Se entiende por literatura
medieval española el
corpus de obras literarias escrito en castellano
medieval entre,
aproximadamente, comienzos del
siglo xiii y
finales del siglo xv.
Las obras de referencia para esas fechas son, por un lado, el
Cantar
de mio Cid, cuyo manuscrito más antiguo sería de 1207,
y La
Celestina, de 1499,
obra de transición hacia el
Renacimiento.
Dado que, como
demuestran las
glosas
utilizadas
en Castilla para explicar o aclarar términos latinos, hacia
finales del siglo x el latín hablado
se había distanciado enormemente de sus orígenes (empezando a dar
paso a las distintas lenguas
romances
peninsulares), hay que sobreentender que la literatura oral estaría siendo
producida en castellano desde bastante antes que la literatura
escrita.
Así lo
demuestra, por otro lado, el hecho de que distintos autores de
entre mediados del
siglo xi y
fines del xi pudiesen
incluir, al final de sus poemas en árabe o hebreo, versos que,
en algunos casos, constituían muestras de lírica tradicional en
lengua romance, lo que se conoce con el nombre de jarchas.
Los géneros de la literatura medieval
Los géneros de ficción
La composición
literaria en lengua castellana (y, en general, en lengua romance)
se hizo en sus comienzos enverso. Dos
son las razones principales de ese hecho: por un lado, su carácter
de literatura
oral-popular (lo
que implicaba su recitado con frecuente acompañamiento musical);
por otro, que la escritura en prosa exigía
una tradición en el uso del castellano (sobre todo para la
consolidación de su sintaxis)
que, dado el dominio culto del latín hasta bien avanzada la Edad
Media, no pudo darse hasta el siglo xiii,
cuando Alfonso
X, el Sabio,
decidió hacer del castellano una lengua de uso común tanto para
los asuntos de la administración del reino,n.
3 como para
la composición de sus obras historiográficas y de otros tipos.
Así, pues, los
primeros géneros que hay que considerar son la lírica
tradicional y la
poesía épica (cantares
de gesta yromances),
que, habiéndose recogido por escrito a partir del siglo xiii,
serían testimonios de composiciones orales anteriores en el
tiempo; ambos géneros conforman lo que se denomina la literatura
del mester
de juglaría, esto es, literatura compuesta para ser
recitada. Además, hay que contar con el primitivo
teatro castellano.
Este teatro
parece remontarse al
siglo xi,
en forma de representaciones relacionadas con temas religiosos.
Así ocurre con el primer texto teatral en castellano, la
Representación
de los Reyes Magos, cuya única copia data de los años de
tránsito entre el siglo xii y xiii,
y que, por la lengua, puede datarse a mediados del xii.
Posteriormente, y hasta La
Celestina (cuya
adscripción al género teatral es discutible) los ejemplos de
teatro en castellano son siempre indirectos, a través de
referencias en otras obras.
Dentro ya de
los géneros escritos, dado que la lengua de prestigio para la
lírica culta (o cortesana) durante la Edad Media fue el
gallego-portugués,
la lírica culta en castellano no empezó a cultivarse hasta
mediados del sigloxiv,
apareciendo su figura más relevante, Jorge
Manrique, en el siglo xv.
En cuanto a la
prosa,
las más
tempranas muestras [de prosa] en castellano o en otro dialecto
vinculado a él datan de finales del siglo xii y
del reinado de Fernando III (1217-1252); son documentos
históricos y textos jurídicos breves.
Con todo, ya en
el mismo siglo xii,
durante el obispado de Raimundo,
se tiene constancia de que en el proceso de traducción de diversas
obras de géneros variados (matemáticas, astronomía, medicina, filosofía...)
al latín, se daba en muchas ocasiones el paso intermedio de
traducirlas oralmente al castellano: primero de la lengua original
a este y después, lo que tiene una singular importancia, del
castellano al latín; tal proceso suponía que la lengua romance ya
estaba plenamente constituida para expresar ideas abstractas o
elevados cálculos.
Pero la plena
consolidación del castellano como lengua escrita a todos los
niveles se produjo en el siglo xiii.
Esto posibilitó por un lado, la aparición de las obras del llamado mester
de clerecía (poesía
narrativa en verso de tipo culta: Milagros
de Nuestra Señora, de Berceo y Libro
de buen amor, de Juan
Ruiz) y por otro, al lado de las obras de tipo ensayístico,
de las primeras obras literarias narrativas en prosa:
cuentos
que, en principio, eran traducciones/adaptaciones realizadas por
el taller de Alfonso X, y que ya en el siglo xiv pasaron
a ser creaciones originales (aunque con un importante trasfondo
popular), bien en forma de relatos de aventuras de ficción
próximos ya al género novela (Libro
del caballero Zifar), bien en forma de colecciones de
cuentos, como es el caso de El
conde Lucanor de don
Juan Manuel.
Los géneros de no
ficción
Hasta bien
entrado el siglo xiii las
lenguas de erudición fueron el latín, el árabe y
el hebreo,
en las que se escribía todo lo que tenía que ver con la religión,
la historia y
la ciencia.
Durante el reinado de Fernando
III de Castilla(1217-1252),
el castellano se fue convirtiendo en lengua escrita-literaria.
Como se ha
señalado antes, el origen de la literatura castellana está en
verso, y no en prosa, porque la técnica de enseñanza de la lengua
se basaba en la imitación de los textos literarios clásicos, lo
cuales estaban en verso. Luego, cuando se produce la consolidación
de las técnicas poéticas y en pleno desarrollo de sus
posibilidades expresivas (con el mester de clerecía), los
asuntos que antes se escribían en verso se traspasan al dominio
formal de la prosa. Esto está, también, en relación directa con la
maduración del sistema político y social: la prosa, más difícil
que el verso, tiene mayor capacidad para relacionar las distintas
unidades lógicas y dialécticas del pensamiento humano.
Así, el
contenido de las primeras obras que se escriben en prosa
castellana es, principalmente, de tipo histórico y van apareciendo
a lo largo del siglo xii.
En primer lugar, están las Crónicas (h. 1186)
del Fuero
general de Navarra, breves narraciones en forma de anales. En
segundo lugar, aparecen unos escuetos Anales
toledanos primeros (muy
impregnados de mozarabismos).
Después, el Liber
regum (h.
1196-1209), originalmente en
navarro aragonés y
traducido a principios del xiii al
castellano. Hay,
también, diversos contratos y diplomas,
de carácter particular, que, al usar el castellano, reflejan las
dificultades de comprensión que planteaba el latín escrito, algo
que quedaba manifestado en el continuo uso de glosas a partir del
siglo x.
Consecuentemente, desde finales del siglo xii y
por razones políticas, se fijan por escrito normas jurídicas en
una lengua comprensible para la mayoría: el castellano. Y, poco a
poco, se van desarrollando ciertos recursos narrativos en los
textos jurídicos: por ejemplo, los exempla o
cuentecillos ilustrativos de distintos casos. Además, en el
desarrollo de la prosa en castellano son muy importantes las
traducciones, que fueron iniciadas por el arzobispo Raimundo en
Toledo (con la llamada escuela
de traductores), pues se trataba de un ejercicio
lingüístico muy beneficioso, entre otras cosas, para flexibilizar
la sintaxis del castellano.
Con todo, la
figura esencial de la cultura en castellano de esta época es
Alfonso X; su actividad
como
impulsor y cultivador de la ciencia y las letras es de
extraordinaria envergadura, pues su nombre aparece al frente de
tratados científicos, obras legales, compilaciones históricas y
composiciones poéticas, líricas y narrativas, de amor y de
burlas, y cantigas religiosas.
Artículo principal: Literatura
de Alfonso X el Sabio
Tanto él como,
después, su hijo Sancho
IV, promovieron como reyes de Castilla
y León la
elaboración de un considerable número de obras de muy distintos
géneros ensayísticos.
Historiografía
A la labor
historiográfica es a la que le debe su mayor prestigio Alfonso X;
su producción en este ámbito está compuesta por dos títulos: la Estoria
de España y la General
Estoria
Otras obras y
autores vinculados a la historia son:
-
La
Fazienda
de Ultramar
Un libro del primer cuarto del siglo xiii que
constituye un itinerario geográfico e histórico como guía de
peregrinos a Tierra
Santa;
La Gran
conquista de Ultramar
Un relato que contiene una crónica muy novelesca de la
conquista
de Jerusalén durante
la Primera
Cruzada y que
data de entre 1291 y 1295 en su primera redacción;
El Victorial o Crónica
de Pero
Niño
Escrita por su alférez Gutierre
Díez de Games: narra las hazañas de este personaje, que
encarga su propia historia;
La Embajada
a Tamorlán
En libro de viajes medieval escrito en 1406 por Ruy
González de Clavijo, cuyo contenido es una relación de la
embajada que este autor realizó, junto con el dominico Alfonso
Páez de Santamaría, a Samarcanda ante
el rey Tamerlán;
Fernán Pérez de Guzmán (1378-1460)
Sobrino de Pero
López de Ayala y
señor de Batres: es el primer autor de retratos en la literatura
castellana, titulados Generaciones
y semblanzas (1450);
recoge biografías de personajes ilustres contemporáneos o
próximos en el tiempo;
Hernando del Pulgar (h.1430-1492)
Cronista de Enrique
IV y de los Reyes
Católicos, quien escribe otro libro de retratos: Claros
varones de Castilla, a imitación de las Generaciones
y Semblanzas.
Especialmente,
la historiografía en el siglo xv está
protagonizada por Enrique
de Villena (1384-1434).
Su texto más importante es Los
doce trabajos de Hércules (1417),
previamente escrito en catalán.
Se trata de una obra compleja en la que, partiendo de la mitología
clásica y a través
de un método interpretativo, expone su visión de la sociedad de su
época. La producción de Enrique de Villena supuso una innovación
en la prosa española, por su erudición y restauración de la
sintaxis latinizante —imitadora de la latina—.
Obras religiosas
Las obras
medievales de contenido religioso son, básicamente, del siglo xiii,
en concreto las derivadas de la
traducción
a lenguas romances de la Biblia y
de la redacción de una literatura
doctrinal o catecismos.
Obras
didácticas
Las obras
encaminadas a la enseñanza de algún tipo de conocimiento se
materializaron, en primer lugar, en la llamada literatura
sapiencial, que se desarrolló a lo largo del siglo xiii en
forma de colecciones de sentencias,
bien originales, bien de versiones de originales en árabe.
Dentro de la didáctica,
deben incluirse también los sermones,
cuya técnica, dada la supremacía de los religiosos como autores
literarios, fue de una enorme influencia. Había dos tipos de
sermones: los cultos (en latín) y los populares, en lengua
romance. Este segundo, dado el tipo de auditorio al que iba
dirigido (mezcla de laicos y letrados), abundó en el uso de
recursos como los exempla (cuentos
ilustrativos extraídos de la Biblia y otras historias, reales o
ficticias con finalidad moralizadora); además de los
exempla,
los sermones utilizaban también las sententiae,
o dichos de hombres famosos, originadas en la retórica y
el cristianismo
primitivo.
A mediados del
siglo xiii se
tradujeron del árabe textos de carácter moralizante o didáctico.
Entre ellos están el
Libro
de los buenos proverbios, los Bocados
de oro, el Libro
de los cien capítulos y
las Flores
de filosofía.
En el siglo xiv se
compuso también una obra singular: los Proverbios
morales (1355-1360)
del judío Santob
de Carrión. Muy vinculados con las enseñanzas judías, los
proverbios están dedicados a Pedro
I de Castilla y
están escritos en cuartetos heptasilábicos o dípticos alejandrinos
con rima interna; su contenido expresa un relativismo moral muy
pesimista basado en la contemplación de la vida cotidiana.5
Además de estas
colecciones de proverbios,
en la Edad Media se dieron también obras destinadas a la educación
de príncipes e infantes. A esta tradición pertenece obras
trasladadas desde el árabe como Calila
e Dimna, el
Barlaam
y Josafat y el Sendebar,
que aunque más tarde fueron leídas como compilaciones de cuentos,
habían sido concebidas en origen como textos para el
adoctrinamiento de príncipes.
A la prosa
doctrinal pertenece,
también, un tratado de Alfonso
Martínez de Toledo (1398-1468),
capellán de
Juan
II y de Enrique IV,
titulado El
Arcipreste de Talavera o El
Corbacho.
Obras jurídicas y legislativas
La práctica
textual vinculada al derecho tiene sus primeras muestras en
castellano con los fueros y
las cartas
pueblas, documentos de alcance específico en Castilla y
León que, por un lado, pretendían recopilar los privilegios de
cada localidad y, por otro, legislar sobre la repoblación de los
terrenos fronterizos.
La llegada al
trono de Fernando
III conllevó la
búsqueda de una legislación unificada; el primer paso fue la
traducción del Liber
iudicum: el Fuero
juzgo se
instauró, así, como obra de referencia legal para el territorio
conquistado bajo su reinado. El segundo paso fue, ya, original, en
el sentido de iniciar un nuevo corpus legal, elSetenario.
Alfonso X, por
su parte, no solo termina el Setenario,
sino que, apoyándose en él, redacta las Siete
partidas, obra que refleja su interés por imponerse en sus
territorios.
Obras
científicas
|
 |
|
El juego de tablas astronómicas
del Libro
de los juegos. |
El concepto de
«lo científico» era muy amplio en la Edad Media, e incluía
astronomía, astrología,
tratados sobre las propiedades de las piedras (El
lapidario), las plantas y
la magia.
El interés de Alfonso
X por la astrología lo
puso en contacto con sabios judíos y árabes, de quienes aprovechó
sus traducciones latinas o encargó nuevas versiones romanceadas.
Con ellas, elabora textos como el Libro
del saber de astrología, colección de tratados sobre temas
astronómicos, el Libro
complido en los judizios de las estrellas, adaptación del
tratado de
Ali
ibn ar-Rigal (Ali
ben Ragel), o el Libro
de la ochava esfera. También escribió tratados sobre
instrumentos de medición o unas tablas
astronómicas, pues su objetivo era descubrir el porvenir (astrología
judiciaria). Por ello consultaba a sus estrelleros al tomar
decisiones, lo que le valió el recelo y desconfianza de clérigos e
intrigantes cortesanos. Se acercó a temas relacionados con la magia,
en su Libro de las
formas et de las imágenes o
en su versión, parcialmente conservada, del Picatrix árabe.

La
poesía lírica
La lírica
popular
La lírica
popular medieval
comprende una variada tradición de composiciones propias del
acervo popular, predominantemente rural, utilizadas
preferentemente durante el trabajo y las fiestas, por lo que, a
menudo, eran canciones asociadas al
baile
(también, hay canciones de camino, rimas infantiles, etc.). Así, pues,
considerados como textos puestos por escrito, hay que tener en
cuenta que bajo tal versión aparecen como textos poéticos aislados
de su primitiva unidad artística, que reunía letra y música.
Desde finales
del siglo xv muchas
de estas composiciones fueron fijadas textualmente e incluidas en
los grandes
Cancioneros de
los siglos xv y xvi.
La lírica
popular castellana
comparte una serie de elementos que resultan una constante en la
expresión literaria de diferentes tradiciones europeas, de ahí,
por ejemplo, que muchos de sus textos recuerden a las cantigas
de amigo gallego portuguesas.
Los contenidos,
casi siempre vinculados al amor (la muerte
por amor, la pena por la separación, etc.), se centran en
motivos tales como la descripción de la mujer (por ejemplo,
fijándose en sus cabellos, muchas veces símbolo de virginidad),
las localizaciones en ámbitos naturales donde hay agua (que
simboliza la cita amorosa y el erotismo) o flores (también de
simbología sexual), o con la presencia del aire o el viento,
símbolos de la comunicación amorosa.
En muchas
ocasiones, la voz
lírica es una voz
femenina, que lamenta ante un confidente (generalmente la madre,
la hermana, la amiga o la naturaleza) la distancia respecto al ser
amado por motivos que abarcan la ausencia, la pérdida o el duelo.
Derivados de
esos contenidos, es posible aislar una serie de temas frecuentes
en la lírica popular: el amor y la naturaleza, entrelazados y
confundidos; la niña enamorada que no quiere ser monja; el elogio
de la propia belleza por parte de la voz lírica femenina; el
rechazo del matrimonio; los malos que enturbian la relación
amorosa; la caza de amor; etc.
Formalmente,
suelen ser composiciones breves, de dos a cuatro versos
de arte menor (habitualmente,
de seis a ocho sílabas),
irregulares y con rima asonante. Dada su raigambre oral, son muy
ricas en recursos fónicos (repetición de vocales, disposición
regular de los acentos, etc.) y
paralelísticos.
En cuanto a su
forma estrófica, hay predominancia de los
pareados,
tercetos,
cuartetas, etc. A veces, presentan una glosa que
desarrollan o bien desdoblan el estribillo,
con una narración más objetiva. El villancico es
la estrofa característica: dos o tres versos, variables
silábicamente aunque preferiblemente de ocho a seis sílabas, y con
un esquema rítmico abb.
Se estima que existieron en Castilla desde el siglo xiii.
También del zéjel,
composición poética de origen árabe, hay ejemplos en las Cantigas de Alfonso
X, en el Libro
de buen amor y
en varios poetas cultos del xv,
como Juan
Álvarez Gato y Gómez
Manrique.
Estilísticamente, la expresión es sencilla y elemental, reflejando
una actitud emocional ingenua y misteriosamente irracional; hay
una ausencia casi total de metáforas,
prefiriéndose las imágenes visuales que denotan impresiones
directas de una realidad exterior frecuentemente subjetivizada y
cargada de un simbolismo ancestral; por último, la expresión de
los sentimientos amorosos se realiza de forma abierta, patética,
con énfasis y
de forma reiterada.
La lírica
culta
|

Íñigo López de Mendoza,
el «Marqués de Santillana».
|
La llamada lírica
culta castellana es
la poesía elaborada en las cortes de los reyes medievales Juan
II de Castilla, Enrique
IV de Castilla y Reyes
Católicosn.
7 por parte
de los caballeros que vivían en ellas (reyes, políticos,
magnates...) y que nos ha llegado a través de los cancioneros del siglo xv.
Se extiende a lo largo de siglo y medio, desde los primeros poemas
del Cancionero de Baena (h. 1370), hasta la segunda edición del Cancionero
geral (1516) de García
de Resende. Se la puede considerar como "la más impresionante
muestra de poesía cortesana de toda la Europa medieval.
Los
grandes poetas cultos castellanos de esta época fueron Pero
López de Ayala, el Marqués
de Santillana, Juan
de Mena y Jorge
Manrique.
Las
características más sobresalientes de la lírica culta castellana
son herencia de la
lírica
gallegoportuguesa: fundamentalmente, la terminologíamétrica y
la concepción del amor
cortés (en la que
el goig o
alegría del amor provenzal ha sido sustituido por la coita o
pena).
Se trata de una
poesía esencialmente social,
y no tan subjetiva, íntima, como la tradicional. Esta función
social se ejemplifica en los diversos temas tratados: la política,
la moral,
la filosofía,
la teología,
el amor
cortés, etc. A diferencia de lo que ocurría en la lírica
tradicional, la lírica culta ya no asocia de forma radical la
letra y la música; así, aparecen las primeras composiciones
líricas destinadas solo a la lectura y no al canto, con lo que la
composición hubo de responder a otras necesidades y objetivos:
posibilidad de mayor extensión, búsqueda de nuevos niveles de
significación con la alegoría,
fijación de géneros (canciones y villancicos), etc.
Las estrofas
comienzan a definirse y a centrarse en diferentes formas, tomando,
como base, el verso de ocho sílabas y el de doce.
Los temas de
esta poesía derivan, básicamente, de la poesía
provenzal de los trovadores occitanos:
el amor y sus variaciones. En la Península se añaden algunas
características, como las alegorías -personajes basados en ideas
abstractas-, los juegos de palabras complejos, la falta de paisaje
y de descripción física, la aceptación de la desgracia por parte
del amante, etc.
Esta poesía
suele recogerse en libros de poemas llamados habitualmente Cancioneros.
Destacan tres:
-
El Cancionero
de Baena
-
Recopilado hacia mediados del siglo xv para
el rey Juan
II de Castilla.
-
El Cancionero
de Estúñiga
-
Copiado en Italia,
en la Corte de Nápoles; incluye poemas de Juan
de Mena o Íñigo
López de Mendoza, Marqués de Santillana.
-
El Cancionero
General
-
Recopilado por Hernando
del Castillo en Valencia, 1511,
donde hay poesías de Fernán
Pérez de Guzmán,
Jorge
Manrique, Florencia
Pinar, acaso la primera poetisa española, y los citados más
arriba, Juan de Mena e Íñigo López de Mendoza.
Para completar
el panorama de la poesía de esta época, se pueden añadir otras
obras muy diversas en su forma y géneros:
- las Danzas
de la muerte;
- la poesía
satírica, como las Coplas
de Mingo Revulgo o
las Coplas
de la panadera;
- los poemas de debate, que dan
forma dramática a la confrontación de dos o más puntos de vista
sobre un tema. El más antiguo ejemplo de este tipo de poemas es
la Disputa
del alma y el cuerpo, compuesto, probablemente, a
finales del siglo xii,
y que es una adaptación de un debate francés. Otro poema
importante de este género es Elena
y María (sobre
las disputas estamentales en la Edad Media), pero la obra
maestra del género es la Razón
de amor con los denuestos del agua y el vino, obra cuyo
tema no está claro: alegoría cristiana, formulación literaria de
una herejía cátara,
la necesidad de la reconciliación entre contrarios, etc.
- los poemas hagiográficos en
versos octosílabos titulados Vida
de Santa María Egipcíaca y Libro
de la infancia y muerte de Jesús, transmitidos en el
mismo manuscrito del siglo xiv en
que aparece el Libro
de Apolonio y
copiados, probablemente de un original en francés, por un
escriba aragonés.

La narrativa
en verso
La épica. Los cantares de gesta
|

Manuscrito de las Mocedades
de Rodrigo
|
La épica es
un subgénero narrativo compuesto en verso y en lengua romance,
cuyos orígenes datan del primer tercio del siglo XI.
Las narraciones épicas están protagonizadas por héroes que
representan, por sus valores, a toda una sociedad; suelen
centrarse en acontecimientos relevantes dentro de la historia de
un pueblo, por lo que esos héroes terminan por ser considerados
símbolos para los mismos.
Es frecuente,
además, que el argumento de estas historias gire alrededor de
algún problema del protagonista con el valor social de la
honra,
que constituía la base de todo el sistema ético-político de
relaciones vasalláticas en la Edad Media.
La épica
castellana toma sus temas, fundamentalmente, de dos
acontecimientos históricos:
- la
invasión
árabe de la
Península y los primeros focos de
resistencia
cristiana (siglo VIII);
los inicios de la independencia
de Castilla ( siglo
X).
En este
sentido,
la épica
propiamente española aparece, incluso en sus testimonios más
antiguos e indirectos, caracterizada por una temática original
(...) y por una visión del mundo bastante distinta de la de la chanson
de geste [francesa,
anterior en el tiempo]. Lo más importante es que el rechazo de
las "historias extranjeras" no lleva solo a buscar en los anales
del propio patrimonio asuntos dignos de convertirse en
narraciones épicas, sino sobre todo a estructurar estas
narraciones a partir de un modelo cultural autóctono e
independiente
Deyermond (1991, María Luisa Meneghetti, «Chansons de
geste y
cantares de gesta: la singularidad de la épica española»
Así las cosas,
por influencia de la épica
francesa (a través
del Camino
de Santiago y de la
presencia del mundo occitano en el noreste peninsular), la épica
castellana solo tomó algunos temas de esta, como por ejemplo la
figura de Carlomagno,
en el único texto que presenta huellas del llamado
ciclo
carolingio, el fragmento conservado del Cantar
de Roncesvalles.
El poema épico
se denomina propiamente cantar
de gesta. De los cantares de gesta se dice que son obras que
pertenecen al
mester
de juglaría, pues eran transmitidos y recitados de memoria por
los juglares que actuaban en las plazas de los pueblos y ciudades,
en los castillos o en las estancias de la corte, a cambio de un
pago por sus servicios. Sabían danzar, tocar instrumentos, recitar
y realizar ejercicios acrobáticos y circenses. Consecuentemente,
los cantares de gesta se representaban con apoyatura musical ante
el público, haciendo uso de una monodia:
una ligera cadencia final en cada uno de los versos que era
subrayada en el primero y último de cada tirada (entonación y
conclusión).
El objetivo de
este recitado público era doble: entretener e informar al
auditorio, aunque sin propósitos moralizantes ni pedagógicos
(propósitos que sí serían propios de las obras del mester
de clerecía).
Se han
conservado muy pocos debido a esta transmisión oral. Además del
Cantar
de mio Cid, que se conserva casi completo, nos han llegado
fragmentos del Cantar
de Roncesvalles y
del Cantar
de las Mocedades de Rodrigo. De otros cantares de gesta
nos han llegado noticias gracias a las crónicas
históricas, que los utilizaron como fuente (por ejemplo, el Cantar
de los siete infantes de Lara, que aparece en la Segunda
Crónica General -Crónica
de 1344, de Pedro
de Barcelos- y que está vinculado al ciclo de temas relativo a
los Condes de Castilla).
Algunas
características de los cantares de gesta de la literatura española
son:
- su carácter anónimo.
- su gran vitalidad, pues sus
temas pervivieron en la literatura posterior (
romancero, comedia
nacional,
drama
neoclásico, romántico y
moderno, en la lírica, en la novela, etc.)
su realismo,
pues se compusieron en fechas cercanas a los hechos que cuentan,
por lo que apenas aparecen elementos fantásticos.
Los cantares de
gesta fueron tomados como documentos históricos en muchas
ocasiones, por que algunos fueron prosificados y así fueron
incluidos en crónicas medievales (como la
Estoria
de España o Primera
crónica generalde Alfonso X); gracias a esto, algunos se
han podido conservar parcialmente.
Cantar de mio Cid
La obra
española más importante (y única completa) de este género es el Cantar
de mio Cid, que se conserva en una copia manuscrita del siglo XIV de
un códice de 1207 copiado
por Per
Abbat de un
original fechado entre 1195 y 1207. La fecha de redacción del
original se sitúa, por tanto cerca de 1200.
La obra ha sido
dividida por los editores modernos en tres cantares:
- El primer cantar trata el
destierro del Cid por
Alfonso
VI, a causa de ciertas intrigas cortesanas. Martín Antolínez
logra de dos judíos un préstamo de seiscientos marcos para el
Cid, para sus fieles y para mantener a su mujer e hijas en el
monasterio de San
Pedro de Cardeña. El Campeador conquista Castejón y Alcocer,
poblaciones que devuelve a los moros a cambio de un rescate.
Cierra el cantar un enfrentamiento con el conde de Barcelona.
El segundo cantar se inicia con
el asedio y conquista de Valencia. Álvar
Fáñez lleva
presentes al rey y le pide que consienta a doña Ximena y a sus
hijas salir del monasterio para instalarse en Valencia. El rey
Alfonso propone casar las hijas del Cid con Fernán y Diego,
infantes de Carrión, a lo que éste accede. Se celebran vistas a
orillas del Tajo y bodas con sus fiestas en Valencia.
El cantar tercero se abre con
el episodio del león, de carácter novelesco: mientras duerme el
Cid, escapa de la red su león, causando el pánico entre los
infantes de Carrión, que, tras confirmar su cobardía en la
batalla contra el rey Búcar de Marruecos, deciden volver con sus
mujeres a sus tierras palentinas. En el robledal de Corpes las
golpean y abandonan, por considerarlas impropias de su condición
social. El Cid recuerda al rey que, siendo él quien las casó, es
suya la afrenta. Alfonso convoca Cortes en Toledo, donde el Cid
recobra sus haberes y deja que Pero Bermúdez, Martín Antolínez y
Muño Gustioz derroten, respectivamente, a los infantes Fernán y
Diego y a su hermano, Asur González. Sus hijas recuperan la
honra casándose con los infantes de Navarra y Aragón.
Los
hemistiquios oscilan
entre las tres y las once sílabas, con claro predominio, en este
orden, de heptasílabos, octosílabos y hexasílabos, lo que da versos de
longitud variable que se cifra entre 14 y 16 sílabas métricas, y
estos se organizan en series o tiradas de
un número indefinido de versos asonantes entre sí.
Aparecen,
sistemáticamente, a lo largo del poema fórmulas -grupos de
palabras que se repiten con ligeras variaciones-. Esto apunta al
carácter oral de este género, ya que en el origen de la poesía
épica, facilitaría la improvisación y la memorización de los
versos. De entre estas fórmulas destacan la omisión de verbos de
decir -dijo, preguntó, respondió...- y los epítetos, adjetivos
generalmente aplicados a personas o lugares caracterizados
positivamente.
El romancero
|

Libro
de los cincuenta romances (1525),
|
La palabra romancero,
en el contexto de la literatura medieval, hace referencia al
conjunto o corpus de
poemas denominados romances que
han sido conservados, ya sea por escrito, ya a través de la
tradición oral. Compuestos anónimamente a partir del siglo xiv,
fueron recogidos por escrito en el xv y
conforman lo que se denomina romancero viejo, en
contraposición al romancero
nuevo, con autores ya reconocidos, compuesto a partir del xvi.
Los músicos españoles del
Renacimiento
utilizaron
algunos como texto para sus composiciones.
Los romances
derivan, con bastante probabilidad, de los cantares de gesta: ante
las actitudes y demandas del público, los juglares y recitadores
debieron comenzar a resaltar determinados episodios de esos
cantares que destacaban por su interés y singularidad; al
aislarlos del conjunto del cantar, se crearían los romances. Este
carácter esencial de los mismos, llevaba a que fuesen cantados al
son de instrumentos en bailes grupales o en reuniones de
entretenimiento o trabajo común.
Formalmente, se
trata de poemas no estróficos de carácter épico-lírico; esto
quiere decir que, aparte de ser narrativos como los cantares de
gesta, presentan ciertos aspectos que los aproximan a la poesía
lírica, como la frecuente aparición de la subjetividad emocional.
Al derivar de
la épica, los versos son largos, de entre 14 y 16 sílabas, y con
rima asonante; estos versos presentan lo que se denomina cesura
interna, de forma muy marcada, que tiende a dividirlos en dos
partes o hemistiquios con cierta independencia sintáctica. En la
evolución del género, estos hemistiquios fueron ganando aún más
autonomía, por lo que quedaron fijados en las ocho sílabas,
aproximadamente. De ahí que, en ocasiones, y por la influencia de
la poesía lírica que utilizaba siempre versos cortos, los romances
apareciesen como tiradas de versos octosílabos con rima asonante
sólo en los versos pares.
Su temática y
naturaleza son muy variadas. Un grupo importante -acaso el más
antiguo- pertenece al género épico y podría derivar de cantares de
gesta fragmentados y hoy perdidos en su casi totalidad. Otra parte
considerable la forman romances líricos de personajes o
situaciones muy diversas.
Existes
diversas propuestas de clasificación temática; con todo, existen
una categorías constantes que serían las siguientes:
-
Romances
históricos
-
tratan de asuntos y acontecimientos basados en la historia; son
característicos los referidos a los problemas fronterizos entre
los reinos cristianos y los musulmanes, y los centrados en el
rey don
Pedro
I de Castilla. Entrarían aquí también los llamados de tema
francés, los carolingios (que
cuentan las hazañas de Carlomagno y
otros personajes de su corte) y los bretones (que recogen las
leyendas del rey
Arturo y los
caballeros de la
Tabla
Redonda);
Romances
épicos y legendarios
sus temas proceden directamente de leyendas o
de cantares de gesta; esto es, se trata de historias ya
conocidas reelaboradas poéticamente, conservándose como único
recuerdo histórico a ciertos personajes;
Romances de
aventuras o novelescos
son enteramente inventados y presentan rasgos folclóricos,
aventureros, amorosos, simbólicos, líricos. El sentimiento
amoroso aparece en sus manifestaciones más variadas: desde el erotismo hasta
la sombría tragedia conyugal.
Estilísticamente, se suelen clasificar en:
-
Romances
tradicionales
-
Aquellos en los que la acción se presenta de forma más bien
dialogada;
precisamente por ello, se conocen también con el nombre de romances-escena.
La acción se narra casi siempre en tiempo presente, por lo que
el público no es tanto un oyente como un espectador y testigo de
unos hechos;
Romances
juglarescos
Aquellos cuya narración es más demorada y minuciosa, centrándose
en un episodio de forma muy intensa.
Otros rasgos
literarios son:
-
Estructuralmente
-
Se caracterizan por su fragmentarismo: no cuentan historias
completas, sino que buscan la esencialidad y la intensidad,
comenzando ex-abrupto y
terminando de forma también abrupta, con finales abiertos: la
historia que en ellos se cuenta carece de antecedentes y de
consecuencias; son relatos autosuficientes en los que solo
aparecen los personajes fundamentales;
-
Lingüísticamente
-
Son proclives a la naturalidad expresiva, a la espontaneidad, al
léxico básico,
a oraciones breves, al uso de pocos nexos y a preferir la yuxtaposición,
a la eliminación de referencias espacio-temporales, al uso de
elementos expresivos intensificadores (interjecciones,
exclamaciones, apóstrofes, hipérboles...)
y a manejar recursos como la personificación,
la antítesis,
las reiteraciones, los hipérbatos,
las enumeraciones, los diminutivos, etc.;
Narrativamente
Presentan diversos elementos líricos por el medio del relato. El
narrador suele ser neutral y fomenta la intervención de los
personajes, introducidos en estilo directo sin verbum
dicendi. El lirismo se manifiesta en la acusada tendencia a
presentar una visión misteriosa y enigmática de la realidad, con
capacidad para convertir en simbólico un pormenor y convertirlo
en eje del romance. La alternancia de tiempos verbales, como
ocurría en los cantares de gesta, sirve para captar la atención
del oyente: el presente histórico se usa para acercar y
actualizar la narración, mientras que el indefinido para los
momentos culminantes o climáticos; el imperfecto, por su parte,
se usa para introducir los matices de cortesía o para proyectar
las cosas y los hechos a los ámbitos de la irrealidad. Aparecen,
en fin, fórmulas y motivos también característicos de la épica.
El
siglo xvii admiró
estas composiciones y no dudó en imitarlas y revitalizarlas.
Autores como Lope
de Vega,
Góngora o Quevedo escribieron
romances al modo de los antiguos, formando lo que hoy se conoce
como Romancero nuevo.
El
mester de clerecía
Se denomina mester
de clerecía a la
técnica literaria (una manera de componer textos literarios) que
desarrollaron en el siglo xiii una
serie de escritores vinculados a la universidad y a la erudición
(la clerecía), y
que aplicaron a la creación de obras narrativas en verso.
Al comienzo del
siglo xiii las
lenguas vernáculas de la península, y concretamente el castellano,
habían alcanzado un grado de madurez relativamente alto. Así, tras
una fase dedicada al estudio de su
gramática,
sobre la base del latín, los clérigos,
conocedores además del francés,
pudieron elevar al castellano al rango de lengua literaria, o sea,
de lengua culta, apta para la escritura de todo tipo de obras. Por
otro lado, hacia 1200 la mayoría de la población ya no entendía el
latín. En estas circunstancias, debió de parecer inútil seguir
usando una lengua solo entendida por una minoría en obras que, por
el interés de su contenido histórico, didáctico, moral o
religioso, convenía que fuesen conocidas y entendidas por todos.
El modelo
literario que sirvió de punto de referencia para estos escritores
fue el
Libro
de Alexandre, sobre todo en lo que se refiere al uso de la
estrofa que caracteriza sus obras: la cuaderna
vía. Con todo, el Alexandre es
una adaptación libre al castellano de la
Alexandreis
(h. 1182), obra en latín del francés Gautier
de Châtillon, que servía de lectura escolar en las primeras
universidades españolas; de ahí la fuerte impronta de la prosodia latina
en el Alexandre y,
por ejemplo, la proscripción de la sinalefa para
obligar a una lectura cuidadosa y despaciosa del texto,
característica general de las obras del mester.
De forma
sintética, los rasgos definitorios de las obras del mester
de clerecía serían
los siguientes:
- son obras compuestas por
escrito para ser leídas, no para ser recitadas (como ocurría con
las obras del mester de juglaría); su público era,
normalmente, culto: monjes, escolares, sacerdotes, etc.
- una versificación culta y
regular, manifestada en la forma estrófica denominada
cuaderna
vía (cuatro
versos monorrimos de catorce sílabas cada uno).
- uso de una lengua muy influida
por el latín, con un estilo muy culto, con abundancia de figuras
retóricas.
- una actitud didáctica y
moralizante en el tratamiento de los temas.
- los argumentos están vinculados
a cuatro grandes grupos temáticos: el de los milagros hechos por
la
Virgen (Milagros
de Nuestra Señora); el de la vida de los santos;
el de los relatos más o menos libres (Libro
de Alexandre); y el de los dichos
y castigos de
sabios
Las obras más
importantes del mester de clerecía son Milagros
de Nuestra Señora, de Gonzalo
de Berceo, y El
Libro de buen amor, de
Juan
Ruiz, arcipreste de Hita. Otras obras también relevantes son El
Libro de Alexandre y El
Libro de Apolonio y Rimado
de Palacio.
Milagros de Nuestra Señora
Se trata de una
obra narrativa en verso compuesta por un prólogo y por 25 relatos
independientes que tratan sendos milagros llevados a cabo por la
Virgen. No son historias enteramente originales de Berceo, por
cuanto lo que hace es seguir lo escrito en un manuscrito latino
que él recrea.
La intención de
la obra es presentar un conjunto de ejemplos morales, pero que
ante todo sea un tratado, literario y doctrinal, sobre la Virgen
María, en el que sobre todo destaque su carácter de mediadora de
todas las gracias.
Libro de buen
amor
También
conocido con el título de Libro
del arcipreste, es una narración autobiográfica en verso, ya
del segundo cuarto del siglo xiv.
Trata, fundamentalmente, del amor.
Con la excusa
del relato de sus propias aventuras amorosas, casi siempre
frustradas, el narrador pretende, en última instancia, advertir y
aconsejar al lector u oyente sobre el peligro de los pecados de la
carne.
Con todo, el
libro presenta una estructura muy heterogénea: no solo está
inspirado en tradiciones cultas (latinas) y populares a la vez,
sino que alterna partes narrativas con otros didácticas,
proverbiales y líricas, y pasa del tono humorístico al moralizante
de forma continua.
Su
interpretación es objeto de controversia entre los especialistas.

La prosa narrativa de ficción
La prosa en
castellano se inició con los géneros de carácter didáctico o
moralizante. La prosa de ficción en castellano surgió a mediados
del siglo xiii,
aunque en estos momentos se trataba de obras cuyos modelos
remontaban al mundo oriental, aunque no siempre.
Se trata de
colecciones de cuentos o recopilaciones de exempla
como
el Calila
y Dimna (la
primera colección vernácula, basada en una colección hindú de
fábulas animales) y el Libro
de los engaños e los asayamientos de las mugeres, conocido
como Sendebar (cuyo
título original pudo haber sido Los
assayamientos de las mugeres).
Luego, tras la
época de Alfonso X, la prosa, beneficiándose del prestigio
adquirido en las obras sobre todo historiográficas, empezará a
aparecer como herramienta para componer novelas. De esta manera,
las obras novelísticas de la Edad Media son transformaciones de la
historiografía, como lo demuestra el hecho de que sus primeras
muestras sean adaptaciones libres de temas procedentes de la
antigüedad considerados históricos.
La novela
medieval es, toda ella, de tema histórico (o pseudo-histórico),
pues todas las narraciones son acogidas como relatos de hechos
realmente ocurridos.
Así, pues, al
principio, los personajes son siempre individuos de dignidad regia
o similar, abriéndose paulatinamente a otros sectores sociales,
pero siempre mostrando preferencia por personajes con rasgos
atractivos. Consecuentemente, la novela
caballeresca se
convierte en el género narrativo más abundante de la Edad Media.
En el grupo de
novelas de contenido más histórico destaca La
gran conquista de Ultramar, sobre las cruzadas del
siglo xi (y
en la que aparece la famosa historia del
caballero del cisne).
El siglo xiv se
abre con el Libro
del cavallero Çifar, primer libro de caballerías
hispánico. Su elaboración se inicia en tiempos de Sancho IV y su
estructura se enriquece a lo largo del siglo xiv.
Comienza como una adaptación de la vida de san Eustaquio, sobre la
que se ensamblan diversos elementos. La redacción que nos ha
llegado se compone de dos prólogos y cuatro partes. Las dos
primeras partes –“El caballero de Dios” y “El rey de Mentón”-
siguen una historia de separación y encuentro de los miembros de
una familia. En ellas se entretejen colecciones de ejemplos y
sentencias. La tercera parte, titulada “Castigos del rey de
Mentón”, recoge los consejos que Zifar –ya rey de Mentón- da a sus
hijos Garfin y Roboán. La cuarta narra la historia de Roboán desde
que abandona el reino de Mentón hasta que consigue ser coronado
emperador.
El aumento de
la presencia de los episodios amorosos en las novelas de
caballerías dio como resultado la aparición, entre mediados del
siglo xv y
1548, del género de la ficción
sentimental. Aun teniendo como fondo relatos propiamente
caballerescos, el ambiente ahora es el mismo que se refleja en la
poesía cancioneril: la vida cortesana. Las tramas suelen ser
dobles, y se centran en la separación de los amantes; abundan en
esta novelas los recursos tendentes a conferir verosimilitud a lo
narrado, especialmente el autobiografismo y el uso del discurso
directo de los personajes (cartas, intervenciones...). Todos estos
rasgos se encuentran fijados en la novela de
Juan
Rodríguez del Padrón, Siervo
libre de amor, y en la obra maestra del género, Cárcel
de amor (h.
1488), de
Diego
de San Pedro.
El gallego Juan
Rodríguez del Padrón nace
a finales del siglo xiv y
viaja por Europa, antes de tomar el hábito
franciscano en 1441 en Jerusalén.
La primera de sus obras es la más importante, por inaugurar el
nuevo género de la
ficción sentimental, que culminará con el fin de siglo: se
trata del Siervo
libre de amor (1439).
Con estilo latinizante narra, en su primera parte, cómo la amada
desprecia al amante por confiar a un falso amigo su pasión. El
Entendimiento, personaje alegórico, disuade en la segunda parte al
protagonista de la idea del suicidio e introduce la Estoria de dos
amadores -amor trágico de Ardanlier y Liesa, que termina con la
muerte de ambos-. Se establece una tercera parte en que el autor,
solo y desesperado de amor, encuentra una extraña nave que lo
aguarda.
La ficción
sentimental alcanza su mayor éxito con Diego
de San Pedro y su Cárcel
de amor. El argumento es el siguiente: Leriano consigue del
Autor que la princesa Laureola corresponda a su amor, respondiendo
una carta suya. Denunciada a su padre, el rey, Laureola es
condenada a muerte y salvada por Leriano, que, al ver su amor
rechazado, se quita la vida bebiendo las cartas de Laureola
disueltas en veneno.
Al canciller de
Castilla, Pero
López de Ayala (1332-1407),
debemos la Crónica
del rey don Pedro,
a la que siguieron las de Enrique
II, Juan
I y Enrique
III. Son unas narraciones que presentan personajes y
situaciones vividas por él, con puntos de vista y justificaciones
de su actitud no siempre clara.
Por último, a
finales del siglo xv aparece
la novela dialogada La
Celestina, obra de transición hacia el Renacimiento.
Don Juan Manuel
|

Retrato de don Juan Manuel
|
El infante don Juan Manuel (1282-1348),
sobrino de Alfonso X, es el prosista de más personalidad del siglo xiv.
Su primer libro
debió escribirlo entre
1320 y 1324:
es la Crónica
abreviada, resumen de una de las derivadas de las de Alfonso
X. El Libro de los
estados, escrito entre 1327 y 1332,
es un desahogo de sus preocupaciones y amarguras. En él expone la
realidad política y social de su tiempo.
Su obra más
conocida es el
Libro
de los enxiemplos del Conde Lucanor e de Patronio,
compuesto en 1335.
Consta de dos prólogos y cinco partes, la primera de las cuales es
la más célebre por sus cincuenta y un ejemplos o cuentos, tomados
de fuentes diversas: árabes, latinas o de crónicas castellanas.
Todas las
narraciones de esta primera parte tienen la misma estructura:
- Introducción: El Conde Lucanor
tiene un problema y le pide consejo a Patronio.
- Núcleo: Patronio cuenta un
cuento que se asemeja al problema planteado.
- Aplicación: Patronio aconseja
la manera adecuada de solucionar el problema, en relación con el
cuento narrado.
- Moraleja: Se termina con dos
versos en los que el autor resume la enseñanza de la narración.
La Celestina
La Celestina es
el título por el que se conoce la Comedia
o Tragicomedia de Calisto y Melibea, la cual fue publicada en
dos versiones diferentes: una en 1499,
que constaba de 16 actos; y otra, en 1508,
que tiene 21. Pertenece al género de la comedia humanística,
género inspirado en la comedia latina, que estaba destinado a ser
leído y no representado.
El autor es
Fernando
de Rojas, nacido en La
Puebla de Montalbán
(Toledo),
hacia 1475,
de familia conversa (judíos convertidos al cristianismo), que
estudió leyes en Salamanca y
fue alcalde de Talavera
de la Reina. Murió en 1541.
La obra cuenta
cómo Calisto, joven noble, entra en un jardín para recobrar su
halcón perdido, y allí conoce a Melibea, de la que se enamora y
que le rechaza inicialmente. Calisto, por consejo de su criado
Sempronio, contrata los servicios de Celestina para alcanzar los
favores de la muchacha. Aquélla consigue con sus trucos concertar
una cita entre Calisto y Melibea y, como premio, recibe del
enamorado una cadena de oro. Sempronio y Pármeno, criados de
Calisto y socios de Celestina en el negocio, reclaman su parte. La
anciana se niega al reparto y ambos la asesinan, crimen por el que
son ajusticiados. Sus compañeras, Elicia y Areúsa, deciden
vengarse por lo sucedido en las personas de los amantes
contratando a Centurio. Una noche, estando Calisto con Melibea, al
oír los ruidos provocados por Centurio y sus acompañantes, el
amante resbala de una escala y muere. Melibea, desesperada, se
arroja al vacío desde una torre de la casa de su padre, Pleberio,
quien cierra la obra con un lamento por su hija muerta.
|

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El rasgo más
llamativo de la obra es su realismo,
al retratar el ambiente burgués y la crisis de los ideales
heroicos y religiosos frente a la importancia que adquiere el
dinero.
Como declara
Fernando de Rojas en los dos prólogos de la obra, el tema de la
misma es advertir contra la corrupción que ocasionan los malos y
lisonjeros sirvientes y contra los males que provoca el amor
profano; por otra parte, en un plano superior, el tema es la
concepción de la vida como una lucha a la manera de Heráclito:
"Todas las cosas son criadas a manera de contienda o batalla". De
ahí que se enfrenten siempre los estamentos sociales de los
señores y los siervos, los sexos y aun el mismo lenguaje, que por
un lado abunda en rasgos populares (exclamaciones, palabras
patrimoniales, refranes, frases cortas, diminutivos, sintaxis
suelta) y por otro en rasgos cultos y cortesanos (expresiones
engoladas y latinizantes, cultismos, sentencias y apotegmas de
autor conocido, periodos largos, hipérbaton).
Los personajes
celestinescos también muestran una perfecta caracterización y el
autor los suele agrupar en parejas para construir mejor por
contraste su psicología: los criados Pármeno (joven y aún
idealista) y Sempronio (más viejo y cínico); Tristán y Sosia, los
criados que les sustituyen; las prostitutas Elicia y Areusa, una
más independiente que la otra; los privilegiados Calisto y Melibea,
Pleberio y Alisa... Solamente dos personajes aparecen más o menos
aislados: Celestina, que representa la subversión del placer
sexual, y la criada de Melibea, Lucrecia, que encarna la represión
y el resentimiento.
Melibea es una
mujer enérgica y que toma sus propias decisiones. Es arrogante,
apasionada, hábil para improvisar y con un carácter fuerte.
Calisto se
muestra débil de carácter, que olvida sus obligaciones y sólo
piensa en sí mismo y en el interés sexual por Melibea.
Celestina se
presenta como una persona vital, movida fundamentalmente por la
codicia.
Los criados no
guardan fidelidad a su amo y buscan su propio beneficio también.
Esta actitud la muestra Sempronio desde el principio y Pármeno una
vez que sus advertencias sobre Celestina son despreciadas por
Calisto y Celestina lo corrompe con ayuda de una pupila suya.
El lenguaje se
muestra también con total realismo. Así, se utiliza el lenguaje
culto (lleno de figuras retóricas, especialmente antítesis y
geminaciones, hipérbaton, homoteleuton, cultismos,
etc.) y el lenguaje vulgar (repleto de obscenidades, palabras
malsonantes, amenazas, refranes, etc.). Cada personaje utiliza el
nivel del lenguaje que le es propio. Celestina utilizará el que
más le interese en función del personaje con el que hable.

El teatro medieval
El teatro
medieval castellano cuenta con testimonios confusos, escasos e
irregulares, hasta el punto de haberse puesto en duda su
existencia hasta finales del siglo xv.
- De la segunda
mitad del siglo xii consideramos
el primer ejemplo de teatro castellano. Es el
Auto
de los Reyes Magos, procedente de la Catedral
de Toledo. La lengua del fragmento desconcierta y apunta a
una posible fuente francesa.
Es probable que en la Península
se hayan perdido más textos de representaciones teatrales que de
otros géneros literarios. Algunas leyes de Alfonso X o normas de sínodos eclesiásticos
apuntan a manifestaciones dramáticas imprecisas, realizadas por
juglares de diversa formación.
Hasta finales
del siglo xv,
no publicará sus representaciones quien se considera padre del
teatro castellano: Juan
del Encina (1469-1529).
La estructura de sus obras se irá complicando a medida que va
adquiriendo una mayor maestría en el género. Fundamental –por lo
que respecta al aprendizaje de nuevas técnicas- es su viaje a
Roma en 1499.
Su última obra es la más ambiciosa fue la Égloga
de Plácida y Vitoriano.
-
-
-
Compañero, rival y admirador suyo sería el también salmantino
Lucas
Fernández (1474-1542),
cuya obra resulta difícil de fechar, aunque se supone
realizada hacia 1500.
La edición de sus Farsas
y églogas aparece en 1514 en Salamanca.
Este autor parte de presupuestos próximos a los de Juan del
Encina, pero prolonga la extensión y el número de personajes.
Posiblemente se hayan perdido muchos de los autos que se
debieron representar a lo largo del siglo xv.
Un códice de
la segunda mitad del siglo xvi,
llamado Códice
de Autos Viejos
conserva
numerosas obras, representadas en muy diversos lugares de la
Península, que podrían ser reelaboraciones de estos textos
medievales.