacen! Están como señoras que acuden a oír una comedia atrevida, y a cada frase se levantan diciendo: ¡«Ay, que se ponen muy groseros estos hombres»! ¡Vámonos! ¡Vámonos! ¡Esto no es para nosotras!

Creo, por otra parte, que en el mundo diplomático lucirían más, grandes escritores y grandes pintores fueron excelentes embajadores. El caso del pintor Rubens lo demuestra.

Lo que ocurre aquí también pasa en Francia: los periódicos parisienses se distraen a costa de Paul Claudel... El hombre parece que se ocupa más de sus versos que de los negocios del Estado.

-Entonces D. Jacinto, ¿cómo se figura el porvenir de España?

-La profecía no es mi fuerte, Pero... ¡en fin!

Si llega un Gobierno Largo Caballero, es muy posible que resulte. La inestabilidad presente nace de lo heterogéneo. Este Gobierno es preciso que se comporte de un modo flexible. Ceder a tiempo es gobernar.

Lenin era un hombre de hierro y tuvo que ceder. Lo mismo que MacDonald. Hay muchas realidades por encima de las ideas.

De lo contrario...

Yo hice una vez cierta caricatura; el dibujo representaba una población en ruina toda llena de horcas y de cadáveres. El pie del dibujo decía simplemente; «¡Ha triunfado la idea!».

Esto no le puede gustar a nadie.

¡Hay que evitarlo!

Después de todo, lo que hoy sucede no me extraña. Ya dije en mis combatidas charlas de San Sebastián que los primeros años del nuevo régimen serían dictatoriales. Tiene asimismo que subsistir el régimen parlamentario; es un mal imprescindible. ¡Y demos a Dios las gracias porque no se ha encontrado otro peor!...

-Bien, D. Jacinto, ¿Y es firme su propósito de no escribir más?

-No hombre, no. Sucede que cada día me resulta más penoso escribir comedia. El teatro es un espectáculo carísimo. La responsabilidad de un fracaso, tremenda. Hoy escribir una obra equivale, en lo económico, a construir un puente o una fábrica de luz... La preocupación, igual: ¿Y si no funciona la dinamo?...

¡Pero escribir!.... Haré libros o artículos.

¿Ya es uno viejo y en que se va a distraer?

El teatro me consume muchos nervios; el público no sabe lo que quiere.

¡La intransigencia de un lado y de otro!

Ya vio lo de Fontalba. Le aseguro que la frase carecía de intención.

En mis obras siempre hice burlas de los ministros, no de un ministro.

Aquí tengo -D. Jacinto señala a un libro de su pupitre- una comedia estrenada hace años. Hay un ministro de Agricultura que confunde la alfalfa con el trigo...

Algo más seguramente, me dijo «el emigrante»...

-Sin duda, ha callado mucho. De cualquier modo, ya lo veis, D. Jacinto sigue igual. Políticamente, le obsesiona un juego; combatir la intransigencia.

En su vida. En su obra. Pierden su esfuerzo los que se preocupen de catalogarle. Se evitarían muchas equivocaciones si D. Jacinto, al fin, se decidiese a encargar estas tarjetas; «Su» tarjeta:

JACINTO BENAVENTE
Burgués inquieto
Atocha, 20

Y nada más.

Fuente: SegundaRepublica.com


 

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