La lírica española
anterior a 1936
El
primer nuevo movimiento de la literatura española del siglo
XX es el Modernismo,
creado por Rubén
Darío en
Hispanoamérica. El desgaste del lenguaje
modernista hizo que surgiesen críticos y detractores desde su mismo
seno, como es el caso de
Antonio Machado y Juan
Ramón Jiménez (quien busca una depuración
del simbolismo y un alejamiento del preciosismo. La palabra clave
será pureza, la cual, según la poética juanramoniana, es tanto como
desnudez: economía de medios, un extremado rigor en la construcción
del poema).
Las
vanguardias españolas ocupan un espacio paralelo al anterior, cuando
no compartido. La recepción de la vanguardia en España es un fenómeno
bastante inmediato. Ya en 1909,
la revista Prometeo publica el manifiesto futurista del italiano
Marinetti. En la misma revista, Gómez
de la Serna publica «El concepto de la nueva
literatura», que bien puede considerarse como la primera manifestación
original de esta tendencia.
Las
vanguardias rechazan
Los rasgos que
caracterizan ese nuevo espíritu son:
-
el
experimentalismo,
-
el juego,
-
la asunción
de los nuevos inventos,
-
la
integración de las artes,
-
la
indistinción entre vida y literatura,
-
las rupturas
lógicas o la libertad formal.
Hacia 1923 el
impulso renovador de las vanguardias ultraísta y creacionista-movimientos pioneros de la vanguardia española- comienza a flaquear y
los escritores tientan caminos nuevos. Quien mejor definirá esos
valores literarios emergentes es José
Ortega y Gasset, personalidad de
considerable influjo en el panorama literario español. Su estudio La
deshumanización del arte (1925),
es fundamental para comprender las ideas estéticas de esa década. El
nuevo arte, según este pensador, tiende a considerarse como juego y
nada más. En ese sentido, el nuevo arte sí es «puro», en cuanto
«deshumanizado», y también es necesariamente minoritario e impopular.
La importancia del factor estético hará que se use mucho la metáfora.
La Generación de 1927 no ofrece poéticas
explícitas como tal grupo. En los comienzos, la poética de estos
autores tiene mucho de voluntad integradora:
-
lenguaje
renovador, de raíz vanguardista y centrado en la imagen;
-
adscripción
a la llamada «deshumanización» o «poesía pura»;
-
rigor
constructivo;
-
consciente asunción de la tradición propia, que españoliza el
lenguaje cosmopolita de las vanguardias. En especial, el del surrealismo.
De hecho, a lo que más contribuye el surrealismo español -desde el
punto de vista histórico- es al cambio de rumbo de la lírica
española desde la búsqueda de la pureza hacia una pretendida
impureza y «rehumanización»; cambio que se realiza a finales de los
veinte y comienzos de los treinta, en pleno tránsito hacia fórmulas
republicanas.
La
rebelión militar y el estallido de la guerra
civil española conducirán la poesía a un
terreno donde la misma idea de pureza parecería un sarcasmo. Como es
lógico, predomina la literatura de tendencia y agitación en ambos
bandos en conflicto.
Nómina
del 27: Pedro
Salinas, Jorge
Guillén, Gerardo
Diego, Vicente
Aleixandre, Luis
Cernuda, Federico
García Lorca, Rafael
Alberti, Dámaso
Alonso, Emilio
Prados, José
Moreno Villa y Manuel
Altolaguirre.
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1936

La narrativa española
anterior a 1936
El siglo
XX se inicia en España con un amplio
movimiento de renovación cultural y artística que tiene dos momentos
significativos: la Generación
de 1898 (Miguel
de Unamuno, Azorín, Ramón
María del Valle-Inclán, Pío
Baroja) y la llamada Generación
de 1914.
Esta
renovación alcanza muy particularmente al relato novelístico, al que
impulsa a ensayar nuevas fórmulas. Así, propicia no sólo el desarrollo
de una novela de corte psicológico, sino de una novela lírica en la
que predomina la expresión de la subjetividad. Relacionada con esta
actitud hay que considerar el escaso interés que los escritores de
este periodo muestran hacia el relato tradicional de acontecimientos
según un orden cronológico; y ello a pesar del enorme éxito de otro
conjunto de narradores que se ciñen a los modos clásicos del relato
para ponerlos ya al servicio del entretenimiento o la mera diversión,
ya al del impulso reformista y social (Blasco
Ibáñez, Felipe
Trigo,...).
La ruptura del
relato tradicional se logra mediante una gran variedad de
procedimientos estructurales y estilísticos más o menos innovadores:
-
multiplicación de puntos de vista,
-
digresiones
intelectualistas,
-
preciosismo
lingüístico que viene a revelar al narrador en detrimento del mundo
narrado, simbolismo.
Esta
línea renovadora la prolongarán los escritores del 14, muy
especialmente Ramón
Pérez de Ayala, Gabriel
Miró y Ramón
Gómez de la Serna- sin desistir aún en su
afán de encontrar un punto de equilibrio entre el realismo y el
experimentalismo aislador. El resultado es la creación de un corpus
novelístico que conjuga el acceso a un público potencialmente amplio
con una exigencia de valoración estética. Y eso sin que se diluya en
su totalidad la marcada preocupación reformista y social que tiñe la
actividad de gran parte de los autores e intelectuales del momento.
El clima
cultural en el que surge la joven novelística del 27 se caracteriza,
pues, por una actitud antirrealista y por un decidido afán
experimental. Esta nueva narrativa se congregó en la serie Nova
Novorum de la Revista de Occidente. Allí se fragua un tipo de relato
que ensaya la incorporación a la narración
-
del estilo
metafórico propio de la poesía,
-
del
fragmentarismo en boga en las artes plásticas y
-
de la visión
dinámica aprendida en el cine.
Se trata, por
tanto, de una novela en la que la narración se libera de la
dependencia de la historia, que rompe con la disposición lineal del
tiempo, y que abre un amplio espacio para el distanciamiento irónico o
humorístico.
Toda la
narrativa del 27 se puede ordenar en dos grandes vertientes: la novela
lírico-intelectual (Benjamín
Jarnés,
Antonio
Espina, Mauricio
Bacarisse, Francisco
Ayala, Pedro
Salinas) y la humorística (Jardiel
Poncela, Edgar
Neville).
Sin embargo,
la crítica ha ignorado, cuando no despreciado, la importancia de este
relevante grupo de escritores que sintoniza perfectamente con las
modernas tendencias europeas de la época.
> volver a: Literatura española entre 1900 y
1936

Narrativa social
Pese a
la repercusión de las Vanguardias, entre finales de la década de los
20 y
1935 surge una generación de narradores que,
opuesta al arte deshumanizado, cultiva una novela realista y de
finalidad social. Esta nueva generación se propone una manifiesta
rehabilitación de lo humano, del valor testimonial y de la
trascendencia moral y política de la literatura. Figura clave en esta
evolución de la novela es José
Díaz Fernández. Junto a él, son considerados
precursores de la narrativa comprometida Joaquín
Arderíus, Ramón
J. Sender y César
Arconada, entre otros.
> volver a: Literatura española entre 1900 y
1936

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Literatura
española posterior a la Guerra Civil
La literatura
española contemporánea (siglos XX y XXI),
suele dividirse, por la trascendencia de la contienda en el
periodo anterior a la Guerra Civil y
en el posterior y hasta nuestros días.
Contexto histórico-filosófico
En 1939
terminó la Guerra
Civil dando paso a una nueva época tanto
literaria como social. España atravesó los 36 años del franquismo para
iniciar en 1975 la llamada Transición
española y la actual democracia. A raíz de
la Guerra Civil y de la Segunda
Guerra Mundial aparece en el contexto
filosófico un pesimismo exacerbado en ambos bandos, que entra en
contraste con el periodo de exaltación de los vencedores, nada más
acabar la guerra. El régimen franquista ejerció un importante papel
de censura.
La lírica española
después de 1939
En 1936
se conmemoró el cuarto centenario de la muerte de Garcilaso
de la Vega por lo que tras el final de la
contienda diversos autores se fijaron en la figura de este poeta para
inspirar su obra. Esto, unido a que publicaban sus trabajos en la
revista Garcilaso. Juventud creadora hizo surgir el llamado «garcilasismo»:
una corriente poética que lo toma como modelo para la recuperación de
formas clásicas —como el soneto—
y excusa para una temática poco comprometida basada en el amor, Dios o
el imperio, que choca radicalmente con la realidad española del
momento.1
1944 es
un año que marcará una inflexión en este escenario de cartón piedra, y
ello por Hijos de la ira (1944), de
Dámaso Alonso, que cataliza todo el
malestar acumulado y abre una vía para la manifestación de lo que aún
no se puede nombrar sencillamente. La reacción antigarcilasista se
basa en una estética de confrontación indirecta: frente al
neoclasicismo, la libertad formal; frente al triunfalismo, la duda o
el dolor; frente a la retórica clerical, el diálogo con un Dios
conflictivo. Estas corrientes existenciales se encontrarán en las
revistas Espadaña (León, 1944), en torno a Victoriano
Crémer y Eugenio
de Nora, Corcel (Valencia, 1942)
o Proel (Santander, 1944).
Hay
excepciones en ese panorama mayoritariamente realista y existencial:
-
El
fenómeno de la vanguardia postista, con su revista Postismo,
cuya primera etapa va de 1945 a 1949. El postismo recupera el gusto
por el juego, consustancial a la vanguardia, en torno a los nombres
de Carlos
Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro o Ángel
Crespo.
-
La
prolongación de un cierto surrealismo explícito, de la mano de Juan
Eduardo Cirlot y Sombra del Paraíso, de Vicente
Aleixandre.
-
El
grupo de la revista Cántico, de Córdoba, cuya primera etapa irá de
1947 a 1949, en el cual se da una reivindicación del Sur y la
Belleza muy deudora del modernismo, o bien la recuperación —también
a contracorriente del ambiente literario dominante— de la imagen y
lo sensual de la poética del 27, concretamente de Luis
Cernuda.
La
década de los 50 trae consigo el auge de la poesía social, que busca
profundizar en la estética realista con un sesgo marcadamente de
izquierda. Característica es la creencia en la poesía como
«instrumento, entre otros, para transformar el mundo» (tal como
escribía Gabriel
Celaya) y como comunicación, algo que va a
teorizarCarlos
Bousoño, a partir de ideas de
Aleixandre. Otros autores de esta generación son José
Hierro y Ángel
González.
Los
llamados «Poetas
del 50» desarrollarán lo más personal de su
obra en los sesenta. Sin embargo, sus primeros pasos se darán en esta
tendencia social. La originalidad del grupo del 50, y la clave de lo
más renovador de su lenguaje, está en que, aún dentro del realismo,
ellos entierran la concepción de la poesía como instrumento, sea para
transformar el mundo (Celaya), sea para la comunicación intersubjetiva
(Bousoño). La negación más temprana de estas ideas parte del artículo
de Carlos
Barral «Poesía no es comunicación»,
publicado en el número 23 de Laye, en 1953. En él, Barral afirma que
la poesía es ante todo un medio de conocimiento, y en primer lugar,
para el propio poeta.
El
abandono de cualquier posible concepción instrumental de la poesía
supone circunscribir la realidad referida a unas coordenadas muy
concretas, cotidianas. Así, Jaime
Gil de Biedma presenta su propia poesía como
«poesía de la experiencia».
En 1970,
Castellet publica su antología Nueve novísimos poetas
españoles, partida de nacimiento de una nueva promoción y, sobre todo,
de una nueva estética, ya curada de realismos. La antología permite
vislumbrar algunos rasgos que se asentarán en el futuro inmediato:
-
La decidida
vocación profesoral y reflexiva de todo un sector de estos
escritores,
-
la
insistencia en el collage cultural.
Otros
autores que no fueron recogidos en la antología Nueve novísimos poetas
españoles y que pertenecen con distintas estéticas a esa misma
generación del 70 son: Ramón
Irigoyen, Antonio
Carvajal, Marcos
Ricardo Barnatán, Francisco
Gálvez, Antonio
Colinas, Jenaro
Talens, Jaime
Siles, Álvaro
Salvador Jesús
Munárriz, Luis
Alberto de Cuenca y Justo
Navarro.
Los
poetas que se han dado a conocer alrededor de 1980 han
procurado crear al margen de escuelas, normas, consignas y modas.
Escasamente preocupados por las rupturas violentas, han mirado con
respeto (para adaptarla a su nueva sensibilidad, tomarla como ejemplo
o parodiarla) hacia una larga tradición que va desde los clásicos, los
simbolistas e impresionistas hasta los poetas de los cincuenta —en
especial, Francisco
Brines y Jaime
Gil de Biedma—. Por el contrario, ha habido
poco interés en prolongar la estética de los novísimos.
Jaime Siles señala las siguientes
características para estos poetas:
-
Declive de
la estética novísima;
-
recuperación
de los poetas del 50;
-
relectura de
la tradición y revisión de las nóminas generacionales;
-
importancia
de la poesía escrita por mujeres, que son quienes modifican el
sistema referencial; y
-
acuñación de
un nuevo paradigma que, pese a su pluralidad, se polariza, y cuyos
rasgos distintivos más visibles son:
-
la vuelta
a la métrica, a la rima y a la estrofa;
-
el uso del
lenguaje coloquial y el empleo de términos del ámbito cotidiano;
-
la
readaptación de la épica;
-
el interés
por la elegía;
-
la
reintroducción del humor, el pastiche y la parodia;
-
la
temática urbana y la cotidianeidad;
-
el
sentimiento de lo íntimo y lo individual;
-
la
presencia, casi como denominador común en las poéticas, de tres
palabras-clave que imantan el núcleo generador de los distintos
discursos: emoción, percepción y experiencia;
-
un cambio
en el sistema referencial;
-
énfasis en
la experiencia, en la emoción, en la percepción y en la
inteligibilidad del texto;
-
abomina de
lo conceptual y lo abstracto.
De las
variadas líneas que ha seguido la poesía de esta época, hay que
destacar:
La tendencia a
un lirismo reflexivo, es decir, a un predominio de lo emocional sobre
lo racional. La expresión de la intimidad, las meditaciones sobre las
propias experiencias, las preocupaciones intelectuales y vitales,
hedonistas, metafísicas, místicas, neorrománticas e, incluso, sociales
pasan ahora a un primer plano.
El triunfo de
la experiencia sobre la imaginación ha sido también común a los ya
numerosos poetas que, mediante la reivindicación con frecuencia del
desaliño, del prosaísmo, de las imperfecciones estilísticas, del humor
y de la ironía han pretendido dar cuenta de sus vivencias cotidianas y
de sus particulares relaciones con el entorno urbano.
El cultivo de
la poesía del silencio, concreta, minimalista. Los adscritos a esta
tendencia, mediante un afanoso esfuerzo de experimentación con el
lenguaje, se han caracterizado por una firme vocación de
desprendimiento de todo aquello que puede entorpecer la comunicación y
por el despojamiento de lo que imposibilite acercarse al núcleo
esencial de lo que hay, existe, es o nos parece que es. Todos han
puesto un extremo celo en el uso de la palabra que se quiere esencial
y tensa, depurada y concisa, en la estela de los presupuestos de la
«poesía pura».
Algunos
poetas que se dieron a conocer alrededor de 1980 y en años posteriores
son: Blanca
Andreu, Felipe
Benítez Reyes, Matilde
Camus, Francisco
Domene, Jesús
Ferrero, Álvaro
García, Luis
García Montero, Menchu
Gutiérrez, Rafael
Inglada, Salvador
López Becerra, Salvador
López Becerra, Julio
Llamazares, Ana
Rossetti, Pilar
Quirosa-Cheyrouze, Andrés
Trapiello, Álvaro
Valverde, Fernando
de Villena, Antonio
Enrique, Roger
Wolfe, José
Carlos Cataño. Véase Poesía
española contemporánea.
volver a: Literatura española posterior a la
Guerra Civil

La novela posterior a 1939
Narrativa durante la dictadura franquista: desde 1939 hasta 1975
Las
novelas de los años inmediatamente posteriores a la Guerra
Civil demuestran una total dependencia de
las tendencias vigentes en el primer tercio del siglo. Con todo, el
exilio, la represión y la censura configuran un precario panorama,
agravado por las penurias editoriales y, en general, por el
empobrecimiento intelectual del país.
A la sombra de
la cultura oficial, pasarán a primer plano los jóvenes del nuevo orden
-que ya habían dado muestras de su belicosidad ideológica y literaria
a comienzos de los años treinta- junto a novelistas anteriores que se
reacomodan a la situación. Ello explica el conformismo de una exigua
producción novelística, entre testimonial y panfletaria, que entronca
remotamente con la novela comprometida de preguerra.
Junto a
esta «novela de los vencedores» hay otra corriente, denominada
«neorromántica» o «estetizante», que se nutre de los rescoldos del
modernismo, de la experimentación novelesca unamuniana, del
preciosismo valleinclanesco y del desenfadado espíritu narrativo de
los años veinte. En la vertiente más estimulante de este esteticismo
se encuentran las novelas del primer Zunzunegui, junto a La novela
número 13 (1940) y El bosque animado (1943) de Wenceslao
Fernández Flórez y otras de Tomás Borrás,
Julio Camba o Villalonga, además deAlfonso
Albalá.
Una
tercera vía recurrirá al siempre frecuentado venero del realismo
decimonónico. Sin embargo, las cautelas existentes ante la tarea de
afrontar la realidad llevan a mirar hacia el pasado. Así sucederá con
algunas novelas del Zunzunegui de mediados de siglo o con La ceniza
fue árbol (entre 1944 y 1957 sus tres primeras entregas), trilogía-río
de Ignacio
Agustí sobre la burguesía catalana.
La familia de Pascual Duarte de Cela
(1942), Javier
Mariño (1943) de Gonzalo
Torrente Ballester, Nada (1945) deCarmen
Laforet y las primeras novelas de Miguel
Delibes suponen el encuentro de la novela de
posguerra con la realidad cotidiana.
La
década del cincuenta da paso al llamado realismo social, el cual
pretende -mediante el recuerdo de la guerra y sus secuelas, la actitud
crítica, los personajes colectivos (alienados, explotados, víctimas)-
desenmascarar situaciones sociales injustas en clara correspondencia
con las que se suceden en la realidad de cada día. Esta tendencia,
predominante a lo largo de la década, revitaliza el realismo
tradicional a partir de estímulos externos contemporáneos, entre los
que se encuentran el cine neorrealista y la novela americana e
italiana. Cimas de esta corriente pueden considerarse La
colmena, de Camilo
José Cela y La noria, de Luis Romero.
Aparecida en 1962, Tiempo de silencio de Luis
Martín Santos marca un considerable avance
en la evolución de la narrativa de la posguerra. Su mérito estriba en
el tratamiento distanciado de la crítica social mediante un alarde
lingüístico y técnico que orienta la creación novelesca hacia un
horizonte formal más rico y novedoso.
Puede
afirmarse que la década de los sesenta supone, en lo que a la historia
de la novela se refiere, una cierta clausura de la interminable
posguerra. Nuevas circunstancias económicas, sociológicas y culturales
(mínima relajación de la censura, las repercusiones del mayo francés
del 68, el conocimiento del nouveau roman, el llamado boom de la
novela hispanoamericana, el reencuentro con algunos novelistas del
exilio, la sintonía con el experimentalismo europeo) propician una
mayor libertad de ejecución entre los cultivadores del género. Esta
mayor libertad da pie a una experimentación narrativa, de la que
surgen obras como Don
Juan, de Gonzalo
Torrente Ballester; El roedor de Fortimbrás,
de Gonzalo Suárez; Señas de identidad, de Juan
Goytisolo, Volverás a Región, de Juan
Benet; El mercurio, de José María Guelbenzu.
Si bien no debemos olvidar que esta tendencia experimental tenía
precedentes: las Tentativas (1946), de Gabriel
Celaya, el realismo mágico del Alfanhui (1951),
de Rafael
Sánchez Ferlosio o la desbordante fantasía
de Álvaro
Cunqueiro.
En
vísperas de la muerte de Franco, este proceso experimentador quedará
coronado por personales y sólidas realizaciones, entre las que se
cuentan Una meditación (1970) y Un viaje de invierno (1972), de Juan
Benet;Reivindicación del Conde don
Julián (1970), de Juan
Goytisolo; La
saga/fuga de J. B. (1972), de Gonzalo
Torrente Ballester; El gran momento de Mary
Tribune (1972), de Juan García Hortelano o Si te dicen que caí (1973),
de Juan Marsé.
volver a: Literatura española posterior a la
Guerra Civil

Narrativa desde
1975 hasta nuestros días
La Narrativa
posterior a 1975 conoce un progresivo auge hasta nuestros días, que se
manifiesta básicamente en la amplia producción y edición de novelas y
relatos cortos -es significativa la recuperación de este género
tradicionalmente poco valorado-, con el consiguiente aumento de las
colecciones dedicadas a la narrativa, traducciones de textos españoles
a otras lenguas y proliferación de títulos, premios, reseñas,
suplementos, revistas, etc., que, si bien constituyen indicios de
vitalidad del género, no facilitan el establecimiento de unas líneas
dominantes, sino que ofrecen más bien un panorama confuso del fenómeno
narrativo. Por ello, las características que se presentan en las
líneas siguientes constituyen tan sólo puntos de referencia que han de
tomarse con reservas, dado que, si hay algo que define a la nueva
novela, es precisamente la falta de unos criterios universales.
Características principales de la narrativa última:
-
Sin
renunciar por completo a la renovación formal, tiende a utilizar
recursos más tradicionales.
-
No tiene ya
como objetivo preferente la búsqueda o la experimentación, sino que
prefiere la vuelta al placer de contar.
-
Quedan lejos
ya las intenciones políticas o sociales y cualquier clase de
finalidad didáctica o ideológica.
-
Ausencia de
maestros, pese a que no falten influencias concretas reseñables.
-
Coexisten
temas, motivos, estilos y maneras de contar muy diversos entre sí.
-
Abundan los
tonos humorísticos, lúdicos o irónicos, pero también están presentes
los aires nostálgicos o líricos en novelas de fuerte carácter
intimista; los tratamientos culturalistas, exquisitos o refinados;
el empleo libre y sin trabas de la fantasía. No es frecuente, sin
embargo, el empeño por el realismo a ultranza.
-
Por lo
general, han desaparecido los grandes personajes y han sido
sustituidos muchas veces por seres desvalidos e inseguros.
-
Se evidencia
el cansancio por la experimentación.
-
La
literatura se difumina en diferentes tendencias.
-
Experimentalismo radical con las obras.
-
Tendencia al
intimismo: Se cuentan experiencias propias.
-
Cultivo de
la imaginación: Se inventan historias increíbles,fantásticas.
Aparece la novela policíaca.
-
La
influencia de la posmodernidad y la cultura pop se manifiestan de
manera clara.
volver a: Literatura española posterior a la
Guerra Civil

Lenguaje,
estructuras y estilos literarios
En cuanto al
lenguaje, se advierte una notable preocupación formal que muchas veces
deriva en un barroquismo o en un amaneramiento de la prosa, pero que,
por lo general, revela la sensibilidad y la preparación cultural y
literaria de los narradores jóvenes y su esfuerzo por lograr un estilo
personal y de calidad. No es raro que muchas de las novelas de los
jóvenes autores constituyan auténticos ejercicios de virtuosismo
lingüístico.
La estructura
narrativa se ha hecho más ligera, variada y dinámica como consecuencia
del experimentalismo de los sesenta y setenta, pero también ha tendido
al empleo de formas sencillas, no demasiado alejadas de las
tradicionales: por lo general, se prescinde de disposiciones del texto
que resulten trabajosas para el lector.
Aunque no es
posible proceder a una clasificación siquiera mínimamente rigurosa, se
sugiere el siguiente esbozo de clasificación que atiende a los motivos
temáticos y formales dominantes y básicos:
Novela
negra o de carácter policíaco, sobre la que han ejercido notable
influencia los narradores de la generación inmediatamente anterior,
como Eduardo
Mendoza (La
verdad sobre el caso Savolta) y Manuel
Vázquez Montalbán (la serie de novelas
protagonizadas por el detective Carvalho, por ejemplo), y a la que
puede adscribirse la producción de Juan Madrid, Andréu Martín, Arturo
Pérez-Reverte, etc.
Novela
histórica, en sentido extenso. Esta tendencia venía desarrollándose
desde años atrás y a ella no han sido ajenos algunos novelistas de las
generaciones precedentes: Gonzalo
Torrente Ballester (La
isla de los jacintos cortados), Eduardo
Mendoza (La ciudad de los prodigios), Jesús
Femández Santos (Extramuros), etc. Han proliferado últimamente los
escritores sobre cuestiones históricas como Juan Eslava Galán (En
busca del unicornio), Arturo
Pérez-Reverte (El húsar, El maestro de
esgrima), Antonio Muñoz Molina (Beatus ille, El jinete polaco), Álvaro
Bermejo, (El reino del año mil) Julio
Llamazares (Luna de lobos), Lourdes Ortiz (Urraca), Antonio Enrique
(Santuario del odio, La espada de Miramamolín), Fernando de Villena
(Iguazú, El testigo de los tiempos), etc.
Novela
culturalista. Esta tendencia es patente en diversas manifestaciones de
la creación artística a partir de los novísimos y el grupo de poetas
que comenzaron a escribir en torno al año 70. Uno de ellos, Antonio
Colinas, ha publicado durante la década de los ochenta sus dos
novelas, verdaderos paradigmas de la corriente culturalista (Un año en
el Sur y Larga carta a Francesca). El culturalismo como tendencia es
heterogéneo: en ocasiones evoca ambientes de épocas pasadas, y se
confunde con la novela histórica; describe con minuciosidad ambientes
exquisitos atemporales o presentes, pero vinculados a la creación
estética; recrea motivos literarios, legendarios o mitológicos. pero,
sobre todo, elige como motivo la reflexión acerca del proceso
creativo. Podrían adscribirse al grupo algunas novelas de Álvaro
Pombo,
Jesús Ferrero —cuya narrativa, al
menos durante su primera etapa, está marcada por gustos exóticos (Bélver
Yin, Opium)—, Álvaro
del Amo (Los melómanos), Pedro Zarraluki
(Las fantásticas aventuras del barón Boldan), Javier
Marías (Los dominios del lobo, Travesía del
horizonte, Todas
las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la
batalla piensa en mí, Tu rostro mañana), Antonio
Enrique (La armónica Montaña),Fernando
de Villena (Sueño y destino).
Novela
intimista. Aunque no es fácil deslindar esta categoría, ya que el
intimismo constituye una de las notas dominantes de la nueva
narrativa, pueden considerarse en este apartado aquellas novelas que
de manera directa o metafórica recojan un intento de ahondar en las
raíces de la propia personalidad que se presenta casi siempre como
desasistida y frustrada. En algunos autores es perceptible un profundo
lirismo presente en la historia misma o en su expresión formal y
literaria, como ocurre con Julio
Llamazares (La lluvia amarilla), Adelaida
García Morales (El sur, Bene); en otros, la
historia aparece tamizada por la ironía, el sarcasmo o, simplemente
por la actitud de desesperanza o desidia, como en Juan José Millás (El
desorden de tu nombre), Ignacio
Martínez de Pisón (Nuevo plano de la ciudad
secreta) y Fernando
Delgado (Isla sin mar).
Novela
experimental. El evidente retroceso del experimentalismo que
caracterizó al período anterior no ha impedido ni la presencia
minoritaria de una corriente experimental entre los narradores jóvenes
(Jorge
Márquez, Julián
Ríos y Aliocha Coll, por ejemplo) ni, sobre
todo, la asimilación de una renovación formal presente en muchos de
los novelistas jóvenes. Por lo demás, el experimentalismo se ha
prolongado en la narrativa de autores más veteranos como Miguel
Espinosa (La fea burguesía) o Juan
Benet (Saúl ante Samuel).
volver a: Literatura española posterior a la
Guerra Civil

El teatro
español en la segunda mitad del siglo XX
Las
angustias existenciales, primero, y las inquietudes sociales, más
tarde, habituales también en la poesía, el cine y la narrativa
española de la época, adquieren especial relieve en la obra de Antonio
Buero Vallejo y en la de
Alfonso Sastre, quien funda, en 1950,
el TAS (Teatro de Agitación Social) y, en 1960, el Grupo de Teatro
Realista (G.T.R.).
A la
sombra de ambos autores van a surgir, a partir de la segunda mitad de
la década de los cincuenta, diversos dramaturgos —Lauro Olmo, José
Martín Recuerda—, a los que habitualmente se
agrupa bajo la denominación de Generación realista.
Dichos
autores, con la intención de poner al descubierto las injusticias y
contradicciones existentes en el seno de la sociedad española, y sin
adscripción específica a una ideología concreta, sienten inclinación
por un teatro crítico, comprometido y testimonial. También, con el fin
de establecer un paralelismo entre el pasado y el presente, cultivan
con frecuencia el teatro histórico. Todos ellos se mantuvieron al
margen de los experimentos vanguardistas y del teatro del absurdo. Sin
embargo, la estética realista deriva, con frecuencia, hacia el
esperpento (en Martín Recuerda) y hacia la farsa popular y el ambiente
desgarrado del sainete (en Lauro Olmo).
Muy
avanzada la década de los sesenta comienza a desarrollarse un teatro
de carácter experimental y vanguardista, que ha recibido diversas
denominaciones: subterráneo, del silencio, maldito, marginado,
inconformista, soterrado, innombrable, encubierto, de alcantarilla,
etc. Entre sus representantes, de muy distinta formación y edades, hay
que mencionar a: Fernando
Arrabal, quien inició su carrera mucho
antes, Francisco
Nieva, que alcanzará notables éxitos a
partir de 1975, y Miguel
Romero Esteo, cordobés afincado en Málaga.
Surgen
también numerosos grupos independientes —Els
Joglars, Els
Comediants, Dagoll
Dagom, La
Cuadra,Teatro
Libre, etc.— que buscaron con ahínco una línea de trabajo
peculiar e inconfundible.
Sin embargo,
el tan esperado florecimiento teatral no se produjo. Las obras
publicadas o estrenadas en este período de tiempo ofrecen, con pocas
excepciones, un interés limitado, y, como consecuencia, el público,
que, además, tiene cubiertas, a través del cine y de otras formas de
comunicación, sus necesidades de diversión y de verse representado
artísticamente, se siente cada vez menos atraído por este género
literario.
De los
dramaturgos que iniciaron su carrera en décadas precedentes, Antonio
Buero Vallejo y Antonio Gala han mantenido
una presencia continuada en los escenarios. Los vinculados a la
corriente realista que dominó en los años cincuenta y sesenta, en las
escasas obras que han podido estrenar, han mostrado, junto a su
fidelidad a antiguos presupuestos estéticos, una mayor inclinación por
recrear e interpretar asuntos de la historia pasada. Los autores del
teatro experimental que proliferó entre 1968 y 1975 han tenido, si se
exceptúa a Francisco
Nieva, grandes dificultades para dar a
conocer sus producciones. Aunque no son un autor individual, merece
destacar en este apartado del teatro de experimentación al grupo La
Fura dels Baus.
Los
dramaturgos que al terminar la guerra, o en épocas posteriores, se
exiliaron —Max
Aub, Rafael
Alberti, León
Felipe, Pedro
Salinas, José
Bergamín, Jacinto
Grau, etc.— permanecieron, con excepciones
irrelevantes, alejados de nuestros escenarios.
Mejor
acogida han tenido otros dramaturgos de la vieja guardia — Ramón
María del Valle-Inclán, Federico
García Lorca y, en menor medida, Miguel
Mihura, Jardiel
Poncela y Alejandro Casona.
Por otra
parte, diversos novelistas y ensayistas —Carmen
Martín Gaite, Eduardo
Mendoza, Miguel
Delibes, Javier
Tomeo, Fernando
Savater— han hecho sus pinitos en este
género, con creaciones originales o con adaptaciones dramáticas de
algunos de sus relatos.
También,
como ha ocurrido en épocas pasadas, los empresarios han abierto sus
puertas, preferentemente, a los cultivadores de un teatro de evasión,
humorístico, de corte folletinesco o moralizador y de crítica amable y
superficial. Entre los más favorecidos han estado Ana
Diosdado y Juan
José Alonso Millán.
De los
dramaturgos que han iniciado o consolidado su carrera en estos años,
algunos —Álvaro
del Amo, Sergi
Belbel, Vicente
Molina Foix, entre otros— han permanecido
fieles a procedimientos vanguardistas e innovadores —las exploraciones
de mundos oníricos, la apropiación de técnicas habituales en el cine y
en el teatro del absurdo y el intento de derribar las barreras que
separan la realidad de la ficción y la vida de la apariencia han sido
los más habituales— y, en algunos casos, se han decantado por
actitudes nihilistas y por la denuncia, mediante el empleo a veces de
símbolos y alegorías, de diversos aspectos de la sociedad
contemporánea. Otros —en especial, Fermín
Cabal, Fernando
Fernán Gómez, Paloma
Pedrero, Jesús
Campos y José
Sanchís Sinisterra—, aunque puedan servirse
esporádicamente de técnicas más novedosas, se han esforzado por
revitalizar el sainete, la farsa, el esperpento, la comedia de
costumbres, el drama naturalista y el realismo poético y fantástico. A
través de estas modalidades dramáticas han pretendido dar testimonio
de los problemas de la sociedad en que viven (la violencia, el paro,
la droga, la delincuencia y las más diversas formas de opresión
social), en encontrar nuevos ángulos para enfrentarse a conflictos
habituales del ser humano (la soledad, la incomunicación, el
desvalimiento, la marginación, el amor, el sexo, la frustración, la
desesperanza, la necesidad de romper con prejuicios atávicos, las
posibilidades de un cambio social, encaradas casi siempre con notable
escepticismo, etc.) o han tenido como meta el juego intrascendente y
ameno.
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Guerra Civil
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